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La Argentina: 26

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La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto vigésimo quinto: En que se trata de la junta que hizo Ibitupué y asaltos que los suyos dieron en tierra del Perú, del acuerdo del Audiencia de los Charcas y de un temblor terrible en Lima



No vemos ser seguro a lo presente
curar de proveer sin advertencia
a lo futuro y tiempo subsecuente;
mayormente que vemos en presencia
pronosticarse el caso que está ausente.
Y así mirarlo todo es providencia
a nuestro Dios Eterno atribuida,
que de un fin toca al otro sin medida.


El de Toledo dije cómo había
por coger a don Diego hecho guerra
al indio guaraní, que residía
metido en la aspereza de la sierra.
Saliendo con su intento se volvía
sin dejar sosegada aquella tierra,
mas antes con razón más levantada
por ver aquesta parte acobardada.


Ibitupué, el astuto y cauteloso,
con ánimo feroz junta, pregona
y manda, como hombre poderoso,
que venga en general toda persona.
El ser tenido ya por dadivoso,
y que a trabajo alguno no perdona,
le hace al Guaraní venga contento
a la presente junta y llamamiento.


Con gente acompañado, y pecho fiero,
a la junta ha venido Condurillo;
el viejo Tabobá, gran carnicero,
también alegre viene con su aíllo;
Marucaré, su antiguo compañero,
procura con sus fuerzas de seguillo
con toda la demás canalla fiera
que vive por la sierra y cordillera.


En un prado apacible y muy ameno
Ibitupué tenía aparejado
de flores olorosas todo lleno
y de muy frescas aguas rodeado.
Tendidos por la yerba y por el heno,
se comenzó el convite, y ha durado
desde el hora de prima hasta nona,
mas ninguno escapó sin maza y mona.


Había mucha caza regalada,
perdices, pavas, aves muy sabrosas,
venados, avestruces, que salada
su carne es buena y sana, muy gustosa;
y dulces frutas, que hay una apropiada
a guinda, yaracaes olorosas,
guembes, ivaviraes en gran suma,
a rodo los pescados, como espuma.


El vino de maíz y de algarroba,
de molles y de murta bien obrado,
seguro que bebían casi arroba,
que media a cada cual le estaba dado.
Uno habla en latín, el otro troba,
otro habla español y vascongado;
mas todos para un fin se concertaban,
y aunque borrachos, todos atinaban.


Ibitupué habló de esta manera,
aunque hecho botija y grande cuero:
«Metidos en la fuerte cordillera,
ni Rey, ni Roque hay, por muy guerrero
que sea, que nos pueda echar afuera.
Yo solo, con un solo compañero,
me atrevo a defender siempre la entrada,
aunque venga el Perú de mano armada.


»Lo que conviene agora que se haga,
pues que el Virrey se puso a darnos pena,
que cada cual por sí se satisfaga,
según su coyuntura fuere buena.
Quien muerte dar pudiera no dé llaga,
y salga cada cual con buena estrena
al camino, a vengarse por sus manos,
matando estos soberbios castellanos.


»Yo tengo nueva cierta cómo viene
doña María de Angulo y doña Elvira.
La muerte merecida bien la tiene».
El arco demandó, una flecha tira,
diciendo: «Justo es mi fama suene».
A dó cae la flecha el indio mira;
agüero es, que si cae bien derecha
su cosa tiene el indio ya por hecha.


Al punto que tiró, viendo en el suelo
la flecha estar en alto levantada,
los indios levantaron hasta el cielo
la voz, que es su costumbre muy usada.
Ibitupué, ya libre de recelo,
con muy soberbia voz apresurada,
«Perezca», dice, «luego la memoria
del cristiano, y conózcase mi gloria».


Aún no acababa bien estas razones,
y un indio cano viejo se levanta,
que aunque en la junta estaba, y escuadrones,
su vida es diferente y aun espanta.
El caso que diré yo sin ficciones
será, que aunque mi musa en verso canta,
escribo la verdad de lo que he oído
y visto por mis ojos y servido.


El viejo con modestia así decía,
pidiendo que atención le sea prestada:
«Sabed, hermanos míos, que venía
una hija que tengo, muy amada,
de guardar mi ganado el otro día
con una cruz muy bella agraciada.
Y yo le pregunté ¿qué cruz es ésta?
Y oíd de la doncella la respuesta.


»“Estando recogiendo yo el ganado,
ya que la obscura noche se acercaba,
mi corazón en alto levantado
en el criador de todo contemplaba,
y habiéndole en mi pecho gracias dado
por ver cómo doncella me guardaba,
un hombre se me puso por delante
de bella compostura y bel semblante.


»”El hombre me habló desta manera:
‘Doncella, pues que a Dios con pecho llano
adoras, determina estar entera
en tu virginidad, que el Soberano
de ti se acordará en la hora postrera’.
Diciendo esto tendió su diestra mano,
y diome aquesta cruz, de quien yo creo
que es don de mi descanso y mi deseo”.


»Esta mi hija dice por momentos
que Dios se ha de enojar si a los cristianos
hacemos mal y damos descontentos,
y que antes los queramos como a hermanos,
recibiendo sus Santos Sacramentos».
Apenas ha hablado, y los insanos,
vencidos de sus malas pretensiones,
al viejo dieron muchos bofetones.


El gran cacique dice en su tiana
que al viejo dejen ya, porque delira,
y su hija es doncella muy liviana
y que a invenciones tales siempre aspira.
Cesole de herir el Chiriguana,
que estaba ya encendido en pura ira,
que no dudo yo cierto, si no fuera
por el cacique, en breve allí muriera.


Al fin, por loco viejo le dejaron,
y su junta con la fiesta celebrada,
a sus tierras y casas se tornaron
con la cosa en la junta concertada.
Y luego en los caminos acecharon
la gente que pasaba desmandada,
y crudo sacrificio cada día
de la gente española se hacía.


A frailes y soldados, que salían
de Santa Cruz, mataron crudamente;
a chácaras y valles se venían,
adonde cautivaban mucha gente,
de suerte que el estrago que hacían
causaba gran temor al más valiente.
Hernando Salazar entrar procura,
y oíd una desdicha y desventura.


Después de aquel dislate y alzamiento,
que en la Asumpción, dijimos, fue imputado
a Mendoza, se hizo un casamiento,
en que con doña Elvira (degollado
su padre) un caballero de talento
casó, Nuño de Chaves fue llamado,
hombre feroz, valiente y animoso,
y nada de peligros temeroso.


Aquéste a Santa Cruz pobló primero,
y a los Charcas salió, do la obediencia
de lo poblado dio este caballero
al Presidente, Oidores de la Audiencia.
Entre los indios era carnicero,
por donde le pagaron su impaciencia
en Boitimí, que el pueblo así se llama,
al pie de un alto cerro de gran fama.


Añapureytá el cerro tiene nombre,
a donde el Diablo canta decir quiere.
No osa en él subir cualquiera hombre,
que el que sube, de espanto, dicen, muere.
Y porque, si más digo, no se asombre
quien cosas de admirar aquí leyere,
no quiero más decir de aqueste perro,
y creo que en callarlo poco yerro.


Viuda doña Elvira, pues, y sido
de don Diego el dislate ya contado,
con su madre al Perú hubo salido,
que así por el Virrey les fue mandado.
A España el de Toledo siendo ido,
a Santa Cruz volver han procurado;
Hernando Salazar lleva la guía
de los treinta que van en compañía.


En un paso se ponen peligroso
los indios Chiriguanos en celada.
El español del daño receloso
no fue, que si supieran la emboscada
no fuera el mal suceso tan dañoso.
Mas no siendo la cosa bien pensada,
sucede contra el voto y lo pensado,
y luego se atribuye al triste hado.


El buen hado es Divina Providencia,
servir el hombre a Dios con mucho tino,
poner en todas cosas diligencia
y no faltar en medio del camino.
Si Salazar tuviera la advertencia
que aquí digo, bien cierto yo imagino
que no murieran nueve que, pensando
no haber peligro, iban caminando.


La gente va marchando, pero viendo
que los tristes, que fueron delanteros,
murieron, del negocio se temiendo,
quisieran hallar todos agujeros.
Salazar desmayó, que va rigiendo,
desmayan los soldados compañeros,
que tantas flechas ven venir lloviendo
que la tierra con ellas van cubriendo.


Fenece aquí la triste su triste hora,
cubierta de mil flechas y arpones,
doña María de Angulo, causadora
de motines, revueltas y pasiones,
amiga de mandar, y tan señora
que con todos tramaba disensiones.
Su nieta doña Elvira, mal herida,
quedaba entre las yerbas escondida.


Doña Elvira su madre con recelo
procura por su hija; pero viendo
que no parece, grita hacia el cielo,
sus dorados cabellos descogiendo.
Soleto resolvió con grande duelo,
y entre los Chiriguanas se metiendo,
sacaba a la doncella, aunque llovían
las flechas ya sobre él que le cubrían.


Tras ellos la victoria van gozosos
los bárbaros siguiendo grande trecho.
Como corderos mansos temerosos,
los nuestros el huir por gran provecho
juzgaban; mas los indios, codiciosos
del interés, curaron muy de hecho
a partido venir con los cristianos,
y así se les hinchieron bien las manos.


Doña Elvira en aquesto el todo ha sido,
que con dulces palabras les hablaba,
y como en la Asumpción hubo nacido,
la lengua Guaraní bien pronunciaba.
Al fin con interés se han convencido,
y el rescate con sobra se les daba,
de suerte que cesaron de la guerra
y ayudan a pasar el agra sierra.


Sabido acá en los Charcas, fue acordado
hacer guerra cruel al Chiriguana.
El caso de esta suerte se ha ordenado,
que el Presidente tiene buena gana,
y así con grande ardid al que es soldado
la voluntad en esto bien le gana
y hácele merced en cuanto quiera
porque entre en la jornada y cordillera.


Don Lorenzo Suárez Figueroa
salió de Santa Cruz, que es de la Sierra,
hombre de grandes prendas, y de loa,
y que merece más que aquella tierra.
Con gran solicitud pone la proa,
queriendo al Chiriguana hacer guerra.
Es General de toda la campaña
de Córdoba la Llana en nuestra España.


El Conde del Villar en esto viene
por Virrey, y pensaron que hiciera
la guerra; empero, dicen, le conviene
dejarse de esta guerra y cordillera,
que nuevas de Francisco Drake tiene,
que viene muy pujante en gran manera.
Dirase en su lugar, porque es flagelo
que por castigo envía Dios del Cielo.


Con esto estaba el Conde tan medroso
que sólo de escribirlo tengo miedo.
Parece aqueste caso milagroso,
que estaba el Perú todo, decir puedo,
sin contento, sosiego, ni reposo,
y estábase el inglés allá muy ledo.
Juicios son de Dios muy encumbrados
y no de todos hombres alcanzados.


El Virrey al Callao va, y se aplica
a hacer a gran priesa un grande fuerte.
Con muchos el negocio comunica,
mas no responden todos de una suerte;
por esta causa el Conde no fabrica,
que tiene gran deseo que se acierte;
y toma en la consulta allí la mano,
y habla de esta suerte un trujillano.


Don Luis Sotomayor, «¿De qué aprovecha
el fuerte», dice, «en tierra, donde puede
tomar el enemigo cualquier trecha
sin que en manera alguna se le vede
del fuerte? Lo mejor es que bien hecha
le sea, con la gente que aquí quede,
la guerra al enemigo, si viniere,
con fuerza lo mejor que ser pudiere».


Estando desta suerte recelosos
de Francisco, sucede, ¡oh cosa extraña!,
un caso entre los casos temerosos,
de Dios castigo, y muestra de la saña
que tiene con los hombres flagiciosos.
La mar salió de curso, y así baña
el puerto del Callao, y la marina,
y gran parte del pueblo cae con ruina.


Bramaba con bramidos la mar brava,
la obscura y triste noche entristecía,
las crines y cabellos erizaba,
el alma y corazón amortecía;
el sexo femenil que lamentaba,
en aprieto y angustia más ponía,
lágrimas, y sollozos, y gemidos,
suspiros, gritos, llantos, alaridos.


En poco estuvo el Conde de perderse,
y al fin salió, huyendo el aposento;
a Santo Domingo va a refugiarse,
do llevan de la iglesia el Sacramento;
después, por más seguro guarecerse,
en el campo la noche hizo asiento.
Y oíd lo que pasaba en esto en Lima,
que sólo referirlo causa grima.


Es Lima una ciudad, bella, galana,
de edificios hermosos y graciosos,
apenas veréis casa sin ventana,
los altos por de fuera no vistosos,
que cubiertos están a estera vana;
de dentro empero son maravillosos,
que como nunca llueve por semejas,
no curan de poner sobre ellos tejas.


Con quietud se vive, y en consuelo,
sin pena, sin dolor y sin tristeza,
que no dura jamás el triste duelo,
que es Lima del Perú flor y belleza.
Sereno está, apacible y claro el cielo,
en un ser uniforme y gran firmeza,
y aunque ha habido temblores muchas veces,
más ha sido el ruido que las nueces.


Empero en este trance tan terrible
exceden ya las nueces al ruido.
Negocio al parecer muy increíble,
que hace salga el hombre de sentido.
A muchos pareció ser imposible
haber por natural acontecido
sin que causa secreta interviniese
y con rigor la mano entrometiese.


A prima de la noche muy obscura
la ruina sucedió con temblor crudo;
no está ni puede estar casa segura,
ni el hombre defenderse con escudo,
si Dios, que es propia guarda, no procura
guardarnos; pues aquesto sólo pudo
dejar de aquesta suerte castigada
a Lima con su gente amedrentada.


Cayéronse las casas más lustrosas,
los templos y las más ricas capillas,
que allí muestra las manos poderosas
y hace muy mayores maravillas.
El alto donde hay fuerzas belicosas,
en freno quebrantando las mejillas
de aquellos que procuran alejarse
de su divino bien, y no acercarse.


A Lucifer soberbio, jactancioso,
que a la mañana fresca relucía,
al infierno en tinieblas temeroso,
condenado en perpetuo Dios le envía.
Aquel rico avariento codicioso,
allá desea gustar del agua fría;
el poderoso Rey fue convertido
en bestia, y heno y yerbas ha pacido.


A la bendita Virgen soberana,
espejo de humildad y de pureza,
la vemos por la fe como mañana
y aurora, coronada de belleza.
A Lázaro se dio de buena gana
el premio de su pobre y vil pobreza,
al manso Rey David dio Dios el cielo,
que manso fue, aunque Rey, en este suelo.


Al fin pues el temblor que voy contando
las casas desbarata más fornidas,
echando por el suelo y derrocando
las torres muy hermosas y lucidas;
a las calles se salen suspirando
las damas, de temor amortecidas
quedaban, que era lástima mirarlas,
y más que no hay quien pueda consolarlas.


Quedó de este temblor tan arruinada
y tan perdida Lima, que ponía
espanto nuevo en verla mal parada,
que piedra sobre piedra no tenía.
Hallábase en la calle sin posada
quien bella casa antes poseía,
y todos, como dicen, a la luna
quedaron en la prueba de fortuna.


Cuál hizo habitación con una estera,
el otro con un toldo pone tienda,
y con una tristeza lastimera
recoge lo que puede de su hacienda;
a todos parecía la hora postrera.
Madeja muy revuelta era sin cuenda,
y el cabo no se halla, aunque se busca,
que todos andan hechos chacorrusca.


El Visorrey se va con los Oidores
a San Francisco, y hacen el Audiencia
en toldos, que aposentos los mejores
tuvieron muy menor la resistencia.
Dejémoslos aquí, frailes menores,
metidos en clausura y obediencia,
que Candish andaba agora muy envuelto
en el Estrecho y sur, y el diablo suelto.