La Atlántida (Andrade)

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​La Atlántida​ de Olegario Víctor Andrade

CANTO AL PORVENIR DE LA RAZA LATINA EN AMERICA

¡Wake!
  Hamlet.
I

Cada vez que en la cumbre desolada
de la ardua cordillera,
y tras hondo angustioso paroxismo,
como caliente lágrima postrera,
brota de las entrañas del abismo
misterioso raudal, germen naciente
de turbio lago, caudaloso río,
ronca cascada o bramador torrente,
pardas nubes descienden a tejerle
caprichoso y movible cortinaje,
y abandonan los negros huracanes
sus lóbregas cavernas
para arrullar con cántico salvaje
su sueño, y en señal de regocijo,
sobre muros de nieves sempiternas,
desplegan, combatientes del vacío,
taciturnos guardianes
del infinito páramo sombrío,
sus flámulas de fuego los volcanes!

Raudales de la historia son las razas,
raudales que en la cuna
vela el misterio y con afán prolijo
la fábula, Nereida soñadora
que el verde junco con la yedra aduna,
como la dulce madre que desplega
sobre la tersa frente de su hijo
teñida por los rayos de la aurora
su manto, de amor ciega,
envuelve con fantásticos cendales!
Mientras se llena el mundo
de rumor de catástrofes. — En tanto,
con las alas abiertas,
cruza la tierra el ángel del espanto
y agita sus antorchas funerales
el incendio iracundo
sobre la tumba de las razas muertas!

Allá en el fondo obscuro
del valle que a las pies del Apenino
se extiende como alfombra de esmeralda
palenque misterioso del destino!
Do el Tíber serpentea
del monte Albano en la risueña falda, —
vago rumor se siente...
el rumor de una raza despertada
con el sello de Dios sobre la frente!
Y en el confín lejano
del mar, que muere en la desierta playa
del Asia envejecida,
con eterno lamento,
hondo clamor hasta los cielos sube,
que en son medroso, el viento
esparce por la tierra estremecida!

La raza que despierta
como enjambre irritado, en las sombrías
hondonadas del Lacio,
es la raza latina, destinada
a inaugurar la historia
y a abarcar el espacio
llevando por esclava a la victoria!
Y el clamor que resuena
de la alta noche en la quietud sagrada,
es el grito de Illión, que se desploma
como gigante estatua derribada,
astro que se hunde en tenebroso ocaso
cuando surge en Oriente el sol de Roma!

II

Raudal que al descender a la llanura
se torna en ancho río, —
aquella tribu obscura
en turbulento pueblo convertida
sintió dentro del seno
la inquietud de la ola comprimida,
el rumor interior, la voz de trueno
que emplaza a las naciones
a las gigantes luchas de la vida!
Y se lanzó impaciente
en pos de sus destinos inmortales,
dando al viento los bélicos pendones,
siniestras mensajeros del estrago,
y encendiendo en el negro promontorio,
para servir de faro a sus legiones,
la colosal hoguera de Cartago!

Nada detuvo el vuelo soberano
del águila latina —
la tierra despertó como de un sueño
al sentirla pasar. El Océano,
generoso corcel que el cuello inclina
cuando siente a su dueño,
rugió de gozo y le rindió homenaje, —
todo lo holló con planta vencedora:
la montaña y el páramo salvaje,
las misteriosas selvas seculares
en que al compás de místicas endechas
afilaba el germano taciturno
con siniestra ansiedad el haz de flechas;
y las negras pirámides distantes,
que a la luz del crepúsculo parecen
abandonadas tiendas de campaña
de una raza extinguida de gigantes!

Grecia le abrió los brazos, olvidada
de su antiguo esplendor. — La Iberia altiva,
como severa reina destronada,
dobló la frente ensangrentada al yugo,
mas no su corazón — eterna hoguera
en que la llama de Sagunto ardía
con rojizo fulgor. — La Galia fiera
lanzó a los aires resonante grito,
y el escudo de bronce hirió tres veces
sobre el dolmen maldito!
Pero cayó expirante en la contienda
para dormir el sueño del esclavo
de César en la tienda!
y el Cármata cruel, el Cretón bravo,
el escita ligero,
el sombrío, feroz escandinavo
que en las brumas polares
de otro mundo olfateaba el derrotero,
fueron a prosternarse en sus altares!

¡Largo su imperio fué! ¡Largo y fecundo'
el hacha del Lictor estuvo siglos
alzada sobre el mundo!
Cantó su origen inmortal, Virgilio,
sus desastres, Lucano,
mientras brillaba en el lejano Oriente
la luz primera del ideal Cristiano!
Y en brazos de los Césares dormía,
al rumor de los sáficos de Horario,
enervada y tranquila,
cuando sintió tronar en el espacio
el rudo casco del corcel de Atila!

¡Despertó, pero tarde! En vez del rayo
que en sus manos un día
viera la tierra atónita, llevaba
el áureo tirso, y en la mustia frente
la corona de yedra de la orgía!
Corrió al foro, llamando a sus legiones
dispersas y distantes,
y sólo contestaron los histriones
mezclados al tropel de las Bacantes!
Volvió al cielo los ojos, y en el fondo
del cielo, en sangre tinto,
creyó ver que cruzaban en silencio,
como un augurio aciago,
la sombra lastimera de Corinto
y el fantasma lloroso de Cartago!

¡Era tarde en verdad! El sol de Roma,
luz de la historia y esplendor del orbe,
del Aventino tras la obscura loma
y de la plebe trémula a los ojos
para siempre se hundió. — Rojo cometa
del horizonte en la desierta cumbre
apareció tras él, vibrando enojos —
nubes del Septentrión, vientos del polo,
sobre la tierra inquieta
esparcieron sus ráfagas de horrores. —
Sólo quedó de pie, soberbio atleta
vencido, no tumbado, — destacando
en las sombras el dorso giganteo,
como el genio de Roma en lucha eterna,
centinela de piedra, el Coliseo!

III

No perecen las razas porque caigan,
sin honor o sin gloria,
los pueblos que su espíritu alentaron
en hora venturosa o maldecida. —
Las razas son los ríos de la historia,
y eternamente fluye
el raudal misterioso de su vida !
El río que en otrora
turbulento y audaz cruzó la tierra,
ya por blandas y vírgenes llanuras
o por yermos de arena abrasadora
al soplo animador de la fortuna,
de su cauce alejado
fué a morir como lóbrega laguna
inmóvil y callado!
Pero el raudal ingente
de la ánfora sagrada, la corriente
inagotable y pura, despeñada
por ignoto sendero,
con rumor de torrente surgió un día
en la tierra encantada
del indómito ibero,
donde todo es amor, luz, armonía.
y el sol más bello, el aire más liviano,
y siempre altivo, desbordante y joven,
palpita y siente el corazón humano!

Así como al salir de su desmayo
la tierra estremecida
del sol primaveral al primer rayo,
parece que sintiera
en el aire, en el monte, en la pradera,
en ondas tibias circular la vida;
España despertó con fuerza nueva,
y unidas en eterno maridaje
la pasada romana fortaleza
y la savia salvaje
del hijo del Pirene, diestro en lides,
engendraron la raza destinada
a suceder a la cesárea estirpe,
la raza soberana de los Cides!

¡ Llenó el mundo su nombre ! — Las naciones,
del monte Calpe hasta el peñón marino
en que vela el britano,
creyeron que se alzaba en lontananza
la sombra augusta del poder latino,
que de nuevo volvía
a ser el dueño del destino humano!
Y España, como Roma, poseída
de vago afán, de misterioso anhelo,
soñaba con batallas, cuando un día,
al tender la mirada por el cielo
desde las altas cumbres de Granada,
vio surgir en lejanos horizontes
la Visión de la América encantada !

¡Dos mundos sujetó bajo un imperio!
¡Y dejó de su espíritu los rastros
en fecundas, espléndidas creaciones!
Como Ajax inmortal, retó a la tierra,
y ansioso de combates
fué a renovar en África prodigios
y hazañas de Escipiones;
pero también se derrumbó impotente,
no del potro del vándalo a las plantas
ni del cruel vencedor al ceño airado,
sino cuando cayó sobre su espíritu
la sombra enervadora del Papado!

IV

Mientras España duerme acurrucada
al pie de los altares,
calentando su espíritu aterido
en la hoguera infernal de Torquemada,
Francia recoge el cetro abandonado
de la historia y prepara
otra hoguera, a que arroja
con ánimo esforzado
fragmentos de Bastillas,
instituciones viejas, privilegios,
y de un vetusto trono las astillas —
hoguera a cuya lumbre soberana
va a forjar, como en fragua ciclópea,
su eterno cetro la razón humana!

Cuando llega la hora
de las grandes, fecundas convulsiones,
la hora en que al compás de las borrascas
se tumban o levantan las naciones —
Dios envía a la tierra los gigantes
del genio o de la espada,
cual si necesitase de almas fuertes
y músculos pujantes,
para no perecer en la jornada.
Así la Francia tuvo
en las horas más grandes de la historia
el genio de Voltaire para anunciarle
el tremendo, supremo cataclismo,
y el brazo poderoso
de Napoleón, el genio de la gloria,
para alzarla expirante del abismo!

La fuerza es en el mundo
astro de inmensa curva, que a su paso
deja como reguero de laureles,
fulgor de incendios, resplandor de soles,
pero astro que se pone en el ocaso
tras nubes de rojizos arreboles.
Brillante pero efímero; la espada
¡Brillante fué el imperio de la fuerza!
que sobre el mapa de la Europa absorta
trazó fronteras, suprimió desiertos
y que quizá de recibir cansada
el homenaje de los reyes vivos,
fué a demandar en el confín remoto
el homenaje de los reyes muertos, —
la espada de Austerlitz, la vieja espada
en los escombros de Moscou mellada,
ya no describe círculos gigantes
esparciendo el pavor de la derrota:
cayó en los campos de Sedán, sombríos,
ensangrentada y rota!

V

Anteos de la historia,
los pueblos que el espíritu y la sangre
llevan de aquella tribu aventurera
que encadenó a su carro la victoria,
ya los postre o abata,
la corrupción o la traición artera,
no mueren aunque caigan. — Así Roma
en su tumba de mármol se endereza
y renace en Italia, como planta
que el polvo de los siglos fecundiza.
Así España sacude la cabeza
tras largas horas de sopor profundo,
y arroja los fragmentos
de su pasada lápida mortuoria,
para anunciar al mundo
que no ha roto su pacto con la gloria!
Y Francia, la ancha herida
del pecho no cerrada,
en la sombra se agita cual si oyera
rumores de alborada!

VI

¡Soberbio mar engendrador de mundos!
¡Inquieto mar Atlante!
Que ora manso, ora horrible, en jiro eterno,
ya imitando el fragor de roncas lides,
ya gritos de angustiadas multitudes
o gemidos de sombras lastimeras,
te vuelcas y sacudes
en la estrecha prisión de tus riberas!
¡Soberbio mar! de cuyo fondo un día
la colosal cabeza levantaron,
coronada de liquen y espadañas,
al ronco son de tempestad bravia
náufragos del abismo las montañas —
mientras el cielo en la extensión desierta
que eternas sombras por do quien velaban,
lanzaba el primer sol su rayo de oro,
inmensa flor de luz, recién abierta,
sobre la cual en armonioso coro
enjambres de planetas revolaban!

Tú eres el mismo mar que alzaste un día
bajo arcadas fantásticas de brumas,
al vaivén de las olas adormido
y envuelto dulcemente
en pañales de espumas,
jirones de la túnica de armiño
de tus playas bravias,
¡huérfano de la historia! un mundo niño. —
¡ Con cuánto amor velabas
su cuna, y qué sombrías
nieblas sobre tu frente desplegabas
para que el aire errante, el viento inquieto,
y el astro vagabundo
no fuesen a contarle tu secreto
a la codicia insana de otro mundo!

¡Con qué ansiedad te alzabas,
el labio mudo, palpitante el seno,
a interrogar el horizonte obscuro
de vagas sombras y rumores lleno,
cuando el alba indecisa aparecía
mensajera de Dios en el Oriente,
trayéndote perfumes de los cielos
para mojar tu frente !
¡Y qué grito salvaje,
mezcla de rabia y de pavor, lanzabas,
retorciendo los brazos,
cuando una vela errante aparecía,
y en la tarde, traía
bramando el oleaje,
de algún bajel deshecho los pedazos!

VII

¡ Siglos pasaron sobre el mundo, y siglos
guardaron el secreto!
Lo presintió Platón cuando sentado
en las rocas de Egina contemplaba
las sombras que en silencio descendían
a posarse en las cumbres del Himeto;
y el misterioso diálogo entablaba
con las olas inquietas
que a sus pies se arrastraban y gemían!
Adivinó su nombre, hija postrera
del tiempo, destinada
a celebrar las bodas del futuro
en sus campos de eterna primavera,
y la llamó la Atlántida soñada!

Pero Dios reservaba
la empresa ruda al genio renaciente
de la latina raza, domadora
de pueblos, combatiente
de las grandes batallas de la historia!
Y cuando fué la hora.
Colón apareció sobre la nave
del destino del mundo portadora, —
y la nave avanzó. Y el Océano,
huraño y turbulento,
lanzó al encuentro del bajel latino
los negros aquilones,
y a su frente rugiendo el torbellino
jinete en el relámpago sangriento!

Pero la nave fué, y el hondo arcano
cayó roto en pedazos
y despertó la Atlántida soñada
de un pobre visionario entre los brazos!

Era lo que buscaba
el genio inquieto de la vieja raza,
develador de tronos y coronas,
era lo que soñaba!
Ámbito y luz en apartadas zonas!
Helo armado otra vez, no ya arrastrando
el sangriento sudario del pasado
ni de negros recuerdos bajo el peso,
sino en pos de grandiosas ilusiones,
la libertad, la gloria y e] progreso!

¡Nada le falta ya! lleva en el seno
el insondable afán del infinito,
y el infinito por do quier lo llama
de las montanas con el hondo grito
y de los mares con la voz de trueno!
Tiene el altar que Roma
quiso en vano construir con los escombros
del templo egipcio y la pagoda indiana,
altar en que profese eternamente
un culto sólo la conciencia humana !
Y el Andes, con sus gradas ciclópeas
con sus rojas antorchas de volcanes,
será el altar de fulgurantes velos
en que el himno inmortal de las ideas
la tierra entera elevará a los cielos!

VIII

¡Campo inmenso a su afán! Allá dormidas
bajo el arco triunfal de mil colores
del trópico esplendente,
las Antillas levantan la cabeza
de la naciente luz a los albores.
como bandadas de aves fugitivas
que arrullaron al mar con sus extrañas
canciones plañideras,
y que secan al sol las blancas alas
para emprender el vuelo a otras riberas!

¡Allá Méjico está! sobre dos mares
alzada cual granítica atalaya,
parece que aún espía
la castellana flota que se acerca
del golfo azteca a la arenosa playa !
Y más allá Colombia adormecida
del Tequendama al retemblar profundo,
Colombia la opulenta
que parece llevar en las entrañas
la inagotable juventud del mundo !

¡Salve, zona feliz! región querida
del almo sol que tus encantos cela,
inmenso hogar de animación y vida,
cuna del gran Bolívar! ¡Venezuela!
Todo en tu suelo es grande,
los astros que te alumbran desde arriba
con eterno, sangriento centelleo,
el genio, el heroísmo,
volcán que hizo erupción con roneo estruendo
en la cumbre inmortal de San Mateo!

Tendida al pie del Ande,
viuda infeliz sobre entreabierta huesa,
yace la Roma de los Incas, rota
la vieja espada en la contienda grande,
la frente hundida en la tiniebla obscura,
¡mas no ha muerto el Perú! que la derrota
germen es en los pueblos varoniles
de redención futura, —
y entonces cuando llegue,
para su suelo la estación propicia
del trabajo que cura y regenera
y brille al fin el sol de la justicia
tras largos días de vergüenza y lloro,
el rojo manto que a su espalda flota
las mieses bordarán con flores de oro!

¡Bolivia! la heredera del gigante
nacido al pie del Avila,
su genio inquieto y su valor constante
tiene para las luchas de la vida;
sueña en batallas hoy, pero no importa,
sueña también en anchos horizontes
en que en vez de cureñas y cañones
sienta rodar la audaz locomotora
cortando valles y escalando montes!
Y Chile, el vencedor, fuerte en la guerra,
pero más fuerte en el trabajo, vuelve
a colgar en el techo
las vengadoras armas, convencido
de que es estéril siempre la victoria
de la fuerza brutal sobre el derecho!
El Uruguay que combatiendo entrega
su seno a las caricias del progreso.
El Brasil que recibe
del mar Atlante el estruendoso beso
y a quien sólo le falta
el ser más libre, para ser más grande,
y la región bendita!
¡Sublime desposada de la gloria!
¡Que baña el Plata y que limita el Ande!

¡ De pie para cantarla ! que es la patria,
la patria bendecida,
siempre en pos de sublimes ideales,
el pueblo joven que arrulló en la cuna
el rumor de los himnos inmortales!
Y que hoy llama al festín de su opulencia
a cuantos rinden culto
a la sagrada libertad, hermana
del arte, del progreso y de la ciencia, —
¡la patria! que ensanchó sus horizontes
rompiendo las barreras
que en otrora su espíritu aterraron,
y a cuyo paso en los nevados montes
del Génesis los ecos despertaron!
¡La patria! que olvidada
de la civil querella, arrojó lejos
el fratricida acero
y que lleva orgullosa
la corona de espigas en la frente,
menos pesada que el laurel guerrero !
¡La patria! en ella cabe
cuanto de grande el pensamiento alcanza,
en ella el sol de redención se enciende,
ella al encuentro del futuro avanza,
y su mano, del Plata desbordante
la inmensa copa a las naciones tiende!

IX

¡Ámbito inmenso, abierto
de la latina raza al hondo anhelo!
¡El mar, el mar gigante, la montaña
en eterno coloquio con el cielo . . .
y más allá el desierto!
Acá ríos que corren desbordados,
allí valles que ondean
como ríos eternos de verdura,
los bosques a los bosques enlazados,
do quier la libertad, do quier la vida
palpitando en el aire, en la pradera
y en explosión magnífica encendida!

¡Atlántida encantada
que Platón presintió! promesa de oro
del porvenir humano. — Reservado
a la raza fecunda,
cuyo seno engendró para la historia
los Césares del genio y de la espada, —
aquí va a realizar lo que no pudo
del mundo antiguo en los escombros yertos,
la más bella visión de sus visiones!
¡Al himno colosal de los desiertos
la eterna comunión de las naciones!