La Batalla de los Arapiles/XIV
XIV
Marché aquella tarde y parte de la noche, y después de dormir unas cuantas horas en Castrejón, dejé allí el caballo, y habiendo adquirido gran cantidad de hortalizas, con más un asno flaquísimo y tristón, hice mi repuesto y emprendí la marcha por una senda que conducía directamente, según me indicaron, al camino de Vitigudino. Halleme en este al medio día del lunes: mas una vez que lo reconocí, aparteme de él, tomando por atajos y vericuetos hasta llegar al Tormes, que pasé para coger el camino de Ledesma y lugar de Villamayor. Por varios aldeanos que encontré en un mesón jugando a la calva y a la rayuela, supe que los franceses no dejaban entrar a quien no llevase carta de seguridad dada por ellos mismos, y que aun así detenían a los vendedores en la plaza sin dejarlos pasar adelante para que no pudiesen ver los fuertes.
-No me han quedado ganas de volver a Salamanca, muchacho -me dijo el charro fornido y obeso, que me dio tan lisonjeros informes después de convidarme a beber en la puertadel mesón-. Por milagro de Dios y de María Santísima está vivo el señor Baltasar Cipérez, o sea yo mismo.
-¿Y por qué?
-Porque... verás. Ya sabes que han mandado vayan a trabajar a las fortificaciones todos los habitantes de estos pueblos. El lugar que no envía a su gente es castigado con saqueo y a veces con degüello... Bien dicen que el diablo es sutil. La costumbre es que mientras los aldeanos trabajan, los soldados estén quietos, hablando y fumando, y de trecho en trecho hay sargentos que con látigo en mano que están allí con mucho ojo abierto para ver el que se distrae o mira al cielo o habla a su compañero... Bien dijo el otro, que el diablo no duerme y todo lo añasca... En cuanto se descuida uno tanto así... ¡plas!...
-Le toman la medida de las espaldas.
-Yo tengo mala sangre -añadió Cipérez- y no creo haber nacido para esclavo. Soy aldeano rico, estoy acostumbrado a mandar y no a que me den latigazos. A perro viejo no hay tus tus... Así es que cuando aquel Lucifer me...
-Si soy yo el azotado, allí mismo lo tiendo.
-Yo cerré los ojos; yo no vi más que sangre, yo me metí entre todos porque... ¡Baltasar Cipérez azotado por un francés!... Yo daba mojicones... quien no puede dar en el asno da en la albarda. En fin, allí nos machacamos las liendres durante un cuarto de hora... Mira las resultas.
El rico aldeano, apartando la anguarinapuesta del revés, según uso del país, mostrome su brazo vendado y sostenido en un pañuelo al modo de cabestrillo.
-¿Y nada más? ¡Pues yo creí que le habían ahorcado a usted!
-No, tonto, no me ahorcaron. ¿De veras lo creías tú? Habríanlo hecho si no se hubiera puesto de parte mía un soldado francés, llamado Molichard, que es buen hombre y un tanto borracho. Como éramos amigos y habíamos bebido tantas copas juntos, se dio sus mañas, y sacándome del calabozo me puso salvo, aunque no sano, en la puerta de Zamora. ¡Pobre Molichard, tan borracho y tan bueno! Cipérez el rico no olvidará su generosa conducta.
-Señor Cipérez -dije al leal salamanquino-, yo voy a Salamanca y no tengo carta de seguridad. Si su merced me proporcionara una...
-¿Y a qué vas a allá?
-A vender estas verduras -repuse mostrando mi pollino.
-Buen comercio llevas. Te lo pagarán a peso de oro. ¿Llevas lo que ellos llaman jericó?
-¿Habichuelas? Sí. Son de Castrejón.
El aldeano me miró con atención algo suspicaz.
-¿Sabes por dónde anda el ejército inglés? -me preguntó clavando en mí los ojos-. Por la uña se saca al león...
-Cerca está, señor Cipérez. ¿Conque me da su merced la carta de seguridad?...
-Tú no eres lo que pareces -dijo con maliciael aldeano-. ¡Vivan los buenos patriotas y mueran los franceses, todos los franceses, menos Molichard, a quien pondré sobre las niñas de mis ojos!
-Sea lo que quiera... ¿me da su merced la carta de seguridad?
-Baltasarillo -gritó Cipérez- llégate aquí.
Del grupo de los jugadores salió un joven como de veinte años, vivaracho y alegre.
-Es mi hijo -dijo el charro-. Es un acero... Baltasarillo, dame tu carta de seguridad.
-Entonces...
-No, no vayas mañana a Salamanca. Vuelve conmigo a Escuernavacas. ¿No dices que tu madre quedó muy triste?
-Madre tiene miedo a las moscas; pero yo no.
-¿Tú no?
-Por miedo de gorriones no se dejan de sembrar cañamones -replicó el mancebo-. Quiero ir a Salamanca.
-A casa, a casa. Te mandaré mañana con un regalito para el señor Molichard... Dame tu carta.
El joven sacó su documento y entregómelo el padre diciendo:
-Con este papel te llamarás Baltasarillo Cipérez, natural de Escuernavacas, partido de Vitigudino. Las señas de los dos mancebos allá se van. El papel está en regla y lo saqué yo mismo hace dos meses, la última vez que mi hijo estuvo en Salamanca con su hermana María, cuando la fiesta del rey Copas.
-Pagaré a su merced el servicio que me ha hecho -dije echando mano a la bolsa, cuando Baltasarito se apartó de mí.
-Cipérez el rico no toma dinero por un favor -dijo con nobleza-. Creo que sirves a la patria, ¿eh? Porque a pesar de ese pelaje... Tan bueno es como el rey y el Papa el que no tiene capa... Todos somos unos. Yo también...
-¿Cómo recibirán estos pueblos al lord cuando se presente?
-¿Cómo le han de recibir...? ¿Le has visto? ¿Está cerca? -preguntó con entusiasmo.
-Si su merced quiere verle, pásese el miércoles por Bernuy.
-¡Bernuy! Estar en Bernuy es estar en Salamanca -exclamó con exaltado gozo-. El refrán dice: «Aquí caerá Sansón»; pero yo digo: «Aquí caerá Marmont y cuantos con él son». ¿Has visto los estudiantes y los mozos de Villamayor?
-No he visto nada, señor.
-Tenemos armas -dijo con misterio-. Ténganos el pie al herrar y verá del que cojeamos... Cuando el lordnos vea...
Y luego, llevándome aparte con toda reserva, añadió:
-Tú vas a Salamanca mandado por el lord, ¿eh?... como si lo viera... No haya miedo. El que tiene padre alcalde, seguro va a juicio. Bien, amigo... has de saber que en todos estos pueblos estamos preparados, aunque no lo parece. Hasta las mujeres saldrán a pelear... Los franceses quieren que les ayudemos, pero lo que has de dar al mur dalo al gato, y sacarteha de cuidado. Yo serví algún tiempo con Julián Sánchez, y muchas veces entré en la ciudad como espía... Mal oficio... pero en manos está el pandero que lo saben bien tañer.
-Señor Cipérez -dije-. ¡Vivan los buenos patriotas!
-No esperamos más que ver al inglés para echarnos todos al campo con escopetas, hoces, picos, espadas y cuanto tenemos recogido y guardado.
-Y yo me voy a Salamanca. ¿Me dejarán trabajar en las fortificaciones?
-Peligrosillo es. ¿Y el látigo? Quien a mí me trasquiló, las tijeras le quedaron en la mano... Pero si ahora no trabajan los aldeanos en los fuertes.
-¿Pues quién?
-Los vecinos de la ciudad.
-¿Y los aldeanos?
-Los ahorcan si sospechan que son espías. Que ahorquen. Al freír de los huevos lo verán, y a cada puerco le llega su San Martín... Por mí nada temo ahora, porque en salvo está el que repica.
-Pero yo...
-Ánimo, joven... Dios está en el cielo... y con esto me voy hacia Valverdón, donde me esperan doscientos estudiantes y más de cuatrocientos aldeanos. ¡Viva la patria y Fernando VII! ¡Ah! por si te sirvo de algo, puedes decir en Salamanca que vas a buscar hierro viejo para tu señor padre Cipérez el rico... adiós...
-Adiós, generoso caballero.
-¿Caballero yo? Poco va de Pedro a Pedro... Aunque las calzo no las ensucio... Adiós, muchacho, buena suerte. ¿Sabes bien el camino? Por aquí adelante, siempre adelante. Encontrarás pronto a los franceses; pero siempre adelante, adelante siempre. Aunque mucho sabe la zorra, más sabe el que la toma.
Nos despedimos el bravo Cipérez y yo dándonos fuertes apretones de manos, y seguí a buen paso mi camino.