La Casa de los Sueños: Capítulo 12

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<< Autor: Rubén Hernández Herrera
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―Perdóname por dejarte con la cena, en serio, se me pasó―, ―sí ya se que se te pasó, siempre es lo mismo, no se que mosca te picó, pero ya no le muevas, mira, así, sin hablarnos estamos mejor, en cierta forma, así te quiero más, no es que te quiera mucho, te quiero más―, dijo sonriendo, como hacía mucho no lo hacía, ―¿sabes? después de todo no eres tan malo, sólo eres insoportable, y así, sin hablarnos no se te nota tanto, pero empezar de vuelta me cuesta mucho trabajo, en serio, ya estoy acostumbrada a que te hagas de cenar, veo mis programas de televisión, salgo con mis amigas, siento que hasta te quiero más de lo que mis amigas quieren a sus esposos, que andan con tantos arrumacos, sólo un favor, no le cambies, me podrías caer gordo. De veras, cuando platicamos en las reuniones eres simpático, inteligente, amable, hasta galante e interesante, claro, todo es quedarnos a solas te vuelves lo que eres, alguien que no se aguanta a sí mismo, pero yo te entiendo, debe de ser una carga terrible, por otra parte, no te apures por lo que te dije del divorcio, soy tan pendeja que me entraría el amor por ti, y eso ya me da mucha hueva, la verdad, mejor vamos a llevárnosla así, que le vamos a hacer, es nuestra forma de ser felices―.

Manuel se le quedó viendo, se acordó de aquellos tiempos en que siquiera peleaban, por lo menos había diálogo, recordó lo que don Lupe había dicho, un alma estable, pero sin luz, había que cambiar, volverlo una relación inestable, pero luminosa, al día siguiente le compró un hermoso brazalete de esmeraldas y se lo dejó en su cuarto con una botella medio servida de champaña, el resto se la sirvió en la sala, junto al televisor viendo el futbol americano de los lunes por la noche, ella salió con la copa, divertida dio un trago mientras miraba el brazalete, tiempo después le decía al oído, ―no lo eches todo a perder, ya no podría vivir dependiendo de ti, dijo mientras lo abrazaba―…


Gago se desdobló cuando estaba todo tranquilo, sólo estaba la enfermera dormida sobre su codo, recargada en el brazo del sofá verde, veía todo claramente, sabía que no era todavía hora del viaje, aunque sintió un gran deseo de salir por la ventana, donde se notaba un túnel y una presencia, se veía a sí mismo, lo pequeño que estaba, él que había sido alto. No se había dado cuenta de que estaba tan calvo, sus brazos tan delgados, ya era poca la diferencia con un muerto, cómo se le había ido la vida, su esposa estaba en el cuarto vecino, ella estaba inconsciente desde hace dos semanas, la sostenían con la esperanza de que él muriera antes, el que aguantara mas se quedaba con el dinero para sus parientes, se le quedó viendo, sus mejores años fueron los primeros y los últimos, ella le había aguantado todas sus infidelidades, al final era como un niño, su amor había crecido cuando se daban cuenta que se habían querido, y que sólo quedaban ellos, para cuidarse, para llegar hasta el final. Ahora que estaba inconsciente podía arreglar todos sus pendientes sin hacerla sufrir…


Luis conoce en el golf al director comercial de una cadena de autoservicios, le ofrece sus cajas fuertes, en el mismo foursome va el director de la una compañía que complementa los servicios de sus cajas, de inmediato se ve la posibilidad de hacer negocio juntos.

Luis vende la casa de Chapala, paga sus tarjetas, cubre un faltante de la hipoteca de la casa. Tiempo después llegó a su casa anunciando que ya la había vendido, su hija le reclamó; su hijo le reprendió groseramente.

Había llevado su coche al taller, tomó un taxi para recogerlo. Luis llega al taller del maestro Sandoval, tiene que pasar por el estrecho espacio que queda entre una columna cuadrada de cemento, en algún tiempo pintada de blanco y ahora impregnada por innumerables manchas de grasa y un coche en reparación, teniendo cuidado de no manchar sus zapatos con la grasa que está por todas partes en la tierra mezclada con aceite quemado, localiza al maestro mecánico después de responder éste con un chiflido al llamado de su ayudante, Luis avanza hasta ver que el señor Sandoval sale de la parte de abajo de su coche, sólo protegido de la suciedad del suelo por un cartón obtenido de una caja de filtros Gonher. ―¿Qué pasó jefe, ya ocupa su coche?, no crea que no le hemos dado, lo que pasa es que trai sus detallitos y no ha quedado como me gusta dejarlos, al mero tiro―, ―Maestro, me dijo que ya me arrancara por él, que con toda seguridad estaba a las doce del día, son las cinco de la tarde―, ―usted ve patroncito que no le hemos dejado de dar, no queda por uno―, ―maestro, me vine en taxi, ¿ahora que voy a hacer?―, ―¿para que se preocupa?, ya sabe que aquí tiene a su maestro que no lo deja morir solo, mire, llévese mi coche, ocúpelo el tiempo que quiera, anda de taxi, nada más que no le he renovado el permiso, pero está buenísimo―, ―no maestro, no la amuele―, ―lléveselo patroncito, me lo devuelve mañana, ¿o qué, le da pena? ―, dijo el maestro mientras le extendía un llavero con un caracol en acrílico traído de Mazatlán con una llave cuadrada, otra redonda para la cajuela y una más pequeña para el tanque de gasolina.

El hijo de Luis creía que ya había vendido su coche, ―bueno, ahora sí, dime como nos haces quedar con nuestros amigos, mejor vámonos a vivir a otra parte, de plano así no, sólo falta que no nos puedas pagar el Tec….―, la esposa le reprende por cancelarle las tarjetas de crédito, su hija por negarle dinero para ir a Houston con sus amigas. Hay una boda próxima, le reclaman el haber vendido la casa antes de la boda, ya tenían invitados.