La Chapanay: XI

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La Chapanay de Pedro Echagüe
XI

XI


Entre las familias con las cuales el general San Martín mantuvo alguna intimidad en los días en que su genio laborioso preparaba en Mendoza el paso de los Andes, se encontraba la del señor Bustillo, persona de gran fortuna y acendrado patriotismo. Tenía, este señor, un hijo llamado Eladio, de veintitantos años de edad, gallarda figura y regular instrucción adquirida en un colegio de España, adonde niño todavía, lo envió su padre. San Martín, que frecuentaba la casa de Bustillo, le tomó afecto al muchacho, y quiso aprovechar ciertas aptitudes que éste demostraba, colocándolo en la Maestranza del ejército en organización, y abriéndole así un camino en la carrera militar. Pero sus esperanzas y buenas intenciones quedaron defraudadas. Bien pronto se supo que Eladio se encontraba bajo el absoluto dominio de la hija de un acérrimo realista español, la cual, inducida por su padre, pensaba valerse del muchacho para obtener informaciones secretas sobre los preparativos del ejército patriota.

Se comprobó luego que, en efecto, el teniente Eladio Bustillo ensayaba tener al corriente al padre de su amada, residente en Chile, y agente conocido del ejército realista, del estado de nuestro armamento, del grado de nuestra preparación militar y de los planes de nuestro general. Las pruebas que contra el espía se obtuvieron eran abrumadoras, pues se trataba nada menos que de cartas de su puño y letra, llena de inventarios, informes y pormenores relativos a la Maestranza, es decir, al punto sobre el que convenía guardar más estricto secreto. Felizmente, esta correspondencia había sido interceptada por las guardias que San Martín tenía apostadas en los pasos de la cordillera.

Presentóse cierta mañana el general San Martín en casa del señor Bustillo. Su aire de gravedad y de reserva, impresionó a la familia que lo había recibido con la afabilidad acostumbrada.

-Vengo -dijo encarándose con el señor Bustillo, y rehusando la silla que se le ofrecía- a hablar con usted de un asunto en extremo delicado. Una nube de inquietud pasó por el espíritu del padre de Eladio.

-Ante todo -continuó San Martín- y para evitarme penosas explicaciones, sírvase leer usted esta carta.

Era una de las que habían sido interceptadas, y ponían de manifiesto las terribles responsabilidades de espía en que estaba incurriendo el joven Bustillo. Quedó el padre herido como del rayo ante aquella oprobiosa revelación, que hacía a su hijo pasible de una inmediata pena de muerte con ignominia, y la madre presente en la escena, se echó a llorar desesperadamente.

-En homenaje a la amistad que profeso a ustedes -siguió el general, y en homenaje sobre todo al patriotismo ardiente y abnegado de que tiene usted, señor Bustillo, dadas tantas y tantas pruebas a la causa de nuestra patria, he querido venir yo mismo a advertirle de la traición de su hijo. He hecho algo más. He mantenido hasta ahora en reserva esta correspondencia, para evitarles a ustedes la vergüenza pública. Pero, sobre mí deber de amigo está mi deber de militar, y voy a ordenar la prisión del teniente Eladio Bustillo, para someterlo a un Consejo de Guerra.

Hecha esta declaración, San Martín estrechó en silencio las dos manos del señor Bustillo, se inclinó con respeto ante la señora y se retiró.

No es necesario pintar la desolación y la angustia de los padres después de esta entrevista. La madre, ¡madre al fin! no pensó sino en salvar a su hijo, y se echó ella misma a la calle a buscarlo e incitarlo a fugar. Tuvo la suerte de encontrarlo, y el amor maternal que sabe hacer milagros, desplegó tal actividad, que dos horas después, y antes de que la fatal orden del general hubiera sido dada, Eladio Bustillo salía sigilosamente, bien montado, bien provisto de dinero y convenientemente disfrazado, con rumbo a las Sierras de Córdoba.

La noticia de su traición no se divulgó en el ejército, pues el general siguió manteniendo en reserva los documentos que la comprobaban. Ella no perjudicó, por otra parte, al ejército patriota, pues ya se ha dicho que las correspondencias del traidor no llegaron jamás a su destino. En cuanto a la brusca desaparición de éste, causó extrañeza, pero la febriciente actividad de aquellos días, hizo que pronto se la olvidara.

Nunca más volvieron a tener noticias de su hijo los señores Bustillo. Y cuando vieron que el general San Martín no tomaba medidas contra el prófugo, no ordenaba su proceso, ni revelaba las terribles piezas de acusación que contra él poseía, comprendieron la generosidad y la nobleza de la advertencia que había ido a hacerles la mañana aquella... No queriendo conservar en su ejército un elemento semejante; no queriendo tampoco agobiar de vergüenza la ancianidad y el puro nombre de los señores Bustillo, y no habiendo tenido consecuencias la traición del miserable, dio el paso que se ha visto ante sus amigos, para conciliarlo todo sin faltar a su deber de militar.

¡Bien sabía él de lo que el amor de la madre sería capaz!