La Cueva de la Riva, los Milagros de Rata y las Salinas de Saelices (término de Cifuentes)

De Wikisource, la biblioteca libre.
Excursiones por la provincia de Guadalajara. La Cueva de la Riva, los Milagros de Rata y las Salinas de Saelices. III (15 jun 1906)
de Celso Gomis
Nota: Celso Gómis «Excursiones por la provincia de Guadalajara. La Cueva de la Riva, los Milagros de Rata y las Salinas de Saelices. III» (15 de junio de 1906) El Briocense, Brihuega, nº 43, p. 2.
Excursiones por la provincia de Guadalajara
La Cueva de la Riva, los Milagros de Rata y las Salinas de Saelices
(TERMINO DE CIFUENTES)
III

Encontrándome en La Loma, lugar situado entre los ríos Ablanque y Ablanquejo, aprovechando la huelga forzosa que me obliga a hacer la lluvia, me dedico á visitar algunas curiosidades de estos alrededores.
Siguiendo el camino lleno de barro de La Vega, cruzo la rambla de la Riva de Saelices y entro en este pueblo, situado en la confluencia de dicha rambla con el Ablanquejo. Nace la primera en los pinares de Rata, y el segundo, cuyas aguas son muy salobres, tiene su origen un poco más arriba de las salinas de Saelices. Entre La Loma y La Riva hay solo unos tres kilómetros.
Mientras mi guía busca linternas para poder visitar la cueva, subo á la iglesia, que domina el cerro en que se levanta el pueblo. En la parte oriental de este cerro recojo algunos bonitos ejemplares de la caliza prismática exagonal conocida con el nombre de Aragonito.[1]
Provistos ya de linternas, salgo del pueblo y me dirijo á la cueva, situada en la margen izquierda de la rambla, á la entrada del Estrecho.
Antes de llegar á ella empiezan á encontrarse esquistos silúricos negros (pizarras), que abundan mucho en determinadas comarcas de esta provincia, tanto que en la estación de Jadraque suelen facturarse anualmente, con destino á Madrid, unas 300.000 procedentes de Prádena, Narros, Atienza y Miñosa.[2]
Observo también la existencia de yesos rojos con jacintos de Compostela, en un todo iguales á los de las salinas de Ocentejo, yesos que he visto asimismo en el cerro que sirve de asiento al pueblo de La Loma.
Delante de la cueva, abierta en terreno calcáreo, hay muchos cimientos de piedra en seco, entre los cuales encuentro algunos fragmentos de bocas de jarra que me parecen romanos. Encima de aquélla, hay las ruinas de un torreón, que son también de piedra sin mortero. Los habitantes del país dan á este sitio el nombre de Los Casares.
La entrada de la cueva es muy espaciosa y encierran en ella un rebaño de ovejas. A derecha é izquierda se ven algunos agujeros pequeños, tapados con piedras, sin duda para que las ovejas no se metan por ellos; pero la boca que sirve de entrada á la cueva principal está descubierta, á pesar de lo cual no se ven en ella excrementos de oveja más que en los primeros quince ó veinte metros.
Al principio la galería es estrecha y baja y es menester bajar la cabeza para pasar por ella. El suelo está cubierto de lodo y las paredes laterales son húmedas, negras y resbaladizas. A los pocos pasos doy un resbalón y se me vierte el aceite de la linterna. Este accidente desbarata todo mi plan.
Me habían dicho que nadie había podido llegar al final de esta cueva; que los más atrevidos habían llegado hasta un punto que estaba lleno de huesos, y que la vista de éstos, así como el gran número de culebras que estaban enroscadas en las paredes,[3] les había atemorizado y hecho volver atrás. Mi propósito era haber avanzado hasta consumir el aceite de una de las dos linternas, reservando la otra para la salida. Ahora ya no podía ir tan lejos.
A unos treinta pasos de la entrada se puede ya levantar la cabeza, pues la galería va siendo, cada vez más alta y de vez en cuando está interrumpida por espacios más anchos en cuyos rincones hay muchas y caprichosas estalactitas, de color negro, color que por cierto, no es debido al humo de las antorchas ó de las teas como las de algunas otras cuevas. Las estalagmitas no presentan la forma mamelonada que caracteriza á la mayoría de las de las otras grutas, sino que son cilindricas ó ligeramente cónicas terminadas en su parte superior por una superficie plana. Hay algunas bastante grandes que tienen la misma forma que los guardarruedas que hay en las carreteras.
He roto algunas estalactitas y estalagmitas y su color interior es casi siempre plomizo y negruzco. El carbonato de cal de que están formadas, está completamente desprovisto de aquella blancura que suele caracterizar á la caliza concrecionada.
A unos cien metros de la entrada desaparecen las estalactitas y solo se ven rocas peladas que no son ya tan húmedas como las que quedan atrás.
Esta cueva es muy accidentada. Tan pronto tiene uno que subir por encima de montones de estalagmitas, como se ha de doblar el cuerpo para poder pasar por debajo de los arcos formados por las estalactitas.
Recorro así unos doscientos metros y vuelvo atrás siguiendo el rastro de paja que he tenido la precaución de hacer dejar por el guía á medida que íbamos avanzando. Esta precaución es indispensable para no extraviarse en cuevas poco exploradas ó que tengan varias ramificaciones.
Esta cueva dista unos dos kilómetros de la Riva de Saelices y no la he visto citada en ninguna obra.[4]
Salgo de la cueva, monto á caballo y emprendo la marcha por el camino de Rata, que se puede decir que pasa por dentro de la rambla, tantas son las veces que hemos de cruzarla en los tres kilómetros que median entre aquella y Los Milagros.
Desde el momento en que se penetra en el Estrecho, cambia completamente el terreno: el ancho y verde valle que se extiende desde La Loma á La Riva y hasta Los Casares, se transforman en un desfiladero; las calizas, los yesos y las arcillas desaparecen y son sustituidos por areniscas rojas, de grano más ó menos grueso, que en algunos puntos pasan á ser conglomerados; los sembrados de la vega son reemplazados por raquíticos pinares y algunas estepas.
De pronto, en una de las revueltas de la rambla, se me presentan á poca distancia Los Milagros de Rata, tres altas rocas aisladas en la cumbre de una de las estribaciones que forman la vertiente izquierda de la rambla, y que son una buena prueba de la fuerte denudación que ha experimentado este terreno. La de la izquierda es cilindrica y tiene la forma de una torre; la del medio es estrecha y parece un pan de azúcar; la de la derecha es baja y gruesa y viene á ser un cono truncado. Todas ellas están coronadas por fragmentos de roca.
Tomo un ligero croquis de tan curiosas rocas, almuerzo al pie de una de ellas, y, volviendo hacia el estrecho, me dirijo á Saelices cruzando ios campos.
Al pasar por Las Mimbreras de La Riva hago gran acopio de bonitos cristales de aragonito rojo y blanco, que abundan mucho en aquel sitio.
Después de cruzar dos veces el Ablanquejo al lado de otros tantos molinos, llego á Saelices, pueblo pequeño;[2] como todos los de esta comarca, pero en el que se encuentran ciertas comodidades, debido sin duda á haber sido habitado durante mucho tiempo por los empleados de las salinas que aquí poseía el Estado.
Visito al médico D. Pedro López, que me recibe con muchísima amabilidad, y. acompañado de él, de su padre D. Juan, antiguo dueño de las salinas, y de D Fabián Hernando, su actual administrador, paso á visitarlas.
Distan unos doscientos metros del pueblo. Por el camino veo una cigüeña que se pasea majestuosamente junto á unos corderos. Los habitantes de este país profesan una especie de veneración á estas zancudas, por el bien que hacen á la agricultura. ¡Así hiciesen lo mismo con muchas otras aves no menos útiles al agricultor que las cigüeñas! Al pasar por La Riva he visto también un enorme nido de estas aves.
Las salinas de Saelices son mucho más importantes que las del Pocillo, de Ocentejo, por más qué el agua de aquéllas no esté tan saturada de sal como la de éstas. Se encuentran enmedio de yesos rojos que contienen pequeños cristales de jacintos de Compostela y de diamantes de San Isidro. El agua de estas salinas se extrae por medio de noria y su producción anual es de unos 14.000 quintales.
D. Pedro López me llama la atención hacia una fuente de agua sulfurosa y otra de agua potable que brotan del suelo entre los depósitos de agua salada.
En la cumbre de la ladera izquierda del Ablanquejo, y encima mismo de las salinas, hay una roca caliza aislada conocida con el nombre de El Picacho, pero es mucho menos notable que el Picacho del Molino, de Carrascosa de Tajo, y que el Tinderón, de Canales del Ducado.
Siendo ya tarde, me despido de los señores que me acompañan y me vuelvo á La Loma, de la que me separan unos cinco kilómetros, llegando á ella á las seis y media de la tarde, muy satisfecho de mi excursión, pero algo mojado á causa de la llovizna que me ha acompañado durante una buena parte de ella.
Celso Gómis.
28 de Febrero de 1881.

  1. Debe este nombre á la circunstancia de haber sido encontrado por primera vez en Molina de Aragón, donde abundan mucho esta clase de cristales. Más tarde los he encontrado en mucha mayor abundancia y de más gran tamaño en el Cerro del Yeso, entre el Monasterio de Piedra y Monterde, provincia de Zaragoza.
  2. 2,0 2,1 Reseña geológica de la provincia de Guadalajara, por D. Salvador Calderón.
  3. Deben ser ammonites, pues abundan mucho en las calizas jurásicas y cretáceas de esta localidad.
  4. D. Casiano de Prado, en su Descripción física y geológica de la provincia de Madrid, cita cuatro cuevas de la provincia de Guadalajara, á saber: las de Congostrina, Congosto, Alpedrete y Tamajón.
    D. Carlos Castel, Ingeniero de montes de esta provincia, cita las de Congosto y Tamajón, y además las de Bonaval, Muriel y Checa.