La Eneida (Wikisource tr.)/VI

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​La Eneida​ de Virgilio
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Libro VI

Libro VI

1. Así dice entre lágrimas y da rienda suelta a la flota
2. y finalmente se desliza desde Cumas hacia las playas eubeas.
3. Vuelven las proas de cara al mar; entonces con su diente tenaz
4. las naves sujetaban el ancla y las corvas popas
5. cubren la ribera. El tropel de jóvenes bulle ardiente
6. a la playa de Hesperia; una parte busca semillas de la llama
7. oculta en las venas del sílex, otra parte se adentra
8. en los bosques, densa morada de las fieras y muestra de los ríos encontrados.
9. Sin embargo, el piadoso Eneas busca la alta cumbre
10. en la que preside Apolo y la enorme cueva lejana y secreta
11. de la horrenda Sibila, a quien el adivino Delio le inspira
12. la gran mente y el ánimo y les descubre el futuro.
13. Ya ascienden los bosques de Trivia y los áureos techos.
14. Dédalo, según es la fama, huyendo de los reinos de Minos
15. se atrevió a lanzarse al cielo con sus veloces alas
16. por un camino no usado y escapó hacia las gélidas Osas,
17. y suave finalmente se posó sobre la roca Calcídica.
18. Tan pronto como hubo regresado a estas tierras te consagró, Febo,
19. Los remos de sus alas y te alzó un enorme templo.
20. En sus puertas están la muerte de Andrógeo; entonces las Cecrópidas
21. Obligados a entregar todos los años (¡Qué desgracia!) en castigo
22. los siete cuerpos de sus hijos; se encuentra allí la urna con las suertes echadas.
23. La tierra Cnosia corresponde enfrente asomada en el mar:
24. aquí el cruel amor del toro y unida a él a escondidas
25. Pasífone, y el linaje mezclado y la prole biforme
26. ahí está el Minotauro, recuerdos de una Venus infame;
27. aquí aquel laborioso hogar y error intrincado;
28. pero en efecto, compadecido del gran amor de tu reina
29. el propio Dédalo le resuelve las trampas del edificio y sus idas y venidas,
30. guiando con el hilo sus ciegos pasos. Tú también
31. tendrías una gran parte en tan gran obra, Ícaro, si el dolor lo hubiera permitido.
32. Había intentado dos veces de cincelar en oro tu caída,
33. las dos veces los remos del padre cayeron. Todo, punto por punto,
34. lo habrían recorrido con los ojos, si Acates, enviado por delante,
35. no hubiera vuelto ya y a la vez la sacerdotisa de Febo y Trivia,
36. Deífobe, la hija de Glauco, que le dice tales cosas al rey:
37. “Éste no es momento para ti de mirar esas escenas;
38. ahora sería mejor sacrificar siete novillos de un rebaño intacto,
39. y otras tantas ovejas escogidas según la costumbre.”
40. Con tales palabras se dirigió a Eneas (y los hombres
41. no demoran las sagradas órdenes) y la sacerdotisa convoca a los teucros al alto templo.
42. El inmenso flanco de la roca eubea está excavado en forma de caverna
43. al que conducen cien amplias puertas, cien bocas,
44. de donde salen otras tantas voces, respuestas de la Sibila.
45. Había llegado al umbral cuando la virgen dice: “Es el momento
46. de pedir tus hados; ¡El dios, mira, el dios!” Ésta, mientras decía tales cosas
47. ante las puertas, de pronto, ni su rostro, ni el color,
48. ni su compuesta cabellera permanecen iguales; sino que su pecho anhelante
49. y su corazón se hinchan de fiera rabia, parecía más grande
50. y no sonaba como una mortal, pues estaba inspirada por el
51. numen del dios, ya más cerca. “¿Te retrasas en promesas y plegarias,
52. troyano Eneas?” Dijo “¿Te retrasas? Y en efecto antes no se abrirá
53. las grandes puertas de esta atónita casa.” Y tras decir tales cosas
54. se quedó callada. Un gélido temblor recorrió a los teucros
55. por sus duros huesos, y el rey difunde plegarias desde lo profundo de su pecho:
56. “Febo, que siempre te apiadaste de los graves sufrimientos de Troya,
57. que dirigiste los dardos dardanios y la mano de Paris
58. contra el cuerpo del Eácida, he cruzado tantos mares
59. que circundan grandes tierras y hasta los
60. apartados pueblos de los Masilos y los campos tendidos delante de las Sirtes:
61. Ya hemos atrapado al fin las huidizas costas de Italia.
62. ¡Ojalá nos haya seguido la fortuna de Troya sólo hasta aquí!
63. Es justo que vosotros también perdonéis ya al linaje de Pérgamo,
64. todos los dioses y diosas, a los que les estorbó Ilión y la
65. ingente gloria de Dardania. Y tú, santísima adivina,
66. conocedora del porvenir, concédeme (no pido
67. reinos indebidos a mis hados) asentar a los teucros en el Lacio
68. y a los dioses errantes y los agitados númenes de Troya.
69. Entonces consagraré a Febo y a Trivia un templo
70. de sólido mármol y unas fiestas con el nombre de Febo.
71. También a ti te aguardan grandes santuarios en mis reinos:
72. pues yo aquí depositaré tus suertes y los arcanos destinos
73. dictados a mi pueblo, y te consagraré, madre (nutricia)
74. varones escogidos. No confíes tus augurios sólo a las hojas,
75. que no vuelen revueltas como juguetes en los rápidos vientos;
76. tú misma cántalos, te lo ruego.” Y su boca terminó de hablar.
77. Sin embargo sin someterse aún la adivina de Febo
78. vaga como una bacante, terrible, por la curva, por si puede sacudirse
79. al dios de su pecho; y aquél tanto más fatiga
80. su boca rabiosa, domando su fiero corazón, y lo moldea oprimiéndolo.
81. Y ya se han abierto las cien enormes puertas
82. por su cuenta y llevan las respuestas de la adivina a través de las brisas:
83. “Tú, que finalmente tras haber superado los grandes peligros en el mar
84. (aunque te aguarden en tierra más graves), los Dardánidas
85. llegarán a los reinos lavinios (saca esta preocupación de tu pecho),
86. pero también no querrán haber llegado. Guerras, horrendas guerras
87. estoy viendo y al Tíber espumante con mucha sangre.
88. No te faltarán ni un Simunte ni un Janto ni el campamento dorio;
89. ya ha surgido en el Lacio otro Aquiles,
90. nacido éste también de una diosa; ni faltará Juno
91. siempre en contra de los teucros, cuando tú suplicante en las desgracias
92. ¡A qué pueblos o qué ciudades de Italia no habías orado!
93. La causa de tan gran mal será de nuevo la esposa huésped de los teucros
94. y de nuevo unos lechos extranjeros.
95. No cedas tú a estos males, sino que ve más audaz en su contra,
96. por donde te lo permita tu Fortuna. El primer camino de tu salvación
97. (lo que mínimamente creerías) se te abrirá por una ciudad griega.”
98. Con tales palabras la Sibila de Cumas vaticina desde el templo
99. horrendos enigmas y resuena en la cueva,
100. envolviendo la verdad en oscuridades: Apolo sacude
101. las riendas de su locura y aguija los estímulos bajo su pecho.
102. Tan pronto como el furor cesó y se apacigua su rabiosa boca,
103. comienza el héroe Eneas: “Ninguna labor,
104. virgen, se me alza con apariencia nueva o inesperada;
105. todo lo he probado y recorrido antes con mi ánimo.
106. Sólo esto te pido: como se dice que aquí se encuentra la puerta
107. del rey infernal y la tenebrosa laguna en que refluye el Aqueronte,
108. poder llegar a la vista de mi querido padre y que pueda tocar
109. su rostro; que me enseñes el camino y me abras las puertas sagradas.
110. Yo a través de las llamas y mil dardos que le seguían,
111. lo rescaté sobre mis hombros y lo libré de en medio del enemigo;
112. aquél, siguiendo mi camino, soportaba conmigo
113. todos los mares y todas las amenazas del piélago y el cielo,
114. sin aliento, más allá de sus fuerzas y la suerte de su senectud (edad).
115. Y es más, que él mismo me pedirá que yo suplicante, acudiera a ti y a tus umbrales,
116. él mismo en sus ruegos me lo ordenaba. Te ruego que
117. te apiades del hijo y del padre, alentadora (pues tú lo puedes todo,
118. y no en vano Hécate te encargó de los bosques del Averno),
119. si Orfeo pudo rescatar los manes de su esposa
120. valiéndose de la citara tracia y sus cánoras cuerdas,
121. si Pólux recobró a su hermano con una muerte alterna
122. y anda y desanda tantas veces ese camino. ¿A qué, Teseo, a qué
123. recordaré al gran Alcides? También mi linaje procede del supremo Júpiter”
124. Con tales palabras oraba y abrazaba los altares,
125. cuando así comenzó a hablar la adivina: “Nacido de sangre de dioses,
126. troyano Anquisíada, el descenso al Averno es fácil:
127. de noche y de día está abierta la puerta del negro Dite;
128. pero devolver los pasos y evadir las altas brisas,
129. ese trabajo , aquí está la dificultad. Unos pocos a los que amó el justo
130. Júpiter o su ardiente valor los alzó hacia el éter,
131. lo consiguieron, hijos de dioses. En medio del camino todo lo ocupan los bosques
132. y el Cocito lo rodea cayendo con su negro cauce.
133. Pero si es tan grande el amor de tu mente, si es tan grande tu deseo
134. de cruzar dos veces los lagos Estigios, de ver dos veces los oscuros
135. Tártaros, y te agrada emprender una labor insana,
136. escucha antes lo que has de hacer. En un árbol opaco se esconde
137. la rama de oro en las hojas y en el flexible tallo,
138. que se dice que está consagrado a Juno infernal; a ésta la cubre todo
139. el bosque y la encierran las sombras en oscuros valles.
140. Pero no se permite bajar a los secretos de la tierra
141. a nadie antes de que haya cortado los retoños del árbol de cabellos dorados.
142. La hermosa Proserpina decidió que se llevara este presente.
143. Cortado el primero no falta otro
144. de oro, y el tallo florece con el mismo metal.
145. Así que busca atentamente con tus ojos y cógela con tu mano
146. ritualmente cuando la encuentres; pues él te seguirá con gusto y fácilmente
147. si te llaman los hados; de otra forma no podrías vencer ni
148. con todas tus fuerzas ni arrancarla con duro hierro.
149. Además, el cuerpo de tu amigo yace exánime
150. (¡ay! lo desconoces) y con su funeral inficiona la flota entera,
151. mientras tú consultas los oráculos y permaneces suspenso en nuestro umbral.
152. Antes colócalo en su sepultura y escóndelo en el sepulcro.
153. Ofrece ovejas negras; sean estas las primeras ofrendas expiatorias.
154. Sólo así verás los bosques estigios y los reinos prohibidos
155. a los vivos.” Dijo y con los labios oprimidos enmudece.
156. Entristecido el rostro y bajando los ojos, Eneas
157. se adelanta dejando la cueva y da vueltas en su
158. ánimo los ciegos sucesos. Su fiel Acates
159. le acompaña y fija sus huellas con iguales preocupaciones.
160. Discurrían entre sí muchas cosas en una variada charla,
161. quién sería el compañero muerto, cuál el cuerpo que debía enterrarse
162. y qué decía la adivina. Y ellos ven en la seca playa,
163. cuando llegaron, a Miseno perecidos de una indigna muerte,
164. a Miseno el eólida, al que ningún otro aventajaba
165. en mover a los hombres con el bronce y encenderlos a Marte con su canto.
166. Éste había sido compañero del gran Héctor, junto a Héctor
167. salía al combate insigne por su lituo y su lanza.
168. Después de que fue vencedor Aquiles, le robó la vida,
169. el héroe valerosísimo se había sumado a los compañeros
170. del dardanio Eneas, no inferior al que seguía.
171. Pero entonces, mientras por casualidad hace resonar el mar con su cóncava concha,
172. fuera de sí, y convoca al combate a los dioses con su canto,
173. lo sorprendió el émulo Tritón, si es digno de creerse,
174. y había sumergido al hombre entre las rocas en la espumosa ola.
175. Así que todos gemían con gran clamor a su alrededor,
176. y en especial el piadoso Eneas. Entonces, sin demora,
177. se apresuraron llorando a cumplir las órdenes de la Sibila y
178. luchan por levantar el ara del sepulcro con troncos y alzarla hacia el cielo.
179. Se adentran en un antiguo bosque, profundo escondrijo de fieras;
180. caen los pinos silvestres, resuena la encina con el golpe de las hachas
181. y rasgan troncos de fresno con cuñas y del hendidizo
182. roble, ruedan montes abajo los ingentes olmos.
183. Y Eneas en medio de tales trabajo anima el primero
184. a sus compañeros y se ciñe con iguales armas.
185. Y él mismo da vueltas a estas cosas en su triste corazón
186. observando el inmenso bosque, y así suplica por azar:
187. “¡Si ahora se nos mostrase aquel ramo de oro
188. en su árbol en este bosque tan grande! Pues ¡ay! todo cuanto
189. te dijo a adivina, Miseno, ha sido demasiado verdadero.”
190. Apenas había dicho esto, cuando por casualidad dos palomas
191. llegaron volando del cielo ante los propios ojos del hombre,
192. y se sentaron en el verde suelo. Entonces el máximo héroe
193. reconoce a las aves de su madre y feliz suplica:
194. “Sed mis guías, si hay algún camino, y dirigid mi rubo
195. por las brisas hacia los bosques donde la preciada rama
196. oscurece el pingüe suelo. Y tú, oh madre divina,
197. no me abandones en estos asuntos dudosos.” Tras haber hablado así detuvo sus pasos
198. observando qué señales les dan, y adónde deciden continuar.
199. Ellas picoteando avanzan volando tanto hasta el punto en
200. que podrían alcanzar los ojos de los que las siguen.
201. Después cuando llegaron a las fauces del Averno de pesado olor,
202. se elevan rápidas y deslizándose por el líquido aire
203. se posan en las sedes deseadas sobre un árbol doble,
204. desde donde refulgió el aura del oro de distinto color por entre las ramas.
205. Tal cual suele en los bosques con el frío invernal
206. reverdecer con nuevas hojas el muérdago, al que no alimenta su propio árbol,
207. y rodear los redondos troncos con su azafranado fruto,
208. tal era el aspecto de las hojas de oro en la opaca
209. encina, así iba restallando su lámina al suave viento.
210. Eneas al instante se lanza y ávido la arranca
211. aunque se resiste, y lo lleva bajo los techos de la adivina Sibila.
212. Y entretanto los teucros no lloraban menos en la playa
213. a Miseno y rendían los últimos honores a la ingrata ceniza.
214. Primero estructuraron una ingente pira pingüe de teas
215. y roble cortado, cuyos laterales entretejen
216. con negras hojas y levantan delante fúnebres
217. cipreses, y la adornan por encima con fulgentes armas.
218. Una parte prepara agua caliente y calderos borboteando por las llamas,
219. y lavan y ungen el helado cuerpo.
220. Se producen gemidos. Entonces colocan los llorados miembros sobre un lecho
221. y encima sus ropas purpúreas, sus conocidas ropas.
222. Otra parte se acercaron al gran féretro,
223. triste menester y vueltos de espaldas según la costumbre de los
224. padres le arrojan una antorcha encendida. Apiladas las ofrendas
225. las queman, el incienso, viandas y las crateras de vertido aceite.
226. Después de que se hubieron caído las cenizas y la llama descansó,
227. lavaron con vino las reliquias y la bebedora brasa,
228. y Corineo guardó los huesos recogidos en una urna de bronce.
229. Él mismo rodeó tres veces a sus compañeros con agua pura
230. esparciéndoles con leve rocío y con la rama del feliz olivo,
231. y purificó a los hombres y les dijo las ultimísimas palabras.
232. Sin embargo, el piadoso Eneas coloca encima un sepulcro de ingente
233. mole y las armas del hombre y su remo y su clarín
234. al pie de un monte aéreo que ahora se llama Miseno
235. por él y tiene a través d ellos siglos un nombre eterno.
236. Hecho esto, se apresura a cumplir los preceptos de la Sibila.
237. Había una profunda caverna imponente por su vasta boca,
238. rasposa, protegida de un lago negro y las tinieblas de los bosques,
239. sobre ella no podía tender impunemente el vuelo
240. con su alas ave alguna: tal era el hálito
241. que esparciéndose por sus oscuras fauces alzaba hacia la bóveda del cielo.
242. [Por eso los griegos designaron al lugar con el nombre de Aornos (sin pájaros).]
243. Aquí dispone primero cuatro novillos de negro lomo
244. y va vertiendo la sacerdotisa vino en sus frentes,
245. y cortando entre medio de las astas las puntas de las cerdas
246. las echa a los fuegos sagrados, primeras ofrendas,
247. invocando con su voz a Hécate, poderosa en el cielo y en el Érebo.
248. otros hincan los cuchillos por debajo y recogen
249. la tibia sangre en páteras. El propio Eneas hiere con su espada
250. a una cordera de negro vellocino en honor de la madre de las Euménides
251. y a su gran hermana, y para ti, Proserpina, una vaca estéril;
252. Entonces inaugura los altares nocturnos al rey estigio
253. y pone sobre las llamas las entrañas completas de los toros,
254. derramando sobre las ardientes entrañas un pingüe aceite.
255. De repente, a los umbrales del primer sol y el orto
256. el suelo comienza a mugir bajo sus pies y las cimas de los bosques
257. comenzaron a moverse, y les pareció ver a las perras aullar por la sombra
258. según se acercaba la diosa. “Lejos, quedaos lejos, profanos.”
259. exclama la adivina, “y alejaos del bosque entero;
260. y tú emprende el camino y saca el hierro de su vaina:
261. Ahora, Eneas, es necesario valor, ahora un ánimo firme.”
262. Sólo esto hubo dicho fuera de sí y se adentró por la abertura de la cueva;
263. él no tímido iguala con sus pasos a la guía que escapaba.
264. ¡Dioses a quienes pertenece el dominio de las almas y silenciosas sombras
265. y Caos y Flegetonte, callados lugares en la amplia noche,
266. séame permitido decir lo que oí, pueda con vuestro numen
267. revelar los secretos inmersos en la calígine y en la profunda tierra!
268. Iban oscuros a través de la sombra bajo la solitaria noche
269. y a través de las casas vacías de Dite y sus inanes reinos:
270. cual el camino bajo una luz maligna avanza con una luna incierta
271. en los bosques, cuando Júpiter ocultó el cielo
272. con la sombra, y la negra noche arrebató el color a las cosas.
273. Ante el propio vestíbulo y en las primeras fauces del Orco
274. el Luto y las Preocupaciones vengadoras colocaron sus cubiles,
275. y allí habitan los pálidos Morbos y la triste Senectud,
276. y el Miedo y el Hambre, mala consejera, y la torpe Pobreza,
277. figuras terribles de ver, y la Muerte y la Fatiga;
278. además el Sopor, consanguíneo de la Muerte y los malos Gozos
279. de la mente, y en el umbral contrario la mortífera Guerra,
280. y los lechos de hierro de las Euménides y la demente Discordia
281. enlazada su cabellera con cintas ensangrentadas de víboras.
282. En medio abre sus ramas y sus brazos añosos
283. un opaco olmo, gigante, en el que se dice que tienen su sede
284. los Sueños vanos, adheridos bajo todas sus hojas.
285. Y además, muchas visiones de variadas fieras moran allí,
286. los Centauros acampan en sus puertas y las biformes Escitas
287. y Briáreo el de cien brazos y la hidra de Lerna
288. de horrendo silbido, y la Quimera armada de llamas,
289. las Gorgonas y las Harpías y la figura de la sombra de tres cuerpos.
290. Entonces Eneas tembloroso por un terror repentino empuña el hierro
291. y ofrece su agudo filo a los que van llegando,
292. y si no le hubiera avisado su docta compañera de las tenues vidas
293. sin cuerpo que revoloteaban bajo la vacía apariencia de fantasmas,
294. se lanzaría contra ellas y cortaría en dos en vano con su hierro las sombras.
295. De allí parte el camino del Tártaro que lleva hacia las aguas del Aqueronte.
296. Aquí un remolino turbio por el cieno y de vasta vorágine
297. hiere y eructa toda la arena en el Cocito.
298. Un horrendo barquero guarda estas aguas y los ríos,
299. Caronte de terrible suciedad a quien una larga canicie
300. descuidada yace en su mentón, sus ojos están inmóviles con llamas,
301. y cuelga de sus hombros el manto sucio anudado.
302. Él mismo con su pértiga impulsa la barca y maneja las velas
303. y transporta a los muertos en esquife herrumbroso,
304. ya anciano, pero luce la vejez cruda y verde de un dios.
305. Hacia estas riberas corría esparcida toda la turba,
306. madres y esposos, cuerpos privados de vida
307. de magnánimos héroes, niños y niñas solteras,
308. y jóvenes tendidos en la pira ante el rosto de sus padres:
309. tantos como las hojas que en los bosques con el primer frío otoñal
310. caen desprendidas, o como tantas aves se amontonan
311. hacia tierra desde el alto mar, cuando la estación fría
312. las hace huir a través del mar y las envía a tierras soleadas.
313. Estaban de pie pidiendo ser las primeras en cruzar el río
314. y tendían las manos por el amor de la orilla opuesta.
315. Pero el triste barquero acoge ora a éstos ora a aquéllos,
316. sin embargo a otros los rechaza manteniéndolos lejos en la arena.
317. Así pues, Eneas sorprendido y perturbado por aquel tumulto
318. dice: “Dime, oh virgen, ¿qué quiere el tropel junto a la corriente?
319. ¿O qué buscan las almas? ¿Y con qué criterio unas
320. abandonan las riberas, y aquéllas barren las lívidas aguas con los remos?
321. Así le contestó brevemente la longeva sacerdotisa:
322. “Hijo de Anquises, verdadero descendiente de dioses,
323. estás viendo los profundos estanques del Cocito y la laguna Estigia,
324. por la que los dioses temen jurar y engañar su numen.
325. Todos esos que ves son una turba desvalida y sin sepultura;
326. El barquero es Caronte; éstos, a los que arrastra la marea, los sepultados.
327. No se permite cruzar las riberas horrendas ni las
328. concas corrientes antes de que sus huesos descansen en sus sedes.
329. Erran durante cien años y revolotean alrededor de estas playas;
330. sólo entonces son admitidos y llegan a ver los estanques deseados.”
331. El hijo de Anquises se detuvo y contuvo sus pasos
332. pensando en muchas cosas y lamentando en su ánimo su inicua suerte.
333. Allí distingue entristecidos y carentes del honor de la muerte
334. a Leucaspis y a Orontes, capitán de la flota licia,
335. a los que al mismo tiempo, navegando desde Troya por mares borrascosas,
336. abatió el Austro, envolviendo la nave y a los hombres en el agua.
337. Y he aquí que avanzaba hacia él el piloto Palinuro,
338. al que hacía poco en la travesía de Libia, mientras miraba las estrellas,
339. se había caído de la popa hundiéndose en medio de las olas.
340. Apenas lo reconoció afligido entre la densa sombra,
341. así el primero se dirige a él: “¿Quién de entre los dioses, Palinuro,
342. te arrebató de nosotros y te sumergió en medio del mar?
343. Vamos, dime. Pues a mí, Apolo, antes jamás encontrado mintiendo,
344. me ha engañado el ánimo con esta sola respuesta,
345. quien me profetizaba que saldrías incólume del ponto y llegarías
346. a las fronteras ausonias. Mira ¿estas promesas son fieles?
347. Aquél dijo a su vez: “Ni te ha fallado el trípode de Febo,
348. caudillo Anquisíada, ni un dios me sumergió en el mar.
349. Pues arrancando el timón con mucha fuerza y por casualidad,
350. entregando al cual, yo, su guardián, estaba adherido y regía el rumbo.
351. Lo arrastré conmigo al caerme. Juro por los encrespados mares
352. que no se apoderó de mí temor alguno tan grande por mí,
353. como por que tu nave desmantelada de armas, privada de piloto,
354. no sucumbiera ante las olas tan grandes que iban surgiendo.
355. El Noto me arrastró durante tres noches borrascosas por el inmenso mar,
356. impetuoso con el agua; apenas vi a la luz del cuarto día
357. Italia subido desde lo alto de una ola.
358. Poco a poco llegaba nadando hacia tierra; ya me hallaba a salvo,
359. si un pueblo cruel, bajo el peso de mi mojada ropa
360. y agarrando con las uñas de mis manos las ásperas cimas del monte
361. no me hubiera atacado con su hierro y no me hubiera considerado, ignorante, una presa.
362. Ahora me tiene el oleaje y los vientos me llevan en la orilla.
363. Por eso te pido, por la agradable luz del cielo y las brisas,
364. por tu padre, por la esperanza de Julo que crece,
365. líbrame, invicto, de estos males: o échame tierra
366. encima, pues puedes, y busca las puertas de Velia;
• tú, si hay algún medio, si alguno te muestra tu divina
367. madre (pues no creo que te prepares sin el numen de los
368. dioses a cruzar ríos tan grandes y la laguna Estigia),
369. dale tu diestra a un desgraciado y llévame contigo a través de las olas,
370. para que al menos descanse en la muerte en plácidas sedes.”
371. Tales cosas había dicho, cuando la adivina empieza tales palabras:
372. “¿De dónde, Palinuro, te viene este deseo tan desmedido?
373. ¿Vas a ver tú, sin enterrar, las aguas estigias y la
374. corriente severa de las Euménides, o acaso te acercarás a la orilla contra la ley?
375. Deja ya de esperar doblegar suplicando los hados de los dioses,
376. pero escucha y recuerda mis palabras, consuelo de tu dura circunstancia.
377. Pues los comarcanos, conmovidos a lo largo y ancho de las ciudades
378. por los prodigios de los cielos, expiarán tus huesos
379. e instituirán un túmulo y ofrecerán los honores solemnes en el túmulo
380. y el lugar tendrá el eterno nombre de Palinuro.”
381. Con estas palabras fueron calmadas sus preocupaciones y por un momento
382. el dolor de su triste corazón; se alegra con la tierra de su nombre.
383. Así pues, continúan el camino emprendido y se acercan al río.
384. El barquero, tan pronto como desde las ondas de la Estigia los vio
385. cruzar por el bosque callado y volver su paso a las riberas,
386. así se adelanta el primero con estas palabras y sin más les increpa:
387. “Tú, quienquiera que seas, que armado te encaminas hacia mis ríos,
388. venga confiesa, a qué vienes, ya desde ahí y detén tus pasos.
389. Éste es el hogar de las sombras, del sueño y la soporífera noche:
390. Me está prohibido transportar cuerpos vivos en la quilla estigia.
391. Y en verdad no me alegré de haber recibido a Alcides en mi lago
392. cuando vino, ni a Teseo ni a Pirítoo,
393. aunque eran hijos de dioses y de invistas fuerzas.
394. Aquel buscó encadenar con su mano al guardián del Tártaro
395. y lo arrancó tembloroso del trono del mismo rey;
396. éstos llegaron para llevarse a mi señora del lecho de Dite.”
397. A lo que dijo por el contrario brevemente la adivina Anfrisa:
398. “Aquí no hay ningunas insidias tales (deja de preocuparte),
399. ni las armas traen violencia, está permitido que el gran portero
400. eternamente en su cueva aterrorice a las sombras exangües,
401. está permitido que Proserpina siga guardando casta el umbral de su tío paterno.
402. El troyano Eneas, insigne por su piedad y sus armas,
403. descendió a las profundas sombras del Érebo hacia su padre.
404. Si no te conmueve en absoluto la imagen de una piedad tan grande,
405. tal vez reconozcas” (muestra el ramo que estaba escondido en el manto)
406. “esta rama.” Entonces se aplaca el corazón henchido de ira;
407. y nada más que esto hubo. Aquél, admirando el venerable regalo
408. de la rama del destino que no veía desde largo tiempo,
409. vuelve la cerúlea popa y se acerca a las riberas.
410. Después echa fuera a las otras almas que estaban sentadas en los largos bancos
411. despeja los puentes; al mismo tiempo recibe a bordo
412. al gran Eneas. Gimió el esquife recogido bajo su peso
413. y recibe mucha laguna por sus rendijas.
414. Finalmente atravesó el río incólume y deja a la adivina y al hombre
415. sobre el informe cieno y la blanca ova.
416. El enorme Cerbero hace resonar con el ladrido de sus tres fauces
417. estos reinos, enorme, tendido en frente de su cueva.
418. La adivina viendo que ya se le erizaba sus cuellos de serpientes,
419. le lanza una torta soporosa de miel y frutas medicinales.
420. Aquél, abriendo sus tres gargantas por el hambre voraz
421. la coge al vuelo, y estira su gran espalda
422. extendido en el suelo y se tiende, enorme, por toda la cueva.
423. Eneas ocupa la entrada, sumido en sueño el guardián
424. y abandona, rápido, la orilla de la corriente sin retorno.
425. De momento se oyeron voces, vagidos ingentes,
426. y las almas de los niños llorando, en el primer umbral,
427. a los que privados de la dulce vida y raptados de los senos
428. los arrebató el negro día y los sumió en el acerbo funeral;
429. junto a éstos, los condenados a muerte por falsa acusación.
430. Y en verdad estas sedes no son concedidas sin juez ni sorteo:
431. Minos, que preside, mueve la urna; aquél convoca el consejo de las silenciosas
432. sombras y aprende las vidas y los crímenes.
433. Después, los lugares próximos los ocupan los desgraciados, que, inocentes,
434. se dieron muerte con su propia mano y odiando a la luz
435. lanzaron sus almas. ¡Cuánto querría ahora soportar
436. en el alto éter su pobreza y las duras penalidades!
437. La ley divina se interpone, y la odiosa laguna de triste oleaje
438. los ata y la Estigie les retiene derramada por nueve veces.
439. Y no lejos de aquí aparecen extendidos por todas partes
440. los campos de Llanto; así los llaman por nombre.
441. Aquí a los que el duro amor fue consumiendo con su cruel congoja,
442. los acogen escondidas sendas y los cubren a su alrededor
443. un bosque de mirtos; sus preocupaciones no lo abandonan ni en la misma muerte.
444. Por estos lugares distingue a Fedra y a Procris y a la desgraciada Erifile
445. que mostraba las heridas de su cruel hijo,
446. y a Evadne y a Pasífae; a estos les acompaña
447. Laodamía y Cereo, antaño mozo, ahora mujer
448. de nuevo y devuelta a su antigua figura por el destino.
449. Entre éstas erraba la fenicia Dido por un gran
450. bosque con su herida reciente; el héroe troyano
451. tan pronto como estuvo junto a ella y la reconoció oscura
452. entre las sombras, como el que al principio del mes
453. ve o piensa haber visto la luna a través de las nubes
454. dejó correr las lágrimas y le habló con su dulce amor:
455. “Infeliz Dido, ¿así pues era verdadera la noticia
456. que me había llegado de que estabas muerta y que habías buscado el final con el hierro?
457. ¡Ay! ¿Fui yo la causa de tu funeral? Juro por las estrellas,
458. por los dioses superiores y por si hay alguna fidelidad en lo profundo de la tierra,
459. contra mi voluntad, reina, me marché de tus costas.
460. Pero los mandatos de los dioses que me obligan ahora a caminar por estas sombras,
461. por lugares desolados y por una noche profunda,
462. me llevaron por sus poderes; y no pude creer
463. que con mi marcha te causara un dolor tan grande.
464. Detén tu paso y no te apartes de mi vista.
465. ¿A qué huyes? Por el lado, esto es lo último que te puedo decir.
466. Con tales palabras Eneas trataba de apaciguar su alma ardiente
467. y su torva mirada, y vertía lágrimas.
468. Mantenía ella los ojos fijos en el suelo estando de espaldas
469. y no le mueve más su rostro el discurso emprendido
470. que si fuera un duro pedernal o rocas marpesias.
471. Finalmente se marchó y como un enemigo se refugió
472. en el sombrío bosque, donde su antiguo cónyuge, Siqueo,
473. responde a sus preocupaciones e iguala su amor.
474. Y Eneas, no menos apenado de su duro infortunio
475. mientras ella se aleja la sigue de lejos con lágrimas y se compadece de ella.
476. Entonces continúa a duras penas el camino concedido. Y ya cruzaban los
477. campos más lejanos, los que, apartados, frecuentan los famosos en la guerra.
478. Aquí les sale al encuentro Tideo, aquí Partenopeo,
479. célebre con las armas y el fantasma del pálido Adrasto,
480. aquí los Dardánidas tan llorados por los de arriba y caídos
481. en la guerra, a los que mirando en larga fila, aquél
482. gimió por todos, a Glauco, Medonte y a Tersíloco,
483. los tres hijos de Anténor y a Polibetes consagrado a Ceres,
484. y a Ideo aún sosteniendo el carro y también las armas.
485. Están a su alrededor a derecha y a izquierda numerosas almas,
486. y no les es suficiente haberlo visto una vez; les complace incluso demorarse
487. y acompañar sus pasos y conocer las causas de su llegada.
488. Sin embargo, los capitanes de los dánaos y las falanges de Agamenón
489. cuando vieron al hombre y sus refulgentes armas por las sombras,
490. se echaron a temblar con un ingente miedo; una parte volvieron las espaldas,
491. como antaño buscaron las naves, otra parte lanzaron una
492. exigua voz: el clamor iniciado se les frustra en las bocas abiertas.
493. Y aquí ve al hijo de Príamo destrozado por todo el cuerpo,
494. a Deífobo y el rostro cruelmente desgarrado,
495. el rostro y ambas manos, y arrancadas las orejas de las destrozadas
496. sienes y con la nariz mutilada por una herida vergonzosa.
497. Apenas lo reconoce por esto, tembloroso e intentando ocultar
498. los crueles suplicios, y se adelanta con voces conocidas para el otro:
499. “Deífobo, poderoso con las armas, linaje de la valerosa sangre de Teucro,
500. ¿Quién deseó infligirte penas tan crueles?
501. ¿A quién se le permitió algo tan grande sobre ti? En la pasada noche
502. me llegaron rumores de que, cansado por la vasta matanza de Pelasgos
503. habrías caído encima de un montón de confusos muertos.
504. Entonces yo mismo te levanté en la playa rotea un túmulo
505. inane e invoqué en voz alta tres veces a tus Manes.
506. Tu nombre y tus armas guardan el lugar; no pude
507. verte, amigo, ni al partir enterrarte en tierra patria.”
508. A lo que el Priámida dijo: “Nada, amigo, te dejaste abandonado;
509. lo cumpliste todo con Deífobo y con las sobras de su funeral.
510. Pero mis hados y el criminal delito de la Lacedemonia
511. me hundieron en estos males; ella me dejó estos recuerdos.
512. Pues sabes cómo pasamos la última noche
513. entre falsas alegrías: es necesario recordarlo bastante bien.
514. Cuando el fatal caballo llegó en su salto sobre las alturas
515. de Pérgamo y pesado, trajo en su vientre soldados armados,
516. ella fingiendo una danza ritual, guiaba a las
517. frigias a su alrededor entre los cantos de Baco; ella misma sostenía en medio una
518. ingente llama y llamaba a los dánaos desde lo alto de la ciudadela.
519. Entonces, agotado yo de preocupaciones y pesado por el sueño
520. me poseyó mi infeliz lecho, y tendido en él se apoderó de mí
521. un dulce y profundo reposo y muy similar a la plácida muerte.
522. Entretanto mi egregia esposa saca fuera de la casa
523. todas mis armas, y había apartado de mi cabeza mi fiel espada:
524. llama a Menelao dentro de la casa y abre los umbrales,
525. teniendo la esperanza sin duda de que éste sería un gran regalo para su amante,
526. y así poder borrar la fama de viejas desgracias.
527. ¿A qué me demoro? Irrumpen en el lecho, y llega como su compañero y a una con ellos
528. el Eólida instigador de todos los crímenes. Dioses, instaurad
529. tales cosas para los griegos, si os pudo castigos con labios piadosos.
530. Pero, ea, dime a tu vez qué casualidades te han
531. traído vivo. ¿Acaso vienes llevado por los errores del piélago,
• por orden de los dioses? ¿O qué fortuna te fatiga,
532. para que visites estas tristes moradas sin sol, estos túrbidos lugares?”
533. A su vez con esta conversación la Aurora con su rosada cuadriga
534. ya había pasado la mitad del eje con su carrera etérea;
535. y acaso en otros tales hubieran pasado todo el tiempo concedido,
536. pero su compañera, la Sibila, le advirtió y le dijo brevemente:
537. “La noche nos acecha, Eneas; nosotros estamos pasando horas llorando.
538. Aquí es el lugar donde el camino se divide en dos partes:
539. por la derecha, el que lleva a los pies de la muralla del gran Dite,
540. este camino nos lleva al Elisio; sin embargo, por la izquierda,
541. ejerce castigos y lleva hacia los impíos Tártaros.”
542. Deífobo le responde en contra: “No te enfades, gran sacerdotisa;
543. ya me marcho, volveré al grupo y regresaré a las tinieblas.
544. Ve, ve, gloria nuestra; que te sirvas de mejores hados.”
545. Habló así, y hablando torció sus pasos.
546. De pronto mira Eneas hacia atrás y ve al pie de una roca a su izquierda
547. unas anchas murallas rodeadas por un muro triple,
548. que lo ciñe una rápida corriente de ardientes llamas,
549. el Flegetonte del Tártaro, y retuerce resonantes piedras.
550. Enfrente hay una enorme puerta y columnas de sólido adamante,
551. tales que ninguna fuerza de los hombre sin los propios celestiales
552. podrían abrir en son de guerra; se alza hacia las brisas de una férrea torre,
553. y Tisífone, sentada allí, ceñida con un manto de sangre
554. guarda la entrada en vela las noches y días.
555. Desde allí se escuchaban gemidos y el resonar de crueles
556. azotes, y entonces el estridor del hierro y de cadenas arrastradas.
557. Se detuvo Eneas y aterrado escucha el estruendo.
558. “¿Qué tipo de crímenes son? Habla, virgen; ¿Con qué
559. penas se les atormenta? ¿Qué lamento tan grande va por las brisas?”
560. Entonces la adivina así comenzó a hablar: “Guía famoso de los teucros,
561. a ningún justo le está permitido penetrar en este umbral de los crímenes,
562. pero cuando Hécate me puso al cargo de las florestas del Averno,
563. ella misma me enseñó los castigos de los dioses y me guió por todos ellos.
564. Radamanto de Cnosos gobierna aquí estos durísimos reinos
565. y castiga y oye los crímenes y obliga a confesar
566. lo que cada uno entre los de arriba, contento con un vano fraude,
567. abandonó las faltas cometidas a la tardía muerte.
568. Al instante, Tisífone, la vengadora armada con su látigo sonante
569. golpea a los criminales tras saltarles encima, y sosteniendo en su
570. izquierda torvas serpientes, llama a la tropa cruel de sus hermanas.
571. Entonces finalmente se abren las puertas sagradas estridentes con hórrido sonido,
572. sobre sus goznes. ¿Ves qué tipo de guardián
573. está sentado en la entrada, qué figura guarda los umbrales?
574. Una inmensa Hidra con sus cincuenta negras fauces,
575. aun más cruel, tiene dentro su sede. Entonces el mismo Tártaro
576. se abre al precipicio y se extiende bajo las sombras tanto
577. como dos veces mide la vista del cielo hasta el etéreo Olimpo.
578. Aquí el antiguo linaje de la Tierra, los jóvenes Titanes,
579. se revuelven abatidos por el rayo en el profundo abismo.
580. Aquí vi también a los dos Alóadas, cuerpos inmensos,
581. que osaron desgarrar con sus manos el gran cielo
582. y derribar a Júpiter de los reinos superiores.
583. Vi también a Salmoneo al que le daban crueles castigos,
584. por imitar los rayos de Júpiter y los sonidos del Olimpo.
585. Éste, llevado por cuatro caballos y agitando una antorcha
586. por los pueblos de los griegos y su ciudad por medio de la Élide,
587. iba triunfal, y pedía para sí el honor de los dioses,
588. fuera de sí el que los nimbos y el inimitable rayo
589. simulaba con bronce y el golpe de los cascos de los caballos.
590. Sin embargo, el padre omnipotente hizo girar su dardo entre las densas
591. nubes, ni antorchas ni las luches humeantes de las teas,
592. y lo hundió de cabeza en el inmenso remolino.
593. También podría distinguirse a Ticio, retoño de la Tierra, madre de todos,
594. cuyo cuerpo se extiende a lo largo de nueve yugadas,
595. y un inmenso buitre de corvo pico devora
596. su hígado inmortal y sus vísceras que crecen sin parar para
597. el castigo y rebusca en su comida y habita bajo
598. su profundo pecho, sin dar descanso alguno a las renacidas fibras.
599. ¿A qué recordaré a los lápitas, Ixión y Pirítoo?
600. Sobre estos pende una negra roca que parece que ya va a deslizarse, y
601. que ya cae; brillan respaldos de oro en los altos
602. divanes suntuosos y los banquetes preparados ante sus ojos
603. con lujo regio; junto a la mayor de las Furias
604. está echada e impide alcanzar con sus manos las mesas,
605. y se levanta llevando la antorcha y atruena con su boca.
606. Aquí están los que envidiaron a sus hermanos, mientras permanecían con vida,
• golpearon a su padre y urdieron un fraude a sus clientes,
• los que incubaron riquezas encontradas para ellos solos
607. y no dieron una parte a los suyos (ésta es la mayor turba),
608. todos los muertos por adulterio, todos los que siguieron impías
609. armas y no se asustaron a engañar las diestras de sus señores,
610. éstos esperan acercados aquí su castigo. No intentes averiguar
611. qué castigo, o qué forma o fortuna sumergió a estos hombres.
612. Unos hacen rodar una enorme piedra, y cuelgan encadenados
613. de los radios de las ruedas; allí está sentado el infeliz Teseo
614. y estaría sentado por siempre, y el misérrimo Flegias
615. advierte a todos y lo atestigua en alta voz por las sombras:
616. “Aprended la justicia una vez advertidos y a no despreciar a los dioses.”
617. Este vendió su patria por oro y le impuso un poderoso
618. señor; hizo y deshizo leyes por dinero;
619. éste invadió el lecho de su hija y los prohibidos himeneos:
620. todos ellos osaron inmensos crímenes y los llevaron a cabo.
621. Ni aunque tuviera cien lenguas y cien bocas
622. y una voz de hierro podría abarcar todos los tipos de sus crímenes,
623. ni enumerar todos los nombres de sus castigos.”
624. Cuando hubo dicho esto la longeva sacerdotisa de Febo dice:
625. “Pero vamos ya, sigue tu camino y termina la tarea emprendida;
626. aceleremos, ya diviso las murallas construidas en las fraguas
627. de los Cíclopes y en el arco de enfrente las puertas
628. donde nos ordenan los preceptos deponer el regalo.”
629. Así había dicho y avanzando por igual a través de oscuros caminos
630. atraviesan el espacio intermedio y se acercan a las puertas.
631. Eneas ocupa la entrada y asperja su cuerpo
632. con agua fresca y deja fija la rama en el umbral de enfrente.
633. Finalmente, cumplido esto, terminada la ofrenda a la diosa,
634. llegaron a lugares gozosos y a las amenas praderas
635. de los bosques de los afortunados y sus felices sedes.
636. Aquí un éter anchuroso viste los campos con una luz
637. purpúrea, y reconocen su propio sol y sus estrellas.
638. Una parte ejercitan sus músculos en las palestras herbosas,
639. compiten por juego y luchan en la dorada arena;
640. otra parte marcan los bailes con los pies y recitan poemas.
641. Y el sacerdote tracio, con larga vestidura;
642. no deja de acompañar con sus cadencias los siete intervalos de voces,
643. y ya con sus mismos dedos, ya con el plectro de marfil los pulsa.
644. Aquí está el antiguo linaje de Teucro, bellísima descendencia,
645. magnánimos héroes nacidos en mejores años,
646. Iloy Asáraco, y Dárdano el fundador de Troya.
647. Admira armas a lo lejos y los vacíos carros de los hombres;
648. clavados en el suelo se yerguen las lanzas, y sueltos por todas partes,
649. pacen los caballos por el campo. La afición por los carros
650. y las armas que tuvieron vivos, la preocupación de cuidar
651. lustrosos caballos, la misma los sigue sepultados en la tierra.
652. Allí, de pronto, distingue a otros a izquierda y derecha pastando
653. por la hierba y cantando a coro un alegre peán
654. en un bosque perfumado de laurel de donde hacia lo alto
655. va rodando por la selva la caudalosa corriente del Erídano.
656. Aquí está el grupo de los que sufrieron heridas luchando por la patria,
657. todos los sacerdotes castos, mientras permanecían con vida,
658. todos los adivinos piadosos y que hablaron de forma digna de Febo,
• los que ennoblecieron la vida descubriendo las artes,
659. todos los que por sus propios méritos hicieron que otros los recordasen;
660. a todos éstos, les ceñían níveas ínfulas sus sienes.
661. Así, esparcidos alrededor como estaban, les habló la Sibila,
662. a Museo antes que a todos (pues lo tiene la inmensa multitud
663. en medio y lo contempla asomando con sus altos hombros):
664. “Decidme, felices almas y tú, el mejor de los adivinos,
665. ¿Qué región, qué lugar posee a Anquises? Pues por él
666. hemos venido y atravesamos en la nave las corrientes del Érebo.”
667. Y esta respuesta le dio así el héroe con pocas palabras:
668. “Ninguno tiene una morada fija; vivimos en opacas florestas,
669. y andamos por los lechos de las riberas y los frescos prados del río.
670. Pero vosotros, si el deseo os lleva así en el corazón,
671. pasad este callado, y ya os pondré en camino seguro.”
672. Dijo, y condujo su paso delante y desde lo alto les muestra
673. las brillantes llanuras; después abandonan las altas cimas.
674. Sin embargo, el padre Anquises en el fondo de un valle verdeante,
675. observaba a las almas encerradas que irían hacia la luz de arriba
676. fijándose con afán, y recontaba por casualidad el
677. número total de los suyos, y a sus queridos nietos
678. y los hados y fortunas de los hombres, sus costumbres y sus obras.
679. Y cuando este vio a Eneas avanzando a su encuentro por la hierba,
680. le tendió alegre ambas palmas,
681. e invadidas de lágrimas sus mejillas, la voz le salió de su boca:
682. “Has venido finalmente, ¿Esa piedad tuya, anhelada por tu padre,
683. ha vencido al duro camino? ¿Se me concede mirar tu rostro,
684. hijo, y escuchar y responderte a ti y a voces conocidas?
685. Así ciertamente lo esperaba en mi ánimo y me imaginaba que ocurriría
686. contando los días, y no me falló mi afán.
687. ¡Yo te recibo tras recorrer qué tierras
688. y cuán grandes mares! ¡Qué grandes peligros has arrastrado, hijo mío!
689. ¡Cuánto temí que los reinos de Libia te hicieran daño!”
690. Aquél a su vez: “Tú imagen, padre, tu triste imagen
691. presentándose muy a menudo, me empujó a dirigirme a estos umbrales;
692. las naves están en el mar Tirreno. Dame a estrechar tu diestra,
693. dámela, padre, y no te sustraigas de mi abrazo.”
694. Hablando así, con largo llanto iba regando a la vez su rostro.
695. Tres veces intentó echarle los brazos alrededor de su cuello allí;
696. tres veces la imagen, abrazada en vano, huyó de sus manos,
697. igual los leves vientos y muy similar a un alado sueño.
698. Entretanto Eneas ve en un recluido valle
699. un apartado bosque y las resonantes ramas del bosque,
700. el río Leteo que corre por delante de las plácidas mansiones.
701. Alrededor de éste, innumerables gentes y pueblos volaban:
702. y como cuando las abejas en los prados en el calmado verano
703. se posan en varias flores y se derraman alrededor
704. de los blancos lirios, resuena todo el campo con su murmullo.
705. Eneas, ignorante, se espanta por la repentina visión
706. y pregunta las causas, qué ríos son aquéllos de a lo lejos,
707. y quiénes son aquellos hombres que llevan en las riberas en tan gran grupo.
708. Entonces el padre Anquises: “Son los almas a las que por el hado
709. deben habitar otros cuerpos, junto a las aguas del río Leteo
710. beben los seguros líquidos y los largos olvidos.
711. Ciertamente hace ya tiempo que quiero nombrártelas y mostrártelas
712. a la vista, enumerarte esta prole de los míos,
713. para que te alegres más conmigo de haber descubierto Italia.”
714. “Padre, ¿Acaso hay que pensar entonces que algunas almas ligeras
715. van al cielo y de nuevo regresan a sus torpes
716. cuerpos? ¿Qué deseo tan terrible de luz es el de los desgraciados?”
717. “Ciertamente te lo diré y no te mantendré en suspense, hijo mío.”
718. Comienza Anquises y en orden explica cada cosa.
719. “Ante todo, sustenta el cielo y las tierras y las líquidas praderas
720. y el luminoso globo de la luna y los titánicos astros
721. un espíritu interior, y un alma esparcida por sus miembros
722. pone en movimiento toda la mole y se mezcla con el gran cuerpo.
723. De ahí surge el linaje de los hombres y los ganados y la vida de las aves
724. y los monstruos que el ponto guarda bajo sus superficies marmóreas.
725. Su vigor es de fuego y su origen celeste de las semillas,
726. en tanto no las retrasan dañinos cuerpos
727. y las embotan ligaduras terrenales y los miembros que han de morir.
728. Entonces temen y desean, sufren y gozan, y las auras
729. no ven, encerradas en las tinieblas y en una ciega cárcel.
730. Y así, ni cuando en el último día las abandona la vida,
731. aun no abandona del todo los males a las desgraciadas ni
732. todas las pestes al cuerpo, y es profundamente necesario
733. que por admirable traza arraiguen durante mucho tiempo muchas adherencias.
734. De modo que las someten a castigos y sufren penas
735. de antiguos males: unas se abren colgadas a los inanes
736. vientos, de otras se lava el crimen infecto al pie del vasto
737. remolino o se quema en el fuego:
738. cada cual padecemos nuestros propios Manes. Después de esto, se nos envía
739. por el amplio Elisio y unos pocos ocupamos los campos felices,
740. hasta que el largo día, terminado el ciclo de tiempo,
741. limpia la mancha arraigada, y deja puro
742. el sentido etéreo y el fuego del aura primitiva.
743. A todas éstas, cuando giraron la rueda por mil años,
744. el dios las convoca en un gran grupo hacia el río Leteo,
745. para que, sin memoria, contemplen de nuevo la bóveda del cielo, vuelvan a
746. empiecen a querer volver a un cuerpo.”
747. Así había dicho Anquises y arrastra a su hijo junto con la Sibila
748. al centro de una asamblea y una ruidosa turba,
749. y ocupa un túmulo desde donde podía ver en larga fila
750. a todos de frente y conocer los rostros de los que llegaban.
751. “Ahora mira qué gloria seguirá después a la descendencia
752. de Dárdano, qué herederos permanecerán de la estirpe ítala
753. las almas ilustres que van a venir a nuestro nombre,
754. te lo explicaré con palabras y te enseñaré tus hados.
755. Aquel joven, ¿lo ves?, el que está apoyado sobre su pura hasta,
756. ocupa por suerte los lugares más cercanos a la luz, subirá el primero
757. a las etéreas brisas que va con mezcla de sangre ítala,
758. es Silvio, nombre albano, hijo tuyo póstumo,
759. que ya viejo te dará tu esposa Lavinia tarde,
760. y lo educará en los bosques, al rey y padre de reyes,
761. de donde nuestro linaje dominará en Alba Longa.
762. Próximo a él está Procas, gloria del pueblo troyano,
763. y Capis y Numitor y el que te hará regresar con su nombre,
764. Silvio Eneas, egregio igualmente en piedad o en armas,
765. si alguna vez llegara a reinar en Alba.
766. ¡Qué jóvenes! Qué fuerzas tan grandes muestran, mira,
767. y qué sienes llevan sombreadas con la cívica encina!
768. Éstos te levantarán Nomento, los Gabios y la ciudad de Fidena,
769. éstos sobre los montes los Alcázares Colatinos,
770. los Pomecios, el Castro de Inuo, Bola y Cora;
771. éstos serán entonces sus nombres, ahora son tierras sin nombre.
772. Y el hijo de Mavorte, Rómulo, se añadirá como compañero a su abuelo,
773. al que parirá su madre Ilia de la sangre de Asáraco.
774. ¿Ves cómo se alzan en su frente dos penachos
775. y el propio padre de los superiores ya lo marca con su honor?
776. ¡Ay, hijo! Bajo los auspicios de éste, aquella ínclita Roma
777. igualará su poder por las tierras, sus ánimos con el Olimpo,
778. y rodearía por completo con un muro sus siete fortalezas,
779. feliz por su prole de hombres: cual la madre Berecintia
780. recorre coronada de torres en su carroza a través de las ciudades frigias
781. gozosa con el parto de dioses, abrazado a sus cien nietos,
782. todos celestiales, todos ocupando las regiones altas.
783. Vuelve aquí ahora tus ojos, mira este pueblo
784. y a tus romanos. Éste es César y toda la progenie de Julo
785. que va a llegar bajo el gran eje del cielo.
786. Éste es, éste es el hombre que muy a menudo oyes que se te ha permitido,
787. Augusto César, linaje del dios, que fundará los dorados
788. siglos de nuevo en el Lacio, por los campos que antaño
789. gobernará Saturno, y llevará su imperio sobre los Garamantes
790. y los Indos; su tierra se extiende más allá de las estrellas,
791. allende los caminos del año y el sol, donde Atlas portador del
792. cielo tuerce sobre su hombro el eje tachonado de ardientes estrellas.
793. Ya ahora ante su llegada se horrorizan los reinos caspios
794. con las respuestas de los dioses y la tierra Meotia,
795. y se perturban las siete bocas temblorosas del Nilo.
796. Y en verdad ni Alcides recorrió una tierra tan grande,
797. aun cuando asaetease a la cierva broncípeda o apacentara
798. los bosques de Erimanto e hiciera temblar a Lerna con su arco;
799. ni el que, victorioso, maneja sus yuntas con riendas de pámpanos,
800. Baco, bajando tigres de la elevada cumbre de Nisa.
801. ¿Y todavía dudamos en extender nuestro valor con hechos,
• el miedo nos impide asentarnos en la tierra Ausonia?
802. Pero ¿quién es aquél que lleva a los lejos los símbolos sagrados
803. distinguido con la rama de olivo? Reconozco por el pelo y
804. la barba acanecida del rey roano, aquél que fundará
805. la primera ciudad con sus leyes, enviado desde la pequeña Cures
806. y de una pequeña tierra a un gran imperio. Después a éste le seguirá
807. Tulo, quien romperá los ocios de la patria y mandará
808. a sus hombres inactivos a la guerra y ya disuelta la formación de triunfo.
809. De cerca le sigue más arrogante Anco,
810. que incluso ahora se ufana demasiado con el favor del pueblo.
811. ¿Quieres ver también a los reyes Tarquinios y la
812. soberbia alma de vengador Bruto y las recobradas flores?
813. Él será el primero que recibirá la autoridad de cónsul y
814. las crueles segures, y el padre que a sus hijos, por moverse para una nueva guerra
815. los someterá a castigo en nombre de la hermosa libertad,
816. desgraciado, comoquiera que juzguen estos hechos sus descendientes:
817. El amor de la patria y un inmenso deseo de gloria venerarán.
818. Mira también a los lejos a las Decias, los Drusos y al cruel Torcuato
819. con su segur y a Camilo que recupera las enseñas.
820. Sin embargo, aquellas almas que ves brillar con armas idénticas,
821. ahora en paz y mientras sean oprimidas por esta noche,
822. ¡ay! ¡Qué guerra tan grande entre sí tendrían si llegan
823. a alcanzar la luz de la vida, qué grandes filas moverán y qué estrago,
824. el suegro bajando de las colinas alpinas y de la fortaleza de Mónaco
825. el yerno con las tropas de oriente frente a él!
826. ¡Hijos míos, no acostumbréis vuestros ánimos a guerras tan grandes
827. ni volváis poderosas fuerzas contra las entrañas de la patria;
828. y tú el primero, tú cesa, tú que procedes del linaje del Olimpo,
829. arroja las armas de tu mano, sangre de mi sangre!
830. Aquél por su victoria en Corinto llevará su carroza triunfal
831. hacia el alto Capitolio insigne por la matanza de aqueos.
832. Aquél arrasará Argos y la Micenas de Agamenón
833. y a un Eácida, descendiente de Aquiles poderosa en las armas,
834. vengando a sus antepasados de Troya y los profanados templos de Minerva
835. ¿Quién podría pasarte en silencio, gran Catón o a ti, Coso?
836. ¿Quién al linaje de Graco o a las dos Escipiones, dos rayos de la guerra,
837. azote de Libia, y a Fabricio poderoso en su pobreza
• a ti, Serrano, sembrando en tus surcos?
838. ¿A dónde me raptáis cansado, Fabios? Tú eres aquél, Máximo,
839. el que, solo, ganando tiempo nos restituirás la patria.
840. Otros lucharán con más primor bronces que respiran,
841. (lo creo ciertamente), sacarán rostros vivos del mármol,
842. defenderán mejor las causas, y describirán con su compás
843. los caminos de cielo y dirán las salidas de las estrellas:
844. tú, romano, habrás de recordar gobernar los pueblos bajo tu poder,
845. (éstas serán tus artes), imponer leyes de paz,
846. perdonar a los sometidos y abatir a los soberbios”
847. Así dijo el padre Anquises, y añade esto a los que se admiraban:
848. “Mira cómo se acerco Marcelo, insigne por sus opimos botines
849. y sobresale vencedor entre todos los soldados.
850. Éste afirmará a caballo el poder de Roma en medio de una gran revuelta,
851. arrollará a los púnicos y al rebelde galo,
852. y por tercera vez colgará las cautivas armas en el padre Quirino.”
853. Y entonces Eneas, (pues veía a su lado caminar
854. a un egregio joven de hermosa figura y brillantes armas,
855. pero su frente poco feliz y sus ojos en un rostro cabizbajo)
856. “Padre, ¿quién es aquel hombre que así lo acompaña al caminar?
857. ¿Su hijo, o acaso alguno de su gran estirpe de nietos?
858. ¡Qué estrepito entorno a su acompañante! ¡Qué gran taya en él mismo!
859. Pero una negra noche de triste sombra vuela alrededor de su cabeza.”
860. Entonces el padre Anquises repuso sin contener las lágrimas:
861. “Hijo mío, no preguntes por el gran luto de los tuyos;
862. los hados te mostrarán tan sólo las tierras y no permitirán que sea
863. nada más. El linaje romano os parecería
864. demasiado poderosos, dioses, si le hubierais dado este regalo:
865. ¡Cuántos gemidos de hombres tendría aquel campo junto
866. a la gran ciudad de Mavorte! ¡Qué funerales verás, Tiberino,
867. cuando te deslices junto a su reciente túmulo!
868. Ningún hijo del pueblo troyano elevará tan alto
869. la esperanza de sus antepasados latinos, ni se jactará nunca tanto
870. la tierra de Rómulo con otro retoño.
871. ¡Ay, piedad! ¡Ay, antigua fe y diestra invicta en la guerra!
872. Nadie se opondría impunemente al encuentro de
873. éste armado, ya fuera a pie contra el enemigo
874. ya aguijara su espuela en los ijares del espumante caballo.
875. ¡Ay, chico digno de pena! Si puedes romper los duros hados,
876. tú serás Marcelo. Dadme lirios a manos llenas,
877. esparciré sobre él purpúreas flores y colmaré el alma de mi nieto
878. al menos con estos regalos, y le rendiré este vano
879. homenaje.” Así vagan por toda aquella región sin rumbo
880. en los anchos campos aéreos y lo observan todo.
881. Después de que Anquises condujo a su hijo a cada lugar
882. y encendió su ánimo con el ansia de la fama de los venideros,
883. enseguida emociona al hombre las guerras que deberá llevar a cabo después,
884. y le enseña los pueblos laurentes y la ciudad de Lantino,
885. y cómo y qué fatigas evitará y soportará.
886. Hay dos puertas del Sueño, de las cuales una se dice que es
887. de cuervo, por donde se da una salida fácil a las verdaderas sombras,
888. la otra es brillante terminada en reluciente marfil,
889. pero por ella los Manes envían al cielo los falsos ensueños.
890. Ahí Anquises conduce entonces a su hijo junto con la Sibila
891. con estas palabras y los saca por la puerta de marfil,
892. aquél (Eneas) corta camino hacia las naves y vuelve a ver a sus compañeros.
893. Entonces se dirige por un camino recto hacia el puerto de Cayota.
894. Se lanza el ancla desde proa; se yerguen las popas en las orillas.