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La Galatea (Sevilla Arroyo ed.)/Libro VI

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La Galatea
de Miguel de Cervantes
Libro VI

Libro VI

Apenas habían los rayos del dorado Febo comenzado a dispuntar por la más baja línea de nuestro horizonte, cuando el anciano y venerable Telesio hizo llegar a los oídos de todos los que en el aldea estaban el lastimero son de su bocina, señal que movió a los que le escucharon a dejar el reposo de los pastorales lechos y acudir a lo que Telesio pedía. Pero los primeros que en esto tomaron la mano fueron Elicio, Aurelio, Daranio y todos los pastores y pastoras que con ellos estaban, no faltando las hermosas Nísida y Blanca y los venturosos Timbrio y Silerio, con otra cantidad de gallardos pastores y bellas pastoras que a ellos se juntaron y al número de treinta llegarían, entre los cuales iban la sin par Galatea, nuevo milagro de hermosura, y la recién desposada Silveria, la cual llevaba consigo a la hermosa y zahareña Belisa, por quien el pastor Marsilo tan amorosas y mortales angustias padecía. Había venido Belisa a visitar a Silveria y darle el parabién del nuevo rescibido estado, y quiso ansimesmo hallarse en tan célebres obsequias como esperaba serían las que tantos y tan famosos pastores celebraban.

Salieron, pues, todos juntos de la aldea, fuera de la cual hallaron a Telesio con otros muchos pastores que le acompañaban, todos vestidos y adornados de manera que bien mostraban que para triste y lamentable negocio habían sido juntados. Ordenó luego Telesio, porque con intenciones más puras y pensamientos más reposados se hiciesen aquel día los solemnes sacrificios, que todos los pastores fuesen juntos por su parte y desviados de las pastoras, y que ellas lo mesmo hiciesen, de que los menos quedaron contentos y los más no muy satisfechos, especialmente el apasionado Marsilo, que ya había visto a la desamorada Belisa, con cuya vista quedó tan fuera de sí y tan suspenso, cual lo conoscieron bien sus amigos Orompo, Crisio y Orfinio, los cuales, viéndole tal, se llegaron a él, y Orompo le dijo:

-Esfuerza, amigo Marsilo, esfuerza y no des ocasión con tu desmayo a que se descubra el poco valor de tu pecho. ¿Qué sabes si el cielo, movido a compasión de tu pena, ha traído a tal tiempo a estas riberas a la pastora Belisa para que las remedie?

-Antes para más acabarme, a lo que yo creo -respondió Marsilo-, habrá ella venido a este lugar, que de mi ventura esto y más se debe temer; pero yo haré, Orompo, lo que mandas, si acaso puede conmigo en este duro trance más la razón que mi sentimiento.

Y con esto volvió algo más en sí Marsilo, y luego los pastores por una parte y las pastoras por otra, como de Telesio estaba ordenado, se comenzaron a encaminar al Valle de los Cipreses, llevando todos un maravilloso silencio, hasta que, admirado Timbrio de ver la frescura y belleza del claro Tajo, por do caminaba, vuelto a Elicio, que al lado le venía, le dijo:


-No poca maravilla me causa, Elicio, la incomparable belleza destas frescas riberas; y no sin razón, porque quien ha visto, como yo, las espaciosas del nombrado Betis y las que visten y adornan al famoso Ebro y al conoscido Pisuerga, y en las apartadas tierras ha paseado las del sancto Tíber y las amenas del Po, celebrado por la caída del atrevido mozo, sin dejar de haber rodeado las frescuras del apascible Sebeto, grande ocasión había de ser la que a maravilla me moviese de ver otras algunas.

-No vas tan fuera de camino en lo que dices, según yo creo, discreto Timbrio -respondió Elicio-, que con los ojos no veas la razón que de decirlo tienes; porque, sin duda, puedes creer que la amenidad y frescura de las riberas deste río hace notoria y conoscida ventaja a todas las que has nombrado, aunque entrase en ellas las del apartado Janto, y del conoscido Anfriso y el enamorado Alfeo; porque tiene y ha hecho cierto la experiencia que, casi por derecha línea, encima de la mayor parte destas riberas se muestra un cielo luciente y claro, que con un largo movimiento y con vivo resplandor, parece que convida a regocijo y gusto al corazón que dél está más ajeno. Y si ello es verdad que las estrellas y el sol se mantienen, como algunos dicen, de las aguas de acá bajo, creo firmemente que las deste río sean en gran parte ocasión de causar la belleza del cielo que le cubre, o creeré que Dios, por la mesma razón que dicen que mora en los cielos, en esta parte haga lo más de su habitación. La tierra que lo abraza, vestida de mil verdes ornamentos, parece que hace fiesta y se alegra de poseer en sí un don tan raro y agradable, y el dorado río, como en ca[m]bio, en los abrazos della dulcemente entretejiéndose, forma como de industria mil entradas y salidas, que a cualquiera que las mira llenan el alma de placer maravilloso, de donde nasce que, aunque los ojos tornen de nuevo muchas veces a mirarle, no por eso dejan de hallar en él cosas que les causen nuevo placer y nueva maravilla. Vuelve, pues, los ojos, valeroso Timbrio, y mira cuánto adornan sus riberas las muchas aldeas y ricas caserías que por ellas se ven fundadas. Aquí se vee en cualquiera sazón del año andar la risueña primavera con la hermosa Venus en hábito subcinto y amoroso, y Céfiro que la acompaña, con la madre Flora delante, esparciendo a manos llenas varias y odoríferas flores. Y la industria de sus moradores ha hecho tanto, que la naturaleza, encorporada con el arte, es hecha artífice y connatural del arte, y de entrambasados se ha hecho una tercia naturaleza, a la cual no sabré dar nombre. De sus cultivados jardines, con quien los huertos Hespérides y de Alcino pueden callar; de los espesos bosques, de los pacíficos olivos, verdes laureles y acopados mirtos; de sus abundosos pastos, alegres valles y vestidos collados, arroyos y fuentes que en esta ribera se hallan, no se espere que yo diga más, sino que, si en alguna parte de la tierra los Campos Elíseos tienen asiento, es, sin duda, en ésta. ¿Qué diré de la industria de las altas ruedas, con cuyo continuo movimiento sacan las aguas del profundo río y humedecen abundosamente las eras que por largo espacio están apartadas? Añádese a todo esto criarse en estas riberas las más hermosas y discretas pastoras que en la redondez del suelo pueden hallarse, para cuyo testimonio, dejando aparte el que la experiencia nos muestra y lo que tú, Timbrio, ha que estás en ellas y que has visto, bastará traer por ejemplo a aquella pastora que allí ves, ¡oh Timbrio!

Y, diciendo esto, señaló con el cayado a Galatea; y, sin decir más, dejó admirado a Timbrio de ver la discreción y palabras con que había alabado las riberas de Tajo y la hermosura de Galatea. Y, respondiéndole que no se le podía contradecir ninguna cosa de las dichas, en aquellas y en otras entretenían la pesadumbre del camino, hasta que, llegados a vista del Valle de los Cipreses, vieron que dél salían casi otros tantos pastores y pastoras como los que con ellos iban. Juntáronse todos, y con sosegados pasos comenzaron a entrar por el sagrado valle, cuyo sitio era tan estraño y maravilloso que, aun a los mesmos que muchas veces le habían visto, causaba nueva admiración y gusto. Levántanse en una parte de la ribera del famoso Tajo, en cuatro diferentes y contrapuestas partes, cuatro verdes y apacibles collados, como por muros y defensores de un hermoso valle que en medio contienen, cuya entrada en él por otros cuatro lugares es concedida, los cuales mesmos collados estrechan de modo que vienen a formar cuatro largas y apacibles calles, a quien hacen pared de todos lados altos e infinitos cipreses, puestos por tal orden y concierto que hasta las mesmas ramas de los unos y de los otros paresce que igualmente van cresciendo, y que ninguna se atreve a pasar ni salir un punto más de la otra. Cierran y ocupan el espacio que entre ciprés y ciprés se hace, mil olorosos rosales y suaves jazmines, tan juntos y entretejidos como suelen estar en los vallados de las guardadas viñas las espinosas zarzas y puntosas cambroneras. De trecho en trecho destas apacibles entradas, se ven correr por entre la verde y menuda yerba claros y frescos arroyos de limpias y sabrosas aguas, que en las faldas de los mesmos collados tienen su nascimiento. Es el remate y fin destas calles una ancha y redonda plaza, que los recuestos y los cipreses forman, en medio de la cual está puesta una artificiosa fuente de blanco y precioso mármol fabricada, con tanta industria y artificio hecha, que las vistosas del conoscido Tíbuli y las soberbias de la antigua Tinacria no le pueden ser comparadas. Con el agua desta maravillosa fuente se humedecen y sustentan las frescas yerbas de la deleitosa plaza; y lo que más hace a este agradable sitio digno de estimación y reverencia es ser previlegiado de las golosas bocas de los simples corderuelos y mansas ovejas, y de otra cualquier suerte de ganado: que sólo sirve de guardador y tesorero de los honrados huesos de algunos famosos pastores que, por general decreto de todos los que quedan vivos en el contorno de aquellas riberas, se determina y ordena ser digno y merescedor de tener sepultura en este famoso valle. Por esto se veían, entre los muchos y diversos árboles que por las espaldas de los cipreses estaban, en el lugar y distancia que había dellos hasta las faldas de los collados, algunas sepulturas, cuál de jaspe y cuál de mármol fabricada, en cuyas blancas piedras se leían los nombres de los que en ellas estaban sepultados. Pero la que más sobre todas resplandecía, y la que más a los ojos de todos se mostraba, era la del famoso pastor Meliso, la cual, apartada de las otras, a un lado de la ancha plaza, de lisas y negras pizarras y de blanco y bien labrado alabastro hecha parecía. Y, en el mesmo punto que los ojos de Telesio la miraron, volviendo el rostro a toda aquella agradable compañía, con sosegada voz y lamentables acentos, les dijo:

-Veis allí, gallardos pastores, discretas y hermosas pastoras; veis allí, digo, la triste sepultura donde reposan los honrados huesos del nombrado Meliso, honor y gloria de nuestras riberas. Comenzad, pues, a levantar al cielo los humildes corazones, y con puros afectos, abundantes lágrimas y profundos sospiros, entonad los sanctos himnos y devotas oraciones, y rogalde tenga por bien de acoger en su estrellado asiento la bendita alma del cuerpo que allí yace.


Y, en diciendo esto, se llegó a un ciprés de aquéllos, y, cortando algunas ramas, hizo dellas una funesta guirnalda con que coronó sus blancas y veneradas sienes, haciendo señal a los demás que lo mesmo hiciesen; de cuyo ejemplo movidos todos, en un momento se coronaron de las tristes ramas, y, guiados de Telesio, llegaron a la sepultura, donde lo primero que Telesio hizo fue inclinar las rodillas y besar la dura piedra del sepulcro. Hicieron todos lo mesmo, y algunos hubo que, tiernos con la memoria de Meliso, dejaban regado con lágrimas el blanco mármol que besaban. Hecho esto, mandó Telesio encender el sacro fuego, y en un momento, alrededor de la sepultura, se hicieron muchas, aunque pequeñas, hogueras, en las cuales solas ramas de ciprés se quemaban; y el venerable Telesio, con graves y sosegados pasos, comenzó a rodear la pira y a echar en todos los ardientes fuegos alguna cantidad de sacro y oloroso incienso, diciendo cada vez que lo esparcía alguna breve y devota oración, a rogar por el alma de Meliso encaminada, al fin de la cual levantaba la tremante voz, y todos los circunstantes, con triste y piadoso acento, respondían: «Amén, amén», tres veces; a cuyo lamentable sonido resonaban los cercanos collados y apartados valles, y las ramas de los altos cipreses y de los otros muchos árboles de que el valle estaba lleno, heridas de un manso céfiro que soplaba, hacían y formaban un sordo y tristísimo susurro, casi como en señal de que por su parte ayudaban a la tristeza del funesto sacrificio.

Tres veces rodeó Telesio la sepultura, y tres veces dijo las piadosas plegarias, y otras nueve se escucharon los llorosos acentos del «amén», que los pastores repitían. Acabada esta ceremonia, el anciano Telesio se arrimó a un subido ciprés que a la cabecera de la sepultura de Meliso se levantaba, y con volver el rostro a una y otra parte, hizo que todos los circunstantes estuviesen atentos a lo que decir quería; y luego, levantando la voz todo lo que pudo conceder la antiguedad de sus años, con maravillosa elocuencia comenzó a alabar las virtudes de Meliso, la integridad de su inculpable vida, la alteza de su ingenio, la entereza de su ánimo, la graciosa gravedad de su plática y la excelencia de su poesía; y, sobre todo, la solicitud de su pecho en guardar y cumplir la sancta religión que profesado había, juntando a estas otras tantas y tales virtudes de Meliso, que, aunque el pastor no fuera tan conoscido de todos los que a Telesio escuchaban, sólo por lo que él decía, quedaran aficionados a amarle si fuera vivo, y a reverenciarle después de muerto. Concluyó, pues, el viejo su plática diciendo:


-Si a do llegaron, famosos pastores, las bondades de Meliso, y adonde llega el deseo que tengo de alabarlas, llegara la bajeza de mi corto entendimiento, y las flacas y pocas fuerzas adquiridas de mis tantos y tan cansados años no me acortaran la voz y el aliento, primero este sol que nos alumbra le viérades bañar una y otra vez en el grande océano, que yo cesara de la comenzada plática; mas, pues esto en mi marchita edad no se permite, suplid vosotros mi falta, y mostraos agradecidos a las frías cenizas de Meliso, celebrándolas en la muerte como os obliga el amor que él os tuvo en la vida. Y, puesto que a todos en general nos toca y cabe parte desta obligación, a quien en particular más obliga es a los famosos Tirsi y Damón, como a tan conoscidos amigos y familiares suyos; y así, les ruego, cuan encarecidamente puedo, correspondan a esta deuda supliendo y cantando ellos con más reposada y sonora voz lo que yo he faltado llorando con la trabajosa mía.

No dijo más Telesio, ni aun fuera menester decirlo para que los pastores se moviesen a hacer lo que se les rogaba; porque luego, sin replicar cosa alguna, Tirsi sacó su rabel y hizo señal a Damón que lo mesmo hiciese, a quien acompañaron luego Elicio y Lauso y todos los pastores que allí instrumentos tenían, y a poco espacio formaron una tan triste y agradable música que, aunque regalaba los oídos, movía los corazones a dar señales de tristeza con lágrimas que los ojos derramaban. Juntábase a esto la dulce armonía de los pintados y muchos pajarillos que por los aires cruzaban, y algunos sollozos que las pastoras, ya tiernas y movidas con el razonamiento de Telesio y con lo que los pastores hacían, de cuando en cuando, de sus hermosos pechos arrancaban; y era de suerte que, concordándose el son de la triste música y el de la alegre armonía de los jilguerillos, calandrias y ruiseñores, y el amargo de los profundos gemidos, formaba todo junto un tan estraño y lastimoso concento que no hay lengua que encarecerlo pueda. De allí a poco espacio, cesando los demás instrumentos, solos los cuatro de Tirsi, Damón, Elicio y de Lauso se escucharon, los cuales, llegándose al sepulcro de Meliso, a los cuatro lados del sepulcro, señal por donde todos los presentes entendieron que alguna cosa cantar querían; y así, les prestaron un maravilloso y sosegado silencio; y luego el famoso Tirsi, con levantada, triste y sonora voz, ayudándole Elicio, Damón y Lauso, desta manera comenzó a cantar:



TIRSI

Tal cual es la ocasión de nuestro llanto,
no sólo nuestro, más de todo el suelo,
pastores, entonad el triste canto.



DAMÓN

El aire rompan, lleguen hasta el cielo
los sospiros dolientes, fabricados 5
entre justa piedad y justo duelo.



ELICIO

Serán de tierno humor siempre bañados
mis ojos, mientras viva la memoria,
Meliso, de tus hechos celebrados.



LAUSO

Meliso, digno de inmortal historia, 10
digno que goces en el cielo sancto
de alegre vida y de perpetua gloria.



TIRSI

Mientras que a las grandezas me levanto
de cantar sus hazañas, como pienso,
pastores, entonad el triste canto. 15



DAMÓN

Como puedo, Meliso, recompenso
a tu amistad: con lágrimas vertidas,
con ruegos píos y sagrado incienso.



ELICIO

Tu muerte tiene en llanto convertidas
nuestras dulces pasadas alegrías, 20
y a tierno sentimiento reducidas.



LAUSO

Aquellos claros, venturosos días,
donde el mundo gozó de tu presencia,
se han vuelto en noches miserables frías.



TIRSI

¡Oh muerte, que con presta violencia 25
tal vida en poca tierra reduciste!
¿A quién no alcanzará tu diligencia?



DAMÓN

Después, ¡oh muerte!, que aquel golpe diste
que echó por tierra nuestro fuerte arrimo,
de yerba el prado ni de flor se viste. 30



ELICIO

Con la memoria deste mal reprimo
el bien, si alguno llega a mi sentido,
y con nueva aspereza me lastimo.



LAUSO

¿Cuándo suele cobrarse el bien perdido?
¿Cuándo el mal sin buscarle no se halla? 35
¿Cuándo hay quietud en el mortal ruido?



TIRSI

¿Cuándo de la mortal fiera batalla
triunfó la vida, y cuándo contra el tiempo
se opuso o fuerte arnés o dura malla?



DAMÓN

Es nuestra vida un sueño, un pasatiempo, 40
un vano encanto que desaparece
cuando más firme pareció en su tiempo.



ELICIO

Día que al medio curso se escuresce,
y le sucede noche tenebrosa,
envuelta en sombras qu’el temor ofrece. 45



LAUSO

Mas tú, pastor famoso, en venturosa
hora pasaste deste mar insano
a la dulce región maravillosa.



TIRSI

Después que en el aprisco veneciano
las causas y demandas decidiste 50
del gran pastor del ancho suelo hispano.



DAMÓN

Después también que con valor sufriste
el trance de fortuna acelerado
que a Italia hizo, y aun a España, triste.



ELICIO

Y después que, en sosiego reposado, 55
con las nueve doncellas solamente
tanto tiempo estuviste retirado.



LAUSO

Sin que las fieras armas del oriente
ni la francesa furia inquietase
tu levantada y sosegada mente. 60



TIRSI

Entonces quiso el cielo que llegase
la fría mano de la muerte airada,
y en tu vida el bien nuestro arrebatase.



DAMÓN

Quedó tu suerte entonces mejorada,
quedó la nuestra a un triste amargo lloro 65
perpetua, eternamente condemnada.



ELICIO

Viose el sacro virgíneo hermoso coro
de aquellas moradoras del Parnaso
romper llorando sus cabellos de oro.



LAUSO

A lágrimas movió el doliente caso 70
al gran competidor del niño ciego,
que entonces de dar luz se mostró escaso.



TIRSI

No entre las armas y el ardiente fuego
los tristes teucros tanto se afligieron
con el engaño del astuto griego, 75
como lloraron, como repitieron
el nombre de Meliso los pastores
cuando informados de su muerte fueron.



DAMÓN

No de olorosas variadas flores

adornaron sus frentes, ni cantaron 80
con voz suave algún cantar de amores.
De funesto ciprés se coronaron,
y en triste repetido amargo llanto
lamentables canciones entonaron.



ELICIO

Y así, pues hoy el áspero quebranto 85
y la memoria amarga se renueva,
pastores, entonad el triste canto,
qu’el duro caso que a doler nos lleva
es tal, que será pecho de diamante
el que a llorar en él no se conmueva. 90



LAUSO

El firme pecho, el ánimo constante,
qu’en las adversidades siempre tuvo
este pastor por mil lenguas se cante,
como al desdén que de contino hubo
en el pecho de Filis indignado 95
cual firme roca contra el mar estuvo.



TIRSI

Repítanse los versos que ha cantado,
queden en la memoria de las gentes
por muestras de su ingenio levantado.



DAMÓN

Por tierras de las nuestras diferentes, 100
lleve su nombre la parlera fama
con pasos prestos y alas diligentes.



ELICIO

Y de su casta y amorosa llama
ejemplo tome el más lascivo pecho
y el que en ardor menos cabal se inflama. 105




LAUSO

¡Venturoso Meliso, que a despecho
de mil contrastes fieros de fortuna,
vives ahora alegre y satisfecho!




TIRSI

Poco te cansa, poco te importuna
esta mortal bajeza que dejaste, 110
llena de más mudanzas que la luna.




DAMÓN

Por firme alteza la humildad trocaste,
por bien el mal, la muerte por la vida
tan seguro temiste y esperaste.




ELICIO

Desta mortal, al parecer, caída, 115
quien vive bien, al cabo se levanta,
cual tú, Meliso, a la región florida,
donde por más de una inmortal garganta
se despide la voz, que gloria suena,
gloria repite, dulce gloria canta; 120
donde la hermosa clara faz serena
se ve, en cuya visión se goza y mira
la summa gloria más perfecta y buena.
Mi flaca voz a tu alabanza aspira,
y tanto cuanto más cresce el deseo, 125

tanto, Meliso, el miedo le retira.
Que aquello que contemplo agora, y veo
con el entendimiento levantado,
del sacro tuyo sobrehumano arreo,
tiene mi entendimiento acobardado, 130
y sólo paro en levantar las cejas
y en recoger los labios de admirado.




LAUSO

Con tu partida, en triste llanto dejas
cuantos con tu presencia se alegraban,
y el mal se acerca porque tú te alejas. 135




TIRSI

En tu sabiduría se enseñaban
los rústicos pastores, y en un punto,
con nuevo ingenio y discreción quedaban.
Pero llegóse aquel forzoso punto
donde tú te partiste y do quedamos 140
con poco ingenio y corazón difunto.
Esta amarga memoria celebramos
los que en la vida te quisimos tanto,
cuanto ahora en la muerte te lloramos.
Por esto, al son de tan confuso llanto, 145
cobrando de contino nuevo aliento,
pastores, entonad el triste canto.
Lleguen do llega el duro sentimiento

las lágrimas vertidas y sospiros,
con quien se augmenta el presuroso viento. 150
Poco os encargo, poco sé pediros;
más habéis de sentir que cuanto ahora
puede mi atada lengua referiros.
Mas, pues Febo se ausenta, y descolora
la tierra, que se cubre en negro manto, 155
hasta que venga la esperada aurora,
pastores, cesad ya del triste canto.

Tirsi, que comenzado había la triste y dolorosa elegía, fue el que la puso fin, sin que le pusiesen por un buen espacio a las lágrimas todos los que el lamentable canto escuchado habían. Mas, a esta sazón, el venerable Telesio les dijo:

-Pues habemos cumplido en parte, gallardos y comedidos pastores, con la obligación que al venturoso Meliso tenemos, poned por agora silencio a vuestras tiernas lágrimas, y dad algún vado a vuestros dolientes sospiros, pues ni por ellas ni ellos podemos cobrar la pérdida que lloramos; y, puesto que el humano sentimiento no pueda dejar de mostrarle en los adversos acaecimientos, todavía es menester templar la demasía de sus accidentes con la razón que al discreto acompaña; y, aunque las lágrimas y sospiros sean señales del amor que se tiene al que se llora, más provecho consiguen las almas por quien se derraman con los píos sacrificios y devotas oraciones que por ellas se hacen, que si todo el mar océano por los ojos de todo el mundo hecho lágrimas se destilase. Y, por esta razón, y por la que tenemos de dar algún alivio a nuestros cansados cuerpos, será bien que, dejando lo que nos resta de hacer para el venidero día, por agora visitéis vuestros zurrones y cumpláis con lo que naturaleza os obliga.

Y, en diciendo esto, dio orden como todas las pastoras estuviesen a una parte del valle, junto a la sepultura de Meliso, dejando con ellas seis de los más ancianos pastores que allí había, y los demás, poco desviados dellas, en otra parte se estuvieron. Y luego, con lo que en los zurrones traían, y con el agua de la clara fuente, satisficieron a la común necesidad de la hambre, acabando a tiempo que ya la noche vestía de una mesma color todas las cosas debajo de nuestro horizonte contenidas, y la luciente luna mostraba su rostro hermoso y claro en toda la entereza que tiene cuando más el rubio hermano sus rayos le comunica. Pero, de allí a poco rato, levantándose un alterado viento, se comenzaron a ver algunas negras nubes, que algún tanto la luz de la casta diosa encubrían, haciendo sombras en la tierra, señales por donde algunos pastores que allí estaban, en la rústica astrología maestros, algún venidero turbión y borrasca esperaban. Mas todo paró en no más de quedar la noche parda y serena, y en acomodarse ellos a descansar sobre la fresca yerba, entregando los ojos al dulce y reposado sueño, como lo hicieron todos, si no algunos que repartieron como en centinelas la guarda de las pastoras, y la de algunas antorchas que alrededor de la sepultura de Meliso ardiendo quedaban. Pero, ya que el sosegado silencio se estendió por todo aquel sagrado valle, y ya que el perezoso Morfeo había con el bañado ramo tocado las sienes y párpados de todos los presentes, a tiempo que a la redonda de nuestro polo buena parte las errantes estrellas andado habían, señalando los puntuales cursos de la noche, en aquel instante, de la mesma sepultura de Meliso se levantó un grande y maravilloso fuego, tan luciente y claro que en un momento todo el escuro valle quedó con tanta claridad como si el mesmo sol le alumbrara; por la cual improvisa maravilla, los pastores que despiertos junto a la sepultura estaban, cayeron atónitos en el suelo, deslumbrados y ciegos con la luz del transparente fuego, el cual hizo contrario efecto en los demás que durmiendo estaban, porque, heridos de sus rayos, huyó dellos el pesado sueño, y, aunque con dificultad alguna, abrieron los dormidos ojos, y, viendo la estrañeza de la luz que se les mostraba, confusos y admirados quedaron. Y así, cuál en pie, cuál recostado, y cuál sobre las rodillas puesto, cada uno, con admiración y espanto, el claro fuego miraba.

Todo lo cual visto por Telesio, adornándose en un punto de las sacras vestiduras, acompañado de Elicio, Tirsi, Damón, Lauso y otros animosos pastores, poco a poco se comenzó a llegar al fuego, con intención de, con algunos lícitos y acomodados exorcismos, procurar deshacer o entender de dó procedía la estraña visión que se les mostraba. Pero, ya que llegaban cerca de las encendidas llamas, vieron que, dividiéndose en dos partes, en medio dellas parecía una tan hermosa y agraciada ninfa, que en mayor admiración les puso que la vista del ardiente fuego. Mostraba estar vestida de una rica y sotil tela de plata, recogida y retirada a la cintura, de modo que la mitad de las piernas se descubrían, adornadas con unos coturnos, o calzado justo, dorados, llenos de infinitos lazos de listones de diferentes colores; sobre la tela de plata traía otra vestidura de verde y delicado cendal, que, llevado a una y a otra parte por un ventecillo que mansamente soplaba, estremadamente parecía; por las espaldas traía esparcidos los más luengos y rubios cabellos que jamás ojos humanos vieron, y sobre ellos una guirnalda sólo de verde laurel compuesta; la mano derecha ocupaba con un alto ramo de amarilla y vencedora palma, y la izquierda con otro de verde y pacífica oliva, con los cuales ornamentos tan hermosa y admirable se mostraba, que a todos los que la miraban tenía colgados de su vista; de tal manera que, desechando de sí el temor primero, con seguros pasos alrededor del fuego se llegaron, persuadiéndose que, de tan hermosa visión, ningún daño podía sucederles. Y estando, como se ha dicho, todos transportados en mirarla, la bella ninfa abrió los brazos a una y a otra parte, y hizo que las apartadas llamas más se apartasen y dividiesen, para dar lugar a que mejor pudiese ser mirada; y luego, levantando el sereno rostro, con gracia y gravedad estraña, a semejantes razones dio principio:

-Por los efectos que mi improvisa vista ha causado en vuestros corazones, discreta y agradable compañía, podéis considerar que no en virtud de malignos espíritus ha sido formada esta figura mía que aquí se os representa; porque una de las razones por do se conosce ser una visión buena o mala es por los efectos que hace en el ánimo de quien la mira; porque la buena, aunque cause en él admiración y sobresalto, el tal sobresalto y admiración viene mezclado con un gustoso alboroto, que a poco rato le sosiega y satisface; al revés de lo que causa la visión perversa, la cual sobresalta, descontenta, atemoriza y jamás asegura. Esta verdad os aclarará la experiencia cuando me conozcáis y yo os diga quién soy y la ocasión que me ha movido a venir de mis remotas moradas a visitaros.

Y, porque no quiero teneros colgados del deseo que tenéis de saber quién yo sea, sabed, discretos pastores y bellas pastoras, que yo soy una de las nueve doncellas que en las altas y sagradas cumbres de Parnaso tienen su propria y conoscida morada. Mi nombre es Calíope; mi oficio y condición es favorescer y ayudar a los divinos espíritus, cuyo loable ejercicio es ocuparse en la maravillosa y jamás como debe alabada sciencia de la poesía. Yo soy la que hice cobrar eterna fama al antiguo ciego natural de Esmirna, por él solamente famosa; la que hará vivir el mantuano Títiro por todos los siglos venideros, hasta que el tiempo se acabe; y la que hace que se tengan en cuenta, desde la pasada hasta la edad presente, los escriptos tan ásperos como discretos del antiquísimo Enio. En fin, soy quien favoresció a Catulo, la que nombró a Horacio, eternizó a Propercio, y soy la que con inmortal fama tiene conservada la memoria del conoscido Petrarca, y la que hizo bajar a los escuros infiernos y subir a los claros cielos al famoso Dante. Soy la que ayudó a tejer al divino Ariosto la variada y hermosa tela que compuso; la que en esta patria vuestra tuvo familiar amistad con el agudo Boscán y con el famoso Garcilaso, con el docto y sabio Castillejo y el artificioso Torres Naharro, con cuyos ingenios, y con los frutos dellos, quedó vuestra patria enriquescida y yo satisfecha. Yo soy la que moví la pluma del celebrado Aldana, y la que no dejó jamás el lado de don Fernando de Acuña, y la que me precio de la estrecha amistad y conversación que siempre tuve con la bendita alma del cuerpo que en esta sepultura yace, cuyas obsequias, por vosotros celebradas, no sólo han alegrado su espíritu, que ya por la región eterna se pasea, sino que a mí me han satisfecho de suerte que, forzada, he venido a agradeceros tan loable y piadosa costumbre como es la que entre vosotros se usa; y así, os prometo, con las veras que de mi virtud pueden esperarse, que en pago del beneficio que a las cenizas de mi querido y amado Meliso habéis hecho, de hacer siempre que en vuestras riberas jamás falten pastores que en la alegre sciencia de la poesía a todos los de las otras riberas se aventajen; favoresceré ansimesmo siempre vuestros consejos, y guiaré vuestros entendimientos, de manera que nunca deis torcido voto cuando decretéis quién es merescedor de enterrarse en este sagrado valle; porque no será bien que, de honra tan particular y señalada, y que sólo es merescida de los blancos y canoros cisnes, la vengan a gozar los negros y roncos cuervos. Y así, me parece que será bien daros alguna noticia agora de algunos señalados varones que en esta vuestra España viven, y algunos en las apartadas Indias a ella subjetas; los cuales, si todos o alguno dellos su buena ventura le trujere a acabar el curso de sus días en estas riberas, sin duda alguna le podéis conceder sepultura en este famoso sitio. Junto con esto, os quiero advertir que no entendáis que los primeros que nombrare son dignos de más honra que los postreros, porque en esto no pienso guardar orden alguna: que, puesto que yo alcanzo la diferencia que el uno al otro y los otros a los otros hacen, quiero dejar esta declaración en duda, porque vuestros ingenios en entender la diferencia de los suyos tengan en qué ejercitarse, de los cuales darán testimonio sus obras. Irélos nombrando como se me vinieren a la memoria, sin que ninguno se atribuya a que ha sido favor que yo le he hecho en haberme acordado dél primero que de otro; porque, como digo, a vosotros, discretos pastores, dejo que después les deis el lugar que os paresciere que de justicia se les debe. Y, para que con menos pesadumbre y trabajo a mi larga relación estéis atentos, haréla de suerte que sólo sintáis disgusto por la brevedad della.

Calló diciendo esto la bella ninfa, y luego tomó una arpa que junto a sí tenía, que hasta entonces de ninguno había sido vista; y, en comenzándola a tocar, parece que comenzó a esclarecerse el cielo, y que la luna, con nuevo y no usado resplandor, alumbraba la tierra; los árboles, a despecho de un blando céfiro que soplaba, tuvieron quedas las ramas; y los ojos de todos los que allí estaban no se atrevían a abajar los párpados, porque aquel breve punto que se tardaban en alzarlos, no se privasen de la gloria que en mirar la hermosura de la ninfa gozaban; y aun quisieran todos que todos sus cinco sentidos se convirtieran en el del oír solamente: con tal estrañeza, con tal dulzura, con tanta suavidad tocaba la arpa la bella musa; la cual, después de haber tañido un poco, con la más sonora voz que imaginarse puede, en semejantes versos dio principio:



CANTO DE CALÍOPE


Al dulce son de mi templada lira,
prestad, pastores, el oído atento:
oiréis cómo en mi voz y en él respira
de mis hermanas el sagrado aliento.
Veréis cómo os suspende, y os admira, 5
y colma vuestras almas de contento,
cuando os dé relación, aquí en el suelo,
de los ingenios que ya son del cielo.



Pienso cantar de aquellos solamente
a quien la Parca el hilo aún no ha cortado, 10
de aquéllos que son dignos justamente
d’en tal lugar tenerle señalado,
donde, a pesar del tiempo diligente,
por el laudable oficio acostumbrado
vuestro, vivan mil siglos sus renombres, 15
sus claras obras, sus famosos nombres.



Y el que con justo título meresce
gozar de alta y honrosa preeminencia,
un don ALONSO es, en quien floresce
del sacro Apolo la divina sciencia; 20
y en quien con alta lumbre resplandece
de Marte el brío y sin igual potencia,
DE LEIVA tiene el sobrenombre ilustre,
que a Italia ha dado, y aun a España, lustre.



Otro del mesmo nombre, que de Arauco 25
cantó las guerras y el valor de España,
el cual los reinos donde habita Glauco
pasó y sintió la embravescida saña.
No fue su voz, no fue su acento rauco,
que uno y otro fue de gracia estraña, 30
y tal, que ERCILLA, en este hermoso asiento
meresce eterno y sacro monumento.



Del famoso don JUAN DE SILVA os digo
que toda gloria y todo honor meresce,
así por serle Febo tan amigo, 35
como por el valor que en él floresce.
Serán desto sus obras buen testigo,
en las cuales su ingenio resplandece
con claridad que al ignorante alumbra
y al sabio agudo a veces le deslumbra. 40



Crezca el número rico desta cuenta
aquel con quien la tiene tal el cielo,
que con febeo aliento le sustenta,
y con valor de Marte acá en el suelo.
A Homero iguala si a escrebir intenta, 45
y a tanto llega de su pluma el vuelo,
cuanto es verdad que a todos es notorio
el alto ingenio de don DIEGO OSORIO.




Por cuantas vías la parlera fama
puede loar un caballero ilustre, 50
por tantas su valor claro derrama,
dando sus hechos a su nombre lustre.
Su vivo ingenio, su virtud, inflama
más de una lengua, a que de lustre en lustre,
sin que cursos de tiempos las espanten, 55
de don FRANCISCO DE MENDOZA canten.



¡Feliz don DIEGO DE SARMIENTO, ilustre,
y Carvajal, famoso, producido
de nuestro coro y de Hipocrene lustre,
mozo en la edad, anciano en el sentido, 60
de siglo en siglo irá, de lustre en lustre,
a pesar de las aguas del olvido,
tu nombre, con tus obras excelentes,
de lengua en lengua y de gente en gentes!



Quiéro[o]s mostrar por cosa soberana, 65
en tierna edad, maduro entendimiento,
destreza y gallardía sobrehumana,
cortesía, valor, comedimiento,
y quien puede mostrar en la toscana
como en su propria lengua aquel talento 70
que mostró el que cantó la casa d’Este:
un don GUTIERRE CARVAJAL es éste.




Tú, don LUIS DE VARGAS, en quien veo
maduro ingenio en verdes pocos días,
procura de alcanzar aquel trofeo 75
que te prometen las hermanas mías;
mas tan cerca estás dél, que, a lo que creo,
ya triunfas, pues procuras por mil vías
virtuosas y sabias que tu fama
resplandezca con viva y clara llama. 80



Del claro Tajo la ribera hermosa
adornan mil espíritus divinos,
que hacen nuestra edad más venturosa
que aquélla de los griegos y latinos.
Dellos pienso decir sola una cosa: 85
que son de vuestro valle y honra dignos
tanto cuanto sus obras nos lo muestran,
que al camino del cielo nos adiestran.



Dos famosos doctores, presidentes
en las sciencias de Apolo, se me ofrescen, 90
que no más que en la edad son diferentes,
y en el trato e ingenio se parecen.
Admíranlos ausentes y presentes,
y entre unos y otros tanto resplandecen
con su saber altísimo y profundo, 95
que presto han de admirar a todo el mundo.


Y el nombre que me viene más a mano,
destos dos que a loar aquí me atrevo,
es del doctor famoso CAMPUZANO,
a quien podéis llamar segundo Febo. 100
El alto ingenio suyo, el sobrehumano
discurso nos descubre un mundo nuevo,
de tan mejores Indias y excelencias,
cuanto mejor qu’el oro son las sciencias.



Es el doctor SUÁREZ, que DE SOSA 105
el sobrenombre tiene, el que se sigue,
que de una y otra lengua artificiosa
lo más cendrado y lo mejor consigue.
Cualquiera que en la fuente milagrosa,
cual él la mitigó, la sed mitigue, 110
no tendrá que envidiar al docto griego,
ni a aquél que nos cantó el troyano fuego.



Del doctor VACA, si decir pudiera
lo que yo siento dél, sin duda creo
que cuantos aquí estáis os suspendiera: 115
tal es su sciencia, su virtud y arreo.
Yo he sido en ensalzarle la primera
del sacro coro, y soy la que deseo
eternizar su nombre en cuanto al suelo
diere su luz el gran señor de Delo. 120



Si la fama os trujere a los oídos
de algún famoso ingenio maravillas,
conceptos bien dispuestos y subidos,
y sciencias que os asombren en oíllas,
cosas que paran sólo en los sentidos 125
y la lengua no puede referillas,
el dar salida a todo dubio y traza,
sabed que es el licenciado DAZA.



Del maestro GARAY las dulces obras
me incitan sobre todos a alabarle; 130
tú, Fama, que al ligero tiempo sobras,
ten por heroica empresa el celebrarle.
Verás cómo en él más fama cobras,
Fama, que está la tuya en ensalzarle,
que hablando desta fama, en verdadera 135
has de trocar la fama de parlera.



Aquel ingenio que al mayor humano
se deja atrás, y aspira al que es divino,
y, dejando a una parte el castellano,
sigue el heroico verso del latino; 140
el nuevo Homero, el nuevo mantuano,
es el maestro CÓRDOBA, que es digno
de celebrarse en la dichosa España,
y en cuanto el sol alumbra y el mar baña.



De ti, el doctor FRANCISCO DÍAZ, puedo 145
asegurar a estos mis pastores
que con seguro corazón y ledo,
pueden aventajarse en tus loores.
Y si en ellos yo agora corta quedo,
debiéndose a tu ingenio los mayores, 150
es porque el tiempo es breve y no me atrevo
a poderte pagar lo que te debo.




LUJÁN, que con la toga merescida
honras el proprio y el ajeno suelo,
  y con tu dulce musa conoscida 155
subes tu fama hasta el más alto cielo,
yo te daré después de muerto vida,
haciendo que, en ligero y presto vuelo,
la fama de tu ingenio único, solo,
vaya del nuestro hasta el contrario polo. 160



El alto ingenio y su valor declara
un licenciado tan amigo vuestro
cuanto ya sabéis que es JUAN DE VERGARA,
honra del siglo venturoso nuestro.
Por la senda qu’él sigue, abierta y clara, 165
yo mesma el paso y el ingenio adiestro,
y adonde él llega, de llegar me pago,
y en su ingenio y virtud me satisfago.



Otros quiero nombrar, porque se estime
y tenga en precio mi atrevido canto, 170
el cual hará que ahora más le anime
y llegue allí donde el deseo levanto.
Y es este que me fuerza y que me oprime
a decir sólo dél, y cantar cuanto
canto de los ingenios más cabales, 175
el licenciado ALONSO DE MORALES.



Por la difícil cumbre va subiendo
al temp[l]o de la Fama, y se adelanta,
un generoso mozo, el cual, rompiendo
por la dificultad que más espanta, 180
tan presto ha de llegar allá, que entiendo
que en profecía ya la fama canta
del lauro que le tiene aparejado
al licenciado HERNANDO MALDONADO.



La sabia frente del laurel honroso 185
adornada veréis de aquél que ha sido
en todas sciencias y artes tan famoso
que es ya por todo el orbe conoscido.
Edad dorada, siglo venturoso,
que gozar de tal hombre has merescido: 190
¿cuál siglo, cuál edad ahora te llega,
si en ti está MARCO ANTONIO DE LA VEGA?



Un DIEGO se me viene a la memoria,
que DE MENDOZA es cierto que se llama,
digno que sólo dél se hiciera historia 195
tal que llegara allí donde su fama.
Su sciencia y su virtud, que es tan notoria,
que ya por todo el orbe se derrama,
admira a los ausentes y presentes
de las remotas y cercanas gentes. 200




Un conoscido el alto Febo tiene;
¿qué digo un conoscido?, un verdadero
amigo, con quien sólo se entretiene,
que es de toda sciencia tesorero.
Y es éste que de industria se detiene 205
a no comunicar su bien entero,
DIEGO DURÁN, en quien contino dura
y durará el valor, ser y cordura.



¿Quién pensáis que es aquél que en voz sonora
sus ansias canta regaladamente, 210
aquél en cuyo pecho Febo mora,
el docto Orfeo y Arïón prudente?
Aquel que de los reinos del aurora
hasta los apartados de occidente
es conoscido, amado y estimado 215
por el famoso LÓPEZ MALDONADO.




¿Quién pudiera loaros, mis pastores,
un pastor vuestro amado y conoscido,
pastor mejor de cuantos son mejores,
que de Fílida tiene el apellido? 220
La habi[li]dad, la sciencia, los primores,
el raro ingenio y el valor subido
de LUIS DE MONTALVO, le aseguran
gloria y honor mientras los cielos duran.



El sacro Ibero, de dorado acanto, 225
de siempre verde yedra y blanca oliva
su frente adorne, y en alegre canto
su gloria y fama para siempre viva,
pues su antiguo valor ensalza tanto
que al fértil Nilo de su nombre priva 230
de PEDRO DE LIÑÁN la sotil pluma,
de todo el bien de Apolo cifra y suma.



De ALONSO DE VALDÉS me está incitando
el raro y alto ingenio a que dél cante,
y que os vaya, pastores, declarando 235
que a los más raros pasa, y va adelante.
Halo mostrado ya, y lo va mostrando
en el fácil estilo y elegante
con que descubre el lastimado pecho
y alaba el mal qu’el fiero amor l’ha hecho. 240



Admíreos un ingenio en quien se encierra
todo cuanto pedir puede el deseo,
ingenio que, aunque vive acá en la tierra,
del alto cielo es su caudal y arreo.
Ora trate de paz, ora de guerra, 245
todo cuanto yo miro, escucho y leo
del celebrado PEDRO DE PADILLA,
me causa nuevo gusto y maravilla.



    Tú, famoso GASPAR ALFONSO, ordenas,
según aspiras a inmortal subida, 250
que yo no pueda celebrarte apenas,
si te he de dar loor a tu medida.
Las plantas fertilísimas amenas
que nuestro celebrado monte anida,
todas ofrescen ricas laureolas 255
para ceñir y honrar tus sienes solas.



   De CRISTÓBAL DE MESA os digo cierto
que puede honrar vuestro sagrado valle;
no sólo en vida, más después de muerto
podéis con justo título alaballe. 260
De sus heroicos versos el concierto,
su grave y alto estilo, pueden dalle
alto y honroso nombre, aunque callara
la fama dél, y yo no me acordara.


    Pues sabéis cuánto adorna y enriquece 265
vuestras riberas PEDRO DE RIBERA,
dalde el honor, pastores, que meresce,
que yo seré en honrarle la primera.
Su dulce musa, su virtud, ofresce
un subjeto cabal donde pudiera 270
la fama y cien mil famas ocuparse,
y en solos sus loores estremarse.



    Tú, que de Luso el sin igual tesoro
trujiste en nueva forma a la ribera
del fértil río, a quien el lecho de oro 275
tan famoso le hace adonde quiera,
con el debido aplauso y el decoro
debido a ti, BENITO DE CALDERA,
y a tu ingenio sin par, prometo honrarte
y de lauro y de yedra coronarte. 280


    De aquel que la cristiana poesía
tan en su punto ha puesto en tanta gloria,
haga la fama y la memoria mía
famosa para siempre su memoria.
De donde nasce adonde muere el día, 285
la sciencia sea y la bondad notoria
del gran FRANCISCO DE GUZMÁN, qu’el arte
de Febo sabe, ansí como el de Marte.



    Por la curiosidad y entendimiento
de TOMÁS DE GRACIÁN, dadme licencia
que yo le escoja en este valle asiento
igual a su virtud, valor y sciencia, 300
el cual, si llega a su merescimiento,
será de tanto grado y preeminencia,
que, a lo que creo, pocos se le igualen:
tanto su ingenio y sus virtudes valen.




    Del capitán SALCEDO está bien claro
que llega su divino entendimiento 290
al punto más subido, agudo y raro
que puede imaginar el pensamiento.
Si le comparo, a él mesmo le comparo,
que no hay comparación que llegue a cuento
de tamaño valor, que la medida 295
ha de mostrar ser falta o ser torcida.




Agora, hermanas bellas, de improviso, 305
BAPTISTA DE VIVAR quiere alabaros
con tanta discreción, gala y aviso,
que podáis, siendo musas, admiraros.
No cantará desdenes de Narciso,
que a Eco solitaria cuestan caros, 310
sino cuidados suyos que han nascido
entre alegre esperanza y triste olvido.



Un nuevo espanto, un nuevo asombro y miedo
me acude y sobresalta en este punto,
sólo por ver que quiero y que no puedo 315
subir de honor al más subido punto
al grave BALTASAR, que DE TOLEDO
el sobrenombre tiene, aunque barrunto
que de su docta pluma el alto vuelo
le ha de subir hasta el impíreo cielo. 320



Muestra en un ingenio la experiencia
que en años verdes y en edad temprana
hace su habitación ansí la sciencia,
como en la edad madura, antigua y cana.
No entraré con alguno en competencia 325
que contradiga una verdad tan llana,
y más si acaso a sus oídos llega
que lo digo por vos, LOPE DE VEGA.



De pacífica oliva coronado,
ante mi entendimiento se presenta 330
agora el sacro Betis, indignado,
y de mi inadvertencia se lamenta.
Pide que en el discurso comenzado,
de los raros ingenios os dé cuenta
que en sus riberas moran, y yo ahora 335
harélo con la voz muy más sonora.



Mas, ¿qué haré, que en los primeros pasos
que doy descubro mil estrañas cosas,
otros mil nuevos Pindos y Parnasos,
otros coros de hermanas más hermosas, 340
con que mis altos bríos quedan lasos,
y más cuando, por causas milagrosas,
oigo cualquier sonido servir de eco,
cuando se nombra el nombre de PACHECO?



Pacheco es éste, con quien tiene Febo 345
y las hermanas tan discretas mías
nueva amistad, discreto trato y nuevo
desde sus tiernos y pequeños días.
Yo desde entonces hasta agora llevo
por tan estrañas desusadas vías 350
su ingenio y sus escriptos, que han llegado
al título de honor más encumbrado.



En punto estoy donde, por más que diga
en alabanza del divino HERRERA,
será de poco fruto mi fatiga, 355
aunque le suba hasta la cuarta esfera.
Mas, si soy sospechosa por amiga,
sus obras y su fama verdadera
dirán que en sciencias es HERNANDO solo
del Gange al Nilo, y de uno al otro polo. 360




De otro FERNANDO quiero daros cuenta,
que DE CANGAS se nombra, en quien se admira
el suelo, y por quien vive y se sustenta
la sciencia en quien al sacro lauro aspira.
Si al alto cielo algún ingenio intenta 365
de levantar y de poner la mira,
póngala en éste sólo, y dará al punto
en el más ingenioso y alto punto.



De don CRISTÓBAL, cuyo sobrenombre
es de VILLAR[R]OEL, tened creído 370
que bien meresce que jamás su nombre
toque las aguas negras del olvido.
Su ingenio admire, su valor asombre,
y el ingenio y valor sea conoscido
por el mayor estremo que descubre 375
en cuanto mira el sol o el suelo encubre.



Los ríos de elocuencia que del pecho
del grave antiguo Cicerón manaron;
los que al pueblo de Atenas satisfecho
tuvieron y a Demóstenes honraron; 380
los ingenios qu’el tiempo ha ya deshecho,
que tanto en los pasados se estimaron,
humíllense a la sciencia alta y divina
del maestro FRANCISCO DE MEDINA.



Puedes, famoso Betis, dignamente 385
al Mincio, al Arno, al Tibre aventajarte,
y alzar contento la sagrada frente
y en nuevos anchos senos dilatarte,
pues quiso el cielo, que en tu bien consiste,
tal gloria, tal honor, tal fama darte, 390
cual te la adquiere a tus riberas bellas
BALTASAR DEL ALCÁZAR, que está en ellas.



Otro veréis en quien veréis cifrada
del sacro Apolo la más rara sciencia,
que en otros mil subjectos derramada, 395
hace en todos de sí grave aparencia.
Mas, en este subjeto mejorada,
asiste en tantos grados de excelencia,
que bien puede MOSQUERA, el licenciado,
ser como el mesmo Apolo celebrado. 400



No se desdeña aquel varón prudente,
que de sciencias adorna y enriquesce
su limpio pecho, de mirar la fuente
que en nuestro monte en sabias aguas cresce;
antes, en la sin par clara corriente 405
tanto la sed mitiga, que floresce
por ello el claro nombre acá en la tierra
del gran doctor DOMINGO DE BECERRA.



Del famoso ESPINEL cosas diría
que exceden al humano entendimiento, 410
de aquellas sciencias que en su pecho cría
el divino de Febo sacro aliento;
mas, pues no puede de la lengua mía
decir lo menos de lo más que siento,
no diga más sino que al cielo aspira, 415
ora tome la pluma, ora la lira.



Si queréis ver en una igual balanza
al rubio Febo y colorado Marte,
procurad de mirar al gran CARRANZA,
de quien el uno y otro no se parte. 420
En él veréis, amigas, pluma y lanza
con tanta discreción, destreza y arte,
que la destreza, en partes dividida,
la tiene a sciencia y arte reducida.



De LÁZARO LUIS IRANZO, lira 425
templada había de ser más que la mía,
a cuyo son cantase el bien que inspira
en él el cielo, y el valor que cría.
Por las sendas de Marte y Febo aspira
a subir do la humana fantasía 430
apenas llega; y él, sin duda alguna,
llegará contra el hado y la fortuna.



BALTASAR DE ESCOBAR, que agora adorna
del Tíber las riberas tan famosas,
y con su larga ausencia desadorna 435
las del sagrado Betis espaciosas;
fértil ingenio, si por dicha torna
al patrio amado suelo, a sus honrosas
y juveniles sienes les ofrezco
el lauro y el honor que yo merezco. 440



¿Qué título, qué honor, qué palma o lauro
se le debe a JUAN SANZ, que DE ZUMETA
se nombra, si del Indo al Rojo Mauro
cual su musa no hay otra tan perfecta?
Su fama aquí de nuevo le restauro 445
con deciros, pastores, cuán acepta
será de Apolo cualquier honra y lustre
que a Zumeta hagáis que más le lustre.


Dad a JUAN DE LAS CUEVAS el debido
lugar, cuando se ofrezca en este asiento, 450
pastores, pues lo tiene merescido
su dulce musa y raro entendimiento.
Sé que sus obras del eterno olvido,
a despecho y pesar del violento
curso del tiempo, librarán su nombre, 455
quedando con un claro alto renombre.



Pastores, si le viéredes, honraldo
al famoso varón que os diré ahora
y en graves dulces versos celebraldo,
como a quien tanto en ellos se mejora. 460
El sobrenombre tiene DE VIVALDO;
de ADAM el nombre, el cual ilustra y dora
con su florido ingenio y excelente
la venturosa nuestra edad presente.



Cual suele estar de variadas flores 465
adorno y rico el más florido mayo,
tal de mil varias sciencias y primores
está el ingenio de don JUAN AGUAYO.
Y, aunque más me detenga en sus loores,
sólo sabré deciros que me ensayo 470
ahora, y que otra vez os diré cosas
tales que las tengáis por milagrosas.



De JUAN GUTIÉRREZ RUFO el claro nombre
quiero que viva en la inmortal memoria,
y que al sabio y al simple admire, asombre 475
la heroica que compuso ilustre historia.
Déle el sagrado Betis el renombre
que su estilo meresce; denle gloria
los que pueden y saben; déle el cielo
igual la fama a su encumbrado vuelo. 480



En don LUIS DE GÓNGORA os ofrezco
un vivo raro ingenio sin segundo;
con sus obras me alegro y enriquezco
no sólo yo, mas todo el ancho mundo.
Y si, por lo que os quiero, algo merezco, 485
haced que su saber alto y profundo
en vuestras alabanzas siempre viva
contra el ligero tiempo y muerte esquiva.



Ciña el verde laurel, la verde yedra,
y aun la robusta encina, aquella frente 490
de GONZALO CERVANTES SAAVEDRA,
pues la deben ceñir tan justamente.
Por él la sciencia más de Apolo medra;
en él Marte nos muestra el brío ardiente
de su furor, con tal razón medido 495
que por él es amado y es temido.



Tú, que de Celidón, con dulce plectro
heciste resonar el nombre y fama,
cuyo admirable y bien limado metro
a lauro y triunfo te convida y llama, 500
rescibe el mando, la corona y cetro,
GONZALO GÓMEZ, désta que te ama,
en señal que meresce tu persona
el justo señorío de Helicona.




Tú, Dauro, de oro conoscido río, 505
cual bien agora puedes señalarte,
y con nueva corriente y nuevo brío
al apartado Idaspe aventajarte,
pues GONZALO MATEO DE BERRÍO
tanto procura con su ingenio honrarte, 510
que ya tu nombre la parlera fama,
por él, por todo el mundo le derrama.



Tejed de verde lauro una corona,
pastores, para honrar la digna frente
del licenciado SOTO BARAHONA, 515
varón insigne, sabio y elocuente.
En él el licor sancto de Helicona,
si se perdiera en la sagrada fuente,
se pudiera hallar, ¡oh estraño caso!,
como en las altas cumbres del Parnaso. 520



De la región antártica podría
eternizar ingenios soberanos,
que si riquezas hoy sustenta y cría,
también entendimientos sobrehumanos.
Mostrarlo puedo en muchos este día, 525
y en dos os quiero dar llenas las manos:
uno, de Nueva España y nuevo Apolo;
del Perú, el otro, un sol único y solo.



FRANCISCO, el uno, DE TERRAZAS, tiene
el nombre acá y allá tan conoscido, 530
cuya vena caudal nueva Hipocrene
ha dado al patrio venturoso nido.
La mesma gloria al otro igual le viene,
pues su divino ingenio ha producido
en Arequipa eterna primavera, 535
que éste es DIEGO MARTÍNEZ DE RIBERA.



Aquí, debajo de felice estrella,
un resplandor salió tan señalado,
que de su lumbre la menor centella
nombre de oriente al occidente ha dado. 540
Cuando esta luz nasció, nasció con ella
todo el valor, nasció ALONSO PICADO;
nasció mi hermano y el de Palas junto,
que ambas vimos en él vivo transumpto.



Pues si he de dar la gloria a ti debida, 545
gran ALONSO DE ESTRADA, hoy eres digno
que no se cante así tan de corrida
tu ser y entendimiento peregrino.
Contigo está la tierra enriquescida
que al Betis mil tesoros da contino, 550
y aun no da el cambio igual: que no hay tal paga
que a tan dichosa deuda satisfaga.




Por prenda rara desta tierra ilustre,
claro don JUAN, te nos ha dado el cielo,
DE ÁVALOS gloria, Y DE RIBERA lustre, 555
honra del proprio y del ajeno suelo.
Dichosa España, do por más de un lustre
muestra serán tus obras y modelo
de cuanto puede dar naturaleza
de ingenio claro y singular nobleza. 560



El que en la dulce patria está contento,
las puras aguas de Limar gozando,
la famosa ribera, el fresco viento
con sus divinos versos alegrando,
venga, y veréis por summa deste cuento, 565
su heroico brío y discreción mirando,
que es SANCHO DE RIBERA, en toda parte
Febo primero, y sin segundo Marte.



Este mesmo famoso insigne valle
un tiempo al Betis usurpar solía 570
un nuevo Homero, a quien podemos dalle
la corona de ingenio y gallardía.
Las Gracias le cortaron a su talle,
y el cielo en todas lo mejor le envía;
éste, ya en vuestro Tajo conoscido, 575
PEDRO DE MONTESDOCA es su apellido.



En todo cuanto pedirá el deseo,
un DIEGO ilustre DE AGUILAR admira,
un águila real que en vuelo veo
alzarse a do llegar ninguno aspira. 580
Su pluma entre cien mil gana trofeo,
que, ante ella, la más alta se retira;
su estilo y su valor tan celebrado
Guánuco lo dirá, pues lo ha gozado.



Un GONZALO FERNÁNDEZ se me ofresce, 585
gran capitán del escuadrón de Apolo,
que hoy DE SOTOMAYOR ensoberbece
el nombre, con su nombre heroico y solo.
En verso admira, y en saber floresce
en cuanto mira el uno y otro polo; 590
y si en la pluma en tanto grado agrada,
no menos es famoso por la espada.



De un ENRIQUE GARCÉS, que al piruano
reino enriquece, pues con dulce rima,
con subtil, ingeniosa y fácil mano, 595
a la más ardua empresa en él dio cima,
pues en dulce español al gran toscano
nuevo lenguaje ha dado y nueva estima,
¿quién será tal que la mayor le quite,
aunque el mesmo Petrarca resucite? 600




Un RODRIGO FERNÁNDEZ DE PINEDA,
cuya vena inmortal, cuya excelente
y rara habilidad gran parte hereda
del licor sacro de la equina fuente,
pues cuanto quiere dél no se le veda, 605
pues de tal gloria goza en occidente,
tenga también aquí tan larga parte,
cual la merescen hoy su ingenio y parte.



Y tú, que al patrio Betis has tenido
lleno de envidia, y con razón quejoso 610
de que otro cielo y otra tierra han sido
testigos de tu canto numeroso,
alégrate, que el nombre esclarescido
tuyo, JUAN DE MESTANZA, generoso,
sin segundo será por todo el suelo 615
mientras diere su luz el cuarto cielo.



Toda la suavidad que en dulce vena
se puede ver, veréis en uno solo,
que al son sabroso de su musa enfrena
la furia al mar, el curso al dios Eolo. 620
El nombre déste es BALTASAR DE ORENA,
cuya fama del uno al otro polo
corre ligera, y del oriente a ocaso,
por honra verdadera de Parnaso.



Pues de una fértil y preciosa planta, 625
de allá traspuesta en el mayor collado
que en toda la Tesalia se levanta,
planta que ya dichoso fruto ha dado,
callaré yo lo que la fama canta
del ilustre don PEDRO DE ALVARADO, 630
ilustre, pero ya no menos claro,
por su divino ingenio, al mundo raro.



Tú, que con nueva musa extraordinaria,
CAIRASCO, cantas del amor el ánimo
y aquella condición del vulgo varia 635
donde se opone al fuerte el pusilánimo;
si a este sitio de la Gran Canaria
vinieres, con ardor vivo y magnánimo
mis pastores ofrecen a tus méritos
mil lauros, mil loores beneméritos. 640



¿Quién es, ¡oh anciano Tormes!, el que niega
que no puedes al Nilo aventajarte,
si puede sólo el licenciado VEGA
más que Títiro al Mincio celebrarte?
Bien sé, DAMIÁN, que vuestro ingenio llega 645
do alcanza deste honor la mayor parte,
pues sé, por muchos años de experiencia,
vuestra tan sin igual virtud y sciencia.





Aunque el ingenio y la elegancia vuestra,
FRANCISCO SÁNCHEZ, se me concediera, 650
por torpe me juzgara y poco diestra,
si a querer alabaros me pusiera.
Lengua del cielo única y maestra
tiene de ser la que por la carrera
de vuestras alabanzas se dilate, 655
que hacerlo humana lengua es disparate.



Las raras cosas y en estilo nuevas
que un espíritu muestran levantado,
en cien mil ingeniosas, arduas pruebas,
por sabio conoscido y estimado, 660
hacen que don FRANCISCO DE LAS CUEVAS
por mí sea dignamente celebrado,
en tanto que la fama pregonera
no detuviere su veloz carrera.



Quisiera rematar mi dulce canto 665
en tal sazón, pastores, con loaros
un ingenio que al mundo pone espanto
y que pudiera en éstasis robaros.
En él cifro y recojo todo cuanto
he mostrado hasta aquí y he de mostraros: 670
FRAY LUIS DE LEÓN es el que digo,
a quien yo reverencio, adoro y sigo.



¿Qué modos, qué caminos o qué vías
de alabar buscaré para qu’el nombre
viva mil siglos de aquel gran MATÍAS 675
que DE ZÚÑIGA tiene el sobrenombre?
A él se den las alabanzas mías,
que, aunque yo soy divina y él es hombre,
por ser su ingenio, como lo es, divino,
de mayor honra y alabanza es digno. 680



Volved el presuroso pensamiento
a las riberas de Pisuerga bellas:
veréis que augmentan este rico cuento
claros ingenios con quien se honran ellas.
Ellas no sólo, sino el firmamento, 685
do lucen las claríficas estrellas,
honrarse puede bien cuando consigo
tenga allá los varones que aquí digo.



Vos, DAMASIO DE FRÍAS, podéis solo
loaros a vos mismo, pues no puede 690
hacer, aunque os alabe el mesmo Apolo,
que en tan justo loor corto no quede.
Vos sois el cierto y el seguro polo
por quien se guía aquel que le sucede
en el mar de las sciencias buen pasaje, 695
propicio viento y puerto en su viaje.




ANDRÉS SANZ DE PORTILLO, tú me envía
aquel aliento con que Febo mueve
tu sabia pluma y alta fantasía,
porque te dé el loor que se te debe. 700
Que no podrá la ruda lengua mía,
por más caminos que aquí tiente y pruebe,
hallar alguno así cual le deseo
para loar lo que en ti siento y veo.



Felicísimo ingenio, que te encumbras 705
sobre el que más Apolo ha levantado,
y con tus claros rayos nos alumbras
y sacas del camino más errado;
y, aunque ahora con ella me deslumbras
y tienes a mi ingenio alborotado, 710
yo te doy sobre muchos palma y gloria,
pues a mí me la has dado, doctor SORIA.



Si vuestras obras son tan estimadas,
famoso CANTORAL, en toda parte,
serán mis alabanzas escusadas, 715
si en nuevo modo no os alabo, y arte.
Con las palabras más calificadas,
con cuanto ingenio el cielo en mí reparte,
os admiro y alabo aquí callando,
y llego do llegar no puedo hablando. 720



Tú, HIERÓNIMO VACA Y DE QUIÑONES,
si tanto me he tardado en celebrarte,
mi pasado descuido es bien perdones,
con la enmienda que ofrezco de mi parte.
De hoy más en claras voces y pregones, 725
en la cubierta y descubierta parte
del ancho mundo, haré con clara llama
lucir tu nombre y estender tu fama.



Tu verde y rico margen, no d’enebro,
ni de ciprés funesto enriquescido, 730
claro, abundoso y conoscido Ebro,
sino de lauro y mirto florescido,
ahora como puedo le celebro,
celebrando aquel bien qu’han concedido
el cielo a tus riberas, pues en ellas 735
moran ingenios claros más que estrellas.



Serán testigo desto dos hermanos,
dos luceros, dos soles de poesía,
a quien el cielo con abiertas manos
dio cuanto ingenio y arte dar podía. 740
Edad temprana, pensamientos canos,
maduro trato, humilde fantasía,
labran eterna y digna laureola
a LUPERCIO LEONARDO DE ARGENSOLA.



Con sancta envidia y competencia sancta 745
parece qu’el menor hermano aspira
a igualar al mayor, pues se adelanta
y sube do no llega humana mira.
Por esto escribe y mil sucesos canta
con tan suave y acordada lira, 750
que este BARTOLOMÉ menor meresce
lo que al mayor, Lupercio, se le ofresce.




Si el buen principio y medio da esperanza
que el fin ha de ser raro y excelente,
en cualquier caso ya mi ingenio alcanza 755
qu’el tuyo has de encumbrar, COSME PARIENTE.
Y así, puedes, con cierta confianza,
prometer a tu sabia honrosa frente
la corona que tiene merescida
tu claro ingenio, tu inculpable vida. 760



En soledad, del cielo acompañado,
vives, ¡oh gran MORILLO!, y allí muestras
que nunca dejan tu cristiano lado
otras musas más sanctas y más diestras.
De mis hermanas fuiste alimentado, 765
y ahora, en pago dello, nos adiestras
y enseñas a cantar divinas cosas,
gratas al cielo, al suelo provechosas.



Turia, tú que otra vez con voz sonora
cantaste de tus hijos la excelencia, 770
si gustas de escuchar la mía ahora,
formada no en envidia o competencia,
oirás cuánto tu fama se mejora
con los que yo diré, cuya presencia,
valor, virtud, ingenio, te enriquecen 775
y sobre el Indo y Gange te engrandecen.



¡Oh tú, don JUAN COLOMA, en cuyo seno
tanta gracia del cielo se ha encerrado,
que a la envidia pusiste en duro freno
y en la fama mil lenguas has criado, 780
con que del gentil Tajo al fértil Reno
tu nombre y tu valor va levantado!
Tú, conde de Elda, en todo tan dichoso,
haces el Turia más qu’el Po famoso.



Aquel en cuyo pecho abunda y llueve 785
siempre una fuente que es por él divina,
y a quien el coro de sus lumbres nueve
como a señor con gran razón se inclina,
a quien único nombre se le debe
de la etíope hasta la gente austrina, 790
don LUIS GARCERÁN es sin segundo,
maestre de Montesa y bien del mundo.




Meresce bien en este insigne valle
lugar ilustre, asiento conoscido,
aquel a quien la fama quiere dalle 795
el nombre que su ingenio ha merescido.
Tenga cuidado el cielo de loalle,
pues es del cielo su valor crescido:
el cielo alabe lo que yo no puedo
del sabio don ALONSO REBOLLEDO. 800




Alzas, doctor FALCÓN, tan alto el vuelo,
que al águila caudal atrás te dejas,
pues te remontas con tu ingenio al cielo
y deste valle mísero te alejas.
Por esto temo y con razón recelo 805
que, aunque te alabe, formarás mil quejas
de mí, porque en tu loa noche y día
no se ocupa la voz y lengua mía.



Si tuviera, cual tiene la Fortuna,
la dulce poesía varia rueda, 810
ligera y más movible que la luna,
que ni estuvo, ni está, ni estará queda,
en ella, sin hacer mudanza alguna,
pusiera sólo a MICER ARTIEDA,
y el más alto lugar siempre ocupara, 815
por sciencias, por ingenio y virtud rara.



Todas cuantas bien dadas alabanzas
diste a raros ingenios, ¡oh GIL POLO!,
tú las mereces solo y las alcanzas,
tú las alcanzas y mereces solo. 820
Ten ciertas y seguras esperanzas
que en este valle un nuevo mauseolo
te harán estos pastores, do guardadas
tus cenizas serán y celebradas.



CRISTÓBAL DE VIRUÉS, pues se adelanta 825
tu sciencia y tu valor tan a tus años,
tú mesmo aquel ingenio y virtud canta
con que huyes del mundo los engaños.
Tierna, dichosa y bien nascida planta,
yo haré que en proprios reinos y en estraños 830
el fruto de tu ingenio levantado
se conozca, se admire y sea estimado.



Si conforme al ingenio que nos muestra
SILVESTRE DE ESPINOSA, así se hubiera
de loar, otra voz más viva y diestra, 835
más tiempo y más caudal menester fuera.
Mas, pues la mía a su intención adiestra,
yo [le] daré por paga verdadera,
con el bien que del dios de Delo tiene,
el mayor de las aguas de Hipocrene. 840



Entre éstos, como Apolo, venir veo,
hermoseando al mundo con su vista,
al discreto galán GARCÍA ROMEO,
dignísimo de estar en esta lista.
Si la hija del húmido Peneo, 845
de quien ha sido Ovidio coronista,
en campos de Tesalia le hallara,
en él y no en laurel se transformara.




Rompe el silencio y sancto encerramiento,
traspasa el aire, al cielo se levanta 850
de fray PEDRO DE HUETE aquel acento
de su divina musa, heroica y sancta.
Del alto suyo raro entendimiento
cantó la fama, ha de cantar y canta,
llevando, para dar al mundo espanto, 855
sus obras por testigos de su canto.



Tiempo es ya de llegar al fin postrero,
dando principio a la mayor hazaña
que jamás emprendí, la cual espero
que ha de mover al blando Apolo a saña, 860
pues, con ingenio rústico y grosero,
a dos soles que alumbran vuestra España
-no sólo a España, mas al mundo todo-
pienso loar, aunque me falte el modo.



De Febo la sagrada honrosa sciencia, 865
la cortesana discreción madura,
los bien gastados años, la experiencia,
que mil sanos consejos asegura;
la agudeza de ingenio, el advertencia
en apuntar y en descubrir la escura 870
dificultad y duda que se ofrece,
en estos soles dos sólo floresce.



En ellos un epílogo, pastores,
del largo canto mío ahora hago,
y a ellos enderezo los loores 875
cuantos habéis oído, y no los pago:
que todos los ingenios son deudores
a estos de quien yo me satisfago;
satisfácese dellos todo el suelo,
y aun los admira, porque son del cielo. 880



Estos quiero que den fin a mi canto,
y a nueva admiración comienzo;
y si pensáis que en esto me adelanto,
cuando os diga quién son, veréis que os venzo.
Por ellos hasta el cielo me levanto, 885
y sin ellos me corro y me averguenzo:
tal es LAÍNEZ, tal es FIGUEROA,
dignos de eterna y de incesable loa.

No había aún bien acabado la hermosa ninfa los últimos acentos de su sabroso canto, cuando, tornándose a juntar las llamas, que divididas estaban, la cerraron en medio, y luego, poco a poco consumiéndose, en breve espacio desapareció el ardiente fuego y la discreta musa delante de los ojos de todos, a tiempo que ya la clara aurora comenzaba a descubrir sus frescas y rosadas mejillas por el espacioso cielo, dando alegres muestras del venidero día. Y luego el venerable Telesio, puniéndose encima de la sepultura de Meliso, y rodeado de toda la agradable compañía que allí estaba, prestándole todos una agradable atención y estraño silencio, desta manera comenzó a decirles:

-Lo que esta pasada noche en este mesmo lugar y por vuestros mesmos ojos habéis visto, discretos y gallardos pastores y hermosas pastoras, os habrá dado a entender cuán acepta es al cielo la loable costumbre que tenemos de hacer estos anales sacrificios y honrosas obsequias por las felices almas de los cuerpos que por decreto vuestro en este famoso valle tener sepultura merescieron. Dígoos esto, amigos míos, porque de aquí adelante con más fervor y diligencia acudáis a poner en efecto tan sancta y famosa obra, pues ya veis de cuán raros y altos espíritus nos ha dado noticia la bella Calíope, que todos son dignos, no sólo de las vuestras, pero de todas las posibles alabanzas. Y no penséis que es pequeño el gusto que he rescibido en saber por tan verdadera relación cuán grande es el número de los divinos ingenios que en nuestra España hoy viven, porque siempre ha estado y está en opinión de todas las naciones estranjeras que no son muchos, sino pocos, los espíritus que en la sciencia de la poesía en ella muestran que le tienen levantado, siendo tan al revés como se parece, pues cada uno de los que la ninfa ha nombrado al más agudo estranjero se aventaja, y darían claras muestras dello, si en esta nuestra España se estimase en tanto la poesía como en otras provincias se estima. Y así, por esta causa, los insignes y claros ingenios que en ella se aventajan, con la poca estimación que dellos los príncipes y el vulgo hacen, con solos sus entendimientos comunican sus altos y estraños conceptos, sin osar publicarlos al mundo; y tengo para mí que el cielo debe de ordenarlo desta manera, porque no meresce el mundo ni el mal considerado siglo nuestro gozar de manjares al alma tan gustosos. Mas, porque me parece, pastores, que el poco sueño desta pasada noche y las largas ceremonias nuestras os tendrán algún tanto fatigados y deseosos de reposo, será bien que, haciendo lo poco que nos falta para cumplir nuestro intento, cada uno se vuelva a su cabaña o al aldea, llevando en la memoria lo que la musa nos deja encomendado.


Y, en diciendo esto, se abajó de la sepultura; y, tornándose a coronar de nuevas y funestas ramas, tornó a rodear la pira tres veces, siguiéndole todos y acompañándole en algunas devotas oraciones que decía. Esto acabado, teniéndole todos en medio, volvió el grave rostro a una y otra parte, y, bajando la cabeza y mostrando agradescido semblante y amorosos ojos, se despidió de toda la compañía, la cual, yéndose quién por una y quién por otra parte de las cuatro salidas que aquel sitio tenía, en poco espacio se deshizo y dividió toda, quedando solos los del aldea de Aurelio, y con ellos Timbrio, Silerio, Nísida y Blanca, con los famosos pastores Elicio, Tirsi, Damón, Lauso, Erastro, Daranio, Arsindo y los cuatro lastimados Orompo, Marsilo, Crisio y Orfinio, con las pastoras Galatea, Florisa, Silveria y su amiga Belisa, por quien Marsilo moría. Juntos, pues, todos estos, el venerable Aurelio les dijo que sería bien partirse luego de aquel lugar, para llegar a tiempo de pasar la siesta en el Arro yo de las Palmas, pues tan acomodado sitio era para ello. A todos pareció bien lo que Aurelio decía; y luego, con reposados pasos, hacia donde él dijo se encaminaron. Mas, como la hermosa vista de la pastora Belisa no dejase reposar los espíritus de Marsilo, quisiera él, si pudiera y le fuera lícito, llegarse a ella y decirle la sinrazón que con él usaba; mas, por no perder el decoro que a la honestidad de Belisa se debía, estábase el triste más mudo de lo que había menester su deseo. Los mesmos efectos y accidentes hacía amor en las almas de los enamorados Elicio y Erastro, que cada cual por sí quisiera decir a Galatea lo que ya ella bien sabía. A esta sazón, dijo Aurelio:

-No me parece bien, pastores, que os mostréis tan avaros que no queráis corresponder y pagar lo que debéis a las calandrias y ruiseñoles y a los otros pintados pajarillos que por entre estos árboles con su no aprendida y maravillosa armonía os van entretiniendo y regocijando. Tocad vuestros instrumentos y levantad vuestras sonoras voces, y mostraldes que el arte y destreza vuestra en la música a la natural suya se aventaja; y con tal entretenimiento sentiremos menos la pesadumbre del camino y los rayos del sol, que ya parece que van amenazando el rigor con que esta siesta han de herir la tierra.

Poco fue menester para ser Aurelio obedecido, porque luego Erastro tocó su zampoña y Arsindo su rabel, al son de los cuales instrumentos, dando todos la mano a Elicio, él comenzó a cantar desta manera:




ELICIO


Por lo imposible peleo,
y si quiero retirarme,
ni paso ni senda veo;
que hasta vencer o acabarme,
tras sí me lleva el deseo. 5
Y, aunque sé que aquí es forzoso
antes morir que vencer,
cuando estoy más peligroso,
entonces vengo a tener
mayor fe en lo más dudoso. 10



El cielo que me condemna
a no esperar buena andanza,
me da siempre a mano llena,
sin las sombras de esperanza,
mil certidumbres de pena. 15
Mas mi pecho valeroso,
que se abrasa y se resuelve
en vivo fuego amoroso,
en contracambio, le vuelve
mayor fe en lo más dudoso. 20




Inconstancia, firme duda,
falsa fe, cierto temor,
voluntad de amor desnuda,
nunca turban el amor
que de firme no se muda. 25
Vuele el tiempo presuroso,
suceda ausencia o desdén,
crezca el mal, mengue el reposo,
que yo tendré por mi bien
mayor fe en lo más dudoso. 30



¿No es conoscida locura
y notable desvarío
querer yo lo que ventura
me niega, y el hado mío
y la suerte no asegura? 35
De todo estoy temeroso;
no hay gusto que me entretenga,
y en trance tan peligroso,
me hace el amor que tenga
mayor fe en lo más dudoso. 40




Alcanzo de mi dolor
que está en tal término puesto,
que llega donde el amor;
y el imaginar en esto,
tiempla en parte su rigor. 45
De pobre y menesteroso,
doy a la imaginación
alivio tan congojoso,
porque tenga el corazón
mayor fe en lo más dudoso. 50



Y más agora, que vienen
de golpe todos los males;
y para que más me penen,
aunque todos son mortales,
en la vida me entretienen. 55
Mas, en fin, si un fin hermoso
nuestra vida en honra sube,
el mío me hará famoso,
porque en muerte y vida tuve
mayor fe en lo más dudoso. 60

Parecióle a Marsilo que lo que Elicio había cantado tan a su propósito hacía, que quiso seguirle en el mesmo concepto; y así, sin esperar que otro le tomase la mano, al son de los mesmos instrumentos, desta manera comenzó a cantar:



MARSILO


¡Cuán fácil cosa es llevarse
el viento las esperanzas
que pudieron fabricarse
de las vanas confianzas
que suelen imaginarse! 5
Todo concluye y fenece:
las esperanzas de amor,
los medios qu’el tiempo ofresce;
mas en el buen amador
sola la fe permanece. 10



Ella en mí tal fuerza alcanza,
que, a pesar de aquel desdén,
lleno de desconfianza,
siempre me asegura un bien
que sustenta la esperanza. 15
Y, aunqu’el amor desfallece
en el blanco, airado pecho
que tanto mis males cresce,
en el mío, a su despecho,
sola la fe permanece. 20



Sabes, amor, tú, que cobras
tributo de mi fe cierta,
y tanto en cobrarle sobras,
que mi fe nunca fue muerta,
pues se aviva con mis obras. 25
Y sabes bien que descrece
toda mi gloria y contento
cuanto más tu furia cresce,
y que en mi alma de asiento
sola la fe permanece. 30



Pero si es cosa notoria,
y no hay poner duda en ella,
que la fe no entra en la gloria,
yo, que no estaré sin ella,
¿qué triunfo espero o victoria? 35
Mi sentido desvanece
con el mal que se figura;
todo el bien desaparece;
y entre tanta desventura,
sola la fe permanece. 40


Con un profundo sospiro dio fin a su canto el lastimado Marsilo; y luego Erastro, dando su zampoña, sin más detenerse, desta manera comenzó a cantar:




ERASTRO


En el mal que me lastima
y en el bien de mi dolor,
es mi fe de tanta estima
que ni huye del temor,
ni a la esperanza se arrima. 5
No la turba o desconcierta
ver que está mi pena cierta
en su difícil subida,
ni que consumen la vida
fe viva, esperanza muerta. 10



Milagro es éste en mi mal;
mas eslo porque mi bien,
si viene, venga a ser tal,
que, entre mil bienes, le den
la palma por principal. 15
La fama, con lengua experta,
dé al mundo noticia cierta
qu’el firme amor se mantiene
en mi pecho, adonde tiene
fe viva, esperanza muerta. 20



Vuestro desdén riguroso
y mi humilde merescer,
me tienen tan temeroso
que, ya que os supe querer,
ni puedo hablaros, ni oso. 25
Veo de contino abierta
a mi desdicha la puerta,
y que acabo poco a poco,
porque con vos valen poco
fe viva, esperanza muerta. 30



No llega a mi fantasía
un tan loco desvaneo,
como es pensar que podría
el menor bien que deseo
alcanzar por la fe mía. 35
Podéis, pastora, estar cierta
qu’el alma rendida acierta
a amaros cual merecéis,
pues siempre en ella hallaréis
fe viva, esperanza muerta. 40

Calló Erastro; y luego, el ausente Crisio, al son de los mesmos instrumentos, desta suerte comenzó a cantar:



CRISIO


Si a las veces desespera
del bien la firme afición,
quien desmaya en la carrera
de la amorosa pasión,
¿qué fruto o qué premio espera? 5
Yo no sé quien se asegura
gloria, gustos y ventura
por un ímpetu amoroso,
si en él y en el más dichoso
no es fe la fe que no dura. 10




En mil trances ya sabidos
se han visto, y en los de amores,
los soberbios y atrevidos,
al principio vencedores,
y a la fin quedar vencidos. 15
Sabe el que tiene cordura
que en la firmeza se apura
el triunfo de la batalla,
y sabe que, aunque se halla,
no es fe la fe que no dura. 20



En el que quisiere amar
no más de por su contento,
es imposible durar
en su vano pensamiento
la fe que se ha de guardar. 25
Si en la mayor desventura
mi fe tan firme y segura
como en el bien no estuviera,
yo mismo della dijera:
no es fe la fe que no dura. 30



El ímpetu y ligereza
de un nuevo amador insano,
los llantos y la tristeza,
son nubes que en el verano
se deshacen con presteza. 35
No es amor el que le apura,
sino apetito y locura,
pues cuando quiere, no quiere:
no es amante el que no muere,
no es fe la fe que no dura. 40

A todos pareció bien la orden que los pastores en sus canciones guardaban, y con deseo atendían a que Tirsi o Damón comenzasen; mas presto se le cumplió Damón, pues, en acabando Crisio, al son de su mesmo rabel, cantó desta manera:





DAMÓN


Amarili, ingrata y bella,
¿quién os podrá enternecer,
si os vienen a endurescer
las ansias de mi querella
y la fe de mi querer? 5
¡Bien sabéis, pastora, vos
que en el amor que mantengo
a tan alto estremo vengo
que, después de la de Dios,
sola es fe la fe que os tengo! 10



Y, puesto que subo tanto
en amar cosa mortal,
tal bien encierra mi mal,
que al alma por él levanto
a su patria natural. 15
Por esto conozco y sé
que tal es mi amor, tan luengo
como muero y me entretengo,
y que, si en amor hay fe,
sola es fe la fe que os tengo. 20



Los muchos años gastados
en amorosos servicios,
del alma los sacrificios,
de mi fe y de mis cuidados
dan manifiestos indicios. 25
Por esto no os pediré
remedio al mal que sostengo;
y si a pedírosle vengo,
es, Amarili, porque
sola es fe la fe que os tengo. 30



En el mar de mi tormenta
jamás he visto bonanza,
y aquella alegre esperanza
con quien la fe se sustenta,
de la mía no se alcanza. 35
Del amor y de fortuna
me quejo; mas no me vengo,
pues por ellas a tal vengo
que, sin esperanza alguna,
sola es fe la fe que os tengo. 40

El canto de Damón acabó de confirmar en Timbrio y en Silerio la buena opinión que del raro ingenio de los pastores que allí estaban habían concebido; y más cuando, a persuasión de Tirsi y de Elicio, el ya libre y desdeñoso Lauso, al son de la flauta de Arsindo, soltó la voz en semejantes versos:



  
LAUSO

Rompió el desdén tus cadenas,
falso amor, y a mi memoria
el mesmo ha vuelto la gloria
de la ausencia de tus penas.
Llame mi fe quien quisiere 5
antojadiza, y no firme,
y en su opinión me confirme
como más le pareciere.
Diga que presto olvidé,
y que de un sotil cabello, 10
que un soplo pudo rompello,
colgada estaba mi fe.
Digan que fueron fingidos
mis llantos y mis sospiros,
y que del Amor los tiros 15
no pasaron mis vestidos.
Que no el ser llamado vano
y mudable me atormenta,
a trueco de ver esenta
mi cerviz del yugo insano. 20

Sé yo bien quién es Silena
y su condición estraña,
y que asegura y engaña
su apacible faz serena.
A su estraña gravedad 25
y a sus bajos bellos ojos,
no es mucho dar los despojos
de cualquiera voluntad.
Esto en la vista primera;
mas, después de conoscida, 30
por no verla, dar la vida,
y más, si más se pudiera.
Silena del cielo y mía,
muchas veces la llamaba
porque tan hermosa estaba 35
que del cielo parecía;
Mas ahora, sin recelo,
mejor la podré llamar
serena falsa del mar,
que no Silena del cielo. 40

Con los ojos, con la pluma,
con las veras y los juegos,
de amantes vanos y ciegos
prende innumerable suma.
Siempre es primero el postrero; 45
mas el más enamorado
al cabo es tan maltratado
cuanto querido primero.
¡Oh cuánto más se estimara
de Silena la hermosura, 50
si el proceder y cordura
a su belleza igualara!
No le falta discreción;
mas empléala tan mal,
que le sirve de dogal 55
que ahoga su presumpción.
Y no hablo de corrido,
pues sería apasionado,
pero hablo de engañado
y sin razón ofendido. 60
Ni me ciega la pasión,

ni el deseo de su mengua:
que siempre siguió mi lengua
los términos de razón.
Sus muchos antojos varios, 65
su mudable pensamiento,
le vuelven cada momento
los amigos en contrarios.
Y pues hay por tantos modos
enemigos de Silena, 70
o ella no es toda buena,
o son ellos malos todos.




Acabó Lauso su canto; y, aunque él creyó que ninguno le entendía, por ignorar el disfrazado nombre de Silena, más de tres de los que allí iban la conoscieron, y aun se maravillaron que la modestia de Lauso a ofender alguno se estendiese: principalmente a la disfrazada pastora, de quien tan enamorado le habían visto. Pero en la opinión de Damón, su amigo, quedó bien disculpado, porque conoscía el término de Silena y sabía el que con Lauso había usado, y de lo que no dijo se maravillaba. Acabó, como se ha dicho, Lauso; y, como Galatea estaba informada del estremo de la voz de Nísida, quiso, por obligarla, cantar ella primero; y por esto, antes que otro pastor comenzase, haciendo señal a Arsindo que en tañer su flauta procediese, al son della, con su estremada voz, cantó desta manera:


GALATEA


Tanto cuanto el amor convida y llama
al alma con sus gustos de aparencia,
tanto más huye su mortal dolencia
quien sabe el nombre que le da la fama.



Y el pecho opuesto a su amorosa llama, 5
armado de una honesta resistencia,
poco puede empecerle su inclemencia,
poco su fuego y su rigor le inflama.



Segura está, quien nunca fue querida
ni supo querer bien, de aquella lengua 10
que en su deshonra se adelgaza y lima;



mas si el querer y el no querer da mengua,
¿en qué ejercicios pasará la vida
la que más que al vivir la honra estima?

Bien se echó de ver en el canto de Galatea que respondía al malicioso de Lauso, y que no estaba mal con las voluntades libres, sino con las lenguas maliciosas y los ánimos dañados, que, en no alcanzando lo que quieren, con vierten el amor que un tiempo mostraron en un odio malicioso y detestable, como ella en Lauso imaginaba; pero quizá saliera deste engaño, si la buena condición de Lauso conosciera y la mala de Silena no ignorara. Luego que Galatea acabó de cantar, con corteses palabras rogó a Nísida que lo mesmo hiciese; la cual, como era tan comedida como hermosa, sin hacerse de rogar, al son de la zampoña de Florisa, cantó desta suerte:


NÍSIDA


Bien puse yo valor a la defensa
del duro encuentro y amoroso asalto;
bien levanté mi presumpción en alto
contra el rigor de la notoria ofensa.



Mas fue tan reforzada y tan intensa 5
la batería, y mi poder tan falto,
que sin cogerme amor de sobresalto,
me dio a entender su potestad inmensa.



Valor, honestidad, recogimiento,
recato, ocupación, esquivo pecho, 10
amor con poco premio lo conquista.



Ansí que, para huir el vencimiento,
consejos jamás fueron de provecho:
desta verdad testigo soy de vista.

Cuando Nísida acabó de cantar y acabó de admirar a Galatea y a los que escuchado la habían, estaban ya bien cerca del lugar adonde tenían determinado de pasar la siesta; pero en aquel poco espacio le tuvo Belisa para cumplirlo que Silveria le rogó, que fue que algo cantase; la cual, acompañándola el son de la flauta de Arsindo, cantó lo que se sigue:



BELISA


Libre voluntad esenta,
atended a la razón
que nuestro crédito augmenta;
dejad la vana afición,
engendradora de afrenta; 5
que cuando el alma se encarga
de alguna amorosa carga,
a su gusto es cualquier cosa
compusición venenosa
con jugo de adelfa amarga. 10



Por la mayor cantidad
de la riqueza subida
en valor y en calidad,
no es bien dada ni vendida
la preciosa libertad. 15
¿Pues, quién se pondrá a perdella
por una simple querella
de un amador porfiado,
si cuanto bien hay crïado
no se compara con ella? 20



Si es insufrible dolor
tener en prisión esquiva
el cuerpo libre de amor,
tener el alma captiva
¿no será pena mayor? 25
Sí será, y aun de tal suerte,
que remedio a mal tan fuerte
no se halla en la paciencia,
en años, valor o sciencia,
porque sólo está en la muerte. 30



Vaya, pues, mi sano intento
lejos deste desvarío;
huiga tan falso contento;
rija mi libre albedrío
a su modo el pensamiento; 35
mi tierna cerviz esenta
no permita ni consienta
sobre sí el yugo amoroso,
por quien se turba el reposo
y la libertad se ausenta. 40





Al alma del lastimado Marsilo llegaron los libres versos de la pastora, por la poca esperanza que sus palabras prometían de ser mejoradas sus obras; pero, como era tan firme la fe con que la amaba, no pudieron las notorias muestras de libertad que había oído hacer que él no quedase tan sin ella como hasta entonces estaba. Acabóse en esto el camino de llegar al Arroyo de las Palmas, y, aunque no llevaran intención de pasar allí la siesta, en llegando a él y en viendo la comodidad del hermoso sitio, él mismo a no pasar adelante les forzara. Llegados, pues, a él, luego el venerable Aurelio ordenó que todos se sentasen junto al claro y espejado arroyo, que por entre la menuda yerba corría, cuyo nascimiento era al pie de una altísima y antigua palma, que por no haber en todas las riberas de Tajo sino aquélla y otra que junto a ella estaba, aquel lugar y arroyo el de las Palmas era llamado. Y, después de sentados, con más voluntad y llaneza que de costosos manjares, de los pastores de Aurelio fueron servidos, satisfaciendo la sed con las claras y frescas aguas que el limpio arroyo les ofrescía; y, en acabando la breve y sabrosa comida, algunos de los pastores se dividieron y apartaron a buscar algún apartado y sombrío lugar donde restaurar pudiesen las no dormidas horas de la pasada noche; y sólo se quedaron solos los de la compañía y aldea de Aurelio, con Timbrio, Silerio, Nísida y Blanca, Tirsi y Damón, a quien les pareció ser mejor gustar de la buena conversación que allí se esperaba, que de cualquier otro gusto que el sueño ofrecerles podía. Adivinada, pues, y casi conoscida esta su intención de Aurelio, les dijo:

-Bien será, señores, que los que aquí estamos, ya que entregarnos al dulce sueño no habemos querido, que este tiempo que le hurtamos no dejemos de aprovecharle en cosa que más de nuestro gusto sea; y la que a mí me parece que no podrá dejar de dárnosle, es que cada cual, como mejor supiere, muestre aquí la agudeza de su ingenio, proponiendo alguna pregunta o enigma, a quien esté obligado a responder el compañero que a su lado estuviere; pues con este ejercicio se granjearán dos cosas: la una, pasar con menos enfado las horas que aquí estuviéremos; la otra, no cansar tanto nuestros oídos con oír siempre lamentaciones de amor y endechas enamoradas.

Conformáronse todos luego con la voluntad de Aurelio; y, sin mudarse del lugar do estaban, el primero que comenzó a preguntar fue el mesmo Aurelio, diciendo desta manera:



AURELIO


¿Cuál es aquel poderoso
que desde oriente a occidente
es conoscido y famoso?
A veces, fuerte y valiente:
otras, flaco y temeroso; 5
quita y pone la salud,
muestra y cubre la virtud
en muchos más de una vez,
es más fuerte en la vejez
que en la alegre joventud. 10



Múdase en quien no se muda
por estraña preeminencia,
hace temblar al que suda,
y a la más rara elocuencia
suele tornar torpe y muda; 15
con diferentes medidas,
anchas, cortas y estendidas,
mide su ser y su nombre,
y suele tomar renombre
de mil tierras conoscidas. 20



Sin armas vence al armado,
y es forzoso que le venza,
y aquél que más le ha tratado,
mostrando tener verguenza,
es el más desvergonzado. 25
Y es cosa de maravilla
que en el campo y en la villa,
a capitán de tal prueba
cualquier hombre se le atreva,
aunque pierda en la rencilla. 30

Tocó la respuesta desta pregunta al anciano Arsindo, que junto a Aurelio estaba; y, habiendo un poco considerado lo que significar podía, al fin le dijo:

-Paréceme, Aurelio, que la edad nuestra nos fuerza a andar más enamorados de lo que significa tu pregunta que no de la más gallarda pastora que se nos pueda ofrecer, porque si no me engaño, el poderoso y conoscido que dices es el vino, y en él cuadran todos los atributos que le has dado.

-Verdad dices, Arsindo -respondió Aurelio-, y estoy para decir que me pesa de haber propuesto pregunta que con tanta facilidad haya sido declarada; mas di tú la tuya, que al lado tienes quien te la sabrá desatar, por más añudada que venga.

-Que me place -dijo Arsindo.

Luego propuso la siguiente:


ARSINDO

¿Quién es quien pierde el color
donde se suele avivar,
y luego torna a cobrar
otro más vivo y mejor?
Es pardo en su nascimiento, 5
y después negro atezado,
y al cabo tan colorado,
que su vista da contento.

No guarda fueros ni leyes,
tiene amistad con las llamas, 10
visita a tiempos las camas
de señores y de reyes.
Muerto, se llama varón,
y vivo, hembra se nombra;
tiene el aspecto de sombra; 15
de fuego, la condición.


Era Damón el que al lado de Arsindo estaba, el cual, apenas había acabado Arsindo su pregunta, cuando le dijo:

-Paréceme, Arsindo, que no es tan escura tu demanda como lo que significa, porque si mal no estoy en ella, el carbón es por quien dices que muerto se llama varón y encendido y vivo brasa, que es nombre de hembra, y todas las demás partes le convienen en todo como ésta; y si quedas con la mesma pena que Aurelio, por la facilidad con que tu pregunta ha sido entendida, yo os quiero tener compañía en ella, pues Tirsi, a quien toca responderme, nos hará iguales.

Y luego dijo la suya:



DAMÓN

¿Cuál es la dama polida,
aseada y bien compuesta,
temerosa y atrevida,
vergonzosa y deshonesta,
y gustosa y desabrida? 5
Si son muchas -porque asombre-,
mudan de mujer el nombre
en varón; y es cierta ley
que va con ellas el rey
y las lleva cualquier hombre. 10


-Bien es, amigo Damón -dijo luego Tirsi-, que salga verdadera tu porfía, y que quedes con la pena de Aurelio y Arsindo, si alguna tienen, porque te hago saber que sé que lo que encubre tu pregunta es la carta y el pliego de cartas.

Concedió Damón lo que Tirsi dijo, y luego Tirsi propuso desta manera:



TIRSI

¿Quién es la que es toda ojos
de la cabeza a los pies,
y a veces, sin su interés,
causa amorosos enojos?
También suele aplacar riñas, 5
y no le va ni le viene,
y, aunque tantos ojos tiene,
se descubren pocas niñas.
Tiene nombre de un dolor
que se tiene por mortal, 10
hace bien y hace mal,
enciende y tiempla el amor.


En confusión puso a Elicio la pregunta de Tirsi, porque a él tocaba responder a ella, y casi estuvo por darse, como dicen, por vencido; pero, a cabo de poco, vino a decir que era la celosía; y, concediéndolo Tirsi, luego Elicio preguntó lo siguiente:




Es muy escura y es clara;

tiene mil contrariedades:
encúbrenos las verdades,
y al cabo nos las declara.
Nasce, a veces, de donaire, 5
otras, de altas fantasías,
y suele engendrar porfías
aunque trate cosas de aire.
Sabe su nombre cualquiera,
hasta los niños pequeños; 10
son muchas y tiene dueños
de diferente manera.
No hay vieja que no se abrace
con una destas señoras;
son de gusto algunas horas: 15
cuál cansa, cuál satisface.
Sabios hay que se desvelan
por sacarles los sentidos,
y algunos quedan corridos
cuanto más sobre ello velan. 20
Cuál es nescia, cuál curiosa,
cuál fácil, cuál intricada,
pero sea o no sea nada,
decidme qué es cosa y cosa.



No podía Timbrio atinar con lo que significaba la pregunta de Elicio, y casi comenzó a correrse de ver que más que otro alguno se tardaba en la respuesta, mas ni aun por eso venía en el sentido della; y tanto se detuvo, que Galatea, que estaba después de Nísida, dijo:

-Si vale a romper la orden que está dada, y puede responder el que primero supiere, yo por mí digo que sé lo que significa la propuesta enigma, y estoy por declararla, si el señor Timbrio me da licencia.

-Por cierto, hermosa Galatea -respondió Timbrio-, que conozco yo que, así como a mí me falta, os sobra a vos ingenio para aclarar mayores dificultades; pero, con todo eso, quiero que tengáis paciencia hasta que Elicio la torne a decir, y si desta vez no la acertare, confirmarse ha con más veras la opinión que de mi ingenio y del vuestro tengo.

Tornó Elicio a decir su pregunta, y luego Timbrio declaró lo que era, diciendo:

-Con lo mesmo que yo pensé que tu demanda, Elicio, se escurescía, con eso mesmo me parece que se declara, pues el último verso dice que te digan qué es cosa y cosa, y así yo te respondo a lo que me dices, y digo que tu pregunta es el «qué es cosa y cosa»; y no te maravilles haberme tardado en la respuesta, porque más me maravillara yo de mi ingenio si más presto respondiera, el cual mostrará quién es en el poco artificio de mi pregunta, que es ésta:







TIMBRIO

¿Quién es [el] que, a su pesar,
mete sus pies por los ojos,
y sin causarles enojos,
les hace luego cantar?
El sacarlos es de gusto, 5
aunque, a veces, quien los saca,
no sólo su mal no aplaca,
mas cobra mayor disgusto.


A Nísida tocaba responder a la pregunta de Timbrio, mas no fue posible que la adevinasen ella ni Galatea, que se le seguían. Y, viendo Orompo que las pastoras se fatigaban en pensar lo que significaba, les dijo:

-No os canséis, señora[s], ni fatiguéis vuestros entendimientos en la declaración desta enigma, porque podría ser que ninguna de vosotras en toda su vida hubiese visto la figura que la pregunta encubre; y así, no es mucho que no deis en ella; que si de otra suerte fuera, bien seguros estábamos de vuestros entendimientos, que en menos espacio, otras más dificultosas hubiérades declarado. Y por esto, con vuestra licencia, quiero yo responder a Timbrio y decirle que su demanda significa un hombre con grillos, pues cuando saca los pies de aquellos ojos que él dice, o es para ser libre, o para llevarle al suplicio. Porque veáis, pastoras, si tenía yo razón de imaginar que quizá ninguna de vosotras había visto en toda su vida cárceles ni prisiones.


-Yo por mí sé decir -dijo Galatea- que jamás he visto aprisionado alguno.


Lo mesmo dijeron Nísida y Blanca; y luego Nísida propuso su pregunta en esta forma:




NÍSIDA


Muerde el fuego, y el bocado
es daño y bien del mordido;

no pierde sangre el herido,
aunque se ve acuchillado;
mas, si es profunda la herida, 5
y de mano que no acierte,
causa al herido la muerte,
y en tal muerte está su vida.


Poco se tardó Galatea en responder a Nísida, porque luego le dijo:

-Bien sé que no me engaño, hermosa Nísida, si digo que a ninguna cosa se puede mejor atribuir tu enigma que a las tijeras de despabilar y a la vela o cirio que despabilan. Y si esto es verdad, como lo es, y quedas satisfecha de mi respuesta, escucha ahora la mía, que no con menos facilidad espero que será declarada de tu hermana, que yo he hecho la tuya.

Y luego la dijo; que fue ésta:



GALATEA


Tres hijos que de una madre
nascieron con ser perfecto,
y de un hermano era nieto
el uno, y el otro padre;

y estos tres tan sin clemencia 5
a su madre maltrataban
que mil puñadas la daban,
mostrando en ello su sciencia.




Considerando estaba Blanca lo que podía significar la enigma de Galatea, cuando vieron atravesar corriendo, por junto al lugar donde estaban, dos gallardos pastores, mostrando en la furia con que corrían que alguna cosa de importancia les forzaba a mover los pasos con tanta ligereza; y luego, en el mismo instante, oyeron unas dolorosas voces, como de personas que socorro pedían. Y con este sobresalto se levantaron todos, y siguieron el tino donde las voces sonaban; y, a pocos pasos, salieron de aquel deleitoso sitio y dieron sobre la ribera del fresco Tajo, que por allí cerca mansamente corría; y, apenas vieron el río, cuando se les ofreció a la vista la más estraña cosa que imaginar pudieran, porque vieron dos pastoras, al parecer de gentil donaire, que tenían a un pastor asido de las faldas del pellico con toda la fuerza a ellas posible porque el triste no se ahogase, porque tenía ya el medio cuerpo en el río y la cabeza debajo del agua, forcejando con los pies por desasirse de las pastoras, que su desesperado intento estorbaban, las cuales ya casi querían soltarle, no pudiendo vencer al tesón de su porfía con las débiles fuerzas suyas. Mas, en esto, llegaron los dos pastores que corriendo habían venido, y, asiendo al desesperado, le sacaron del agua a tiempo que ya todos los demás llegaban, espantándose del estraño espectáculo, y más lo fueron cuando conoscieron que el pastor que quería ahogarse era Galercio, el hermano de Artidoro, y las pastoras eran Maurisa, su hermana, y la hermosa Teolinda; las cuales, como vieron a Galatea y a Florisa, con lágrimas en los ojos corrió Teolinda a abrazar a Galatea, diciendo:

-¡Ay, Galatea, dulce amiga y señora mía, cómo ha cumplido esta desdichada la palabra que te dio de volver a verte y a decirte las nuevas de su contento!

-De que le tengas, Teolinda -respondió Galatea-, holgaré yo tanto cuanto te lo asegura la voluntad que de mí para servirte tienes conoscida; mas parésceme que no acreditan tus ojos tus palabras, ni aun ellas me satisfacen de modo que imagine buen suceso de tus deseos.

En tanto que Galatea con Teolinda esto pasaba, Elicio y Arsindo, con los otros pastores, habían desnudado a Galercio; y, al desceñirle el pellico, que con todo el vestido mojado estaba, se le cayó un papel del seno, el cual alzó Tirsi, y abriéndole, vio que eran versos, y por no poderlos leer, por estar mojados, encima de una alta rama le puso al rayo del sol para que se enjugase. Pusieron a Galercio un gabán de Arsindo, y el desdichado mozo estaba como atónito y embelesado, sin hablar palabra alguna, aunque Elicio le preguntaba qué era la causa que a tan estraño término le había conducido; mas por él respondió su hermana Maurisa, diciendo:

-Alzad los ojos, pastores, y veréis quién es la ocasión que al desgraciado de mi hermano en tan estraños y desesperados puntos ha puesto.

Por lo que Maurisa dijo, alzaron los pastores los ojos, y vieron encima de una pendiente roca que sobre el río caía una gallarda y dispuesta pastora, sentada sobre la mesma peña, mirando con risueño semblante todo lo que los pastores hacían, la cual fue luego de todos conoscida por la cruel Gelasia.

-Aquella desamorada, aquella desconoscida -siguió Maurisa-, es, señores, la enemiga mortal deste desventurado hermano mío, el cual, como ya todas estas riberas saben y vosotras no ignoráis, la ama, la quiere y la adora; y, en cambio de los continuos servicios que siempre le ha hecho y de las lágrimas que por ella ha derramado, esta mañana, con el más esquivo y desamorado desdén que jamás en la crueldad pudiera hallarse, le mandó que de su presencia se partiese y que ahora ni nunca jamás a ella tornase. Y quiso tan de veras mi hermano obedecerla, que procuraba quitarse la vida, por escusar la ocasión de nunca traspasar su mandamiento; y si, por dicha, estos pastores tan presto no llegaran, llegado fuera ya el fin de mi alegría y el de los días de mi lastimado hermano.

En admiración puso lo que Maurisa dijo a todos los que la escucharon, y más admirados quedaron cuando vieron que la cruel Gelasia, sin moverse del lugar donde estaba, y sin hacer cuenta de toda aquella compañía, que los ojos en ella tenía puestos, con un estraño donaire y desdeñoso brío, sacó un pequeño rabel de su zurrón, y, parándosele a templar muy despacio, a cabo de poco rato, con voz en estremo buena, comenzó a cantar desta manera:


GELASIA



¿Quién dejará del verde prado umbroso
las frescas yerbas y las frescas fuentes?
¿Quién de seguir con pasos diligentes
la suelta liebre o jabalí cerdoso?



¿Quién, con el son amigo y sonoroso, 5
no detendrá las aves inocentes?
¿Quién, en las horas de la siesta ardiente[s],
no buscará en las selvas el reposo,



por seguir los incendios, los temores,
los celos, iras, rabias, muertes, penas 10
del falso amor, que tanto aflige al mundo?



Del campo son y han sido mis amores;
rosas son y jazmines mis cadenas;
libre nascí, y en libertad me fundo.

Cantando estaba Gelasia, y en el movimiento y ademán de su rostro, la desamorada condición suya descubría. Mas, apenas hubo llegado al último verso de su canto, cuando se levantó con una estraña ligereza, y, como si de alguna cosa espantable huyera, así comenzó a correr por la peña abajo, dejando a los pastores admirados de su condición y confusos de su corrida. Mas luego vieron qué era la causa della con ver al enamorado Lenio, que con tirante paso, por la mesma peña subía, con intención de llegar adonde Gelasia estaba; pero no quiso ella aguardarle, por no faltar de corresponder en un solo punto a la crueldad de su propósito. Llegó el cansado Lenio a lo alto de la peña cuando ya Gelasia estaba al pie della, y, viendo que no detenía el paso, sino que con más presteza por la espaciosa campaña le tendía, con fatigado aliento y laso espíritu, se sentó en el mesmo lugar donde Gelasia había estado, y allí comenzó con desesperadas razones a maldecir su ventura y la hora en que alzó la vista a mirar a la cruel pastora Gelasia; y en aquel mesmo instante, como arrepentido de lo que decía, tornaba a bendecir sus ojos y a tener por dichosa y buena la ocasión que en tales términos le tenía. Y luego, incitado y movido de un furioso accidente, arrojó lejos de sí el cayado, y, desnudándose el pellico, le entregó a las aguas del claro Tajo, que junto al pie de la peña corría, lo cual visto por los pastores que mirándole estaban, sin duda creyeron que la fuerza de la enamorada pasión le sacaba de juicio; y así, Elicio y Erastro comenzaron a subir la peña para estorbarle que no hiciese algún otro desatino que le costase más caro. Y, puesto que Lenio los vio subir, no hizo otro movimiento alguno si no fue sacar de su zurrón su rabel, y con un nuevo y estraño reposo se tornó asentar; y, vuelto el rostro hacia donde su pastora huía, con voz suave y de lágrimas acompañada, comenzó a cantar desta suerte:



LENIO


¿Quién te impele, cruel? ¿Quién te desvía?
¿Quién te retira del amado intento?
¿Quién en tus pies veloces alas cría,
con que corres ligera más qu’el viento?
¿Por qué tienes en poco la fe mía, 5
y desprecias el alto pensamiento?
¿Por qué huyes de mí? ¿Por qué me dejas?
¡Oh, más dura que mármol a mis quejas!



¿Soy, por ventura, de tan bajo estado
que no merezca ver tus ojos bellos? 10
¿Soy pobre? ¿Soy avaro? ¿Hasme hallado
en falsedad desde que supe vellos?
La condición primera no he mudado.
¿No pende del menor de tus cabellos
mi alma? Pues ¿por qué de mí te alejas? 15
¡Oh, más dura que mármol a mis quejas!



Tome escarmiento tu altivez sobrada
de ver mi libre voluntad rendida,
mira mi antigua presumpción trocada
y en amoroso intento convertida. 20
Mira que contra amor no puede nada
la más esenta descuidada vida.
Detén el paso ya: ¿por qué le aquejas?
¡Oh, más dura que mármol a mis quejas!



Vime cual tú te ves, y ahora veo 25
que como fui jamás espero verme:
tal me tiene la fuerza del deseo;
tal quiero, que se estrema en no quererme.
Tú has ganado la palma, tú el trofeo
de que amor pueda en su prisión tenerme; 30
tú me rendiste: ¿y tú de mí te quejas?
¡Oh, más dura que mármol a mis quejas!

En tanto que el lastimado pastor sus dolorosas quejas entonaba, estaban los demás pastores reprehendiendo a Galercio su mal propósito, afeándole el dañado intento que había mostrado. Mas el desesperado mozo a ninguna cosa respondía, de que no poco Maurisa se fatigaba, creyendo que, en dejándole solo, había de poner en ejecución su mal pensamiento. En este medio, Galatea y Florisa, apartándose con Teolinda, le preguntaron qué era la causa de su tornada y si por ventura había sabido ya de su Artidoro; a lo cual ella respondió llorando:

-«No sé qué os diga, amigas y señoras mías, sino que el cielo quiso que yo hallase a Artidoro para que enteramente le perdiese; porque habréis de saber que aquella mal considerada y traidora hermana mía, que fue el principio de mi desventura, aquella mesma ha sido la ocasión del fin y remate de mi contento; porque, sabiendo ella, así como llegamos con Galercio y Maurisa a su aldea, que Artidoro estaba en una montaña no lejos de allí con su ganado, sin decirme nada, se partió a buscarle. Hallóle, y, fingiendo ser yo -que para sólo este daño ordenó el cielo que nos pareciésemos-, con poca dificultad le dio a entender que la pastora que en nuestra aldea le había desdeñado era una su hermana que en estremo le parecía. En fin, le contó por suyos todos los pasos que yo por él he dado, y los estremos de dolor que he padecido; y, como las entrañas del pastor estaban tan tiernas y enamoradas, con harto menos que la traidora le dijera fuera dél creída, como la creyó, tan en mi perjuicio que, sin aguardar que la Fortuna mezclase en su gusto algún nuevo impedimento, luego en el mesmo instante dio la mano a Leonarda de ser un legítimo esposo, creyendo que se la daba a Teolinda. Veis aquí, pastoras, en qué ha parado el fruto de mis lágrimas y sospiros; veis aquí ya arrancada de raíz toda mi esperanza; y lo que más siento es que haya sido por la mano que a sustentarla estaba más obligada. Leonarda goza de Artidoro por el medio del falso engaño que os he contado, y, puesto que ya él lo sabe, aunque debe de haber sentido la burla, hala disimulado, como discreto.

»Llegaron luego al aldea las nuevas de su casamiento, y con ellas las del fin de mi alegría. Súpose también el artificio de mi hermana, la cual dio por disculpa ver que Galercio, a quien tanto ella amaba, por la pastora Gelasia se perdía, y que así le pareció más fácil reducir a su voluntad la enamorada de Artidoro que no la desesperada de Galercio; y que, pues los dos eran uno solo en cuanto a la apariencia y gentileza, que ella se tenía por dichosa y bien afortunada con la compañía de Artidoro. Con esto se disculpa, como he dicho, la enemiga de mi gloria. Y así, yo, por no verla gozar de la que de derecho se me debía, dejé el aldea y la presencia de Artidoro, y, acompañada de las más tristes imaginaciones que imaginar se pueden, venía a daros las nuevas de mi desdicha en compañía de Maurisa, que ansimesmo viene con intención de contaros lo que Grisaldo ha hecho después que supo el hurto de Rosaura. Y esta mañana, al salir del sol, topamos con Galercio, el cual, con tiernas y enamoradas razones, estaba persuadiendo a Gelasia que bien le quisiese; mas ella, con el más estraño desdén y esquiveza que decir se puede, le mandó que se le quitase delante y que no fuese osado de jamás hallarla, y el desdichado pastor, apretado de tan recio mandamiento y de tan estraña crueldad, quiso cumplirle, haciendo lo que habéis visto. Todo esto es lo que por mí ha pasado, amigas mías, después que de vuestra presencia me partí.» Ved ahora si tengo más que llorar que antes, y si se ha augmentado la ocasión para que vosotras os ocupéis en consolarme, si acaso mi mal recibiese consuelo.


No dijo más Teolinda, porque la infinidad de lágrimas que le vinieron a los ojos, y los sospiros que del alma arrancaba, impidieron el oficio a la lengua; y, aunque las de Galatea y Florisa quisieron mostrarse expertas y elocuentes en consolarla, fue de poco efecto su trabajo. Y en el tiempo que entre las pastoras estas razones pasaban, se acabó de enjugar el papel que Tirsi a Galercio del seno sacado había, y deseoso de leerle, le tomó, y vio que desta manera decía:



GALERCIO A GELASIA

    ¡Ángel de humana figura,
furia con rostro de dama,
fría y encendida llama
donde mi alma se apura!
    Escucha las sinrazones,
de tu desamor causadas,
de mi alma trasladadas
en estos tristes renglones.
    No escribo por ablandarte,
pues con tu dureza estraña
no valen ruegos ni maña,
ni servicios tienen parte.
    Escríbote porque veas
la sinrazón que me haces,
y cuán mal que satisfaces
al valor de que te arreas.
    Que alabes la libertad
es muy justo, y razón tienes;
mas mira que la mantienes
sólo con la crueldad;
    y no es justo lo que ordenas:
querer, sin ser ofendida,
sustentar tu libre vida
con tantas muertes ajenas.
    No imagines que es deshonra
que te quieran todos bien,
ni que está en usar desdén
depositada tu honra.
    Antes, templando el rigor
de los agravios que haces,
con poco amor satisfaces
y cobras nombre mejor.
    Tu crueldad me da a entender
que las sierras te engendraron,
o que los montes formaron
tu duro, indomable ser;
    que en ellos es tu recreo,
y en los páramos y valles,
do no es posible que halles
quien te enamore el deseo.
    En una fresca espesura
una vez te vi sentada,
y dije: «Estatua es formada
aquélla de piedra dura».
    Y, aunque el moverte después
contradijo a mi opinión,
«en fin, en la condición
-dije-, más que estatua es».
    ¡Y ojalá que estatua fueras
de piedra, que yo esperara
qu’el cielo por mí cambiara
tu ser, y en mujer volvieras!
    Que Pigmaleón no fue
tanto a la suya rendido,
como yo te soy y he sido,
pastora, y siempre seré.
    Con razón, y de derecho,
del mal y bien me das pago:
pena por el mal que hago,
gloria por el bien que he hecho.
    En el modo que me tratas
tal verdad es conoscida:
con la vista me das vida,
con la condición me matas.
   Dese pecho que se atreve
a esquivar de Amor los tiros,
el fuego de mis sospiros
deshaga un poco la nieve.
    Concédase al llanto mío,
y al nunca admitir descanso,
que vuelva agradable y man[s]o
un solo punto tu brío.
    Bien sé que habrás de decir
que me alargo, y yo lo creo;
pero acorta tú el deseo,
y acortaré yo el pedir.
    Mas, según lo que me das
en cuantas demandas toco,
a ti te importa muy poco
que pida menos o más.
    Si de tu estraña dureza
pudiera reprehenderte,
y aquella señal ponerte
que muestra nuestra flaqueza,
    dijera, viendo tu ser,
y no así como se enseña:
«Acuérdate que eres peña,
y en peña te has de volver».
    Mas seas peña o acero,
duro mármol o diamante,
de un acero soy amante,
a una peña adoro y quiero.
    Si eres ángel disfrazado,
o furia, que todo es cierto,
por tal ángel vivo muerto,
y por tal furia penado.

Mejor le parecieron a Tirsi los versos de Galercio que la condición de Gelasia; y, quiriéndoselos mostrar a Elicio, viole tan mudado de color y de semblante que una imagen de muerto parescía. Llegóse a él, y cuando le quiso preguntar si algún dolor le fatigaba, no fue menester esperar su respuesta para entender la causa de su pena, porque luego oyó publicar entre todos los que allí estaban cómo los dos pastores que a Galercio socorrieron eran amigos del pastor lusitano con quien el venerable Aurelio tenía concertado de casar a Galatea, los cuales venían a decirle cómo de allí a tres días el venturoso pastor vendría a su aldea a concluir el felicísimo desposorio, y luego vio Tirsi que estas nuevas más nuevos y estraños accidentes de los causados habían de causar en el alma de Elicio. Pero, con todo esto, se llegó a él y le dijo:

-Ahora es menester, buen amigo, que te sepas valer de la discreción que tienes, pues en el peligro mayor se muestran los corazones valerosos; y asegúrote que no sé quién a mí me asegura que ha de tener mejor fin este negocio de lo que tú piensas. Disimula y calla, que si la voluntad de Galatea no gusta de corresponder de todo en todo a la de su padre, tú satisfarás la tuya, aprovechándote de las nuestras, y aun de todo el favor que te puedan ofrescer cuantos pastores hay en las riberas deste río y en las del manso Henares, el cual favor yo te ofrezco, que bien imagino que el deseo que todos han conocido que yo tengo de servirles, les obligará a hacer que no salga en vano lo que aquí te prometo.

Suspenso quedó Elicio viendo el gallardo y verdadero ofrescimiento de Tirsi, y no supo ni pudo responderle más que abrazarle estrechamente y decirle:

-El cielo te pague, discreto Tirsi, el consuelo que me has dado, con el cual, y con la voluntad de Galatea, que, a lo que creo, no discrepará de la nuestra, sin duda entiendo que tan notorio agravio como el que se hace a todas estas riberas en desterrar dellas la rara hermosura de Galatea, no pase adelante.

Y, tornándole a abrazar, tornó a su rostro la color perdida. Pero no tornó al de Galatea, a quien fue oír la embajada de los pastores como si oyera la sentencia de su muerte. Todo lo notaba Elicio y no lo podía disimular Erastro, ni menos la discreta Florisa, ni aun fue gustosa la nueva a ninguno de cuantos allí estaban. A esta sazón, ya el sol declinaba a su acostumbrada carrera, y, así por esto como por ver que el enamorado Lenio había seguido a Gelasia, y que allí no quedaba otra cosa que hacer, trayendo a Galercio y a Maurisa consigo, toda aquella compañía movió los pasos hacia el aldea, y, al llegar junto a ella, Elicio y Erastro se quedaron en sus cabañas, y con ellos Tirsi, Damón, Orompo, Crisio, Marsilo, Arsindo y Orfinio se quedaron, con otros algunos pastores; y de todos ellos, con corteses palabras y ofrescimientos, se despidieron los venturosos Timbrio, Silerio, Nísida y Blanca, diciéndoles que otro día se pensaban partir a la ciudad de Toledo, donde había de ser el fin de su viaje; y, abrazando a todos los que con Elicio quedaban, se fueron con Aurelio, con el cual iban Florisa, Teolinda y Maurisa, y la triste Galatea, tan congojada y pensativa que, con toda su discreción, no podía dejar de dar muestras de estraño descontento. Con Daranio se fueron su esposa Silveria y la hermosa Belisa. Cerró en esto la noche y parecióle a Elicio que con ella se le cerraban todos los caminos de su gusto; y si no fuera por agasajar con buen semblante a los huéspedes que tenía aquella noche en su cabaña, él la pasara tan mala que desesperara de ver el día. La mesma pena pasaba el mísero Erastro, aunque con más alivio, porque sin tener respecto a nadie, con altas voces y lastimeras palabras maldecía su ventura y la acelerada determinación de Aurelio. Estando en esto, ya que los pastores habían satisfecho a la hambre con algunos rústicos manjares, y algunos dellos entregádose en los brazos del reposado sueño, llegó a la cabaña de Elicio la hermosa Maurisa; y, hallando a Elicio a la puerta de su cabaña, le apartó y le dio un papel, diciéndole que era de Galatea, y que le leyese luego, que, pues ella a tal hora le traía, entendiese que era de importancia lo que en él debía de venir. Admirado el pastor de la venida de Maurisa, y más de ver en sus manos papel de su pastora, no pudo sosegar un punto hasta leerle. Y, entrándose en su cabaña, a la luz de una raja de teoso pino, le leyó, y vio que ansí decía:

GALATEA A ELICIO

En la apresurada determinación de mi padre está la que yo he tomado de escrebirte, y en la fuerza que me hace la que a mí mesma me he hecho hasta llegar a este punto. Bien sabes en el que estoy, y sé yo bien que quisiera verme en otro mejor, para pagarte algo de lo mucho que conozco que te debo; mas, si el cielo quiere que yo quede con esta deuda, quéjate dél, y no de la voluntad mía. La de mi padre quisiera mudar, si fuera posible, pero veo que no lo es; y así, no lo intento. Si algún remedio por allá imaginas, como en él no intervengan ruegos, ponle en efecto, con el miramiento que a tu crédito debes y a mi honra estás obligado. El que me dan por esposo, y el que me ha de dar sepultura, viene pasado mañana: poco tiempo te queda para aconsejarte, aunque a mí me quedará harto para arrepentirme. No digo más, sino que Maurisa es fiel y yo desdichada.

En estraña confusión pusieron a Elicio las razones de la carta de Galatea, pareciéndole cosa nueva, ansí el escribirle, pues hasta entonces jamás lo había hecho, como el mandarle buscar remedio a la sinrazón que se le hacía; mas, pasando por todas estas cosas, sólo paró en imaginar cómo cumpliría lo que le era mandado, aunque en ello aventurase mil vidas si tantas tuviera. Y, no ofreciéndosele otro algún remedio sino el que de sus amigos esperaba, confiado en ellos, se atrevió a responder a Galatea con una carta que dio a Maurisa, la cual desta manera decía:


ELICIO A GALATEA

Si las fuerzas de mi poder llegaran al deseo que tengo de serviros, hermosa Galatea, ni la que vuestro padre os hace, ni las mayores del mundo, fueran parte para ofenderos; pero, comoquiera que ello sea, vos veréis ahora, si la sinrazón pasa adelante, cómo yo no me quedo atrás en hacer vuestro mandamiento por la vía mejor que el caso pidiere. Asegúreos esto la fe que de mí tenéis conoscida, y haced buen rostro a la fortuna presente, confiada en la bonanza venidera; que el cielo, que os ha movido a acordaros de mí y a escribirme, me dará valor para mostrar que en algo merezco la merced que me habéis hecho; que, como sea obedeceros, ni recelo ni temor serán parte para que yo no ponga en efecto lo que a vuestro gusto conviene y al mío tanto importa. No más, pues lo más que en esto ha de haber sabréis de Maurisa, a quien yo he dado cuenta dello; y si vuestro parecer con el mío no se conforma, sea yo avisado, porque el tiempo no se pase, y con él la sazón de nuestra ventura, la cual os dé el cielo como puede y como vuestro valor meresce.

Dada esta carta a Maurisa, como está dicho, le dijo asimesmo cómo él pensaba juntar todos los más pastores que pudiese, y que todos juntos irían a hablar al padre de Galatea, pidiéndole por merced señalada fuese servido de no desterrar de aquellos prados la sin par hermosura suya; y, cuando esto no bastase, pensaba poner tales inconvinientes y miedos al lusitano pastor, que él mesmo dijese no ser contento de lo concertado; y, cuando los ruegos y astucias no fuesen de provecho alguno, determinaba usar la fuerza y con ella ponerla en su libertad; y esto con el miramiento de su crédito que se podía esperar de quien tanto la amaba. Con esta resolución se fue Maurisa, y esta mesma tomaron luego todos los pastores que con Elicio estaban, a quien él dio cuenta de sus pensamientos y pidió favor y consejo en tan árduo caso. Luego Tirsi y Damón se ofrescieron de ser aquéllos que al padre de Galatea hablarían. Lauso, Arsindo y Erastro, con los cuatro amigos, Orompo, Marsilo, Crisio y Orfinio, prometieron de buscar y juntar para el día siguiente sus amigos, y poner en obra con ellos cualquiera cosa que por Elicio les fuese mandada.

En tratar lo que más al caso convenía y en tomar este apuntamiento, se pasó lo más de aquella noche, y, la mañana venida, todos los pastores se partieron a cumplir lo que prometido habían, si no fueron Tirsi y Damón, que con Elicio se quedaron. Y aquél mesmo día tornó a venir Maurisa a decir a Elicio cómo Galatea estaba determinada de seguir en todo su parecer. Despidióla Elicio con nuevas promesas y confianzas, y con alegre semblante y estraño alborozo estaba esperando el siguiente día, por ver la buena o mala salida que la fortuna daba a su hecho. Llegó en esto la noche, y, recogiéndose con Damón y Tirsi a su cabaña, casi todo el tiempo della pasaron en tantear y advertir las dificultades que en aquel negocio podían suceder, si acaso no movían a Aurelio las razones que Tirsi pensaba decirle. Mas Elicio, por dar lugar a los pastores que reposasen, se salió de su cabaña y se subió en una verde cuesta que frontero de ella se levantaba; y allí, con el aparejo de la soledad, revolvía en su memoria todo lo que por Galatea había padecido y lo que temía padecer si el cielo a sus intentos no favorescía. Y, sin salir desta imaginación, al son de un blando céfiro que mansamente soplaba, con voz suave y baja, comenzó a cantar desta manera:




ELICIO


Si deste herviente mar y golfo insano,
donde tanto amenaza la tormenta,
libro la vida de tan dura afrenta
y toco el suelo venturoso y sano,



al aire alzadas una y otra mano, 5
con alma humilde y voluntad contenta,
haré que amor conozca, el cielo sienta,
qu’el bien les agradezco soberano.



Llamaré venturosos mis sospiros,
mis lágrimas tendré por agradables, 10
por refrigerio el fuego en que me quemo.



Diré que son de Amor los recios tiros
  dulces al alma, al cuerpo saludables,
y que en su bien no hay medio, sino estremo.

Cuando Elicio acabó su canto, comenzaba a descubrirse por las orientales puertas la fresca aurora con sus hermosas y variadas mejillas, alegrando el suelo, aljofarando las yerbas y pintando los prados, cuya deseada venida comenzaron luego a saludar las parleras aves con mil suertes de concertadas cantilenas. Levantóse en esto Elicio, y tendió los ojos por la espaciosa campaña; descubrió no lejos dos escuadras de pastores, los cuales, según le paresció, hacia su cabaña se encaminaban, como era la verdad, porque luego conosció que eran sus amigos Arsindo y Lauso, con otros que consigo traían, y los otros, Orompo, Marsilo, Crisio y Orfinio, con todos los más amigos que juntar pudieron. Conoscidos, pues, de Elicio, bajó de la cuesta para ir a recebirlos; y, cuando ellos llegaron junto de la cabaña, ya estaban fuera della Tirsi y Damón, que a buscar a Elicio iban. Llegaron en esto todos los pastores, y con alegre semblante unos a otros se rescibieron. Y luego Lauso, volviéndose a Elicio, le dijo:

-En la compañía que traemos puedes ver, amigo Elicio, si comenzamos a dar muestras de querer cumplir la palabra que te dimos. Todos los que aquí vees vienen con deseo de servirte, aunque en ello aventuren las vidas; lo que falta es que tú no la hagas en lo que más conviniere.

Elicio, con las mejores razones que supo, agradeció a Lauso y a los demás la merced que le hacían, y luego les contó todo lo que con Tirsi y Damón estaba concertado de hacerse para salir bien con aquella empresa. Parecióles bien a los pastores lo que Elicio decía; y así, sin más detenerse, hacia el aldea se encaminaron, yendo delante Tirsi y Damón, siguiéndoles todos los demás, que hasta veinte pastores serían, los más gallardos y bien dispuestos que en todas las riberas de Tajo hallarse pudieran, y todos llevaban intención de que, si las razones de Tirsi no movían a que Aurelio la hiciese en lo que le pedían, de usar en su lugar la fuerza y no consentir que Galatea al forastero pastor se entregase, de que iba tan contento Erastro, como si el buen suceso de aquella demanda en sólo su contento de redundar hubiera; porque, a trueco de no ver a Galatea ausente y descontenta, tenía por bien empleado que Elicio la alcanzase, como lo imaginaba, pues tanto Galatea le había de quedar obligada.

El fin deste amoroso cuento y historia, con los sucesos de Galercio, Lenio y Gelasia, Arsindo y Maurisa, Grisaldo, Artandro y Rosaura, Marsilo y Belisa, con otras cosas sucedidas a los pastores hasta aquí nombrados, en la segunda parte desta historia se prometen, la cual, si con apacibles voluntades esta primera viere rescibida, tendrá atrevimiento de salir con brevedad a ser vista y juzgada de los ojos y entendimiento de las gentes.