La Guerra: 16
Una guerra larga, ó una paz con escasas probabilidades de ser duradera, y un crecimiento extraordinario del militarismo, son las dos grandes amenazas que pesan hoy sobre la Europa.
Mucho se temía de las trasformaciones hechas en el armamento de los ejércitos; pero los destrozos causados por los primeros combates han superado á los más tristes cálculos. Si se sigue peleando, aunque sólo sea por pocos meses, como se ha empezado, va á desaparecer la mayor parte de la población viril de Alemania y de Francia, comprendida entre los veinte y los cuarenta años de edad. Vamos á presenciar el exterminio de una generación entera en los países más civilizados de la tierra.
Y ante el espectáculo de esa Francia, tan marcial, tan aguerrida, que se creía á sí misma tan preparada para una lucha, en que no ha dejado de pensar desde 1866, ó más bien desde 1815, y que, sin embargo, se ha encontrado sorprendida por el descuido y la inferioridad de sus preparativos, ¿van á deducir todos los pueblos la necesidad de adoptar el sistema militar prusiano, que impone á todos los hombres, sin excepción, la tarea de soldados durante los mejores diez y nueve años de su vida? Seria declarar á Europa toda en estado de sitio permanente, en un campamento ó en una trinchera inmensos.
Para mezclar alguna dulzura al amargo dejo de estas tristes reflexiones, concluyamos recordando las mejoras que la mayor suavidad de las costumbres y de las ideas ha introducido en las prácticas de la guerra. Los rigores de ésta están circunscritos, en lo posible, á los ejércitos beligerantes; los ciudadanos inermes no son tratados por el vencedor como enemigos, y los derechos de los neutrales son respetados. No se entregan las poblaciones al saqueo ni al degüello; no se expiden patentes en corso; está admitido y observado el principio de que el pabellón neutral cubre la mercancía, y de que la mercancía neutral no puede ser apresada bajo ningún pabellón. Los prisioneros son guardados con humanidad, y no están expuestos á represalias. Los heridos son atendidos con esmero por amigos y por contrarios. Asociaciones internacionales los amparan desde los mismos campos de batalla, al abrigo de una neutralidad concedida á la filantropía. Pero nada de eso basta: es necesario desear que el progreso del derecho imposibilite ó dificulte sobremanera las guerras, ó que, á falta de otro remedio más noble y más honroso para la civilización, podamos á lo menos abrigar la esperanza de que la misma lamentable perfección de las armas evite la repetición de esas espantosas carnicerías humanas, siendo á un mismo tiempo remora para las invasiones ambiciosas, y fuerza de resistencia formidable para los pueblos, relativamente débiles, que se defienden dentro de sus confines.
Madrid 12 de Agosto de 1870.