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La Guerra de Troya (CM)

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


LA GUERRA DE TROYA.


El sitio y la destruccion de aquella capital del pequeño imperio de Príamo, hubieran hecho poco ruido en el mundo, sin la Ilíada de Homero que quiso cantar los funestos efectos que causó á los griegos la cólera de Aquiles, y sin la importancia que tantos siglos despues quiso dar Virgilio al piadoso Eneas, para lisongear á Octaviano Augusto.

El motivo de aquella guerra que hicieron con tanto encarnizamiento todos los héroes de la Grecia, fué la injuria hecha á Menelao rey de Lacedemonia, por Paris hijo de Príamo, que le robo su muger la hermosa Helena. La pasion de esta para con el robador fué obra de la Diosa Vénus que quiso premiar así la preferencia, que el jóven Paris le habia dado en competencia de Juno y de Palas, cuando guardaba los rebaños en el monte Ida. Júpiter le habia nombrado para que adjudicase á la mas hermosa de las tres la manzana de oro que la Discordia habia tirado sobre la mesa en las bodas de la Diosa Tetis.

Los griegos enviaron á Ulises y al mismo Menelao en embajada á Príamo para reclamar á Helena, y las dádivas que habia llevado, y pedir satisfaccion del agravio. Como la embajada no produjo efecto, se prepararon los griegos para pasar al Asia, y obtener satisfaccion con las armas en la mano. Despues de varios sucesos, y hallándose los griegos á la vista de las murallas de Troya, vino Cirsés sacerdote de Apolo á su campamento á reclamar á su hija Criseis, que tenia cautiva en su poder Agamenon rey de Micenas, y generalísimo del ejército griego. Los principales personages que servian bajo las órdenes de este eran, su hermano Menelao rey de Lacedemonia, el viejo Nestor rey de Pilos, Ulises rey de Itaca, Idomeneo rey de Creta, el célebre Aquiles el mas valiente de los griegos, los dos Ajax, el uno hijo de Oileo, y el otro hijo de Telamon (este pasaba por el mas valiente despues de Aquiles), el terrible Diomedés, Filocteto poseedor de las flechas de Hércules, Patroclo querido de Aquiles y otros muchos. Todos hubieran querido que se hubiese entregado Criseis á su padre; pero Agamenon se irritó contra este y le despidió con afrenta, por lo que encolerizado el Dios Apolo envió la peste al campo de los griegos. Calcas, el adivino del ejército de estos, manifestó á Aquiles, que si no se desagraviaba á Crises devolviéndole su hija, y ofreciendo un Hecatombe al Dios ofendido, continuaria el estrago. Aquiles habló con mucha energía al rey de Micenas, y este al fin se vió precisado á condescender á lo que aquel y todos los demas querian, devolviendo la cautiva, y ofreciendo el sacrificio; pero en despique envió dos heraldos ó reyes de armas á la tienda de Aquiles, y le robó su cautiva Briseis, y de aquí la cólera de Aquiles, que ya no quiso combatir mas con los griegos, y permaneció con su tropa, puro espectador de tantos y tan sangrientos combates en que perecieron muchos guerreros de una y otra parte.

El gefe de los Troyanos era Hector hijo de Príamo, y esposo de Andrómaca, y entre los principales auxiliares estaban Eneas hijo de la Diosa Vénus, que no se habia desdeñado de favorecer á Anquises en las cimas sombrías del monte Ida, segun la expresión de Homero, el ilustre Pándaro hijo de Licaonte, Adrasto, Sarpedon, el valiente Gláuco y otros. Estando á la vista los ejércitos, se presentó Paris y desafió á combatir con él á los mas valientes de los griegos. Inmediatamente se presentó Menelao, y Paris echó á correr. Su hermano Hector le echó en cara su infame cobardía, y viéndose afrentado ofreció entrar en combate particular con Menelao, y se arreglaron con efecto las condiciones entre ambos ejércitos, de modo que si Paris salia vencedor, se quedaria con Helena y con las riquezas que habia llevado, y si era vencido, devolveria uno y otro, y los troyanos pagarian á los griegos una indemnidad por los gastos de la guerra. Verificado el combate y estando para parecer Paris, le salvó Vénus quitándole de la vista de enemigo, y volviéndole á Troya, donde la misma Helena le trató con desprecio. Los griegos reputándose vencedores, exigieron el cumplimiento de las condiciones del tratado; y por no haber convenido en ellos los troyanos, se dió una sangrienta batalla, en que despues de muchas diferentes alternativas perecieron de una y otra parte muchos ilustres valientes, sin que tuviese otro resultado. Diomedés, protegido por Minerva, quitó la vida á Equemon y Cromio hijos de Príamo que peleaban ambos en un mismo carro, á Pándaro hijo de Licaonte y á otros varios, habiendo llegado su furor hasta herir á la diosa Vénus, que acudió á libertar á su hijo Eneas, y al dios Marte que peleaba por los troyanos. Hector por su parte hizo prodigios de valor y quitó la vida á muchos griegos. Despues que los Dioses se retiraron de esta batalla, volvieron á las manos los ejércitos, y los griegos hicieron un terrible destrozo en los troyanos.

Hector volvió á Troya para encargar que se hiciesen sacrificios á Minerva, y antes de volver al ejército se despidió de su esposa Andrómaca; y esta tierna despedida, así como el susto del tierno Astianax, son la materia de una parte del canto sexto de la Ilíada de Homero. Llegado que fué al ejército propuso Hector un combate particular á los griegos, y habiéndose echado suerte entre algunos de estos que se presentaron, le tocó al hijo de Telamon Ajax. Este y su competidor Hector se acometieron repetidas veces con extraordinario furor, hasta que al fin fueron separados por los reyes de armas; pero antes de retirarse se hicieron regalos recíprocos.

En este estado fué cuando el sábio Antenor, uno de los gefes de los Troyanos, les propuso que se devolviese Helena con todas sus riquezas, pero se opuso á ello Paris, en cuanto á la persona de Helena, aunque conviniendo en entregar lo demas, y aun mayores dádivas, si era necesario. Príamo envió un rey de armas para manifestar á los griegos la propuesta de Paris, y pedir una tregua para enterrar los muertos. Los griegos convinieron en esto; pero no en lo demas, y continuó la guerra. Agamenon que ya desconfiaba de la salud del ejército, convocó un consejo de guerra de generales, y propuso retirarse; pero se opusieron á ello Diomedés y Nestor, quien añadió que Ulises y Ajax hijo de Telamon, se presentasen á Aquiles para que volviese á combatir; pero el héroe inflexible, no hizo caso de sus ruegos.

Tratóse entonces de enviar espías al campo de los troyanos, y se presentaron para ello Diomedés y Ulises quienes al ir á ejecutar su proyecto encontraron á Dolon espía de los troyanos, y supieron por él toda la disposicion del ejército de aquellos y que Rheso príncipe de Tracia acababa de llegar con sus tropas, y con un carro muy magnífico tirado de hermosísimos caballos. Ulises y Diomedés despues de haber muerto al espía llegaron á donde estaba Rheso, le mataron, y habiendo quitado los caballos de su carro los trajeron al campo de los griegos.

A pesar de esto, en la batalla que se dió despues fueron heridos los principales de los griegos, como Agamenon, Ulises, Diomedés, Euripilo y Macaon, y el ejército entero tuvo que retirarse á sus atrincheramientos. Hector trató de forzarlos y de abrirse paso; pero viendo la imposibilidad, Potidamas propuso que los troyanos bajasen de sus carros, y con efecto habiéndose dividido en cinco cuerpos de infantería, atacaron la muralla por todas partes; y al fin despues de varios sucesos logró Hector abrirse paso al frente de sus tropas, y persiguió á los griegos hasta encerrarlos en sus buques.

Sin embargo los griegos volvieron á salir de nuevo y á combatir, y los sucesos alternaron por haberse mezclado de nuevo los Dioses en los combates, siendo bien sabido que por los griegos combatian Juno, Minerva, Neptuno, y Vulcano, y por los troyanos Vénus, Marte, y Apolo.

Estando muy apurados los griegos, acudió Patroclo á su amigo Aquiles, y le rogó que le diese sus armas y sus tropas para combatir, ya que el no queria hacerlo, su amigo se lo concedió, y él con efecto al frente do las tropas de Tesalia atacó á los troyanos, y los persiguió hasta bajo sus murallas, donde Hector le mató. Para recobrar el cadáver de Patroclo se trabó un sangriento combate y al fin los griegos consiguieron traer el cuerpo de aquel heroe á su escuadra.

Aquiles sabedor de la muerte de Patroclo, la lloró tan amargamente que su madre Tetis salió de lo profundo del mar para venir á consolarle, exortándole al mismo tiempo que no se presentase á combatir hasta que ella le tragese las nuevas armas que por ruegos suyos fabricaria Vulcano; pero él, aunque sin armas se adelantó hacia el foso por órden de Juno, y se manifestó á los troyanos, que solo por haberle visto, se espantaron y huyeron. Vulcano se dió priesa á fabricar las armas para Aquiles, que eran tan brillantes y tan terribles, que su descripcion es uno de los trozos mas hermosos del poema de Homero. Tetis las llevó á su hijo, y este llamó á todos los generales griegos, y les declaró que habia cesado su cólera. Agamenon reconoció su falta, se reconcilió con él, y ofreció un sacrificio.

Hecho esto montó sobre su carro y se puso al frente de sus tropas, y entretanto que de una y otra parte se preparaban para la batalla, Júpiter mandó á Temis que convocase á todas las divinidades del Olimpo para comunicarles su voluntad, y fué la de permitirles que bajasen á los dos campos y combatiesen por griegos ó troyanos segun que mejor les pareciera. Asi lo hicieron, y desde aquel punto, los dos ejércitos se atacaron con horrible furor. Eneas animado por Apolo se atrevió á combatir con Aquiles, y despues de una larga conversacion entre los dos, se batieron con mucho encarnizamiento; pero cuando Eneas iba á perecer, le libertó Neptuno, quitándole de la vista de su enemigo. Aquiles se desquitó matando á muchos de los gefes troyanos, y á Polidoro el menor de los hijos de Príamo. Hector viendo muerto á su hermano corre impetuosamente con su lanza contra Aquiles y le atacó con toda su fuerza; pero Minerva paró el golpe, y entonces Aquiles furioso se arrojó sobre Hector á quien él Dios Apolo cubrió con una espesa nube, salvándole así de su enemigo. Los Dioses no contentos con proteger á los diferentes partidos, se atacaron unos á otros, Apolo á Neptuno, Minerva á Marte, y Diana á Juno.

Aquiles infatigable no cesó de atacar á los troyanos hasta que logró dividirlos, de modo que los unos huyeron hácia la ciudad, y los otros se arrojaron al rio Janto, donde hizo doce prisioneros para sacrificarlos sobre la pira de Patroclo. Tambien quitó la vida á Licaon hijo de Príamo, y á muchos capitanes de los mas valientes. Homero personifica al rio, y le pinta irritado contra los furores de Aquiles, á quien sepulta muchas veces bajo sus aguas; pero hace que Neptuno y Minerva animen al guerrero, y venza la violencia de las olas. Juno envía tambien á Vulcano, para que combata al rio, y aquel Dios, abrasa toda la llanura, consumiendo las cadáveres de los que habia muerto Aquiles, y luego dirige sus llamas contra el rio, quema los olmos, los álamos, los sauces, y demas árboles que estaban en sus orillas, introduce en seguida, hasta en las cuevas de los peces, que no encuentran asilo ni aun en las cavernas mas profundas. Juno á súplicas del rio, calmó el enojo de Vulcano, y este retiró sus llamas; pero no por eso cesó el combate ni aun entre los Dioses mismos; porque Marte atacó á Minerva que le derribó de una pedrada, y queriendo Vénus levantarle, Minerva la hizo caer tambien al lado de él. Príamo viendo desde lo alto de una torre de Troya los destrozos que hacia Aquiles, hizo abrir las puertas de la ciudad para que se refugiasen á ella los que huian; pero Aquiles los perseguia con tanta rabia, que sus tropas hubieran tomado á Troya en aquel momento; si Apolo no hubiera inspirado al valiente Agenor la fuerza para oponérsele, y esperarle á pie firme. Aquiles se arroja sobre su enemigo pero Apolo le quita la victoria de las manos, ocultando á Agenor, tomando su figura, y echándose á huir, delante del hijo de Tetis; y mientras que este deslumbrado le persigue, logran los troyanos entrar en la ciudad y salvarse. Solo Hector no quiso entrar, y se obstinó en esperar á Aquiles, á pesar de las lágrimas de su padre Príamo y de su madre Hecuba que le conjuraban para que entrase como los demas. Cuando Aquiles llegó á él para combatirle se alejó de las puertas de la ciudad y huyó por la llanura, y dió tres vueltas alrededor de las murallas siempre perseguido por Aquiles; pero al fin engañado por la Diosa Minerva que para ello habia tomado el semblante de Deifobo, resolvió esperar á Aquiles y combatir con él. Pereció en el combate y su enemigo tuvo la barbarie de atar el cadáver á su carro, y arrastrarle á la vista de sus padres y de su esposa Andrómaca.

Los troyanos consternados lloraban la muerte de su gefe, mientras que Aquiles y los de Tesalia derramaban lágrimas por Patroclo. Aquiles les dió un convite fúnebre, despues de lo cual se entregó al dolor, y por último le venció el sueño y se le apareció el alma de Patroclo. La mañana siguiente el rey Agamenon envió soldados con caballerías al monte Ida, para que cortasen y tragesen la leña necesaria para la Pira. Desde que esta estuvo hecha, se llevó á ella el cuerpo de Patroclo cubierto enteramente de los cabellos de sus compañeros, que quisieron de esto modo denotar su duelo, se degolló un gran número de víctimas alrededor de la pira, y Aquiles echó en medio de ella cuatro de sus mas hermosos caballos, dos de los mejores perros que tenia para guardar su campo, y sacrificó á doce jóvenes troyanos. Puesto el fuego á la pira, Aquiles hizo libaciones á los vientos para que viniesen á inflamarla. La mañana siguiente al amanecer se retiraron los vientos, y empezaron á extinguirse las llamas, y Aquiles propuso que se apagasen los restos de ellas, que se recogiesen los huesos de Patroclo, y se pusiesen en una urna de oro, en la cual encargaba se encerrasen tambien los suyos cuando muriese. Hízose así, y no contento Aquiles con los honores fúnebres que habia hecho á su amigo, quiso concluir sus funerales con juegos y combates, proponiendo premios de vasos de trípodes, de caballos, de mulos, de toros, de esclavas hermosas, de armas, y de talentos de oro. El rey Eumelo, hijo de Admeto, el valiente Diomedés, el divino Menelao, Antíloco hijo de Nestor, y Mereon disputaron los premios de la carrera, Epeo, y Eurialo el del cesto, Ajax y ulises el de la lucha. Ajax hijo de Telamon y Diomedés el del combate particular por las armas de Patroclo, y el del disco, Polipeto, Leonteo, Ajax hijo de Telamon, y el divino Epeo. Concluidos los funerales de este modo, Aquiles no pudiendo olvidar á su amigo Patroclo salia todas las mañanas, y hacia atar inhumanamente á su carro el cuerpo de Hector, le arratraba tres veces alrededor del sepulcro de Patroclo, y volvia á su tienda para descansar, dejando el cadáver tendido sobre el polvo. Apolo movido de compasión apartaba del cadáver cuanto podia corromperle, y le cubria con su égida de oro, para que Aquiles al arrastrarle no le hiciese pedazos. Los Dioses exceptuando Juno, Neptuno y Minerva querian que Mercurio sacase el cadáver de entre el ejército griego, pero aquellos tres se opusieron fuertemente á ello, por la implacable venganza que conservaban contra los troyanos. Al fin Júpiter movido pro las reconvenciones de Apolo envió á Tetis para que inclinase á su hijo Aquiles, á volver el cuerpo de Hector, y al mismo tiempo despacho á la mensagera Iris, para que digese á Príamo que se presentase á Aquiles con dádivas que sirviesen para rescate del cuerpo de su hijo. Príamo obedeció, y sin que él lo percibiese, le acompañó Mercurio y le condujo á la tienda de Aquiles. Príamo entró en ella cuando aquel guerrero acababa de cenar, se echó á sus pies, abrazó sus rodillas y le pidió que le entregase el cadáver de su hijo. Aquiles conmovido de la vejez, y de la humillacion del rey de Troya, le concedió lo que pedia, le hizo un discurso para consolarle, le convidó á tomar alimento, y le hizo servir la cena. Despues de ella Príamo pidió permiso para ir á reposar y Aquiles le hizo poner dos camas en el pórtico, y le preguntó cuantos dias queria para los funerales de Hector, á fin de que durante ellos el ejército griego no atacase á los troyanos. Príamo le pidió once dias, Aquiles se los concedió, y la mañana siguiente antes de amanecer se presentó Mercurio para guiar á Príamo, y cuando ya estaba cerca de la ciudad, dió aviso de ello su hija Casandra que fué la primera qué le vió, y todo el pueblo salió al encuentro de aquel desgraciado padre, que volvia con el cadáver de su hijo. Se colocó este en medio del patio del palacio sobre una cama, que rodearon Andrómaca, Hecuba y Helena para llorarle.

Concluida la tregua empezaron de nuevo los combates, y en uno de ellos pereció Aquiles por la mano del cobarde París, que de un flechazo le hirió en el único punto por donde no era invulnerable que era el talon. Los griegos á pesar de tantos combates y de diez años de sitio no consiguieron tomar á Troya, y habian resuelto retirarse; pero la Diosa Minerva les sugirió un artificio para engañar á los troyanos y perderlos, que fué el de fabricar un caballo de una enorme altura, cuyos flancos cubrieron con tablas de pino, y fingieron que era un voto que hacian á la Diosa para conseguir una vuelta feliz á la Grecia. Para mejor engañar, se retiraron á la isla de Ténedos y se ocultaron en una orilla desierta, dejando encerrados en el caballo algunos soldados á quienes les tocó la suerte. Los troyanos creyeron que los griegos habian emprendido el viage á su pais, y que navegaban hácia Micenas, por lo que se entregaron á la alegría, abrieron las puertas de la ciudad, fueron á ver el campo que habia sido de los griegos, y se pasearon en las orillas que sus enemigos habian abandonado. Allí se decian unos á otros, aquí estaba acampado el cruel Aquiles, allí era el campo en que se combatia; en aquella orilla estaba anclada la escuadra enemiga, y otros se detenian á contemplar la dádiva fatal que los griegos habían dejado para Minerva, admirándose de la grandeza de aquel coloso. Timeto, ó porque estaba de inteligencia con los griegos, ó porque sirvió de órgano á los decretos del destino, segun la expresion de Virgilio en la boca de Eneas, fué el primero que aconsejó que se metiese dentro de los muros de Troya el fatal caballo, y se le pusiese en el sitio mas eminente de la ciudad, pero los hombres mas cuerdos eran de dictámen que se le arrojase al mar, ó se le quemase, ó cuando menos se registrasen interioramente todos sus rincones. El pueblo tomaba partido en pro ó en contra sin saber á que atenerse, cuando se presentó Laocoonte al frente de muchos troyanos, y les hablo así: «¿Cual es vuestra ceguedad? ¿creeis en la retirada de vuestros enemigos? ¿No desconfiáis de sus dones? ¡Tan poco conoceis á Ulises? Yo creo que este caballo encierra griegos, ó ha sido construido para dominar nuestras murallas, observar el interior de la ciudad, darnos un asalto, ó para otra sorpresa de esta especie. Desconfiad, troyanos, porque los griegos me son sospechosos aun cuando nos hacen regalos.» Así habló, y arrojando con toda su fuerza un venablo contra los flancos de aquel enorme caballo, le hizo temblar, resonaron sus concavidades, y se oyó una especie de gemido. Si no hubiéramos tenido contra nosotros, decia Eneas en su relacion á la diosa Dido, los destinos y nuestra propia ceguedad, habríamos imitado á Laocoonte, abriendo con el hierro la fatal cueva de los griegos; y los muros de Troya, con el magnífico palacio de Príamo, subsistirian todavía.

En aquel momento llegaron unos pastores troyanos haciendo mucho reuido y presentaron al rey un jóven griego con las manos atadas por la espalda. Este incógnito se les habia presentado, y se habia entregado por sí mismo, con el designio de engañar con su estratagema, y hacer que se abriesen las puertas de Troya á sus compatriotas. Al verle acudieron todos los jóvenes troyanos, y á porfía se hurlaban del prisionero; pero esto hombre astuto, cuando se vió en medio de tanta gente, miró á todos los que le rodeaban y exclamó: ¡Cúan desgraciado soy! En que mares ó en que países podré hallar un asilo, y que recurso me queda ya! Yo no puedo vivir entre los troyanos: quieren quitarme la vida. Estas palabras hicieron impresion en los ánimos, los calmaron, y se le exhortó á que dijese quien era, y lo que había hecho. Animado con esto, habló asi á Príamo: Gran rey, suceda lo que sucediere, no os ocultaré la verdad, y desde luego os confieso que soy griego: la fortuna cruel ha podido hacer á Sinon desgraciado, pero no tiene poder para hacerle embustero ó mentiroso. Quizá habreis oido hablar de Palamedes, descendiente de la sangre de Belo, cuya gloria y reputacion son tan conocidas. Los griegos le condenaron á muerte, forjando una falsa acusacion, pero el verdadero motivo fué el que no aprobaba la guerra que se hacia á Troya, aunque ahora sienten bien el haberle perdido. Cuando yo era muy jóven, me colocó mi padre en la comitiva de este grande hombre de quien yo era pariente. Vine pues á hacer la guerra bajo sus órdenes; y mientras que vivió para el bien de la Grecia; hizo prosperar nuestras armas con sus consejos, yo hice algun papel en el ejército y adquirí reputacion. Desde que la envidia del artificioso Ulises le hizo condenar á muerte, (¡ay! bien sabido es cuan cierto es lo que digo!) me reduge á hacer una vida triste y solitaria, llorando en secreto la muerte de un amigo; pero al fin no me pude contener, hablé, y dije que algun día vengaría la muerte de Palamedes si hallaba ocasion para ello. Esto me ocasionó enemigos implacables, y fué el origen de mis infortunios. Desde entonces Ulises no pensó sino en perderme haciéndome sospechoso en el ejército, recurriendo á sus armas ordinarias que son las calumnias, de que sabe servirse con tanta destreza. Al fin no paró hasta que por el ministerio del adivino Calcas... ¡pero que digo, y para que fatigaros vanamente con tan triste narracion. Yo nada puedo esperar, pues que mirais á todos los griegos del mismo modo, y basta haberos confesado que lo soy: quitadme la vida, vengaos. Ulises os agradecerá mi muerte, y los Atridas la comprarían á cualquiera precio. Estas palabras excitaron la curiosidad de los troyanos, y le mandaron que continuase, y él lo hizo, diciendo con un aire tímido, y con una sinceridad estudiada: los griegos pensaron muchas veces en retirarse, cansados de una guerra tan larga, y ojalá que lo hubieran ejecutado; pero unas veces los detenia en el puerto una tempestad, y otras un viento contrario los obligaba á volver á él. Sobretodo, desde que construyeron esta máquina enorme, no se oyeron mas que truenos, ni se vieron mas que tempestades. Admirados enviaron á consultar al oráculo de Apolo, y Eurypilo no trajo del templo sino esta triste respuesta: Griegos cuando os disponiais á venir para atacar á Troya, no tuvísteis viento favorable hasta que sacrificásteis á una jóven griega; y ahora, si le habeis de tener para la vuelta, es preciso sacrificar un griego. Al punto que se divulgó el oráculo, todos se consternaron, y se preguntaban unos á otros, ¿Quien será la víctima? Pero Ulises valiéndose de Calcas, y empleando mil artificios, hizo que recayese sobre mí el oráculo. Llegado el dia en que se habia de consumar el sacrificio, yo logré romper las cuerdas con que estaba atado, y libertarme de la muerte. Vine á pasar la noche en un lago, me oculté entre los juncos, y me sepulté en el fango, esperando allí á que se marchasen los griegos. Asi pues, se acabó para mi toda esperanza de volver á ver á mi patria, a mi padre y á mis hijos, y quizá se hará pagar á estos con su sangre mi fuga. En cuanto á vos ó gran rey, en nombre de los Dioses testigos de mi sinceridad, y á nombre de la justicia, si todavía hay algun resto de piedad entre los hombres, tenedla de mis desgracias, y mirad favorablemente á un infeliz que no ha merecido una suerte tan desventurada.

Los troyanos conmovidos por las lágrimas que derramaba, le perdonaron; y Príamo despues de mandar que le quitasen las cadenas, le dijo: Quien quiera que seais, comenzad desde ahora á olvidar á los griegos; porque admitido entre nosotros, sereis troyano de afeccion, y asi responded con sinceridad á lo que os voy á preguntar. ¿Con que intencion han construido los griegos este enorme caballo? quien se lo ha aconsejado? ¿que pretenden con esto, es un voto, ó es una máquina de guerra? El embustero Sinon levantando las manos al cielo, é invocando por testigo á la divinidad, protestó que ya era libre en romper los vínculos que le unian á la Grecia, en aborrecer á los pérfidos y descubrir sus secretos. En cuanto á vosotros troyanos, dijo, sed fieles á vuestras promesas, y si os hago un servicio que asegure vuestra patria, asegurad mi vida, guardándome la palabra dada. Sabed pues, que toda la esperanza de los griegos para salir bien de esta guerra, se fundaba en la protección de Minerva; pero desde que el sacrílego Diomedes, y el inventor de todos los crímenes Ulises formaron el proyecto de robar la estatua de la Diosa, y matando á los que la custodiaban se apoderaron de ella, sus negocios fueron cada vez á peor, y la Diosa lejos de protegerlas se irritó contra ellos; y asi apenas colocaron su estatua en el campo, cuando tres veces se levantó en el aire, teniendo siempre en su mano su égida y su lanza, salieron de sus ojos llamas de fuego, y sudó su cuerpo. Al punto el adivino Calcas, anunció que era necesario reembarcarse, y que nunca se tomaria á Troya, mientras no se tragesen de Argos nuevos auspicios, y no se volviese a llevar allá la Diosa que se habia transportado aquí. Por eso los griegos han vuelto á Micenas para conseguir nueva proteccion y nuevos oráculos, y bien pronto los vereis repasar la mar y presentarse cuando menos se piense. Tal es la disposicion de Calcas, quien en vez del Paladion para apaciguar la Diosa irritada, y expiar el crimen que habian cometido, les aconsejó que hiciesen este caballo de madera previniéndoles que fuese de una altura tan prodigiosa, á fin de que no se le pudiese meter por las puertas dentro de Troya, y que el culto que se le daria como en otro tiempo, no sirviese de proteccion y defensa á la ciudad. Ha pensado tambien que si profanáseis este don consagrado á Minerva, sobrevendrian grandes males á Príamo y á los troyanos; pero que si á fuerza de brazos consiguiéseis hacerle entrar dentro, el Asia iria algun dia á hacer la guerra al Peloponeso. Los troyanos creyeron al perjuro Sinon; y lo que Diomedes, Aquiles, mil buques y diez años de sitio no habian conseguido, lo pudieron las lágrimas y los embustes de un impostor.

Al mismo tiempo que este los engañaba, sobrevino un espectáculo espantoso que los aterró. Laocoonte gran sacerdote de Neptuno sacrificaba un toro sobre el altar de esta divinidad, y de repente se vió venir de la isla de Tenedos dos serpientes monstruosas que se dirigían á la playa, y que iban derechas al sacerdote. Por de pronto estrecharon en sus repliegues á los dos hijos que estaban con él, y los mordieron cruelmente, luego se apoderaron del padre y le apretaron fuertemente, abrazándole dos veces por medio del cuerpo, y levantando otras tantas sus horribles cabezas sobre la del infeliz ciñeron su cuello. En vano se agitaba para romper á fuerza de brazos los nudos que le oprimían, y eu vano clamaba al cielo con grandes voces. Al fin le dejan las serpientes, se suben al sitio mas elevado de la ciudad, se refugian en el templo de la cruel Palas, y á los pies de ella, poniéndose al abrigo de su escudo. Entonces los troyanos clamaron que el castigo de Laocoonte era justo por haberse atrevido á lanzar el hierro contra la divinidad, y que era preciso hacer entrar inmediatamente el caballo en la ciudad. Para ello se hizo una brecha muy ancha en la muralla, se emplearon máquinas, y no se perdonó trabajo alguno, sin percibir que estaba lleno de gente armada, sin embargo de haberse oido el ruido que hacían las armas en el interior.

Durante la noche los griegos levaron anclas de la isla de Tenedos, y vinieron á la playa, é inmediatamente el pérfido Sinon abrió los flancos del caballo para que saliesen los que estaban dentro, los cuales por el pronto mataron la guardia, abrieron las puertas é hicieron entrar á sus compañeros. Todos se derramaron por la ciudad mientras que sus infelices habitantes dormían, prendieron fuego á los principales edificios, y degollaron á cuantos se les presentaban. Pirro hijo de Aquiles fué uno de los mas crueles por vengar la muerte de su padre, y entre otros quitó la vida al infeliz Príamo. La ciudad fué reducida á cenizas y de toda la familia del desgraciado rey, los que no fueron muertos fueron llevados prisioneros á la Grecia.

Pero la destruccion de Troya no produjo sino calamidades para los griegos; porque los unos al volver al seno de sus familias encontraron la muerte como Agamenon, otros, como Idomeneo por un voto indiscreto, tuvieron que abandonar su patria, otros como Ulises anduvieron errantes muchos años, y no pocos perecieron en las ondas del mar.



FIN