La Henriada: Canto I
Argumento: Enrique III unido con Enrique de Borbón, rey de Navarra, contra la Liga, habiendo comenzado ya el bloqueo de París, envía secretamente Enrique a pedir socorro a Isabel, reina de Inglaterra. Sufre el Héroe una tempestad. Aporta a una isla, donde un anciano católico le predice su conversión y su advenimiento al trono. Descripción de la Inglaterra y de su Gobierno.
El héroe canto, que reinó en la Francia
Por derechos de sangre, y de conquista;
Que a gobernar los hombres aprendiera
Por una larga serie de desdichas;
Que facciones calmando, vencer fuerte 5
Y a un tiempo perdonar dulce sabía;
Y que de confusión en fin cubriendo
Al Íbero, a Mayena y a la Liga,
De padre y vencedor de sus vasallos
Su nombre señaló con la divisa. 10
Baja, augusta verdad, del alto cielo.
Ven; y tu claridad y tu energía
Sobre los versos míos vierte grata.
De los Reyes el oído facilita
De tu escabrosa voz al agrio acento, 15
Y cuanto aprender deban les intima.
De tu osado pincel al rasgo toca
Pintar de las naciones a la vista
El lienzo criminal de hórridos monstruos,
Que sus guerras abortan intestinas. 20
Dí, como sediciosa la Discordia
De turbación sembró nuestras provincias;
Y del Pueblo narrando las desgracias,
Los yerros de los Príncipes publica.
Llega, tu labio suene; y si es constante, 25
Que contigo de acuerdo un tiempo unida,
A tus más fieros tonos su voz dulce
La Fábula tal vez mezclar sabía;
Si tu altanera frente de ornamentos
Sus delicadas manos revestían, 30
Y el arte prodigioso de sus sombras
Los rayos de tu luz embellecía;
Deja que también hoy a compás marche,
Que conmigo tus huellas siempre siga,
Y tus gracias no empañe, antes ilustre. 35
Aún reinaba Valois; aún él hacía
De un zozobrante Estado el gubernalle
Con mano fluctar trémula e indecisa:
De su debido honor, sanción y fuerza
Las santas leyes todas destituidas, 40
Confusos los derechos y turbados,
Más bien en caos tanto se diría,
Que en efecto Valois ya no reinaba:
Que ya el Príncipe no era, a quien propicia
Circundara la gloria de esplendores; 45
A quien desde la infancia a las fatigas
Adiestrara y las lides la Victoria;
Cuyos faustos progresos sorprendida
Y temblando la Europa contemplaba;
En pos de quien, al fin, la Patria había 50
De amor y soledad mil tiernos ayes.
Despedido, plañendo su partida
Un tiempo, en que del Norte, allá admirando
Su suprema virtud, las plagas frías
En poner a sus plantas sus diademas, 55
Por sufragio común se complacían.
En un segundo puesto brilla alguno,
Que al primero elevándose se eclipsa.
De esta suerte a Valois, al solio alzado,
Con sorpresa pasar la Francia mira, 60
De intrépido guerrero a Rey cobarde.
Sobre el trono encumbrado se dormía
De femenil molicie en hondo seno:
De la regia corona el peso abisma
De su liviana frente las flaquezas 65
Que lúbricos privados mantenían,
D' Epernon, San Megrén, Quelús, Joyussa,
Jóvenes voluptuosos, que a porfía
Bajo su augusto nombre, a su albedrío,
Del imperio las riendas dirigían: 70
Corruptores políticos de un dueño,
Que la afeminación gastado había,
En torpes devaneos y placeres
Su lánguida existencia sumergían.
De los Guisas, en tanto, la fortuna 75
Se elevaba veloz, se engrandecía
Sobre su humillación y abatimiento,
Levantando en París la santa Liga,
De su flaco poder rival soberbia.
Roto el freno los pueblos se extravían, 80
Y hechos de la grandeza humildes siervos,
Doblan a sus tiranos la rodilla,
Y a su dueño legítimo persiguen.
De mil falsos amigos turba indigna,
Que feliz le adorara, ya infelice 85
Le abandona vilmente, y aturdidas
Del Luvre le miraron las columnas
Por sus pueblos expulso y en huida,
Al paso que acogido el extranjero,
Al rebelde París ledo corría. 90
Todo marcha en desorden. Por instantes
Todo a su fin fatal se precipita,
Cuando aparece Enrique. Este virtuoso,
Este insigne Borbón, que fiero ardía
De un guerrero valor en noble llama, 95
A su Príncipe ciego se aproxima,
Y a su aspecto Valois la luz recobra:
Él su espíritu y fuerzas resucita;
Sus pasos endereza, y de la afrenta
A la gloria, del juego a la lid guía. 100
De París a las pérfidas murallas
Con coligadas huestes y aguerridas
Al ver los dos Monarcas avanzados,
Allí se alarma Roma, y aquí admira
El Español temblando su alianza: 105
La Europa toda ya comprometida
En tan grandes reveses y ruidosos,
Sobre el muro infeliz clava la vista.
Viose en París entonces la Discordia,
Que al sublevado Pueblo enfurecía, 110
Y a la guerra excitando al de Mayena,
Y a la Liga y la Iglesia, en hostil grita
Del alto de sus torres el socorro
Del español soldado requería.
Esta fiera impetuosa y sanguinaria, 115
Este inflexible monstruo, infiel respira
Un eterno rencor contra los mismos
Que su yugo infernal más esclaviza.
Su maléfico plan de los mortales
A infelices desastres sólo aspira 120
De su mismo partido con frecuencia
Su mano deja toda en sangre tinta;
Dentro del corazón que despedaza,
Cual tirano cruel se domicilia,
Y el crimen que él inspira, pena él mismo. 125
Al lado en que del sol la luz declina,
No lejos de las márgenes amenas
Por do serpeando el Sena corre, y gira
Huyendo de París, hoy sitio amable,
Retiro encantador, mansión tranquila, 130
Donde el arte sus triunfos nos ostenta,
Y la naturaleza sus delicias;
Campo entonces horrísono y sangriento
De la más ominosa y mortal riña,
Juntando sus soldados acampaba 135
El mísero Valois. Allí se alistan
Los valerosos Héroes, que la gloria,
Y de Francia el estado sostenían,
Y a quienes sectas varias dividiendo,
De una común venganza el celo unía. 140
De Borbón en las manos victoriosas,
Acordes y contentos todos libran
Su causa general y sus destinos;
Y él, que de conciliarse el don abriga
De todos el amor feliz, ganando 145
Los corazones todos, los reunía:
Que estaban los dos campos tan sumisos
Dijérase a su voz, que ya no habían
Más Jefe que él, ni más Iglesia que una.
Del seno celestial do residía 150
Luis, padre inmortal de los Borbones,
Sobre el virtuoso Enrique atento fija
Sus paternales ojos. De su raza
El más claro esplendor en él divisa;
Su ardor, su virtud ama; su error llora: 155
Con su corona honrarle, al fin quería,
Y quiere más aún, quiere ilustrarle.
Avanza en tanto Enrique, y se encamina
A la suprema cumbre; más por sendas
Que para él mismo ocultas no advertía. 160
Del alto de los cielos sus auxilios
Prestábale Luis, pero escondida
La mano que en su apoyo le tendiera;
Cuidando que del Héroe siendo vista,
Ya por demás seguro de sus triunfos, 165
De un peligro menor fuese a medida
De sus hechos también menor la gloria.
Del muro que obstinado resistía,
Ya finalmente al pie, y en frente puestos,
Más de una vez de Marte en tentativas 170
Igual riesgo ensayaran los partidos:
De la humana feroz carnicería
Ya el mal genio, del campo desolado
Al uno y otro mar llevara a prisa
Un furor implacable, cuando a Enrique 175
Su atristada palabra, interrumpida
De frecuentes suspiros y sollozos,
Le endereza Valois en esta guisa.
«Ya ves hasta que punto de mi suerte
El rigor me abatió. No es mi desdicha, 180
Ni solo mi interés el que va hablarte;
Tuya es ¡o Borbón! la injuria mía.
Contra su Rey osando sediciosa
Su frente al cielo alzar esa infiel Liga,
A los dos en su rabia nos confunde, 185
Y a los dos nos persigue y abomina.
Del pueblo de París enajenado
El rebelde rencor de que le animan,
Nos desconoce a entrambos, pretendiendo
Precipitarme a mí del trono en vida, 190
Y de su herencia a ti, que en pos te toca.
No ignoran los Ligados, no, no olvidan
Que la voz imperiosa de la sangre
De nuestra anciana augusta dinastía,
El mérito, las leyes, y en fin todo 195
Te aclaman a mi muerte de justicia
Al trono de la Francia, en que vacilo,
Y del cual darte piensan la exclusiva,
Ya de hoy mismo temblando a la grandeza
De tu fortuna y gloria sucesivas. 200
La Religión terrible en sus enojos,
Ambiciosa y colérica, fulmina
Contra la independencia de tus sienes
Su fatal anatema. Roma erguida,
Que a do quiera transporta sin soldados 205
De la guerra el azote, deposita
De su cruda venganza el sacro trueno
Del Español en manos. Ya vendida
De vasallos, de deudos y de amigos
Veo, amigo, la fe. Ya se retira, 210
Ya de mí huye todo y me abandona,
O se arma contra mí. Con tropelía
El avariento Hispano enriquecido
Por mis pérdidas, fiero se avecina
A inundar de sus huestes destructoras 215
Mis desiertas ya míseras campiñas.
Contra enemigos tantos, que en su furia
Tal ansia de ultrajarnos acreditan,
A nuestra vez traigamos a la Francia
Una extranjera fuerza más benigna: 220
En secreto ganad de los Britanos
Esa ínclita Reina, esa heroína.
Bien sé el odio inmortal, que una alianza
Permite rara vez franca y sencilla
Entre el Francés y el Anglo. En todos tiempos 225
Émula de París, Londres la envidia.
Más ¿que importa, Borbón? si desde el punto
En que mi antigua gloria vi marchita,
Y por ellos mi nombre amancillado,
Ya ni patria, otros tiempos tan querida, 230
Ni vasallos conozco. Yo les odio;
A castigar anhelo sus perfidias
Y a mis ojos Francés es quien me vengue.
En tal negociación, poco confía
Mi supremo interés en las funciones 235
De ordinarios agentes inactivas;
Tu eres solo Borbón, el que yo imploro;
De promediar tu voz es solo digna
En que a los Reyes mueva mi infortunio:
Parte a Albión, y allí la causa mía 240
Patrono tan feliz logre en tu fama,
Que un ejército aliado me consiga.
Mis enemigas huestes por tu brazo
Quiero, Enrique, abatir, y otras amigas
Por tu sola virtud ganar espero». 245
Dijo, y el Héroe, que de gloria hervía
En codicioso celo, y en más manos
Teme ver que las suyas repartida
Del triunfo la palma, un dolor vivo
Al oírle sintió. Pasados dios 250
A su gran alma caros echa menos,
En que él solo y Condé sin más intrigas,
Ni otro extranjero auxilio que la fuerza
De su virtud, temblar la Liga hacían;
Más era necesario ardientes votos 255
Satisfacer de un dueño. Se resigna:
Los golpes de su brazo ya suspende,
Y los laureles, que cogido había
Del Sena en la ribera, abandonando,
Su valor a partir violento instiga. 260
Atónito el soldado, que ignoraba
Sus arcanas empresas, se contrista;
Y de uno y otro campo los guerreros
Sus destinos pendientes suponían
Del regreso feliz del Héroe ausente. 265
Ya marchaba: aún empero le imagina
El pueblo criminal siempre delante,
Y pronto a fulminar sobre él sus iras.
Su nombre, que del trono la columna
Más sólida y más firme se apellida, 270
De todo el bando alzado su enemigo
El terror en las almas infundía,
Y por él en su ausencia peleaba.
Ya del Neustrio saltaba las campiñas,
Sin que de sus privados otro alguno 275
Formase que Morné su comitiva:
Éste su siempre digno confidente,
Más nunca adulador, fiel le asistía;
Éste sobrado fuerte y grave apoyo
Del bando del error y su doctrina, 280
Éste, a quien en prudencia como en celo
Señalándose siempre, a par movían
La causa de su Iglesia y de su Patria;
Censor del cortesano, y todavía
En la corte querido, a quien de Roma 285
Fiero enemigo, Roma propia estima.
Al través de dos rocas, donde viene
La cólera del mar rugiendo altiva
Sus olas a estrellar entre alba espuma,
A los ojos del Héroe se ofrecía 290
De Diepe el feliz puerto. Y fogoso
A bordo el diestro nauta jarcias iza;
El bajel, que a favor de su maniobra
Con fiera majestad la mar domina,
Ya de volar a punto sobre el llano 295
Del undoso cristal, sus alas infla:
Amarrado del viento en las regiones
El furibundo Bóreas se mitiga,
Y del céfiro al soplo la mar cede.
Levada el ancla ya, dél impelida, 300
Surcaba el vasto piélago la nave
Lejos ya de la tierra fugitiva,
Y de la Gran Bretaña las riberas
Descubríanse ya, cuando del día
Eclípsase el gran astro en un instante, 305
Regaña airado el cielo, el aire silba,
Brama el onda a lo lejos, y los vientos
Desenfrenados más y más irritan
Las encrespadas olas; centellando
Entre la negra nube el rayo brilla; 310
Del relámpago el fuego, y de las olas
El abismo profundo do quier pintan
Al navegante pálido la muerte:
Y aún el Héroe, a quien furias envolvían
Del undoso elemento, los peligros 315
De su propia persona no sentía;
Sus ojos sólo vuelve hacia la Patria,
Y en su empresa su mente siempre fija,
Por la sola tardanza en sus destinos,
A increpar a los vientos se limita. 320
No tan patriota, no, ni generoso
Allá César del Epiro a la orilla,
Cuando del mundo el cetro disputaba,
Al furioso Aquilón sobre el mar fía
Del Romano la suerte y de la tierra, 325
Y a Pompeyo y Neptuno, que se ligan,
A un tiempo desafiando, su fortuna
A la borrasca impávido oponía.
En este instante el Dios del universo,
Que sobre el viento vuela, que las iras 330
Subleva de los mares, o las calma,
Y de cuya eternal sabiduría
La profunda inefable providencia,
Forma imperios, los alza, o los derriba,
Desde el trono inflamado, do preside 335
A la vida y la muerte, y que allá brilla
Del celestial empíreo en las alturas,
Sus ojos abatir al fin se digna
Sobre el Héroe Francés, y en riesgo tanto
El mismo es quien le alienta, quien le guía, 340
Y cuya voz excelsa a la borrasca
Mandando que a la playa más vecina
Al punto el bajel lleve, donde Jersei
Del seno de las ondas parecía
Ir alzándose: el Héroe ya del cielo 345
Conducido por fin, aporta a la isla.
No lejos de su orilla, espeso bosque
Bajo sus frescas sombras y tranquilas
Dulce asilo ofrecía. Una gran roca,
De las airadas olas fronteriza, 350
A su rigor encúbrela, vedando
Del regañón a furias que la embistan,
Y jamás su reposo turbar puedan,
De esta roca una gruta cerca había.
Cuya simple estructura de su ornato 355
Sólo a la mano rústica y sencilla
De la naturaleza fue deudora:
En mansión tan obscura y escondida,
Un anciano habitaba venerable,
Que lejos de la corte, do otros días 360
Engolfado anduviera, allí buscaba
La dulce y santa paz; allí vivía
Del resto de los hombres ignorado;
Y de inquietudes libre, se ejercita
En el sublime estudio de sí mismo; 365
Con lagrimas allí se arrepentía
De horas en los placeres abismadas,
Y de amor en delirios consumidas.
De aquellas toscas fuentes a los bordes,
Sobre el florido esmalte, que matiza 370
De aquella soledad los verdes prados,
A sus pies arrojaba y sometía
Las humanas pasiones, y sereno,
De sus votos aguardaba que a medida,
Viniese, en fin, la muerte para siempre 375
A unirle con el Dios a quien servía;
Aquel Dios, que con gracia y bondad tanta
Su vejez honrar quiso, y su fe viva;
Que descender mandando a su desierto
La misma celestial sabiduría, 380
Y con él prodigando los tesoros,
De divinos arcanos, a su vista
Le agradara exponer de los destinos
El misterioso libro en que se cifran.
Este favorecido, grave anciano, 385
A quien Dios revelado el Héroe había,
Cerca de un onda pura, agreste mesa
Al gran Príncipe ofrece, a quien no admira
Lo nuevo del convite. Veces varias
Bajo un humilde techo, y en faz misma 390
Del simple labrador todo encantado,
Del cortesano estrépito en huida,
Y en busca solamente de sí propio,
Del diadema depuesto alegre había
El majestuoso fausto y fiero orgullo. 395
La turbación ruidosa difundida
Por el orbe cristiano, vasto asunto
Del coloquio más útil ofrecía
Al huésped venerable y peregrinos.
El virtuoso Morné, que en la doctrina 400
Vivía de su secta imperturbable,
¡Cuán terribles apoyos suministra
De Calvino al error! Dudoso Enrique,
De su luz solo al cielo le suplica,
Que sus ojos ilustre un feliz rayo. 405
«En todos tiempos, dijo, combatida
Entre febles y míseros mortales,
Siempre de error cercada y de mentira,
La divina verdad se vio en la tierra.
¿Fuerza será por tanto al alma mía, 410
En Dios solo fundando su esperanza,
De sendas, que hasta él mismo la dirijan,
Vivir en la ignorancia tenebrosa,
Que la humana razón jamás disipa?
Un Dios ¡ha! tan benéfico, y del hombre 415
El árbitro y Señor, ya dél habría
Servídose a este fin, si le pluguiera.
Adoremos, el viejo les replica,
Los designio de Dios. No le acusemos
Por faltas de los hombres. Yo vi un día 420
De Calvino el error nacer en Francia.
Humilde en sus principios, débil iba
Arrastrando entre sombras. Desterrado,
En nuestros muros sin sostén camina
Por mil lóbregas vueltas y rodeos, 425
Avanzándose astuto hacia sus miras
Con un rastrero giro y lento paso;
Y del seno del polvo y la inmundicia
Atónitos mis ojos advirtieron
Como su altiva frente se atrevía 430
El hórrido fantasma a alzar osado;
Como al trono abalanza, y sin medida
Insultando a los hombres, nuestras aras
Con planta a trastornar se arroja impía.
Huyendo al punto entonces de la corte, 435
En esta obscura cueva la ignominia
De mi sagrado culto a llorar vine.
Plácidas esperanzas todavía
Mis postrimeros años lisonjean;
Un culto tan moderno mal podría 440
Ser de duranza eterna. De los hombres
Al capricho su ser deudor se mira.
Morir se le verá como ha nacido;
Las obras de los hombres de la misma
Fragilidad serán, que sus autores. 445
A su supremo arbitrio Dios abisma
Sus facciosas empresas. Él es sólo
El inmudable Ser. Mientras registra
De unas sectas sin número, la tierra,
Las implacables guerras, que la agitan, 450
Del Eterno a los pies en paz reposa
La celestial verdad, que no ilumina
Sino muy rara vez al orgulloso,
Y que solo por fin, podrá ser vista
Del que de corazón la busque y ame. 455
Escuchad, Gran Enrique. Dios me inspira:
Ser queréis ilustrado. Habréis de serlo.
Elegiros por fin mi Dios se digna
Al trono de Valois. Su excelsa mano
Por sangrientos combates premedita, 460
Encaminar triunfante vuestra planta;
Terrible a la victoria su voz dicta,
Que las sendas os abra de la gloria
De laureles ornándolas y olivas.
Más no ignoréis también, sabed, que en tanto 465
Que a vuestro espíritu, propicia
La verdad, de su luz que le ilumine
Algún rayo benéfico no envía,
De París por las puertas será en balde
Que presumáis entrar. Tened bien fija 470
La atención, sobre todo, en preservaros
De la común flaqueza, en que se abisman
Aun las más grandes almas. Atractivos
Hechiceros huid; huid insidias
Del más dulce veneno. Precaveos, 475
Y de vuestras pasiones enemigas
Habed tan solo miedo, Gran Enrique.
Sabed al ocio blando y las delicias
Resistir con vigor, y al amor mismo
Combatir y vencer. Allá algún día, 480
Cuando de tal valor, de virtud tanta
Por una fuerza heroica y divina,
Gloriosa y felizmente ya llegaréis,
A triunfar de vos mismo y de la Liga;
Cuando en un sitio horrible, cuya fama 485
La más remota edad oiga afligida,
Todo un inmenso pueblo confundido,
Por vuestros beneficios sólo exista;
De vuestro Estado entonces las desgracias,
Las funestas miserias que lo atristan, 490
Acabadas veréis. De vuestros padres
Al Dios entonces vuestra fe rendida
Los ojos alzará, y verá entonces,
Cuan bien, cuan dignamente en él confía
Un sano corazón. Partid Enrique; 495
Adiós y no dudéis que él os asista;
El virtuoso varón, que le asemeja,
De su apoyo seguro es justo viva».
Dardos fueran de fuego estas palabras,
Que del sensible Enrique el alma herían, 500
Hasta su noble fondo penetrando.
Transportado, creíase al oírlas,
A aquella edad del mundo tan dichosa
En que al hombre mortal la Deidad misma
Con su palabra honrara, y prodigando 505
Prodigios, la virtud simple y sencilla
A los Reyes magníficos mandaba,
Sus oráculos santos profería.
Llegando al cabo el hora, en que era fuerza
Que ya del justo anciano se despida, 510
Con dolor estrechándole en los brazos
De sus ojos las lágrimas corrían.
Desde aquellos instantes, ya entreviera
De un día, cuyo sol aún no divisa,
El precursor lucero. Sorprendido, 515
Más no tocado aún Morné partía:
Al árbitro supremo de estas gracias
Dél pluguiera ocultarse. Vana estima
En la tierra de sabio el nombre diera
Al que, de mil virtudes con mancilla, 520
Hiciera del error su amado fuerte;
En tanto que el buen viejo así platica
De Dios iluminado, disponiendo
El corazón del Príncipe, sumisa
Del viento la violencia a su voz calma. 525
De nuevo se aparece el sol, y brilla,
Sosiéganse las ondas, y bien presto
Conducido Borbón a las orillas,
Parte el Héroe volando por las aguas
De la soberbia Albión a sus marinas. 530
Cuando en medio del mar de la Inglaterra,
Aquel flotante imperio Enrique avista,
La rápida mudanza venturosa
Reflexivo contempla, atento admira
De tan ilustre Estado y tan potente, 535
En que la acción violenta y desmedida
De tantas sabias leyes, y el abuso
Que la licencia eterno hacer solía,
Harto tiempo del Príncipe y vasallo
Labraran la recíproca desdicha. 540
Sobre el sangriento teatro, en que cien héroes
Catástrofe tan triste hallado habían;
Sobre el solio fatal resbaladizo,
Del que, de cien Monarcas abatida
La majestad augusta ya se viera, 545
Una mujer, al fin, el cetro afirma;
Y a sus pies los destinos sujetando,
Nuestro sexo confunde; y ya la rica
Brillantez de su reino al mundo entero
Sirve de admiración, terror y envidia. 550
Era aquella Isabel singular hembra,
De su esfera y su sexo maravilla,
Cuyos sabios manejos, de la Europa
Inclinar a su arbitrio conseguían
De la balanza el fiel. La que al Britano 555
De indómita cerviz, que no podía
Servir ni vivir libre, al fin su yugo
Llevar, y aún amar hizo. Grato olvida
Bajo su sagaz mando el Inglés pueblo
Pérdidas, que jamás sufrir creería. 560
Sus fecundos rebaños, sus llanuras
Sus montañas y bosques ya cubrían;
De la esfera los mares, sus bajeles;
Y sus copiosas mieses, las campiñas.
Monarca es en la mar, temido en tierra; 565
Sus flotas imperiosas, que esclavizan
Por do quier a Neptuno, la fortuna
Del uno al otro polo se atraían.
Londres, bárbara un tiempo, centro es culto
De las útiles artes en el día. 570
De las gentes del mundo más remotas
Con frecuencia sus plazas concurridas,
Emporio es a Mercurio, a Marte templo.
Los muros de Westminster domicilian
Tres distintos poderes, que del lazo 575
Que los une entre sí, los tres se admiran.
Diputados del Pueblo, Rey y Grandes,
A quienes intereses dividían
Y reunía la ley. Los tres sagrados,
Y miembros inviolables, que organizan 580
Su invicta institución, tan peligrosa
A sí misma tal vez, y a sus vecinas
De tanta alarma siempre, y tan terrible.
Feliz, mientras el Pueblo en la medida
De su deber instruido y limitado, 585
Al supremo poder respetos rinda
Cuantos le debe fiel; y aún más dichosa,
Cuando al Pueblo también a su vez rijan
Reyes justos, políticos y dulces,
Que acaten cuando deben, y no opriman 590
Su libertad civil. ¡Ha! cuando, cuando,
Así exclamó Borbón, cuando podrían
Unir como vosotros los Franceses
La gloria con la paz! ¡Testas altivas,
Príncipes de la Europa cuanto ejemplo 595
Tenéis aquí patente a vuestra vista!
Las puertas de la guerra en sus estados
Una mujer cerrando, la paz fija;
En tanto, que a los vuestros, con desdoro
Del pecho varonil que los domina, 600
El horror y discordia relegando,
De un pueblo que la adora, hace la dicha.
Va entretanto arribando, y tierra toma
En la inmensa Metrópoli, do brilla,
Y por do quiera reina la abundancia, 605
Que de la libertad tan solo es hija.
Del vencedor aquí de los Ingleses
La célebre y antigua torre mira,
Y allí más a lo lejos de la Reina
El alcázar augusto ya registra. 610
De su amigo Morné sólo seguido,
A encontrar a Isabela se encamina,
Sin nada de aquel fausto y pompa vana,
Que encanta en su interior la fantasía
De los Grandes, por grandes que ser puedan, 615
Más que héroes verdaderos no codician,
Antes desdeñan siempre. Borbón habla,
Y en sola su franqueza el fondo cifra
De su elocuencia toda. De la Francia
Las cuitas en secreto a Isabel fía: 620
Y si es, que de su patria en fiel obsequio,
Su corazón y lengua al ruego humilla,
Su elevación a un tiempo y su grandeza
En la sumisión misma descubría.
«¡Pues qué! ¿a Valois servís?» la Reina dice 625
¿Es Valois, le repite sorprendida
Quien a Borbón envía, quien le manda
Del Támesis venir a las orillas?
Qué! ¿De sus implacables enemigos
Tornado en protector, por ellos lidia, 630
Y con tanta eficacia Enrique viene
A emplear hoy sus ruegos y fatigas
Por el Príncipe aquel, que aún ayer mismo
Perseguirle de muerte parecía?
Aun desde las riberas del poniente 635
Hasta las puertas de la aurora, grita
De vuestros largos choques y discordias
La voladora fama peregrina;
¡Y en favor de Valois armada veo
Esa mano, esa mano dél temida 640
Tan repetidas veces!»... «Sus desgracias
Sofocaron ¡o Reina! le replica,
Nuestros antiguos odios. No era libre
Valois; se hallaba esclavo. Ya en el día
Sus cadenas rompió. Otro su estado, 645
Otra fuera su gloria, otra su dicha
Si siempre de mi fe más bien seguro,
Otro arriesgado apoyo y otras ligas
Que su valor y el mio no buscase;
Pero usó de artificio e hipocresía: 650
Por flaqueza y temor fue mi enemigo:
Más, en fin de sus riesgos a la vista
Sus faltas se me olvidan y mi injuria.
Le he vencido, Señora, e ya de prisa
A vengarle tan solo corro ahora. 655
Vuestra bondad, gran Reina, bien podría
En tan alta querella, en lid tan justa,
Labrar un nombre eterno a la gran Isla,
Y a un tiempo coronar vuestras virtudes,
Si de nuestros derechos grata auxilia 660
Vuestra potente mano la defensa,
Y conmigo vengar tal vez se digna
Esta de los Monarcas común causa».
Con impaciencia entonces la heroína,
Que la historia le cuente, pide a Enrique 665
De tanta turbación como afligía,
Y la Francia asolaba. Los resortes,
El encadenamiento y las intrigas,
Que en el triste París causar pudieran
Tanta revolución, saber quería; 670
Y a este fin, su palabra dirigiendo
Al augusto enviado, así le invita:
«Ya con frecuencia ¡Príncipe! la fama
Voladora y parlante me tenía,
De esos sangrientos lances e infortunios 675
Dada muy de antemano la noticia;
Pero en su ligereza, siendo siempre
Tan necia e infiel su lengua, que prodiga
Con la verdad mil veces el engaño,
Sus vagas relaciones de fe indignas 680
Desechado hube siempre. Vos Enrique,
Que de tan prolongadas, fieras lidias
Célebre parte fuisteis y testigo;
Y vos, que de Valois la alternativa
De apoyo, o vencedor seguisteis siempre, 685
Explicadme ese nudo que ya os liga:
Tan extrema mudanza descifradme.
Vos tan solo, Borbón, sois quien podría
De voz mismo tratar de un digno modo.
Vuestras faustas proezas y desdichas 690
Que me pintéis, os ruego, y creed Enrique,
Que es lección de los Reyes vuestra vida».
«¡Ha! replica Borbón ¿y será fuerza
Que vuelva a renovar la lengua mía
De días tan funestos y menguados 695
La infanda narración, la atroz herida?
Pluguiese al cielo airado, ilustre Reina,
Al cielo, que testigo de allá arriba
De mi acerbo dolor fue veces tantas,
Que de un eterno olvido la cortina 700
Para siempre escondiese a nuestros ojos
Cuadros de tanto horror ¿Porqué me obliga
Vuestra bondad, Princesa, a que mi labio,
De Reyes de la sangre que me anima,
Cuente el furor y afrenta? Se estremece 705
Mi corazón aún, cuando se excita
Su recuerdo cruel: más lo mandasteis;
A obedeceros voy. Quizá sabría
De algún otro la astucia, al daros cuenta,
Sus enormes delitos, sus perfidias 710
Disfrazaros aún. Con labio diestro
Aún tal vez sus flaquezas cubriría;
Pero en mi franco pecho al artificio,
A la doble cautela no hay cabida.
Oíd, Señora, pues. Es el soldado, 715
Más que el embajador, el que se explica».