La Ilustración Española y Americana/Año XIV/La fiesta de los negros en La Habana

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Nota: Se ha conservado la ortografía original.
LA FIESTA DE LOS NEGROS EN LA HABANA
EL DIA DE REYES.

Vamos á hablar de los negros, pero tranquilícense aquellos de nuestros lectores que deseen la emancipación de los esclavos: hoy van á verlos completamente libres, en el dia en que rompen momentáneamente la figurada cadena para entregarse á la espansíon y la alegría, para celebrar la fiesta de su santo patrono.

Mucho hay que hablar acerca de la infelicidad ó la ventura de la raza de color, que en las colonias de España permanece aun esclava.

Hay quien cree que aquellos seres son más dichosos en las antillas á pesar de los rudos trabajos y de la vida ahogada que viven, que en su patria primitiva. Hay también quien cree lo contrario; hay, por último, quien desea la abolición completa de la esclavitud y la libertad de la raza por su perfeccionamiento. Somos artistas, amamos á la humanidad: natural es que anhelemos la perfección y tras de ella la libertad.

Pero aun los que mas lamentan la desventura del esclavo, si llegaran á la Habana en el día de Reyes y presenciaran el espectáculo que ofrecen los negros en aquel dia, olvidarían todas sus lamentaciones para esclamar:

—¡Hé aquí el verdadero júbilo! ¡Hé aquí la espansion! ¡He aquí la felicidad suprema!

—¿Pues qué pasa en la Habana en el dia de Reyes? preguntará el lector que no conozca las costumbres de nuestra hermosa y rica antilla.

Sucede que asi como en la antigua Roma concedían los señores á los esclavos un dia al año, en el cual podían estos decirles toda la verdad, en la Habana los negros son completamente dueños de sí durante lodo el dia de Reyes, y lo aprovechan solazándose con un entusiasmo verdaderamente tropical.

Cuando al pasar por algún ingenio, cuando al cruzar las calles de la Habana veáis alguna negra ó algún negro pensativos, no os figuréis que sufren: piensan en el disfraz con que se engalanarán el dia de la fiesta , en el refinamiento de regocijo que llevarán á ella, y los'trescientos sesenta y cuatro dias del año apenas bastan al esclavo y al liberto para meditar en la diversión que les aguarda ó para recordarla después de haber pasado.

En ese dia de espansion y de júbilo, los amos de los negros se complacen en prestarles para que se atavien sus mejores trages, sus mejores adornos, y á veces hasta sus mejores alhajas.

gráfica
La fiesta de los negros en La Habana, el día 6 de enero

En posesión de cualquiera de estos objetos, el negro los combina, los modifica, los arregla á su capricho, y hace cuestión de amor propio el presentarse á sus camaradas de una manera más original, más vistosa, más artística que ellos.

La fiesta es una continua mascarada exornada con bailes, músicas, y una algazara y un griterío infernal.

El primer rayo de luz del dia 6 de enero, es la llave que abre la prisión del esclavo para dejarle disfrutar durante todo el dia y toda la noche de la libertad.

Nada más abigarrado ni más pintoresco, que el conjunto que forman los héroes de la fiesta con sus disfraces.

Uniformes viejos, vestidos de baile usados, restos de las modas antiguas, figurines caprichosos de las modas del porvenir, todo lo emplean para ataviarse aquellos infelices, cuya felicidad pueden en esta ocasión envidiar hasta los mismos blancos.

Los negros criollos, es decir los indígenas, son los que más se distinguen por la elegancia de sus trages.

Los negros de nación, recordando su patria perdida para siempre, usan el distintivo de la tribu á que han pertenecido antes de ser esclavos, y volviéndose á reunir en grupos los de cada tribu, ofrecen á la vista del observador todas las gradaciones de color.

Allí aparecen las razas de los lucumís y ganges al lado de las de los congos, mango, arara y caraboli.

Todos ellos recuerdan sus fiestas nacionales bailando las danzas de su patria al compás de los mismos primitivos instrumentos peculiares del Africa.

Como hemos dicho el bullicio, la algazara empiezan desde el amanecer.

Todo es ruido y movimiento en la ciudad.

Los balcones se llenan de curiosos y en ellos lucen su belleza las encantadoras habaneras.

Entre el bullicio resuena el agudo sonido de los pitos, de las cañas, el ruido de los platillos y de los triángulos, las penetrantes tocatas de los cuernos; y también contribuyen al concierto las guitarras, los bangos y los chillones organillos.

El que más puede alborotar es el que más aplausos recoge.

No pocos llevan tamborines formados con troncos de palmera huecos y cubiertos con piel.

Todos estos instrumentos sirven para que las parejas ejecuten esos bailes nerviosos, en los que las figuras de los bailarines se descomponen, se transforman y se dislocan.

Pero no es solamente las músicas y las danzas lo que llama la atención en esta abigarrada y divertida solemnidad.

El grabado que publicamos en este mismo número dará una idea exacta de la animación, del movimiento, do los disfraces, de la alegría general que constituye los caracteres principales de la fiesta.

Ved en el centro levantarse en medio de un círculo de parejas una figura gigantesca. Es una larga caña de Indias, adornada con hojas de palma y con llores. Tiene todo el aspecto de un ídolo, de un mascaron.

Llévala un negro de elevada estatura, ginete en un caballo cubierto de pieles y con la cabeza llena de plumas de colores.

En el estremo de la caña hay una bolsa, que aunque no dice nada es muy elocuente.

Apenas se acerca á un balcón, á una ventana, se insinúa de tal modo, que los que están allí, no tienen mas remedio que llenarla de plata: bien es verdad que allí son todos ricos.

En otro lado aparece un grupo de negros, dando saltos caprichosos sobre zancos. Un poco más allá aparece uri ídolo deforme.

En torno suyo bailan, y con este acto recuerdan su culto y su idolatría primitiva.

Mentira parece que tanta alegría, que tanta agitación, que tanto frenesí no fatiguen á aquellos hombros y á aquellas mujeres hartas de trabajar durante lodo el año.

Al anochecer van desapareciendo los grupos de las calles.

Algunas casas, las bodegas de ciertos barrios van recogiendo á los héroes de la fiesta, los cuales ponen fin á la diversión entregándose á opíparos banquetes y a exageradas libaciones.

Al día siguiente la decoración cambia completamente de aspecto.

Al bullicio atronador, al placer febril signo la calma, Al movimiento frenético de la espansion, sucede el  movimiento regular  y fecundo del comercio.

El negro vuelve á ser esclavo, pero le queda en el corazón el recuerde de la alegría pasada y la esperanza de la alegría que vendrá.

Tal es en la Habana la fiesta de los negros en el dia de Reyes, que constituye, como ha visto el lector, una de las costumbres mas pintorescas de aquella privilegiada Antilla.

E. C.