La Miraflores/III

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III[editar]

Cuando Cayetano se enteró de lo que de él solicitaba su primo:

-¡Pero hombre! -exclamó con acento de reproche-. Tú no debes estar bueno de la tetera; yo qué he de hacer eso que tú me pides, ni manque me des la luna.

Joseíto no objetó nada a lo dicho por su pariente, y

-Está bien, hombre -dijo con acento resignado, y tras algunos instantes de silencio, continuó-: Pos si es asín me voy a ver si encuentro por ahí alguno que me tenga una miajita de más buena voluntá que tú y que me tenga en más estima.

Se acordó Cayetano de los favores que le era en deber al Cardenales, y exclamó con acento desabrido:

-¡Por vía del que menea la mar!, no busques a nadie, hombre, no busques a nadie, que yo lo haré; pero que te coste a ti que jacer yo eso que tú me píes es mucho más grande pa mí que tomar una trinchera.

Sonrió con expresión regocijada Joseíto, y

-Ya sabía yo que arrematarías tú por ahí -exclamó-. No ves tú que yo te conozco y sé que tú no eres capaz de negarme un favor que yo te pía.

Cuando Joseíto salió del parador, se fue a casa del Cartagenero, al cual puso al corriente de sus propósitos.

-¡Camará, y lo que tus güesos chanelan! -exclamó el barbero asombrado-. Hoy mismito le voy a escribir a Antoñuelo pa que vea lo que es un amigo bueno y leal, un amigo, en fin, con toas las de la ley.

-¡No le diga usté naíta, por su salú! ¿No ve usté que yo a él me lo sé de memoria, y sólo de pensar que otro gachó, manque sea de mentirilla, está hablando con su Paca, le va a dar un sanguiñuelo?

Desde la barbería se fue Joseíto a la casa de la Pinturera, a la que encontró en el patio de la casa luchando heroicamente encorvada sobre el lebrillo de lavar, por el aseo de toda la familia, y acompañada de varias de sus convecinas.

Esto desconcertó un tanto al Cardenales, que no quería, como es de suponer, soltar prenda delante de tanta gente, pero Lola, que lo comprendió así, acudió en su auxilio, y

-¿Qué? -le preguntó al par que porraceaba briosamente la ropa-. ¿Se decide o no se decide ese amigo de usté a vender, por fin, el jaco?

-Mi trabajillo me ha costao -le contestó el Cardenales con acento indiferente-, porque yo no he visto, ¡camará!, más apego que el que le tiée ese gachó a su montura; pero, en fin, como el otro no se lo paga mal, y además él sabe que ha de cuidar al bicho como si fuese de la familia, y además él siempre tiée gusto en que yo me gane unas cuantas colunarias...

-¿Y dice usté que es un buen bicho, verdá? -le preguntó Lola con acento de zumba.

-Como que no se encuentra un jaco más mejor que ése, ni más bien plantao, ni con un pelo como el suyo, que parece sea, y fino de cabos que es y ancho de culata y noblejón; en fin, una prenda, lo que se llama una prenda.

-Usté lo que debe jacer es amarrar el negocio y que el uno dé una señal y que el otro suelte el jaco.

-Esta misma tarde, a las seis en punto, estoy yo con el bicho elante de la casa del otro. Y que no lo voy yo a llevar mu pinturero, chavó, con su jato de sea, con su baticola bordá; en fin, con un atajarre de los que quitan el sentío. Lo que es que no sé si podré yo ver a güena hora al otro gachó pa que esté en su casa cuando yo vaya a llevarle el bicho.

-A esa hora está allí tos los días, y hoy estará también seguramente.

Y al decir esto, una rápida sonrisa hizo comprender que no tenía que ocuparse más de aquello a Joseíto el Cardenales, el cual siguió hablando de cosas indiferentes con Lola y sus convecinas.