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La Miraflores/IX

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IX

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Quince días eran transcurridos desde aquel en que Cayetano se acercara por primera vez a la ventana de Lola para hablar con la bien amada de Antoñico el Cartagenero. Y para que se enteren los cine nos leen de cómo iban las cosas, nos permitiremos conducirles de nuevo a la barbería del padre de Antoñico, en un momento en que a la luz de los mecheros de gas veíase a Joseíto el Cardenales, que, con los brazos atrás y con el sombrero en la coronilla, iba de acá para allá con el semblante contraído y diciendo con voz irritada:

-Es que las gentes son mu malitas. ¿sabe usté, señó Juan? Pero que mu malitas, y si Cayetano no se fue ya en el vapor del día cinco no fue por culpa suya, sino por uno de los documentos, que se le quearon orvíaos en Écija cuando vino.

-Hombre, mira tú qué casolidá, y no lo echó de menos sino en el mismísimo día del embarque.

-Naturalmente. ¿Usté cuándo echaría de menos la barbera sino cuando fuese usté a afeitar a algún amigo?

-Desengáñate, Pepe; lo que yo te digo es el Evangelio; cuando el río suena... Además, hombre, que no es una sola persona la que ha venío a decírmelo, ¡sino to el barrio en romería cuasi! ¡Si no hay uno que no me diga que el Cayetano está más loco que una cabra por la Miraflores, y que la Miraflores está más loca que otra cabra por Cayetano!

-¡Pos eso se ha de saber mu pronto! Vamos a ver, ¿cuándo cree usté que esté aquí ya el Antoñuelo?

-Pasao mañana, que es cuando yo debo tener carta suya, te lo diré fijamente; pero yo carculo que lo tenemos aquí, a lo más tardar, el domingo.

-Pues yo le prometo a usté que cuando vuelva Antoñuelo, el domingo no se encuentra en la reja de la Paca a mi primo Cayetano.

Y minutos después golpeaba el Cardenales con los nudillos en la puerta de la habitación que ocupaba su pariente en el más típico de los paradores de Málaga.

Al brioso llamamiento no tardó mucho en abrirse la puerta por manos de el de Écija, el cual, al ver el semblante adusto de su primo, exclamó con voz ligeramente turbada:

-¡Camará, pos ni que vinieras por los Santos Oleos pa alguno de la familia!

-Pa que me los den aquí mismo vengo yo. ¿Tú sabes el berrinche que me acaba de dar el Cartagenero y el falso testimonio que a ti te han alevantao?

-A mí un falso testimonio! -exclamó aquél, poniéndose ligeramente pálido.

-Supónte tú si lo es; tú supónte que al señor Juan le han dío con el cuento de que tú estás loco por la Paca y de que la Paca está loca, pero que loquita perdía por tu presona.

-¿Por mi presona? Vamos, hombre, no digas tonterías. No diré yo que no me puea ver, pero de eso a esta guillaíta por mí hay un tirón como desde aquí a Pamplona.

El Cardenales miró con ojos escrutadores a su pariente; no había pasado inadvertida para él la habilidad de éste para contestarle, no hacer mención más que de Paca, y no conforme con aquel modo de hurtar la propia persona a la contestación, le preguntó con acento firme:

-Güeno, está bien, estamos conformes en que tú no crees que ella esté por ti loquita perdía. Pero y tú, ¿es verdá u no es verdá que te has prendao de Paca la Miraflores?

Cayetano se quedó sin saber lo que contestar a pregunta tan lacónica y terminante, y tras algunos momentos de vacilación, sacudió los hombros como si intentara despedir una carga invisible, y mirando firme y decidido a su primo, le repuso con voz enérgica y con resuelto ademán:

-Pues bien: sí, es verdá que estoy prendaíto del to de la novia de Antonio el Cartagenero.

No esperaba el Cardenales respuesta tan firme, tan categórica, tan fulminante, como la que le acababa de dar el de Écija, y desconcertado ante aquella contestación inesperada, quedó en silencio durante casi un minuto, y tras aquel minuto de silencio exclamó con voz vibrante:

-Pos eso es una mala chanaíta que yo no te pueo consentir, porque yo no pueo consentir que por causa mía, y con mi ayúa, le haigas tú sacao la tierra de debajo de los pies al Cartagenero.

Cayetano había recobrado la serenidad de espíritu, y con voz apacible y apacible mirar, dijo a su primo:

-Mira, Pepe, vamos a ver: si Paca me hubiese tomao a mi tanto apego como yo le he tomao a ella, ¿qué es lo que tú conseguirías con que me fuera?

-Pos conseguiría que el Antoñuelo al volver no se tropezara contigo en la ventana y no pudiera decir, por lo tanto, que yo le había traicionao.

-¿Y qué dirías tú si Paca, de irme yo, cuando volviera el Cartagenero, no le permitiera arrimarse a su reja?

Joseíto, que se había sentado en una de las sillas, una pierna sobre la otra, y descansando la barba sobre una mano, no contestó a su primo, que continuó con acento al parecer tranquilo:

-Mira, Joseíto, ya viste tú que yo me metí en este lío contra to el torrente de mi voluntad. Desde el primer día que mis ojos se clavaron en la carita de esa mujer se me pegó fuego al corazón, y yo, en cuantito vi el humo, me fui a ti y te dije: «Mira, Joseíto, que esto es un mal negocio y que no quisiera tallar, por lo que pudiera suceder, en esta banca.» Tu te echaste a reír y me dijiste: «Peor para ti, porque a esa gachí no hay quien la arranque de la querencia de Antoñuelo.»

-¿Y no dices tú -le dijo bruscamente, el Cardenales- que tú crees que a la Paca no le alteras tu el pulso por mucho que tú le digas?

-Eso lo digo yo porque... lo digo. Pero vamos a hacer una cosa. ¿Tú no dices que el domingo viene Antoñuelo?

-Eso creemos, que es el domingo cuando viene.

-Pos bien: yo tos los días, como tú sabes, me arrimo a la reja a las ocho en punto de la noche. Pos bien: yo ese día voy a las ocho y media o las nueve, y si veo que Antonio está de palique, pos no me arrimo a la ventana más en to lo que me resta de vía.

-Eso es -exclamó sin poder ocultar su cólera Joseíto-, y se arrima el Antoñuelo y se encuentra la ventana cerrá, y aluego te ve a ti en ella y... Vamos, hombre, que no puée ser eso, que yo no pueo premitirte que te arrimes más a la reja, Y -continuó Joseíto, cada vez con voz más vibrante y amenazadora- si el sábado te veo yo en la reja...

-Si el sábado me ves allí, ¿qué? -le preguntó el de Écija palideciendo ligeramente.

Joseíto vaciló un punto, pero pensó en el Cartagenero como para cobrar bríos, y

-Si te veo allí -dijo precipitadamente, como si le corriera prisa decirlo-, si te veo allí, ya sabes tú que lo he jurao al señor Juan, que a ti y al arcángel San Gabriel lo quito yo de la ventana.

Cayetano se puso fría y serenamente de pie, y

-Esta noche -le repuso- le preguntaré yo a Paca si quiere ser mi mujer o ser la mujer de Antoñico el Cartagenero, y si es que me dice que quiere ser la mía, entonces te aconsejo que no intentes cumplir tu juramento.

Y dicho esto señaló la puerta a Joseíto, el cual salió de la habitación pensando en lo malita que había sido la hora en que pensara hacer que su primo aventase del distrito de Antonio el Cartagenero a Antoñico el Pantalones.