La Montaña de Noche (Mistral)
Apariencia
Haremos fuego sobre la montaña. La noche que desciende, leñadores, no echará al cielo ni su crencha de astros. ¡Haremos treinta fuegos brilladores! Que la tarde quebró un vaso de sangre sobre el ocaso, y es señal artera. El espanto se sienta entre nosotros si no hacéis corro en torno de la hoguera. Semeja este fragor de cataratas un incansable galopar de potros por la montaña, y otro fragor sube de los medrosos pechos de nosotros. Dicen que los pinares en la noche dejan su éxtasis negro, y a una extraña, sigilosa señal, su muchedumbre se mueve, tarda, sobre la montaña. La esmaltadura de la nieve adquiere en la tiniebla un arabesco avieso: sobre el osario inmenso de la noche, finge un bordado lívido de huesos. E invisible avalancha de neveras desciende, sin llegar, al valle inerme, mientras vampiros de arrugadas alas rozan el rostro del pastor que duerme. Dicen que en las cimeras apretadas de la próxima sierra hay alimañas que el valle no conoce y que en la sombra, como greñas, desprende la montaña. Me va ganando el corazón el frío de la cumbre cercana. Pienso: acaso los muertos que dejaron por impuras las ciudades, elijan el regazo recóndito de los desfiladeros de tajo azul, que ningún alba baña, ¡y al espesar la noche sus betunes como una mar invadan la montaña! Tronchad los leños tercos y fragantes, salvias y pinos chisporroteadores, y apretad bien el corro en torno al fuego, que hace frío y angustia, leñadores!