La Odisea (Antonio de Gironella)/Canto Vigésimo
En los pórticos vastos del palacio
Ulises se recoge y sobre el suelo
Tienda la piel de un toro ensangrentada;
Otras encima de ella va poniendo
Se miran los rivales uno á otro
Y de nuevo a Telémaco aguijonan
Haciendo de sus huéspedes mil burlas;
«Telémaco, dice uno, no hay un hombre
En huéspedes cual tú tan mal hallado:
¿Quién es ese mendigo? un perdulario
Que beber y comer sabe tan solo;
Ser sin provecho alguno para el mundo.
¿Y el otro que nos lanza sus agüeros...?
Si mi consejo sigues, y por cierto
Lo mejor ha de ser, en una nave
Podrás saber en oro lo que valen.»
Telémaco desdeña contestarle;
Mas silencioso siempre, fijo el ojo
Tiene en su padre, y el instante aguarda
En que podrán, tremendos, arrojarse
Sobre esos imprudentes detractores
Que con tan loca audacia les ultrajan.
Sin embargo Penélope, sentada
En un rico sillon, junto á la puerta,
Estos discursos fieros ha escuchado.
Entre tanto los viles van siguiendo
En sus risas y fútiles sarcasmos;
Mas, la Diosa y el héroe, de consuno,
Vengando tantos crímenes y audacias
Mas furibunda fiesta les preparan.