La acracia... hará justicia a la mujer

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​La acracia... hará justicia a la mujer​ de Teresa Claramunt

Si existiéramos en la época en que la fuerza muscular era signo de poder al cual se sometían los de débil construcción orgánica, claro está que las mujeres seríamos inferior, ya que la Naturaleza ha tenido el capricho de someternos a ciertos períodos que debilitan nuestras fuerzas musculares y hacen que nuestro organismo esté más propenso a la anemia. Mas hoy, por fortuna, ningún poder, ningún valor se le reconoce a la fuerza muscular. En el orden político, una mujer endeble, un niño enfermizo, un neurótico, un tísico o un sifilítico son elevados por la ignorancia a los más altos sitios del poder para dirigir desde allí la nave del Estado. En el orden moral la fuerza se mide por el desarrollo intelectual, no por la fuerza de los puños. Siendo así, ¿por qué se ha de continuar llamándonos sexo débil?

Las consecuencias que nos acarrea tal calificativo son terribles: Sabido es que la sociedad presente adolece de muchas imperfecciones, dado lo deficiente que es la instrucción que se recibe en España, y hablo de España porque en ella he nacido y toco las consecuencias directas de su atraso. El calificativo "débil" parece que inspira desprecio, lo más compasión. No: no queremos inspirar tan despreciativos sentimientos; nuestra dignidad como seres pensantes, como media humanidad que constituimos, nos exige que nos interesemos más y más por nuestra condición en la sociedad. En el taller se nos explota más que al hombre, en el hogar doméstico hemos de vivir sometidas al capricho del tiranuelo marido, el cual por el solo hecho de pertenecer al sexo fuerte se cree con el derecho de convertirse en reyezuelo de la familia (como en la época del barbarismo).

Se dirá que nuestra intelectualidad es inferior a la del hombre. Aunque hay pretendidos sabios que lo afirman, hombres de estudios lo niegan. Yo creo que no se puede afirmar nuestra inferioridad siempre que se nos tenga a las mujeres en reducido círculo, dándonos por única instrucción un conjunto de necedades, sofismas y supersticiones que más bien atrofian nuestra inteligencia que la despiertan.

Hombres que se apellidan liberales los hay sin cuento. Partidos, lo más avanzado en política, no faltan; pero ni los hombres por sí, ni los partidos políticos avanzados se preocupan lo más mínimo de la dignidad de la mujer. No importa. La hermosa acracia, esa idea magna, hará justicia a la mujer; para la acracia no existe raza, color no sexo. Hermana gemela de nuestra madre Natura, da a cada uno lo que necesita y toma de cada uno lo que puede dar de sí.

Si supieras, mujer, los bellos resultados que alcanzaríamos si imperase esa idea tan desconocida hoy por la casi totalidad de las mujeres... Si yo pudiera ser oída por vosotras todas, con qué afán, con qué cariño os dijera:

"Dejaos, amigas mías, de esos embustes que os enseñan las religiones todas. Desterrad lejos, muy lejos, esas preocupaciones que os tienen, como a los esclavos del siglo XIII, con un dogal que no os deja moveros para que no penetréis en la senda de la razón. Mi voz no llega a todas vosotras, compañeras queridas; pero seáis las que seáis las que leáis estos renglones que dicta un corazón que siente y un cerebro que piensa, no olvidéis que la mujer se ha de preocupar por su suerte, ha de leer los libros que enseñan, como son las obras ácratas, ha de asociarse con sus hermanas y formar cátedras populares donde aprender a discutir o para ir aprendiendo lo que nos conviene saber."

Texto extraído de "A la mujer", Fraternidad, núm. 4. Gijón, 1899.