La araña (Daireaux)
La araña había tendido su tela en lugar muy propicio para cazar moscas. Al cabo de un rato cayó en la tela, no una mosca, sino un soberbio moscón, y la araña, alegremente ansiosa, lo miraba con toda su atención, estirando los hilos de la tela, esperando el momento oportuno para abalanzarse sobre el cautivo y despedazarlo.
Pero el moscón era bravo y fuerte; empezó a sacudir toda la tela, como Sansón el templo de Baal, y pronto vio la araña que para conservar la presa era de toda necesidad tender sin demora otros dos hilos principales, de la orilla de la tela hasta la rama en que estaba atada.
La araña es mezquina; le pareció mucho el gasto. Es cierto que el moscón era lindo y valía la pena; presas así no se agarran todos los días; pero también dos hilos más, y de los gruesos, ¡amigo! es mucha plata, y quiso creer que podía pasarlo sin ellos.
No esperó mucho rato el resultado; el moscón se fue con tela y todo, y la araña quedó colgando de un hilo, por suerte.
Ni voraz, ni mezquino: ni loco, ni tonto; sólo es juicioso el que sabe medir el gasto con el provecho.