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La bella malmaridada/Acto II

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Acto I
La bella malmaridada
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Sale el CONDE SCIPIÓN, TANCREDO y MAURICIO.
MAURICIO:

  Milagro fue conocella.

CONDE:

Estoy, amigos, tan loco,
que a estarlo a todos provoco.
Yo he conocido la bella.

TANCREDO:

¡Entre tantas, no fue poco!

CONDE:

Necio, sí fue porque hacía
la luz que della salía
ventaja clara y notoria,
con mil reflejos de gloria,
dentro acá del alma mía.

MAURICIO:

  ¿Qué tenemos por reflejos?

CONDE:

Lo que se causa, Mauricio,
en los cristales y espejos,
haciendo en ellos solsticio.
  Pues si la vieras, Tancredo,
tan devota oyendo misa...

TANCREDO:

Ser noble dello te avisa.

CONDE:

¿No viste, al decir el Credo
aquella boca de risa?

TANCREDO:

  ¿Pues riose el sacristán?

CONDE:

Este necio hace su oficio.
Tú solo me habla, Mauricio.

MAURICIO:

Bien hiciste del galán.

CONDE:

Daba de mi amor indicio.
Mas dime: ¿A quién no venciera
su honestidad, si la viera?

MAURICIO:

Así dicen que ha de ser
la que es principal mujer.

CONDE:

¿Cómo?

TANCREDO:

De aquesta manera:
  Será dama en la ventana,
y en el estrado señora,
en el aldea, aldeana
y en el campo labradora,
y en la mesa cortesana;
  en la calle, mucho amor,
en la iglesia, cuanto pueda
devoción con el Señor.
En la cama... Esto se queda
para el discreto lector.

CONDE:

  Harto bien lo has retratado,
aunque es viva pintura
de su divino traslado,
que de su mucha hermosura
ella sola es el dechado.
  Y así, tan honesta estaba
ésta, mi casada bella,
que al cielo mismo espantaba;
pero más rezaba, que ella
que a Dios por los dos rogaba.

MAURICIO:

  ¿Y qué rogabas a Dios?

CONDE:

Que la ablandase Mauricio,
con mi tierno sacrificio,
la dureza que a los dos
y a mí me quita el juicio.

MAURICIO:

  A Dios no se ha de pedir
más de lo que fuere justo,
que antes aparta lo injusto.

CONDE:

De verme el cielo morir,
¿posible es que tenga gusto?

TANCREDO:

  Que eres hereje. ¡Ay de ti!

MAURICIO:

En la gentil Teología
de Júpiter se decía
que, en siendo uno amante, sí.

CONDE:

Pues al llegar a la pila,
¡oh amigos!, ¡oh hermanos!, vila
meter una mano en ella,
¡que diera el alma por ella!

TANCREDO:

Las lágrimas que destila.
  ¡Qué apurado tras el seso,
agudo te ha hecho amor!
Pero pregunto, señor:
¿por qué no fuiste travieso?

CONDE:

Tuve, Tancredo, temor;
que no dudes que pusiera,
hecha lágrimas el alma,
porque en ella conociera
mi dolor, mi pena y calma,
cuando la mano metiera.
  ¿Pero no es esta que ves?
Sin duda que vive aquí.

MAURICIO:

Que oro, plata, interés
no tendrá quien viene así
en las plantas de sus pies.

(Sale LISBELLA con manto, y un escudero.)
CONDE:

Pasar por delante quiero;
oídme, buen escudero:
desta dama, el nombre aguardo.

BELARDO:

Es la mujer de Leonardo.

CONDE:

  ¿Quién, señor?

BELARDO:

Un caballero.

CONDE:

¿Y el nombre della?

BELARDO:

Es Lisbella.

CONDE:

¿Es la que llaman la bella?

BELARDO:

La misma.

CONDE:

Deciros quiero...

BELARDO:

¿Qué?

CONDE:

Decidme, noble escudero:
¿podría yo hablalla y vella?

BELARDO:

¿Para qué?

CONDE:

Para servilla;
que si esto hiciésedes vós...

BELARDO:

¡Qué gentil necio, por Dios!
Come a costa de la villa,
hermano, y anda con Dios.
  Qué donoso majadero.

CONDE:

Yo, amigo, soy caballero,
y soy el conde Scipión,
que para cierta razón,
quise esto saber primero.

BELARDO:

  Perdone, vueseñoría,
si a mi lengua le ha faltado
la debida cortesía,
que como no conocía,
he andado tan demasiado.

CONDE:

  Vós habéis andado bien,
no os dé pena ese temor,
que no conociendo a quién,
eso no es faltar valor,
tratar uno con desdén.
  Sabed que yo me he hallado
en la iglesia esta cadena,
y dicen que le ha faltado
a esta dama, y por ser buena
la guardo con tal cuidado.
Querría que la llevéis,
y de mi parte diréis
que yo la hallé y se la envío,
que de vuestra lengua fío
que decírselo sabréis,
  que parecéis hombre honrado.

MAURICIO:

¿En qué aqueste loco está
creciendo su pena al doble?

TANCREDO:

Una cadena le da.

MAURICIO:

¿Qué habrá que el oro no doble?

CONDE:

  Y si es algo menester,
buscadme, que a San Luis vivo,
adonde me podréis ver.

BELARDO:

A serviros me apercibo.

CONDE:

Y yo a daros mi poder.
(Vase BELARDO.)
Amigos, hoy es el día
que amanece en mi alegría.
Hoy me da favor mi estrella.

MAURICIO:

¿Cómo?, ¿quiérete la bella?

CONDE:

No, mas hoy ha de ser mía.

MAURICIO:

  ¿Cómo?, ¿qué es lo que ha pasado?

CONDE:

Al escudero le ha dado
una cadena que lleve
para que mi amor apruebe
a lo que estoy obligado.
  Hala llevado a la bella.
Hoy se abona mi partido,
si llega a su poder della.

MAURICIO:

¿Y es el hombre conocido,
o ha dado fianzas della?

CONDE:

¿No ves que parte engañado,
diciendo que la he hallado?
El hombre se la dará
y ella que es mía sabrá,
que es lo que yo he deseado.
  Vamos, amigos, que quiero
mudar de gala y vestido,
por el nuevo bien que adquiero,
pues ya está el bien admitido,
de donde yo el bien espero.
  Ve tú a aderezalla.

MAURICIO:

Iré.

CONDE:

Hazme ensillar un caballo;
rompa estas piedras su pie.

MAURICIO:

Más despacio has de tomallo.

CONDE:

Más deprisa moriré.
  Ventana, balcón y pieza
donde vive el dueño mío;
aquí estoy y no me desvío.

MAURICIO:

Haz que alquile la cabeza,
que es aposento vacío.

(Vanse, sale LEONARDO y TEODORO.)
LEONARDO:

  ¿A dónde te has detenido,
que no te he podido hablar,
por más que he dado en buscar?
¿Qué es lo que te ha sucedido,
  que ha dos horas que te aguardo?

TEODORO:

¡Ah!, nunca pluguiera a Dios
que saliéramos los dos
aquella noche, Leonardo.
  Que tanto peligro vi,
cuando allí te dije, amigo,
que estoy hablando contigo
y creo que no es así.

LEONARDO:

  ¿Tanto de mi bien te pesa,
que así mi gusto me quitas?
Tanto mis bienes limitas,
que oyéndote mi bien cesa.
  ¿Buscar un hombre su gusto
es una pena tan clara?

TEODORO:

Si era justo me obligara,
pero aquese es caso injusto.
  Que te amancebes me pesa,
que es hacer el corazón
cuchillo de bodegón,
atado siempre a la mesa.
  No quiero dama ni dame,
libertad a toda ley,
porque si me han hecho buey,
el buey suelto, bien se lame.
  No de hipócrita lo digo,
ni porque dello te alteres,
porque todo el mal que hicieres,
lo ha de haber hecho tu amigo.

LEONARDO:

  Así te goces, Teodoro,
que no por holgarse un hombre
baja nada de su nombre,
ni pierde de su decoro;
  ni por tratar un amigo,
ni ir en casa de una dama,
pierde nada de su fama,
ni le pueden dar castigo.

TEODORO:

  Ni puede en conversación
tomar un poco contento,
y es menos del casamiento
la prolija obligación.
  Es tan público y notorio,
que dicen quieres tener
esa amiga por mujer,
y esotra por accesorio.
  ¡Vive Dios!, así mandó
tu mujer, suegro y cuñado
matarme aquel embozado
que entonces me acuchilló.
  Como hablando estoy contigo,
que soy tu amigo, y soy mozo,
y si te echas en un pozo,
lo ha de haber hecho tu amigo.

LEONARDO:

  Teodoro, Si yo entendiera
que mi mujer tal mandó,
ya estuviera viudo yo,
y ella en la tierra estuviera.
  Si mi cuñado o mi suegro
tal maldad imaginara,
¡vive Dios!, que los matara
o tratara como un negro.
  También tienes enemigos
que tus glorias envidiaron,
pero pues no te mataron,
sin duda fueron amigos.
  Por matarte, hacían alardes
fingidos. Al fin huyeron.

TEODORO:

Si amigos, muy necios fueron,
y si enemigos, cobardes.
  ¿Qué piensa, el muy necio amigo,
cuando en alguna ocasión,
con gran disimulación
quiere probar a tu amigo.
  No quisieron esperar,
quizá de amigos lo hicieron,
o porque en mi espada vieron
ganas y aceros mostrar.
  Yo saco la espada tarde,
mas, ¡vive Dios!, que después
que ha menester buenos pies
el que dos tajos me aguarde.
  Gustará verte apartar
desta Casandra hechicera,
que te trae desta manera,
y con tu Lisbella estar.
  En tu casa recogido
y no con tal vil mujer,
que te hace el viento beber,
y por bobo te ha cogido.
  Tras pescarte el buen dinero
con tan fingidas respuestas,
porque así lo hacen aquestas
cuando ven un majadero
  que se ande boquiabierto
tras ellas, cual tú.

LEONARDO:

No entiendas
que son tan pocas las prendas
que tema ese desconcierto.
  Siempre de día la trato,
solo a comer y dormir
dejo, amigo, de acudir.

TEODORO:

¿Y entretanto, mentecato?

LEONARDO:

  Yo tengo puestas espías.

TEODORO:

¿Sobornallas no sabrán?
¡Por Dios, que hay algún rufián
que come lo que tú envías!

LEONARDO:

  No soy tan necio, o tan feo,
que no la obligue mi amor.

TEODORO:

¡Ah!, ¡que eres un pecador,
que te engaña tu deseo;
  que a ninguno quiere bien,
aunque pienses que te quiera.
Guárdate, que es hechicera.

LEONARDO:

¿Que es hechicera?

TEODORO:

También.
  ¿Cuál déstas no lo ejercita,
mide la mano y el brazo,
las habas echa y cedazo
y enciende su candelita?
  Tú estás con Casandra mal,
pues con tan poca ocasión,
descubres esa pasión
y te dejas decir tal.

LEONARDO:

  Siempre me ha amado y querido.
Mal tu pecho se declara.

TEODORO:

¡Ah, que le miras la cara,
y no el corazón fingido!
  Que lo hace por pescarte,
como vee la bolsa franca,
que cuando no tengas blanca,
no ha de oírte ni mirarte.
  Y porque tan ciego estás,
yo quiero que a verla vamos,
y que los dos le digamos
que aquesta noche te vas.
  Y está tres días escondido
en tu casa, y tú verás
cuando vuelvas, si hallarás
señal de haberte querido.

LEONARDO:

  Porque quedes satisfecho,
quiero dejarme engañar,
y a su casa he de llegar,
a ver este engaño hecho.

TEODORO:

  Pues ya que a tu puerta estás,
llama.

LEONARDO:

Creo que me ha sentido.
Tú verás si me ha querido
y si me quiere ahora más.

TEODORO:

  Tú verás tus desconciertos.

LEONARDO:

Gana me das de reír.
Ya me sale a recebir
con ambos brazos abiertos.
  ¡Qué gallarda pisa el suelo!
¿Que hiciera más un pavón?

TEODORO:

Mejor dirás un frisón,
ya con gualdrapa, o ya en pelo.

CASANDRA:

  Con estos brazos te espera
tu esclava.

LEONARDO:

Yo los adoro.

CASANDRA:

¿Acá está también Teodoro?

LEONARDO:

Es mi media alma, y tú entera.

TEODORO:

  De invierno y verano son.
Bien es que dos almas lleve:
tú serás alma de nieve,
yo seré la de carbón.
  Perdonad, Casandra, a fe,
que no os había saludado.

CASANDRA:

¡Ah, pícaro desgarrado!

TEODORO:

En todo me hacéis mercé.
  -¿Estáis buena? -Ya lo veis.
-¿Y vós? -A vuestro servicio.
-Sentaos. -No es ése mi oficio,
pero harelo, baste pues.

LEONARDO:

  Tú preguntas y respondes.

TEODORO:

Por ahorrar de cumplimiento,
yo me respondo y me asiento.

LEONARDO:

Al que tú eres correspondes,
  que esa tu crianza es.

TEODORO:

¿No habrá mujer que entretenga?

CASANDRA:

No faltará.

TEODORO:

Pues ¡sus!, venga.

CASANDRA:

Llamaranla.

TEODORO:

Venga, pues.

CASANDRA:

  Es fea como una bruja.

TEODORO:

¿Quiérola yo para casta?
¿No es mujer?

CASANDRA:

¿Pues no?

TEODORO:

Pues basta.
Ojo tiene como aguja;
  no hay primer encuentro malo;
tocas tenga y sea una mona;
si es lejos, a la fregona
de casa le haré un regalo.

LEONARDO:

  Basta, bueno está Teodoro,
razón será que ya impida
este gusto mi partida.

TEODORO:

¿Cuándo te vas?

LEONARDO:

Hoy.

CASANDRA:

Pues lloro.
  ¿Tú te vas?

LEONARDO:

Por quince días
de tus ojos me destierro.

TEODORO:

Sí, tú te vas como perro.

CASANDRA:

Hoy se acabarán mis días.
  Muerta soy.

LEONARDO:

¿Ves?, desmayada
cayó. ¡Mal haya tal fe!

TEODORO:

¡Que así esta bellaca esté!,
¡oh, bellacona taimada!
  Advierta vuestra merced
que no me ha engañado a mí.

LEONARDO:

¿Para qué la hablas así?
Criadas, agua traed.
  ¡Ah, mal haya tanto amor,
y el haber venido aquí!

TEODORO:

¡Mal haya!, el fingir le di
y maldirasla mejor.

LEONARDO:

  ¿Para qué hablas así?

TEODORO:

¿Qué importa que esto le diga?

LEONARDO:

¡Ah, mi buena, dulce amiga!

TEODORO:

¡Que esté esta bellaca así!
  Unas palabras sé yo
con que luego en sí volviera
si desmayada estuviera.

LEONARDO:

¿Que no lo está?

TEODORO:

Creo que no.

LEONARDO:

  Díselas.

TEODORO:

Están en griego.

LEONARDO:

No importa.

TEODORO:

Ya se las digo.
Treinta escudos trae el amigo;
llega y péscaselos luego.

(Vuelve en sí.)
CASANDRA:

  ¡Jesús, y qué turbación!

TEODORO:

¡Mira si han aprovechado!

LEONARDO:

Dile más.

TEODORO:

Halos prestado
para cierta ejecución.

LEONARDO:

  Tornado se ha a desmayar.

TEODORO:

Faltó a la palabra fuerza.

LEONARDO:

Con otras, Teodor, la esfuerza.

TEODORO:

Aquí los trae.

CASANDRA:

¡Qué pesar!

LEONARDO:

  Acabad ya, vida mía,
que me tenéis de un cabello.

CASANDRA:

¿Que te vas?

LEONARDO:

Habré de hacello,
por fuerza.

CASANDRA:

¿Cuándo?

LEONARDO:

Este día.

CASANDRA:

  ¿Y qué he de hacer entretanto?

LEONARDO:

Regalarte, que aquí va
dinero que basta.

TEODORO:

Ya
está deshecho el encanto.
  Ya se ha pasado el desmayo.

CASANDRA:

Al fin me dejas sin ti,
muerta me has de hallar aquí.

TEODORO:

No finge mal; ¡rico ensayo!,
  sino que es a lo moderno.

LEONARDO:

¿No tendrás de mí memoria?

CASANDRA:

¿Cómo esperaré tu gloria
en mi pena, que es infierno?

TEODORO:

  En él, plega a Dios, estés,
si no mientes, magancesa.

LEONARDO:

Harto el dejaros me pesa;
beso a Casandra los pies.

CASANDRA:

  A eso solo venías;
muerta me hallaréis los dos.
¿Vase Teodoro con vós?

TEODORO:

Soy el perro de Tobías,
  que no le puedo dejar;
juntos vamos y vendremos.
Bien finge lindos estremos.

CASANDRA:

Muerta me tienes de hallar.

TEODORO:

  Buena queda; tú verás
si la hemos de hallar muerta.

CASANDRA:

Cierra, Drusila, esa puerta;
ciérrala, no la abras más.

TEODORO:

  Escúchala desde aquí.

CASANDRA:

Cierra también la ventana,
no haya luz tan de mañana,
pues se va mi bien de aquí.
  Sea el limbo mi aposento.
Hoy no me den de cenar;
quiérome entrar a acostar.
¡Jesús, qué mala me siento!

LEONARDO:

  Muerta queda de temor.
De sí tengo de tornar;
y si ella me ve tardar,
ha de morir de dolor.
  Conocerás tu intención,
ser pertinaz y perdida;
por mí ha de acabar su vida.

TEODORO:

Calla, que eres bobarrón.
  No hemos pasado la calle,
que en pasando, ¡vive Dios,
que le han de ver más de dos
sobre el faldellín el talle!
  No hemos pasado la puente,
que en saliendo es cosa llana
que ha de ser el aduana
donde combata la gente.

LEONARDO:

  De modo me persuades,
que casi estoy por creer
que todo eso puede ser,
y que me dices verdades.
  Tú has de ver en sus entrañas
que ha de ser su fin muy presto.

TEODORO:

Apartémonos del puesto,
y tú verás sus marañas.
  Verás si sabe vivir
cuando la oprima tu ausencia,
y verás si en tu presencia
sabe llorar y fingir.

LEONARDO:

  Todo aqueso puede ser,
mas cree de mí una cosa:
que si aquesta es mentirosa,
que no creeré más mujer.
  Quiero a mi casa llegar
y vestirme de camino,
si fuere mal adivino,
yo me condeno a azotar.

(Vanse y sale LISBELLA y BELARDO, con la cadena.)
BELARDO:

  Esta cadena me dio,
y, que tú la habías perdido,
el hombre me declaró.

LISBELLA:

En todo engañado ha sido;
o el nombre o la casa erró.
Nunca tal joya perdí.

BELARDO:

¿Tiénesme por hombre a mí,
que la cadena trujera
si aquesto no me dijera?,
¿o no te confías de mí?
  ¿O es que pones en olvido
lo que en tu servicio he hecho?

LISBELLA:

No tienes que estar corrido,
que muy bien sabe mi pecho
que eres hombre bien nacido.
Pero púdote engañar
y engañote, no hay dudar.

BELARDO:

Aqueso he sentido más;
déjame ir allá y verás
si sé por tu honor tornar.

LISBELLA:

  Eso es, Belardo, peor.
Mejor será remediallo,
antes que encienda el amor
fuego que, para apagallo,
sea menester el honor.

BELARDO:

¿Qué es lo que quieres hacer?

LISBELLA:

Yo le quiero responder
de mi mano en un papel.
¿Hay recado para él?

BELARDO:

Presto se podrá traer.

LISBELLA:

  Este estranjero, Belardo,
es el que hoy estaba en misa.

BELARDO:

A escribirle te da prisa.

LISBELLA:

No imagines que me tardo:
aquí mi mano le avisa
que se reporte y entienda
que tengo dueño y hacienda,
que se esté quedo en su casa,
porque, si por la mía pasa,
habrá en ella quien le ofenda.

BELARDO:

  Que le añadieses, querría,
que si acaso va creciendo
su inexpugnable porfía,
le harás matar.
{{Pt|LISBELLA:|
Voy diciendo
eso con más cortesía,
porque a un hombre principal
no se puede escribir mal,
ni perderle así el respeto.
Con esto acabo, en efeto;
gente suena en el portal.
(Entra LEONARDO, hablando.)

LEONARDO:

  No hay nadie en esta casa, ¿qué es aquesto?

BELARDO:

Mi señor viene.

LISBELLA:

¿Pues no habías cerrado?

BELARDO:

Esconde ese papel.

LISBELLA:

Conviene presto.

LEONARDO:

¿De qué estáis vós turbada, y él turbado?
¿Cómo no respondéis los dos tan presto?
¿Os ocupa el temor de lo pasado?
¿Qué hacía aquí el papel y escribanía?

LISBELLA:

A mi padre, una carta enviar quería.

LEONARDO:

  ¿A vuestro padre? ¿A vós, por dicha, os falta
algo en mi casa?

LISBELLA:

No es por falta alguna
que tenga en vuestra casa, o baja o alta,
pues vós sabéis que no falta ninguna.
El alma se me aflige y sobresalta
con el temor de mi crüel fortuna.
No hay que dudar; yo tengo en vuestra casa
lo que a mi calidad excede y pasa.

LEONARDO:

  No más fingir, que ya he dado en el blanco.
¿De qué sirve fingir?; ¿que es otra cosa
de que te pones colorado y blanco?

LISBELLA:

Hoy es mi muerte, sin razón, forzosa.

LEONARDO:

¿A tu señor, agradecido y franco,
a quien mostrabas risa vergonzosa,
no respondes? Decidle qué ha pasado,
que estoy, en fuego de mi honor, asado.

LISBELLA:

  ¡Jesús, Señor!, ¿vós empuñáis la daga?
¿Tenéis, a caso, de mi honor recelo?

LEONARDO:

No os espantéis, Lisbella, que esto haga.

LISBELLA:

¡Viva me trague, si os ofendo, el suelo!,
mas, porque el corazón no se deshaga
en el pecho, pensando este recelo,
oídme un poco; contaréoslo todo.

LEONARDO:

¿Con esa dilación pensáis el modo?

LISBELLA:

  Después que tratáis mujeres rüines,
habéis tenido ruines pensamientos;
viniéndoos a acostar a los Maitines,
con mil livianos entretenimientos.

LEONARDO:

Haceisos todos unos serafines,
en viendo descubiertos los intentos
de vuestro mal vivir, y luego ha sido
culpa el marido, que anda destraído.

LISBELLA:

  Paso, señor, que soy mujer honrada,
y no lo agradecéis.

LEONARDO:

Gentil respuesta.
No estáis, Lisbella, vós misma obligada,
a vós propria, por vós, a ser honesta.

LISBELLA:

En tales tiempos, que no está guardada
la honra, sino a mil peligros puesta,
tener honor guardado en casa es mucho.

LEONARDO:

Qué grandes disparates os escucho.
  Muy bueno es que una mujer casada
quiera que su marido la agradezca
el vivir recogida y recatada,
y esto dificultoso le parezca,
y porque al otro le negó la entrada,
entonada se empine y engrandezca,
pidiendo galardón por lo que es pena.
Si vós sois buena, para vós sois buena.
  Hízose el matrimonio, por ventura
para que la mujer no le guardase,
o para que encerrada en su clausura,
por su marido y por su honor mirase.

LISBELLA:

¿Y diósele al marido más anchura
para que desvelado, desvelase
a su casa y mujer con tal exceso?

LEONARDO:

Callad, que me hacéis cargo sin proceso.

LISBELLA:

  Si vós, Leonardo, fuérades tan bueno,
no había que agradecer que yo lo fuera;
mas andaisos de noche, y al sereno,
bebiendo el viento de una vil ramera,
y atrévese a la vuestra un hombre ajeno,
que por dicha, quizá, no se atreviera
si os viera en casa honesto y recogido,
haciendo propias obras de marido.
  Saben cómo andáis vós amancebado
y que a mí me tenéis moza y ociosa,
y atrévese algún hombre a vuestro lado,
como a cama desierta y deseosa.
Estos días, un hombre me ha mirado,
a quien he resistido vergonzosa,
y hoy me ha solicitado, estando en misa,
y sabe Dios si yo lo he echado en risa.
  Diole al fin a Belardo esta cadena
para que me trujese hoy.

LEONARDO:

¡Oh, villano!

BELARDO:

Inocente de culpa y no de pena
estoy. Por Dios, señor, detén la mano.

LISBELLA:

Viéndome, pues, de aquesta culpa ajena,
porque se refriase este liviano,
la cadena, volverle ahora quería,
y desta suerte mi papel decía.

LEONARDO:

  Mostrad luego el papel.

BELARDO:

Esta es la prenda.

LISBELLA:

Mi bien, discreto sois.

LEONARDO:

Soy desdichado.

LISBELLA:

¿Queréis que este suceso el mundo entienda?

LEONARDO:

En vós misma se esté depositada.
Si tienes culpa, ¡al cielo te encomienda!
Entraos en ese aposento.

LISBELLA:

Con cuidado
me digas de tu vida.

LEONARDO:

En ti la empeño.

LISBELLA:

Que al fin, aunque eres malo, eres mi dueño.

LEONARDO:

  Partamos luego. ¿Tú por dicha sabes
dónde vive este hombre?

BELARDO:

A San Luis decía.
Creo que es conde.

LEONARDO:

Esconde cosas graves
en su villana y loca fantasía.
Abre esa puerta y toma tú las llaves,
que si en algo padece la honra mía,
no ha de quedar en casa deste hombre
hoy cosa que de vida tenga nombre.
(Vanse. Sale el CONDE, TANCREDO y MAURICIO.)

CONDE:

  Si ella me responde airada,
tenme, Mauricio, por muerto.

MAURICIO:

Que responderá es muy cierto.

CONDE:

¿Cómo?

MAURICIO:

Está poco obligada.

CONDE:

  ¿Pues qué le tengo de hacer?

MAURICIO:

Porfïar y porfïar,
que a una mujer el amar
la ha de venir a vencer.

CONDE:

  Yo soy Mauricio, el vencido,
y el que había de morir hoy,
si en la pena con questoy
no socorro mi sentido.
  Bella casada, no huyo
de querer lo que tú quieres,
pues por ser lo que tú eres,
a tu amor me restituyo.
  No te has de morir tan presto,
pues la empezaste a ver hoy.
Si de hoy a la muerte estoy,
el vivir acaba en esto.
  Bella casada, no huyas
de darme un nuevo favor,
que moriré de temor,
aunque mil miedos me arguyas.
  A ti sola me consagro,
y cuando me des la vida,
a ti te estará ofrecida,
como a dueño del milagro.
  Cree Lisbella de mí,
que a ti mismo cree mi dueño.
A tu amor propio me empeño,
pues la libertad te di.

MAURICIO:

  Sosiégate, no estés loco.

CONDE:

Pierdo, Mauricio, el sentido
de que guarde fee al marido,
que a la mujer tiene en poco.

MAURICIO:

  ¿En poco, de qué manera?

CONDE:

Agraviándola el marido,
pues que la tiene en olvido.

MAURICIO:

El marido, si lo fuera,
  acá se usaba en España
matar la hembra al varón.

CONDE:

Pues esa misma razón
por igual a los dos daña.
  Los que se juntan en uno,
siendo por mano de Dios,
el daño será en los dos,
igual lo fuera en el uno.
  Siempre el hombre es preferido
en esto y en lo demás.
¿Qué razón para eso das?

MAURICIO:

No más que ser el marido.

CONDE:

  ¿Luego la ley de la tierra
difiere de la del cielo?

MAURICIO:

Como dese cielo al suelo.

CONDE:

¿Pues yerro en todo?

MAURICIO:

Sí, yerra,
  mas ven acá: ¿Dios no manda
que al que me de un bofetón
que le sufra otro?

CONDE:

Es razón
de Dios; en sus leyes anda.

MAURICIO:

  Pues el mundo es de otra suerte,
que me manda que le mate,
y como desto no trate,
quedo infame hasta la muerte.

CONDE:

  Yo querría disculpar
a la bella, y tú no quieres.
Yo disculpo a las mujeres,
que muchos suelen culpar.

MAURICIO:

  Dime tú: si acaso un hombre
con otro a su mujer viese
y a los dos presos tuviese,
con aqueste infame nombre,
  recibiría por descargo
la justicia del marido
que había andado destraído?

CONDE:

¿Haces a Lisbella cargo?
  Di qué puede una mujer,
si el marido la aborrece,
amar a quien la apetece;
dilo y dame este placer,
  que ojalá pluguiera a Dios
que en eso el daño estuviera,
antes que me aborreciera.
(Entra TANCREDO.)

TANCREDO:

Dos hombres te buscan.

CONDE:

¿Dos?

TANCREDO:

  Dos, y creo que de parte
de Lisbella.

CONDE:

¿Estás en ti?
¿Qué dices?

TANCREDO:

Así lo oí.

CONDE:

Este anillo quiero darte,
  y diles que entren.

TANCREDO:

Entrad.

(Entra LEONARDO y BELARDO.)

BELARDO:

¿Conoceisme?

CONDE:

Aunque te vi
donde el sentido perdí,
conozco tu claridad.
  Que de aquel sol que has mirado,
tanta parte te ha cabido,
que vienes de luz vestido.

BELARDO:

En todo estás engañado.
  ¿Acuérdaste que me diste,
con pecho falso y fingido
esta joya que perdido
mi señora había, dijiste?

CONDE:

  Sí, me acuerdo.

BELARDO:

Yo, al momento,
partí desde aquí a llevalla
donde pudiera compralla,
con mi loco atrevimiento.
  Que como partí engañado,
la di, y hizo tal efeto,
que me puso en el aprieto
que si yo fuera el culpado.
  Mi señora que la vio,
dándome a mí solo el cargo,
sin advertirme descargo,
a su gente me entregó,
  donde si un ruego no hiciera
el descargo en mi disculpa,
yo, como autor de la culpa,
por tu causa padeciera.
  Para saber la verdad,
viene conmigo un criado,
de su casa el más honrado
y el de mayor calidad.

LEONARDO:

  Yo soy quien vengo con él,
aunque no con poca pena,
y os traigo aquesta cadena
y con ella este papel;
  y me espanto de que deis,
siendo noble y caballero
y tan nuevo y estranjero,
en servir a esa que veis;
  que, aunque es verdad que el amor
a todos puede igualar,
puede esa mujer prestar
a muchas honra y valor.
  Engañastes al criado,
dándole aquesa cadena,
para el tercero, aun no buena,
y vil para el amo honrado.
  Tenéis mala información
de Leonardo y de Lisbella,
y no hacéis, Scipión, con ella
lo que en Capua Scipión.
  Y si pensáis, por dinero,
conquistar su honra y honor,
muy honrado es mi señor,
muy rico y muy caballero,
  y hallaréis, cuando él nos llame,
como yo muchos criados,
que ciñen a hidalgos lados
limpio acero y oro infama.
  Lo que me respondéis, ved
porque me vaya.

CONDE:

No creo
que es mi delito tan feo.
Oíd, por me hacer merced:
  Confieso que la miré,
y de su rostro, pagado,
engañé aquese criado,
y esa cadena envié.
  Y a aqueso me he atrevido,
no porque no fuese honrada,
sino porque mal casada
dicen que es con su marido;
  que diz que es amancebado,
y es justo que a una mujer
que tantos pueden querer,
no la deje de su lado.
  Aunque quien tales criados,
a guardar su propia honra previene,
muy justa disculpa tiene
de olvidar esos cuidados.
  Pero podeisle advertir
la guarde como a su vida,
que fuerza muy combatida
suele venirse a rendir.
  Que la quiera y que la ame,
que aunque se finja más fuerte,
nadie es bueno hasta la muerte,
ni hasta el fin, bueno se llame.
  Y de mi parte, prometo
no pasar su calle más.

LEONARDO:

Con esto, que importa más,
pido, señor, el secreto.

CONDE:

  Yo os lo juro, y alumbrad,
que creo que ha anochecido.

LEONARDO:

La luz que quise he tenido;
mi señor, a Dios quedad.
(Vanse BELARDO y LEONARDO, y el CONDE se queda.)

CONDE:

  ¿Hay suceso semejante?
Perdido quedo, por Dios.

TANCREDO:

¡Qué criados, estos dos!

CONDE:

Amante soy de un diamante;
  que estas dos puntas, son guarda
de su fuerza inexpugnable;
ella es fuerza incontrastable
del temor que me acobarda.
  ¿Hay suceso más crüel
que el que a mí me ha sucedido?
Mas oíd, que al fin he sido
dichoso en este papel.
  Que al fin, de su mano fiel
el cielo me ha socorrido.

MAURICIO:

Dice aquí que te ha querido.

CONDE:

Oye y mira solo a él;
  y en qué palabras me fundo:
«Cansome el estalle oyendo»,
¿no dice aquí?

MAURICIO:

Así lo entiendo.

CONDE:

Y que no escriba el segundo,
  pues quien me envía a avisar,
bien me debe de querer.
Mucho sabe esta mujer,
y es fuerza que se ha de amar.

MAURICIO:

  Yo te daré una mujer
que en corriendo la cortina,
es la misma Celestina
en el comprar y el vender.
  Escríbele con aquesta,
que si eso has imaginado,
hoy mejoras de cuidado,
porque es cierta su respuesta;
  que Adhano se fio
de aquel que llevó el pasado,
y aqueste engaño ha buscado,
y con esto te avisó.

CONDE:

  Mauricio, sin duda es cierto;
búscame aquesa mujer.
Amanezca en mi placer,
pues llegó mi bien al puerto.
  Ya no temo a mi contrario;
y vamos, porque querría
pasar por la platería
a comprar un relicario.

MAURICIO:

  ¿Para qué?

CONDE:

Para poner
aqueste papel bendito.

MAURICIO:

¡Qué hueso de san Benito!
Mas quizá lo vendrá a ser.
(Vanse y sale TEODORO y FABRICIO.)

TEODORO:

  ¿Al fin la banda te dio?

FABRICIO:

Luego que vio tu papel,
dio lo que pides por él.

TEODORO:

¿Y el corte no?

FABRICIO:

El corte no;
  pero diome raso bueno,
de lo fino valenciano,
que no se quiebra en la mano,
ni cruje de goma lleno.
  Diome ligas.

TEODORO:

¿Qué color?

FABRICIO:

De encarnado tafetán.

TEODORO:

¿Y oro?

FABRICIO:

De lo de Milán,
que es más delgado y mejor.

TEODORO:

  ¿Compraste los zapatillos?

FABRICIO:

Con caireles de oro y seda.

TEODORO:

Yo gasto linda moneda.

FABRICIO:

De los blancos y amarillos.

TEODORO:

  La cuenta te estoy pidiendo,
que si fuera para mí.
Llévalos, Fabricio, y di
que iré en ganando o perdiendo,
  que aquí, desde aquí a las diez,
me quiero entrar a jugar.

FABRICIO:

Dime qué te ha hecho dar
tantas cosas de una vez,
  tú que en las casas entrabas
y a mujeres les comías
cuanto en alacenas vías,
y hasta espejos les hurtabas.
  ¿De ver esta sevillana,
te has mostrado tan rendido?

TEODORO:

¡Qué poco me has entendido!

FABRICIO:

Calla, que es una gitana
  y te pelará las barbas,
si das tanto en humillarte.

TEODORO:

Como ésas tengo, a una parte,
tripuladas como parvas.

FABRICIO:

  Otra mozuela sé yo
que es más nueva en el oficio.

TEODORO:

¿Mozuela, dónde Fabricio?

FABRICIO:

Aquesta tarde llegó.
  Ello todo es alquilado,
cuanto en su casa se aliña,
hasta la ropa y basquiña,
mas es de limpio tramado.

TEODORO:

  ¿Hay garabato?, ¿hay limpieza?

FABRICIO:

Plata, nieve y lo demás.

TEODORO:

Pues eso le llevarás.

FABRICIO:

¡Oh, qué pies! ¡Oh, qué cabeza!

TEODORO:

  Déjame, que estoy perdido.
¡Ah, muchacha de los cielos!

FABRICIO:

¡Qué cascos!

TEODORO:

Ya tengo celos
del malo que la ha traído.

FABRICIO:

  ¿Que la tienes tanto amor?
Gente viene.

TEODORO:

Hazte a esa parte.
¿Pues qué hay, señor Durandarte?
(Entra LEONARDO.)

LEONARDO:

Ya ve, señor Galaor,
  pues bien. ¿Cómo va, Teodoro?
¿Dónde bueno se despacha?

TEODORO:

¡Oh, Leonardo, qué muchacha!

LEONARDO:

¿Es hermosa?

TEODORO:

Como un oro.

LEONARDO:

  ¿Cuándo la viste?

TEODORO:

Fabricio
me lo ha dicho; llévale eso,
que pierdo por ella el seso.

FABRICIO:

Voy a hacer, señor, mi oficio.

LEONARDO:

  ¿Viste a Casandra, Teodoro?

TEODORO:

Vamos, Leonardo, de aquí.

LEONARDO:

No pienso pasar de aquí.
Solo a mi Lisbella adoro.

TEODORO:

  ¿Búrlaste, Leonardo?

LEONARDO:

¿Cómo?

TEODORO:

¿Estás conmigo fingiendo?

LEONARDO:

La verdad te estoy diciendo;
aquesto de veras tomo.
  Ya todo se me ha olvidado,
ya dejo esos disparates.

TEODORO:

Pues como ya de eso trates,
en mí tendrás un criado.
  ¿Has visto a Casandra más?

LEONARDO:

¿Cómo la he de ver sin ti,
pues desde ayer no te vi?

TEODORO:

¿Pues qué es aquesto en que das,
  que te lleva a tu Lisbella,
que de Casandra te aparta?

LEONARDO:

La ocasión, amigo, es harta.
Quiero adoralla y querella.
  Ya he visto lo que hay que ver.
¡No más burlas, santo honor!

TEODORO:

De ti no quiero, en rigor,
lo que no quieras saber.
  Gusto no vería tras quien
te diera algún bebedizo,
envuelto en algún hechizo.

LEONARDO:

Déjalo, Teodoro. Ven,
  que he de ver si me olvidó,
pues estoy junto a su casa.

TEODORO:

Ven y verás lo que pasa.

LEONARDO:

Todo, Teodoro, pasó.
(Vanse, sale CASANDRA, JULIO y LUCINDO.)

CASANDRA:

  ¿Cómo no veniste, amigo,
que hasta agora te esperé?

JULIO:

No pude venir; a fe,
cree de mí lo que te digo.

CASANDRA:

  Sentémonos, pues estamos
seguros de aqueste ausente.

LUCINDO:

Vuesa merced no lo miente,
si no quiere que nos vamos.

CASANDRA:

  Pon en mi regazo, amigo,
la cabeza; espulgarela.
(Entra ALEJANDRO y ARTANDRO.)

LUCINDO:

Dormireme.

ALEJANDRO:

Bien se vela.
Aguardadle.

JULIO:

Aqueso digo.

ARTANDRO:

  Llamen a Leonora y Fabia.
Tendremos conversación.

CASANDRA:

Tienen cierta ocupación.

ARTANDRO:

Esa ocupación me agravia.

LUCINDO:

  ¿Hay rifa?

CASANDRA:

No faltará.
Estas manillas en veinte
escudos.

JULIO:

Vaya pariente...

ALEJANDRO:

Echada la suerte está.

CASANDRA:

  Los naipes están aquí.

JULIO:

¿Casandra no ha de rifar?

ALEJANDRO:

De aqueso no hay que dudar.

ARTANDRO:

¿Alzo por la mano?

LUCINDO:

Sí.

JULIO:

  Esto es que el mejor la gane
y la pague el más ruin.

ALEJANDRO:

Aqueso es decir, al fin,
que uno hiera y otro sane.

ARTANDRO:

  Sentado estoy.

LUCINDO:

Yo también.
(Entra TEODORO y LEONARDO.)

TEODORO:

Leonardo, ¿direlo yo?

LEONARDO:

Es la que se desmayó.

TEODORO:

Y la que es maya también.
  Echarelos por ahí,
así como están sentados.

LEONARDO:

Estemos más sosegados.

TEODORO:

Vaya por amor de ti.

LUCINDO:

  Veinte tengo.

ARTANDRO:

Bueno estás.
Quédome yo en la posada.

JULIO:

¡Naipe! Dame aquí una espada,
sola esta vez y no más.

LEONARDO:

  ¡Quién te la pasara a ti,
bellaco, desvergonzado!

TEODORO:

Leonardo, más sosegado
está, si has de estar aquí.

JULIO:

  ¡Naipe! Esta vez y no más.
¿Quién sopla?

CASANDRA:

Yo.

TEODORO:

¡Ah, socarrona!
¡Tan presto diste en soplona,
estando tu bien detrás!
  Digo, tu galán ausente.

LEONARDO:

¿Que no me queréis dejar?
Que eche Teodoro a rodar
por aquí toda esa gente.

JULIO:

  Espadas es, ¡vive Dios!

CASANDRA:

El soplillo te lo diga.

JULIO:

Sírvete dellas, amiga.

TEODORO:

No se soplan mal los dos.

ARTANDRO:

  ¿Qué hacéis vós?

ALEJANDRO:

Muerdo esta sota.

LUCINDO:

La misma me ha entrado a mí.

ARTANDRO:

¿Bailarase?

ALEJANDRO:

Sí.

JULIO:

Eso sí.

LUCINDO:

Siempre el ganar alborota.

TEODORO:

  Llega, que está encarnizada.

JULIO:

Ya vino el de los favores.

LEONARDO:

No cese por mí, señores,
la música comenzada.

ALEJANDRO:

  ¡Ojo!, el del alma ha venido.

LUCINDO:

Y aun el del cuerpo también.

ARTANDRO:

Yo me voy.

ALEJANDRO:

Y yo también.

JULIO:

Y yo.

LUCINDO:

Contadme, por ido.

CASANDRA:

  ¡Jesús!, ¿tan presto has venido?

LEONARDO:

¿Por qué, Casandra, se van?

TEODORO:

Porque eres tú su galán.

LEONARDO:

¡A qué tiempo me has cogido!
  ¿Eres tú la desmayada,
y que se moría por mí?

CASANDRA:

Consolarme pretendí,
que estaba desconsolada.
  Dame, mi bien, esos brazos.
Acabemos, no haya más.

LEONARDO:

No esperes verme jamás,
que antes los haré pedazos.

TEODORO:

  «¿A eso solo venías?
Muerta me has de hallar, a fe.»
¿Qué te parece?

LEONARDO:

Que fue
lo mismo que tú decías.
  Vamos, Teodoro, no más.

CASANDRA:

Este traidor lo concierta.

TEODORO:

Cierra, Drusila, la puerta;
ciérrala, no la abras más.

CASANDRA:

  Voyme, si me hablas así.

TEODORO:

«Cierra también la ventana,
no haya luz tarde y mañana,
pues se va mi bien de aquí.
  Sea el Limbo mi aposento.
Hoy no me den de cenar,
quiérome luego acostar.
¡Jesús, qué mala me siento!»

CASANDRA:

  Si me tratas desa suerte,
presto me verás morir.

TEODORO:

Gana me da de reír.
Tenla, que se dará muerte.
  ¿Estás ya desengañado?
¿Podrémonos ya volver?

LEONARDO:

Voy, Teodoro, a mi mujer,
que adoro en ver su traslado.
  ¿Y tú dónde irás agora?

TEODORO:

¿Ya no conoces mi tacha?
A ver aquella muchacha,
que la adoro habrá media hora.

LEONARDO:

  ¿Es hermosa?

TEODORO:

No la he visto,
pero paréceme a mí
que es bonita.

LEONARDO:

Voy tras ti.

TEODORO:

En balde tu honor resisto.