La cúspide y el valle
Cuando llegó el sauce a la comarca buscando fortuna, la cúspide y el valle se apresuraron a hacerle sus ofrecimientos. La primera, codiciando tan admirable adorno para su calva cabeza, lo buscó por la vanidad. Le ponderó la gloria que sería para él dominar desde lo alto de tan imperiosa cima todas las tierras encerradas en el horizonte, con todas sus plantas, grandes y pequeñas, y sus habitantes, desde el insecto imperceptible hasta el hombre orgulloso.
Se dejó tentar el sauce y quiso subir hasta la cúspide. Pero cuanto más subía, más iba sufriendo de la sed y de la violencia del viento; se marchitaban sus hojas; sus mejores ramas se quebraban; y cuando vio lo que todavía tenía que arrostrar para llegar, le gritó a la cúspide que no lo esperase, pues encontraba por demás áspera la senda de la gloria.
Bajó hasta el valle. Allí lo saludó discretamente el arroyuelo cantor, propinándole sin reserva las aguas de su curso. El viento, atajado por las montañas vecinas, apenas era un céfiro acariciador que le refrescaba suavemente la melena, y los pájaros, alegres, venían por bandadas a reñir y a gorjear entre su follaje.
El valle le ofreció la hospitalidad: modesta y retirada, sin gloria y sin honores; era la vida que en él se hacía, pero vida tranquila, de paz profunda. El sauce allí se quedó.
En las alturas sólo resiste el árbol inquebrantable o la planta rastrera.