La cigarra, la hormiga y la paloma

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La cigarra, la hormiga y la paloma

de Felipe Jacinto Sala



Llamó a la puerta de la avara Hormiga
una mendiga;
y aquella entonces preguntó iracunda:
-«¿Sois la Cigarra vos; la vagabunda?»-
-«Soilo, señora.»-
-«Pues llegáis en mal hora
»si venís en demanda de socorro.»-
-«Un granito siquier.»-
-«Todo es en vano.»-
-«¡Piedad, por Dios!»-
-«Pedídsela al infierno;
»la que cantando se pasó el verano,
»que baile en el invierno.»-
Al escuchar tan brusca despedida,
la Paloma sintiose conmovida
y dijo a la Cigarra con dulzura:
-«Venid, pobre criatura,
»al palomar cercano;
»allí os ofreceré sabroso grano
»y confortante abrigo;
»venid, venid conmigo.»-
Y lanzando a la Hormiga una mirada
de lástima, exclamó: -«¡Despiadada!
»¿Por qué la escarnecéis tan duramente?
»Si no la dio natura, a la inocente,
»otro tesoro que su voz, ¿es justo
»que así, con saña fiera,
»la condenéis al hambre y a que muera?
»En las ardientes horas del estío,
»¿no fue el alegre bardo de los prados?
»Y su ronco cantar ¿no daba bríos
»a los pobres labriegos fatigados?
»Quedad ¡ser infeliz! con vuestra usura:
»guardaos vuestro pecho diamantino;
»ella cumplió en la tierra su destino;
»el cielo velará por su ventura.»-
Y, eso diciendo, se llevó al instante
la mendiga a su casa;
y diola, amante,
un lecho de plumón, mesa abundante
y una amistad sin tasa.



Yo soy esa mendiga:
(no quiero ser la Hormiga)
y, en afirmarlo tengo mis razones,
que al cabo la Cigarra es viva imagen
de poetas ramplones.
Cantando, sin talento,
con voz, que el cielo diome, desabrida,
he pasado el verano de mi vida;
si mis humildes trovas, hijos míos,
al sentiros cansados del estudio
os dieron nuevos bríos;
si mis modestas fábulas morales
y las sentencias que evoqué yo en ellas
os evitaron males;
si, hambriento yo también, pero de gloria,
(que sé que no merezco)
logro feliz que el libro que os ofrezco
os sea de provecho;
¡cómo estará mi orgullo satisfecho!
Y si el público después es mi Paloma;
si benévolo y blando me acogiera,
¡qué más quisiera!