La ciudad de Dios/XVI
Libro Décimosexto.
Las Dos Ciudades: Desde Noe Hasta Los Profetas
CAPITULO PRIMERO. Si después del Diluvio, desde Noé hasta Abraham, se hallan algunas familias que viviesen según Dios
CAPITULO II. Que es lo que se figuró proféticamente en los hijos de Noé
CAPITULO III. De las generaciones de los tres hijos de Noé
CÁPITULO IV. De la diversidad de lenguas y del principio de Babilonia
CAPITULO V. Cómo descendió el Señor a confundir la lengua de los que edificaban la torre.
CAPITULO VI. Cómo se ha de entender que habla Dios a los ángeles
CAPITULO VII. Si las islas, aun muy apartadas y desviadas de tierra firme, recibieron todo género de animales, de los que se salvaron en el Arca del Diluvio
CAPITULO VIII. Si descienden de Adán, o de los hijos de Noé, cierta especie de hombres monstruosos que hay
CAPITULO IX. Si es creíble que la parte inferior de la tierra opuesta a la que nosotros habitamos tenga antípodas.
CAPITULO X. De la generación de Sem, en cuya descendencia la lista y orden de la Ciudad de Dios se endereza a Abraham.
CAPITULO XI. Que la primera lengua que usaron los hombres fue la que después de Heber se llamó hebrea, en cuya familia perseveró cuando sobrevino la confusión de lenguas
CAPITULO XII. De la interrupción de tiempo que hace la Escritura en Abraham, desde quien prosigue el nuevo catálogo, continuando la santa sucesión
CAPITULO XIII. Qué razón hay para que en la emigración de Tharé, cuando de Caldea pasó a Mesopotamia, no se haga mención de su hijo Nachor
CAPITULO XIV. De los años de Tharé, que acabó su vida en Charra
CAPITULO XV. Del tiempo en que fue hecha a Abraham la promesa por la cual, conforme al divino mandato, salió de Charra
CAPITULO XVI. Del orden y la calidad de las promesas que hizo Dios a Abraham
CAPITULO XVII. De los tres famosos reinos de los gentiles, uno de los cuales, que era el de los asirios, florecía ya en tiempo de Abraham
CAPITULO XVIII. Cómo habló segunda vez Dios a Abraham y le prometió que a su descendencia daría la tierra de Canaam.
CAPITULO XIX. Cómo el Señor conservó indemne el honor de Sara en Egipto, habiendo dicho Abraham que no era su mujer, sino su hermana
CAPITULO XX. Cómo se apartaron Lot y Abraham, lo cual hicieron sin menoscabo de la caridad
CAPITULO XXI. De la tercera promesa que hizo Dios a Abraham, en la que promete a él y a su descendencia para siempre la tierra de Canaam
CAPITULO XXII. Cómo Abraham venció a los enemigos de los sodomitas cuando libró a Lot, que era llevado preso, y cómo le bendijo el sacerdote Melquisedec
CAPITULO XXIII. Cómo habló Dios a Abraham y le prometió que había de multiplicarse su descendencia como la multitud de las estrellas, y por creerlo fue justificado aun estando todavía sin circuncidar
CAPITULO XXIV. De la significación del sacrificio que mandó Dios le ofreciese Abraham, habiendo éste pedido al Señor que le explicase lo que creía
CAPITULO XXV. De Agar, esclava de Sara, la cual Sara quiso que fuese concubina de Abraham
CAPITULO XXVI. Dios promete a Abraham, siendo él anciano y Sara estéril un hijo de ella, y le hace padre y cabeza de las gentes, y la fe de la promesa la confirma y sella con el Sacramento de la Circuncisión
CAPITULO XXVII. El alma del niño que no se circuncida al octavo día, perece; pues quebrantó el pacto con Dios
CAPITULO XXVIII. Del cambio de los nombres de Abraham y de Sara, y cómo no pudiendo engendrar por la esterilidad de Sara y la mucha edad. de ambos, alcanzaron el beneficio de la fecundidad
CAPITULO XXIX. De los tres hombres o ángeles en quienes se cuenta que se apareció el Señor a Abraham unto al encinar de Mambré
CAPITULO XXX. Cómo libró Dios a Lot de Sodoma, y asoló a los sodomitas con luego del cielo
CAPITULO XXXI. Del nacimiento de Isaac, según la promesa de Dios
CAPITULO XXXII. De la fe y obediencia de Abraham, con que fue probado, recibiendo orden de sacrificar a su hijo, y de la muerte de Sara
CAPÍTULO XXXIII. De Rebeca, nieta de Nachor, con quien se casó, Isaac
CAPITULO XXXIV. Qué significación tiene el que Abraham, después de la muerte, de Sara, se casó con Cethura
CAPITULO XXXV. Que nos significó el Espíritu Santo en los gemelos estando aún encerrados en el vientre de su madre
CAPITULO XXXVI. De la profecía y bendición que recibió Isaac, del mismo modo que su padre, la cual fue por respeto a los méritos y caridad del mismo padre
CAPITULO XXXVII. Lo que se figura místicamente en Esaú y Jacob
CAPITULO XXXVIII. Cómo enviaron sus padres a Jacob a Mesopotamia para que se casase allí, y de la visión que vio soñando en el camino, y de sus cuatro mujeres, habiendo pedido no más de una
CAPITULO XXXIX. Por qué razón Jacob se llamó también Israel
CAPITULO XL. Como dice la Escritura que Jacob entró en Egipto con setenta y cinco personas, si muchos de los que refiere nacieron después que él entró
CAPITULO XLI. De la bendición que, Job echó a su hijo Judas
CAPITULO XLII. De los hijos de Joseph, a quien bendijo Jacob cruzando proféticamente sus manos
CAPITULO XLIII. De los tiempos, de Moisés, de Josué y de los jueces, y después de los reyes, entre los cuales, aunque Saúl es el primero, David, por el sacramento y mérito; es tenido por el principal
CAPITULO PRIMERO. Si después del Diluvio, desde Noé hasta Abraham, se hallan algunas familias que viviesen según Dios
Después del Diluvio, si los vestigios y señales del camino de la Ciudad Santa se continuaron o se interrumpieron con la intervención de los tiempos perversos, de modo que, no hubiese hombre que reverenciase y adorase a un solo Dios verdadero, es problema difícil de averiguar exactamente; no habiendo otras noticias que las que nos suministran las historias, porque en libros canónicos posteriores a Noé, que con su esposa, sus tres hijos y sus tres nueras mereció salvarse en el Arca de la ruina universal del Diluvio, no hallamos que la Sagrada Escritura, celebre con testimonio evidente e infalible la piedad y religión de ningún hombre, hasta Abraham, a ,excepción de los dos hijos de Noé, Sem y Japhet, que él mismo alaba y recomienda en una bendición profética, fijando la vista y vaticinando lo que, transcurridos muchos años, había de suceder.
Por esto también a su hijo mediano, esto es, menor que él primogénito y mayor que el último, que había pecado contra su padre, le maldijo, no en su propia persona, sino en la de su hijo y nieto de Noé, con estas terribles palabras: «Maldito será el joven Canaam; siervo será de sus hermanos.» Porqué: Canaam era hijo de Cam, quien no cubrió, antes descubrió la desnudez de su padre cuando dormía.
Y así también, lo que prosigue, que es la bendición de sus hijos el mayor y el menor, diciendo: «Bendito el Señor Dios de Sem, sea Canaam su siervo; bendiga Dios a Japhet y habite en las casas de Sem», está lleno de sentidos proféticos y cubierto de oscuridad y de velos misteriosos, como lo está el plantar el mismo Noé la viña, el tomar el vino de ella, el dormir desnudo y todo lo demás que allí pasa y se escribe en la Sagrada Escritura.
CAPITULO II. Que es lo que se figuró proféticamente en los hijos de Noé
Pero habiéndose cumplido efectivamente en sus descendientes estos vaticinios, que estaban oscuros y encubiertos, están ya bien claros y perceptibles; porque ¿quién hay que, meditándolos con atención, no los refiera a Cristo? Sem, de cuyo linaje, según la carne, nació Jesucristo, quiere decir nombrado. ¿Y qué cosa más nombrada que Cristo, cuyo augusto nombre derrama por toda la redondez de la tierra su admirable fragancia; de manera que en los Cantares, publicándolo hasta la misma profecía, se compara al ungüento derramado, en cuyas casas, esto es, en la Iglesia, habita la inmensa multitud de las gentes? Porque Japhet quiere decir amplitud, pero Cam significa cálido, y el mediano de los hijos de Noé, diferenciándose de uno y otro y quedándose entre ambos, ni en las primicias de los israelitas ni en la plenitud de los gentiles, ¿qué significa sino el linaje y generación astuta de los herejes, no con el espíritu de la sabiduría, sino de la impaciencia con que suele hervir el pecho y corazón de los herejes y perturbar la paz de los santos?
Aunque todo esto, viene a redundar en utilidad de los proficientes, conforme a la expresión del Apóstol: «Que conviene que haya herejías para que los buenos se echen de ver entre vosotros»; y por eso mismo dice la Escritura: «El hijo atribulado y ejercitado en las penalidades será sabio, y del Imprudente y malo se servirá como de ministro y siervo. »
Porque muchas cosas que pertenecen a la fe católica, cuando los herejes, con su cautelosa y astuta inquietud, las turban y desasosiegan, entonces, para poderlas defender de ellos, se consideran con más escrupulosidad y atención, se perciben con mayor claridad, se predican con mayor vigor y constancia, y la duda o controversia que excita el contrario sirve de ocasión propicia para aprender.
No sólo los que están manifiestamente separados, sino también los que se glorían y precian del nombre cristiano y viven mal, pueden ser figurados en el segundo hijo de Noé, porque la pasión de Cristo, que fue significada con la desnudez de aquel hombre, la predican con su profesión, y con su perversa vida la desacreditan y deshonran.
De ellos se dijo «que por el fruto que dan y por sus obras los conoceremos». Por eso fue maldito Cam en su hijo como en fruto suyo, esto es, en su obra, y su hijo Canaam quiere decir movimiento suyo, lo cual, ¿qué otra cosa es que obra suya?
Sem y Japhet figuran la circuncisión y el prepucio, o, como los denomina el Apóstol, los judíos y los griegos, los que, llamados y justificados, habiendo entendido comoquiera la desnudez de su padre, con que se significaba la pasión del Redentor, tomaron su vestidura, pusiéronla sobre sus espaldas y entraron caminando hacia atrás, cubriendo la desnudez de su padre y no viendo la que por respeto y reverencia cubrieron; porque en cierto modo en la pasión de Cristo honramos lo que se hizo por nosotros y abominamos la maldad de los judíos.
La vestidura significa el Sacramento; las espaldas, la memoria de lo pasado, porque la pasión de Cristo, en tiempo que vivía Japhet en las casas de Sem, y el mal hermano en medio de ellos, la Iglesia la celebra como ya pasada y no la mira como futura.
Pero el mal hermano en su hijo, esto es, en su obra, es el joven, es decir, el siervo de sus buenos hermanos, cuando los buenos con cordura se aprovechan de los malos para el ejercicio de la paciencia o para el aprovechamiento de la sabiduría.
Hay algunos -según dice el Apóstol- que predican a Jesucristo no sincera y fielmente; «pero comoquiera -dice- que prediquen a Cristo o por alguna ocasión o en verdad, yo me alegro y lisonjeo de ello y aun me complaceré más»; porque él es el que plantó la viña de quien dice el profeta: «Esta viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel», y él bebió de su vino. Ya se entiende aquí aquel cáliz del cual dice: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?», y también: «Padre, si es posible, pase de mí este cáliz», con que sin duda significa su pasión ya sea que, como el vino es fruto de la viña, antes nos quiso significar con esto que de la misma viña, esto es, del linaje de los israelitas, tomó por nosotros, para poder padecer, carne y sangre; y se embriago, esto es, padeció; y se desnudó, porque allí se desnudó, es decir, se descubrió su flaqueza, de la cual dice el Apóstol «que fue crucificado por la flaqueza de la carne», y: Lo que parece flaco en Dios es más fuerte que los hombres, y lo que parece loco, es más sabio que la sabiduría de los hombres.» Y al hablar de Noé la Escritura, después de haber dicho «y se desnudó», añadió: «en su casa», mostrándonos enérgicamente que habla de padecer la cruz y afrentosa muerte de manos de gente de su carne y linaje y de los domésticos de su sangre, esto es, de los judíos.
Esta pasión de Cristo la predican los réprobos sólo en lo exterior con el sonido de la voz, porque no entienden lo que predican; pero los buenos en lo interior conservan este tan grande misterio y dentro del corazón reverencian y honran lo flaco y necio de Dios, que es más fuerte y sabio que los hombres. Figura a los primeros Cam, que, saliendo fuera, anunció y divulgó la desnudez de su padre; pero Sem y Japhet, para encubrirle y velarle, es a saber, para honrarle y reverenciarle, entraron, esto es, hicieron esto interiormente.
Estos secretos de la Sagrada Escritura los vamos rastreando como podemos, más o menos cóngruamente unos que otros, pero teniendo fielmente por cierto que estas cosas no se hicieron ni escribieron sin significación alguna y figura de las cosas futuras, y que no se deben referir sino a Cristo y a su Iglesia, que es la Ciudad de Dios, la cual no se dejó de predicar desde el principio del linaje humano, cuya predicación vemos que por todas partes se cumple.
Así que, después de la bendición de los dos hijos de Noé y de la maldición del uno, que fue el mediano, por mas de mil anos hasta Abraham, no se mencionan ya hombres justos que piadosamente reverenciasen y adorasen a Dios. Y no puedo creer que hubo falta de ellos, sino que fuera alargarse demasiado si se hubieran de referir todos, lo cual sería más diligencia histórica que providencia profética.
Así que el escritor de las sagradas letras, o, por mejor decir, el Espíritu Santo, prosigue la relación de los sucesos, con la que no sólo se refiere los pasados, sino también se anuncia los futuros, digo, los que pertenecen a la Ciudad de Dios.
Porque aun todo lo que se dice aquí de los hombres que no son sus ciudadanos, se refiere con el objetó de que ella, con la comparación de sus contrarios, o aproveche ó salga victoriosa, aunque no todo lo que se dice sucedió debemos entender que tiene su significación propia, sino que, con las cosas que significan, se mezclan las que nada significan; pues aunque sólo con la reja se surca la tierra, para poderlo hacer son necesarias asimismo todas las demás partes del arado; y en las cítaras y semejantes instrumentos músicos aunque se acomodan sólo las cuerdas para tocar, sin embargo, para colocar las se ponen con ellas todas las demás cosas de que constan los instrumento músicos, los cuales no se tocan, sino se unen con las que tocadas suenan. As en la historia profética también se refieren algunas cosas que nada significan, pero que están enlazadas y el cierto modo trabadas con las que tienen determinada significación.
CAPITULO III. De las generaciones de los tres hijos de Noé
Resta ya que consideremos las generaciones de los hijos de Noé, y que pareciese conducente tratar de ella lo describamos en esta obra, en la que vamos demostrando, siguiendo el orden de los tiempos, el estado y progreso de una y otra ciudad, es a sabe de la terrena y de la celestial.
Principia, pues, a referirlas la Sagrada Escritura por el hijo menor, que se llamó Japhet, y nombra a ocho hijos suyos y siete nietos de dos hijos de estos; tres del uno y cuatro del otro, que todos hacen quince; cuatro de los de Cam, esto es, del segundo hijo de Noé, y cinco nietos de un hijo suyo, y dos bisnietos de un nieto, que todos son once.
Y habiendo referido éstos, retrocede Como al principio, diciendo: «Chús engendró a Nemrod; éste empezó a ser gigante en la tierra; éste fue gigante cazador contra el Señor Dios; y por eso se dice: como un Nemrod, gigante cazador contra el Señor. Comenzó a reinar en Babilonia Orech, Archad y Chalanne en la tierra de Sennaar, de la cual salió Azur, y edificó a Nínive y a la ciudad de Robooth y a Calach y a Dasem, entre Nínive y Calach. Esta es la ciudad grande.»
Este Chús, padre del gigante Nemrod, es el primero que nombra entre los hijos de Cam, cuyos cinco hijos y dos nietos había ya contado; pero a este gigante, o le procreó después de nacidos sus nietos o, lo que es más creíble, la Escritura, por excelencia suya, habla separadamente de él, pues nos relaciona también con toda exactitud su reino, cuyo principio, cabeza y corte era la nobilísima ciudad de Babilonia y las que con ellas se refieren, ya sean ciudades, ya sean provincias. Respecto a lo que dice de aquella tierra, esto es, de la tierra de Sennaar, perteneciente al reino de Nemrod, salió Asar, que edificó a Nínive y otras ciudades, esto sucedió mucho después, lo cual narra de paso la Escritura con esta ocasión, por la nobleza del reino de los asirios, que maravillosamente dilató y acrecentó Nino, hijo de Belo, fundador de la gran ciudad de Nínive, de quien ésta tomó su nombre, de modo que Nino se llamó Nínive. Asur, de quien tomaron el nombre los asirios, no fue uno de los hijos de Cam, hijo segundo de Noé, sino uno de los hijos de Sem, que fue el hijo mayor de Noé.
De aquí resulta que de la estirpe de Sem descendían los que después poseyeron el reino de aquel gigante, y o allí fundaron otras ciudades, y la primera de ellas, Nino, se llamó Nínive.
Desde aquí vuelve al otro hijo. De Cam, que se llamaba Mesraín, y dice los que engendró, no como quien refiere cada persona de por sí, sino siete naciones, y de la sexta, como un sexto hijo, refiere que salió la nación que se llama de Philistim, por donde vienen a ser ocho.
Desde aquí vuelve nuevamente a Canaam, en cuya persona maldijo Noé a su padre Cam, y nombra once que engendró. Después, habiendo referido algunas ciudades, dice a qué fin y término llegaron. Y así, incluyendo en la cuenta hijos y nietos, refiere treinta y uno que nacieron de la estirpe de Cam.
Resta ahora referir los hijos de Sem, el mayor de los hijos de Noé, porque a él llega de grado, en grado la relación de estas generaciones, que comenzó por el menor. Pero donde principia a relacionar los hijos de Sem está bastante oscuro, por lo que es indispensable declararlo, le importa mucho para el objeto que nos proponemos, porque dice así: «Y también al mismo Sem, que fue padre de todos sus hijos y hermano mayor de Japhet, le nació Heber». El orden y construcción de las palabras latinas es éste; y, al mismo Sem también le nació Heber, el cual Sem es él, padre de todos sus hijos. Así que quiso dar a entender que Sem era patriarca de, todos los que ha de referir que descendieron de su linaje, ya sean hijos, nietos o bisnietos, y los que de ellos en adelante nacieron, pues no hemos de entender que a este Heber le engendró Sem, sino que es el quinto en la lista y catálogo de sus descendientes, porque Sem, entre otros hijos, tuvo a Arphaxat, Arphaxat a Cainan, Cainan a Sala y Sala a Heber.
No en vano, pues, le nombra el primero en la generación que desciende de Sem, y le antepuso también a los hijos, siendo él el quinto nieto, sino porque es verdad lo que se dice que de él se llamaron así los hebreos, aunque podría haber también otra opinión, que de Abraham parezca que se llaman así como hebraheos pero, efectivamente, lo cierto es que de Heber se llamaron hebreos, y después, quitando una letra, hebreos, cuya lengua hebrea pudo poseer solamente el pueblo de Israel, en quien la Ciudad de Dios anduvo peregrinando en los Santos, y en todos fue misteriosamente figurada.
Por este motivo se nombran primeramente seis hijos, de Sem; y después, de uno de ellos nacieron cuatro nietos suyos, y asimismo otro hijo suyo engendró otro nieto, de quien asimismo nació otro bisnieto y después otro tataranieto, que es Heber; y Heber engendró dos hijos, el uno llamado Phalec significa el que divide. Después, prosiguiendo la Escritura, dando la razón de este nombre, dice: «Porque en su tiempo se dividió la tierra», y lo que quiere decir esta expresión, después se verá.
Otro que nació de Heber engendró doce hijos, con los cuales vienen a ser todos los descendientes de Sem veinte y siete. Así que todos los sucesores de los tres hijos de Noé, es a saber, quince de Japhet, treinta y uno de Cam y veinte y siete de Sem, vienen a sumar setenta y tres. Después prosigue el sagrado texto diciendo: «Estos son los hijos de Sem, según sus familias y lenguas en sus respectivas tierras y naciones.» Y asimismo de todos dice: «Estas son las tribus o familias de los hijos de Noé según los pueblos y naciones; estos fueron los que dividieron las gentes en la tierra después del Diluvio.»
De donde se colige que entonces hubo setenta y tres, o por mejor decir (como después lo manifestaremos), setenta y dos, no hombres, sino naciones, porque habiendo referido antes los hijos de Japhet, concluyó así: «De éstos nacieron los que dividieron y poblaron las islas de las gentes en la tierra, cada uno según su lengua, familia o nación.»
Y en los hijos de Cam, en otro lugar refiere con más claridad las naciones, cómo lo indiqué arriba: Mesraín engendró a los que se dicen Ludiim», y a este modo los demás, hasta siete naciones; y habiéndolas contado todas, concluyendo su relación, dice: «Estos son los hijos de Cam en sus familias, según sus lenguas, en sus regiones y naciones.»
Por esta causa dejo de referir muchos hijos de otros, porque conforme nacían se iban mezclando con otras gentes, y ellos no bastaron a constituir por sí solos una nación. ¿Pues qué otro motivo hay a que, habiendo contado ocho hijos de Japhet, refiera que de los dos solamente nacieron hilos, y nombrando cuatro hijos de Cam, refiere únicamente los que nacieron de los tres; y nombrando seis hijos de Sem, pone solamente la descendencia de los dos? ¿Acaso los demás no tuvieron hijos? De ningún modo debe creerse tal cosa, sino que como no hicieron nación o gente distinta no merecieron que hiciera mención de ellos, porque conforme nacían se iban enlazando y mezclando con otras naciones.
CÁPITULO IV. De la diversidad de lenguas y del principio de Babilonia
Refiriendo el historiador que estas naciones vivían cada una con su lengua, con todo, retrocede a la época en que todos usaban un mismo idioma, luego principia a declarar lo que sucedió, por cuyo motivo nació la diversidad de las lenguas: «No se hablaba dice, en toda la tierra sino una lengua y sucedió que caminando desde la parte oriental hallaron un campo en tierra de Sennaar, y habitaron en él, y si dijeron unos a otros: hagamos adobes y los coceremos al fuego, y sirvióles el ladrillo de piedra y el betún de argamasa, y dijeron: venid, pues, y edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cabeza llegue hasta el cielo, y sirva para, celebrar nuestro nombre antes que nos distribuyamos por todo el ámbito de la tierra Bajó el Señor a ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres, y dijo el Señor: ved aquí que el pueblo es uno, y no usan sino un idioma todos ellos, y han dado ya en este desatino, y no desistirán de lo comenzado hasta que salgan con su intento; venid, bajemos y confundamos su lengua, de forma que no se entiendan unos a otros. Esparciólos, pues, Dios desde allí por toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad y la torre; la cual, por este motivo, se llamó Confusión, porque allí confundió Dios la lengua que se hablaba en toda la tierra, y desde allí los derramó Dios por toda ella.» Esta ciudad, que se llamó Confusión, es Babilonia, cuya admirable construcción celebran también los historiadores gentiles, porque Babilonia quiere decir confusión.
Y se infiere que el gigante Nemrod fue el que la fundó, por lo que arriba insinuó de paso, donde, hablando de él sagrado texto, dice: «El principio de su reino fue Babilonia», esto es, que fuese reino y cabeza de las demás ciudades, donde, como Metrópoli, estuviese la corte del rey.
Aunque no llegó a ser tan grande majestuosa como lo había trazado la arrogancia y soberbia de los impíos, porque pretendieron una elevación excesiva, a la cual llama la Escritura hasta el cielo, ya fuese ésta la de una sola torre, que principalmente entre otras fabricaban, o la de todas las torres, significan por el número singular, así como se dice soldado y se entienden mil soldados, y la rana y la langosta, pues así llama la Escritura a la multitud de ranas y langostas, en las plagas que Moisés hizo descender sobre los egipcios. ¿Y qué podía hacer la humana y vana presunción? Por más que levantara la altura de aquella fábrica hasta el cielo contra Dios, aunque sobrepujara todas las montañas y aunque traspasara la región de este aire nebuloso, ¿qué podía, en efecto dañar o impedir a Dios cualquiera alteza, por grande que fuera, espiritual o corporal? La humildad, si es la que abre el camino seguro y verdadero para el cielo, levantando el corazón a Dios, y no contra Dios, como la Escritura llamó a este gigante cazador contra el Señor, lo cual algunos, engañados por la palabra griega, que es ambigua, tradujeron, no contra el Señor, sino ante el Señor, porque enantion significa lo uno y lo otro, ante y contra; pues esta misma palabra se halla en el real profeta: «Lloremos ante el señor que nos crió», y la misma en el libro de Job donde dice: «Ha rebosado tu furia contra Dios»; así pues, se debe entender aquel gigante cazador contra Dios. ¿Y qué significa este nombre cazador sino un engañador, opresor y consumidor de los animales terrestres?
Levantaba, pues, el y su pueblo la torre contra Dios, con que se nos significa la Impía y maligna soberbia, y con razón se castiga la mala intención, aun cuando no pudo. ¿Cuál fue el género del castigo? Como el dominio y señorío del que manda consiste en la lengua, en ella fue condenada la soberbia, para que no fuese entendido de los hombres cuando los ordenaba algo, porque él no quiso entender y obedecer el mandamiento de Dios.
Así se deshizo aquella conspiración, dejando y desamparando cada uno aquel a quien no entendía, y juntándose sólo con aquel con quien podía a hablar; y por razón de las lenguas se dividieron las gentes y se esparcieron y derramaron por el mundo como a Dios le pareció conducente, quien lo y hizo así por modos ocultos, secretos a e incomprensibles para nosotros.
CAPITULO V. Cómo descendió el Señor a confundir la lengua de los que edificaban la torre.
Y dice la Sagrada Escritura: «Descendió el Señor a ver la ciudad y torre que edificaban los hijos de los hombres», esto es, no los hijos de Dios, sino aquella sociedad y ,congregación que vivía según el hombre, la cual llamamos ciudad terrena.
Dios no se mueve localmente, porque siempre en todas partes se halla todo; pero se dice que baja cuando practica alguna acción en la tierra que, siendo fuera del curso ordinario de la naturaleza, nos muestra en cierto modo su presencia. Ni por ver las cosas ocularmente aprende o se instruye temporalmente el que jamás puede ignorar nada, sino que se dice que: ve y conoce en el tiempo lo que hace que se vea y conozca.
Así que no se veía aquella ciudad de la manera que hizo Dios que se viese cuando manifestó cuánto le desagradaba. Aunque también puede, entenderse que bajó Dios a aquella ciudad porque descendieron sus ángeles en quienes habita: de manera que lo que añade: «y dijo el Señor, ved aquí que todo el linaje humano es una nación, y no usan sino de una lengua todos ellos»; y lo que después prosigue diciendo: «Venid, pues, descendamos y confundamos allí su lengua»; o sea un modo de explicar lo que había dicho: que bajó el señor. Porque si había ya bajado, ¿qué quiere decir, «venid, pues, descendamos y confundamos allí su lengua» (lo cual se entiende que, lo dijo a los ángeles), sino que bajaba en éstos el que estaba en los ángeles que descendían? Y adviértase que no dice venid, bajemos y confundid, sino confundamos allí su lengua, manifestándonos que de tal manera obra por medio de sus ministros, que también ellos son cooperadores de Dios, como dice el Apóstol: «Somos cooperadores de Dios.»
CAPITULO VI. Cómo se ha de entender que habla Dios a los ángeles
Pudiérase también entender de los ángeles aquella expresión cuando crió Dios al hombre en que dice: «Hagamos al hombre, porque no dijo, haré; más porque añade: «a nuestra imagen y semejanza», no es lícito creer que fue criado el hombre a imagen de los ángeles, o que es una misma imagen la de los ángeles y la de Dios, y por eso se entiende bien allí la pluralidad de la Trinidad.
Con todo, porque esta Trinidad es un solo Dios, aun cuando dijo hagamos, dice: «e hizo Dios al hombre a su semejanza»; y no dijo hicieron los dioses. Pudiéramos también aquí entender la misma Trinidad, como si el Padre dijera al Hijo y al Espíritu Santo: «Venid, bajemos y, confundamos allí su lengua», si hubiera algún obstáculo que nos prohibiera poder referirlo a los ángeles, a los cuales cuadra el venir a Dios con movimientos santos, esto es, con pensamientos piadosos, con los que ellos consultan la inmutable verdad como ley eterna en aquella su corte soberana.
Porque ellos mismos no son la verdad para sí, sino que participan de la verdad increada; a ella se acercan como a fuente de la vida, para que lo que tienen de sí mismos lo reciban de ella, y por eso es estable el movimiento con que se dice que vienen los que no se apartan de donde están.
Ni tampoco habla Dios con los ángeles como nosotros hablamos unos con otros, o con Dios o con los ángeles, o los mismos ángeles con nosotros, o por medio de ellos Dios con nosotros; sino con un modo inefable suyo, aunque éste nos le declare a nuestro modo, porque la palabra soberana de Dios que precede a su obra es la razón inmutable de aquella su operación, cuya palabra no tiene sonido que haga estruendo o ruido, o que pase, sino una virtud que eternamente permanece y que obra temporalmente. Con ésta habla a los santos ángeles; pero a nosotros, que estamos lejos y como desterrados, nos habla de otra manera. Y cuando nosotros también venimos a sentir con el oído interior alguna especie semejante a este lenguaje, entonces nos acercamos a los ángeles.
Así pues, no siempre he de dar razón en esta obra del lenguaje de Dios, porque la verdad inmutable o por sí misma inefablemente habla al espíritu de la criatura racional, o habla por alguna criatura mudable, o por vía de imágenes espirituales a nuestro espíritu, o por voces corporales al sentido, pues aquello que dice: «No desistirán de lo comenzado hasta que salgan con ellos», no lo dice afirmando, sino como preguntando; pues así suelen explicarse los que amenazan, como dijo Virgilio: «¿No se aprestarán las armas, no saldrá en su seguimiento toda la ciudad?» De esta manera debe entenderse, como si dijera: ¿acaso no desistirán de todo lo que han comenzado a hacer? Pero si lo decimos así, no se expresa y declara la persona que amenaza; y para los que son tardos de ingenio, añadimos la palabra «acaso» diciendo, «acaso no», porque no podemos escribir la voz como la pronuncia el que habla.
De aquellos tres hombres, hijos de Noé, comenzó a haber en el mundo setenta y tres, o, como lo probará la razón, setenta y dos naciones y otro tantos idiomas; los cuales, creciendo y multiplicándose, llenaron y poblaron hasta las islas. Aunque
se aumentó mucho más el número de las gentes que el de las lenguas, porque hasta es Africa conocemos muchas y diferente gentes bárbaras que hablan una misma lengua; y habiendo crecido los hombres y multiplicándose el linaje humano, ¿quién duda que pudieron pasar en navíos a poblar las islas?
CAPITULO VII. Si las islas, aun muy apartadas y desviadas de tierra firme, recibieron todo género de animales, de los que se salvaron en el Arca del Diluvio
Pero se ofrece una duda, y es: ¿cómo de toda aquella especie de animales, que no son domésticos ni están sometidos a la educación y cuidado del hombre, ni nacen, como las ranas, de la tierra, sino que se propagan y multiplican por la unión del macho y la hembra, cuales son los lobos y otros de esta clase, cómo después del Diluvio, en el cual perecieron todos lo que no se hallaron en el Arca, pudieron poblar también las islas, si no se multiplicaran más que de aquellos cuya especie, macho y hembra, se conservó en el Arca?
Bien podemos creer que pudieron pasar a las islas nadando, aunque solamente a las más próximas; pero ha algunas tan distantes y apartadas de tierra firme, que parece imposible que ninguna bestia pudiese llegar a ellas a nado; y si los hombres las pasaron en su compañía, y de esta manera hicieron que las hubiese donde ellos vivían, no es increíble que lo hicieran por deseo y afición a la caza, aunque no se debe negar que pudieron pasar por mandato o permiso divino por medio de los ángeles.
Aunque si en las islas adonde no pudieron pasar nacieron de la tierra, según el origen primero, cuando dijo Dios: «Produzca la tierra animales vivientes», más claramente se advierte que, no tanto por conservar los animales como por causa del Sacramento y ministerio de la Iglesia, que había de ser compuesta de toda clase de naciones, hubo en el Arca todos los géneros de animales.
CAPITULO VIII. Si descienden de Adán, o de los hijos de Noé, cierta especie de hombres monstruosos que hay
También se pregunta si debemos creer que cierto género de hombres monstruosos, como refieren las historias de los gentiles, descienden de los hijos de Noé, o de aquel único hombre de quien éstos procedieron también, como son algunos que aseguran tienen un solo ojo en medio de la frente, otros que tienen los pies vueltos hacia las pantorrillas; otros que no tienen boca, y que viven sólo con aliento que reciben por las narices; otros que no son mayores que un Codo, a quienes los griegos por el codo llaman pigmeos.
Asimismo afirman que hay una nación en que no tienen más que una pierna, y que no doblan la rodilla, y son de admirable velocidad, a los cuales llaman sciopodas, porque, en el estilo, a la hora de siesta, se echan boca arriba y se cubren con la sombra del pie; otros que careciendo de pescuezo, tienen los ojos en los hombros, y todos los demás géneros de hombres o casi hombres que se hallan en la plaza marítima de Cartago dibujados en mosaico, como copiados de los libros más curiosos de las historias.
Y aunque no es necesario creer que existen todas estas especies de hombres, que señalan, con todo, cualquier hombre nacido en cualquier paraje, esto es, que fuere animal racional mortal, por más extraordinaria que sea su forma, o color del cuerpo o movimiento, sonido o voz, cualquier virtud, cualquier parte o cualquiera calidad de naturaleza que tenga, no puede dudar todo el que fuese fiel cristiano que desciende y trae su origen de aquel primer hombre; sin embargo, se deja ver lo que la naturaleza ha producido en muchos, y lo que por ser tan raro nos causa admiración.
La razón que se da de los monstruosos partos humanos que acaecen entre nosotros, esa misma puede darse de algunas gentes monstruosas. Porque Dios es el criador de todas las cosas; Él sabe dónde y cuándo conviene o convino criar algún ser, y sabe con qué conveniencia o diversidad de partes ha de componer la hermosura de este Universo; pero el que no puede alcanzarlo todo, oféndese en viendo una sola parte, como si fuese falsedad, por ignorar la correspondencia y conveniencia que tiene y a qué fin se refiere.
Aquí vemos que nacen algunos hombres con más de cinco dedos en las manos y en los pies, y aunque ésta es una diferencia más ligera que aquélla, con todo, Dios nos libre que haya alguno tan idiota que piense que erró el Criador en el número de los dedos del hombre, aunque no sepa por qué lo hizo. Así, aunque acontezca haber mayor diversidad, el Señor sabe lo que hace, y sus obras ninguno con justa razón, puede reprender.
En la ciudad de Hipona hay un hombre que tiene los pies en forma de luna, y en cada uno de ellos dos dedos, y de la misma manera las manos.
Si hubiera algún pueblo dotado de esta imperfección, le numerarían entre las historias curiosas y admirables. Pregunto, pues: ¿negaremos por esto que desciende este hombre de aquel que crió Dios primeramente?
No hace mucho, porque fue en nuestro tiempo; que hacia la parte oriental de nuestra Africa nació un hombre con los miembros superiores duplicados y los inferiores sencillos: pues tenía dos cabezas, dos pechos y cuatro manos, un vientre y dos pies, como un hombre solo, y vivió tantos años, que por la fama acudían muchos a verle. ¿Quién bastará a referir todos los partos humanos tan desemejantes y diferentes de aquellos hombres de quienes seguramente nacieron?
Así como no puede negarse que descienden éstos de aquel hombre primero, así también cualesquiera gentes que cuentan se han descaminado en cierto modo con la diversidad de sus cuerpos del usado curso de la naturaleza, que los más o casi todos suelen tener, si es que les comprende la definición de animales racionales y mortales, debemos confesar que traen su origen y descendencia de aquel primer hombre, aunque sea verdad lo que nos refieren de la variedad de aquellas naciones y de la diversidad tan grande que tienen entre sí y con nosotros.
Porque aun a los monos, micos y esfinges, si no supiéramos que no eran hombres; sino bestias, pudieran estos historiadores, llevados de la vanagloria de su curiosidad; venderlos sin pagar alcabala de su vanidad, como si fueran alguna nación de hombres.
Pero si en verdad que son hombres éstos de quienes se escriben aquellas maravillas, ¿quién sabe si quiso Dios criar también algunas gentes así, para que cuando viésemos estos monstruos que nacen entre nosotros de los hombres, no imaginásemos que erró su sabiduría, que es de cuyas manos sale la fábrica de la naturaleza humana, como la obra de algún artífice menos perfecto?
Así que no nos debe parecer absurdo que como en cada nación hay al no hombres monstruosos, así generalmente en todo el linaje humano haya algunas gentes y naciones monstruosas.
Por lo cual, para concluir con tiento y cautamente esta cuestión: o lo que nos escriben de algunas naciones no es cierto, o si lo es, no son hombres, o si son hombres, sin duda que descienden de Adán.
CAPITULO IX. Si es creíble que la parte inferior de la tierra opuesta a la que nosotros habitamos tenga antípodas.
Lo que como patrañas nos cuentan que también hay antípodas, esto es, que hay hombres de la otra parte de la tierra dónde el sol nace, cuando se pone respecto de nosotros, que pisan lo opuesto de nuestros pies, de ningún modo se puede creer, porque no lo afirman por haberlo aprendido por relación de alguna historia, sino que con la conjetura del discurso lo sospechan.
Porque como la tierra está suspensa dentro de la convexidad del cielo, y un mismo lugar espera el mundo el ínfimo y el medio, por eso piensan que la otra parte de la tierra que está debajo de nosotros no puede dejar de estar poblada de hombres; y no reparan que aunque se crea o se demuestre con alguna razón que el mundo es de figura circular y redonda, con todo, no se sigue que también por aquella parte ha de estar desnuda la tierra de la congregación masa de las aguas; y aunque esté desnuda y descubierta, tampoco es necesario que esté poblada de hombres, puesto que de ningún modo hace mención de esto la Escritura, que da fe y acredita las cosas pasadas que nos han referido.
Porque lo que ella nos dijo se cumple infaliblemente, y demasiado absurdo parece decir que pudieron navegar y llegar los hombres pasando el inmenso piélago del Océano de esta parte a aquella, para que también allá los descendientes de aquel primer hombre viniesen a multiplicar el linaje humano.
Busquemos, pues, entre aquellos pueblos, que se dividieron en setenta y dos naciones y en otros tantos idiomas, la ciudad de Dios, que anda peregrinando en la tierra, la cual hemos continuado y traído hasta el Diluvio y el Arca, y hemos manifestado que duró y perseveró en los hijos de Noé por sus bendiciones, principalmente en el mayor, que se llamó Seth, porque la bendición de Japhet fue que viniese a habitar en las casas de su mismo hermano.
CAPITULO X. De la generación de Sem, en cuya descendencia la lista y orden de la Ciudad de Dios se endereza a Abraham.
Deber nuestro es conservar en la memoria la sucesión de las generaciones que descienden del mismo Seth, para que nos vaya manifestando después del Diluvio la Ciudad de Dios, como nos la indicaba antes del Diluvio, la sucesión de las generaciones que descendía de aquel que se llamó Seth.
Por esta razón la Sagrada Escritura, después de habernos mostrado que la ciudad terrena estaba en Babilonia, esto es, en la confusión, vuelve recapitulando al patriarca Sem, y empieza desde él las generaciones hasta Abraham, contando también el número de los años en que cada uno engendró el hijo que pertenece a esta sucesión y los que vivió, donde realmente hallamos lo que anteriormente prometí, acerca de por qué se dijo de los hijos de Heber: «El nombre sólo de Phalec, porque en sus días se dividió la tierra.» ¿Pues cómo hemos de entender que se dividió la tierra sino con la diversidad de lenguas?
Omitimos los demás hijos de Sem que no pertenecen al asunto; sólo se insertan aquí en el catálogo y sucesión de las generaciones aquellos por cuyo medio podemos llegar a Abraham, como se ponían antes del Diluvio aquellos por los cuales podíamos llegar a Noé en las generaciones que descienden de aquel hijo de Adán, que se llamó Seth.
Da principio de este modo el catálogo de las sucesiones: «Estas son las generaciones de Sem: Sem, hijo de Noé, era de cien años cuando engendró a Arphaxat, el segundo año después del Diluvio; y vivió Sem, después que procreó a Arphaxat, quinientos años, y engendró hijos e hijas, y murió. Y así prosigue lo demás, diciendo el año de su vida en que engendró cada uno al hijo que pertenece a la lista y sucesión de estas generaciones que llegan a Abraham, y cuántos años vivió después, advirtiendo que el tal procreó hijos e hijas, para que entendamos la causa por qué pudieron dilatarse tanto los pueblos, y alucinados con los pocos que numera, no nos aturdamos como los niños, imaginando cómo o por qué medio del linaje de Sem se pudieron llenar y poblar tan inmensos espacios de tierra, tan dilatados reinos, y especialmente el de los asirios, donde Nino, aquel domador de todos los pueblos orientales, reinó con suma prosperidad, dejando a sus descendientes un reino estable y amplio en extremo, que duró por mucho tiempo.
Pero nosotros, por no detenernos más de lo que exige la necesidad, sólo pondremos en la serie de las generaciones no los años que cada uno vivió, sino el año de su vida en que engendró al hijo, para que podamos deducir el número de los años transcurridos desde el Diluvio hasta Abraham, y para que, además de las cosas en que nos es fuerza detenernos, toquemos las otras brevemente y de paso.
Así que el segundo año después del Diluvio, Sem, siendo de cien años, engendró a Arphaxat, y Arphaxat, siendo de ciento treinta y cinco, procreó a Cainán, quien de ciento treinta tuvo a Sala; y este Sala tenía los mismos años cuando engendró a Heber; y Heber tenía ciento treinta y cuatro cuando procreó a Phalech, en cuyos días se dividió la tierra. El mismo Phalech vivió ciento y treinta años, y engendró a Raga; y éste ciento treinta y dos, y engendró a Seruch; y éste ciento treinta, y engendró a Nacor; y Nacor setenta y nueve, y procreó a Tharé; y Tharé setenta, y engendró a Abrán; a quien Dios después, mudándole el nombre le llamó Abraham. Suman, pues, los años desde el Diluvio hasta Abraham mil setenta y dos, según la edición Vulgata, esto es, de los Setenta Intérpretes, aunque en los libros hebreos dicen que se hallan muchos menos de los cuales o no dan razón alguna o la dan muy oscura y difícil.
Cuando indagamos y buscarnos entre aquellas setenta y dos naciones la Ciudad de Dios, no podemos afirmar qué en aquel tiempo en que todos eran de un labio, esto es, cuando todos hablaban un mismo idioma, ya el linaje humano se había enajenado y apartado del culto y reverencia debida al verdadero Dios; de modo que la verdadera religión hubiese quedado solamente en estas generaciones que descienden del tronco de Sem por Arphaxat hasta llegar a Abraham; aunque desde la arrogante idea de edificar la torre hasta el Cielo, con que se nos significa la impía altivez y arrogancia, se nos descubrió y manifestó la ciudad terrena; esto es, la sociedad y congregación de los impíos. Así que, si no fue antes, o si estuvo escondida, o si permanecieron ambas, es a saber, la Ciudad de Dios, en los hijos de Noé que él bendijo, y en sus descendientes y la terrena en aquel que él maldijo y en sus descendientes, entre quienes también naciese aquel gigante cazador contra el Señor, no es fácil de averiguar.
Porque acaso, lo que es más creíble, también entre los hijos de aquellos dos; aun antes que se comenzase a fundar Babilonia, hubo ya quien ofendiese y despreciase a Dios entre los hijos de Cam, quien le adorase y tributase culto; con todo, debemos creer que de los unos y de los otros nunca faltaron buenos y malos en la tierra; pues Como dice el real profeta: «Todos han declinado de su obligación, todos se han vuelto abominables, no hay uno solo que obre bien», en ambos salmos donde se hallan estas expresiones se leen también éstas: «¿Acaso no sentirán mi ira y mi omnipotencia todos los que obran maldades, y los que devoran a mi pueblo como si fuese pan?» Luego había entonces pueblo de Dios.
Lo que dice «no hay ni uno solo que haga bien», se entiende de los hijos de los hombres, y no para los hijos de Dios; pues antes había dicho: «Miró Dios desde el Cielo sobre los hijos de los hombres para ver si había alguno que conociese a Dios y procurase guardar sus mandamientos.» Y después añade todo lo necesario para darnos a entender que todos los hijos de los hombres, esto es, los que pertenecen a la ciudad que vive según el hombre, y no según Dios, son los malos.
CAPITULO XI. Que la primera lengua que usaron los hombres fue la que después de Heber se llamó hebrea, en cuya familia perseveró cuando sobrevino la confusión de lenguas
Así como cuando todos usaban un solo idioma no por eso faltaron hijos pestilenciales (porque también antes del Diluvio había una sola lengua), y, con todo, merecieron perecer todos ellos en el Diluvio, a excepción de una sola familia, la del justo Noé; así cuando Dios castigó las gentes por los méritos de su arrogante impiedad, con la diversidad de lenguas, las dividió y esparció por la tierra
Y cuando la ciudad de los impíos adquirió el nombre de confusión, esto es, se llamó Babilonia, no faltó la casa de Heber, donde se conservó la lengua que todos usaban antes. Así pues, como referí arriba, comenzando la Escritura a contar los hijos de Sem, cada uno de los cuales procreó su nación, el primero que cuenta es Heber, siendo su tercer nieto, esto es, siendo el quinto que desciende de él. Porque en la familia de éste quedó esta lengua (habiéndose dividido las demás naciones en otras lenguas, cuyo idioma con razón se cree que fue común al principio al humano linaje), es por lo que en adelante se llamó hebrea; pues entonces fue necesario distinguirla con nombre propio de las demás lenguas, así como las demás se llamaron también con sus nombres propios; porque cuando sólo había una, no se llamaba sino lengua humana, o lenguaje, con el cual hablaba todo el linaje humano.
Pero dirá alguno: ¿si en los días de Phalech, hijo de Heber, se dividió la tierra por las lenguas, esto es, por los hombres que entonces había en la tierra, de ellos debió tomar su nombre la lengua que era antes común a todos? Es de saber, sin embargo, que el mismo Heber puso por esto este nombre a su hijo, y le llamó Phalech, que quiere decir división, porque nació cuando se dividió la tierra por las lenguas; esto es en su mismo tiempo; de manera que su nombre equivalga a la frase «en sus días se dividió la tierra»; porque si no viviera Heber todavía cuando se multiplicaron las lenguas, no se designara con su nombre la lengua que pudo permanecer en su casa y familia. Por eso debe creerse que fue la primera común, pues en pena y castigo del pecado sucedió aquella multiplicación y mudanza de idiomas, y sin duda que no debió comprender este castigo al pueblo de Dios.
Tampoco Abraham, que tuvo esta lengua, la pudo dejar a todos sus hijos, sino sólo a aquellos que, nacidos y propagados por Jacob, haciendo más insigne con su multiplicación el pueblo de Dios, llegaron a poseer las promesas de Dios y la estirpe y linaje de Cristo. Ni tampoco el mismo Heber dejó esta lengua a toda su descendencia, sino sólo a aquella cuyas generaciones llegan a Abraham.
Por lo cual, aunque no conste con evidencia que hubo algún linaje de gente piadosa y temerosa de Dios cuando los impíos fabricaban y fundaban a Babilonia, no fue esta oscuridad para defraudar la intención, de los que la buscaban, sino para ejercitarla.
Porque leyendo que al principio hubo un idioma común a todos, y que de todos los hijos de Sem se celebra Heber, aunque fue el quinto que nació después de él, y viendo que se llama hebrea la lengua que conservó la autoridad de los patriarcas y, profetas, no sólo en su lenguaje, sino también en las sagradas letras, sin duda que cuando se pregunta en la división de lenguas dónde pudo quedar la que antes era común a todos, pues es de creer que allí donde ella permaneció no alcanzó el castigo que sucedió con la mudanza de ellas, ¿qué otra cosa se nos ofrece sino que quedó en la familia y nación de éste, de quien tomó su nombre, y que esto no fue pequeño indicio de la santidad de esta gente, pues castigando Dios las demás con la confusión de lenguas, no alcanzó a ésta dicho castigo?
Pero todavía cabe dudar cómo Heber y su hijo Phalech pudieron cada uno constituir y propagar su peculiar nación, si en ambos quedó una misma lengua.
Efectivamente, una sola es la Nación hebrea, la que desciende desde Heber hasta Abraham y la que por él sucesivamente prosigue hasta que creció y se hizo fuerte y numeroso él pueblo de Israel. ¿Cómo pues, todos los hijos referidos de los tres hijos de Noé hicieron cada uno su nación, y Heber y Phalech no hicieron las suyas?
Lo más probable en este particular es que el gigante Nemrod estableció igualmente su nación, aunque por causa de la excelencia de su reino y de su cuerpo le nombra separadamente; de forma que queda el número de las setenta y dos naciones y lenguas. Y habla la Escritura de Phalech, no porque propagase una nación (porque ésta es la misma nación hebrea y la misma su lengua) sino por el tiempo notable en que nació, porque entonces se dividió la tierra.
Tampoco nos debe sorprender como pudo el gigante Nemrod llegar a la edad en que se fundó la ciudad de Babilonia y tuvo lugar la confusión de lenguas y con ella la división de las gentes; pues aunque Heber sea el sexto después de Noé y Nemrod el cuarto, pudieron concurrir en aquel tiempo; porque este suceso acaeció cuando gozaban de una vida longeva, siendo pocas las generaciones, o cuando nacían más tarde en tiempo que había más.
Sin duda debemos entender ,que cuando se dividió la tierra no sólo habían ya nacido los demás nietos de Noé que se refieren por padres y cabezas de las naciones, sino que contaban tantos años y tenían tan numerosas familias que merecieron llamarse naciones.
Y no debemos imaginar que nacieron por el orden que los señala la Escritura, porque siendo así, los doce hijos de Sectas, que era otro hijo de Heber, hermano de Phalech, ¿cómo pudieron formar naciones si entendemos que nació Jectan después de su hermano Phalech, por nombrarle el sagrado texto después de él, supuesto que al tiempo que nació Phalech se dividió la tierra?
Por eso debemos entender que aunque le nombró primero, nació mucho después de su hermano Jectan, cuyos doce hijos tenían ya tan dilatadas familias que pudieron dividirse por sus propias lenguas. Así pudo nombrarle el primero, siendo en edad postrero, como refino primero entre los descendientes de los tres hijos de Noé los hijos de Japhet, que era el menor de ellos, y luego los hijos de Cam, que era el mediano, y a lo último los hijos de Sem, que era el primero y mayor de todos.
Los nombres de estas naciones en algunas regiones permanecieron, de suerte que aun en la actualidad se advierte de dónde se derivaron; como de Asur los asirios, y de Heber los hebreos; y parte con el tiempo se han mudado, de modo que hombres doctísimos, escudriñando y, examinando las historias más antiguas, apenas han Podido descubrir el origen y descendencia que de éstos traen, no digo todas las naciones, sino ésta a la otra.
Pues de lo que dicen que los egipcios descienden de un hijo de Cam, que se llamó Mesraín, no hay expresión que aluda, o corresponda con el nombre original; así como ni en los etíopes, que defienden que pertenecen a hijo de Cam, que se llamó Chús. Y si todo se considerare, hallaremos que son más los nombres que se han mudado que los que han permanecido.
CAPITULO XII. De la interrupción de tiempo que hace la Escritura en Abraham, desde quien prosigue el nuevo catálogo, continuando la santa sucesión
Observemos ahora los progresos de la Ciudad de Dios desde aquella suspensión de tiempo que hace la Sagrada Escritura en el padre de Abraham, desde donde empezamos a tener más clara noticia de ella y donde hallamos más exactas Y evidentes las divinas promesas que ahora vemos se cumplen en Cristo,
Según la noticia que tenemos de las sagradas letras, Abraham nació en la región de los caldeos, tierra que pertenecía al reino de los asirios.
En aquella sazón, y ya entre los caldeos, como entre los demás pueblos, prevalecían impías supersticiones, de forma que sólo en la casa de Tharé, de quien nació Abraham, se conservaba el culto y adoración de un solo Dios verdadero, y, según es de creer, la lengua hebrea, aunque dicha casa, según se dice por relación de Jesús Nave, sirvió a los ídolos en Mesopotamia.
Mezcláronse todos los demás de la estirpe de Heber paulatinamente con otras naciones o idiomas; por lo cual, así como por el Diluvio universal quedó únicamente intacta la casa de Noé, para la restauración del linaje humano, así en el diluvio de las supersticiones que hubo por el Universo quedó sola la casa de Tharé, en la que se conservó la planta y fundación de la Ciudad de Dios.
Finalmente, así como la Escritura enumera las generaciones anteriores hasta Noé juntamente con el número de los años, y declara la causa del Diluvio, y antes que comenzase a tratar con Noé la fábrica del Arca, dice: «Estas son las generaciones de Noé», así también aquí, habiendo contado las generaciones que descienden de Sem, hijo de Noé, hasta Abraham, pone un notable párrafo, diciendo: «Estas son las generaciones de Tharé: Tharé engendró a Abraham, Nachor y Aram; Aram engendró a Lot, y murió Aram delante de su padre en la tierra que nació, en la provincia de los caldeos, y Abraham y Nachor tomaron en matrimonio sus respectivas mujeres: la de Abraham se llamaba Sara, y la de Nachor, Melcha, hija de Aram; este Aram fue padre de Melcha y de su hermana Jesca»; la cual Jesca se cree ser la misma Sara, mujer de Abraham.
CAPITULO XIII. Qué razón hay para que en la emigración de Tharé, cuando de Caldea pasó a Mesopotamia, no se haga mención de su hijo Nachor
Después refiere la Escritura cómo Tharé con los suyos desamparó la tierra de los caldeos, vino a Mesopotamia, vivió en Charra, y no hace mención de un hijo suyo que se llamaba Nachor, como si le hubiera dejado y no le trajera consigo. Porque dice así: «Y tomó Tharé a su hijo Abraham, y a Lot, hijo de Aram, su nieto, y a su nuera Sara, mujer de Abraham; su hijo, y los sacó de la provincia de los caldeos, y los trajo a la tierra de Canaam, vino a Charra, y habitó allí. Donde iremos que no hace referencia de Nachor ni de su mujer Melcha. Sin embargo, hallamos después cuando envió Abraham a un criado suyo a buscar una mujer para su hijo Isaac, que dice la Escritura: «Tomó el criado diez camellos de los de su Señor, llevando consigo de todos los bienes y hacienda de su Señor, y vino a Mesopotamia, a la ciudad donde moraba Nachor.»
Con este y otros testimonios de la Sagrada Historia se demuestra, que Nachor, hermano de Abraham, salió también de la provincia de los caldeos y fijó su asiento y habitación en Mesopotamia, donde había vivido Abraham con su padre.
¿Y por qué motivo no hizo mención de él la Escritura, cuando Tharé desde los caldeos pasó a vivir a Mesopotamia, donde no sólo hace mención de Abraham, su hijo, sino también de Sara su nuera, y de Lot su nieto, que los llevó consigo?
¿Sería acaso porque había dejado la piedad y religión de su padre y hermano, acomodándose a la superstición de los caldeos, y después, o porque se arrepintió, o porque fue perseguido y tenido por sospechoso, también se fue de allí? Porque en el libro intitulado Judith, preguntando Holofernes, enemigo de los israelitas, qué gente era aquella con quien tenía que pelear, Achior, capitán general de los amonitas, le respondió de esta manera: «Oiga mi Señor la relación que hará este su siervo sobre el particular, porque le diré la verdad acerca de este pueblo que habita aquí en estas montañas, y no hallará mentira alguna en lo que este su siervo le dirá.
«Este pueblo desciende de los caldeos, y primero habitó en Mesopotamia, porque no quiso adorar los dioses de sus padres, los que adoraban en la tierra de los caldeos, sino que declinó del camino de sus padres, y adoró al Dios del cielo que ellos conocían; y así los echaron y desterraron de la presencia de sus dioses, y se vinieron huyendo a Mesopotamia, y vivieron allí mucho tiempo hasta que les dijo su Dios que saliesen de aquella su habitación, y se fuesen a tierra de Canaam, y viviesen allí»; y todo lo demás que cuenta allí el amonita Achior. De cuyo testimonio consta que la casa de Tharé padeció persecución de los caldeos por la verdadera religión con que ellos adoraban a un solo Dios verdadero.
CAPITULO XIV. De los años de Tharé, que acabó su vida en Charra
Muerto Tharé en Mesopotamia, donde dicen que vivió doscientos y cinco años, principian ya a manifestarse las promesas que hizo Dios a Abraham, lo cual narra la Escritura de esta manera: «Y fueron todos los días de Tharé en Charra doscientos y cinco años y murió en Charra. Pero no hemos de entender que vivió allí todos estos años, sino que los días de su vida, que fueron doscientos y cinco años, los cumplió allí.
De otra suerte no supiéramos los años que vivió Tharé, pues no se lee a cuántos años de su vida vino a Charra, y sería un absurdo pensar que en el catalogo de estas generaciones (donde con mucha exactitud se refieren los años que cada uno vivió) solamente no se hubiese hecho memoria de los años que éste vivió.
El pasar en silencio los años de algunos que nombra la misma Escritura es porque no están en este catálogo, donde se va continuando la cuenta de los tiempos con la muerte de los padres y la sucesión de los hijos, y este orden y serie de sucesiones que principia en Adán hasta Noé y desde éste se extiende hasta Abraham no contiene uno solo sin enumerar los años respectivos de su vida.
CAPITULO XV. Del tiempo en que fue hecha a Abraham la promesa por la cual, conforme al divino mandato, salió de Charra
Lo que después de la referida muerte de Tharé, padre de Abraham, dijo la Escritura: «Dijo Dios a Abraham: sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, etc»; no porque siga en este orden en el texto del libro debemos presumir que sucedió en el mismo.
Si fuese así sería la cuestión insoluble, pues después de estas palabras, de Dios a Abraham, dice la Escritura: «Y salió Abraham como se lo ordenó el Señor, llevando en su compañía a Lot, y era Abraham de setenta y cinco años cuando salió de Charra.» ¿Cómo puede ser esto verdad si después de la muerte de su padre salió de Charra?
Porque siendo Tharé de setenta años, como se nos dice arriba, procreó a Abraham, a cuyo número, añadiendo setenta y cinco años que cumplía Abraham cuando salió de Charra, hacen ciento cuarenta y cinco años: luego de ésta edad era Tharé cuando salió Abraham de aquella ciudad de Mesopotamia; porque andaba en los setenta y cinco de su edad; y por eso su padre, que le había engendrado a los setenta de la suya, tenía, como hemos dicho, ciento cuarenta y cinco años.
No salió, pues, de allí después de la muerte de su padre, esto es, después de los doscientos y cinco años que vivió su padre, sino que el año en que partió del citado pueblo, que era el setenta y cinco de su edad, y su padre le engendró a los setenta, debió ser el año 145; y así debe entenderse que la Escritura a su modo retrocedió al tiempo que había ya pasado en aquella relación; así como antes contó los nietos de Noé que estaban repartidos por sus respectivas naciones y lenguas, y después, como si esto se siguiera según el orden de los tiempos, dice: «En toda la tierra no había sino una lengua y una voz en todos». ¿Cómo, pues, estaban ya distribuidos por sí naciones e idiomas si todos no usaban más de uno, sino porque recapitulando retrocedió a lo que ya había sucedido? Así también dice aquí la Sagrada Escritura: «Y fueron los días de Tharé en Charra doscientos y cinco años, y murió Tharé en Charra»; después, volviendo a lo que dejó por concluir para completar lo que había principiado de Tharé, prosigue: «Y dijo el Señor a Abraham: sal de tu tierra, etcétera.» Consiguientemente a estas expresiones de Dios, continúa:. «Salió Abraham, como se lo dijo el Señor, se fue con él Lot, y Abraham tenía setenta y cinco años cuando salió de Charra.» Sucedió, pues, esto cuando su padre andaba en los ciento cuarenta y cinco años de su edad, porque entonces fue el setenta y cinco de la suya.
Resuélvese también esta duda de otra forma: que los setenta y cinco años de Abraham cuando salió de Charra se cuenten desde el tiempo en que le libertó Dios del fuego de los caldeos, y no desde el año en que nació; como si entendiéramos que nació entonces.
San Esteban, en los Hechos apostólicos, refiriendo esto, dice: «El sumo Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham estando en Mesopotamia antes que habitase en Charra, y le dijo: Sal de tu tierra y de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que yo te mostraré.» Conforme a estas palabras de San Esteban, no habló Dios a Abraham después de la muerte de su padre, el cual, sin duda, murió en Charra, donde vivió también en compañía de su hijo, sino antes que viviese en la misma ciudad, aunque estando ya en Mesopotamia. Luego ya había salido de los Caldeos. Lo que continúa diciendo San Esteban: «Entonces Abraham salió de la tierra de los caldeos y habitó en Charra, no manifiesta que lo hizo después que le habló Dios (porque no se salió de la tierra de los caldeos después de aquellas palabras de Dios, puesto que dice que le habló Dios en Mesopotamia), sino que aquel entonces pertenece todo aquel tiempo que transcurrió desde que salió de los caldeos y vivió en Charra, y asimismo lo que sigue: «Y de allí, después que murió su padre, le puso en esta tierra en que ahora habitáis vosotros y vuestros padres.» No dice: después, que murió su padre salió de Charra, sino de allí, después que murió su padre, le trasladó aquí.
Por este motivo debe entenderse que habló Dios a Abraham estando en Mesopotamia antes que habitase, en Charra, y que llegó a Charra con su padre guardando consigo el precepto de Dios, y de allí salió a los setenta y cinco años de su edad y a los ciento y cuarenta y cinco de la de su padre. Y el fijar su asiento en la tierra de Canaam y no salir de Charra dice que sucedió después, de la muerte de su padre, porque ya era difunto cuando compró la heredad, cuyo poseedor y señor comenzó a ser en aquel país.
Lo que le dijo Dios estando ya en Mesopotamia, esto es, habiendo ya salido de la tierra de los caldeos: «Sal de tu tierra y de entre tus parientes y de la casa de tu padre» quiere decir, no que sacase de allí el cuerpo, lo cual ya lo había practicado, sino que desarraigase de allí el alma; porque no habla salido de allí, con el corazón si tenía todavía esperanza y deseo de volver, cuya confianza y deseo se debía coartar y atajar mediante el mandato y favor de Dios y la obediencia de Abraham.
Y realmente no es creíble que Abraham, después que vino Nachor en seguimiento de su padre; cumpliera el precepto de Dios; de forma que entonces partió de Charra con Sara, su mujer, y con Lot, hijo de su hermano.
CAPITULO XVI. Del orden y la calidad de las promesas que hizo Dios a Abraham
Procedamos ya a reflexionar atentamente las promesas que hizo Dios a Abraham, porque en éstas se principiaron a manifestar más al descubierto los oráculos y promesas indefectibles de nuestro gran Dios, esto es, las del Dios verdadero, sobre el pueblo de los santos escogidos, que es el pueblo que vaticinó la autoridad profética.
La primera de éstas dice: «Dijo Dios a Abraham: Sal de tu tierra y de entre tus parientes, y de la casa de tu padre, y ve a la tierra que te manifestaré; te constituiré padre de muchas gentes, te echaré mi bendición, engrandeceré tu nombre, serás bendito, daré mi bendición a los que te bendijeren y mi maldición a los que te maldijeren, y en ti serán benditas todas las tribus y familias de la tierra.»
Debe advertirse que prometió Dios a Abraham dos cosas: la una, que su descendencia habla de poseer la tierra de Canaam, lo cual se significa donde dice: «Ve a la tierra que te manifestaré, y haré que crezcas y te propagues en muchas naciones; la otra, que es mucho más estable, se entiende, no de la descendencia carnal, sino espiritual, por la cual no es solamente padre de la nación israelita, sino de todas las gentes que siguen e imitan el ejemplo de su fe, lo cual le prometió por estas palabras: «Y en ti serán benditas todas las tribus o familias de la tierra;»
Eusebio entiende que esta promesa se le hizo a Abraham a los setenta y cinco años de su edad, como que inmediatamente que Dios se la hizo salió Abraham de Charra, pues no puede contradecirse a la Escritura, que dice: «Abraham era de setenta y cinco años cuando salió de Charra. Es así, que esta promesa se hizo en este año, luego ya vivía Abraham con su padre en charra; porque no pudiera salir de allí si no habitase allí mismo.
¿Acaso contradice esto al testimonio de San Esteban, que dice «que el Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes que habitase en Charra»? Pero ha de entenderse que en un mismo año sucedió todo esto, es a saber: la divina promesa, antes de vivir Abraham ea Charra; su morada en este pueblo, y su partida de él; no sólo porque Eusebio en sus crónicas demuestra que al cabo de cuatrocientos y treinta anos después de esta promesa fue la salida de Egipto del pueblo de Dios cuando se les dio la ley, sino también porque esto mismo lo expresa el apóstol San Pablo.
CAPITULO XVII. De los tres famosos reinos de los gentiles, uno de los cuales, que era el de los asirios, florecía ya en tiempo de Abraham
En aquel tiempo florecían Ya tres monarquías de los gentiles, en las cuales la ciudad de los hijos de la tierra, esto es, la congregación de los hombres que viven según el hombre vivía, con pompa y grandeza; es a saber: el reino de los sicionios, el de los egipcios y el de los asirios, aunque el de éstos era mucho más rico y poderoso, porque el rey Nino, hijo de Belo, había sujetado y sojuzgado, a excepción de la India todas las naciones de Asia.
Llamo Asia, no aquella parte que es una provincia del Asia mayor, sino toda la Asia, que algunos pusieron por una de las partes del mundo, y los más por la tercera, de modo que sean todas Asia, Europa y Africa, con la cual no dividieron y repartieron igualmente la tierra. Porque esta parte que llama Asia llega desde el Mediodía por el Oriente hasta el Septentrión; y Europa, desde el Septentrión hasta el Occidente; y consecutivamente, Africa, desde el Occidente hasta el Mediodía; de lo cual resulta que las dos tienen la mitad del orbe, Europa y Africa; y la otra mitad sola Asia. Pero a Europa y Africa hicieron dos partes, porque entre la una y la otra entra el Océano, que se engolfa en las sierras y forman este grande mar. Por lo que si dividiesen el orbe en dos partes, en Oriente y Occidente, el Asia tendría la una, y Europa y Africa, la otra.
Uno de los tres reinos que entonces florecían es, a saber, el de los sicionios, no estaba sometido a los asirios, por hallarse en Europa; pero el de los egipcios, ¿cómo no había de estarles sujeto si tenían subyugada a su imperio toda la Asia, a excepción, según dicen, de la India?
En Asia prevaleció imperio y dominio de la ciudad impía, cuya cabeza era Babilonia, nombre muy acomodado a esta ciudad terrena, porque Babilonia es lo mismo que confusión. En ella reinaba Nino después de la muerte de su padre Belo, que fue el primero que allí reinó sesenta y cinco años; y su hijo Nino, que, muerto el padre, sucedió en el reino, reinó cincuenta y dos años, y corría el año 43 de su reinado cuando nació. Abraham, que seria el año de 1200, poco más o menos, antes de la fundación de Roma, que fue como otra segunda Babilonia en el Occidente.
CAPITULO XVIII. Cómo habló segunda vez Dios a Abraham y le prometió que a su descendencia daría la tierra de Canaam.
Habiendo salido Abraham de Charra a los setenta y cinco años de edad y ciento cuarenta y cinco de la de su padre, acompañado de Lot, hijo de su hermano, y de Sara, su mujer, partió para la tierra de Canaam y llegó hasta Sichem, donde nuevamente recibió el divino oráculo, el cual narra así la Escritura: «Apareciósele el Señor a Abraham, y le dijo: A tu descendencia daré ésta tierra»; no le promete aquí aquella sucesión por la que se hizo padre y progenitor de todas las naciones, sino sola aquella por la que es padre únicamente de la nación israelita; y esta descendencia fue la que poseyó la mencionada tierra de Canaam.
CAPITULO XIX. Cómo el Señor conservó indemne el honor de Sara en Egipto, habiendo dicho Abraham que no era su mujer, sino su hermana
Habiendo edificado allí un altar e invocado al Señor, partió de allí Abraham y habitó hacia el desierto, de donde, obligado por el hambre, pasó a Egipto, donde dijo que su mujer era su hermana, sin incurrir en mentira, porque también lo era, por ser su parienta, así como Lot, con un mismo parentesco, siendo hijo de su hermano, se llamaba su hermano.
Calló, pues, que era su mujer, y no lo negó, dejando en manos de Dios la defensa y conservación del honor de su esposa, y previniéndose como hombre contra las humanas asechanzas, porque si no se guardaba del riesgo todo lo que podía guardarse, fuera más tentar a Dios que esperar en su Divina Majestad; sobre lo cual dijimos lo bastante perorando contra las calumnias del maniqueo Fausto.
Por último, sucedió lo que presumió Abraham del Señor, pues Faraón, rey de Egipto, que la había tomado por su esposa, siendo por ello gravemente afligido, la restituyó a su marido; en cuya acción por ningún pretexto debemos creer que la quitó su honor, siendo verosímil que esto no lo permitió Dios a Faraón, por las grandes aflicciones y males con que afligió su espíritu y su cuerpo.
CAPITULO XX. Cómo se apartaron Lot y Abraham, lo cual hicieron sin menoscabo de la caridad
Habiendo vuelto Abraham de Egipto al lugar de donde partió, se separó de Lot, hijo de su hermano, en sana paz, amor y concordia, retirándose éste a la tierra de los sodomitas; pues como se hablan enriquecido, comenzaron a tener muchos pastores para la custodia y cuidado de sus ganados, y por las contiendas que éstos suscitaban mutua y continuamente, tomaron tío y sobrino tan saludable medio, con que excusaron la contenciosa discordia de sus familiares, pues estos débiles principios pudieran, según, la instabilidad de las cosas humanas, acrecentarse y originar entre ellos grandes pesares. Y así, Abraham, por evitarlos, dijo a Lot: «No haya diferencia: ni controversias entre mis pastores y los tuyos, ya que somos deudos y hermanos. ¿Acaso no tienes a tu voluntad y disposición toda la tierra? Separémonos; si tú fueres hacia la derecha, yo me dirigiré a la izquierda; y si tú a ésta, yo hacia aquélla; de cuyo ejemplo acaso se originó entre los hombres la costumbre pacífica que se observa siempre que han de partir alguna heredad, que el mayor divida y el menor elija.
CAPITULO XXI. De la tercera promesa que hizo Dios a Abraham, en la que promete a él y a su descendencia para siempre la tierra de Canaam
Habiéndose apartado y viviendo cada uno de por sí, Abraham y Lot, obligados más por mantener en paz buena armonía su familia que por algún desliz o atentado capaz de suscita discordias, y morando Abraham en tierra de Canaam y Lot en Sodoma, tercera vez volvió Dios a hablar a Abraham, y le dijo: «Levanta los ojos mira desde el lugar donde estás a Norte y Mediodía, al Oriente y al mal que toda la tierra que ves te la he de dar a ti y a tu descendencia hasta e fin de los siglos para siempre, y hay que tu descendencia sea como las arenas de la tierra. Si es posible que alguno cuente las arenas de la tierra también podrá contar tu descendencia. Levántate, pues, y paséate por toda la tierra cuan larga y ancha es, y toma posesión de ella, porque a ti te la he de dar.»
Tampoco en esta promesa se descubre claramente si se comprende en ella la promesa en que le hizo Dios padre y cabeza de todas las naciones; pues pudiera indicar esto donde dice: «Y haré que sea tu descendencia como las arenas de la tierra, lo cual se dio por un modo de hablar que los griegos llaman hipérbole, que es una manera de hablar metafórica y no propia, y a todos los que entienden la Escritura ninguna duda que suele usar de es modo de hablar, así como de los demás tropos y figuras.
Este tropo, es decir, esta manera de hablar, se usa cuando lo que se dice es mucho más que lo que con aquella expresión se significa; porque ¿quién no advierte cuánto mayor es el número de las arenas que el número que puede haber de todos los hombres, desde mismo Adán hasta el fin del mundo ¿Cuánto mayor será que los descendientes de Abraham, no solo los que pertenecen a la nación israelita, sino también los que hay y ha de haber según la imitación de su fe, en todo el orbe de la tierra, en todas las naciones? La cual descendencia, en comparación de la multitud de los impíos verdaderamente es pequeña, aunque Estos pocos hagan también innumerable multitud, como significó la hipérbole de la arena de la tierra.
Aunque, realmente, esta multitud que prometió Dios a Abraham no es innumerable para Dios, sino para los hombres, porque para Dios tampoco lo son las arenas de la tierra.
Y pues no solamente la nación israelita, sino toda la descendencia de Abraham, donde está expresa la promesa de muchos hijos, no según la carne, sino según el espíritu, se compara más congruamente a la multitud de las arenas, podemos entender que promete Dios lo uno y lo otro. Mas por eso dijimos que no parece evidente, porque aun aquella sola nación que, según la carne, desciende de Abraham por su nieto Jacob, creció tanto, que casi llenó todas las partes del mundo, y muy bien puede ser comparada hiperbólicamente a la inmensidad de la arena, pues ésta sola es innumerable para el hombre. Por lo menos, ninguno duda que significó la tierra llamada Canaam.
Pero lo que dice: «Te la daré a ti y a tu descendencia hasta el fin del siglo, pueden ponerlo en duda algunos, si hasta el fin del siglo lo entienden para siempre eternamente; mas si entendiesen, como fielmente sostenemos, que el principio del futuro siglo empieza al terminar el presente, nada les hará dificultad, porque aunque a los israelitas los hayan echado de Jerusalén, con todo, perseveran en otras ciudades de la tierra de Canaam y perseverarán hasta el fin, y habitando en toda aquella tierra los cristianos, también ellos son descendencia de Abraham.
CAPITULO XXII. Cómo Abraham venció a los enemigos de los sodomitas cuando libró a Lot, que era llevado preso, y cómo le bendijo el sacerdote Melquisedec
Luego que Abraham recibió esta divina promesa, partió de allí y quedóse en otra población de la misma tierra, esto es, cerca del encinar de Mambré, que está en Chebrón.
Habiendo después los enemigos acometido a los de Sodoma, trayendo cinco reyes guerra contra cuatro, y siendo vencidos los de Sodoma y llevando también preso entre ellos a Lot, le libró Abraham, habiendo sacado de su casa y llevado en su compañía para aquella empresa trescientos dieciocho hombres. Y saliendo victorioso recobró todo el ganado de los sodomitas y no quiso tomar cosa alguna de los despojos, ofreciéndolos el rey para quien había alcanzado la victoria; con todo, le bendijo entonces Melquisedec, que era sacerdote de Dios excelso, de quien en la epístola que se intitula A los hebreos (que la mayor parte de los escritores dicen ser del Apóstol San Pablo, aunque otros lo niegan), se escriben muchas y notables singularidades.
En aquella población se nos descubrió y significó por primera vez el sacrificio que en la actualidad los cristianos ofrecen a Dios en todo el orbe habitado, y tiene realidad lo que mucho después de este suceso dice el real Profeta hablando de Jesucristo, que estaba aún por venir en carne: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec»; es a saber, no según el orden de Aarón, cuyo orden había de acabarse, descubriéndose los ocultos arcanos y misterios que se encubrían bajo aquellas formas significativas.
CAPITULO XXIII. Cómo habló Dios a Abraham y le prometió que había de multiplicarse su descendencia como la multitud de las estrellas, y por creerlo fue justificado aun estando todavía sin circuncidar
Entonces habló Dios a Abraham en una visión, y como le ofreciese su protección y extraordinarias mercedes y Abraham estuviese deseoso de tener sucesión, dijo que Eliezer, criado de su casa, había de ser su heredero, y al momento, le prometió Dios heredero, no al criado de su casa, sino a otro que había, de nacer del mismo Abraham; y otra vez vuelve a prometerle innumerable descendencia, no ya como las arenas de la tierra, sino como las estrellas del cielo, en lo que me parece que le prometió la descendencia, heredera de la felicidad celestial; por lo que respecta a la multitud, ¿qué son las estrellas del cielo para con la arena de la tierra? A no ser que alguno diga que también esta comparación no significa otra cosa que sería innumerable como son las estrellas. Y, efectivamente es creíble que no pueden verse todas, dado que cuanto más es sutil la vista de uno, tantas más alcanza a ver, y así aun a los que ven con más perspicacia, con razón se sospecha que se les ocultan algunas, además de aquellas que en la otra parte del orbe, distante por un dilatado espacio de nosotros, dicen que nacen y se ponen. Finalmente, todos los que se glorían que han comprendido y escrito el número de todas las estrellas, como Arato, Eudoso y otros, todos éstos quedan en el concepto de ilusos y desacreditados con la irrefragable autoridad de las sagradas letras en el Génesis.
Aquí es donde hallamos aquella sentencia; de la cual hace mención el Apóstol recomendándonos y encareciéndonos la divina gracia: «Que creyó Abraham a Dios y que se le reputó por justificación para que no se enaltezca la circuncisión y rehuse admitir a la fe de Cristo a las naciones incircuncisas; pues cuando esto acaeció y se reputó por justificación la fe de Abraham, aún no se había circuncidado.
CAPITULO XXIV. De la significación del sacrificio que mandó Dios le ofreciese Abraham, habiendo éste pedido al Señor que le explicase lo que creía
Hablándole Dios en la misma aparición, también le dijo: «Yo soy el Dios que te saqué de la región de los caldeos para darte ésta tierra, de la cual seas el heredero»; pero preguntando Abraham cómo sabría que había de ser su heredero, le dije Dios: «Toma una vaca de tres años, una cabra de tres años y un carnero de tres años, una tórtola y una paloma»; tomó, pues, Abraham todas estas cosas, y las partió, dividió por medio y las colocó enfrente unas de otras, pero no dividió las aves y bajaron (como dice la Escritura) las aves sobre aquellos cuerpos divididos, y sentóse con ellas Abraham, y estando ya para ponerse el sol acometió a Abraham un gran pavor, le invadió un temor tenebroso, y oyó que le dijeron: Ten por cierto que tus descendientes han de peregrinar en tierra ajena, que los han de poner en servidumbre y los han de afligir cuatrocientos años; pero a la nación que ellos sirvieren, yo la juzgaré y castigaré. Después de esto volverán acá con mucha hacienda, pero tú irás con tus padres en paz, habiendo pasado buena vejez, y a la cuarta generación volarán acá, porque aún no se han cumplido hasta ahora los pecados de los amorreos. Habiéndose puesto ya el sol, se levantó una llama, y he aquí un horno humeando, y unas llamaradas que corrían entre aquellas partes divididas por medio. En aquel día dispuso Dios su testamento y pactó con Abraham, diciendo: Yo daré esta tierra a tus descendientes desde el río de Egipto hasta el gran río Eufrates, es a saber, los ceneos, ceneceos, cedmoneos, cetheos, pherezeos, raphain, los amorreos, cananeos, eteos, gerheseos y jebuseos.
Todo esto sucedió en visión, y querer particularmente tratar de raíz de cada cosa sería muy largo y excedería la intención, y propósito de esta obra; bástenos saber que después que dijo la Escritura que creyó Abraham a Dios, y que se le “reputó por justificación, no se desdijo, ni faltó a esta fe, cuando dijo: «Señor, cuyo es el dominio, ¿cómo sabré que seré tu heredero?, porque le había prometido la posesión y herencia de aquella tierra. No dice cómo lo he de saber, como si todavía no lo creyese, sino cómo lo sabré, para que lo que había creído se lo manifestase con alguna semejanza con que pudiese conocer el cómo había de ser.
Así como no es desconfianza lo que dijo la Virgen María: «¿De qué manera se hará esto, si yo no conozco varón?» Porque estaba cierta de que había de ser, preguntaba el modo cómo había de ser, y preguntado esto la dijo el ángel: «Vendrá sobre ti e Espíritu Santo, y te hará sombra la virtud del Altísimo.
En efecto; aquí dio también Dios Abraham el modo y semejanza en la vaca, en la cabra, en el carnero y en las dos aves, tórtola y paloma, para que supiese que conforme a éstos había de ser lo que él no dudaba que había de ser.
Ya, pues, por la vaca quisiese significar el pueblo puesto debajo de yugo de la ley; por la cabra, que mismo pueblo había de ser pecado y por el carnero, que el mismo pueblo también había de reinar (cuyos animales se, dicen de tres años porque siendo tres los períodos más insignes y notables de los tiempos, es a sabe, desde Adán hasta Noé, desde, Noé hasta Abraham y desde éste hasta David el primero que, reprobado Saúl, establecido por voluntad del Señor el reino de la nación israelita; en este tercer orden y catálogo que comprende desde Abraham hasta David, como quien anda en la tercera edad, llegó a su juventud aquel pueblo), ya signifiquen estas cosas algún otro misterio con más conveniencia, con todo de ningún modo dudo que lo que añadió de la tórtola y de la paloma fueron figuras y significaciones espirituales, y que por lo mismo dice la Escritura: «Que no dividió las aves», porque los carnales son los que se dividen entre sí, pero los espirituales de ninguna manera, ya se desvíen y retiren del trato y comercio de los hombres, como la tórtola, ya vivan entre ellos, como la paloma. Sin embargo, una y otra ave es simple y nada perjudicial, significándonos también que en el pueblo israelita, a quien había de darse aquella tierra, los hijos de promisión habían de ser individuos, o sin división, y que, heredando el reino, habían de permanecer en la eterna felicidad.
Las aves que bajaban sobre los cuerpos que estaban divididos no significa cosa buena, sino los espíritus de este aire, que andan en busca de pasto suyo en la división de los carnales.
Que se sentó con ellos Abraham significa que también entre las divisiones de los carnales han de perseverar hasta el fin del siglo los verdaderos fieles, y que al ponerse el sol invadió a Abraham un pavor y un temor tenebroso, y significa que al fin de este siglo ha de haber grande turbación y tribulación en los fieles, de la cual dice el Señor en el Evangelio «que habrá entonces una extraordinaria tribulación, cual no la hubo, desde el principio».
Y lo que dice Abraham: «Ten por indudable que tus descendientes a han de peregrinar por tierra ajena, y que los han de poner en servidumbre, y los han de afligir cuatrocientos años», es clarísima profecía del pueblo de Israel, que había de venir a servir en Egipto, no porque había de permanecer cuatrocientos años en esta servidumbre, afligiéndolos los egipcios, sino que había de suceder esto en el año. Porque así como la escritura dice de Tharé, padre de Abraham: «Fueron los días de Tharé en Charra doscientos y cinco años», no porque allí vivió todo, sino porque allí los cumplió, así también bien aquí interpuso: servirán y los molestarán cuatrocientos años, porque este número se cumplió en aquella aflicción, y no porque todo se paso en ella.
Y dice cuatrocientos, años por la plenitud del número, aunque sean algo más, ya se cuenten desde este tiempo en que Dios prometió a Abraham esta felicidades, ya desde que nació Isaac por la descendencia de Abraham, de quien se profetizan todos estos sucesos. Porque se cuentan, como dijimos arriba, desde el año 7 de Abraham cuando le hizo Dios la primera promesa, hasta la salida de Israel de Egipto, cuatrocientos treinta años, de los cuales hace mención el Apóstol de esto modo: «A esta promesa y pacto, que hizo y juró a Dios Abraham, que llamo yo testamento, no le puede derogar o hacer irrito e inválido la ley que se promulgó cuatrocientos treinta años después del pacto y testamento.»
Así pues, estos cuatrocientos treinta años se podían llamar cuatrocientos, porque no son muchos más, cuanto más habiendo ya pasado algunos de este número cuando Abraham vio y oyó estas maravillas en visión, o cuando, teniendo ya cien anos, tuvo a su hijo Isaac, veinticinco años después de la primera promesa, quedando ya de estos cuatrocientos treinta cuatrocientos cinco, á los cuales quiso Dios llamar cuatrocientos.
Lo demás que sigue de la profecía nadie dudará que pertenece al pueblo israelita, y lo que se añade: «Habiéndose puesto el sol; formóse una llama, y he aquí un horno humeando y unas llamas de fuego que corrieron en tres aquellas medias partes divididas, significa que al fin del siglo han de ser juzgados y castigados los carnales con fuego.
Porque así como se nos significa que la aflicción de la Ciudad de Dios, bajo el poder del Anticristo, ha de ser la mayor que jamás ha habido; así como se nos significa, digo, esta aflicción con el tenebroso temor de Abraham cerca de ponerse el sol, esto es, acercándose ya el fin del siglo; así en la puesta del sol, esto es, en el mismo fin, se significa con este fuego el día del juicio, que divide los carnales que se han de salvar por el fuego y se han de condenar en fuego. Después el testamento y promesa que Dios hace a Abraham, propiamente manifiesta la tierra de Canaam y nombra en ella once naciones desde el día de Egipto hasta el grande río Eufrates; no desde el grande río de Egipto, esto es, desde el Nilo, sino desde el pequeño que divide á Egipto y Palestina, donde está la ciudad de Rhinocorura.
CAPITULO XXV. De Agar, esclava de Sara, la cual Sara quiso que fuese concubina de Abraham
Desde aquí ya se siguen, los tiempos de los hijos de Abraham, el uno tenido de la sierva Agar, y el otro de Sara, libre, de quienes hablamos ya en el libro anterior; y respecto a lo que sucedió, no hay motivo para echar la culpa a Abraham por haber tomado esta concubina, porque se valió de ella para procrear hijos y no para saciar el apetito carnal, ni por agraviar a su esposa, sino por obedecerla, quien creyó que sería consuelo de su esterilidad si la fecundidad de su esclava la hiciese suya, y con aquel privilegio o derecho que dice el Apóstol «que el varón no es señor de su cuerpo, sino su mujer», se aprovechase la mujer del cuerpo de su marido para conseguir la descendencia que no podía por si misma.
No hay en este acto deseo lascivo ni torpeza camal; la mujer entrega a su marido la esclava para tener hijos; por lo mismo la recibe el marido; ambos pretenden, no el deleite culpable, sino el fruto de la naturaleza; finalmente, cuando la esclava se ensoberbeció contra su señora porque era estéril, como la culpa de este desacato, con la sospecha y celos de mujer, la atribuyese Sara antes a su marido que a otra causa, también aquí mostró Abraham que no fue amador esclavo, sino procreador libre, y que en Agar guardó el honor y decoro a Sara, no satisfaciendo su propio apetito, sino cumpliendo la voluntad de su esposa; que la admitió, y no la pidió; pues la dijo: «Ves ahí a tu esclava, en tu poder está; haz de ella lo que te pareciere.»
CAPITULO XXVI. Dios promete a Abraham, siendo él anciano y Sara estéril un hijo de ella, y le hace padre y cabeza de las gentes, y la fe de la promesa la confirma y sella con el Sacramento de la Circuncisión
Después nació Ismael de Agar, en el cual pudo sospechar Abraham que se cumplió lo que Dios le había prometido cuando, tratando de adoptar a uno de los criados de su casa, le dijo el Señor: «No será este criado tu heredero, sino uno que saldrá de ti será tu heredero.» Para que no imaginase que esta promesa se había cumplido en el hijo que había tenido de su esclava, siendo ya de noventa y nueve años, se le apareció el Señor, y le dijo: «Yo soy Dios, procura ser agradable en mi acatamiento, vivir irreprensible y pondré mi testamento y pacto entre yo y tú, y te multiplicaré extraordinariamente. Postróse Abraham con el rostro en tierra y le habló el Señor diciendo: «Ven aquí, que yo hago mi pacto contigo, y serás padre y cabeza de muchas gentes, y no será más tu nombre Abrán, sino que te llamarás Abraham, porque te he constituido padre de muchas naciones y te multiplicaré grandemente. Te haré jefe y cabeza de las naciones, y procederán de ti reyes; haré mi pacto entre yo y tú, y entre tu descendencia después de ti por sus generaciones con pacto eterno. Seré tu Dios, y de tus descendientes después de ti, y te daré a ti y a tus sucesores esta tierra en que vives ahora peregrino, es a saber, toda la tierra de Canaam en posesión perpetua, y seré el Dios de ellos. Y dijo Dios a Abraham: Y tú guardarás mi pacto, y tu descendencia después de ti por sus generaciones. Este es el pacto que habéis de guardar entre yo y vosotros, y entre tu descendencia después de ti por sus generaciones; se circuncidará cualquiera varón que hubiese entre vosotros, y os circuncidaréis en la carne de vuestro prepucio, y servirá en señal del pacto fue hay entre yo y vosotros. Todo infante que tuviese en vuestras generaciones ocho días, circuncídese, ya sea nacido en casa, o esclavo comprado de cualquiera extraño, aunque no sea de tu sangre, se circuncidará, y estará la señal de mi pacto en vuestra carne en convención perpetua. Y el infante que no estuviere circuncidado en la carne de su prepucio al octavo día será excluido de su pueblo, porque no guardó mi pacto. Y dijo Dios a Abraham: Sarai, tu mujer, no se ha de llamar de aquí adelante Sarai, sino Sara. Yo la daré mi bendición, y tendrás de ella un hijo, y será cabeza de muchas naciones, y descenderán de él reyes, caudillos y jefes de naciones. Postróse Abraham con el rostro en tierra, rióse, y dijo en su corazón: jQue siendo yo de cien años he de tener un hijo, y siendo Sara de noventa ha de dar a luz! y dijo Abraham a Dios: Viva, Señor, este Ismael, de manera que sea agradable en tu acatamiento; y dijo Dios a Abraham: Bien está, ved aquí que Sara, tu mujer, te dará un hijo y le llamarás Isaac; yo confirmare mi pacto con él; será pacto eterno, seré su Dios, y de su descendencia después de él; y por lo tocante a Ismael, he oído tu petición, he aquí que yo lo he echado mi bendición y le he de multiplicar grandemente; engendrará y producirá doce naciones, y te haré cabeza de una grande nación; pero mi pacto le he de confirmar con Isaac, que es el que ha de nacer de Sara dentro de un año.»
Aquí están más claras las promesas de la vocación de los gentiles en Isaac, esto es, en el hijo de promisión, en que se nos significa la gracia y no la naturaleza; porque promete Dios un hijo de un anciano y de una vieja estéril, pues aunque el curso natural de la generación sea también obra de Dios, donde se ve más palpable la operación de Dios, estando la naturaleza viciada e inerte, allí con más claridad se echa de ver la gracia.
Y porque esto había de venir a ser, no por generación, sino por regeneración, por eso lo manda Dios, e impone la circuncisión, cuando le promete el hijo de Sara.
Y al mandar que todos se circunciden, no sólo los hijos, sino también los esclavos nacidos en casa y comprados, manifiesta que a todos se extiende esta gracia; porque ¿qué otra cosa significa la circuncisión que una renovación de la naturaleza ya desechada con la senectud? Y el octavo día, ¿qué otra cosa nos significa que a Cristo, quien al fin de la semana, esto es, después del sábado, resucitó? Múdanse también los nombres de los padres, todo suena novedad, y en el Viejo Testamento se entiende que está figurado el Nuevo; porque ¿qué es el Testamento Viejo sino una cubierta y sombra misteriosa del Nuevo? Y ¿qué otra cosa es el que se dice Nuevo sino una manifestación y descubrimiento del Viejo?
La risa de Abraham es una alegría del que se muestra agradecido, y no irrisión o burla de quien se manifiesta desconfiado.
Asimismo las palabras que dijo en su corazón: «¡Que de cien años he de tener hijo, y que de noventa ha de dar a luz Sara!» no son de quien duda, sino de quien se admira. Y si alguno dudase de lo que dice: «Y te daré a ti y a tus descendientes esta tierra en que vives ahora», es a saber, toda la tierra de Canaam en posesión perpetua, como se entiende que se cumplió, o se espera que se cumplirá, puesto que ninguna posesión terrena puede ser eterna, entienda y sepa que perpetuo o eterno interpretan los nuestros lo que los griegos llaman «aionión», que se deriva de siglo, porque «aión» en griego quiere decir siglo. Los latinos no se han atrevido a llamar a esto secular, por no darlo otro sentido completamente distinto; porque muchas cosas se llaman seculares que se hacen en este siglo, y pasan en bien breve tiempo; pero lo que llaman «aionión», o no tiene fin, o llega hasta el fin de este siglo.
CAPITULO XXVII. El alma del niño que no se circuncida al octavo día, perece; pues quebrantó el pacto con Dios
Asimismo puede ser dudosa la interpretación de lo que dice: «Si el infante que no se circuncidare en la carne de su prepucio perecerá su alma, de su pueblo, porque no guardó mi pacto y testamento», ya que en esto no tiene culpa el niño, cuya alma, dice, que ha de perecer, ni tampoco él quebrantó el testamento y pacto de Dios, sino sus padres, que no le quisieron circuncidar, a no ser que también los niños, no según la propiedad de su vida sino según el origen común del linaje humano, todos hayan quebrantado el testamento y pacto de Dios en aquel «en quien todos pecaron».
Porque son muchos los que se llaman testamentos o pactos de Dios, además de aquellos dos grandes, el Viejo y el Nuevo, como puede observarlo cualquiera en la Sagrada Escritura.
El primer testamento y pacto que se efectuó con el primer hombre sin duda fue aquél: «El día que comieseis del fruto del árbol vedado, moriréis»: y así se escribe en el Eclesiástico: «Que toda la carne se envejece y se consume como se gasta y deshace un vestido, porque está en vigor el testamento y pacto desde el principio del mundo, que mueran los que quebrantaren los mandamientos de Dios.»
Habiendo después promulgado Dios la ley con más claridad y diciendo el Apóstol «que donde no hay ley tampoco hay prevaricación», ¿cómo será cierto lo que dice el real Profeta «que a todos los pecadores de la tierra los tiene por prevaricadores», sino porque los que se hallan aprisionados en las cadenas de algún pecado, todos son reos y culpados de haber prevaricado y sido infractores de alguna ley?
Por lo cual, aunque los niños, como enseña la verdadera fe, nacen no particularmente, sino originalmente pecadores, y por eso confesamos que tienen necesidad de que les dispensen la singular gracia de la remisión de los pecados, sin duda que del mismo modo que son pecadores son también infractores de la ley promulgada en el Paraíso; de forma que es verdad lo uno y lo otro que expresa la Escritura: «A todos los pecadores de la tierra tuve por prevaricadores, y donde no hay ley tampoco hay prevaricación.»
Y cuando la circuncisión fue signo de la regeneración, no sin causa la generación perderá al niño por causa del pecado original con que se violó el primer testamento y pacto de Dios, si la regeneración no le libra de la pena.
Deben, pues, entenderse estos testimonios de las sagradas letras así: «El alma del que no fuere reengendrado perecerá de entre su pueblo porque infringió mi testamento y pacto», supuesto que con todos pecó él en Adán. Porque si dijera: «porque quebrantó este mi pacto», nos obligaría a entenderlo de esta circuncisión; pero como no declaró qué pacto violó el niño, nos queda libertad para entender que lo dijo por aquel pacto cuya infracción puede comprender al niño. Y si alguno opinare qué no se dijo sino por esta circuncisión, porque en ella el niño quebrantó el pacto dé Dios, no circuncidándose, bosque algún particular modo de hablar con que, sin absurdo, pueda entenderse que por eso se quebrantó el testamento y pacto. Pues aun cuando él no te violó, se quebrantó en él; y aun de este modo es de advertir que el alma del niño incircunciso no perece justamente por alguna negligencia o descuido propio que haya habido en él, sino por la obligación del pecado original.
CAPITULO XXVIII. Del cambio de los nombres de Abraham y de Sara, y cómo no pudiendo engendrar por la esterilidad de Sara y la mucha edad. de ambos, alcanzaron el beneficio de la fecundidad
Hecha esta promesa tan grande y tan clara a Abraham, cuando dijo Dios expresamente: «Te he hecho padre y cabeza de muchas gentes, y te multiplicaré grandemente; haré que salgan dé ti muchas naciones y muchos reyes, cuya promesa vemos ahora que se cumple en Cristo.» De allí adelante, a aquellos casados, marido y mujer, no los llama la Escritura como se llamaban antes, Abrán y Sarai, sino como nosotros los hemos llamado desde el principio, y así los llaman todos Abraham y Sara. De haber mudado el nombre a Abraham se le da la razón, porque dice: «Haré que seas padre de muchas gentes.» Esto hemos de entender que significa Abraham, pero Abrán, como antes se llamaba, quiere decir padre excelso. No se pone la razón del cambio del nombre de Sara, aunque, según dicen los que escribieron las interpretaciones de los nombres de la Sagrada Escritura, Sarai quiere decir princesa mía, y Sara, virtud; y así se dice en la carta de San Pablo a los hebreos: «Sara, por la fe, recibió virtud para concebir.» Ambos eran ancianos, como dice la Escritura, y ella estéril. Esta es la maravilla que encarece el Apóstol, y por eso dice que estaba ya muerto el cuerpo de Abraham.
CAPITULO XXIX. De los tres hombres o ángeles en quienes se cuenta que se apareció el Señor a Abraham unto al encinar de Mambré
Asimismo se apareció Dios a Abraham junto al encinar de Mambré en figura de tres varones, quienes no hay duda que fueron ángeles, aun que hay algunos que imaginan haber sido uno de ellos Nuestro Señor Jesucristo, de quien, dicen, que antes de vestirse de nuestra carne mortal era visible.
Puede, ciertamente, Dios, que tiene naturaleza invisible, incorpórea e inmutable, aparecer a los ojos mortales sin cambio alguno suyo, no por sí mismo, sino en figura de alguna de sus criaturas.
¿Qué cosa hay que no esté sujeta y subordinada a este gran Dios?
Pero si dicen que algunos de estos tres fue Cristo, porque, habiendo visto tres, habló en singular con el Señor pues dice la Escritura: «Y he aquí que tres varones se acercaron a él, y viéndolos, salió corriendo a recibirlos desde la puerta de su tabernáculo, e inclinándose hacia la tierra, dijo: Señor si he hallado gracia en tu acatamiento, etc.», ¿por qué no advierten, que dos de ellos habían ido a destruir a los sodomitas, estando todavía Abraham hablando con el otro, y llamándole Señor, e intercediendo para que no destruyese en Sodoma al justo juntamente con el pecador? A los otros dos los recibió Lot, y asimismo en el razonamiento que tuvo con ellos, siendo dos; los llamó en singular Señor. Porque habiéndoles dicho en plural: «Venid, Señor, y serviros de la casa de vuestro siervo», y lo demás que allí dice, sin embargo, leemos después: «Y tomaron los ángeles de la mano a Lot, a, su mujer y á sus dos hijos, porque el Señor le quería perdonar, y luego que sacaron de la ciudad, le dijeron: huye y libra tu vida; no vuelvas la cabeza ni mires atrás, y no pares en esta región; acógete al monte y ponte en salvo porque no perezcas. Y Lot les dijo: Suplícote, Señor, ya que tu siervo ha hallado misericordia en tu acatamiento…», con lo demás que se sigue. Después, a continuación de estas expresiones, le respondió el Señor asimismo en número singular estando en los dos ángeles, diciendo: «He oído tu petición y uso contigo de misericordia.»
Es, pues, mucho más creíble que Abraham en los tres, y Lot en los dos, reconocieron al Señor con quien hablaban en persona singular, aun cuando imaginaban que eran hombres, porque no por otra causa los recibieron y hospedaron, sino para servirles como a mortales, y que tenían, necesidad del humano socorro.
Con todo, había ciertamente alguna cualidad en ellos, por la cual eran tan excelentes y notables, aunque bajo apariencia de hombres, que los que los hospedaban no podían dudar que en ellos estaba el Señor, como suele estar en los profetas; y por eso, en repetidas ocasiones, les hablaban en plural, llamándoles señores, y algunas veces en singular, hablando con el Señor en ellos. Sin embargo, dice expresamente la Escritura que eran ángeles, no sólo en el libro del Génesis, donde se refiere esta historia, sino también San Pablo en su carta a los hebreos, donde, elogiando la hospitalidad, dice: «Que por este motivo algunos, ignorándolo, hospedaron a los ángeles.»
Prometiéndole, pues, nuevamente a Abraham aquellos tres varones un hijo de Sara, dice la divina promesa de esta forma, hablando con Abraham «Nacerá de él una nación grande y dilatada, y serán benditas en él todas las gentes de la tierra.» Aquí también se le prometen aquellas dos cosas, brevísima y plenísimamente: la gente de Israel, según la carne, y todas las demás naciones, según la fe.
CAPITULO XXX. Cómo libró Dios a Lot de Sodoma, y asoló a los sodomitas con luego del cielo
Después de esta promesa, habiendo Dios librado a Lot de Sodoma, bajó del cielo una lluvia de fuego, y convirtió en cenizas y pavesas toda la región de aquella abominable ciudad, donde eran tan comunes y lícitos los estupros, como otros crímenes que suelen permitir las leyes. Aunque el castigó de éstos fue una figura o representación del futuro juicio de Dios.
¿Qué quiere decir el prohibir a los que libertaban los ángeles volver la vista atrás sino que no hemos de volver con el ánimo y el corazón a la vida pasada que dejamos cuando nos reengendramos por la gracia, si queremos librarnos del ultimo juicio?
La mujer de Lot, en el mismo lugar que miró hacia atrás, allí quedo convertida en estatua de sal, dejando a los fieles preservativo para que aprendan a guardarse de igual fracaso.
A poco tiempo sucedió a Abraham en Gerara con Abimelech, rey de aquella ciudad, lo mismo que en Egipto, cuando Faraón le tomó a Sara su esposa. Se la volvió Abimelech sin haberla tocado de modo alguno; también increpando el rey a Abraham porque le había ocultado que era su esposa, diciéndole que era su hermana, contestó Abraham al cargo diciéndole, entre otras cosas: «Realmente es hermana mía por parte de padre, mas no de la de madre», porque por parte de su padre era hermana de Abraham, uniéndoles tan inmediato parentesco; y fue tan hermosa que aun en aquella edad pudo ser apreciada.
CAPITULO XXXI. Del nacimiento de Isaac, según la promesa de Dios
Después de esto le nació a Abraham, según la promesa de Dios, un hijo de Sara, a quien llamó Isaac, que quiere decir risa, porque se rió el padre, admirándose de alegría, cuando se lo prometió Dios; y asimismo se rió su madre cuando en otra ocasión se lo ofrecieron aquellos tres mancebos, dudando de contento, aunque se lo zahirió y reprendió el ángel; porque aquella risa, aunque fue también de gozo, sin embargo, no fue, efecto de una fe y esperanza perpetua, por lo que después el mismo ángel la confirmé en la fe, de donde tomó su nombre el niño.
Y que aquella risa no fue burlarse de él, o escarnio, sino celebrar su interior alegría y contento, lo manifestó Sara en que apenas nació Isaac le puso aquel nombre, porque dijo: «Me ha hecho reír el Señor, y cualquiera que lo oyere se reirá y alegrará conmigo.»
A muy poco tiempo echan de la casa a la esclava con su hijo, cuya acción significa, según el Apóstol, los dos testamentos: el Viejo y el Nuevo, donde Sara nos representa la figura de la Jerusalén celestial, esto es, de la Ciudad de Dios.
CAPITULO XXXII. De la fe y obediencia de Abraham, con que fue probado, recibiendo orden de sacrificar a su hijo, y de la muerte de Sara
Entre otras cosas, que sería larga digresión el relatar, tienta Dios a Abraham, pidiéndole que le ofrezca en sacrificio a su querido hijo Isaac, para que quedase probada su santa obediencia, y se manifestase a los ojos del mundo, no a los de Dios. No hemos de tener por malas todas las tentaciones, sino que debemos estimar y agradecer la que sirve de prueba.
Por lo general, el corazón del hombre no puede tener de otra forma noticia de sí mismo, si no le dijera y declarara sus fuerzas, examinándole y preguntándole en cierto modo la tentación, no con palabras, sino con la misma experiencia; y si en tal caso reconoce la merced de Dios, entonces es santo, entonces se fortalece con la firmeza y fortaleza de la gracia, y no se deja hinchar con la vanidad de la arrogancia.
Nunca, sin duda, creyó Abraham que gustaba Dios de víctimas humanas; pero instando el mandato del Señor, se debe obedecer y no replicar.
Con todo, Abraham es digno de elogio, pues habiendo de sacrificar a su hijo, creyó que resucitaría, porque le había dicho Dios, al no querer cumplir la voluntad de su esposa Sara sobre desterrar de su casa a la esclava y a su hijo: «Por Isaac has de tener la descendencia», y, sin embargo, en el mismo lugar prosigue diciendo: «y al hijo de esta esclava le haré que sea padre y cabeza de una gran nación, porque es tu hijo.» ¿Cómo, pues, dice que por Isaac ha de tener la descendencia, llamando Dios también a Ismael su hijo y descendencia? Declarando el Apóstol qué quiere decir por Isaac has de tener tu descendencia, dice; «Que no los que son hijos de Abraham, según la carne, son los hijos de Dios, sino los que son hijos y herederos de la divina promesa, los cuales se reputan por descendientes y verdaderos hijos de Abraham», y por eso los hijos de promisión, para que sean descendientes de Abraham, deben proceder de Isaac, esto es, se congregan y unen a Cristo llamándolos la gracia.
Teniendo, pues, esta promesa por infalible y cierta el piadoso y religioso padre, y observando que por este hijo, a quien Dios mandaba sacrificar, se había de cumplir necesariamente esta promesa, no dudó que podía volvérselo vivo después de haberle sacrificado quien se lo pudo dar, estando naturalmente inhabilitado para la procreación; y de este modo se entiende y expone expresamente en la Epístola de San Pablo a los hebreos: «Insigne -dice- fue la fe de Abraham, que, siendo tentado en Isaac, ofreció a su unigénito, en quien le había hecho Dios sus promesas, y por quien le había dicho: la descendencia que procederá de Isaac será la tuya, en quien he de cumplir mi promesa; creyendo que, aun de entre los muertos, podía resucitarle Dios.» Y por eso añadió: «Que ésta fue igualmente la causa por qué le tomó por figura y semejanza.» ¿Y de quién sino de Aquel de quien dice el mismo Apóstol: «Que no, perdonó a su propio Hijo, sino que le entregó por la redención de todos nosotros»? Por eso también Isaac llevó, como el Señor su cruz, la leña a cuestas, sobre la cual le habían de poner en el lugar del sacrificio. Finalmente, porque no convino que muriese Isaac, después que ordenó Dios a su padre que no le quitase la vida, ¿qué quiere significar aquel carnero que, habiéndole sacrificado, con la figura de su sangre se cumplió el sacrificio? Pues cuando le vio Abraham estaba asido y enzarzado con los cuernos en una mata: ¿a quién, pues, figuraba éste sino a Cristo nuestro Señor, que antes de ser sacrificado le coronaron los judíos con espinas?
Pero dejemos eso y oigamos lo que nos dice el ángel: «Y echó Abraham mano al cuchillo para sacrificar a su hijo, y llamóle el ángel del Señor, y le dijo: Abraham; y éste respondió: Vedme aquí, Señor, ¿qué es lo que mandas? Y le dijo: No descargues tu mano sobre ese joven, ni le hagas daño, porque ahora he conocido que temes a tu Dios, pues por mi amor no has perdonado a tu querido hijo.» Ahora he conocido, quiere decir, ahora he hecho que conozcan lo que Dios no ignoraba.
Después, habiendo sacrificado en lugar de su hijo Isaac al carnero, nombró Abraham, según dice la Escritura, a aquel lugar «el Señor ve», y, como dicen actualmente: «el monte en que el Señor apareció». Así como dijo: «Ahora he conocido», por decir: he hecho que conozcan, así también aquí «el Señor vio» debe entenderse el Señor apareció, esto es, hizo que le viesen: «Y llamó segunda vez el ángel del Señor a Abraham desde el cielo, diciendo: «Por mí mismo he jurado dice el Señor porque obedeciste mi mandato, y por mi amor no perdonaste a tu querido hijo, cierta e infaliblemente te echaré mi bendición y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas; y tu descendencia poseerá las ciudades de sus enemigos, y todas los naciones de la tierra serán benditas en tu descendencia porque obedeciste mi voz.»
De este modo, después del sacrificio que fue figura de Cristo, confirmó Dios también, con juramento aquella promesa de la Vocación de los gentiles en la descendencia de Abraham, pues en muchas ocasiones lo había prometido pero jamás lo había jurado. ¿Y qué es el juramento de Dios verdadero, y que dice siempre erdad, sino una confirmación de la promesa y una especial reprensión de nuestra infidelidad e incredulidad?
Después de esto murió Sara a los ciento veintisiete años de su edad, y a los ciento treinta y siete de su marido, porque la llevaba diez años, como dijo el mismo patriarca cuando Dios le ofreció un hijo de ella: «¡Que siendo ya de cien años he de tener un hijo, y siendo Sara de noventa ha de concebir!» Compró Abraham una heredad en que sepultó a su mujer, y entonces, según la relación de San Esteban, fijó su residencia en aquella tierra, porque comenzó a tener en ella posesiones heredadas por la muerte de su padre, quien, según conjeturas probables, falleció dos años antes.
CAPÍTULO XXXIII. De Rebeca, nieta de Nachor, con quien se casó, Isaac
Después de esto, siendo Isaac ya de cuarenta anos, se casó con Rebeca, nieta de su tío Nachor, es a saber, a los ciento y cuarenta años de la edad de su padre, tres años después de muerta su madre.
Y cuando para casarse con ella envió su padre a Mesopotamia un criado suyo, ¿qué otra cosa nos quiso significar cuando a este criado le dijo Abraham: «Llega tu mano a mi muslo y júrame por el Señor Dios del cielo y por el Señor: de la tierra que no tomarás ni recibirás por mujer para mi hijo Isaac a ninguna de las hijas de los Cananeos», sino que el Señor Dios del cielo y de la tierra había de venir hecho hombre, descendiendo de aquel tronco y de aquel muslo? ¿Acaso son pequeños estos indicios de la verdad profetizada que vemos cumplida en Jesucristo?
CAPITULO XXXIV. Qué significación tiene el que Abraham, después de la muerte, de Sara, se casó con Cethura
¿Y qué quiere significar que Abraham, después de la muerte de Sara, contrajo matrimonio con Cethura? Lo cual por ningún motivo debemos sospechar que fue efecto de incontinencia, especialmente en una edad avanzada cual era la suya, y en una santidad de fe y virtudes como eran las que ilustraban a este patriarca. ¿Acaso pretendía todavía tener hijos teniendo ya por el inefable testimonio de la divina promesa una multitud tan dilatada de hijos por la estirpe de Isaac, significados en las estrellas del cielo y en la arena de la tierra?
Pero si Agar e Ismael, según la doctrina del Apóstol de las gentes, San Pablo, significaron propiamente a los hombres carnales del Antiguo Testamento, ¿por qué causa Cethura y sus hijos no han de significar y representar del mismo modo los carnales que imaginan pertenecer al Nuevo Testamento? A las dos las llama la Escritura mujeres y concubinas de Abraham; pero a Sara jamás la llamó concubina, sino solamente mujer, en atención a que aun cuando Sara concedió a su esposo para el efecto de la procreación a su esclava Agar, dice el sagrado texto: «Tomó Sara, mujer de Abraham, a Agar, esclava suya, natural de Egipto, a los diez años de vivir Abraham en la tierra de Canaam, y se la dio a Abraham, su esposo, por mujer», y de Cethura, que la tomó en matrimonio después del fallecimiento de Sara, dice así: «Volvió Abraham a casarse otra vez con una mujer llamada Cethura.» Ved aquí cómo ambas se llaman mujeres y ambas se halla que fueron concubinas, porque añade después la Escritura: «Que dio Abraham toda su hacienda raíz a Isaac su hijo; y a los hijos de- sus concubinas les repartió una porción de los bienes muebles, separándolos de su hijo Isaac aun viviendo él y enviándolos hacia la tierra oriental.»
Así que los hijos de las concubinas tienen algunos bienes, pero no heredan el reino prometido; ni los herejes, ni los judíos carnales, porque a excepción de Isaac, no hay otro heredero: «ni los que descienden de Abraham, según la carne, son los hijos de Dios, sino los que son hijos y herederos de la divina promesa, esos mismos tiene Dios por descendientes y verdaderos hijos de Abraham, de quienes dice la Escritura: la descendencia que procederá de Isaac, esa será la tuya, en quien he de cumplir mi promesa.»
En verdad no hallo razón para que Cethura, con quien casó después del fallecimiento de su mujer, se llame concubina, si no es por este misterio; pero el que no quisiere tomarlo bajo está significación, no por eso calumnie a Abraham. ¿Y quién podrá saber si Dios previó esto con su divina presciencia, contra las herejías que habían de suscitarse respecto de las segundas nupcias, para que en el padre y cabeza de muchas naciones, casándose segunda vez después de la muerte de su mujer, se nos manifestase con toda evidencia que no era pecado?
Murió, pues, Abraham siendo de ciento setenta y cinco años», y dejó, según este cálculo, a su hijo Isaac en la edad de setenta y cinco años, supuesto que le tuvo en la de ciento.
CAPITULO XXXV. Que nos significó el Espíritu Santo en los gemelos estando aún encerrados en el vientre de su madre
Vemos ya desde ahora cómo van discurriendo los tiempos de la Ciudad de Dios por los descendientes de Abraham, desde el primer año de la vida de Isaac hasta los sesenta en que tuvo hijos.
Es digno de nuestra admiración que, suplicando este santo patriarca a Dios le concediese sucesión en su esposa, que era estéril, y condescendiendo el Señor a su petición, y, por consiguiente, habiendo concebido Rebeca, los gemelos luchaban entre sí estando aún encerrados en el vientre de su madre, y teniendo ella un grande pesar por esta novedad, preguntó al Señor la causa de ello, quien le respondió: «Dos naciones traes en tu vientre y dos pueblos se dividirán en tus entrañas: el uno vencerá al otro y el mayor servirá al menor.» En cuyo vaticinio quiere el Apóstol San Pablo que se nos dé a entender un gran documento sobre la gracia, porque antes que naciesen ni, practicasen acción buena ni mala, sin tener méritos algunos recomendables, eligió Dios al menor, reprobando al mayor, siendo iguales en el pecado original y sin tener ninguno de ellos pecado propio.
No nos permite ahora el orden y objeto de esta obra alargarnos ea este punto, especialmente habiendo raciocinado sobre él lo bastante en otros libros. Aquellas palabras, donde dice «el mayor servirá al menor», casi ninguno de nuestros santos doctores las han entendido de otra forma, sino que el mayor pueblo de los judíos había de servir al pueblo menor dé los cristianos. Y en realidad de verdad, aunque puede parecer que se cumplió esto en la nación de los idumeos, la cual descendía del mayor, que tuvo dos nombres (porque se llamaba Esaú y Edom, de donde se dijeron los idumeos), dado que después de algún tiempo había de ser vencida por el pueblo que descendía del menor, esto es, del pueblo de Israel, a quien había de estar sujeta; sin embargo, con más justa causa se cree que algún objeto de mayor entidad se enderezó esta profecía: que un pueblo vencerá al otro y el mayor servirá al menor. ¿Y qué es esto sino lo que vemos claramente que se verifica en los judíos y los cristianos?
CAPITULO XXXVI. De la profecía y bendición que recibió Isaac, del mismo modo que su padre, la cual fue por respeto a los méritos y caridad del mismo padre
Recibió también Isaac una profecía como la había recibido en diferentes ocasiones su padre, de la cual dice así la Escritura: «Sobrevino en la tierra una hambre, además de la que sobrevino en tiempo de Abraham, y se trasladó Isaac a Gerara, donde gobernaba Abimelech, rey de los filisteos, y apareciéndosele el Señor, le dijo: No desciendas a Egipto, pero habita en la tierra que yo te señalare; vive en esta tierra; yo estaré contigo y te echaré mi bendición, porque a ti y a tus descendientes tengo de dar toda esta tierra y cumpliré el juramento que hice a tu padre Abraham; multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, les daré toda esta tierra y serán benditas en tu descendencia todas las naciones de la tierra, porque obedeció Abraham a mi voz, observó mis preceptos, mis mandatos, mis justificaciones y mis leyes.» Este patriarca tuvo otra mujer ni concubina alguna, sino que se contentó con la descendencia que tuvo en los dos gemelos que de un parto le dio a luz su esposa. También receló que la hermosura de ésta padeciese algún peligro viviendo entre extraños, e hizo lo que su padre, publicando que era su hermana y ocultando el que era su mujer, la que era asimismo parienta suya de parte de su padre y de su madre; pero, sin embargo, quedó intacta y libre de la liviandad de los extraños, sabido ya que era su mujer. No debemos, sin embargo, preferirle y anteponerle a su padre porque no conoció a otra que a su mujer propia; y, sin duda, los méritos de la fe, obediencia y sumisión de su padre, pues dice Dios que, por respeto a él, hace a Isaac los beneficios que le dispensa. «Serán benditas, dice, en tu descendencia todas las naciones de la tierra, porque obedeció Abraham a mi voz y guardó mis preceptos, mis mandatos, mis justificaciones y mis leyes.; y en otra profecía: «Yo, dice, soy Dios de Abraham, tu padre; no temas, porque yo estaré contigo; te he echado mi bendición y multiplicaré tu descendencia por respeto y afecto a tu padre Abraham.; para que entendamos lo primero cuán castamente hizo Abraham lo que los impuros y lascivos, que pretenden ‘justificar sus liviandades con la autoridad de las sagradas letras, creen que practicó por efecto de algún apetito torpe; lo segundo, para que también sepamos cómo hemos de comparar las personas entre sí, no por alguna cualidad o prenda singular que cada uno tenga particularmente, sino que en cada uno debemos considerarlo y ponderarlo todo; porque puede suceder que uno tenga en su vida y costumbres cierta gracia, en que se aventaje a otro y que ésta sea mucho más excelente que aquella en que el otro le excede.
Y así, aunque con sano y cuerdo juicio, se prefiera la continencia al matrimonio, sin embargo, es mejor el hombre fiel casado que el infiel continente. Pues el infiel no sólo es menos dignó de elogio, sino muy reprensible.
Supongamos a ambos fieles y buenos; aun así, seguramente es mejor el casado fiel y obediente a Dios que el continente de menos fe e incrédulo y menos obediente; pero si en las demás cualidades son iguales, ¿quién duda preferir el continente casado?
CAPITULO XXXVII. Lo que se figura místicamente en Esaú y Jacob
Los dos hijos de Isaac, Esaú y Jacob, igualmente iban creciendo; pero la primogenitura del mayor se transfiere al menor por pacto y convención que hubo entre ellos; porque al mayor le acometió un desordenado apetito de comer lentejas, que el menor había condimentado para sí; y por ellas vendió a su hermano, con juramento, su derecho de primogenitura. En cuyo ejemplo se nos enseña y advierte cómo puede ser uno culpable en la comida, no por la diferencia del manjar, sino por la demasiada ansia y antojo de él.
Llega a la vejez Isaac, y con ella pierde la vista; quiere bendecir a su hijo mayor, y en lugar de él, ignorándolo, bendice al menor; quien, porque su hermano mayor era velloso, acomodándose unas pieles de cabrito, como quien se carga y lleva pecados ajenos, se sometió y dejó tocar de las manos de su padre. Esta cautela de Jacob, para que no creyésemos que era fraudulenta y engañosa y no dejásemos de buscar en ella el misterio de un célebre arcano, nos la advirtió ya arriba la Escritura, diciendo: «Que Esaú era muy aficionado a. la caza y a estar en el campo, y Jacob, hombre sencillo, amigo de vivir en casa»; esto es, según el sentir de algunos doctores, sin fraude ni malicia. Pero aunque se diga sin engaño o sencillo, mejor dicho, sin ficción, que en griego se dice aplastos, ¿cuál es el engaño que cometió en tomar este hombre sin dolo la bendición? ¿Qué engaño hay en este hombre sencillo? ¿Qué ficción en éste, que no, miente, sino un profundo misterio de la misma verdad? Veamos cuál es la bendición: «¡Oh!, el olor de mi hijo, dice, es como el olor y fragancia que echa de sí un campo cultivado, a quien Dios hizo fértil y alegre; déte, pues, Dios el rocío del cielo. y de la fertilidad de la tierra abundancia de trigo y de vino; sírvante las gentes, adórente los príncipes, seas señor de tu hermano y adórente los hijos de tu padre, sea maldito el que te maldijere y bendito el que te bendijere.»
La bendición de Jacob es la predicación de Jesucristo a todas las gentes. Esto es lo que se hizo, esto es lo que se realiza. La ley y la profecía están en Isaac; y también por boca de los judíos bendice ¡a ley a Jesucristo, aun, que ellos no lo saben, porque no saben ni entienden la ley. Llénase el mundo como un campo del olor y fragancia del nombre de Cristo, su bendición es del rocío del cielo, esto es, de la lluvia y riego de la palabra divina, y de la abundancia y fertilidad de la tierra, esto es, de la congregación de las gentes y naciones; suya es la riqueza del trigo y del vino, esto es, la muchedumbre que va juntando y recogiendo el trigo y el vino en el adorable Sacramento de su Santísimo Cuerpo y Sangre; él es a quien sirven, las gentes, a quien adoran los príncipes; él es el Señor de su hermano, porque su pueblo domina a los judíos; él es a quien veneran y tributan culto los hijos de su Padre, esto es, los hijos de Abraham según la fe, porque también él es hijo de Abraham según la carne; el que le maldijere es maldito, y quien le bendijere, bendito.
Digo que a este nuestro Señor Jesucristo los mismos judíos, aunque equivocados, sin embargo, mientras cantan y blasonan la ley y los profetas le bendicen, esto es, verdaderamente le proclaman, imaginando que bendicen a otro, a quien por equivocación o engaño esperan.
Ved aquí que volviendo el mayor por la bendición prometida, se pasma Isaac, y advirtiendo que había bendecido a uno por otro, se admira, y pregunta quién es aquel a quien bendijo; con todo, no se queja de haber sido engañado; al contrario, habiéndose revelado en su interior’ este misterio tan grande, excusa y ataja la indignación y enojo, y confirma la bendición: «¿Quién es, dice, el que fue a caza, me la trajo, me la introdujo aquí, y comí de todo antes que tú vinieses, y le bendije, y quedará bendito?» ¿Quién no aguardaría aquí una maldición de un hombre enojado si no se hiciera todo por inspiración divina, y no por traza humana? ¡Oh sucesos, pero sucesos encaminados con espíritu profético en la tierra, mas por orden del cielo; manejados por los hombres, pero guiados por el Divino Espíritu! Si quisiéramos examinar cada palabra de por sí, está todo tan lleno de misterios, que fuera necesario escribir muchos libros; pero habiendo de poner modo y tasa con moderación a esta obra, es fuerza que caminemos a otros asuntos.
CAPITULO XXXVIII. Cómo enviaron sus padres a Jacob a Mesopotamia para que se casase allí, y de la visión que vio soñando en el camino, y de sus cuatro mujeres, habiendo pedido no más de una
Envían sus padres a Jacob a Mesopotamia para que allí contraiga matrimonio; las palabras que le dice el padre son éstas: «Mira, hijo, que no te cases con ninguna de las hijas de los cananeos; anda, y ve a Mesopotamia a casa de Batuel, tu abuelo, padre de tu madre, y allí tomarás por mujer a alguna de las hijas de Labán, tu tío, hermano de tu madre; y ruego a mi Dios que te eche su bendición, y te acreciente y multiplique, y seas cabeza y caudillo de las gentes, y te dé la bendición de tu padre Abraham a ti y a tu descendencia después de ti, para que heredes y poseas la tierra en que vives, la cual prometió Dios a Abraham.»
Aquí ya vemos distinta y separada la descendencia de Jacob de la otra descendencia de Isaac, que principia en Esaú. Porque cuando dijo Dios: «En Isaac has de tener la descendencia que te he prometido», que es la que pertenece a la Ciudad de Dios, entonces hizo allí distinción y separación de la otra descendencia de Abraham, por el hijo de la esclava, y de la que había de ir después por los hijos de Cethura, pero todavía ‘estaba aquí en duda en los dos gemelos ,hijos de Isaac, si aquella bendición pertenecía a ambos o uno de ellos, y si al uno, a cuál lo que se declara y especifica aquí bendiciendo su padre proféticamente a Jacob y diciéndole que sea cabeza y caudillo de las gentes, y que le dé Dios la bendición de su padre Abraham.
Caminando, pues, Jacob a Mesopotamia tuvo una revelación en sueños, la cual refiere así la Escritura: «Partiendo, pues, Jacob de Bersabé, que significa fuente o pozo del juramento, caminó para Charra, y llegando casualmente a cierto lugar, queriendo descansar después de ponerse el sol, tomó una de las piedras que había allí, y acomodándola debajo de su cabeza, durmió en aquel lugar, y soñó y vio una escalera fijada en la tierra, cuya punta se elevaba hasta tocar en el Cielo, que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella, que el Señor estaba apoyado sobre ella, y le dijo: Yo soy Dios de tu padre Abraham, y Dios de Isaac; no temas; la tierra en que duermes te la he de dar a ti y a tu descendencia, y será tu posteridad tan dilatada y numerosa como la arena de, la tierra, y se extenderá hacia el mar occidental, hacia el Oriente, al Septentrión y al Mediodía.; y en ti y en tu descendencia vendrán a ser benditas todas las tribus y familias de la tierra. Advierte que yo estaré contigo, te guardaré por cualquier parte que vayas, te volveré a está tierra, y no te desampararé hasta que cumpla todo lo que te he prometido. Y despertando Jacob de su sueño, dijo: El Señor está en este lugar, y yo lo ignoraba; y temeroso, añadió: Cuán terrible es este lugar; no hay aquí más que la casa de Dios y la puerta del Cielo. Levantóse Jacob y tomó el canto que había tenido por cabecera, levantóle, y le fijó como padrón para perpetua memoria de los siglos venideros; derramó aceite sobre él, y puso por nombre a aquel lugar Bethel, o casa de Dios.» Estas expresiones encierran, una profecía, y no debemos entender que, como idólatra, derramó aquí el aceite Jacob sobre la piedra, consagrándola como si fuese Dios, porque ni adoró a la piedra ni la ofreció sacrificio, sino que así como el nombre de Cristo se deriva de crisma, esto es, de la unción, sin duda figuró aquí algún misterio que pertenece a este grande Sacramento. Y esta escalera parece que es la que nos trae a la memoria el mismo Salvador en el Evangelio, donde, habiendo dicho de Nathanael: «Ved aquí al verdadero israelita en quien no hay fraude ni engaño, porque Israel, que es el mismo Jacob, es el que vio esta, visión, y añade: «Con toda verdad os digo que habéis de ver abrirse el Cielo, subir y bajar los ángeles de Dios sobre el hijo del hombre.»
Caminó, pues, Jacob a Mesopotamia para casarse allí. Y refiere la Escritura cómo sucedió el llegar a tener cuatro mujeres, en quienes tuvo doce hijos y una hija, sin haber deseado ilícitamente a ninguna de ellas, porque vino con intención de casarse con una; pero como le supusieron una por otra, tampoco desechó aquélla, y siendo en tiempo que ninguna ley prohibía tener muchas mujeres, vino a recibir también por mujer a aquella a quien solamente había dado palabra y fe del futuro matrimonio, la cual, siendo estéril, dio a su marido una esclava suya para tener hijos de ella, e imitando esto, su hermana mayor, aunque ya había concebido y dado a luz, hizo otro tanto, porque deseaba tener muchos hijos.
No se lee, pues, que pidiese Jacob sino una, ni conoció carnalmente a muchas, sino con el fin de procrear hijos, guardando su respectivo privilegio al matrimonio, de conformidad que aun esto no lo hubiese hecho si sus mujeres, que tenían legítima potestad sobre su marido, no se lo rogaran.
Tuvo Jacob en sus cuatro, mujeres doce hijos y una hija; después entró en Egipto, porque su hijo José, habiendo sido vendido por sus envidiosos hermanos y conducido a Egipto, llegó a conseguir aquí grande elevación y dignidad.
CAPITULO XXXIX. Por qué razón Jacob se llamó también Israel
Llamábase Jacob, como dije poco antes, por otro nombre Israel, de cuyo nombre se llamó más comúnmente el pueblo que descendió de él, el cual se lo puso el ángel cuando luchó con él en el camino, al tiempo de regresar de Mesopotamia, y aquel ángel fue ciertamente figura de Cristo; porque el haber prevalecido Jacob contra él, que fue, sin duda, queriéndolo él, por figurar el misterio, significa la, pasión de Cristo, donde, al parecer, prevalecieron contra él los judíos, y con todo, alcanzó la bendición del mismo ángel que había vencido.
La imposición de este nombre fue, pues, su bendición, porque Israel quiere decir el que ve a Dios, lo cual vendrá a ser al fin el premio de todos los santos.
Y el mismo ángel le tocó o hirió en lo más ancho del muslo, y de esta manera le dejó cojo; así que, un mismo Jacob era el bendito v el cojo: bendito, en los que del mismo pueblo creyeron en Cristo, y cojo, en los fieles que no creyeron; porque lo ancho del muslo es la multitud y multiplicación de su descendencia, y más son los que hay en dicha descendencia, de quienes proféticamente dice la Escritura «que cojean y yerran, separándose de sus caminos y sendas».
CAPITULO XL. Como dice la Escritura que Jacob entró en Egipto con setenta y cinco personas, si muchos de los que refiere nacieron después que él entró
Refiere la Escritura que entraron en Egipto, en compañía de Jacob, setenta y cinco personas, inclusos él y sus hijos, en cuyo número se refieren solamente dos mujeres, la una hija, y la otra nieta. Pero considerado atentamente, no parece que hubo tanto número en la familia de Jacob el día o el año que entró en Egipto, porque en él se cuentan también los bisnietos de José, que no pudieron haber nacido entonces, porque en aquella ocasión tenía Jacob ciento treinta años, y su hijo José treinta y nueve, quien contando que se casó con la hija de Putifar a los treinta o más años, ¿cómo, pudo en nueve años tener bisnietos de los hijos que tuvo de aquella mujer? Así que, no teniendo hijos Efraín ni Manasés, hijos de José, pues cuando entró Jacob en Egipto los halló de menos de nueve años, ¿cómo cuentan, no sólo los hijos, sino también sus nietos en las setenta y cinco personas que entraron entonces en Egipto con Jacob? Porque ponen allí a Machir, hijo de Manasés, nieto de José, Y al hijo del mismo Machir, esto es, a Galaad, nieto de Manasés, bisnieto de José. Allí se halla también otro que procreó Efraín, el otro hijo de José es a saber, Utalaán, nieto de José; y allí estaba también Bareth, hijo de este Utalaán, es decir, nieto de ‘Efraín, bisnieto de José, los cuales por ninguna razón pudieron haber nacido cuando vino Jacob a Egipto y halló a sus nietos, los hijos de José, abuelos de estos niños, de menos de nueve años. Pero, realmente, la entrada de Jacob en Egipto, cuando refiere la Escritura que entró con setenta y cinco personas, no es un día o un año, sino todo el tiempo que vivió José, por quien sucedió que tuviesen entrada en aquella tierra, porque del mismo José habla así el sagrado texto:
«Habitó José en Egipto, sus hermanos y toda la casa de su padre; vivió ciento diez años, y vio José los hijos de Efraín hasta la tercera generación. Este es un tercer nieto de Efraín, por que tercera generación llama al hijo nieto y bisnieto. Después prosigue diciendo: «Y los hijos de Machir, hijo de José, nacieron sobre las rodillas de José»; y éste es el mismo nieto de Manasés, bisnieto de José, aunque le nombra en plural, como acostumbra la Escritura, que a una hija de Jacob llama también hijas, así como en el idioma latino suelen decir liberi en plural a los hijos, aunque no haya más que uno.
Así, pues, cuando se celebra la felicidad de José porque pudo ver sus bisnietos, de ningún modo debemos entender que habían nacido a los treinta y nueve años de su bisabuelo José, cuando vino a visitarle a Egipto su padre Jacob.
Lo que engaña a los que miran esto con menos atención es lo que dice la Sagrada Escritura: «Estos son los nombres de los hijos de Israel que entraron en Egipto juntamente con Jacob, su padre»; y como se cuentan setenta y cinco personas, lo dice no porque fueran con Jacob todas ellas cuando él entró en Egipto, sino, como, ya insinué, porque tiempo de su entrada lo llama todo el que vivió José por quien parece que fue a aquella tierra.
CAPITULO XLI. De la bendición que, Job echó a su hijo Judas
Si por causa del pueblo cristiano, donde la Ciudad de Dios anda peregrinando en la tierra, buscásemos la genealogía, según la carne, de nuestro Señor Jesucristo en los hijos de Abraham, dejados a un lado los de las concubina, se nos presenta Isaac; si en los hijos de Isaac, omitido Esaú, que también se llama Edón, se nos ofrece Jacob, que se llama igualmente Israel, si en los del mismo Israel, dejados los demás, se nos ofrece Judas, porque de la tribu de Judá nació Cristo; y así, queriendo va Israel morir en Egipto bendiciendo a sus hijos, veamos como proféticamente bendijo a Judas: «¡Oh Judas!, dice, a ti te alabarán tus hermanos; tus manos prevalecerán sobre la cerviz de tus enemigos; a ti te adorarán los hijos de tu padre; como un león cachorro será Judas. Subsiste, hijo mío, del renuevo, te recostaste y dormiste cómo león y como cachorro de león. ¿Quién le despertará? No faltará príncipe de Judá ni caudillo de su linaje hasta que vengan todos los sucesos que le están guardados; y él será el que aguardarán, las gentes, el que, atará su pollino a la vid, y con un cilicio en el pollino de su burra; lavara en vino su vestidura, y en la sangre de la uva su manto; rubicundos serán sus ojos por el vino, y sus dientes más blancos que la leche.»
Este vaticinio le tengo ya declarado, disputando contra el maniqueo Fausto, y juzgo que es bastante, según esta clara la verdad de esta profecía, en la que asimismo se presagió la muerte de Cristo en la palabra dormir; y el poder no la necesidad que tuvo de sufrir muerte tan afrentosa, en el nombre del león, cuya potestad la declara el mismo Salvador en el Evangelio, cuando dice: «Tengo potestad de dejar mi alma, y potestad tengo para volverla a tomar; nadie me la quita, sino que yo voluntariamente la dejo y la vuelvo a tomar.» De esta manera bramó el león; de esta manera cumplió lo que dijo, porque a esta potestad pertenece lo que sigue de su resurrección. «¿Quién le despertará?» Esto es, ninguno de los hombres, sino él mismo, que dijo de su cuerpo: «Destruid este templo que veis, y en tres días le volveré a levantar.» Y el género de muerte, esto es, la muerte en cruz, en una palabra se entiende donde dice «subsiste» Y lo que añade: «Te recostaste y dormiste», lo declara el Evangelista cuando dice: «Que, inclinando la cabeza dio su espíritu», o, a lo menos, se nos manifiesta e indica su sepultura donde se recostó cuando durmió, y de donde ningún hombre le resucitó, así como los profetas resucitaron a algunos, a como el mismo Señor lo practicó con otros, sino que él mismo, desde allí, se levantó como de un sueño. Y su vestidura la lava en vino, esto es, la limpia de los pecados con su sangre, cuyo misterio y efectos sobrenaturales de esta sangre conocen los bautizados, y por eso añade: «Y en la sangre de la uva su manto.» ¿Qué manto y qué vestidura es ésta sino la Iglesia? Y los ojos encendidos y rubicundos del vino, ¿qué son sino sus hombres espirituales embriagados con la bebida de su cáliz?, de quien dice el real profeta: «Tu cáliz que embriaga, ¡cuán hermoso y agradable es.» Y sus dientes, más blancos que la leche, la cual beben, según el Apóstol, los pequeñuelos, son las palabras con que se sustentan los pequeñuelos que no son idóneos para gustar de manjar más sólido. Así que en él es en quien estaban depositadas y guardadas las promesas de Judas; y hasta que llegó el tiempo en que se habían de cumplir, nunca faltaron de aquel tronco y linaje príncipes, esto es, reyes de Israel, y él es la expectativa de las gentes, lo cual más fácilmente puede verse por los ojos que declararlo con palabras.
CAPITULO XLII. De los hijos de Joseph, a quien bendijo Jacob cruzando proféticamente sus manos
Así como los dos hijos de Isaac, Esaú y Jacob, figuraron dos pueblos; los judíos y los cristianos, aunque, según la carne, ni los judíos descendieron, de Esaú, sino los idumeos, ni la nación cristiana descendió de Jacob, sino los judíos; pues para esto solamente valió la figura que dice la Escritura: «Que el mayor servirá al menor»; así sucedió también en los dos hijos de Joseph, puesto que el mayor fue figura de los judíos y el menor de los cristianos, a los cuales, bendiciendo Jacob, puso la mano derecha sobre el menor, que tenía a su izquierda, y la izquierda sobre el mayor, que tenía a su derecha. Pareciéndole pesada y contraria al destino esta acción de Jacob a Joseph, advirtió a su padre, como corrigiendo su error, y le manifestó cuál de ellos era el mayor. Sin embargo, Jacob no quiso mudar las manos, sino dijo: «Bien lo sé, hijo, bien lo sé, y aunque también éste ha de crecer en pueblo, y será ensalzado, su hermano menor ha de ser mayor que él, y su descendencia vendrá a multiplicarse y componer una infinidad, de naciones;» Del mismo modo muestran aquí estos dos aquellas promesas, porque aquél crecerá en pueblo, y éste en muchedumbre de gentes. ¿Qué cosa más evidente que estas dos promesas comprendan el pueblo de Israel y el orbe de la tierra en la descendencia de Abraham, aquél según la carne, y éste según la fe?
CAPITULO XLIII. De los tiempos, de Moisés, de Josué y de los jueces, y después de los reyes, entre los cuales, aunque Saúl es el primero, David, por el sacramento y mérito; es tenido por el principal
Muerto Jacob y muerto también Joseph en, los ciento cuarenta y cuatro ‘años siguientes que transcurrieron hasta que salieron de ‘Egipto, creció maravillosamente aquella gente, aun oprimida con tantas persecuciones, que llegaron hasta matarles los hijos que les nacían varones, teniendo miedo los egipcios, admirados de ver el acrecentamiento y multiplicación de aquel pueblo.
Entonces a Moisés, que había escapado por industria de sus padres de las manos de los que impíamente quitaban la vida a los niños, le criaron en la casa del rey, preparando Dios en él grandes sucesos y siendo adoptado por la hija de Faraón, que así se llamaban en Egipto todos los reyes, llegó a ser tan excelente y heroico, que saco aquella nación, que prodigiosamente se, había multiplicado, del durísimo y gravísimo yugo de la servidumbre que allí padecía, o, por mejor decir, la sacó Dios por su medio, como se lo había prometido a Abraham.
Porque primero refieren que huyó de allí a la tierra de Madián, pues por defender a un israelita mató a un egipcio, y del miedo que concibió por este hecho, huyó.
Después, enviándole, Dios con la correspondiente potestad, y auxiliado del Divino Espíritu, venció a los magos de Faraón que se le opusieron. Entonces hizo venir sobre los egipcios aquellas diez tan famosas plagas, porque no querían dar libertad al pueblo de Dios, convirtiéndoles el agua en sangre, enviándoles ranas, cínifes y moscas, mortandad a su ganado, llagas, granizo, langostas, tinieblas y muerte de los primogénitos; finalmente, viéndose quebrantados los egipcios con tantas y tan ruinosas plagas libertaron, en fin a los israelitas, y, persiguiéndolos por el mar Bermejo, vinieron a perecer; porque a los que huían se les abrió el mar, y les proporciono paso franco, y a los que les perseguían, volviendo a juntarse las aguas, los sumergió en su seno Después, por espacio de cuarenta años anduvo el pueblo de Dios peregrinando por el desierto bajo la dirección de su caudillo Móisés, cuando dedicaron el tabernáculo del testimonio, donde servían a Dios con sacrificios que significaban las cosas futuras, después de haber recibido la ley en el monte con grande terror y espanto; porque daba fe y la confirmaba Dios por medio de maravillosas señales y voces. Lo cual sucedió luego que salieron de Egipto, y el pueblo empezó a vivir en el desierto cincuenta días después de haber celebrado la Pascua con la inmolación y sacrificio del Cordero, que es figura de Jesucristo, anunciándonos que, por su pasión y muerte, había de pasar de este mundo a su Padre (porque Pascua en el idioma hebreo significa paso o tránsito). Cuando ya fue revelado el Nuevo Testamento, después de sacrificado Cristo, nuestra Pascua consiste en que al quincuagésimo día descendió del Cielo el Espíritu Santo, llamado en el Evangelio dedo de Dios, para recordarnos ‘tal hecho que primero precedió en figura, porque también refieren que las Tablas de la Ley se escribieron con el dedo de Dios,.
Muerto Moisés, gobernó aquel pueblo Jesús Nave y le introdujo en la tierra de promisión, la dividió y repartió al pueblo. Estos dos maravillosos caudillos y capitanes hicieron también con extraordinaria prosperidad la guerra, manifestándoles Dios que les concedía aquellas victorias, no tanto por los méritos del pueblo hebreo como por los pecados de las naciones que conquistaban.
Después de estos caudillos, estando ya el pueblo establecido en la tierra de promisión, sucedieron en el gobierno los jueces, para que se le fuese verificando a Abraham la primera promesa de una nación, esto es, de la hebrea, y de la posesión de la tierra de Canaam, aunque todavía no de todas las gentes, y de todo el orbe de la tierra, lo cual había de cumplir la venida de Cristo en carne mortal; y no las ceremonias de la ley antigua, sino la fe del Evangelio era quien debía dar cumplimiento a este vaticinio; lo cual fue prefigurando en que introdujo al pueblo en la tierra de promisión no Moisés, que recibió la ley para el pueblo en el monte Sina, sino Jesús, llamado así porque Dios le ordenó mudar el nombre que antes tenía. En tiempo de los jueces, según la disposición de los pecados del pueblo y la misericordia de Dios, tuvieron a veces prósperos, y a veces adversos, los sucesos de la guerra.
En seguida de éstos vinieron los tiempos de los reyes, entre quienes el primero que reinó fue Saúl al cual, reprobado, roto, vencido y humillado en una batalla, y desechada su casa y descendencia para que de ella no procediesen ya reyes, sucedió en el reino David, del que Cristo fue llamado especialmente hijo. En David se hizo una pausa, y en cierto modo principió la juventud del pueblo de Dios, conforme a lo cual corrió una sola adolescencia desde Abraham hasta ésta de David, porque no en vano el evangelista San Mateo nos refirió de esta forma las generaciones, y este primer intervalo es, a saber, desde Abraham hasta David, le distribuyó ,en catorce generaciones, mediante a que en la adolescencia empieza el hombre a ser idóneo para la generación, por cuyo motivo el catálogo de las generaciones comenzó desde Abraham, a quien también destinó Dios para padre de muchas naciones cuando le mudó el nombre.
Así que antes de Abraham, según esto, fue como una puericia y niñez del pueblo de Dios, esto es, desde Noé hasta el mismo Abraham, y por eso se habló entonces la primera lengua, esto es, la hebrea, porque desde la pubertad principia el hombre a hablar pasada la infancia, la cual se llamó así porque no puede hablar. Esta edad primera la consume y sepulta el olvido? no de otro modo que consumió a la primera edad del linaje humano el Diluvio porque ¿quién hay que se acuerde de su infancia?
Por esta razón en el discurso de es de Dios, así como el libro anterior contiene una edad, la primera, así éste comprende dos, la segunda y la tercera; y en ésta por la vaca de tres años, la cabra de tres años y el carnero de tres años, se impuso el yugo de la ley y se descubrió la abundancia de los pecados, y tuvo su principio el reino terrenal, donde no faltaron algunos hombres puros, cuyo sacramento y misterio se figuró en la tórtola y en la paloma.