La comadre

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En la ciudad de Jaén huvo una comadre, moça y muy hermosa, llamada Beatriz, a cuya hermosura hizo grandes ventajas una sola hija que tenía, a quien, tanto por su buen rostro quanto por ser muy discreta, afable y bien entendida, tiernamente amava, cuyo nombre era Felipa; en quien, por las muchas partes de naturaleza, si no por las de fortuna por las adquisitas, estavan puestos los ojos del lugar, desseando más de quatro hidalgos dél verse en possessión de marido, anteponiendo su humilde nacimiento y baxo exercicio de la madre a su mucha virtud. A quien Beatriz dio por respuesta gustava su hija entrarse en un monasterio, fiada en que cierto don Rodrigo, de quien Felipa tenía una cédula, avía de bolver de México, donde fue por gran cantidad de hazienda que heredó de sus padres, y casarse con ella: cuyas ventajas, ansí en ella como en su nacimiento, eran muy notorias.

Parece ser que en Sevilla, donde estuvo unos días, tuvo un criado, grandíssimo vellaco y de muy buen entendimiento, llamado Molino,a quien don Rodrigo hizo sabidor de los amores que en Jaén dexava y como, si Dios le bolvía con bien, tenía por sin duda ser su marido, sin que cosa se le pusiesse por delante. Junto con esto le dixo sus grandes partes, poniendo de la suya más que naturaleza le avía dado.

Molino se informó muy al descuydo de la calle y de la casa de la comadre, y como se suele dezir para tomar vengança de algún agravio «no tengo que perder», Molino dixo entre sí: «No tengo que perder quando a esta muger engañasse.» Pues pensamiento, manos a lavor. Dexó embarcar a su amo y el mesmo día se pusieron a cavallo sobre unos alpargates nuevos (cavalgadura que sirvió en algún tiempo a Molino de executora de diferentes intentos) él y otro amigo, a quien avía hecho partícipe de su cuydado; y dando al ordinario del carro para Jaén un cofre con dos pares de vestidos que en Sevilla adquirió, se partieron con ochocientos reales en plata y dos de paño pardo.

Llegados que fueron, se informaron de la calle y de la casa de la comadre Beatriz, y, sabida, trató Molino, que ya se llamava don Gregorio de Guzmán, de moler a la señora Felipa; para lo qual entraron en consejo qué modo de vivir tomarían para no gastar el dinerillo que llevavan, antes que fuesse en aumento. Parecióles hazer dos sacos de sayal pardo y andarse por el lugar dando buenos consejos y pidiendo, para hazer bien a nuestros hermanos que están en essos hospitales y en las cárceles. De la manera hazían esto estos hermanos que otros lo han hecho, debaxo de cuyo sayal se encerrava lo que el tiempo descubrió assí en ellos como en los otros, que, con esso y con llevar los ojos baxos, nadie cuydaría de examinar su vida. Para lo qual se sahumaron los rostros con cierta yerva que se los puso pálidos, para poderse dissimular en otro hábito, lavándoselos para el efeto, como adelante se dirá, poniéndose el uno debaxo del hábito que he dicho unos paños con que fingió ser corcobado, y coxeando un poco el otro; y si en él de galanes les pudiera descubrir no averse hecho las barbas, con hazérselas a menudo desvanecieron essa sospecha y nadie reparó en ello.

Púsose en execución, y fue tanta la limosna que llegaron, que podían sustentar con ella dos dozenas de hombres. Con este ardid tenían la mesa de la gente principal de aquella ciudad y, si ellos gustavan, la bolsa. Acogíanse fuera de la ciudad en unas albercas, donde tenían muy gentiles camas puestas detrás de una tabla de santo Onofre muy grande, que dissimulava no aver nada detrás, por ocupar ella desde lo alto a lo baxo de la choça, de suerte que se tenía por la pared sola lo que detrás estava. De tal manera se huvieron en lo que tocava al modo de vivir, no perdiendo un punto en el buen exemplo, acudiendo ya a la cárcel, ya al hospital, ya al enfermo necessitado o viuda pobre, que, aunque fue grande el número del dinero que de limosna llegaron, unos a otros se tapavan las bocas con verlos acudir tan puntualmente a donde no consumían la quarta parte de lo que se juntava: que es tal la excelencia de la virtud que, aun quando es fingida, es de provecho; si verdadera lleva al cielo, si no lo es al mejor bocado.

Desta manera andavan desde el amanecer hasta después de aver comido, que nunca yvan a su casa a ello. Y pareciéndoles era ya tiempo de empeçar su obra, se pusieron el primer domingo después de la resolución el señor don Gregorio de Guzmán un galán vestido, sombrero con trencillo de oro, cuello al uso, puños grandes y ligas que dezían con esto; Loçano, su compañero, haziendo el papel de criado, otro de terciopelo. Y puestos junto a la pila del agua bendita donde Beatriz tenía costumbre yr con su hija a missa (de que ellos no con poco cuydado estavan informados), vieron venir a las dos preguntando si la avría tan presto.

Luego que el señor don Gregorio lo oyó, dixo a Loçano, que detrás estava, lo supiesse, y, quitándose el guante, les dio agua. Ellas la tomaron, agradecidas de lo uno y de lo otro, y, aunque avía embidiosos que lo hizieran a que se yvan a la mano por no disgustar a su madre, ella quedó diziendo:

-¡Jesús, qué cortés cavallero! Madre, ¿no sabríamos quién es?

Cuyo desseo satisfizo Loçano, que traía respuesta de la sacristía y, como criado tan bien instruýdo, avía dado ocho reales de limosna para que saliesse al altar que después diría. Preguntólas dónde la querían, que ya él avía dado la limosna para esse efecto. Ellas mostraron sentirlo, mas dixeron:

-Ya que vuessa merced ha tomado esse trabajo, diga la embien al altar del Christo, y venga luego que le queremos preguntar un poco.

Él lo hizo como se le mandó, y, mientras la missa se dezía, le preguntaron quién era aquel cavallero, su patria y cómo se llamava. Él respondió que don Gregorio de Guzmán, hijo de don Gregorio de Guzmán y de doña Leonor Portocarrero, y que era natural de Chocuýto, ciudad del Pirú, donde su padre avía ydo rezién casado y por governador, y que tenía para él y para una hija más de ochocientos mil ducados, de suerte que tendría su señor más de veynte mil de renta, y que, desseoso de ver a España, se avía venido de las Indias con sólo un criado, que era él.

-¿Y dónde posa su merced? -le preguntaron.

Él respondió:

-Señora, es mi señor don Gregorio muy melancólico y tiene su habitación en un lugarzito, que quando venimos vio, que está tres quartos de legua de aquí. Allí tiene toda la recreación possible, y el día que gusta de la ciudad, coge un macho y yo otra cavalgadura, y venimos a ella, y a la noche nos bolvemos a nuestra posada.

A todo esto estava don Gregorio como si fuera verdad.

Bolvieron a preguntarle:

-¿Y qué tanto ha que está su merced en esta ciudad?

Él respondió:

-Avrá quinze días.

-Pues, ¿cómo un cavallero tan principal no se ha ofrecido a los demás cavalleros y anda en su compañía?

Loçano respondió:

-Conocerán vuessas mercedes a mi señor. Está muy enfadado de cavalleros: sabe bien sus costumbres y huye de ellos como de la muerte.

Ellas pusieron las cejas en arco, y, despidiéndole, se bolvió a donde su amo estava, y se salieron los ojos baxos haziéndole una reverencia.

Y los dos fueron a ser el señor don Gregorio el hermano Pedro Pecador y su criado Juan Miserable, y a comer en casa de un regidor muy rico, cuya muger, todas las vezes que los veía, hincava las rodillas en tierra, pidiéndoles las manos para besárselas; mas echávanse en el suelo y heríanse las carnes diziendo: «¡Porque no crie sobervia el asno!», al qual, si con dos palmadas castigavan, con muchos platos regalados satisfacían. Acabada la comida, se salieron alabando el nombre de Jesús por las calles a vozes, y, en llegando algunos a besarles la ropa, sacavan de la manga una calabera, en cuyo cerebro estava una cruz, y, dándosela a besar, se la mostravan diziendo que besarla y ver la muerte era gran cosa.

Con esto y con muy buen esterior traían embaucado todo el lugar y tenían un talego lleno de reales y de escudos; y siempre, demás de la limosna que traían, hallavan a la noche cantidad de dinero en el suelo de su choça, cuya ventana estava siempre abierta, para este efeto y para que se viessen dos tablas con dos piedras por almohadas que en ella tenían.

Acontinuada esta vida, el jueves siguiente, que era día de fiesta, se pusieron los dos en el mismo lugar que el domingo antes avían estado, y, llegadas, las dexaron tomar agua para no dar nota dándosela. Mas Loçano se hincó de rodillas detrás de la señora Felipa, que un poco apartada estava de su madre, y la dixo como don Gregorio su señor la suplicava recibiesse un papel suyo. Ella no respondió cosa alguna, aunque tres o quatro vezes se lo repitió. Levantóse Loçano y, caminando azia donde su amo estava, le dixo como Felipa no avía admitido su petición, que no le parecía mal le escriviesse y otro día de fiesta se llegasse cerca della y le dexasse caer donde se viesse, que le alçaría por fuerça, porque, dexándole allí, le cogería alguna persona de las que la seguían de presente. No le pareció mal, aunque después se resolvieron en que passasse la negociación por mano de la criada, que era lo más acertado, que, teniéndola cohechada, sin duda les sería muy favorable; demás de que, si ella era tan solicitada, le dexaría adredemente por picar los amartelados hallándole allí y leyéndole.

Determinóse ansí, y a la noche, como los que no fingen lo que ellos tratan del aumento de sus almas y quietud de sus conciencias, trataron de escrivir el papel, y, junto con esso, de que Loçano hiziesse el amor a Beatriz, que era muy buena moça y de muy poca edad, supuesto que un mismo tiempo se gastava en lo uno que en lo otro: para lo qual sería bien dixesse en él cómo era su deudo y que era costumbre en las Indias traer los parientes que no eran dentro del tercero grado tras sí, porque la comadre era rica y estava muy bien puesta y no querría admitir los ruegos de un paje. Hízose, y el papel en esta conformidad empeçó ansí:


Papel de don Gregorio de Guzmán


Señora Felipa, sabido he, de quien ha hablado con vos, como os avéys informado de mi nacimiento, de quién soy y de dónde vine aquí y a qué vine, quién son mis padres y a dónde nací; a lo qual todo Loçano, mi deudo y mi criado, avrá satisfecho, mas no del amor que, desde que os vi, me da tan cruda guerra que, a averos ofendido, creyera pagava la ofensa en el infierno por averme atrevido a un ángel. El día que tocándome vuestros dedos tomásteys el agua de mi mano, esse mismo si la mano fue la tocada el coraçón fue el herido.

No sé si ha sido Loçano (que va tras mí a la costumbre de las Indias, mientras no son deudos dentro del tercero grado) tan bien entendido que aya significado mi amor, no porque esté ageno dél, sino porque, si informó con el afecto que yo siento, es fuerça por dezir mucho no aya dicho nada, y entonces, para con las damas tan bien entendidas como vos, no avrá dicho poco. Sólo digo yo que nací en Chocuýto y que soy natural de Jaén, porque todos mis bienes están donde vos estuviéredes. Atrevidos son vuestros ojos, pues, siendo yo los de mis padres, me avéys puesto de suerte que los impossibilitáys de que me vean.

Diferencia hazéys a todas quantas mugeres los míos han visto después que de las Indias partí; si alguna me ha agradado, díganlo cinqüenta mil pesos que de mi tierra saqué, pues están vivos oy y en casa de los Fúcares; y yo gasto de diez mil escudos en oro que, para que anduviessen conmigo, traxe. Ellos pueden bien, pues a aver ojos que a éssos se pareciessen no lo pudieran estar. En éstos y en los otros librad como fuere vuestro gusto, que, acabados, está en pie la hazienda de mi padre y yo y toda mi casa por vuestros esclavos, contentos de serlo de dueño que es impossible aver naturaleza dexado de ensayarse para sacar a luz una cosa tan acabada. A quien suplico la duela el desvelo de quien tan tiernamente ama, que no por aver poco tiempo dexa de ser menos el dolor, y alargue mis días, satisfecha de que no soy cavallero que me alabo, sino esclavo que obedezco.

Este papel, con el porte ya cobrado, llevó Juana, criada de Felipa, y, tomándole, le quitó la nema como que le quería rasgar y, hecha dos partes, la arrojó en el suelo junto con él; y hermoseando las mexillas con un natural guadix, asió del cordón que al lado traía para vengar su enojo. Ella cogió las escaleras y Felipa tomó el papel, y, después de averle leýdo y agradádose del modo de dezir, dixo a la criada que buscasse donde estar si segundo atrevimiento avía de tener.

Esta respuesta llevó a Loçano, el qual la dixo no tuviesse pena de nada, que, quando su ama la despidiesse, don Gregorio su señor le daría todo quanto huviesse menester; y dándola ciertos escudejos en oro, como los que los adquirían baratos, la encargó que, quando la viesse contenta, la diesse una puntada en el negocio. Juana, consolada con el pie de altar y con la seguridad que Loçano la dio de parte de su amo, cobró tales alas que, en hallando ocasión, la traía a la memoria lo galán y cortés de don Gregorio. Y aunque la reñía, no mandava que se fuesse de casa.

Para su cotidiano exercicio no les era impedimento los amores desta dama, porque jamás se assomó a la ventana aunque su quarto la tenía a la calle. Tenían harto tiempo y coyunturas no les faltavan, porque les sobrava el dinero, de suerte

que lo que se ocupavan en ello eran los días de fiesta, y éssos avían echado fama los gastavan en tratar de sus conciencias sin acudir a otra cosa alguna.

Luego que la comadre Beatriz vino, la dixo su hija, por aver faltado della aquella noche, que ansí fue menester para cosa de su oficio, satisfecha de la virtud de Felipa:

-¿No sabe, madre? ¿Acuérdase deaquel hidalgo que estuvo con nosotras los días atrás mientras la missa, que hizo saliesse al altar del Christo?

-Sí, me acuerdo.

-Pues, sepa que es pariente muy cercano de aquel cavallero.

-Ansí lo mostró él en su término -dixo ella-. ¿Y de qué lo sabes tú?

Ella le respondió:

-Como tenemos tan cerca la iglesia y oy era día de santa Ynés, me fuy a missa. Allí entraron aquellos dos santos hermanos y, como se llegan a todas y las dan a besar la cruz, se llegaron a mí y me dixeron muchas cosas muy lindas, y entre ellas vinieron a dezir como avían estado en las Indias y dado buelta casi a todo el mundo, y que andavan vendiéndose a si mismos por esclavos de Jesuchristo. Junto con esto me dixeron como no avía de quien fiar, particularmente en los hombres, a no ser como dos santos mancebos que al presente estavan aquí, que los avían conocido en las Indias, que el uno se llamava don Gregorio de Guzmán y el otro Loçano, pariente suyo; riquíssimo el don Gregorio.

Y era ansí que la avía passado de la suerte que dixo.

El dinero yva en aumento y la opinión seguía a esto. Don Gregorio tenía necessidad de parecer con diferentes galas delante de su dama: embió a su criado a un lugar que de allí estava doze leguas, con la medida para que se le hiziessen dos pares de vestidos. Salió donoso Juan Miserable una mañana, diziendo yva a cierta romería, con una cruz muy grande a cuestas y descalço. Lo qual duró hasta llegar a su cueva, donde se acostó detrás de san Onofre en unas sávanas de Olanda muy delgadas hasta el anochecer, que se puso uno de los vestidos que de camino avían traýdo, y en un macho, que en la cueva tenían para que les traxesse agua, picó al lugar donde se avían de hazer.

En el tiempo que él estuvo ausente parió la muger de aquel regidor que para recebirlos se hincava de rodillas. Tuvo muy rezio parto, al qual estuvo presente la comadre; y mandando, para que tuviesse buen sucesso, llamassen al hermano Pecador, con las alegres nuevas de que subía ya, parió un muchacho. Pusiéronsele en los braços y diole su padre cien escudos por la túnica de sayal que puesta tenía para que se le hiziessen mantillas. ¡Yerro en que muchos tropieçan! ¿Qué quiere dezir que tengamos en el cielo santos canonizados a quien pidamos nos ayuden, y cortar la ropa a hombres que pueden ser de la data destos hermanos? Al fin, creyó este ya padre, tan desseoso del hijo, que por estar embuelto en ellas avía nuestro Señor de guardársele; que les importava, demás del gusto, sucessor a quatro mil ducados de renta. Mandó le dexassen con él en el oratorio, y los padres, locos de contento, lo hizieron. Encerróse a orar por el rezién nacido y por ellos; de allí fue llevado a su madre, a quien bendixo.

A otro día, como era costumbre yr a predicar a la plaça, halló en ella a Juana, la criada de su dama. Y como se llegasse a besar la cruz que en la calavera tenía, la dixo:

-Oýs, señorita, ¡mirad lo que hazéys que avéys de bolveros como ésta está! ¿Paréceos bien llevar papeles a vuestra ama de aquel cavallero llamado don Gregorio?

Ella se espantó, y después dezía, assí a sus amigas como en qualquier parte donde se hallava, que la avía dicho el hermano Pecador todo quanto le avía sucedido en el discurso de su vida.

Y, estando un día en casa de un cavallero, llegó el hermano que ausente estava y se tendió a lo largo en el suelo para besarle los pies. Luego que el hermano Pecador vio la humildad de Juan Miserable, se tendió también como él estava y andava arrastrando el uno por los pies del otro.

Tenían un gracioso despidiente en esto de si avía de morir o no el enfermo. Ymitavan a aquellos dos astrólogos, amo y criado: si dezía el amo que avía de llover, dezía en aquel mismo día, en otro pronóstico, el criado que no, ansí que por fuerça avía de acertar el uno de los dos. Si dezía el uno: «Morirá», dezía el otro: «No le llama aún el Señor.» En fin, que era cierto dezir bien uno o otro; si no moría y preguntavan al que dixo morirá, cómo se avía engañado, respondía: «Santo, ¿no hemos de morir todos? No aya miedo que porque aya dexado de morir de presente que, andando el tiempo, dexe de hazerlo.» Con esta gracia risueña encubrían y dissimulavan lo que ellos no podían dezir.

Llegado que fue y traýdos los vestidos como se le avía encargado y hecho el otro par de ellos para sí, aguardó un día de fiesta a la comadre Beatriz y se ofreció por su criado; y aunque no quiso, fue con ella acompañándola y diziéndola cómo era pariente de su amo y la costumbre que en las Indias avía con los que no eran parientes dentro del tercero grado, y, junto con esso, cómo era hombre rico y bien nacido, y tan su servidor y aficionado que, si para cosa de su gusto o de su aumento fuesse necessario, yría y vendría a las Indias una y muchas vezes.

Ella respondió:

-¡Jesús, Jesús, señor, váyase con Dios, no sea tentación mía!

Esto fue un sábado. El domingo siguiente se puso el señor don Gregorio uno de los vestidos que su fingido criado avía traýdo y Loçano otro, y, puesto casi al lado de su amo y en mitad de la calle, aguardaron a las dos. Las quales, luego que dellos fueron vistas, se taparon y, llegándose a ellos, les dixeron no tratassen de acompañarlas, porque no lo avían de consentir; por lo qual se fueron a la iglesia, donde Loçano bolvió a pedir licencia para que su señor la sirviesse como tan enamorado, y, junto con esso, respuesta de un papel que la criada avía dado. Ella respondió que no le avía recebido y que, si de tal atrevimiento huviera usado, la huviera despedido de su servicio: esto, mostrándose más tratable que la vez primera y los ojos algo risueños.

Con esta respuesta se bolvieron los dos azia en casa de Felipa, a cuyo encuentro salió Juana y les dixo cómo, a su parecer, si la diessen otro papel, le leería su señora. Determinaron hazerlo, y, puestos en su alvergue, escrivieron lo siguiente:


Segundo papel de don Gregorio a Felipa


A Juana, vuestra criada, dio Loçano, mi criado y mi deudo, un papel que si a vuestras manos no ha llegado, es bien cierto avrán a vuestros ojos mis desvelos, que, aunque no los alçáys del suelo, sé, de vuestro mucho entendimiento, avréys conocido las veras con que os amo y el recato que en ello guardo, perdiendo de mi gusto y de mi salud por no ofender el vuestro. La respuesta que dél me ha dado ha sido que (llorosa le dixo) la quisisteys despedir de vuestra casa y el papel hizistes pedaços. ¡Perdonadme, hermosos ojos, que, como tan necessitado, busco modo de vivir! Si la clemencia que de ellos esperé, y a un amor tan casto como el mío se le devía, no se me da, ni temo la muerte, pues, en tan gran tormento [y] miseria, alivio ni bien me venga si essas manos no me le remiten.

Yo he visto otros enamorados que no se contentan con menos de con que sus damas les favorezcan, mas yo, con que toméys essa gargantilla de diamantes, lo estaré mucho y tan contento como el que huviesse escapado de una tormenta. Si aquél, en reconocimiento del buen sucesso, con justo título devría ofrecer alguna cosa a quien más devoción tuviesse, aviendo yo escapado de tormento tan grande, permitid ofrezca al dios de amor essa miseria, nacida de una muy gran voluntad, y ponéosla vos, señora, Cupido desnudo de misericordia, y advertid que si a mis manos buelve, que con ella me embiáys la muerte.

Con miedo no tan grande como el que al principio tuvo, llevó Juana el papel y la gargantilla a su ama, y dando a entender le arrojava en el texado, se assomó a una ventana que caía al corral, donde estavan unas gallinas, de cuya puerta tenía la llave, y, dexándole caer en él, alqó la mano como que le echava en el texado; y dando a Juana unos blandos bofetones, la mandó bolver la gargantilla y la dixo viniesse luego para llevarla en casa de una su prima, secretaria que fue de los amores de don Rodrigo, porque estava su madre de un dolor de costado muy al cabo. Juana la bolvió y dixo lo que cerca del papel avía passado, y como su señora avía de yr en casa de su tía donde Beatriz estava. Esta respuesta se dio a Loçano; y ya Felipa avía baxado por él y leýdole.

Loçano sabía a donde hallaría a don Gregorio, hecho hermano Pedro Pecador, y caminando a su cueva, se vistió el saco y, rebuelta una cadena por la garganta que no le dexava menear, se fue donde el compañero estava, al qual llamó aparte y dixo todo lo que passava. Saliéronse los dos de allí, y a poco a poco, porque la criada tuviesse lugar de aver llevado a Felipa en casa de su prima, se fueron a la calle, donde en voz alta, que la entravan en los sentidos, uno de la una parte della y otro de la otra, en frente uno de otro, se respondieron en coloquio un discurso que ellos cerca de la muerte avían hecho, porque tenían buenos entendimientos y avían estudiado.

Luego que las mugeres los oyeron, se assomaron a la ventana pidiéndolos subiessen a su casa; mas no respondieron cosa alguna, causa de que baxassen por ellos: no tan solamente subieron, sino que, hasta acabar la lamentación, no dieron respuesta. Después dixo el hermano Pecador, que como mayor hablava siempre el primero:

-Hanse de tratar las cosas deste siglo y las del alma como cosas que tocan al otro.

El hermano Juan Miserable estava apartado a un lado y lleno de cadenas, a quien le preguntó:

-¿Qué le parece desta enferma? ¿Que la llama el Señor?

Bolvió Pedro Pecador a ellas y díxolas, dándolas a besar la cruz que en la calavera tenía:

-Essa hermana tiene dolor de costado.

¡Fue cosa de ver, en diziendo dolor de costado, oýr al otro hermano dezir en un tono gracioso:

-¡Ave María! -y este otro hincar las rodillas en tierra y besarla, y hazer lo propio las demás mugeres presentes!

Subidos que fueron arriba, visitaron y consolaron a la enferma, la qual, asiéndolos de las manos y besándoselas, les pidió rogassen a Dios por ella que la echasse a aquellas partes donde más se sirviesse.

En el tiempo que tardaron en venir de la casa donde Loçano, hecho hermano Juan Miserable, fue a dar noticia a su compañero de lo que passava, y en el que gastaron en el coloquio en la calle, dio parte del papel Felipa a su prima y contó los amores que con ella tratava un cavallero rezién venido a aquella ciudad, llamado don Gregorio de Guzmán, principal y muy rico.

Los dos hermanos se pusieron en un aposento, donde pudiesse la gente que en la sala estava verlos y oýrlos, para hazer lo que la enferma les avía mandado. Luego que fueron hincados de rodillas, dixo el hermano Pedro Pecador a su compañero lo que avía de pedir a nuestro Señor tocante a la doliente; y dentro de un quarto de hora que estuvieron rezando, puso el hermano mayor por execución un pensamiento con el qual era impossible dexar de caminar sus amores muy adelante. Fue, pues, que, como él sabía tan de raýz los de don Rodrigo y sabía se embarcó para las Indias, dar traça, tanto para lo que he dicho quanto para ser tenido por muy gran santo, pues dezían cosas que traían consigo presumpción de serles reveladas, dando de repente a su hermano un gran grito, diziéndole:

-¡Orad, hermano mío, por este pobre hombre que se acabó de ahogar aora! ¡Que nuestro Señor le aya perdonado tantos enredos como en el mundo dexó hechos y en esta ciudad dexó traçado con alguna de las mugeres que están dentro de esta casa!

Las que estavan a la puerta, luego que aquello oyeron, entraron desvalidas a preguntarles la causa de tan repentino alboroto, más ellos no hizieron caso ni dieron respuesta.

Levantados que fueron del suelo donde al presente estavan, riñeron porque no les avían cerrado la puerta, causa de su inquietud. Las mugeres, desseosas de saber qué hombre fuera aquel que se avía ahogado, les ganaron la voluntad para que se lo dixessen. El hermano Pedro Pecador dixo:

-Dirélo para que a otros sirva de escarmiento y a los que sueltos viven de exemplo. Huvo en este lugar un don Rodrigo, que, después de aver hecho por el mundo muchas vellaquerías, vino a esta ciudad y, dando palabra de casamiento a cierta dama que en ella ay, dixo, que yva a las Indias por cantidad de hazienda que de sus padres heredó, para casarse con ella. Ha permitido nuestro Señor aya caído del navío y ahogádose.

Felipa, que presente estava, asiendo a su prima de la mano, se fue a llorar a un aposento, donde se exageró la santidad de aquellos dos hermanos tan moços; a quien era impossible conocer del uno en el otro ábito, porque en el de sayal yvan con los rostros baxos y saumados con cierta yerva que se los bolvía pálidos hasta que se los lavavan, traían el cabello caýdo sobre él y los vigotes sobre la boca: en el de galán todo al contrario.

Después que se huvo llorado la muerte de don Rodrigo, pidió parecer Felipa a su prima cerca del negocio presente, la qual prometió darle luego que viesse a don Gregorio, a quien Felipa alabó mucho más después de la muerte del ahogado don Rodrigo, dándola parte de la gargantilla de diamantes que la avía embiado, diziéndola también cómo no la quiso admitir y cómo el hermano Pecador le conocía muy bien de las Indias y sabía su mucha virtud. Todo lo qual se remitió para el día primero de fiesta, que desde en casa de Felipa yrían las dos a missa donde se trataría lo conveniente.

Parece ser que, quando era necessario dar alguna traça o hazer alguna diligencia, para que en el lugar no los echassen menos, fingían algún acto de penitencia y se salían con aquella cubierta hasta la choça, donde tomavan sus vestidos de gala.

El que tenía su negocio en no tan buen estado era Loçano, y ésse tenía necessidad de avivarle. Salióse con otra invención. Aviendo primero echado fama que yva diez y seys leguas de allí a cierta romería, y bolviéndose, se puso un vestido muy bueno, diferente de los otros, y, aguardando saliesse Beatriz de su posada, la dixo cómo, desseoso de saber de su salud, avía venido del lugar dexando a su amo indispuesto, que se sirviesse de se acordar de lo que la avía suplicado y que le favoreciesse en tomar una cadena que él avía hecho hazer en las Indias.

La viuda se tapó los oýdos, mas no los ojos, siendo más necessario ser ellos los cubiertos, porque el oýdo ya avía gozado de su oficio de oýr, importava no usassen ellos del suyo; con todo, no la admitió, harto sentida de quedarse sin ella, de suerte que huvo cisma entre el no quiero de Beatriz y el dessear verse con su possessión, diziéndole muchas vezes se fuesse con Dios y la dexasse, porfiando él en que siquiera permitiesse la acompañasse.

Mas el diablo, que tan bien y tanto sabe de todo, echó por allí un hombre vendiendo pipotes de toda conserva. Encaróle Beatriz, porque, junto con acordarla eran casi necessarios para su oficio por lo mucho que se trasnocha y madruga, la puso en el pensamiento esta miseria qué haze ni qué deshaze: ¡linda razón de estado suya! Jamás persuadió a nadie hurtasse al principio cosa de consideración, sino una bellacada, que dizen los moços; él sabe muy bien lo que de la picarada nazerá, o lo presume; a lo menos ni a persona ninguna dixesse una blasfemia ni una heregía sino que bonitamente viniesse a parar en ella. Sucedióla assí a Beatriz; llamóse al hombre, llevó con poca resistencia un par dellos.

La criada, que siempre solía quedar en casa, vino aquella vez a buscarla, y viéndola con Loçano se eló con el temor de que no entendiesse algo de los papeles que a Felipa avía llevado. Desvaneció este miedo el astuto pretensor tratando de casamiento tan abiertamente que qualquiera creyera yva el negocio ya a los fines; por cuya razón tuvo la criada por sin duda tener su señora Felipa a don Gregorio por esposo. Despidióse Loçano y Juana quedó diziendo a su ama:

-Bueno, bueno, a fee que bien trata vuessa merced las cosas por acá. Pues, ¿soy yo parlera?

Beatriz le dixo que si en la boca tomava cosa de las que avía oýdo, que se la avía de quemar con un pimiento y embiarla a buscar amo.

La criada dixo entre sí: «Mi señora Felipa no deve entender desto nada, y porque no se engría me advierte mi señora que calle; supuesto esto, bien puedo yo sin escrúpulo llevarle los papeles de don Gregorio.» Con toda esta determinación calló como muger, y dixo a su señora la menor lo que passava; la qual la mandó tomar los que la diesse, mas no por esso se atrevió a dezir nada a su madre, aguardando se lo dixesse ella. La criada creía tratava Loçano con su señora el negocio, y desta manera en buena paz se hazían la guerra.

Parece ser que por la muerte de su hermana llevó Beatriz su sobrina a su casa el lunes siguiente de como murió, no poco desseosa la huéspeda de verse ya en el domingo, día en que avía de ver a don Gregorio, a quien, por lo que dél oyó, avía cobrado afición. Llegado, se fueron a missa, la huérfana tendido el manto sobre el rostro, mas no pareció ni don Gregorio ni Loçano, porque, como tan socarrones, sabían bien lo que avían de hazer. Sintió Felipa la falta y su madre no la dissimuló, y mucho más que las dos la sintió la prima, por cuya causa se estuvieron en la yglesia más que lo acostumbrado. Pero importó poco, porque se avían partido el jueves, cada uno con su invención, veynte leguas de allí, y se estavan holgando y jugando muchos ducados y tratando de vicios.

Bolviéronse a su casa, y ellos dél en ocho días a Jaén, donde entraron con coronas de espinas y predicando, con mil regalos para los hospitales y cárceles, donde fueron luego. Viendo exterior tan bueno pocos movían los labios para dezir lo contrario a mil bienes dellos, y aunque no faltava quien murmurasse, importava poco, supuesto que el común tenía creído eran santos.

De lo que se hablava era de aquel cavallero, y de su criado, que de quando en quando parecía, para lo qual determinaron, vestidos de galanes, yrse a la casería donde avían fingido antes habitavan, y, arrendándosela al dueño, vivir allí o por lo menos tener bien adereçado un quarto trayendo las alhajas de fuera, como lo hizieron, y yrse, si no todas las noches, algunas, o yrse uno y quedarse otro en la cueva. Lo qual se hizo ansí. Y como se viessen en el domingo, se fueron a la yglesia, donde, en presencia de las damas, se ofrecieron a los cavalleros, y, junto con esso, su casa, diziendo esperavan a sus padres que venían ya de las Indias y tenían gusto de vivir en Jaén. Los cavalleros, agradecidos, ofrecieron las suyas, de manera que, tanto por el camino de hombres de buen vivir quanto por el de cavalleros, eran los dos regaladíssimos y también gastavan espléndidamente con ellos.

A todo esto la prima no quitava los ojos de don Gregorio, y él no mirava allá. Salidos que fueron todos de la yglesia, preguntó Felipa a su prima qué le avía parecido. Ella dixo:

-Prima, hete de dezir la verdad: no me ha parecido bien.

No sé qué se conoció Felipa en sus ojos que no lo creyó como se lo dixo, antes concibió mal de la respuesta, por aver notado que no los quitó dél y después se le deshizo. Esto se juntó, y la buena opinión que con los cavalleros cobró, ayudando su parte dezir esperavan a sus padres, porque se lo creyeron ellas, determinó responder a los papeles de don Gregorio, de quien la prima ya estava muy enamorada; y llamando a Juana, le preguntó si llevaría un papel a don Gregorio sin que lo supiesse la tierra. Respondió que sí, y en esta conformidad empeçó el papel como se sigue:


Papel de Felipa a don Gregorio


Las mugeres que tenemos tantas obligaciones, como yo, y por estar en los ojos del lugar tan sugetas a ser murmuradas, hemos menester quitar la ocasión, particularmente la del escándalo, pues tanto importa no darle. Yo me acuerdo aver leýdo en unos librillos con que me divierto que es la honra de la propriedad del vidro, que no aguarda segundo golpe. He venido a pensar, por importunarme Juana tan a menudo, que vos, señor don Gregorio, la avéys dado algunos papeles para mí, y que, por no hallar cabida, no se ha atrevido; holgarme ía en el alma huviessen buelto a manos del mismo dueño, que son peligrosos en las de las criadas. Si no ha sido ansí, hazedme favor, os suplico, de pedirla cuenta de ellos, y dexad el cansaros en vano, porque piden vuestras partes más calidades que las mías, y yo he de buscar mi ygual, que crece entre ellos el amor. Y oýd missa en iglesia que aya damas benemeritas de quien vos soys: allí podréys emplearos, que me lástima gastéys tanta bizarría a donde sólo acudimos labradoras.

Este papel llevó Juana a Loçano, de que huvo buenas albricias, el qual le guardó hasta la noche, donde, leýdo, conoció el efecto que avía hecho la muerte de don Rodrigo, lo que la gargantilla avía negociado y, sobre todo, lo mucho que importó la venida de la prima. Junto con esso, como doctores tan expertos, dieron entendimiento al papel: hallaron que estava picada, que avía leýdo los demás y que gustava continuasse la yglesia.

La prima, que muy de veras estava enamorada de las partes de don Gregorio, particularmente de sus dineros, queriendo ganar por la mano a su prima, llamó a Juana, que antes avía sido criada suya y por cierto disgusto con la difunta estava fuera de casa hasta que las amistades se hiziessen, y la pidió llevasse un papel a don Gregorio, porque gustava Felipa passasse por su mano el negocio y, aunque los notasse ella fuessen de letra de Isabel, por importar ansí al honor de su prima. Juana lo hizo sin dar parte a Felipa y le llevó a Loçano: el qual dezía desta manera:


Papel de la prima a don Gregorio


Señor don Gregorio, causa principal del amor verdadero dizen es la confrontación de humores, donde la cosa que ama toma para sí aquello que es suyo, que no sea diferenciado en más que en estar en otro sugeto. Siendo esto tan llana verdad, ¿de qué momento me fuera a mí mostrarme no enamorada, antes cuydadosa de hazeros mi pretendiente, supuesto que venía a ser lo mismo, y a vos, por vuestro mucho entendimiento, os fuera fácil de conocer? De presente yo hago lo que de acá dentro se me manda. No sé yo aya razón para que, el que fue combidado, no agradezca más lo que por él se hizo que lo que por quien el mismo se combidó. Entendido he las veras con que vos amáys a mi prima, y della misma sé las que pone en olvidar a quien con razón avía de favorecer. No en todo la culpéys, porque está prendada de un cavallero muy principal, que fue a las Indias a heredar, de quien tiene un hijo. Que no es justo que un cavallero de tantas partes viva engañado, confiada en cuyo valor, me atrevo a dar parte desto, cierta de que lo tendrá en secreto: a quien suplico me mande muchas cosas de su gusto.

Juana bolvió con el segundo papel a donde sabía la aguardava Loçano, y como no le hallasse, se bolvió con él hasta el primer día de fiesta, que le vio con su señora Beatriz, muy risueños los dos. Creyó yva el negocio en muy buenos términos y que tendrían presto boda. Hízole del ojo, y, despidiéndose con gran dissímulo, se fue azia donde la criada caminava, quedando no poco sentida porque avía tomado algunas cosillas, satisfecha de su término y de sus dineros que sabía eran en abundancia. Loçano llegó a donde Juana estava, a quien contó lo que la prima la avía dicho, y, junto con esso, le dio el papel. Apenas le tomó, quando, sin abrirle, supo lo que venía en él. Despidióse y fue a la iglesia, donde don Gregorio estava con los demás cavalleros haziendo el amor no a Felipa sino a su prima, que ansí se determinó en la cueva; de que Felipa estava loca. Llegóse con ellos, a quien trataron como a deudo de don Gregorio.

Salidos de allí, le dio parte de lo que passava. Caminando a su posada las dos primas y Beatriz, sin mirarse la una a la otra, y suspirando, bolvieron la cabeça y vieron que los cavalleros quedavan mirándolas; y como viniessen tras ellas hasta entrar en su posada, acabó de confirmar su sospecha ver que su prima alçó el manto y se rio con don Gregorio. Dissimuló entonces por su madre, mas luego que se vio con ella a solas, la puso como aquella que estava enamorada y celosa. La madre andava con una sabrosa inquietud y salía afuera más a menudo por ver si vería a Loçano.

Venida que fue la noche y recogidos los dos en su casería, que tres quartos de legua tenían, leyeron el papel y conocieron quán adelante estavan sus amores y cómo, para en el entretanto, le venía a don Gregorio la ayuda de costa de la prima. El qual respondió desta suerte a Felipa:


Respuesta de don Gregorio a Felipa


Al cabo de muchos desvelos, de muy malos días y de peores noches, me dieron un papel vuestro, ocasionado a bolver el juizio a quien no fuera tan cortado al gusto de su dueño. Por él se me manda acuda a donde aya más damas, que me emplee mejor, y mire por vuestra reputación no dando nota en la yglesia. A lo qual todo respondo que, como se me pide, lo haré y que, si fuere allá, será porque tengo a quien mirar, que sé gusta de verme. Y porque sé doy enfado, no seré más largo, quedando resuelto a poner por execución vuestro gusto.

Esta respuesta se determinó para Felipa, para que de todo punto quedasse picada. A la prima se respondió ansí:


Respuesta de don Gregorio a la prima


Escrivís tan bien, señora Isabel, y soys tan discreta que, quando no tuviérades más partes, eran bastantes éssas para tenerme por afortunadíssimo.

Justamente avéys tomado lo que dezís, y yo lo he dado de muy buena gana, tanto por lo que al principio digo, quanto por averme sacado de un cuydado tan grande. ¿Quién creyera que una dama como la señora Felipa avía de tener conque tan vellaco como aver parido? De una dama de sus partes hermosas bien se puede entender, mas no de su honestidad. Vos me mandad todo lo que de vuestro gusto fuere, que para él me hallaréys criado obediente y mudo para callar sus favores.

Estas dos respuestas ordenaron se diessen a Juana y luego de presente el porte. De cuyos papeles tomaron motivo para venderse por más santos con ella, porque ¿quién como ellos sabía era mentira lo que del hijo dezía Isabel de su prima y quiénes mejor pudieron conocer su mucha embidia? Venidos antes de amanecer al lugar, se pusieron sus ropas y se salieron a sus exercicios, a que con gran puntualidad acudían. Puestos en las calles de sus damas, empeçaron la continuada lamentación. Salieron luego a la puerta a pedirles entrassen dentro para consolarlas en la muerte de la tía. Ellos lo hizieron, y, junto con esso, dio el hermano Pedro Pecador a Isabel en secreto muy buenos avisos, diziéndola mirasse por sí, que era muchacha y hermosa, que no fiasse de nadie mientras no viesse seguridad y que, demás de esso, no echasse faltas de nadie en la calle, porque era grave pecado; que se preguntasse a si mesma por qué se lo dezía y hallaría no yr él fuera de camino. Ysabel cayó luego en lo que era y se echó a sus pies creyendo se lo avía revelado Dios.

Mientras Pedro Pecador estava con Ysabel, estava con Felipa Juan Miserable predicándola también y diziéndola cómo sin seguridad grande de marido no se fiasse de nadie. En esto entró Beatriz, que la tenía fuera el cuydado de Loçano sin tener más ocupación a que salir que a ver al descuydo si le hallava. Luego que los vio, se puso a sus pies. Ellos sacaron unas diciplinas y diziendo:

-¡No cree vana gloria el asno! -se hirieron fuertemente las espaldas, que para el efecto las traían abiertas, puesta la una parte de la ropa sobre la otra. Las mugeres, llorando y haziendo estremos, se las quitaron, y ellos se hincaron de rodillas diziendo:

-¡Oremos, mi hermano, por estas santas, que Dios las conserve en su gracia!

Salidos de allí y continuados sus enredos, venida que fue la noche, se puso Loçano en el lugar que solía esperar a Juana, muy seguro de que la justicia no le preguntasse qué buscava ni le hiziesse pesadumbre alguna por ser pariente de don Gregorio. Llegada que fue, la dio los dos papeles diziéndola:

-Tú has de dar éste a la señora Isabel, y este otro a la señora Felipa: divídelos porque no los yerres.

Ansí lo hizo, mas, como se despidiesse dél y llegasse su galán y la dixesse:

-¡Voto a tal, que me has de enseñar lo que te dio aquel hombre! -a quien ella satisfizo contándole lo que passava y mostrándole el papel, por ponerle después en la misma fratiquera, se descuydó y le puso donde estava el otro.

Assegurado el galán, se despidieron y ella caminó para su casa, a cuyo umbral se acordó de los papeles y de como los llevaba juntos, y no sabía, por faltar lo sobreescrito, quál avía de dar a su ama y quál a su prima; cuyo embaraço asseguró tener el pañuelo en medio, que le puso en la fratiquera del que yva para su señora después de tomado el papel, de manera que, dividiéndolos el lienço, era el de encima para la prima. Ansí lo creyó ella, mas, como semejante gente haga tan a menudo exercicio, se trocaron y dio el de su señora a su prima y el de Isabel a su señora.

Leyéronlos, y, aunque errados, para ellas fueron las pesadumbres. Descubrióse la maraña, y sentida Felipa del testimonio que su prima la levantó y con la resolución del papel desesperada y zelosa, la dio una buena vuelta y la recibió también. La madre llegó al tiempo que no se podían desenredar los dedos de los cabellos, mas no les pudo sacar el porqué, y menos a la criada, como a la que importava no se supiesse.

Pidió el manto Felipa para yrse a un monasterio si su prima avía de vivir con ella. La madre, desseosa de saber rompimiento tan grande en tanta amistad, llamó aparte a su sobrina y le preguntó la causa de aquella riña. Ella dixo que no se lo sabría dezir, que estava melancólica su hija y quiso lo pagasse ella. Felipa caminava por las escaleras abaxo quando la madre, por aplacarla, determinó llevar su sobrina en casa de una otra su tía, prima de la Beatriz, donde Isabel quería yr por la muerte de su madre.

El trueco de los papeles y saber acudía don Gregorio a la iglesia donde de allí adelante yva su prima a missa, hizieron tal efecto en Felipa que no sossegava. Cogió la criada y diziéndola:

-No te he despedido de casa porque me digas qué enredo ha sido éste -ella confessó abiertamente todo lo que passava y como la dixo Isabel que no gustava Felipa passassen por su mano los papeles y que ansí, con su acuerdo, escrivió aquél. Y ella respondió:

-Pues, aviéndote dado uno yo, ¿no podías entender era mentira?

-No, señora -respondió ella-, porque creý que, pesarosa, avía buscado vuessa merced mejor traça.

La prima avía ya dado cuenta del negocio a su tía, y ella la avía aconsejado no dexasse de la mano ocasión tan buena, y más aviéndose mostrado enamorado, que no todos los hombres se avían de tratar de una misma manera. Tanto por este parecer, quanto porque no faltava de la iglesia los días de fiesta y las embiava muchos regalos, teniendo por acertado obligarle que quando mal sucediesse la dotaría, dixo a su tía le hablasse y le pidiesse, como salía della, se fuesse una tarde con ellas a su casa y que ella [no] lo contradiría. Hízose ansí, y con una cédula que la dio, en que prometió casarse con ella o darla quatro mil ducados con seguridad de testigos, tomó possessión, y fue ayuda de costa para la fiesta que se le esperava: la qual señora quedó preñada.

En tan buenos términos andava Loçano con Beatriz, y tan buena negociación hazía Juana con su ama, que casi fue su prima solemnes vísperas de la fiesta grande. Y para gozarla con más brevedad sale una mañana de camino él con unas alforjas y su compañero con otras, fingiendo yvan a recebir los padres de don Gregorio, y que se desembarcarían dentro de veynte días de como ellos llegassen a Sevilla, en cuyo interím tenían que hazer en ella. Junto con esso la dixo cómo él se la avía declarado y díchole quán enamorado estava de la más honrada muger que en el mundo avía, y cómo se casara con ella a no aver sabido una flaqueza suya.

Felipa, que hal ó tan buena ocasión, le pidió se sentasse y, llorando tiernamente, le contó el enredo de su prima y el mal que la avía hecho, y cómo sabía nuestro Señor quán honestamente vivió siempre. El hermano Pecador prometió hazer con ella se desdixesse y hazer después sus partes con don Gregorio, de suerte que lo que Felipa no pensava la viniesse; que mientras él lo negociava, le podría escrivir un papel muy blando, supuesto que el desinio que él llevava era hazerle su marido, para lo qual mudaría de intento, dexando por entonces el viaje. Felipa lo hizo como se lo mandó.


Papel de Felipa a don Gregorio


Sabido he, señor don Gregorio, como mi honra no está con vos en los términos que solía por avérmela quitado quien me la avía de dar, queriendo a costa della grangearos a vos. En parte estáys donde podréys informaros si es verdad lo que de mi os han escrito. Creedme que pudiera estar casada con quien me estimara, y no lo he hecho anteponiendo esta ganancia a la breve pérdida de unos pocos de días de no buena opinión; y pudiera ser no se supiera. Yo estoy muy cierta de que essa dama me restituyrá lo que me ha quitado tan contra su conciencia, si quiere tener paz en ella. Vos me bolved, os ruego, al que de antes de mi sentíades, y acordaos que a ser verdad lo que la señora Ysabel escrivió, me huviera aprovechado de una gargantilla de diamantes que vos me dávades y yo no quise recebir: que mandándome lo que fuere justo y a mi honra estuviere bien, soy muy vuestra servidora.

Este papel se llevó a Loçano, el qual tenía ya el sí de Beatriz con la seguridad de una cédula hecha ante el vicario, en la qual avía consentido don Gregorio. En trage de Pedro Miserable fue en casa de la prima, y riñéndola mucho la dixo de parte de Dios que si no se retratava del testimonio que a su prima avía levantado que se la avía de llevar el diablo, y que esto avía de ser en presencia della y de don Gregorio, tanto para que él quedasse satisfecho, quanto para hazerlas amigas; que se fuesse aquella tarde a su casa, que él la avría hablado y que haría fuesse allí; que no se obligava a hallarse presente por tener mucho a que acudir. Ella lo hizo, satisfecha que, si en desdezirse le disgustava y no fuesse por essa razón su marido, la avía de dar quatro mil ducados.

Llegó la tarde y los dos muy galanes esperaron a que saliesse Juana, a quien Loçano pidió llamasse a su señora Beatriz. Ella lo hizo, enterada de que era para tratar del casamiento de su señora Felipa. Luego que Beatriz estuvo fuera, se fue Loçano con ella y se entró en su casa, donde, al parecer de ellas, quedó muy satisfecho del retrato de la prima. Felipa, muy enamorada, le dixo aparte si le avían dado un papel suyo; él dixo que sí y que respondería.

Mientras esto passava, avía Loçano llevádose a Beatriz bonicamente fuera del lugar. Luego que la tuvo allí, la llenó la cabeça de viento y dixo cómo se casara al punto con ella, a no aver menester aguardar a los padres de su señor, porque, si sin estar ellos presentes se casava, sería ocasión para no darle cantidad de hazienda que suya tenían, y él no podría vencerlos en juyzio estando en España sin yr ni venir a las Indias, y que esto le costaría gran número de ducados y grandíssimo trabajo; que se fuessen en casa del vicario, donde se comprometerían, haziéndola una cédula en que se obligava a darla dos mil ducados si no se casava con ella, mas que avía de ser con condición que se avía de yr con él a su casería, donde estarían aquella noche sin que la tierra lo supiesse; que no causaría novedad en su casa, pues el oficio lo traía consigo. Ella se vio tan obligada y tomados los puertos que dixo que se hiziesse fiada en ser tan hombre de bien.

Luego que don Gregorio no halló a Loçano donde avían quedado se esperassen, dio en lo que era y, caminando después de bien anochecido a la cueva, passó en ella aquella noche. A la mañana se juntaron allí mesmo y se dieron los buenos días, y don Gregorio le dixo:

-Déme buenos días uzé que buena noche se ha tenido. ¡Ea, ea, respondamos a Felipa, qué no hazemos nada!


Respuesta de don Gregorio a Felipa


Mi señora Felipa, causa tan suficiente fue vuestra prima para enfriarme que, a no retratarse en mi presencia, estuviera agora como pocos días ha estava. Ella lo hizo, si bien para vos, rebién para mí, que si mucho gusto me quitó, muchíssimo me ha buelto, porque, para con Dios, desde que os vi soy vuestro, que con este intento puse en vos los ojos. Si para amiga os huviera querido, no por lo que vuestra prima me dixo me huviera disgustado, antes estávades para mí en mejor estado; mas fue siempre mi amor honesto y tal qual de un cavallero de mis partes.

Después que en este lugar estoy, he sabido como a mis padres les ha nacido un hijo varón. No me tienen hecho aún el mayorazgo, que a esso vienen y a vivir a este lugar: no querría, por hallarme casado sin su licencia, le hiziessen en el recién nacido, que por esta causa no me caso luego con vos. Mas, supuesto que mi amor no sufre dilación, podríamos los dos yrnos en casa del vicario y allí darnos las manos, y hazeros yo una cédula de ser vuestro marido o daros diez mil ducados para vuestro dote. Y para que os informéis de mis partes, embiaré al hermano Pecador a vuestra posada, que él sabe bien quién soy y quánto miro por mi alma. Merezca yo la respuesta y con brevedad, que no excederé un punto de vuestro gusto, para que, si no le tenéys, en esto me vaya a recibir a mis padres.

Temerosa de la resolución de yrse, ya assegurada del término de don Gregorio, tomando la pluma para respondelle, llamó a la puerta el hermano Pecador, a quien, después de hechas las acostumbradas monerías, Felipa abraçó; y le dio a besar la cruz, y preguntándola:

-Y bien, ¿qué haze agora la sanctita? -le respondió como en aquel punto tomava la pluma para responder a don Gregorio en cumplimiento de lo que él la avía mandado, muy satisfecha de que haría sus partes, pues él mejor que otro sabía quán bien avía vivido siempre; demás desto le enseñó el papel de don Gregorio.

Él la respondió que estava muy enterado de su honestidad y que, en lo que tocava a don Gregorio, estuviesse segura cumpliría todo lo que en aquel papel prometía, porque, como él en otra ocasión avía dicho, era un cavallero de muy buen alma y que le avía conocido de muchos años atrás siempre con muy buena opinión; que se echasse de ver quien era, pues, por huyr el trato de los cavalleros moços en quien tan de ordinario reynan vicios, vivía tres quartos de legua del lugar; que la bolvía a assegurar cumpliría todo lo que avía prometido y que quedava él por fiador dello. Exortándola tan de veras y para efetuar el negocio la dixo:

-Alma de Dios, no porque don Gregorio la dé essa palabra y haga la cédula que dize, ha de hazer cosa alguna que no diga con ser muger honrada y, temerosa del Señor, cuydadosa de su honor, porque, aunque aya lo que he dicho, sería pecado mortal hasta que conforme al santo Concilio estén desposados.

Ella agradeció mucho el aviso y prometió ponerle por execución, y le pidió dixesse a don Gregorio la diesse licencia para dar parte a su madre de lo que passava. Él dixo que por ningún camino como por aquél se perdería el negocio y que sabía de don Gregorio no lo querría hazer, porque se casava enamorado, y que, siendo tantas sus partes, aunque ella era muy virtuosa, no querría fuesse su madre con ellos en casa del vicario, porque se sabría y él se correría mucho dello; que tomasse su parecer y no hiziesse al contrario de su gusto. Ella le obedeció, pidiéndole orden cómo ello fuesse sin escrivir más a don Gregorio. Él dixo que era fuerça embiar por su madre dentro de dos o tres días para la muger de un cavallero que estava en los de parir y que se estaría allá tres o quatro: que en esse tiempo se podría hazer muy bien. Ella concedió, y antes del tiempo del parto, la embiaron a llamar; y el hermano Pedro Pecador dixo no la dexassen bolver hasta que huviesse parido.

Hízose ansí, y, en este ínterin, fue don Gregorío en casa de Beatriz y, diziendo a Felipa la aguardava en casa del vicario, se comprometieron y le hizo la cédula como el hermano avía mandado. Bueltos a casa, aunque Felipa estava muy avisada, no tuvo ardides contra los muchos de don Gregorio y, medio por fuerça o de grado, hizo lo que el hermano Pedro Pecador le avía aconsejado no hiziesse.

Parece ser que, aunque Felipa quedó amiga con su prima, no por esso se trataron con la llaneza que solían, antes quedó una amistad reconciliada; causa de que don Gregorio pudiesse acudir a las dos casas sin que la una supiesse de la otra, y, cuando se vino a entender cursava las dos, aunque cada una se mostrava celosa, estavan fiadas en que sus cédulas serían cumplidas.

Los dos hermanos eran muy fecundos y hizieron preñadas don Gregorio a las dos primas y Loçano a la madre. Llegó el tiempo de parir la prima y, tomando consejo con la tía en cuya casa estava qué se haría de semejante negocio, determinó llamassen a Beatriz, pues no avía otra comadre en el lugar. Don Gregorio se puso en el trage de Pedro Pecador y fue en casa de Beatriz a contarla lo que passava y a pedirla fuesse allá luego y hiziesse como tía: de suerte que, quando vinieron a llamarla, ya ella estava enterada del negocio. Fue en casa de su sobrina y, tratándola como merecía y riñendo juntamente a su prima, les dio un muchacho, a quien el hermano Pedro Pecador bendixo y abraçó. Beatriz no pudo sacar a su sobrina quién era el padre, porque sabía que, si lo dixesse, no le vería más en su vida, por averselo dicho ansí don Gregorio, de manera que Beatriz se fue en ayunas dello.

A esta sazón ya las barrigas de Beatriz y su hija andavan en buenos términos. Y se avían dissimulado desta manera: luego que Felipa se sintió preñada, lo dixo a don Gregorio y él la mandó escondiesse unos barros de suerte que su madre pudiesse dar con ellos, que auduviesse muy a menudo con agua, aunque no la beviesse. La madre estava muy satisfecha, que su hija tenía grande opilación; la suya se avía dissimulado diziendo que, de averse lavado las piernas con la costumbre, se le alçó, y que aquella sangre detenida la dava cruda guerra, para lo qual se hazía traer las piernas y tomava jarave de culantrillo. Como las dos tomas destas ciudades fueron en una semana, y aun dentro de tres días, no fue mucho pariessen en uno.

Era concierto entre don Gregorio y Felipa que, luego que se sintiesse con dolores, le avisasse, para que, sacándola de allí, la llevasse a parir a su casa, que tres quartos de legua tenía; y que, por si se determinava desposarse luego, que no estava poco en ello, sacasse todas las joyas que él la avía dado y las que ella antes tenía.

Ansí se hizo, y, en trage del hermano Pedro Pecador, fue por ella, ausente de casa su madre, y poniéndola en una jumentilla, él y su compañero dieron de noche con ella en la casería; donde fue fuerça, por apretarla tanto los dolores, yr por la comadre Beatriz, aunque se le dixo a ella yvan una legua de allí por una pastora, aviendo dado primero parte a don Gregorio, que fingieron averse quedado acaso aquella vez en el lugar, en la posada que él muy bien sabía.

Viniéronse los dos hermanos y llamaron a Beatriz, que también estava con algunos dolorzillos. Ella respondió que a aquella hora y estando tan mala como al presente estava, que si la importasse mil ducados no saldría de su casa. El hermano Pedro Pecador dixo con un donoso tono:

-¡Abra, nuestra hermana!

Luego que conoció quien era, hizo abrir las puertas de par en par. Subidos que fueron, la hallaron acostada, pero perdiendo el juyzio por su hija, no haziendo caso de la falta de la hazienda. Consoláronla y pidiéronla se vistiesse y se fuesse con ellos, que importava ansí al servicio de nuestro Señor por estar una hermana muy necessitada della, assegurándola que parecería su hija antes de las nueve del otro día; que no tuviesse cuydado de su honor, que bolvería aún más senzilla de lo que fue.

Vistióse Beatriz sin causarla admiración, porque entendió ser alguna obra pía, necessitada del secreto que de tan santos hombres se esperava, pues andavan a tal hora en ella; ni a la gente que en la casería huvo la causó tampoco, porque no solamente allí y en Jaén tenían opinión de santos, mas por treynta leguas alrededor la tenían. Por el camino la dixeron cómo avían de entrar el, un aposento sin luz y que avía de partear una señora muy principal que en él estava: que no la preguntasse cosa alguna, porque no respondería. Luego que llegaron con ella, la entraron en el aposento donde la señora estava con dolores, y tan grandes, que no conoció a su madre.

Los dos vellacones, antes que en el puesto se pusiesse, la llamaron aparte y la advirtieron no hablasse, porque importava mucho, y, pues que quedava allí todo lo necessario y no eran menester, se yvan a socorrer una necessidad tan grande como aquella; que se espantavan como don Gregorio y su pariente no huviessen llegado, que tenían por sin duda hallarlos en el camino y le darían las llaves. A esto se llevavan los hermanos todo lo que la pobre de la Felipa avía sacado. Llegados a la cueva, donde tenían dos muy gentiles mulas y todo el dinero, que era en cantidad, trocado en escudos, se partieron muy galanes para Barcelona, aunque pudieran estar allí todo el tiempo que les diera gusto, continuando el camino empeçado.

En el que esto se hazía, parió una muchacha Felipa y su madre dio un grito y dixo:

-¡Ay! desventurada de mí, señora, que, por veniros a servir y obedecer aquellos santos hermanos, no hize caso de que estava con dolores de parto, y ansí es fuerça aver de parir en vuestra posada.

-No os dé pena -le respondió Felipa- que yo habito en un lugarzillo que aquí cerca está, y como no tengo entretenimiento en él, me salgo al campo donde veo como los pastores partean las ovejas. Poneos en el puesto donde yo estuve: seré vuestra comadre, que ya vendrá quien nos socorra a las dos.

Hízolo ansí y parió otra muchacha, a quien pusieron en las embolturas, de que avía harta sobra; después de lo qual, se acostaron las dos en una mesma cama, mas don Gregorio ni Loçano no vinieron. Lamentándose de su tardança y viendo entrava por el resquicio de la ventana claridad, dieron gritos. Acudió la gente de casa y, echando la puerta en el suelo, entraron dentro, donde hallaron dos mugeres, cada una con su hija al lado. Luego que las dos se conocieron, cubiertos los rostros, sin hablarse palabra, pidieron las llevassen a la posada que ellas dirían. La que buscava una hija se halló con dos hijas y una nieta, y sin las joyas; y más senzilla de lo que fue, pues entonces fue preñada y bolvió parida.

Luego boló la vellaquería, y conocieron ser unos mismos hombres don Gregorio y el hermano Pedro Pecador, Loçano y Juan Miserable. A esto ya la sobrina que llevó fruta más temprana estava sabidora del sucesso. Vino en casa de su tía, hiriéndola por el mismo camino que ella fue herida; a lo qual respondió Beatriz que, fiada en una cédula que Loçano la hizo, se cegó y que perdía marido y dos mil ducados. La sobrina dixo:

-Más perdí yo y en más me fié, pues perdí a don Gregorio y quatro mil ducados.

La hija se levantó y dixo:

-Pues, yo he perdido con mejor punto que las dos, pues pierdo con dos cédulas: la una que me hizo don Rodrigo y otra el embaucador de don Gregorio. Demás desso pierdo diez mil ducados, si la una dos y la otra quatro.

Desengañáronse de todo y entendieron sabían lo que passava como hermanos que davan a entender que eran santos y luego hazían como cavalleros, satisfechos de lo íntimo que ellas tenían por aver negociado de suerte que, sin que se entendiesse y muy a su salvo, lo pudiessen hazer. Determinóse fuessen a recebir a don Rodrigo, porque no podrían vivir allí, teniendo por mentira todo quanto dél avía dicho el enredador. De manera que a que peor libró fue Isabel, porque no la quisieron llevar a Sevilla: quedó pobre, con una boca más y sugeta al dezir de los moços de aquella ciudad.

Todo lo qual sucedió a Felipa por querer ser más de lo que su calidad pedía. Pudiera contentarse la hija de la partera con un oficial, como a ella y a su madre muchas vezes se le aconsejó y algunas estuvo casi hecho. Acuérdome agora que el perro de Ysopo tenía en la boca un pedaço de carne cierto y seguro. Vio que la sombra que hazía era mayor que él, soltóle y fue a asir della: no tuvo qué, y quando quiso bolver a tomarla, no pudo, porque se cayó en un río a cuya orilla estava. Ansí les sucedió a estas damas (aunque no vale el símil, porque el perro no halló nada y ellas hallaron dos hijas.)