La cuestión catalana (diciembre de 1902)

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​La cuestión catalana​ de Pompeyo Gener
Nota: Pompeyo Gener «La cuestión catalana» (diciembre de 1902) Nuestro Tiempo 24: pp. 733-738.
La cuestión catalana.
(Ó SEA EL CATALANISMO)
I

PROLEGÓMENOS

 Decimos cuestión catalana y no catalanismo, pues lo que produce esa tirantez, esa desavenencia, ese malestar dentro de la actual organización de España entre catalanes y mallorquines, de una parte y el centro político oficial, y aun con las provincias de raza castellana de otra, no es solamente el movimiento que empezó con los juegos florales á mediados del pasado siglo como una simple tendencia literaria, acabando por fin en tendencia regionalista, sino algo más hondo, algo complejo, que á más del catalanismo, se manifiesta en el movimiento obrero libertario, en el movimiento republicano federalista, en un arte distinto del del resto de la Península, en un espíritu que tiende á una filosofía diferente; en una palabra, en una tendencia al unísono con las naciones más avanzadas de Europa, mientras que en la España sub-ibérica las razas se van acarnerando, y las instituciones se petrifican más y más cada día, mirando sólo al pasado, ó buscan su regeneración en la restauración de principios caducos, en fórmulas oficiales vacías, en paliativos ridiculamente nímidos, no confiando para nada en la propia individualidad potente, por no tenerla ni querer tenerla [1].
 Así, pues, cuestión catalana, viene á significar la cuestión, el litigio, si se quiere, de todo un país, de toda una raza con otra, y no de un partido político con el Gobierno. El problema está entablado entre la España lemosina, aria de origen (y por tanto evolutiva), y la España castellana, cuyos elementos presemíticos y semíticos, triunfando sobre los arios, la han paralizado, haciéndola vivir sólo de cosas que ya pasaron.
 Y el que esta segunda España sea la que pretende la hegemonía de la península (y de las colonias), empeñándose en que la parte celto-latina (y aun la vasca) se amolden á su manera de ser y se subyuguen á ella, esto es la causa de esta cuestión, que ahora vamos á tratar con el mayor acopio de datos posibles, y de conformidad con el método científico moderno, procurando indicar la solución favorable del problema.


 En general, en la Península, y aun en el extranjero, cuando se dice Pueblo Español ó España, se figuran que designan con tal palabra un conjunto homogéneo, una raza única ó, al menos, un conglomerado de razas análogas, con igual pasado histórico, iguales aspiraciones y las mismas necesidades [2]. Y precisamente es todo lo contrario. Lo que se llama España, es una nación formada por razas enteramente diversas y hasta diremos contrarias, que tienen historia propia distinta é ideales completamente diferentes. Es como uno de esos terrenos de aluvión que se han formado gracias á la estratificación de capas compuestas de minerales pertenecientes á diversos grupos.
 Un alemán, en general, es un individuo de raza germánica, salvo algo de raza eslava que pueda haberse cruzado en las fronteras de Rusia y de Polonia; en suma, dos razas afines. Un inglés es de raza anglo-sajona y puede tener mezcla céltica; dos razas afines también. Un francés será una mezcla, en proporciones diferentes de razas, como la céltica autóctona, con la latina y las germánicas, ó sean franca, normanda, etc., total, un compuesto de ramas de la raza aria. Y así, de casi todos los pueblos de Europa. Pero, ¿un español? En un español, este nombre no indica más que el haber nacido en un territorio que está sujeto al Gobierno de Madrid. Como raza, lo mismo puede ser una mezcla de griego, latino, celta y godo (catalán), que de todo esto con árabe y berebire (valenciano), que de árabe, con godo y latino (andaluz ó castellano, según la proporción), que de celta, latino y guebro (gallego), que de ibero primitivo y celta (vasco), y otras mil mezclas que en la Península existen, habiéndolas hasta de beréber y de mogol, sin contar los negros y los amarillos de las colonias.
 No indica, en modo alguno, la palabra español, territorio determinado, como la palabra ibero, tomada en el sentido moderno, de hijo de la Península ibérica. Tan español es el que ha nacido en Ceuta, en Canarias ó en Fernando Póo, como el que ha venido al mundo en Madrid ó en Asturias. Hace poco, un hijo de Cuba, aunque fuera negro, ó uno de Filipinas, malayo, eran perfectamente españoles. Y hace un siglo, lo eran tanto el indio teka mexicano, como el patagón de los Andes, ó el guaraní de cerca del Pacífico y sus cruzamientos, como lo fueron en tiempo de Felipe II un flamenco, un valón, un franco-contés, un portugués, un siciliano ó un napolitano.
 Como se ve, pues, la palabra español, en su verdadera acepción sociológica, no ha significado nunca ni país, ni raza, sino pertenencia forzada á un estado político. Así, cuando se ha empleado la palabra español y España (muy a la ligera casi siempre) para indicar unidad de raza, comunidad de tradición y de historia, comunidad de ideales y de psicología, se ha cometido una barbaridad de tomo y lomo. Español no quiere decir más que individuo sujeto al sistema político unitario, empezado por los Reyes Católicos y continuado por las dinastías de Austria y de Borbón. Fuera de esta acepción, la palabra no tiene ningún sentido [3].
 Podría tener otro sentido novísimo, en el de uno de los individuos que, procedentes de razas distintas y de pueblos diferentes, convergen en la aspiración común de formar una nación ó Estado único. Pero para esto sería preciso que ninguno de los pueblos quisiera imponer á los otros, ni su lengua, ni su raza, ni su historia, ni su psicología, ni sus costumbres, ni su gobierno, y esta unión ideal (que podría llegar á ser real), esta nueva España orgánica, tendría su fórmula en el consentimiento mutuo voluntario y en la no abdicación de su manera de ser de nadie, y esto sólo se realizaría dentro de la teoría federalista, con la perfecta autonomía de los pueblos por razas, geografía é historia propia.


 Aquí se impone, antes de pasar adelante, una pequeña explicación etnográfica, pues hay que precisar términos para no confundirse en materia tan árdua.
 Cuando se dice raza, hablando de las actuales razas históricas, sobre todo de la Aria y de la Semítica, y por tanto de todas sus subrazas, se entiende: colección de individuos que han llevado una vida común durante muchos miles de años, en un mismo ó análogos medios ambientes, con las mismas necesidades, las mismas costumbres y el mismo género de vida, lo cual ha formado su fisiología y su psicología de una manera especial. Así, al cruzarse con otras razas, ó al cambiar de medio ambiente, los hábitos adquiridos durante muchísimos siglos por la adaptación al primitivo medio ambiente, continúan ejerciéndose en el nuevo, aunque no haya necesidad de ello. Así salen individuos belicosos en medio de sociedades pacíficas, ó seres estacionarios y absolutistas en medio de sociedades liberales y progresivas á la moderna. De modo que raza no quiere decir diferencia animal originaria, sino de adaptación ó de formación secular.
 Ahora, cuando se trata ya de mogoles, negros ó negroides, la cosa ya cambia, pues los antropólogos modernos les asignan origen animal distinto, ó al menos probablemente distinto.


 España es más bien un Estado político, compuesto de naciones diferentes, que una nación única, si uno se atiene á las leyes sociológicas. Hoy por hoy, parécese bastante á Austria, Estado formado por alemanes, húngaros, tcheques, bohemios, polacos, italianos, etc., etc. Pero á lo que se parece más es al imperio otomano, en el que predomina una raza turco-altáica, guerrera y dura, paralizada por una religión absolutista, la cual domina por la fuerza á pueblos arios, como los griegos, eslavos, armenios y otros sujetos á la Sublime Puerta, capaces de progreso y de verdadera civilización superior humana. Efectivamente: España y Turquía son las dos únicas naciones europeas en que se puede observar la parálisis producida por el culto dogmático impuesto de una religión monoteísta, y el predominio ó la hegemonía de una raza esencialmente guerrera, ignorante y dura, que ha perpetuado las formas políticas más absolutistas, aun bajo el manto de instituciones modernas liberales. Resultado en ambos imperios: la despoblación, la ignorancia, la baja de los fondos públicos, el rutinarismo en la agricultura y el desconocimiento más completo en los Gobiernos de la organización industrial moderna [4] Spencer y los sociólogos modernos ingleses y alemanes han sentado, como fruto de sus inducciones, que las sociedades primitivas son guerreras, y las modernas industriales. En las modernas la guerra, ó lo que es lo mismo, el elemento militar, sólo servir debe al elemento industrial, á la defensa de la libertad de las ideas y de la producción de los individuos. Pero aquí, como en Turquía, pasa todo lo contrario. Como si estuviésemos en la edad del Cid, en que la primera industria era la de matar gentes, España no parece una nación que tiene un ejército, como dijo ya hace tiempo el gran Federico de Prusia, sino un ejército que tiene una nación.
 De esto ha resultado un carácter común entre España y el imperio turco. El pueblo que ha predominado en el uno, como el que ha predominado en el otro, ambos tienen los mismos caracteres. Un valor material á toda prueba, un gran desprecio á la vida, una ignorancia inaudita, una gran repugnancia al trabajo; falta de toda personalidad individual, siendo casi todos los individuos como vaciados en un molde. Lo cual puede reducirse á estas dos palabras: fanatismo y fatalismo.


 Aquí hago alto para pedir á mis lectores que me dispensen tanta crudeza; pero doy sólo el resultado de mis investigaciones tal cual es, para llegar á un fin favorable; parto de un pesimismo actual, que me suministran las cosas y los hechos, para llegar á un optimismo futuro. De la España antigua, de este gran Estado católico monárquico, el mayor que ha habido, en el cual el sol jamás se ponía; de ese imperio inmenso, que sólo duró un momento sin descomponerse, bajo el cetro del gran Carlos V, y que á partir de Felipe II ha ido desintegrándose hasta la última pérdida de las Antillas y del Archipiélago filipino; de esta España descendente, sólo el pesimismo puede desprenderse para el observador imparcial, para el filósofo que analiza é induce. Si continuara esa progresión malsana, esa evolución regresiva, como se empeñan en continuarla los elementos centralistas, pronto España se quedaría reducida á la meseta central de Castilla. A que no suceda esto está dedicado este estudio. A la formación de una Nueva España, de la España verdadera, tal como han de ser formadas las naciones modernas, por diferenciación y convergencia, es á lo que van á tender estos artículos. No se nos tache de antipatriotas porque mostramos la enfermedad que puede llevar á España á la anulación completa, ni porque proponemos remedios cuyos beneficios no se perciben en el acto. Para arrancar supersticiones, se ha de hacer sufrir más que para amputar miembros gangrenados, y en ambos casos el enfermo siempre se queja y aun maldice al médico.


 El mal de España viene de que la raza que emprendió la unificación, fuera la castellana. Sin contar los elementos autóctonos africanos que en ella había, algo de latino y el elemento godo, sumáronse á éstos, árabes y sarracenos, á causa de la guerra. El pueblo astur, primero, después el leonés y el castellano, al combatir á las huestes mahometanas halláronse incomunicados con el resto de Europa, habiendo rechazado el apoyo de los carlovingios. Avanzando en el interior de la Península, y sin relaciones con los demás reinos cristianos, su contacto continuo con árabes y moros motivó el cruzamiento, gracias á la conversión continua de los muslines conquistados.
 En cambio los pueblos de Cataluña, de raza autóctona celta, mezclada´con griegos y con romanos, aceptando el apoyo de Carlo-Magno pronto hicieron repasar el Ebro á los árabes; á lo más quedaron algunos, acantonados en las montañas que están al entrar en el reino de Valencia. Mas, pronto unidos á los aragoneses, los echaron de ellas. Gracias á su posición geográfica y á sus alianzas con los pueblos mediterráneos, los catalanes tenían la costa abierta y se comunicaban por mar con las ciudades libres de Francia y de Italia; confederáronse con la Provenza, y sostuvieron activo comercio con el imperio de Oriente.
 A causa de su situación geográfica y de las tendencias atávicas de raza, los castellanos, al quedarse en la España central como acantonados, sin más preocupación que la guerra con los árabes primero, y con los moros después, sus caracteres étnicos se endurecieron. Así, por adaptación, adquirieron un carácter inflexible, eminentemente guerrero, pero inhábil para las industrias; despojados de sus riquezas, y sin más medio de adquirir los objetos que la lanza, reconquistando terrenos áridos, pronto cayeron en el estado de los pueblos conquistadores nómadas, análogo al de los turanios de las mesetas del Norte del Asia. La pobreza y el aislamiento sostuvieron en ellos el heroísmo, pero fomentaron la ignorancia y la superstición.
 Ya los visigodos, al convertirse al catolicismo, habían entronizado el absolutismo teocrático más completo; pero con la lucha contra los mahometanos, éste aumentó. Disminuyeron los hábitos de trabajo, creció el espíritu de sumisión, considerando que toda la verdad estaba contenida en el dogma, y se extinguió el deseo de saber. La autoridad religiosa y la militar imperaron en absoluto. La lucha contra los sarracenos fortificó las creencias y disminuyó la inteligencia.
 A medida que avanzaban y ensanchando Castilla con las puntas de sus lanzas, más creían los castellanos en la protección divina; más respeto tenían á los sacerdotes. Esa reconquista lenta, debida á su propio esfuerzo, les parecía un milagro permanente. Además, la guerra asolaba el país, y los hombres de armas, no cultivando más que imperfectamente el que iban reconquistando, pronto se acostumbraron á una vida nómada de aventuras y de holganza, y adquirieron costumbres de pillaje, como los antiguos turco-altaicos, ó como los árabes preislamitas. Así, toda idea de adelanto y de propiedad fundada en el trabajo, se atrofió. Los caballos, las armas, los rebaños que seguían los ejércitos, el botín tomado en los combates: he aquí la propiedad que se fijaba sobre los terrenos yermos conquistados, bajo las tiendas de lona, detrás de una estacada ó dentro los derruidos muros de una villa tomada por asalto.
 No es posible calcular, si no es por los efectos, lo que puede endurecerse una raza durante tantos siglos de guerra nómada, casi sin otro contacto que el de tribus guerreras, asiáticas ó africanas. La adquisición violenta vino á ser considerada como natural. El espíritu de observación y de investigación, desapareció por completo. La mejor razón vino á ser la espada.
 Mientras así se iba formando, por adaptación al medio y por lucha, la raza en las llanuras de ambas Castillas, en Cataluña se diferenciaba en sentido altamente humano por otras causas. Los elementos étnicos y geográficos produjeron en esta parte del Mediterráneo una civilización temprana y espléndida, esa civilización que se extendía por Provenza é Italia, llamada románica, y que conservaba aún tradiciones griegas y latinas; la agricultura, tal cual la tuvieron los celtas y la perfeccionaron los romanos con las artes de la navegación de los rodios. No desapareció del todo la guerra, pero ésta fué casi esencialmente de costas, y guerra más de defensa que de conquista, con carácter marítimo las más de las veces, ó bien para defender ideales humanos, como fueron las luchas con el papado en Italia y las expediciones á Oriente. Y esto no era lo esencial de la raza, sino el accidente. Si se armaban los catalanes de las costas, era para rechazar los desembarcos y piratería de africanos y normandos. Si en un período ya avanzado de su historia fueron á conquistar islas en el Mediterráneo, fué para expulsar de ellas á moros berberiscos, que ponían en continuo peligro sus costas, y esto sólo fué cuestión de un momento.
 Bajo los Condes en Barcelona, floreció una civilización liberal, la más avanzada de la época, á cuyo lado palideció la de Bizancio. Inmediatamente después de asegurado el territorio de la Marca Catalaunica, tuvieron iguales derechos en la constitución de la Marca los cristianos de las diversas sectas, los mahometanos y los judíos. Enseñáronse en cátedras públicas ciencias, tales como la astronomía y la física. El propio Gerberte (después Silvestre II), estudió en Barcelona la química y la medicina. En tiempos de Ramón Berenguer II salen ya trovadores notables. Luego los trovadores catalanes pasan al condado de Provenza. Cuando Ramón Berenguer IV emprendió la romántica empresa de libertar á la Emperatriz de Alemania, un juglaret le sirvió de compañero de viaje y de heraldo. Los que deseaban aprender la música y la poesía, acudían á la capital de Cataluña desde lejanas tierras para familiarizarse con sus trovadores. Origínanse las industrias de tejidos de seda y oro. Repújanse guadalmáciles. La joyería sobresale en los esmaltes y en la filigrana. Tállase la piedra, escúlpese la madera, fórjase el hierro, policrómanse los frescos, incrústanse ricos mosaicos, téjense telas de lana, de seda y oro, cincélanse ricas joyas. Cuando el Conde de Barcelona se casó con la hija del Rey de Aragón, la civilización catalana era ya esplendente como la de Venecia, y sus leyes servían de modelo á ésta en un período en que todo el resto de España, excepto los califatos andaluces, estaba sumido aún en la barbarie.

     Pompeyo GENER.

 (Se continuará.)




  1. Conste que hablamos siempre en general, como aspecto general de pueblos y que no aludimos á ciertas individualidades y á determinadas colectividades particulares, que puedan ser excepción á la regla.
  2. Hace poco hemos visto un libro titulado Psicología del pueblo español, siendo así que la que existe es la del pueblo castellano, del vasco, del gallego, del catalán, etcétera.
  3. Español, como austríaco, quiere indicar sólo sujeción á un estado político y no raza, ni historia común, según los modernos principios de la Sociología, que se basa en la Etnografía, y en general, en la Antropología.
  4. Por haber sostenido esto en artículo titulado La Sublime Puerta y La Puerta del Sol fuimos encausados, sobreseyéndosenos la causa luego.