Ir al contenido

La dama duende: Jornada III

De Wikisource, la biblioteca libre.



Sale DON MANUEL como a escuras, guiándole ISABEL.

[editar]
   
ISABEL 		Espérame en esta sala,   
		luego saldrá a verte aquí   
		mi señora. 
		 (Vase como cerrando.) 
 
 
 
DON MANUEL 	No está mala   
		la tramoya. ¿Cerró? Sí.   
		¿Qué pena a mi pena iguala?  
		Yo volví del Escurial,   
		y este encanto peregrino,   
		este pasmo celestial,   
		que a traerme la luz vino   
		y me deja en duda igual,  
		me tiene escrito un papel,   
		diciendo muy tierna en él:   
		«Si os atrevéis a venir   
		a verme, habéis de salir   
		esta noche, con aquel  
		crïado que os acompaña;   
		dos hombres esperarán   
		en el cimenterio (extraña   
		parte) de San Sebastián,   
		y una silla». Y no me engaña,   
		en ella entré y discurrí   
		hasta que el tino perdí,   
		y al fin a un portal de horror,   
		lleno de sombra y temor,   
		solo y a escuras salí.  
		Aquí llegó una mujer   
		(al oír y al parecer)   
		y a escuras y por el tiento,   
		de aposento en aposento,   
		sin oír, hablar, ni ver,  
		me guïo. Pero ya veo   
		luz; por el resquicio es   
		de una puerta. Tu deseo   
		lograste, amor, pues ya ves   
		la dama; aventuras leo. 
		 (Acecha.) 
 
		¡Qué casa tan alhajada!   
		¡Qué mujeres tan lucidas!   
		¡Qué sala tan adornada!   
		¡Qué damas tan bien prendidas!   
		¡Qué beldad tan extremada!  


(Salen todas las mujeres con toallas y conservas y agua y, haciendo reverencia todas, sale DOÑA ÁNGELA ricamente vestida.)

DOÑA ÁNGELA 	Pues presumen que eres ida   
		a tu casa mis hermanos,   
		quedándote aquí escondida,   
		los recelos serán vanos:   
		porque una vez recogida,  
		ya no habrá que temer nada.   
 
 
DOÑA BEATRIZ 	¿Y qué ha de ser mi papel?   
 
 
DOÑA ÁNGELA 	Agora el de mi crïada,   
		luego el de ver, retirada,   
		lo que me pasa con él.  
		¿Estaréis muy disgustado   
		de esperarme?  
 
 
DON MANUEL 	No señora,   
		que quien espera al Aurora,   
		bien sabe que su cuidado   
		en las sombras sepultado  
		de la noche obscura y fría   
		ha de tener; y así, hacía   
		gusto el pensar que pasaba,   
		pues cuanto más le alargaba,   
		tanto más llamaba al día,  
		si bien no era menester   
		pasar noche tan obscura,   
		si el sol de vuestra hermosura   
		me había de amanecer;   
		que para resplandecer  
		vós, soberano arrebol,   
		la sombra ni el tornasol   
		de la noche no os había   
		de estorbar; que sois el día   
		que amanece sin el sol.  
		Huye la noche, señora,   
		y pasa a la dulce salva   
		que ilumina, mas no dora;   
		después el alba, la aurora,   
		de rayos y luz escasa,  
		dora, mas no abrasa. Pasa   
		la aurora, y tras su arrebol   
		pasa el sol, y solo el sol,   
		dora, ilumina y abrasa.   
		El Alba, para brillar,  
		quiso a la noche seguir;   
		la Aurora, para lucir,   
		al Alba quiso imitar;   
		el Sol, deidad singular,   
		a la Aurora desafía;  
		vós al Sol; luego la fría   
		noche no era menester,   
		si podéis amanecer   
		sol del sol después del día.   
 
 
DOÑA ÁNGELA 	Aunque agradecer debiera  
		discurso tan cortesano,   
		quejarme quiero (no en vano)   
		de ofensa tan lisonjera;   
		pues no siendo esta la esfera,   
		a cuyo noble ardimiento  
		fatigas padece el viento,   
		sino un albergue piadoso,   
		os viene a hacer sospechoso   
		el mismo encarecimiento.   
		No soy alba, pues la risa  
		me falta en contento tanto;   
		ni aurora, pues que mi llanto   
		de mi dolor no os avisa.   
		No soy sol, pues no divisa   
		mi luz la verdad que adoro;  
		y así lo que soy ignoro,   
		que solo sé que no soy   
		alba, aurora o sol, pues hoy,   
		ni alumbro, río, ni lloro.   
		Y así os ruego que digáis,  
		señor don Manuel, de mí,   
		que una mujer soy y fui,   
		a quien vós solo obligáis   
                al extremo que miráis.   
 
 
DON MANUEL      Muy poco debe de ser;  
                pues aunque me llego a ver   
                aquí, os pudiera argüir,   
                que tengo más que sentir,   
                señora, que agradecer,   
                y así me doy por sentido. 
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¿Vós de mí sentido?  
 
 
DON MANUEL      Sí,   
                pues que no fïais de mí   
                quién sois.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Solamente os pido,   
                que eso no mandéis; que ha sido   
                imposible de contar.  
                Si queréis venirme a hablar,   
                con condición ha de ser   
                que no la habéis de saber,   
                ni lo habéis de preguntar;   
                porque para con vós hoy  
                una enigma a ser me ofrezco,   
                que ni soy lo que parezco,   
                ni parezco lo que soy.   
                Mientras encubierta estoy   
                podréis verme y podré veros;  
                porque si a satisfaceros   
                llegáis, y quien soy sabéis,   
                vós quererme no querréis,   
                aunque yo quiera quereros.   
                Pincel que lo muerto informa,  
                tal vez un cuadro previene,   
                que una forma a una luz tiene,   
                y a otra luz tiene otra forma.   
                Amor, que es pintor, conforma   
                dos luces, que en mí tenéis;  
                si hoy aquesta luz me veis,   
                y por eso me estimáis,   
                cuando a otra luz me veáis,   
                quizá me aborreceréis.   
                Lo que deciros me importa  
                es en cuanto haber creído   
                que de don Luis dama he sido;   
                y esta sospecha reporta   
                mi juramento, y la acorta.   
         
 
DON MANUEL      Pues, ¿qué, señora, os moviera  
                a encubriros dél?  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Pudiera   
                ser tan principal mujer,   
                que tuviera qué perder   
                si don Luis me conociera.   
 
 
DON MANUEL      Pues, decidme solamente,  
                ¿cómo a mi casa pasáis?   
 
 
DOÑA ÁNGELA     Ni eso es tiempo que sepáis,   
                que es el mismo inconveniente.   
  
 
DOÑA BEATRIZ    Aquí entro yo lindamente.   
                Ya el agua y dulce está aquí;  
                Vuecelencia mire si...   
 
 
 
  
(Lleguen todas con toallas, vidrio y algunas cajas.)

   
DOÑA ÁNGELA     ¡Qué error y qué impertinencia!   
                Necia, ¿quién es Excelencia?   
                ¿Quieres engañar así   
                al señor don Manüel,  
                para que con eso crea   
                que yo gran señora sea?   
 
 
DOÑA BEATRIZ    Advierte...  
 
 
DON MANUEL      De mi crüel   
                duda salí con aquel   
                descuido; agora he creído,  
                que una gran señora ha sido,   
                que, por serlo, se encubrió,   
                y que con el oro vio   
                su secreto conseguido.   
 
 
 
  
(Llama dentro DON JUAN y túrbanse todas.)

   
DON JUAN        Abre aquí, abre esta puerta.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¡Ay cielos!, ¿qué ruido es este?   
 
 
ISABEL          Yo soy muerta.  
 
 
DOÑA BEATRIZ    Helada estoy   
 
 
DON MANUEL      ¿Aún no casan mis crüeles   
                fortunas? ¡Válgame el cielo!   
 
 
DOÑA ÁNGELA     Señor, mi esposo es aqueste.  
 
 
DON MANUEL      ¿Qué he de hacer?  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Fuerza es que os vais   
                a esconderos a un retrete;   
                Isabel, llévale tú,   
                hasta que oculto le dejes   
                en aquel cuarto que sabes  
                apartado, ya me entiendes.   
 
 
ISABEL          Vamos presto. 
                 (Vase.) 
 
 
 
DON JUAN        ¿No acabáis   
                de abrir la puerta?  
 
 
DON MANUEL      Valedme   
                cielos, que vida y honor   
                van jugadas a una suerte. 
                  (Vase.) 
 
 
 
DON JUAN        La puerta echaré en el suelo.   
 
 
DOÑA ÁNGELA     Retírate tú, pues puedes,   
                en esa cuadra, Beatriz;   
                no te hallen aquí. 
  
(Sale DON JUAN.)

   
                ¿Qué quieres   
                a estas horas en mi cuarto,  
                que así a alborotarnos vienes?   
 
 
DON JUAN        Respóndeme tú primero,   
                Ángela, ¿qué traje es ese?   
 
 
DOÑA ÁNGELA     De mis penas y tristezas   
                es causa el mirarme siempre  
                llena de luto, y vestirme,   
                por ver si hay con qué me alegre,   
                estas galas.  
 
 
DON JUAN        No lo dudo;   
                que tristezas de mujeres   
                bien con galas se remedian,  
                bien con joyas convalecen,   
                si bien me parece que es   
                un cuidado impertinente.   
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¿Qué importa que así me vista,   
                donde nadie llegue a verme?  
 
 
DON JUAN        Dime, ¿volviose Beatriz   
                a su casa?  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Y cuerdamente   
                su padre, por mejor medio,   
                en paz su enojo convierte.   
 
 
DON JUAN        Yo no quise saber más,  
                para ir a ver si pudiese   
                verla y hablarla esta noche.   
                Quédate con Dios, y advierte   
                que ya no es tuyo ese traje.  
                      (Vase.) 
 
 
 
DOÑA ÁNGELA     Vaya Dios contigo, y vete. 

(Sale DOÑA BEATRIZ.)

[editar]

Cierra esa puerta, Beatriz.

 
DOÑA BEATRIZ    Bien hemos salido deste   
                susto; a buscarme tu hermano   
                va.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Ya hasta que se sosiegue   
                más la casa, y don Manuel  
                vuelva de su cuarto a verme,   
                para ser menos sentidas,   
                entremos a este retrete.   
 
 
DOÑA BEATRIZ    Si esto te sucede, bien   
                te llaman la Dama Duende. 
  
 
   
(Salen por el alacena DON MANUEL y ISABEL.)

   
ISABEL          Aquí has de quedarte; y mira   
                que no hagas ruido, que pueden
                sentirte.  
 
 
DON MANUEL      Un mármol seré.   
 
 
ISABEL          Quieran los cielos que acierte
                acertar, que estoy turbada. 
                     (Vase.) 
 
 
 
DON MANUEL      ¡Oh, a cuánto, cielos, se atreve   
                quien se atreve a entrar en parte  
                donde ni alcanza ni entiende   
                qué daños se le aperciben,   
                qué riesgos se le previenen! 
                Venme aquí, a mí, en una casa   
                que dueño tan notable tiene   
                (de Excelencia por lo menos)   
                lleno de asombros crüeles,   
                y tan lejos de la mía.  
                Pero, ¿qué es esto? Parece   
                que a esta parte alguna puerta   
                abren; sí, y ha entrado gente.   
 
 
 
  
(Sale COSME.)

   
COSME           Gracias a Dios que esta noche   
                entrar podré libremente  
                en mi aposento, sin miedo,   
                aunque sin luz salga y entre;   
                porque el duende mi señor,   
                puesto que a mi amo tiene,   
                ¿para qué me quiere a mí? 
                Pero para algo me quiere.   
                 (Topa con DON MANUEL.) 
 
                ¿Quién va?, ¿quién es?  
 
 
DON MANUEL      Calle, digo,   
                quien quiera que es, si no quiere   
                que le mate a puñaladas.   
 
 
COSME           No hablaré más que un pariente 
                pobre en la casa del rico.   
 
 
DON MANUEL      Crïado sin duda es este,   
                que a caso ha entrado hasta aquí;   
                dél informarme conviene   
                dónde estoy. Di, ¿qué casa  
                es esta y qué dueño tiene?   
 
 
COSME           Señor, el dueño y la casa   
                son el diablo que me lleve,   
                porque aquí vive una dama,   
                que llaman la Dama Duende,  
                que es un demonio en figura   
                de mujer.  
 
 
DON MANUEL      Y tú, ¿quién eres?   
 
 
COSME           Soy un fámulo o crïado,   
                soy un súbdito, un sirviente,   
                que sin qué, ni para qué,  
                estos encantos padece.   
 
 
DON MANUEL      Y, ¿quién es tu amo?  
 
 
COSME           Es   
                un loco, un impertinente,   
                un tonto, un simple, un menguado,   
                que por tal dama se pierde.  
 
 
DON MANUEL      Y ¿es su nombre?  
 
 
COSME           Don Manuel Enríquez.
 
 
DON MANUEL      ¡Jesús mil veces!   
 
 
COSME           Yo Cosme Catiboratos   
                me llamo.  
 
 
DON MANUEL      Cosme, ¿tú eres?   
                Pues, ¿cómo has entrado aquí?  
                Tu señor soy; dime, ¿vienes   
                siguiéndome tras la silla?,   
                ¿entraste tras mí a esconderte   
                también en este aposento?   
 
 
COSME           ¡Lindo desenfado es ese!  
                Dime, ¿cómo estás aquí?,   
                ¿no te fuiste muy valiente   
                solo donde te esperaban?;   
                pues, ¿cómo tan presto vuelves?   
                Y, ¿cómo, en fin, has entrado  
                aquí, trayendo yo siempre   
                la llave de aqueste cuarto?   
 
 
DON MANUEL      Pues dime, ¿qué cuarto es este?   
 
 
COSME           El tuyo o el del demonio.   
 
 
DON MANUEL      ¡Viven los cielos que mientes!,  
                porque lejos de mi casa,   
                y en casa bien diferente   
                estaba en aqueste instante.   
 
 
COSME           Pues cosas serán del duende,   
                sin duda, porque te he dicho  
                la verdad pura.  
 
 
DON MANUEL      Tú quieres   
                que pierda el juicio.  
 
 
COSME           ¿Hay más   
                de desengañarte? Vete   
                por esa puerta y saldrás   
                al portal, a donde puedes  
                desengañarte.  
 
 
DON MANUEL      Bien dices;   
                iré a examinarle y verle.  
                     (Vase.) 
 
 
 
COSME           Señores, ¿cuándo saldremos   
                de tanto embuste aparente?   
 
 
 
  
(Sale ISABEL por la alacena.)

   
ISABEL          Volviose a salir don Juan;   
                y porque a saber no llegue   
                don Manuel a dónde está,   
                sacarle de aquí conviene.   
                Ce, señor, ce.  
 
 
COSME           Esto es peor;   
                ceáticas son estas ces.  
 
 
ISABEL          Ya mi señor recogido queda.   
 
 
COSME                (Aparte.) 
                ¿Qué señor es este?  
 
 
 
  
(Sale DON MANUEL.)

   
DON MANUEL      Este es mi cuarto en efeto.   
 
 
ISABEL          ¿Eres tú?  
 
 
COSME           Sí, yo soy.  
 
 
ISABEL          Vente conmigo.  
 
 
DON MANUEL      Tú dices bien.   
 
 
ISABEL          No hay que temer; nada esperes.   
 
 
COSME           Señor, que el duende me lleva.   


(Llévale ISABEL.)

[editar]
   
DON MANUEL      ¿No sabremos finalmente   
                de dónde nace este engaño?  
                ¿No respondes? ¡Qué necio eres!   
                ¡Cosme, Cosme! Vive el cielo,   
                que toco con las paredes;   
                ¿yo no hablaba aquí con él?,   
                ¿dónde se desaparece  
                tan presto?, ¿no estaba aquí?   
                Yo he de perder dignamente   
                el juicio, mas, pues es fuerza   
                que aquí otro cualquiera entre,   
                he de averiguar por dónde;  
                porque tengo de esconderme   
                en esta alcoba, y estar   
                esperando atentamente,   
                hasta averiguar quién es   
                esta hermosa Dama Duende.  


(Vase y salen todas las mujeres, una con luces y otra con algunas cajas y otra con un vidrio de agua.)

   
DOÑA ÁNGELA     Pues a buscarte ha salido   
                mi hermano, y pues Isabel   
                a su mismo cuarto ha ido   
                a traer a don Manuel,   
                esté todo apercebido:   
                halle, cuando llegue aquí,   
                la colación prevenida;   
                todas le esperad así.   
 
 
DOÑA BEATRIZ    No he visto en toda mi vida   
                igual cuento.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¿Viene?  
 
 
CRIADA          Sí, que ya siento sus pisadas.   
 
 
 
  
(Sale ISABEL trayendo a COSME de la mano.)

   
COSME           Triste de mí, ¿dónde voy?   
                Ya estas son burlas pesadas;   
                mas no, pues mirando estoy   
                bellezas tan extremadas.  
                ¿Yo soy Cosme o Amadís?   
                ¿Soy Cosmico o Belianís?   
 
 
ISABEL          Ya viene aquí. Mas, ¿qué veo?   
                ¡Señor!  
 
 
COSME           Ya mi engaño creo,   
                pues tengo el alma en un tris.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¿Qué es esto, Isabel?  
 
 
ISABEL          Señora,   
                donde a don Manuel dejé,   
                volviendo por él agora   
                a su crïado encontré.   
 
 
DOÑA BEATRIZ    Mal tu descuido se dora.  
 
 
ISABEL          Está sin luz.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¡Ay de mí!   
                Todo está ya declarado.   
 
 
DOÑA BEATRIZ    Más vale engañarle así:   
                Cosme.  
 
 
COSME           Damiana.  
 
 
DOÑA BEATRIZ    A este lado llegad.  
 
 
COSME           Bien estoy aquí. 
 
 
DOÑA ÁNGELA     Llegad, no tengáis temor.   
 
 
COSME           ¿Un hombre de mi valor,   
                temor?  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Pues, ¿qué es no llegar?   
 
 
COSME             (Aparte y lléguese a ellas.) 
 
                Ya no se puede excusar,   
                en llegando al pundonor; 
                respeto no puede ser,   
                sin ser espanto ni miedo,   
                porque al mismo Lucifer   
                temerle muy poco puedo;   
                en hábito de mujer  
                alguna vez lo intentó,   
                y para el ardid que fragua,   
                cota y nagua se vistió   
                (que esto de cotilla y nagua   
                el demonio lo inventó) 
                en forma de una doncella,   
                aseada, rica y bella,   
                a un pastor se apareció,   
                y él, así como la vio,   
                se encendió en amores della;  
                gozó a la diabla y después   
                con su forma horrible y fea   
                le dijo a voces: «¿No ves,   
                mísero de ti, cuál sea   
                desde el copete a los pies  
                la hermosura que has amado?   
                Desespera, pues has sido   
                agresor de tal pecado».   
                Y él, menos arrepentido   
                que antes de haberla gozado,  
                le dijo: «Si pretendiste,   
                ¡oh sombra fingida y vana!,   
                que desesperase un triste,   
                vente por acá mañana   
                en la forma que trujiste;  
                verasme amante y cortés,   
                no menos que antes, después,   
                y aguardarte en testimonio   
                de que aun horrible no es   
                en traje de hembra un demonio».  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Volved en vós, y tomad   
                una conserva y bebed,   
                que los sustos causan sed.   
 
 
COSME           Yo no la tengo.  
 
 
DOÑA BEATRIZ    Llegad;   
                que habéis de volver, mirad,  
                docientas leguas de aquí.   
 
 
COSME           Cielos, ¿qué oigo?  
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¿Llaman?  
 
 
DOÑA BEATRIZ    Sí.   
 
 
ISABEL          ¡Hay tormento más crüel!   
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¡Ay de mí triste!  
 
 
DON LUIS           (Dentro.) 
                Isabel.   
 
 
DOÑA BEATRIZ    ¡Válgame el cielo!  
 
 
DON LUIS          (Dentro.) 
                Abre aquí.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Para cada susto tengo   
                un hermano.  
 
 
ISABEL          Trance fuerte.   
 
 
DOÑA BEATRIZ    Yo me escondo. 
                    (Vase.) 
 
 
 
COSME           Este, sin duda,   
                es el verdadero duende.   
 
 
ISABEL          Vente conmigo  
 
 
COSME           Sí haré. 
 
  
(Vanse.)


(Sale DON LUIS.)

[editar]
   
DOÑA ÁNGELA     ¿Qué es lo que en mi cuarto quieres?   
 
 
DON LUIS        Pesares míos me traen   
                a estorbar otros placeres:   
                vi ya tarde en ese cuarto   
                una silla, donde vuelve  
                Beatriz, y vi que mi hermano   
                entró.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Y en fin, ¿qué pretendes?   
 
 
DON LUIS        Como pisa sobre el mío,   
                me pareció que había gente,   
                y para desengañarme,  
                solo he de mirarle y verle.   
                 (Alza una antepuerta y topa con BEATRIZ.) 
 
                Beatriz, ¿aquí estás?  
 
 
DOÑA BEATRIZ    Aquí   
                estoy; que hube de volverme,   
                porque al disgusto volvió   
                mi padre, enojado siempre.  
 
 
DON LUIS        Turbadas estáis las dos;   
                ¿qué notable estrago es este   
                de platos, dulces y vidrios?   
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¿Para qué informarte quieres   
                de lo que, en estando a solas,   
                se entretienen las mujeres?   
 
 
 
  
(Hacen ruido en la alacena ISABEL y COSME.)

   
DON LUIS        Y aquel ruido, ¿qué es?  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Yo muero.   
 
 
DON LUIS        Vive Dios que allí anda gente;   
                ya no puede ser mi hermano   
                quien se guarda desta suerte. 
                (Aparta la alacena para entrar con luz.) 
 
                ¡Ay de mí, cielos piadosos!;   
                que queriendo neciamente   
                estorbar aquí los celos   
                que amor en mi pecho enciende,   
                celos de honor averiguo;   
                luz tomaré, aunque impudente,   
                pues todo se halla con luz,   
                y el honor con luz se pierde.   
                   (Vase.) 
 
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¡Ay Beatriz, perdidas somos   
                si le topa!  
 
 
DOÑA BEATRIZ    Si le tiene  
                en su cuarto ya Isabel,   
                en vano dudas y temes,   
                pues te asegura el secreto   
                de la alacena.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¿Y si fuese   
                tal mi desdicha, que allí  
                con la turbación no hubiese   
                cerrado bien Isabel,   
                y él entrase allá?  
 
 
DOÑA BEATRIZ    Ponerte   
                en salvo será importante.   
 
 
DOÑA ÁNGELA     De tu padre iré a valerme,  
                como él se valió de mí,   
                porque trocada la suerte,   
                si a ti te trujo un pesar,   
                a mí otro pesar me lleve.   
 
 
 
  
(Salen por el alacena ISABEL y COSME y por otra parte DON MANUEL.)

   
ISABEL          Entra presto. 
                   (Vase.) 
 
 
 
DON MANUEL      Ya otra vez  
                en la cuadra siento gente.   
 
 
 
  
(Sale DON LUIS con luz.)

   
DON LUIS        Yo vi un hombre, ¡vive Dios!   
 
 
COSME           Malo es esto.  
 
 
DON LUIS        ¿Cómo tienen   
                desviada esta alacena?   
 
 
COSME           Ya se ve luz; un bufete  
                que he topado aquí me valga.   
                  (Escóndese.) 
 
 
 
DON MANUEL      Esto ha de ser desta suerte.  
                  (Echa mano.) 
 
 
 
DON LUIS        ¿Don Manuel?  
 
 
DON MANUEL      Don Luis, ¿qué es esto?,   
                ¿quién vio confusión más fuerte?   
 
 
COSME           ¡Oigan por dónde se entró!; 
                decirlo quise mil veces.   
 
 
DON LUIS        Mal caballero, villano,   
                traidor, fementido huésped,   
                que al honor de quien te estima,   
                te ampara, te favorece,  
                sin recato te aventuras   
                y sin decoro te atreves,   
                esgrime ese infame acero.   
 
 
DON MANUEL      Solo para defenderme   
                le esgrimiré, tan confuso  
                de oírte, escucharte y verte,   
                de oírme, verme y escucharme,   
                que aunque a matarme te ofreces,   
                no podrás, porque mi vida,   
                hecha a prueba de crüeles 
                fortunas, es inmortal;   
                ni podrás, aunque lo intentes,   
                darme la muerte, supuesto   
                que el dolor no me da muerte;   
                que, aunque eres valiente tú,  
                es el dolor más valiente.   
 
 
DON LUIS        No con razones me venzas,   
                sino con obras.  
 
 
DON MANUEL      Detente   
                solo hasta pensar si puedo,   
                don Lüis, satisfacerte. 
 
 
DON LUIS        ¿Qué satisfaciones hay,   
                si así agraviarme pretendes?   
                Si en el cuarto de esta fiera,   
                por ese cuarto que tienes,   
                entras, ¿hay satisfaciones
                a tanto agravio?  
 
 
DON MANUEL      Mil veces   
                rompa esa espada mi pecho,   
                don Luis, si eternamente   
                supe desta puerta o supe   
                que paso a otro cuarto tiene.  
 
 
DON LUIS        Pues, ¿qué haces aquí encerrado   
                sin luz?  
 
 
DON MANUEL      ¿Qué he de responderle?   
                Un crïado espero.  
 
 
DON LUIS        Cuando   
                yo te he visto esconder, ¿quieres   
                que mientan mis ojos?  
 
 
DON MANUEL      Sí,  
                que ellos engaños padecen   
                más que otro sentido.  
 
 
DON LUIS        Y cuando   
                los ojos mientan, ¿pretendes   
                que también mienta el oído?   
 
 
DON MANUEL      También.  
 
 
DON LUIS        Todos al fin mienten; 
                tú solo dices verdad,   
                y eres tú solo el que...  
 
 
DON MANUEL      Tente,   
                porque aun antes que lo digas,   
                que lo imagines y pienses,   
                te habré quitado la vida;  
                y ya arrestada la suerte,   
                primero soy yo, perdonen   
                de amistad honrosas leyes.   
                Y pues ya es fuerza reñir,   
                riñamos como se debe: 
                parte entre los dos la luz,   
                que nos alumbre igualmente.   
                Cierra después esa puerta   
                por donde entraste imprudente,   
                mientras que yo cierro estotra,  
                y agora en el suelo se eche   
                la llave, para que salga   
                el que con la vida quede.   
 
 
DON LUIS        Yo cerraré la alacena   
                por aquí con un bufete, 
                porque no puedan abrirla   
                por allá, cuando lo intenten.   
 
 
 
  
(Topa con COSME.)

   
COSME           Descubriose la tramoya.   
 
 
DON LUIS        ¿Quién está aquí?  
 
 
DON MANUEL      Dura suerte   
                es la mía.  
 
 
COSME           No está nadie.  
 
 
DON LUIS        Dime, don Manuel, ¿es este   
                el crïado que esperabas?   
 
 
DON MANUEL      ¡Ya no es tiempo de hablar esto!   
                Yo sé que tengo razón;   
                creed de mí lo que quisiereis,  
                que con la espada en la mano   
                solo ha de vivir quien vence.   
 
 
DON LUIS        Ea pues, reñid los dos,   
                ¿qué esperáis?  
 
 
DON MANUEL      Mucho me ofendes,   
                si eso presumes de mí;  
                pensando estoy qué ha de hacerse   
                del crïado; porque echarle,   
                es envïar quien lo cuente,   
                y tenerle aquí, ventaja,   
                pues es cierto ha de ponerse  
                a mi lado.  
 
 
COSME           No haré tal,   
                si es ese el inconveniente.   
 
 
DON LUIS        Puerta tiene aquesa alcoba,   
                y como en ella se cierre,   
                quedaremos más iguales.  
 
 
DON MANUEL      Dices bien, entra a esconderte.   
 
 
COSME           Para que yo riña, haced   
                diligencias tan urgentes;   
                que para que yo no riña,   
                cuidado escusado es ese.  
                    (Vase.) 
 
 
 
DON MANUEL      Ya estamos solos los dos.   
 
 
(Riñen.)

   
DON LUIS        Pues nuestro duelo comience.   
 
 
DON MANUEL      No vi más templado pulso.   
                    (Desguarnécese la espada.) 
 
 
 
DON LUIS        No vi pujanza más fuerte;   
                sin armas estoy; mi espada  
                se desarma y desguarnece.   
 
 
DON MANUEL      No es defecto de valor;   
                de la fortuna accidente.   
                Sí, busca otra espada, pues.   
 
 
DON LUIS        Eres cortés y valiente.
                   (Aparte.) 
 
                Fortuna, ¿qué debo hacer   
                en una ocasión tan fuerte,   
                pues, cuando el honor me quita,   
                me da la vida y me vence?   
                Yo he de buscar ocasión  
                verdadera, o aparente,   
                para que pueda en tal duda   
                pensar lo que debe hacerse.   
 
 
DON MANUEL      ¿No vas por la espada?  
 
 
DON LUIS        Sí;   
                y como a que venga esperes,  
                presto volveré con ella.   
 
 
DON MANUEL      Presto o tarde, aquí estoy siempre.   
 
 
DON LUIS        A Dios don Manuel, que os guarde.  
                       (Vase.) 
 
 
 
DON MANUEL      A Dios, que con bien os lleve.   
                Cierro la puerta, y la llave  
                quito porque no se eche   
                de ver que está gente aquí.   
                ¡Qué confusos pareceres   
                mi pensamiento combaten   
                y mi discurso revuelven!  
                ¡Qué bien predije que había   
                puerta que paso la hiciese,   
                y que era de don Luis dama!   
                Todo en efeto sucede   
                como yo lo imaginé;  
                mas, ¿cuándo desdichas mienten?  


(Asómase COSME en lo alto.)

[editar]
   
COSME           ¡Ah señor!, por vida tuya,   
                que lo que solo estuvieres   
                me eches allá, porque temo   
                que venga a buscarme el duende  
                con sus dares y tomares,   
                con sus dimes y diretes,   
                en un retrete que apenas   
                se divisan las paredes.   
 
 
DON MANUEL      Yo te abriré, porque estoy 
                tan rendido a los desdenes   
                del discurso, que no hay   
                cosa que más me atormente.  
 
 
 
  
(Vase, y salen DON JUAN y DOÑA ÁNGELA con manto y sin chapines.)

   
DON JUAN        Aquí quedarás en tanto   
                que me informe y me aconseje  
                de la causa que a estas horas   
                te ha sacado desta suerte   
                de casa; porque no quiero   
                que en tu cuarto, ingrata, entres,   
                por informarme sin ti  
                de lo que a ti te sucede.   
                   (Aparte.) 
 
                De don Manuel en el cuarto   
                la dejo, y por si él viniere,   
                pondré a la puerta un crïado   
                que le diga que no entre.  
                      (Vase.) 
 
 
 
DOÑA ÁNGELA     ¡Ay infelice de mí!,   
                unas a otras suceden   
                mis desdichas; ¡muerta soy!   
 
 
 
  
(Salen DON MANUEL y COSME.)

   
COSME           Salgamos presto.  
 
 
DON MANUEL      ¿Qué temes?   
 
 
COSME           Que es demonio esta mujer,  
                y que aun allí no me deje.   
 
 
DON MANUEL      Si ya sabemos quién es,   
                y en una puerta un bufete,   
                y en otra la llave está:   
                ¿por dónde quieres que entre?  
 
 
COSME           Por donde se le antojare.   
 
 
DON MANUEL      Necio estás.  
 
 
COSME           ¡Jesús mil veces!   
 
 
DON MANUEL      ¿Por qué es eso?  
 
 
COSME           El verbi gratia   
                encaja aquí lindamente.   
 
 
DON MANUEL      ¿Eres ilusión o sombra,  
                mujer que a matarme vienes?   
                Pues, ¿cómo has entrado aquí?   
 
 
DOÑA ÁNGELA     Don Manuel.  
 
 
DON MANUEL      Di.  
 
 
DOÑA ÁNGELA     Escucha, atiende.   
                Llamó don Luis turbado,   
                entró atrevido, reportose osado,  
                prevínose prudente,   
                pensó discreto y resistió valiente;   
                miró la casa ciego,   
                recorriola advertido, hallote, y luego   
                ruido de cuchilladas  
                habló, siendo las lenguas las espadas.   
                Yo, viendo que era fuerza   
                que dos hombres cerrados, a quien fuerza   
                su valor y su agravio,   
                retórico el acero, mudo el labio, 
                no acaban de otra suerte   
                que con solo una vida y una muerte,   
                sin ser vida ni alma,   
                mi casa dejo, y a la obscura calma   
                de la tiniebla fría,  
                pálida imagen de la dicha mía,   
                a caminar empiezo;   
                aquí yerro, aquí caigo, aquí tropiezo   
                y torpes  mis sentidos,   
                prisión hallan de seda mis vestidos;  
                sola, triste y turbada,   
                llego de mi discurso mal guïada   
                al umbral de una esfera   
                que fue mi cárcel, cuando ser debiera   
                mi puerto o mi sagrado, 
                (mas, ¿dónde le ha de hallar un desdichado?);   
                estaba a sus umbrales   
                (como eslabona el cielo nuestros males)   
                don Juan, don Juan mi hermano...   
                (que ya resisto, ya defiendo en vano 
                decir quién soy, supuesto   
                que el haberlo callado nos ha puesto   
                en riesgo tan extraño).   
                (¿Quién creerá que el callar me ha hecho daño,   
                siendo mujer? Y es cierto, 
                siendo mujer, que por callar me he muerto).   
                En fin, él esperando   
                a esta puerta estaba, ¡ay cielo!, cuando   
                yo a sus umbrales llego,   
                hecha volcán de nieve, alpe de fuego;  
                él, a la luz escasa   
                con que la luna mansamente abrasa,   
                vio brillar los adornos de mi pecho,   
                (no es la primer traición que nos ha hecho)   
                y escuchó de las ropas el ruido,  
                (no es la primera que nos han vendido);   
                pensó que era su dama,   
                y llegó mariposa de su llama   
                para abrasarse en ella,   
                y hallome a mí por sombra de su estrella. 
                ¿Quién de un galán creyera   
                que buscando sus celos conociera   
                tan contrarios los cielos,   
                que ya se contentara con sus celos?   
                Quiso hablarme y no pudo, 
                que siempre ha sido el sentimiento mudo;   
                en fin en tristes voces,   
                que mal formadas anegó veloces   
                desde la lengua al labio,   
                la causa solicita de su agravio.  
                Yo responderle intento,   
                ya he dicho cómo es mudo el sentimiento,   
                y aunque quise no pude,   
                que mal al miedo la razón acude,   
                si bien busqué colores a mi culpa;  
                mas cuando anda a buscarse la disculpa,   
                o tarde o nunca llega;   
                más el delito afirma que le niega.   
                «Ven -dijo- hermana fiera,   
                de nuestro antiguo honor mancha primera;  
                dejarete encerrada   
                donde segura estés, y retirada,   
                hasta que cuerdo y sabio   
                de la ocasión me informe de mi agravio».   
                Entré donde los cielos 
                mejoraron con verte mis desvelos.   
                Por haberte querido,   
                fingida sombra de mi casa he sido;   
                por haberte estimado,   
                sepulcro vivo fui de mi cuidado;  
                porque no te quisiera,   
                quien el respeto a tu valor perdiera;   
                porque no te estimara,   
                quien su traición dijera cara a cara.   
                Mi intento fue el quererte,  
                mi fin amarte, mi temor perderte,   
                mi miedo asegurarte,   
                mi vida obedecerte, mi alma amarte,   
                mi deseo servirte   
                y mi llanto, en efeto, persuadirte 
                que mi daño repares,   
                que me valgas, me ayudes y me ampares.   
 
 
DON MANUEL      Hidras parecen las desdichas mías,   
                al renacer de sus cenizas frías.   
                ¿Qué haré en tan ciego abismo,  
                humano laberinto de mí mismo?   
                Hermana es de don Luis, cuando creía   
                que era dama; si tanto, ¡ay Dios!, sentía   
                ofendelle en el gusto,   
                ¿qué será en el honor? ¡Tormento justo!  
                Su hermana es; si pretendo   
                librarla y con mi sangre la defiendo,   
                remitiendo a mi acero su disculpa,   
                es ya mayor mi culpa,   
                pues es decir que he sido 
                traidor y que a su casa he ofendido,   
                pues en ella me halla;   
                pues querer disculparme con culpalla,   
                es decir que ella tiene   
                la culpa, y a mi honor no le conviene.  
                Pues, ¿qué es lo que pretendo?   
                Si es hacerme traidor, si la defiendo;   
                si la dejo, villano;   
                si la guardo, mal huésped; inhumano,   
                si a su hermano la entrego;  
                soy mal amigo, si a aguardarla llego;   
                ingrato, si la libro, a un noble trato,   
                y si la dejo, a un noble amor, ingrato.   
                Pues de cualquier manera   
                mal puesto he de quedar, matando muera.  
                No receles, señora;   
                noble soy y conmigo estás ahora.   
 
 
COSME           La puerta abren.  
 
 
DON MANUEL      Nada temas,   
                pues que mi valor te guarda.   
 
 
DOÑA ÁNGELA     Mi hermano es.  
 
 
DON MANUEL      Segura estás;  
                ponte luego a mis espaldas.   
 
 
  
(Sale DON LUIS.)

   
DON LUIS        Ya vuelvo. Pero, ¿qué miro?   
                ¡Traidora! 
                    (Amenázala.) 
 
 
 
DON MANUEL       Tened la espada,   
                 señor don Luis. Yo os he estado   
                 esperando en esta sala  
                 desde que os fuisteis, y aquí   
                 (sin saber cómo) esta dama   
                 entró, que es hermana vuestra,   
                 (según dice); que palabra   
                 os doy como caballero  
                 que no la conozco; y basta   
                 decir que engañado pude,   
                 sin saber a quién, hablarla.   
                 Yo la he de poner en salvo,   
                 a riesgo de vida y alma, 
                 de suerte que nuestro duelo,   
                 que había a puerta cerrada   
                 de acabarse entre los dos,   
                 a ser escándalo pasa.   
                 En habiéndola librado,  
                 yo volveré a la demanda   
                 de nuestra pendencia y, pues   
                 en quien sustenta su fama,   
                 espada y honor han sido   
                 armas de más importancia,  
                 dejadme ir vós por honor,   
                 pues yo os dejé ir por espada.   
 
 
DON LUIS         Yo fui por ella, mas solo   
                 para volver a postrarla   
                 a vuestros pies; y cumpliendo  
                 con la obligación pasada   
                 en que entonces me pusisteis,   
                 pues que me dais nueva causa,   
                 puedo ya reñir de nuevo.   
                 Esa mujer es mi hermana: 
                 no la ha de llevar ninguno   
                 a mis ojos, de su casa,   
                 sin ser su marido; así,   
                 si os empeñáis a llevarla,   
                 con la mano podrá ser,
                 pues con aquesa palabra   
                 podéis llevarla y volver,   
                 si queréis, a la demanda.   
 
 
DON MANUEL       Volveré; pero advertido   
                 de tu prudencia y constancia,  
                 a solo echarme a esos pies.   
 
 
DON LUIS         Alza del suelo, levanta.   
 
 
DON MANUEL       Y para cumplir mejor   
                 con la obligación jurada,   
                 a tu hermana doy la mano.  
 
 
 
  
(Salen por una puerta DOÑA BEATRIZ y ISABEL, y por otra DON JUAN.)

   
DON JUAN         Si solo el padrino falta,   
                 aquí estoy yo; que viniendo   
                 a donde dejé a mi hermana,   
                 el oíros me detuvo   
                 no salir a las desgracias,  
                 como he salido a los gustos.   
 
 
DOÑA BEATRIZ     Y pues con ellos se acaban,   
                 no se acaban sin terceros.   
 
 
DON JUAN         Pues, ¿tú, Beatriz, en mi casa?   
 
 
DOÑA BEATRIZ     Nunca salí della; luego  
                 te podré decir la causa.   
 
 
DON JUAN         Logremos esta ocasión,   
                 pues tan a voces nos llama.   
 
 
COSME            Gracias a Dios, que ya el duende   
                 se declaró. Dime, ¿estaba borracho?  
 
 
DON MANUEL       Si no lo estás,   
                 hoy con Isabel te casas.   
 
 
COSME            Para estarlo fuera eso,   
                 mas no puedo.  
 
 
ISABEL           ¿Por qué causa?   
 
 
COSME            Por no malograr el tiempo  
                 que en estas cosas se gasta,   
                 pudiéndolo aprovechar   
                 en pedir de nuestras faltas   
                 perdón; humilde el autor   
                 os le pide a vuestras plantas.