La de Bringas: 49

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​XLIX
(La de Bringas)​
 de Benito Pérez Galdós
Era el acabamiento del mundo... Don Francisco oyó, gimiendo, que también se pronunciaban Béjar, Santoña, Santander y otras plazas. El señor de Pez, con una crueldad sin ejemplo, dijo a su amigo que no pensara en que tal derrumbamiento se podía componer, pues la Reina estaba perdida y no tenía más remedio que meterse en Francia... ¡Bien había dicho él, bien había anunciado, bien había pronosticado y vaticinado lo que estaba pasando!. Cándida, por el contrario, traía buenas noticias...
-Novaliches sale con un ejército atroz, pero muy atroz... Verá usted cómo los desbarata en un decir Jesús... Cuentan que en algunos pueblos de Andalucía han rechazado a los rebeldes... Aquí hay mucha gente que quiere alarmar, y pinta las cosas con colores demasiado vivos. Yo he oído que no es tanto como se dice.
Bringas le dio un abrazo.
-¿Y el titulado Prim dónde está? -preguntó.
-Oí que le habían dado un tiro... Y si no, se lo darán más tarde... Yo sostengo que si la Reina tuviera ánimo para venirse acá y presentarse, y echar una arenga, diciendo: todos sois mis hijos, se arreglaría esto fácilmente.
Lo mismo pensaba Bringas; pero él hubiera preferido que resucitara Narváez, cosa un poco difícil. «¡Oh!, si don Ramón viviera... Pues como esto no se resuelva pronto, vamos a tener en Madrid una degollina, porque como aquí hay poca tropa, los llamados demócratas o demagogos se echarán a la calle. Tendremos una guillotina en cada plazuela». Cada día estaba el pobre señor más enfermo. Se admiraba de la tranquilidad de sus compañeros, que habían tomado con calma la catástrofe, y no creían imposible colarse en cualquier otra oficina, si la revolución hacia tabla rasa del Patrimonio Real. Y tan indecorosa hallaba la idea de la defección, que aseguraba estar dispuesto a pedir una limosna por las calles antes que una credencial a los titulados revolucionarios.
-Pero hombre, no te apures -le decía su mujer-. Volverás a los Santos Lugares.
-¿Pero tú crees, tonta, que van a quedar Lugares Santos? Todos serán lugares pecadores. Verás la que se arma: guillotinas, sangre, ateísmo, desvergüenza, y por fin, vendrán las naciones..., no te creas, ya puede que estén viniendo..., en socorro de la Reina; vendrán las naciones y se repartirán nuestra pobre España.
Casi le da al buen señor un ataque apoplético el día 29 cuando se supo en Madrid lo de Alcolea. Madrid se pronunciaba también. Llevó la noticia Paquito, que había pasado por la Puerta del Sol y visto mucha gente... Un general arengaba a la muchedumbre, y otro se quitaba las hombreras del uniforme. Después de esto, la gente corría por las calles con más señales de júbilo que de pánico. Grupos diversos recorrían las calles dando vivas a la Revolución, a la Marina, al Ejército, y diciendo que Isabel II no era ya Reina. Algunos llevaban banderas con diferentes lemas y otros quitaban las reales coronas de las tiendas. Todo esto lo contó Paquito de Asís a su papá, atenuando lo que le parecía que habla de serle desagradable. El pobre chico tenía que disimular, porque si bien su entendimiento se amoldaba a las ideas de su padre, era niño y no podía sustraerse a la fascinación que la libertad ejerce sobre todo espíritu despierto que empieza a enredar con los juguetes del saber histórico y social. Contando aquellas cosas en tono de duelo y consternación, un gozo extraño, incomprensible, le retozaba por todo el cuerpo. No acertaba a comprender la causa de ello; pero era sin duda que su alma no había podido precaverse contra el alborozo expansivo de la capital, y lo había respirado como los pulmones respiran el aire en que los demás viven.
-Ya no hay remedio -dijo Bringas, sacando fuerzas de su extremado abatimiento-. Ahora preparémonos. Que sea lo que Dios quiera. Resignación. Las turbas no tardarán en invadir esta casa para saquearla... No perdonarán a nadie. Mostrémonos dignos, aceptemos el martirio...
Se le atravesaba algo en la garganta... Callaron todos, atendiendo a los ruidos que en los pasillos de la ciudad sonaban y en el patio. Gran zozobra reinaba en toda la casa. Los vecinos salían a las puertas a saber noticias y a comunicarse sus impresiones. Bajaban algunos, ansiosos de saber si ocurrían novedades; pero en el patio había gran silencio, y aunque las puertas permanecían abiertas, no entraba bicho viviente. Cuando menos se la esperaba, entró Cándida turbadísima, diciendo entre ahogados gemidos:
-Ya..., ya...
-¿Qué, señora, qué hay?
-El saqueo... ¡Ay don Francisco de mi alma!... Por la calle de Lepanto hemos visto bajar las turbas. ¡Pero qué fachas, qué rostros patibularios, qué barbas sin peinar, qué manos puercas!... Nada, que ahora nos degüellan.
-Pero la guardia de Palacio..., los alabarderos...
-Si deben andar sublevados también... Todos son unos. ¡El Señor nos asista!
Hubo un rato de pánico en la casa; mas no fue de larga duración, porque los Bringas, saliendo al pasillo, vieron que por allí discurrían algunos vecinos de la ciudad, tan sosegados como si nada pasara.
-¿Pero qué hay?
-Nada: unos cuantos chiquillos que están alborotando en el portal; pero no hay cuidado. Del Ayuntamiento han mandado una guardia.
Paquito de Asís bajó, contra la opinión de su padre, que temía cualquier catástrofe inesperada, y a la media hora subió contando lo que ocurría.
-Abajo hay una guardia de paisanos.
-¿Con armas?
-Sí, de las que cogieron esta tarde en el Parque... Pero es gente pacífica. Unos llevan sombrero, otros gorra, éste montera y aquel boina. Parece que están de broma.
-Sí, para bromitas estamos... ¿Y la tropa?
-Se ha retirado al cuartel.
-De modo, ¡Santo Cristo del Perdón!, que estamos en poder de la canalla, de los descamisados, de las llamadas masas...
-Han puesto un cartel que dice: Palacio de la Nación, custodiado por el Pueblo.
-Sí, buena cuenta darán... -dijo Bringas con dolor vivísimo-. No va a quedar en Palacio ni una hilacha. La suerte es que antes de llegar aquí tienen mucho en que cebarse, y cuando suban a estos barrios, ya estarán tan hartos, que...
Continuó durante la noche la intranquilidad. Bringas y otros muchos vecinos no se acostaron o hicieron traer provisiones para muchos días. A cada instante temían verse acometidos por las turbas. Pero con gran sorpresa observaron que ningún ruido turbaba la paz augusta del Alcázar. Parecía que la institución monárquica dormía aún en él, tranquila y sosegada, como en los buenos tiempos.
En la mañana del 30, Cándida entró muy sofocada.
-¿No saben lo que pasa? -dijo antes de saludar.
-¿Qué, señora, qué? -preguntaron todos con la mayor ansiedad, creyendo que algo muy estupendo había ocurrido.
-Pues que esa pobre gente que custodia a Palacio no ha cenado en toda la noche. Desde media tarde de ayer están ahí, y nadie se ha acordado de mandarles algo con que alimentarse. Yo no sé en qué piensa la Junta, porque han de saber que hay una Junta que llaman revolucionaria, ni el Ayuntamiento. Crea usted que da lástima verlos. Yo bajé esta mañana y estuve hablando con ellos. No crea usted, señor don Francisco, unos pobrecillos, almas de Dios... Como no nos manden acá otros descamisados que ésos, ya podemos echarnos a dormir. Algunos se subieron a las habitaciones reales, y andaban por allí hechos unos bobos, mirando a los techos. Otros preguntaban por las cocinas. ¡Era un dolor, una cosa atroz, hijo, verles muertecitos de hambre! Me daba una lástima, que no puede usted figurarse. Mis vecinas y otras muchas personas del tercero les han bajado al fin alguna cosilla, y en el portal grande están sentados en grupos. Para una tortilla hay treinta bocas; para una botella de vino cincuenta. En fin, es una risa. Baje usted y verá, verá. No hay miedo; son unos angelotes. ¿Robar? Ni una hebra. ¿Matar? Si acaso alguna paloma. Dos o tres de ellos se han entretenido en cazar a nuestras inocentes vecinas; pero con muy mala fortuna. Los revolucionarios tienen mala puntería.
-¡Pobres palomas!... En efecto -dijo Bringas-, yo he sentido tiros esta mañana.
-Pocas han caído. A mí me han regalado tres, gordísimas... Le digo a usted que esos infelices son la mejor gente del mundo.
-A mí que no me digan -exclamó Bringas amostazado-. Eso no cuela, eso es patraña. Aquí hay algún intríngulis. Y sí es verdad lo que usted dice, ésa no es canalla, lo repito, ésa no es canalla; son caballeros... disfrazados.
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