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La de los lunares

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La de los lunares
de Arturo Reyes


No le hubiera sido posible desmentir su abolengo gitano a Rosarito Heredia, más conocida que por su nombre y que por su ilustre apellido por la Niña de los Lunares en todo el barrio en que habíala hecho popular, además de su árbol genealógico, su semblante de maravilloso perfil, de ojos grandes, negros, de dulcísimo mirar, de tez morena y suave, de boca de labios gruesos y encendidos; de nítida dentadura, y de pelo tan abundante y tan indócil, que era empresa casi imposible el domar sus relucientes rebeldías.

Y como cuando el Supremo Hacedor dice más, no se cansa de repetirlo, habíale otorgado a nuestra gentil protagonista, además de los méritos ya indicados, un cuerpo de los que producen vértigo y calenturas, una imaginación viva y chispeante, y como testimonio irrecusable de su infinita bondad, habíale dado por progenitores al señor Juan el Mestizo y a la señá Clotilde la Belonera, o sea al más famoso de los decanos de los caldereros y a la más famosa de las vendedoras de randa y encaje de toda Andalucía.

Y como donde hay panales no faltan zánganos, no extrañarán nuestros lectores que fuesen casi innumerables los que mariposeaban alrededor de Rosarito, entre los que ocupaba lugar preferente Perico el Talabartero, un chaval medio tábiro que parecía estar pidiendo a voces la Reualenta, de ojos magníficos y febriles, graciosa sonrisa, rostro exangüe y demacrado, y del cual solía decir Rosarito con aire meditabundo:

-Cudiao que Perico es feo, pero cudiao que tiée rocío y tiée angel y tiée cosas en su carita morena.

Y sin decidirse, no obstante, del todo por Perico, ni por ningún otro de los muchísimos que la arrullaban, estaba Rosarito, cuando una noche, en que gozaba en compañía de sus viejos del aire libre, en mitad del patio de su casa, hubo de penetrar -según cuentan- la tía Pingajitos anunciando con voz de aguardentosas inflexiones, que una comisión compuesta de la flor y nata de los mocitos baries, o sea, de Antonio el Viruta, Juanico el Tartajoso y Currito el Tonelero, solicitaban ver a la Niña de los Lunares.

Penetrado que hubo la comisión en el patio:

-Que Dios les dé muy retegüenas noches a tos ustedes -exclamó el Viruta, destacándose del grupo y dirigiéndose gallardamente hacia Rosario.

-Que Él se las dé a ustedes más mejores -repúsole, incorporándose trabajosamente, el señor Juan el Mestizo, mientras su mujer y su hija contestaban al saludo con algunas inclinaciones de cabeza.

-No, muchas gracias, no nos sentamos -exclamó el Viruta, rechazando blandamente la silla que el Mestizo acababa de ofrecerle- ¡Nosotros no venimos más que a llevarnos, manque sea en andas de plata y bajo palio de sea, a este primor de primores!

Y al decir esto, el Viruta señalaba a la de los Lunares, que exclamó, mirando a aquél con los ojos graciosamente entornados:

-¿A mí? ¿Pos qué delito he jecho yo pa dir entre tres ladrones?

-¡Es... esti... mando! -exclamó con acento gangoso el tartamudo, al par que se llevaba la mano militarmente al sombrero.

-Pos si nosotros queremos llevárnosla a usté es porque ha de saber usté que en ca de Candelaria la Pecosa se ha armao una miajita de ruío, ¿sabe usté? Se ha armao eso que digo, y el Garañón ha trincao la guitarra y el Clavija ha salío por tangos, que los canta que disloca y ha salío tamién bailando la Chirrina, ¿sabe usté?

-¡Sí señó que lo sé, que me acabo de enterar!

-Pos bien, esta noche ha dío por allí tamién un guasón que creo que es de Osuna, un gachó que por brillar se lo dora toíto con purpurina, ¿usté sabe? Pos bien: ese gachó al ver bailar a la Chirrina dijo que no había en to er mundo quien bailara er tango como una tal Currita, que, sigún él, menea los pinreles en un tablao de Estepa, ¿sabe usté? Y nosotros oyendo esto, pos como es natural, le dijimos que pa bonita y que pa charrana y que pa regraciosa y que pa bailarse tangos la Niña de los Lunares, ¿sabe usté?

-Muchas gracias por el favor que ustedes me jicieron -exclamó Rosarito, sonriendo picarescamente.

-Totar -añadió el Viruta, mientras sus compañeros seguían asintiendo a cuanto él decía, moviendo la cabeza como caballitos amaestrados-, que nosotros dijimos lo que dijimos, y hemos apostao una convidá pa tos los que están allí, a que Rosario le quita los moños a la de Estepa en cuantico mueva un regatón y entorne un cliso, y large el primer púm... pum... pum... ¿Usté sabe?

Y terminado que hubo de hablar el Viruta, y tras de una débil resistencia de la de los Lunares, salieron todos los allí congregados en dirección a casa de Candelaria la Pecosa, una de las hembras de más postín del Huerto de los Claveles.


II

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-Oiga usté, so maravilla, ¿usté tamién es de las que creen que ésa de los Lunares baila más mejor que la que yo digo de Estepa? -preguntóle a Dolores la Jureles el admirador de Currita, retrepándose gallardamente en la silla.

-Le diré a usté -repúsole la Jureles con acento de zumba-, como yo de Estepa no conozco más que los mantecaos, por la verdá... no sé, pero lo que sí pueo decirle es que si baila la de los Lunares, ¡sa menester que se apuntale usté toíto entero, y que después busque usté quien lo armione!

-¡Como que no hay en toíto er mundo una gachí que sirva ni pa quitarle la caspa tan siquiera! -exclamó el Ventolina, uno de los enamorados de Rosarito, que había escuchado el diálogo del de Osuna con la Jureles.

-Eso mu pronto sa de ver -dijo el forastero, encogiéndose de hombros desdeñosamente.

-¿Y quién va a ser el que va a poner los puntos sobre las íes? Porque pa eso se necesita una presona que haiga visto bailar a esa maravilla de Estepa -dijo Rosalía la Pirulita, sonriendo maliciosamente.

-Pos es verdá -murmuró Dolores en expresión meditabunda.

-Pos ¿y yo no la he visto? -exclamó el apasionado de la de Estepa-. Pos si yo no sé cómo no se ma gastao ya la campanilla de gritarle ¡olé, y olé tú y olé tu madre, salero!

-Pero es que eso no es bastante, que farta un cacho entoavía.

-¡Vaya si es bastante! Como que yo empeño mi palabra de hombre, de probar a toítos ustedes que no baila la de los Lunares lo que la que yo he visto en Estepa y, además, que ahí esta el señor Paquiro, que lo ha visto como yo, y que es un hombre que por decir siempre la verdá ha vivío siempre con el perfil hipotecao.

Y ya disponíase a contestar al de Osuna otro de los concurrentes cuando...

-Aquí está la de los Lunares- gritaron algunos de los situados más cerca de la puerta de la calle.

-No sé yo cómo bailará er tango esa gachá- murmuró el de Osuna después de someter a una detenida inspección ocular a la de los Lunares, que acababa de penetrar en el patio, escoltada por su madre y por los próceres de la comisión-, ¡pero sí perdería fijamente si hubiera apostao a que ha nacío de madre una carita más regraciosa que su cara y un cuerpo más rebonito que su cuerpecito serrano!

Presentado que fue el de Osuna a la de los Lunares, y designado que fue también el Paquiro como juez supremo de la porfía...

-Con que queamos en que si este manojo de flores baila más mejor que la de Estepa, yo pago la convidá pa to er que quiera, ¡manque pía mate en coco!

¡Y en que si baila peor, yo soy el que pago! -exclamó el Ventolina en actitud gallarda y arrogante.

-Conforme. Pero si baila mejor, yo necesito una cosa: que me quite el amargó de boca, ¡y eso que yo quiero es el clavel de bengala que tiée ese proigio en su pelito anillao!

-Pos entonces yo pongo la misma condición, porque asín nunca llega las de perder, siempre se va ganando. Asín es que si baila peor que la de Estepa, el clavel pa mí, y si no, el clavel pa usté y pa que lo guarde usté en un estuche de plata.

-Conforme -gritó la de los Lunares-. Pa el que pierda, el clavel, que no mos vamos a dijustar por tan poquilla cosa.

Y en el momento en que acababa de brotar de sus labios aquella palabra, sus ojos, que vagaban distraídos por entre la risueña concurrencia, se tropezaron con los de Perico el Talabartero, que la miraba con expresión suplicante y al par amenazadora y sombría.

Rosarito sintió que una vaga inquietud se apoderaba de su espíritu. Perico el Talabartero acababa de decirle con sus ojos negrísimos y chispeantes que había hecho mal en ofrecer aquella flor que tantas veces habíale pedido inútilmente aquella tarde; no obstante, la cosa no tenía ya compostura; además, ella era dueña de hacer de su capa un sayo y nadie tenía derecho a ponerle esclusas a sus caprichos ni diques a su voluntad, que para eso era más libre que la ola en el mar y que el pájaro en la rama.


III

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El Clavijero, que había templado la guitarra como solía hacerlo en las grandes solemnidades, dio comienzo a su artística tarea, ora punteando de un modo tan hábil como vertiginoso, ora rasgueando de modo acompasadísímo, mientras la cantadora llenaba el espacio con sus inimitables y populares armonías, y la concurrencia palmoteaba y jalcaba de modo automático y acompasado.

La Niña de los Lunares se recogió graciosamente la falda color rosa de amplísimos volantes, dejando en descubierto el pie arqueado y prisionero en reducidos zapatos de piel finísima, y el principio de una pantorrilla capaz de quitarle el sueño a un cataléptico; atóse a la cintura el pañuelo de crespón encarnado, que ceñíale el busto, lleno de arrogancias virginales; dirigióse hacia donde estaba Perico, envolvió a éste en una mirada que fue una intensa y enloquecedora caricia; quitóle el pavero que aquél habíase plantado rabioso de un choclazo en mitad de la coronilla, al ver en peligro el codiciado clavel de bengala, y colocándoselo ella con todo primor sobre el peinado, avanzó al centro del patio, esperó en airosa actitud la entrada, que no tardó en ofrecerle el Clavijero, y dio comienzo a bailar el tango, el más gracioso y picaresco de los bailes andaluces.

El tío Paquiro clavó los ojos en la bailadora, y

-Baila como los mismísimos ángeles -murmuraba momentos después, tragando saliva a borbotones y sintiendo cómo resurgían de sus ya casi yertas cenizas ardentísimas llamaradas.

Y razón por quintales tenía el señor Paquiro al hacer tal afirmación, que no había hombre que pudiera ver tranquilo cómo la Niña, en maravillosos alardes de ductilidad, malicia y gentileza, movía de modo sensual su cuerpo, delatando en sus dulces ondulaciones hechizos y más hechizos; taconeando con habilidad suprema y electrizando a todos los en estado de responder a sus irresistibles tentaciones con sus ardientes contoneos, sus lascivas actitudes, sus espasmos dulcísimos y sus miradas en que el placer parecía hacerse letargos y centelleos.


IV

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-¿Conque, dices tú, que la de los Lunares se llevó la palma? -preguntábale al día siguiente Paco el Melenas a Juan el Pamplinoso, sentados ambos frente a frente en la taberna de Lola la de los Chapuces.

-¡Vaya! ¡Pero que la parma! Como que er propio Currito cantó la gallina y se adelantó cuando ya no púo más y le tiró a los pies er pavero, y por poquito si no tenemos que sujetarlo con una camisa de fuerza; como que decía que se la diba a comer de una dentellá. ¡Tú sabes cómo se puso er gachó! ¡Si estaba que echaba jumo por toítos los poros e su presona!

-Entonces, ¿pagaría la apuesta?

-¡Digo! ¡No te diré más sino que hubo gachó que a estas horas debe estar con un cólico miserere!

-¿Y le dio la Niña er clavel ar de Osuna?

-Toma, en eso se emperró el hombre, y la de los Lunares andaba dándole largas a la cosa, porque estaba allí el Talabartero, que no aseparaba de ella los ojos, y como pa la Niña no es costal de paja el Talabartero..., ¡pos velay tú!

-Pero ¿qué fue lo que por fin pasó? -preguntó, ya impaciente, a su amigo el de las Melenas.

-Toma, pos pasó lo que tenía que pasar: que la Niña fue a darle por fin el clavel ar de Osuna, y que cuando diba a dárselo, pegó el Talabartero un brinco, tal y como si le hubiera picao una tarántula, y que le quitó er clavel de la mano a la de los Lunares, y que la de los Lunares se queó echa una estatua, y que Perico se puso er clavel en el ojal de la chaqueta, y que se queó mirando ar de Osuna como si estuviera mentándolo la madre con los ojos, y na, que dio media vuelta después, y que después se fue jacia la calle diciendo:

-¡Yo tamién he apostao que es pa mí el clavel, y que no hay quien a mí me quite este clavel de bengala!

-¿Y qué hizo er de Osuna? Chavó, ¿cuántos tendones fueron los que le rompió a Perico?

-Pos no pasó na ni le rompió ningún tendón, sino que cuando carculó el hombre que el otro podía estar ya en las Baleares, empezó a dar coses y relinchos, y a decir que se diba a comer de un bocao er clavel, y el ojal, y la chaqueta, y ar Talabartero. Y na, que asín que se desahogó... ¡Na, que no pasó más que lo que ya te he contao!

-Pero a la Niña ¿le sentaría mu mal lo der Talabartero?

-Vaya, tan mal que ahora memisto he pasao yo por su casa y me la he encontrao de palique, en la ventana, con Perico el Talabartero.

-Siempre es tiempo de aprender, y las mujeres no se parecen más que a las mujeres -murmuró con acento sentencioso el de las Melenas.

Y enorgullecido por lo que acababa de decir, llenó hasta los bordes las copas, ofreció una de ellas a su amigo, llevó la otra con casi religiosa gravedad a la altura de los ojos, contempló con voluptuosa fijeza el licor que en ella brillaba y la acercó después a sus labios, bebiéndola sin desperdiciar ni una sola gota de su oloroso contenido.