La de los ojos color de uva/IV
Bajó y se sentó en el comedor a la mesita donde ya le aguardaba el joven de Palencia.
— ¡Hola, Ricardito!
— ¡Hola, Román!
Se repartieron la tortilla.
— Ya, ya le vi a usted esta mañana muy amartelado con Ladi, ¿eh?... ¡Sea enhorabuena!
— ¡Cómo enhorabuena! ¿Por qué? — preguntó Ricardo alarmado por su secreto tan pronto descubierto.
— ¡Toma! ¡Por qué!... Pues... por la niña. ¡Paréceme que va a haber boda este invierno en la corte!
Ricardo se puso pálido, un poco de temor, un mucho de alegría.
— ¡Hombre, no, Román! — cortó—. Esa señorita y yo..., no somos más que amigos... ¡buenos amigos!
Román soltó la carcajada.
— ¡Y tan amigos, lo creo! ¡Nadie le dice a usted que fuesen enemigos!... Sólo que apostaría yo a que desde hoy..., han pasado a más. ¡No!, ¿sabe? ¡No se inquiete!...; ella lo niega también, ¡qué caramba!...; pero cuando usted la dejó viniéndose a casa sin saber que ellas desde la suya volvieron al nada a Suiza..., ¿o es que le prohibió a usted concurrir por Lorenza?... Cuando volvió...
— Pero..., ¿qué Lorenza ni qué diablo de visiones cuenta usted?...
— ¡Caracoles, amigo Ricardo, que se las trae usted... y nada es tran extraño que le haya hecho tener celos a la chica..., o a las chicas!... Bueno, pues decía que se volvieron a Suiza y que allí tuvo Ladi un aparte con León..., tan triste, el aparte, ¡vive Dios!... que más triste León, todavía, se nos larga esta misma tarde a Madrid o al infierno!
Ricardo se quedó suspenso, con los ojos muy abiertos, la cuchara en el aire.
— ¿Se va León?
— ¡Se va! Mejor dicho, se habrá ido a estas horas... ¡León vencido y... con la cola entre las piernas!
Estuvo Ricardo a punto de confidenciarse plenamente con Román. Aquella fuga del aparatoso y elegante pretendiente chasqueado dábale la gran medida del cariño de su Ladi. León Rivalta, que usaba a todo trapo coronas de vizconde en los gemelos, en el medallón del reloj, decíase aquí que estaba arruinado...; pero Ricardo sabía a qué atenerse con respecto a las ruinas de los grandes — y más arruinado en todo caso estaba él... con sus cuarenta duretes mensuales... Si todo esto no era un triunfo...
Sino que se contuvo; supo recobrar la pose de importancia que desde que llegó a Salinas le prestaba El Liberal, y se tragó la alegría, preguntando en variación displicente:
— Bravo, amigo Román... y ¿usted se marcha pronto a Palencia?
Tuvo que sonreír. Había pronunciado a Palencia con un aire de superioridad, de protección, como si él, en vez de haber nacido en Miajadas, hubiese nacido en Londres, o al menos en El Liberal... como le dijo por feliz aturdimiento a Rivalta.