La destrucción de Numancia
Cuando sus negras alas
Tiende la tempestad sobre la tierra
Amenazando arrebatar sus galas;
Cuando retumba en la elevada sierra
Del aquilon el áspero silvido,
Y el fúlgido relámpago aparece,
Y escúchase del trueno el estampido
Y á torrentes la lluvia se desploma;
La hermosura del campo desparece,
Pierden las flores su encantado aroma;
Dan al viento sus hojas esmaltadas,
Su débil tallo lánguido se inclina
Y en el lodo confúndense humilladas.
Erguida en tanto la robusta encina
Ante el poder que horrible se desata
Alza su frente noble y altanera:
Temblar el monte puede, mas sereno
Su tronco no vacila; no arrebata
El vendabal su agreste cabellera,
No la estremece el retumbar del trueno;
Parece que sus ecos mugidores
Son para ella celestial arrullo,
Parece que á los vivos resplandores
Del pálido relámpago, su orgullo
Acrece y su belleza,
Le da encantos la lluvia, y el bramido
Del huracan aumenta su braveza.
Es grande, poderosa, y si rendida
Habrá de sucumbir, no cual las flores
Débil y muda perderá la vida;
La tempestad sus golpes destructores
Para rendirla fragorosa aumenta,
Sobre su altiva frente
Escúchase el rugir de la tormenta,
Hiéndela al fin el rayo, y el torrente
Que entre sus ráudas ondas precipita
Sus destrozados restos á los mares,
Exhala al par que rápido se ajita
De muerte y destruccion rudos cantares.
Cual este grande y fuerte
Arbol, Iberia contemplara un dia
Un pueblo que las iras de la muerte
Firme arrostró. Triunfante aparecía
La señora del mundo, sus legiones
Enarbolado el pabellon de guerra
Extendían los férreos eslabones
De la cadena que oprimió á la tierra;
Y los pueblos que tristes inclinaban
Ante el poder del vencedor el cuello,
En las rendidas frentes ostentaban
De humillacion y esclavitud el sello.
Mas Numancia se alzó; firme, guerrera,
Muéstrase á los soberbios invasores...
¿Quién su frente altanera
Supremo rendirá? Tristes clamores
Escucha en derredor; humildes mira
Cien y cien pueblos que arrogantes fueron
Y ante la injusta ira
Del coloso triunfante sucumbieron...
Ella no siente su valor extinto
De las romanas huestes al amago,
Y á los suspiros tristes de Corinto,
Y á los roncos gemidos de Cartago,
Y de Iberia á los ayes, y del mundo
Al unido clamor, la ardiente llama
De su indomable furia se acrecienta
Y poderosa y libre,
Grita cediendo al fuego que la inflama:
«Yo vengaré, naciones, vuestra afrenta.»
Tú grande entonces la miraste, oh Tibre,
¡Cuántas veces tus ínclitos guerreros
En abatirla su ambicion cifraron,
Y cuántas por sus hijos altaneros
Vencidos á tu orilla se tornaron!
¡Oh, cuántas veces con rencor profundo
A tu pesar sus glorias admiraste,
Y cuántas iracundo
El terror de tus armas la llamaste!
En tanto firme la severa mano
Del Destino inflexible, señalaba
Nuevas conquistas al poder romano;
Tú, Numancia infeliz, no fuiste esclava,
Tu nombre, sí, del libro de la vida
Borrado se miró; que altiva, fuerte,
Mas bien quisiste que vivir rendida
Libre dormir en brazos de la muerte.
Página grande de la hispana historia,
Eterno monumento,
Inmarcesible palma de victoria,
Es el recuerdo del postrero dia
Que para tí lució. ¿Quién tu ardimiento,
Quién tu heroísmo sin igual sabría
Dignamente cantar, oh tú que ofreces
Entusiasmo á los nobles corazones,
Y en los fastos del mundo resplandeces
Para ejemplo inmortal de las naciones?
Verte imagino en las terribles horas
Que cien y cien legiones aguerridas
A tu lado de muerte dan el grito:
Circúndante las huestes destructoras
Mas tú no te intimidas:
No al contemplar su número infinito
Indecisa un momento retrocedes,
Ni ante el gran nombre de Scipion te espantas,
Ni ante los rayos de su gloria cedes...
Soberbia y poderosa te levantas,
La firmeza, el valor, se alzan contigo,
Síguete la suprema independencia,
Y trémulo un momento el enemigo
A su pesar se inclina á tu presencia.
Mas ¡ay! que denodado el Africano
Con su ejemplo y su voz de nuevo enciende
El indomable espíritu romano!
¡Ay, que su inmenso ejército se extiende
Con sus alas cubriendo tus llanuras
Y del sol á los vívidos reflejos
Cual ancho mar contémplanse á lo lejos
Sus tersas y brillantes armaduras!
Qué es, Numancia, de tí? tu ardiente brío
De qué sirve, si Roma por vencerte
Desplegó su grandioso poderío?
¿Qué importa tu valor, si de tu suerte
Árbitra quiere ser, y en la esperanza
De humillarte cruel entre cadenas
A tí sus rayos invencibles lanza?
Qué es, Numancia, de tí? ... cual las arenas
Innumerables son los escuadrones
Que con orgullo fiero
En derredor de tí vénse agrupados
Cual refulgente ceñidor de acero;
Ansiosos de rendirte se enajenan
Esos valientes que á tu lado claman,
Y cuando sus briosos campeones
Con voz de guerra los espacios llenan,
Más su soberbia inflaman,
Y ciegos á lidiar se precipitan
Con ímpetu mas firme y arrogante,
Como al poder del aquilon se ajitan
Las altas olas del soberbio Atlante.
Tal vez un punto tu firmeza vieran
De la impaciencia en las inquietas alas
Los guerreros de Roma y suspiraron:
En tu frente mirar tal vez creyeran
La egida firme de la ardiente Palas
Y mudos en su arrojo desmayaron;
Quizas por un momento acallarían
Su férvida arrogancia,
Que inquietos contemplando tu constancia
En su afan invencible te creían.
De improviso en el ancho campamento
Pálida, la rojiza cabellera
Crespa flotando á la merced del viento
Menos veloz que su fatal carrera,
Cubierta apenas con horrible manto,
Ostentando en su sien férrea corona,
Escoltada del duelo, del espanto
Y de la muerte, apareció Belona.
Llega, y al grito que sus labios lanzan,
Sus briosos caballos jadeantes
Con mas furor y rapidez avanzan:
Al eco de las ruedas rechinantes
De su funesto carro retemblaron,
Numancia, tus cimientos, y en la sierra
Dolientes resonaron
Cien alaridos lúgubres de guerra.
Tiende la diosa sobre tí sus ojos,
Y al contemplar tu indómita pujanza,
Alza su frente destellando enojos,
Ruje y ajita su gigante lanza:
A sus acentos rudos
El hambre, el luto y la orfandad se alzaron,
Y sobre tí funestos y sañudos
Sus alas tenebrosas desplegaron.
¡Ay, Numancia infeliz, que ya se escuchan
Los lúgubres quejidos
Que exhalan espirantes tus guerreros!
¡Ay! ciegos ya sin esperanza luchan
Que los que nunca el hombre vió rendidos
El peso humilla de los hados fieros.
Ya en sorda confusion, sin órden, gira
La desalada multitud, y gime
Con delirante afan: aquí suspira
Y entre sus brazos trémulos oprime
Al hijo de su amor, madre doliente:
Allí se arrastra lánguido el anciano,
La tímida doncella, el inocente
Y tierno infante, con temor insano
Mudos y errantes vagan,
Y es todo llanto, confusion, clamores...
Diosa funesta de la guerra impía,
Si es tu gloria esparcir negros horrores,
Inmensa fué tu gloria en ese día.
¿Y adónde, cual espectros palpitantes,
Tus hijos se encaminan?
Con extraña esperanza se iluminan
Sus lívidos semblantes,
Funesto brillo sus miradas lanzan,
Muda su voz espira,
Y en confuso tropel ciegos avanzan
Sin saber dónde van... Cual por encanto
En un círculo inmenso, de repente
Mírase alzada gigantesca pira,
Y con ímpetu ciego
Allí la multitud llega impaciente
Que allí tan solo su esperanza mira.
¡Ay! pronto brilla devorante fuego,
Alza feroz la muerte su guadaña...
Un grito entonces espantoso suena,
Un grito que la España
Escucha con pavura,
Que de espanto y terror el orbe llena,
Y que en la edad futura
Horror ha de infundir.... Orgullecidos
Los hijos de Mavorte lo escucharon,
Y sus ecos perdidos
Hasta en la altiva Roma retumbaron.
Entre tanto ¿qué espera
El soberbio Scipion? el fuerte muro
Que tan alto respeto le impusiera
Los pechos solo de tus hijos fueron;
Ya tus calles hollar puede seguro
¡Ay! que tus hijos yá desparecieron.
Huéllalas: sí: cual rápido torrente
Por diques poderosos detenido,
Que al verse libre de ellos, de repente
Furioso se dilata
Y en su ráuda carrera
Las flores de los valles arrebata,
Así con saña fiera
El formidable ejército romano
Sin diques á inundarte se encamina,
Y en tí, triunfante su ominosa mano,
Siembra la destruccion y la ruina.
Ciegos buscan esclavos, buscan oro,
Ni oro ni esclavos miran;
Numancia está desierta,
Y horror su calma y su silencio inspiran.
¿Cómo su planta incierta
Detienen los sangrientos invasores?
¿Temen acaso proseguir en vano?
En tan funesta guerra
¿No se levantan ellos vencedores?
Tan solo el corazon del Africano
Ni duda ni se aterra:
Mas con afan palpita,
Y presa de fatal presentimiento
Por un instante á su pesar se agita.
De improvisa á su ardiente pensamiento
Negras sombras asaltan:
No sabe dónde está, la luz, la vida
Un momento le faltan:
Y arrebatado en éxtasis profundo
Recorren sus miradas
Anchas regiones de encantado mundo.
Allí con ricas galas adornadas
Dos matronas admira
Que se contemplan con igual encono:
Hermosa la una es; mas su belleza
Terror al par que admiracion inspira:
En su frente destella la fiereza,
Por donde quiera su mirada espanta;
Y al par un sello de eternal grandeza
Grabado deja su funesta planta.
La otra doliente, pálida, sus ojos
Ora dirige con afan al suelo,
Ora los vuelve destellando enojos
A su eterna enemiga: el desconsuelo,
El ínclito valor y la firmeza,
En su semblante brillan
A través de sus sombras de tristeza.
De sus brillantes galas se despoja
Un gemido exhalando de amargura,
Y al par que al suelo arroja
Su rico manto, con desden murmura:
«Roma cruel, venciste. Tus legiones
«Ya al viento dán el grito de victoria:
«Terror de las naciones,
«Esta página más graba en tu historia.
«Y ya que tú con férvida arrogancia
«Humillar á tus piés sabes el mundo,
«A sucumbir aprende de Numancia:
«Largas horas vendrán de espanto llenas
»En que cual lloro desolada llores,
«Mas no sabrás morir, y las cadenas
«Lánguida besarás con que tu frente
«Opriman los horribles vencedores.
«El Norte arrojará su osada gente
«A conquistar tu altivo Capitolio,
«Y tú débil, humilde, envilecida,
«A la barbarie ofrecerás un solio.
«Tú por el hado fiero
«Cual yo serás rendida
«Y esclava vivirás; yo libre muero.»
Dijo: y una sonrisa de despecho
En sus labios asoma,
Penetrante puñal clava en su pecho
Y exánime á los piés cayó de Roma.
Cayó Numancia: la brillante cuna
Del mas alto valor que vió la tierra
En tumba de cien héroes sin fortuna
Miróse convertida; mas su nombre
No morirá jamás, que en él se encierra
Cuanto mas grande el pensamiento inflama,
Y para siempre de esplendor ceñido
En el glorioso templo de la fama
Entre ígneas palmas brillará esculpido.
No morirá jamás: el pueblo hispano
En sus fastos altivo lo presenta,
Y si la injusta mano
De extrangera invasion su frente oprime,
Invócala anhelante y se acrecienta
Su firmeza y valor ante el sublime
Ejemplo, que iracundo
Ese pueblo inmortal diérale al mundo.
Patria del Cid y de Guzman, murieron
De Numancia los ínclitos varones;
Mas no en tí se extinguieron
El amor á la noble independencia,
La indomable firmeza y la osadía
Que plugo al Ser Supremo concederte
Para asombro eternal de las naciones.
No se extinguieron, no. Si grande y fuerte
Contra los hijos de Ismaél te alzaste
Cuando tu heróico suelo conquistaron,
Y en lucha desigual, horrible, eterna,
Al fin de ellos triunfaste
Y al Africa vencidos se tornaron;
Y si en la edad moderna
Cuando la Europa con pavor gemía
A la voz del guerrero armipotente
Que altivo la oprimía,
Tú elevaste la frente
De santo ardor y de entusiasmo llena,
Y con segura planta al fin pudiste
Hollar los lauros de Austerlitz y Jena,
Ese valor insigne, esa arrogancia
De que á la faz del mundo haces alarde,
Es que en el alma de tus hijos arde
El fuego de los hijos de Numancia.