La diosa del bosque
Apariencia
¡Oh si bajo estos árboles frondosos se mostrase la célica hermosura que vi algún día de inmortal dulzura este bosque bañar!. Del cielo tu benéfico descenso sin duda ha sido, lúcida belleza; deja, pues, diosa, que mi grato incienso arda sobre tu altar. Que no es amor mi tímido alborozo, y me acobarda el rígido escarmiento que ¡oh Piritoo! condenó su intento, y tu intento, Ixión. Lejos de mi sacrílega osadía; bástame que con plácido semblante aceptes, diosa, en tus altares, pía, mi ardiente adoración. Mi adoración y el cántico de gloria que de mí el Pindo atónito ya espera; baja tú a oírme de la sacra esfera, ¡oh, radiante deidad! Y tu mirar más nítido y süave he de cantar que fúlgido lucero; y el limpio encanto que infundirle sabe tu dulce majestad. De pureza jactándose Natura, te ha formado del cándido rocío que sobre el nardo al apuntar de estío la aurora derramó Y excelsamente lánguida retrata el rosicler pacífico de Mayo tu alma: Favonio su frescura grata, a tu hablar trasladó ¡Oh, imagen perfectísima del orden que liga en lazos fáciles el mundo, sólo en los brazos de la paz fecundo, sólo amable en la paz! En vano con espléndido aparato finge el arte solícito grandezas; Natura vence con sencillo ornato tan altivo disfraz. Monarcas que los pérsicos tesoros ostentáis con magnífica porfía, copiad el brillo de un sereno día sobre el azul del mar. O copie estudio de émula hermosura de mi deidad el mágico descuido; antes veremos la estrellada altura los hombres escalar. Tú, mi verso, en magnánimo ardimiento ya las alas del céfiro recibe, y al pecho ilustre en que tu numen vive vuela, vuela, veloz; y en los erguidos álamos ufana penda siempre está cítara aunque nueva que ya a sus ecos hermosura humana no ha de ensalzar mi voz.