La emancipada: Capítulo 1

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La emancipada de Miguel Riofrío
Capítulo 1

 En la parroquia de M... de la República ecuatoriana se movía el pueblo en todas direcciones, celebrando la festividad de la Circuncisión, pues era primero de enero de 1841.

 Sólo un recinto estaba silencioso y era el jardín de una casa cuyas puertas habían quedado cerrojadas desde la víspera. Allí hablaba una joven lugareña con un joven recién llegado de la capital de la República.

 El joven era de mediana estatura, de facciones regulares y un tanto cogitabundo.

 En la joven, su altura, flexibilidad y gentileza se ostentaban como el bambú de las orillas de su río: su tez fina, fresca y delicada la hacía semejante a la estación en que los campos reverdecen; la ceja negra, y las pupilas y los cabellos de un castaño oscuro le daban cierta gracia que le era propia y privativa: su mirar franco y despejado, una ondulación que mostraba el labio inferior como desdeñando al superior y el atrevido perfil de su nariz, daban a su rostro una expresión de firmeza inconmovible. No había una perfecta consonancia en sus facciones; por eso el conjunto tenía no se qué de extraordinario; la limpieza de su frente y la morbidez de sus mejillas que se encendían con la emoción, parecían signos de candor: la barba perfectamente arqueada imprimía en todo su rostro cierto aire de voluptuosidad: una contracción casi imperceptible en el entrecejo mostraba haber reprimido de tiempo atrás alguna pasión violenta: el cuello levemente agobiado le daba una actitud dudosa entre la timidez y la modestia: de modo que ningún fisónomo habría podido adivinar su carácter moral y fisiológico con bastante precisión.

 De qué hablaban, se puede adivinar fácilmente si se atiende a que el joven había estudiado las materias de enseñanza secundaria en la ciudad más cercana a la parroquia de que nos ocupamos, y que iba a pasar sus temporadas de recreo en casa de la joven. Se conocerá más claramente cual había sido su pensamiento dominante, cuando se sepa que después de terminado el curso de artes, había pasado a hacer sus estudios profesionales en la Capital, y había estudiado con todo tesón necesario para recibir la borla, dar media vuelta a la izquierda y volver a cierto lugar que sus condiscípulos deseaban conocer porque le había pintado muchas veces en los ensayos literarios que se le obligaba a escribir en la clase de Retórica. En uno de estos había dicho:


 Quedaos vosotros, hijos de la corte, en la región de las Pandecetas, y el Digesto y las partidas. Yo de la jerarquía de doctor pasaré a la de aldeano, porque allí mora la felicidad.

 Las hoyas de los ríos Malacatus, Uchima, Chambo y Solanda con sus preciosidades vegetales y sus vistas pintorescas acogerán el resto de mis días.

 Las vegas son allí un salpicado caprichoso de alquerías, casas pajizas, ingenios de azúcar, platanares, plantíos de caña dulce y pequeñas laderas en que pacen los ganados. Todo esto recibe un realce sorprendente con el relieve de los árboles ya gigantescos, ya medianos, que nacen y crecen sin sistema artístico y con la sola simetría que a la naturaleza pudo darles. La ceiba, el aguacate, el guayabo, el naranjo y el limonero son los más comunes matices de los platanares, los cañizales y los prados.

 A la margen de los ríos se levantan, se extienden y entrelazan los bambús, los carrizos, los laureles, el sauce y el aliso. En las colinas levántase el arupo para mostrar de lo alto su copa y sus ramilletes.

 Como el placer y el dolor en el corazón del hombre, así alternan a la falda de esos cerros y en la parte agreste de esos valles, el faique con sus espinas y el chirimoyo con la frescura de su follaje, la fragancia de sus flores y lo sabroso de su fruta.

 Las acequias que partiendo de los azudes, van a humedecer los terrenos regadizos, dan a beber a las plantas, atraviesan los setos y recorren las heredades moviéndose y rielando como serpiente de diamante.

 En los ribazos se forma algunas veces una sociedad heterogénea: las cabras, las vacas, las yeguas ramonean el césped que Dios creara para ellas; y a la par de estas el hombre recoge de los mismos parajes, el díctamo, el azafrán, la doradilla, la canchalagua, y extrae la miel y la cera que fabrican las abejas. Más allá, las altiplanicies pobladas de higuerones, cedros, faiques y guayacanes, sirven de aprisco y majada a los rebaños y de sesteadores al campesino.

 La más célebre de sus cordilleras es Auritosinga, cuyo nombre ha viajado alrededor del mundo, unido a la preciosa corteza que allí se descubrió.

 Las campiñas y las florestas están siempre animadas por la antifonía de las aves canoras y de las aves bulliciosas.

 Tal es el templo en que daré culto a una Deidad.


 Cuando se le imponía el deber de escribir memorias geográficas de su provincia, hablaba a duras penas de todo lo que no era su parroquia predilecta, y cuando de ésta escribía mencionaba hasta los más insignificantes pormenores aunque estos quedaran fuera del tema que se le había señalado. En uno de los ensayos decía con referencia a su pueblo:


 Desde el 24 de diciembre hasta mediados de enero mostraban esos campos sus escenas peculiares.

 En algunas alquerías de segunda orden se formaban lo que llaman altar de nacimiento. Estos son simulacros más o menos grotescos del portal de Belén. La cuna de Jesús ocupa el cúlmen y van descendiendo en forma de anfiteatro, los reyes, los pastores, los niños degollados por Herodes, el paraíso terrenal con huertos y animales, mezclado todo con sucesos más recientes y aún con cuadros de costumbres lugareñas. Las figuras en que todo esto se representa son de diversos materiales, pero más comúnmente de madera: algunas de estas figuras son de movimiento y las hacen desempeñar sus oficios empleando algún mecanismo sencillo o ingenioso.

 Cada casa en que se levanta alguno de estos altares tiene preparados bizcotelas, queso, frutas escogidas, bebidas frescas, licores ordinarios y también un guitarrista y un tamborillero, para obsequiar a los visitantes con comida, bebida y bailecillos fandangos.

 Cuando el baile va a empezar se retira a la sacra familia en señal de acatamiento.

 Como estos altares distan unos de otros por lo menos un kilómetro los paseos son siempre a caballo.


 Así seguían las descripciones que los melindres de la crítica calificaban de pesadas y ridículas, sin atender a que el compositor nada podía encontrar de útil ni de bello fuera de su recinto predilecto.

 La joven por su parte, con menos reglas, pero con más corazón, había escrito sus memorias para presentarlas algún día a la única persona que podía ser su consuelo sobre la tierra: en esas memorias habrían hallado también los despreocupados mucho que despreciar, pues se reducían a pintar al natural, lo que había producido su madre, por haber recibido lecciones de un religioso ilustrado, llamado padre Mora, a quien comisionara el Libertador Bolívar para la fundación de las escuelas lancasterianas. Pintaba los tiernos sentimientos que esta madre así instruida sabía inspirar, y que después de referir las escenas que habían precedido al fallecimiento de esa buena madre, agregaba:


 Una semana después de haber sepultado a mi madre cuando todavía estaban mis ojos hinchados por las lágrimas, recogió mi padre todos mis libros, el papel, la pizarra, las plumas, la vihuela y los pinceles: formó un lío de todo esto, lo fue a depositar en el convento y volvió para decirme: «Rosaura, ya tienes doce años cumplidos: es necesario que desde hoy en adelante vivas con temor de Dios; es necesario enderezar tu educación, aunque ya el arbolito está torcido por la moda; tu madre era muy porfiada y con sus novelerías ha dañado todos los planes que yo tenía para hacerte una buena hija; yo quiero que te eduques para señora y esta educación empezará desde hoy. Tú estarás siempre en la recámara y al oír que alguien llega pasarás inmediatamente al cuarto del traspatio; no más paseos ni visitas a nadie ni de nadie. Eduardo no volverá aquí. Lo que te diga tu padre lo oirás bajando los ojos y obedecerás sin responderle, sino cuando fueres preguntada» «¿Y no podré leer alguna cosa?» le pregunté: «Sí, me dijo, podrás leer estos libros» y me señaló Desiderio y Electo, los sermones del padre Barcia y los Cánones penitenciales.


 Apuntados estos antecedentes y el de que el joven sabía bien que el padre de Rosaura nunca faltaba a los paseos de año nuevo, ni a la práctica de dejar a su hija encerrada cuando él salía a divertirse; y constándole además que los caminos estaban ocupados por hileras de hombres y mujeres que discurrían alegres haciendo la visita de los altares; que cada altar era una estación: que los patios estaban cuajados de caballos, bestias mulares y borricos en gran número, ya se puede deducir que el flamante doctor había penetrado hasta el jardín de Rosaura, sin temor de que nadie le sorprendiese, y puede también maliciarse que de sus prácticas sublimes resultaba el recíproco propósito de unir su suerte para siempre, en caso de que pudieran ser vencidas las tenaces resistencias que opondría el terco padre de la joven.

 Esto que es fácil de maliciarse, fue lo que en efecto sucedió: pasados los primeros momentos de sorpresa, sustos, exclamaciones, y monosílabos, se refirieron recíprocamente lo que durante la ausencia había pasado. Al hablar Eduardo de sus planes de futuro enlace, se trabó este diálogo que no será inútil referir:

 —¡Eduardo! —dijo Rosaura—, yo conozco a mi padre, y me estremezco al pensar que pudiera alguno de tus pasos irritarle, pues el resultado no sería otro que el de separarnos para siempre.

 —Que el alma se separa del cuerpo —respondió Eduardo—, puede comprenderse; pero que dos almas que se amen como yo te amo lleguen a desunirse, eso no, Rosaura; si así lo piensas, tú no me amas.

 —Eduardo, yo quiero que me comprendas. En mis diez y ocho años de vida, o más bien en mi noche de diez y ocho años, no ha habido más que dos luces para mí: la de mi madre que se apagó y la que ahora me está alumbrando y temo que se aleje al cometer una imprudencia... En mi sentir cuando el amor no se enciende el alma está en tinieblas... quise decir, que amo a mi madre en el cielo, porque no puedo amarla de otra manera: éste es un amor que hace llorar: el tuyo es un amor vivo que hace esperar, soñar y estremecerse... Yo hablo fuera de mí... ¡qué hacer! al fin direlo todo: mi padre tiene interés en que nadie me conozca, y menos tú porque teme que se descubran algunos secretos... Pero, retírate por ahora, amigo mío, porque va a anochecer y puede venir alguien.