La emancipada: Capítulo 3

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La emancipada de Miguel Riofrío
Capítulo 3

 El desventurado Eduardo, al recibir la carta pasó de una agitación terrible a otra más terrible agitación. La esquela decía así:


 Muy señor mío: Por cuanto mi señor padre me ha dicho lo que la Santa Iglesia nos enseña, conviene saber: que los padres son para los hijos segundos dioses en la tierra y que se han de cumplir sus designios con temor de Dios, recibo por esposo al señor don Anselmo de Aguirre, porque será una encina a cuya sombra viviré como buena cristiana, trabajando para mi esposo, como la mujer fuerte, y para los hijos que Dios me dará, sin mirar mis grandes pecados y sólo por su infinita misericordia; por ende podrá usted tomar las de Villadiego. Dios guarde a usted por muchos años —firmado—. Rosaura Mendoza.


 Después de exhalar solitarias exclamaciones y derramar algunas lágrimas Eduardo se reconcentró a meditar en la naturaleza de su situación y en el partido que debería tomar:

 —Ella ha firmado —pensaba él—, lo que su padre le ha obligado a que firmara. En la casa ha ocurrido sin duda alguna gravísima novedad. Quizá mi carta esté en manos de don Pedro; ¿si seré yo el causante de las desgracias de Rosaura? Mas yo la supliqué que me llamara y ella me dice: vete a la ciudad. Luego me dice que va a dar una campanada: este anuncio me horroriza, ¿se habría resuelto a dar un no en la puerta de la iglesia? Ese no le costaría tres años de tortura que es el tiempo que la Ley la obliga a permanecer a merced de su padre... Ella me jura que no será de don Anselmo, y parece que nada ha valido ante sus ojos mi adoración de seis años, mi abnegación a todo encanto que no fuera el de sus gracias, y mi constante padecer durante una ausencia que me parecía de siglos: el término de mis esperanzas y de mi fe ¿ha de ser esa palabra: vete a la ciudad?

 No pudiendo deliberar por sí solo, reunió a los mejores de sus amigos y les habló con voz de agonizante, porque entre el enjambre de reflexiones le había saltado la idea de que el plan de Rosaura fuera nada menos que el de un suicidio. Sus jóvenes amigos vivamente interesados por la suerte de ambas víctimas, después de varios proyectos y tentativas descubrieron que Rosaura estaba constantemente vigilada y que nada se podría hacer hasta el día de la ceremonia, prometiendo estar atentos a la más mínima circunstancia que ocurriese desde la madrugada del 6 hasta la hora del matrimonio.