La embajada japonesa ante la curia romana/Prefacio II: Carta de Eduardo de Sandre al padre Claudio Acquaviva

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De Eduardo de Sande al muy venerable en Cristo padre Claudio Acquaviva, superior general de la Compañía de Jesús
Muy venerable padre en Cristo, no sin una gran esperanza en los frutos que la tierra japonesa ofrecerá en un futuro más fértil, nos enteramos de que se había constituido una embajada procedente de Japón que, por lo que sabemos, fue recibida entre grandes celebraciones, honras y alegrías por los sumos pontífices Gregorio XIII y Sixto V (que Dios lo guarde salvo) y por el resto de reyes cristianos. Prefiero omitir aquí por prudencia el resto de bondades de esta embajada, pero cabe esperar lo siguiente, que no es poca cosa: estos jóvenes, que han recibido una educación liberal, para nada carentes de inteligencia y los primeros en estudiar nuestras costumbres, fueron los primeros en llevar a Europa y a la curia romana los frutos de los nuevos campos de Japón y llevaron de vuelta a su país el conocimiento de las costumbres europeas y cristianas, que habían aprendido (aunque no lo suficiente) y ampliado y afirmado a lo largo de este viaje, para transmitírselo a sus compatriotas. ¿Cuántas personas hay que conozcan la cultura japonesa, siquiera un poco? ¿Quién no puede comprender qué difícil ha sido hasta ahora para nuestra Compañía conseguir, insistiendo una y otra vez, que los japoneses entiendan las siguientes cuestiones como, por ejemplo, cómo de grande es la majestad del Sumo Pontífice? ¿Cuál es la autoridad de los Cardenales y del resto de Obispos? ¿Cuánto es el poder e influencia de los reyes cristianos? ¿Con qué criterio se separa la justicia eclesiástica de la seglar y cómo la segunda está subordinada a la primera, su superior, y con qué finalidad y medios cada una de ellas se aplica? ¿Cuál es el gobierno de los reinos y repúblicas justo y acorde a las leyes de la naturaleza? ¿Qué cantidad de hombres y mujeres habita en la Cristiandad, que siempre protegen su camino al cielo con el conjunto de enseñanzas evangélicas, teniendo en mente su sempiterna recompensa y despreciando los placeres de la vida? ¿Por qué motivo los propios religiosos arrostran peligros, visitan tantísimas tierras y cruzan tantísimos mientras anuncian ávidos y enérgicos el nombre de Cristo, desconocido entre muchos pueblos y naciones?

Todos estos aspectos y otros similares, junto con la ley de Cristo, a duras penas podrían nuestros padres comunicárselas a los japoneses para que dejasen marca en el fondo de sus corazones y arrancar de raíz sus falsas creencias sobre el modo de ser suyo y nuestrp, algunas transmitidas por sus ancestros y otras formadas a partir de rumores vacíos. Con este fin (entre otros no de menor importancia de esta embajada), para que estos inteligentes jóvenes puedan relatar y transmitir a la gente de su pueblo un conocimiento pleno de nuestras costumbres, nuestros padres siempre han considerado y les han recomendado una y otra vez que no guardasen nada relativo a este largo peregrinaje en sus cabezas, sino que lo anotasen y pusieran por escrito; ellos (pues su naturaleza es tan destacada y obediente a los padres) se esforzaron en relatar, comparándolo con sus propias costumbres pero sin demostrar ninguna preferencia por las costumbres japonesas, cuanto les pareció destacable y digno de recordarse, y lo guardaron en el interior de sus corazones.

Sin embargo, para que no desaparezca fácilmente su esfuerzo y, tras unos pocos años, se borre todo recuerdo tanto del viaje como de sus muchas observaciones, sino que se conserve este útil recuerdo con la idea de que todo el pueblo japonés lo conozca y sus niños, desde una tierna edad, tengan conocimiento de estos hechos, como si así quedasen marcados y teñidos por un primer color, el venerable padre Alessandro Valignano, visitador de todo Oriente, decretó que cuantas anotaciones pergeñaron estos notables jóvenes se pasaran rápidamente al latín, de tal manera que los japoneses que estudiasen latín pudieran leer con facilidad el libro que trataba de esta embajada y, más adelante, se tradujeran all japonés para así poder imprimirlo tanto en latín como en japonés y que acabara siendo un bien muy útil y necesario, como una especie de eterno tesoro y agradable alacena, que podría ser leído también con pasión por quienes desconocieran el latín.

Así pues, al componer esta obra, este padre consideró que era una buena idea no redactarla en forma de una historia continua, que puede provocar un cierto aburrimiento, sino darle la forma de diálogo, e introdujo los siguientes participantes: los embajadores Mancio y Miguel; los ayudantes Martín y Julián y, además, a León y Lino. León sería el hermano del rey de Arima, Lino el hermano el príncipe de Omura y ambos primos por parte de padre del embajador Miguel, pues fueron tres hermanos los que engendraron, a León, Lino y Miguel. Así pues, de entre todos ellos, León y Lino no habrían salido de Japón y desconocerían nuestras costumbres, pero preguntarían a los demás por lo mucho que habían aprendido y los otros les responderían copiosamente. Podría suceder que a algún lector le moleste un prefacio que entre a explicar con tanto detalle los contenidos del libros, pero pido disculpas: este libro no está pensado para lectores europeos, que son más que conocedores de estos hechos, sino para los legos japoneses que desconocen nuestros hábitos.

Compuse este libro a partir de las indicaciones del venerable padre Visitador y de las anotaciones que estos inteligentes jóvenes realizaron de la mejor manera posible, ordenándolas y traduciéndolas al latín bajo las órdenes del mismo venerable padre. No puedo evitar recordar cuántos años han pasado desde que dejé el estudio humanístico para cultivar unas musas más estrictas, entregado en mi totalidad a la debida santa obediencia para aprender la escritura china. Con todo, tal es la fuerza de esa obediencia que fácilmente pudo devolverme a mis antiguos estudios para otorgarle una cierta gracia a este texto con un estilo más cultivado; sin embargo, si, como dijo aquel, nuestra obra parece que carece de gracia y nuestro lenguaje suena más chino que latino, lo toleraré sin problema, ya que he seguido las normas de la obediencia antes que las de la elocuencia.

Así las cosas, gustosamente entrego y ofrezco este trabajo mío, sea cual sea su calidad, para resulte particularmente útil para los japoneses y no del todo desagradable para los europeos, con la mirada puesta en primer lugar en Dios, el objeto de todos mis esfuerzos, y después en su Pontífice y en el padre Visitador, a los que reconozco en su lugar, y espero que no llegue el día en el que me arrepienta de esto, cuando merced a las enseñanzas de este libro el campo japonés, como si lo hubiera regado en el momento oportuno, ofrezca unos frutos día tras día más abundantes para la Cristiandad y para alegría de todos.

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