La estafeta romántica/XXVII
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Distraído Fernando: ¿Pero no reparas que ya estoy aquí? ¿No me has visto? Echa para La Guardia tu catalejo, y alcanzarás a ver a este clérigo insigne, a esta lumbrera esplendorosa del Vicariato General Castrense, esparciendo su claridad por los ámbitos de... No acabo la figura, porque ignoro qué ámbitos debe iluminar la inspección que me encomendaron... ni sé qué inspecciono, ni por qué me han mandado, ni a qué he venido. Presumo que me traen a esta tierra todos los intereses posibles, menos los del instituto religioso-militar a que pertenezco. Por de pronto, aquí me tienes aposentado en la parroquial vivienda del gran Navarridas, que es como decir que habito en el reino de la cortesía y de la abundancia. Tanto el bondadosísimo D. José como su bendita hermana se desviven por agasajarme, y te aseguro que ni probé jamás tan mullido y albo lecho como el que aquí disfruto, ni entraron por esta boca pecadora condimentos tan substanciosos, ricos y variados como los que en obsequio mío presentan diariamente en su mesa. Hijo mío, ¿qué tierra es esta, tan fecunda en galanos amigos y en frutos regalados? Aquí quiero pasar mis días, entre la sencillez amable de los hombres y las amorosas caricias de la prolífica tierra. Aunque te enfades, prorrumpo en versos clásicos:
orilla, rica de la mies de Ceres,
de pámpanos y olivos! Verde prado
que pasta mudo el ganadillo errante,
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En esta región de delicias he visto al fin la deidad que en ella preside las funciones de la Naturaleza, la que a todo imprime hermosura y majestad con su divina presencia, la escogida entre las escogidas; y de tal modo me prendaron su gracia y su nobleza, que a no hallarme imposibilitado por mis votos, de que son emblema las negras ropas que visto, entre el primer saludo que le dirigí y una respetuosa declaración de amor, habrían mediado pocos alientos. ¡Pues si yo fuera seglar y joven, cualquiera me quitaba a mí esa sin par hembra!... Nada quiero decirte de su discreción, que conoces mejor que nadie. Sabrás que hablamos largamente de omni re scibile, quedándome pasmado de la solidez de su juicio y de su dulce serenidad. En fin, amado discípulo, que aquí me tienes enamorado (no retiro la palabra), enamorado de ese portento, y alabando al Supremo Artífice por esta nueva maravilla que ha puesto ante mis ojos... Aquí me venía bien otra clásica estrofa para expresarte mi entusiasmo:
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¿A quién primero ensalzaré cantando
Sino al gran padre que la estirpe humana
Y la celeste rige...?
él es primero y solo; igual no tiene
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Su esencia soberana;
Si bien segunda en el honor divino
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Pienso, querido Fernando, que aquel condenado Rapella, a quien echamos tantas maldiciones, merece ahora nuestra gratitud por haberte llevado a Oñate, donde encontraste a la celeste Palas. No me retracto de nada de lo que acabo de escribir. Todo lo sostengo, y lo hago cuestión personal. Es Demetria el cielo en la tierra, y la divinidad humana. Así lo firma y signa con el emblema de nuestra redención tu amigo - Pedro Hillo.