La estrella mensajera

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​La estrella mensajera​ de Salvador Díaz Mirón

Al fin te asomas entre las nubes,
al fin te asomas y a verte voy...
Estrella mía que a oriente subes
¿qué tal te ha ido de ayer a hoy?

Toda la tarde lloviendo estuvo,
toda la tarde, para mi mal,
por las regiones del aire anduvo
rodando nieblas el vendaval.

¡Ah, no es posible que yo te diga
cuánto he sufrido, cuánto temí
que no pudieras, mi dulce amiga,
con este tiempo brillar aquí!

Tú eres el solo consuelo mío,
tú me recuerdas mi grato ayer,
tú eres mi sueño, mi desvarío...
Cuando me faltas no sé qué hacer.

A tu destello se alzan dos frentes
y se coronan de resplandor,
tú eres la cita de los ausentes...
¡Yo te bendigo, cita de amor!

Cuando no vienes, estrella, gimo;
tú eres mi solo, mi solo bien,
tú eres el beso que yo le imprimo
todas las noches sobre la sien.

Tu luz, calmando mi amargo duelo,
dentro de mi alma se hace canción;
tu luz, efluvio de flor de cielo,
trasciende a esencia de corazón.


Dime, Lucero, tú que la viste,
si la encontraste pensando en mí,
si estaba alegre o estaba triste...
Habla, Lucero... contesta, di.

Habla, Lucero; tu voz escucho.
¿Acaso estaba durmiendo ya?
¿Acaso estaba soñando mucho?
¿Leyendo un libro de amor quizá?

¿Quizá en un claro del bosque umbrío
cogiendo rosas para el placer
o en la ventana mirando el río,
mirando el río correr, correr?

¿Siguiendo la ola que en las riberas,
que en las riberas parece hablar,
y en las neblinas de las quimeras
dejando su alma volar, volar?


Cuando distantes los dos estemos
y eche la sombra su gran capuz,
allá en el éter nos juntaremos
al par mirando la misma luz.

Eso juramos cuando partiste,
cuando el destino nos separó.
Y hoy he sabido que no cumpliste...
La misma estrella me lo contó.