La familia de Alvareda Segunda parte: 7
Segunda parte
Capítulo VII
[editar]Al día siguiente, Ventura, a quien el sueño había acabado de despejar la cabeza de los humos que ofuscaban su razón, se levantó tan profundamente avergonzado como sinceramente arrepentido. Así, pues, oyó, sin desmentirlos, los justos y sentidos cargos que le hizo su padre sobre su proceder actual y anterior.
-En todo lleváis razón, padre, decía; no le digo a Vd. más sino que no supe lo que me hice. ¡Harto me pesa! ¡El vino, el maldito vino!... Le daré a Perico una satisfacción en presencia de todo el lugar; más me honro en eso a mí propio, que no al ofendido.
-¿Con que le darás una satisfacción? dijo Pedro.
-Un ciento, padre.
-¿Te casas con Elvira?
-Con mil amores.
-¿La darás buena vida?
-Por esta cruz, dijo, haciendo la señal con los dedos.
-¿Se irán Vds. a Alcalá?
-Padre, señor, aunque sea al Peñón.
Pedro miró un momento a su hijo profundamente conmovido, y dijo:
-Pues siendo así, que Dios te bendiga, hijo.
Fueron ambos en casa de Ana a buscar a Perico. Mas éste había salido, según les dijo Ana.
Al verlos, y más aún al notar la satisfacción y alegría que demostraba el semblante de Pedro, tranquilizáronse los vagos, pero agitadores temores de Ana, y más que todo la llenó de esperanzas el ver como Ventura se acercó a Elvira y le habló con cariño y afán, mientras que Pedro le decía con aire misterioso y guiñando hacia Ventura:
-Ese mozo tiene prisa por casarse; no ande Vd. tan pánfila con las cosas de la boda, comadre, que la gente moza no tiene la pachorra que nosotros.
Salieron en seguida; Ventura para la hacienda en donde era guarda: Pedro, que iba a su pegujal, se fue con él por llevar el mismo camino.
El trigo del pegujal estaba hermoso, pero tenía mucha yerba.
-La yerba se despierta, dijo Ventura.
-En llamando el tiempo a la yerba, repuso Pedro, vence al trigo: pues es hija legítima de la tierra, el trigo es su cría; pero con el favor de Dios, trigo no faltará en casa para nosotros, y, añadió sonriéndose, para más que vengan.
Dispidiéronse, y Ventura se internó en el olivar.
Pedro lo siguió con la vista.
-Un hijo como éste, se decía, no lo tiene ni un rey. Ni en toda España habrá ninguno que le iguale. Si el cuerpo es hermoso, más hermosa es el alma.
Apenas hubo andado algunos pasos en el olivar, cuando vio Ventura a alguna distancia salir a Perico de detrás de un olivo con su escopeta.
-Algo, le gritó Perico, tengo, gracias a ti, en mi cara que mueve a risa; pero también algo en mis manos que para la risa. Cobarde soy y mata langostas; pero yo me quitaré el baldón que me pusiste.
-Perico, ¿qué vas a hacer? exclamó Ventura, arrojándose hacia él para cogerle la acción.
El tiro partió; Ventura cayó al suelo mortalmente herido.
Pedro oyó el tiro y se estremeció.
-¿Qué es esto? exclamó. ¿Pero qué ha de ser? añadió con más reflexión; Ventura que habrá tirado a alguna perdiz. Ello sonó cerca, voy a verlo.
Siguió apresuradamente el sendero que había tomado su hijo. Ve un bulto que yace en el suelo. Se acerca. -¡Dios de cielos y de tierra! ¡Es un hombre asesinado! ¡Ese hombre es mi hijo!
Cae a su lado el pobre anciano.
-Padre, dice Ventura, aún tengo fuerzas, vuelva Vd. en sí, ayúdeme Vd.; vamos a la hacienda que está ya ahí; que vayan por el confesor, que quiero morir como cristiano.
El Señor de las misericordias dio fuerzas al pobre padre. Levanta a su hijo, que apoyado en su padre da algunos pasos, comprimiendo los gemidos que arrancan de su pecho los acerbos dolores.
En la hacienda oyen una voz lastimera que clama por socorro. Todos se precipitan fuera. Ven venir por el sendero al desventurado padre, que trae apoyado en su hombro a su moribundo hijo. Los rodean.
-¡Un sacerdote! ¡Un sacerdote! gime la apagada voz de Ventura.
Sobre el más veloz caballo parte un propio para el pueblo.
-¡El cirujano! ¡El cirujano! clama el padre.
-La justicia, añade el capataz.
Tienden a Ventura en un colchón, y procuran atajar la sangre de la herida.
De este modo pasa una hora, llena de angustias y pavor.
Pero ya resuena el paso acelerado de caballos. Es el propio que vuelve acompañado del cura. El auxilio que primero llega es el de la religión.
El sacerdote entra trayendo sobre su seno la sagrada hostia.
Todos se postran.
El desesperado Pedro halla el alivio de las lágrimas.
Dejan solos al sacerdote y al moribundo. Un solemne silencio reina en la hacienda, tan sólo interrumpido por los sollozos de Pedro.
Sale el ministro de Dios de la habitación. Una dulce calma se ha estendido sobre el rostro del reconciliado.
Entra el cirujano que ha llegado.
Sondea la herida, calla, y se vuelve con un triste movimiento de cabeza hacia los que están a su lado.
Pedro, que con las manos convulsivamente cruzadas, pendía del fallo del facultativo, cae al suelo, y lo retiran de allí.
En este momento llegan el alcalde y el escribano: se aproximan al herido, éste tiene los ojos cerrados. La palidez de la muerte cubre su semblante.
-Señor alcalde, dice el cirujano, no está capaz de dar declaración alguna; está agonizando.
Estas palabras llegan a los oídos de Ventura.
Con aquella energía que le era propia, abre los ojos, y dice con claridad:
-Preguntad, que puedo aún responder.
El escribano alista lo necesario para escribir, y el alcalde pregunta:
-¿Cuál ha sido la causa de tu muerte?
-Yo mismo, contestó Ventura distintamente.
-¿Quién te ha matado?
-Aquel a quien se lo he perdonado.
-¿Con que perdonas al matador?
-Ante Dios y los hombres. Fueron sus últimas palabras.
El cura le aprieta la mano.
-Recemos el Credo, dice.
Todos se postran, y el ángel de la guarda, que ve un alma exhalarse perdonando a su asesino, la abraza como a hermana, aun antes de oír la divina sentencia.
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