La fianza satisfecha/Acto III

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​La fianza satisfecha​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen el REY y ZULEMA.
REY:

  Aquí, arrojado del viento,
en una barquilla pobre
dicen que aportó.

ZULEMA:

Contento
tengo, que pesar le sobre
a quien le falta el talento:
¡Bárbaro vil, que pudiera
ser regalado y servido!

(Sale LEONIDO muy furioso, y CRISTO responde a los ecos.)
LEONIDO:

  Ingrato cielo, ¿qué muralla?

CRISTO:

Halla.

LEONIDO:

Ni qué defensa un desdichado.

CRISTO:

Echado.

LEONIDO:

Cuyo deleite hoy consagrado.

CRISTO:

Agrado.

LEONIDO:

¿Una cruel sin afrentalla?

CRISTO:

Halla.

LEONIDO:

Y pretendiendo deshonralla.

CRISTO:

Honralla.

LEONIDO:

Y aunque del mar tan afanado.

CRISTO:

A nado.

LEONIDO:

He de volver al regalado.

CRISTO:

Ado.

LEONIDO:

Por defender a quien me acalla.

CRISTO:

Calla.

LEONIDO:

  ¿Quién tal me diga? ¿El mundo tiene?

CRISTO:

Tiene.

LEONIDO:

¿Alguna lengua desfrenada?

CRISTO:

Nada.

LEONIDO:

Sal, que mi rabia desespera.

CRISTO:

Espera.

LEONIDO:

¡Qué, por el cielo santo!
que si viniese aquí, sea quien fuera,
con una bofetada
he de obligarle que a mis plantas muera.

(Sale CRISTO de pastor, descalzo, ensangrentados los pies, con un zurrón que llevará lo que se dice adelante.)
CRISTO:

  En busca de una oveja
vengo, que sin mirar cuánto me debe,
de mi aprisco se aleja.
Amor es grande que mi pecho mueve;
que me costó la vida,
y dame gran dolor verla perdida.
  ¡Ingratos hombres! ¿Cómo
así dejáis mi ley por vuestro gusto?
Pues a mi cuenta tomo
premiaros siempre más de lo que es justo,
y veis que mi contento
le tengo siempre en dar por uno ciento:
  Decid, inadvertidos,
¿por qué atendéis tan poco a lo que importa?
Pues veis que los sentidos,
la hacienda y el vivir, todo lo acorta,
y la mayor fortuna,
que al viento va, la tumba de la Luna.
  Tened, tened la rienda;
que en el juego del mundo hay mil azares,
y es justo que se entienda
que paga leves gustos con pesares;
y el Cielo, a breves penas
da siempre gloria eterna a manos llenas.
  Venid, ovejas mías,
mirad vuestro pastor, que al sol y al frío
las noches y los días,
con la cabeza llena de rocío,
os busca y os convida
con paz eterna y con eterna vida.
  Sacad del duro pecho
algún balido, que en el mismo instante,
en firme amor deshecho,
el favor hallaréis en mí bastante;
que el darlo es ordinario,
pues soy propio pastor, no mercenario.

LEONIDO:

  ¿Eres, villano, a suerte,
aquel que respondió cuando yo hablaba?

CRISTO:

Yo soy el que a la muerte
me igualo en fuerzas.

LEONIDO:

Pues responde, acaba,
¿dónde vas tan llagado,
de la planta al cabello ensangrentado?

CRISTO:

  En busca de una oveja
vengo, como me ves, pisando abrojos;
que la triste se aleja
de mi aprisco, por sólo darme enojos;
y es tal su daño horrendo,
que yo la busco, y ella me va huyendo.

LEONIDO:

  Pues ¿una oveja tanto
te importa a ti, pastor? Deja que muera.

CRISTO:

¡Que tal digas me espanto!
Si me costó la vida, bueno fuera
dejarla de esa suerte
donde un lobo voraz le diera muerte.

LEONIDO:

  Por dicha, ¿la has llamado?

CRISTO:

Mil veces han tocado a sus orejas
las voces que le he dado.

LEONIDO:

Y ¿no responde?

CRISTO:

Aquesas son mis quejas.

LEONIDO:

Dejadla por perdida.

CRISTO:

¡Ay, que me cuesta mucha sangre y vida!
  Por los daños que ha hecho,
merece que un dragón fiero la trague,
y su lascivo pecho
a mí los dejo todos que los pague;
y mi amor se revuelve,
que muera si a mi aprisco no se vuelve.

LEONIDO:

  Eres tú un ignorante;
que si esa oveja que pintaste, fuera
con vida semejante,
y por desgracia mía la tuviera,
luego que la encontrara,
en manos de mil fieras la entregara.

CRISTO:

  ¡Ay, hombre, qué engañado
vives; mira por ti, que esa sentencia
que en mi presencia has dado,
será al fin quien te tome residencia;
y pues a Dios no quieres
volverte, morirás!

(Hace como que se va.)


LEONIDO:

Tente; ¿quién eres,
  que muestras tal ultraje
de mí? ¿Quién eres, que me enoja el verte?

CRISTO:

El que tomó este traje
para satisfacer lo que se arroja
tu condición dañada:
débesme mucho y no me pagas nada.

LEONIDO:

  A furia me provoco
de sólo haberte oído que te debo;
mas déjote por loco,
y a sufrir tus locuras me conmuevo.
¡Mirad qué Marco Craso,
para poder debelle hacienda acaso,
  siendo un descalzo triste,
de andar entre las zarzas lastimado!

CRISTO:

Pues en eso consiste
lo que me debes, y por ti he pagado
que la vida me debes
y me la has de pagar.

LEONIDO:

Necio, no pruebes
  mi furia e impaciencia:
vete, villano, porque yo me espanto
que mi corta paciencia
haya podido ya sufrirte tanto.

CRISTO:

Harto más he sufrido
yo por tu amor, y mal agradecido.

LEONIDO:

  Vete, loco inocente,
y no me enojes más, que si me enojas,
te pesará.

CRISTO:

Detente;
y pues de aquí con tal desdén me arrojas,
y me tienes en poco,
aquí me has de pagar.

LEONIDO:

¡Gracioso loco!

CRISTO:

  En este zurrón pobre
está lo que me debes; considera
si es justo que lo cobre,
pues lo pagué por ti.

LEONIDO:

Verélo, espera;
pero de paso advierte
que si me burlas te daré la muerte;
  mas porque no te ausentes
mientras en ver lo que es yo me embarazo,
y burlarme no intentes,
te quiero atar, pastor.

(Hace como que le ata)
CRISTO:

Con otro lazo
mayor estoy atado.

LEONIDO:

Muestra el pobre zurrón: ¡oh, qué pesado!

CRISTO:

  Si de sólo tocarlo
pesa tanto a quien hoy por ti lo lleva.
¿qué, pesará?

(Vase.)
LEONIDO:

Mirarlo
quiero, pastor, y hacer luego la prueba
si es lo, que dices llano,
y si mientes, tu muerte está en mi mano.

(Éntrase CRISTO, y LEONIDO saca lo que hay en el zurrón.)
LEONIDO:

  Algún tesoro escondido
sin duda debe llevar
en este zurrón metido,
y él se me quiere escapar
con aquel modo fingido;
Pero en breve hará mi mano
aquí el tesoro muy llano;
que todo lo pienso ver,
si ya no viniera a ser
otro caballo Troyano.
  Pero que no lo seréis,
Zurrón, de ninguna suerte,
está cierto, aunque encerréis
traición; que es muralla fuerte
esta que encontrada habéis;
y así, vuestras invenciones,
trazas embustes, traiciones.
por inútiles condeno,
aunque traigáis en el seno
metidos diez mil doblones.
  Buena es la suerte primera,
pues he hallado una corona,
y a muy buen tiempo viniera
para adornar mi persona,
si de todo el mundo fuera.
Pero aunque fuera del mundo,
ya su estimación no fundo;
que era hacer un desatino,
siendo premio tan indino
a mi valor sin segundo.

LEONIDO:

  Y estos viles aparatos,
como de burlas resisto,
siendo indignos de mis tratos:
vaya, los estime Cristo
allá en casa de Pilatos,
que tuvo por grande hazaña
ver que la judaica saña
honrase sus sienes dinas
con la corona de espinas
y con el cetro de caña.
  Mas pasemos adelante,
puesto que mi furia aplaco
por este pequeño instante,
para vaciar este saco
de aquel pobrete ignorante,
¡Linda joya, por mi fe,
pues una túnica hallé,
y tras ella unos azotes:
parece que me da motes!
¿Azotes yo? ¿Para qué?
  ¿A mí túnica? ¿Soy loco,
o por dicha galeote,
pues me estiman en tan poco,
que me muestran el azote?
A cólera me provoco.
Veamos qué queda acá:
una soga, bueno está:
esta obligación os debo;
vos la pagaréis, mancebo,
como luego se verá.

LEONIDO:

  Todo lo que hay he sacado,
y no hallo relación
de lo que me habéis cargado,
porque estos vestidos son
de un hombre crucificado.
Miremos si algo se queda:
una cruz, para que pueda
decir con fiero rigor
que burló de mi valor
un manso en esta arboleda.
  ¿Así burlar mis intentos
vuestra malicia quería
con tan varios instrumentos?
Allá, al Hijo de María,
que sabe de estos tormentos;
que a mí no se me ha de dar
burla de tanto pesar.
Y para que no os burléis
otra vez, lo pagaréis
en este mismo lugar.
  ¡Infame! ¿De esta manera
pensasteis burlarme vos?
Veréis mi venganza fiera;
que aunque fuera el mismo Dios,
sin castigo no se fuera,
que le diera mi semblante
mil muertes.

(Descúbrese un crucifijo, y dice, puesto a las espaldas, CRISTO)
CRISTO:

Tente, arrogante.

LEONIDO:

¿Qué es esto, divino Alá?

CRISTO:

No te espantes.

LEONIDO:

¿Quién será
el que ahora no se espante?

(Cae en tierra LEONIDO.)


CRISTO:

  Levanta y oye, Leonido,
si ya tu vida malvada
no te limita las fuerzas;
que suele el vicio agotarlas.
Ya, Leonido, llegó el tiempo
en que al justo satisfagas
lo mucho que has mal llevado,
haciéndome tu fianza,
considera que has usado
mal de mis mercedes santas,
porque a mercedes de Dios,
pecados no es buena paga.
Mira mi cuerpo, y verás
sí he pagado por tu causa
las maldades que mil veces
me dijiste que pagara.
A un sacerdote le diste
un bofetón, y en mi cara
sonó el golpe; que son Cristos,
como la Iglesia lo canta.
Son mis espejos, y tú,
con mano descomulgada,
romper quisiste el espejo
a donde Dios se miraba.
Muchas doncellas ilustres,
nobles, prudentes y sabias,
por ti dejaron de serlo;
mira qué pesada carga.

CRISTO:

A muchos has deshonrado,
que de honrados se preciaban,
sólo por echar mi honra,
como la echaste, en las plazas.
Mira a Gerardo, tu padre,
las injurias, las infamias
que usaste, fiero y cruel,
con aquellas nobles cañas.
Mira estas manos, Leonido,
con dos clavos taladradas,
y mira luego las tuyas
de tu buen padre en la cara.
Mira mi pecho también,
pasado con una lanza,
y mira el tuyo ocupado
en deshonrar a tu hermana.
Dime ¿qué aguardas, Leonido?
Dime, Leonido, ¿qué aguardas?
Y ¿con qué piensas pagar
lo que mis, deudas te alcanzan?
Hoy, Leonido, he de cobrar
las honras, las bofetadas,
las afrentas, los insultos
que cargaste en mis espaldas.
Todas las pagué por ti;
mas hoy pretendo cobrarlas;
que es ya tiempo que se vea
satisfecha la fianza.

LEONIDO:

Confieso, divino Dios,
que son mis maldades tantas,
que será imposible cosa
que al justo las satisfaga.
Confiésoos por Dios eterno,
cuya bondad soberana,
si bien en personas trina,
es una esencia sagrada.
Confiésoos sacramentado,
y que me pesa en el alma,
por ser quien sois sin mirar
otro castigo ni paga.
Propongo de no pecar
y apartar con eficacia,
Señor, de vuestras ofensas,
las ocasionen que dañan.
De confesarme propongo
si hay con quién, y si no, valga
esta confesión que hago
humillado a vuestras plantas.
Vos sois sumo sacerdote,
y así, mis culpas aguardan
absolución, pues la lengua
todos mis vicios declara.
A mis contrarios perdono,
y mi vida, aunque tan mala,
en satisfacción ofrezco,
si es satisfacción que basta.
Como os lo pido, Señor,
confío que esas entrañas
me otorgarán el perdón,
a quien se sigue la gracia,
porque muriendo con ella,
merezca, Señor, mi alma
gozar de vuestra presencia
en las celestiales salas.

CRISTO:

  Aun tienes buena ocasión,
Leonido; el vicio despide,
porque jamás a quien pide
supe negar el perdón.
  Procura de refrenar
el desbocado caballo
del vicio; que en refrenallo
está tu gusto o pesar,
  si gusto has de conseguir,
pon rienda de modo al gozo,
que no te engañe el ser mozo,
porque es incierto el vivir.
  Aquí estoy; el mundo entienda
que en la cruz se ven mis brazos
para dar de padre abrazos
al pecador que se enmienda:
  mira lo que por ti hago:
vida y sangre derramé.

LEONIDO:

La vida y sangre daré
si con vida y sangre pago:
  yo ofrezco desde este día
verterla toda por vos;
pero la sangre de Dios
no se paga con la mía.
  De verterla tengo gusto
para empezar a pagaros,
pero no podré dejaros
satisfecho todo al justo,
  porque en paga por Dios hecha,
por mucho que me despeje,
es imposible que deje
la fianza satisfecha.
  Pero, soberano Dios,
para tal obligación,
haced en mí ejecución,
que todo me entrego a vos.
  Y aunque mi inicua conciencia
merece castigo fiero,
de vuestro aspecto severo,
apelo a vuestra clemencia.

CRISTO:

  Si lo cumplieres así,
mi auxilio no faltará;
ea, Leonido, basta ya;
quédate, y mira por ti.

(Córrese la cortina.)


LEONIDO:

  ¿Quédate, y mira por ti?
con tal extremo será,
señor, que el mundo podrá
tomar ejemplo de mí.
  Vaya fuera el alfanje que he ceñido,
la manga y capellar vayan afuera;
el turbante también; que me ha tenido
el sentido burlado en la carrera
del inmenso Señor que me ha sufrido
lo que, a no ser un Dios, jamás sufriera;
que es justo conocer que está a mi cargo
larga cuenta que dar de tiempo largo.
  ¿Qué cuenta podrá dar quien tan sin cuenta
ha vivido muriendo tiempo tanto,
llevando por blasón hacer afrenta
al que es entre los santos el más santo,
sin mirar que las culpas siempre cuenta
el Rey que reina en el eterno llanto?
Y, en fin, ha de llegar el peligroso
tránsito breve y término forzoso.
  Venid, túnica; vos seréis marlota
y defensa del cuerpo más enorme
que el mundo todo vio, cuya derrota
a la divina ley fue desconforme;
servidme, pues, desde hoy de fuerte cota,
para que así mi vida se reforme;
que espero, sin tener algún descargo,
terrible tribunal y juicio largo.

LEONIDO:

  Y vos, corona, traspasad mis sienes,
trayendo a la memoria mis maldades,
por cuya causa los celestes bienes
de mí se ausentan; y en mis mocedades
dadme valor, que expíe los vaivenes
de mi torpe vivir y ceguedades;
y el tiempo del jüicio es temeroso,
aun a los mismos santos espantoso.
  Pues si a los santos, que con vida santa,
al que vida les dio siempre han servido,
y el pensar en la cuenta les espanta
de tal modo, que pierden el sentido,
a quien así en maldades se adelanta,
quien tanto y tan sin orden ha vivido,
¿dónde vendrá a parar, siendo en su cargo
muchas las culpas, débil el descargo?
  Salid aprisa, lágrimas, del pecho;
que ya los ojos prestan franca puerta,
hasta tanto salid que esté deshecho,
y su dureza en cera se convierta.
Salid, que es el salir de gran provecho;
no aguardéis a salir, que es cosa cierta,
en el trance final, aunque es piadoso,
recto el Juez, y entonces riguroso.
  Salga el infierno todo y sus secuaces,
y así de sogas me prevengo luego.

LEONIDO:

Vos, soga, me honraréis; que estos disfraces
le causan a Luzbel desasosiego,
por ver que con mi Dios quiero hacer palces
lo que hasta conseguirlo, no sosiego,
y no esperar con un regalo tierno
punto en que va a gozar de Dios eterno.
  Y vos, divina cruz, en quien la vida
perdió la vida por el hombre humano,
a mi pecho iréis continuo unida,
porque con vos el paso tengo llano.
Si me servís de escudo, la subida
del cielo tengo cierta; que en mi mano
me deja Dios el gozo sempiterno,
o penar para siempre en el infierno.

(Salen el REY y ZULEMA.)
ZULEMA:

  Detén el paso; que si mal no escucho,
ya la voz de Argolán he conocido,
y con mil dudas temeroso lucho,
según de las que he entendido.

REY:

No tienes que dudar, porque no es mucho
que haya vuelto a su ley el fementido,
pues sabes, gran Zulema, y es muy llano,
que nunca fue buen moro el mal cristiano.
  Si mientras de su Dios la ley seguía,
jamás, como era justo, la guardaba;
¿de qué te espantas, di, que en este día
el engaño le lleve en que pensaba,
busque el pesar y deje la alegría
con que en Túnez el tiempo le gustaba;
que el que ofender su Dios a cargo toma,
también querrá ofender al gran Mahoma.

ZULEMA:

  Sin duda que es verdad nuestra sospecha,
que arrodillado allí, si mal no veo,
está; pero ya sabes, no aprovecha
contra su furia riguroso empleo.

REY:

Muestra al llegar valor, y con deshecha,
cógele de las sogas.

ZULEMA:

El trofeo
mayor que hombre ganó tengo en mi mano,
si con ellas hoy prendo a este cristiano.

LEONIDO:

  Llegad, llegad, ministros del infierno;
llegad, feroces lobos, a esta oveja,
que por haber vivido sin gobierno,
a voces de mí mismo formo queja.
Llegad, pues que lo quiere el sempiterno,
que en mis manos mi gloria o pena deja,
y os hace en mi mudanza ser registros,
siendo de su furia los ministros.
  Llegad, y no temáis; que ya Leonido
no es aquel que otro tiempo en este puesto
aniquiló, furioso y atrevido,
de vuestra fuerte escuadra todo el resto.
Llegad, moros, llegad, porque vencido,
y a no volver furioso está dispuesto;
que aquel león que visteis tan severo,
hoy le tenéis aquí manso cordero.

ZULEMA:

  ¿Si podremos llegar, o si éste ordena
contra nuestro valor fieras traiciones,
y siendo de este mar cruel sirena,
nos quiere atraer así los corazones?
¿Si es por dicha en la voz feroz hiena,
y con estas astutas invenciones,
que lleguemos procura, y en llegando,
su furia ejercerá como otro Orlando?

LEONIDO:

  No temas, gran Zulema: llega, toma
la soga que en mi cuello ves pendiente;
que si servir pretendes a Mahoma,
así le sirves tú, y yo al inocente
cordero que nació de la paloma
limpia a quien ofendí.

REY:

Zulema, tente;
que mostrar mi valor y esfuerzo quiero,
prendiendo a este furioso carnicero.
  Ya le tengo.

(Cógele de la soga.)
ZULEMA:

Buen lance hemos echado.

REY:

A Túnez le llevemos.

LEONIDO:

Eso estimo:
con vuestra cruz, mi Cristo, voy cargado
a imitar vuestros pasos hoy me animo;
atinque mis culpas son en tanto grado,
que de sólo pensarlo desanimo,
y llevarlas no puedo; mas yo creo
que seréis en mi ayuda Cirineo.

(Vanse.)


(Salen LIDORA y TIZÓN, y llevan un Niño Jesús.)
LIDORA:

  Prosígueme la lición
de ayer tarde, porque quiero,
pues solos ahora estamos,
aprovecharme del tiempo.

TIZÓN:

Ya los Artículos sabes,
el Padre nuestro y el Credo,
también el Ave María.

LIDORA:

Todo eso lo sé, y lo creo.

TIZÓN:

Pues oye, escucha, señora;
te enseñaré los preceptos
que, para gozar su vista,
nos manda Dios que guardemos.

LIDORA:

¿Cuántos son?

TIZÓN:

No más de diez.

LIDORA:

Qué, ¿en solos diez Mandamientos,
consiste la salvación
de un cristiano?

TIZÓN:

En solos esos.

LIDORA:

Pues di presto cuáles son;
pero escúchame primero.
Vuélveme a decir el cómo
murió, siendo Dios inmenso,
porque así se contradice,
que no puede en un sujeto
haber mortal e inmortal,
haber temporal y eterno.

TIZÓN:

Dices muy bien; pero mira:
por el pecado primero
que contra Dios cometió
Adán, la fruta comiendo,
quedamos sus descendientes
condenados al infierno,
sin esperanzas que el mundo,
pudiera darnos remedio;
porque como era el delito
hecho contra Dios inmenso,
otro inmenso solamente
bastaba a satisfacerlo.
Esto acá no era posible;
y así el sacrosanto Verbo,
de amor del hombre movido,
quiso pagar estos yerros.
Y como al fin siendo Dios
tan poderoso y eterno,
tan inmortal y tan sabio
(como lo es su Padre mesmo),
no era posible el morir,
vistióse del traje nuestro,
naciendo de una doncella,
la mejor de tierra y cielo.
Esta es la Virgen María,
de perseguidos consuelo,
de pecadores amparo
y de afligidos remedio.
Désta, en un pobre portal,
nació niño, humilde y tierno,
y al fin después padeció
lo que has oído en el Credo.

LIDORA:

Y dime, Tizón, ¿podré
ver yo a Dios?

TIZÓN:

No puedes verlo
estando en carne mortal;
que nadie lo ve en el suelo.

LIDORA:

Siquiera un retrato suyo.

TIZÓN:

Retrato, yo te le ofrezco:
uno tengo yo, señora,
de aquel tan felice tiempo
de cuando Dios era niño.

LIDORA:

Dámelo; que a un niño tierno
mejor le caerán amores,
y es el que tengo en exceso.

TIZÓN:

  Este es, Lidora, el espejo
en quien el cielo se mira.

LIDORA:

De gozo el alma suspira
con mirarle.

TIZÓN:

En él te dejo
  cifrado todo el consuelo,
el contento, la alegría,
poder y sabiduría
de todo el empíreo cielo.

(Vase.)


LIDORA:

  Tizón, la sala despeja,
y pues siempre fuiste fiel,
guarda la puerta, y con él
un poco a solas me deja.
  Solos habemos quedado,
Eterno Niño, los dos,
para que mi obscura noche
alumbréis con vuestro sol.
Decid, Cordero divino,
¿quién tanta dicha me dio,
que siendo como soy perra,
os tenga en mi mano yo?
¿Cómo os deja vuestra Madre
en mi poder? Mas no erró;
que si a mí perra me llaman,
vos sois gigante y león.
Volvedme el rostro, bien mío,
a mirar un corazón
que por los ojos se sale
todo por veros a vos.
Pero no queréis mirarle,
por nacer como nació
en tierra que sólo os nombra
por ignominia o baldón.

LIDORA:

Sé que soy vuestra enemiga,
porque el agua me faltó
del bautismo verdadero;
pero, divino Señor,
permitid me la concedan,
y porque no falte yo,
daré tanta de mis ojos,
que baste a lavar mi error.
Niño hermoso de las niñas
de mis ojos, sabéis vos
que, a poder sacarlo, al punto
os diera mi corazón.
Dicen que no negáis cosa
a quien pide con fervor;
piedad, mi Niño y Señor,
no me tratéis con rigor,
que si lágrimas os mueven,
lágrimas vertiendo estoy.

(Llora, y salen GERARDO, DIONISIO, MARCELA y TIZÓN.)
MARCELA:

  A tus pies, Lidora hermosa,
mi querido esposo llega,
porque es justo te los bese
como a su señora y reina.

DIONISIO:

Tus plantas me da.

LIDORA:

Levanta;
que no es bien que esté en la tierra
un marido de mi hermana.
¿Cómo estás?

DIONISIO:

Como el que llega
al puerto donde descansa,
después de largas tormentas.

LIDORA:

¿A qué vienes?

DIONISIO:

Si me escuchas,
dirélo en breve.

LIDORA:

Esa prenda.
(Dale el Niño.)
Guarda, Marcela, entretanto.

MARCELA:

Basta mandarlo tu Alteza
para que la guarde yo,
aunque diferente fuera.

DIONISIO:

Un día, Lidora hermosa,
que las escuadras soberbias
de la gran Túnez llegaron
a Alicata a tomar tierra,
quiso mi desgracia, o quiso
Dios, porque a verte viniera,
que mi esposa con su padre,
un criado y yo, la fresca
estuviéramos tomando
en la apacible ribera
del mar, sirviendo de alfombra
a los cuatro sus arenas;
cuando estando descuidado,
Dios, que las cosas ordena
(del modo que más conviene,
conforme su Providencia),
permitió que nos hallaran
los moros; pero yo, apenas
lo sentí, cuando desnudo
el acero en mi defensa.
Un rato me resistí,
mas al fin, como ellos eran
muchos, de dos estocadas
me hicieron medir la tierra.
Dejáronme, al fin, por muerto
en la apacible ribera,
donde con mi sangre propia
daba esmalte a sus arenas.

DIONISIO:

Y viéndome de esta suerte,
me privó su fortaleza
de las cosas que en el mundo
de mayor consuelo me eran;
y a mi esposa me robaron
y este viejo, cuyas hebras
blancas en barba y cabello,
toda Alicata respeta.
Quiso el cielo, noble mora,
que mis heridas tuvieran
buen suceso, y así en breve,
sano y libre me vi de ellas.
Así que yo me sentí
con alivio de las penas,
cuando intenté mi jornada,
aunque con pequeñas fuerzas.
Pretendí, Lidora, hablar
 (si bien cautivas mis prendas,
pero con salud); mas veo
aquellas dos luces muertas,
sus dos soles eclipsados,
de cuyos rayos pudieran,
si al sol le faltara luz,
participar las estrellas.
Veo sin vista a mi padre,
y a mi esposa casi ciega
de las lágrimas que vierte
por quién es justo las vierta.

DIONISIO:

Veo que un traidor, señora,
de esta noble casa vieja
las ventanas ha cerrado,
porque nadie habite en ellas.
Las lunas de aquel espejo,
en quien la honra reverbera,
rompió, porque sus maldades
no se notasen en ellas.
Consideró que a la luz
de su padre era bajeza
hacer las obras que hace,
y así le puso en tinieblas.
A él le quitó la vista,
y a mí, que le hallo sin rienda,
me ha quitado el corazón.

LIDORA:

Basta, Dionisio, sosiega:
da lugar al tierno llanto;
que quiere Dios que no vea
Gerardo lo que hace su hijo,
que si lo viera, muriera.
¿Tú vienes a rescatallos?

DIONISIO:

La más parte de mi hacienda
en plata he vuelto, por dar
lo que por ellos pidieran.

LIDORA:

Si en mi mano su rescate,
Dionisio noble, estuviera,
sin dinero los librara,
aunque aumentara mis penas;
pero no puedo yo darlos;
que aunque es verdad soy su dueña,
y me sirven, pero tengo
al Príncipe dependencia,
y no puedo.

GERARDO:

Sabe Dios,
hijo, que yo no quisiera,
aunque muriera, dejar
de Lidora la presencia,
que como a Marcela estimo,
por ver que tiene Marcela
en ella una noble hermana,
y yo una hija tengo en ella.

DIONISIO:

Yo no basto a dar las gracias
de ver que mis caras prendas
con tanto respeto tratas;
y el cielo premio te ofrezca.

(Sale ZARRABULLÍ.)
ZARRABULLÍ:

¡Albricias, señora, albricias!

LIDORA:

Darélas según las nuevas.

ZARRABULLÍ:

Que traen preso a Argolán,
el Rey y el fuerte Zulema.

(Vase.)
MARCELA:

El cielo nos junta a todos:
Dionisio, muestra prudencia;
que jamás he visto a este hombre
sin causarme mucha pena.

(Salen el REY y ZULEMA, y éste lleva una carta, y ZARRABULLÍ saca de la soga a LEONIDO.)
ZARRABULLÍ:

  ¡Ande el esclavo!

LEONIDO:

Si soy
siervo y en cadena vengo,
infinitas gracias doy
a Dios, pues tal dicha tengo,
que a satisfacerla voy.

REY:

  Ya, Lidora, se ha cumplido,
lo que mandaste, al instante,
pues en cadena he traído,
como ves, al arrogante
que dices que te ha ofendido:
darte gusto he procurado,
y aunque a muerte condenado,
le traigo hoy a tu presencia;
puedes la justa sentencia
revocar.

LIDORA:

Hasme obligado,
  príncipe invicto, de suerte,
con tu término cortés,
que aunque me esfuerce a vencerte
con las cortesías, es
muy imposible que acierte;
así, conociendo voy
en el estado que estoy,
por mil diversos motivos,
que son tuyos los cautivos,
y yo también tuya soy.

LEONIDO:

  A vuestras plantas tenéis,
padre, aquel que no merece
nombre de hijo: bien podéis
pisarme; que el cielo ofrece
ocasión en que os venguéis.
Ya, padre, el cielo ofendido,
a vuestros pies me ha traído;
que es justo, pues mi altivez
poneros quiso a mis pies,
que esté a los vuestros rendido.
  Antes que vaya a morir,
padre, os quiero suplicar
 (si me quisiereis oír)
que seáis padre en perdonar,
pues fuisteis padre en sufrir.
A vuestras plantas estoy:
mirad que vuestro hijo soy,
y aunque tanto os he agraviado,
es bien vaya perdonado,
pues que ya a la muerte voy.
  Ya voy a pagar a Dios
las ofensas; a vos, padre,
también; perdonad los dos,
que di la muerte a mi madre,
y esto no lo sabéis vos.

LEONIDO:

Al campo, estando preñada,
la saqué, y vióse acosada,
cuando una niña parió,
la que una osa se llevó
en la boca atravesada.
  Quise seguirla y no pude;
que mi madre voceaba,
diciendo que intento mude,
porque el parto le duraba,
y así, que a su pena ayude.
Dejé la osa perseguida,
volví a la mujer, y hallé
lo que tanto me consuela,
otra hija, que es Marcela,
en tierra, recién nacida.

GERARDO:

  Hijo, basta; que aceleras
mi muerte con tal tormento:
edad cansada, ¿qué esperas,
pues que sirve de sustento
mi misma sangre a las fieras?

LEONIDO:

El darme perdón os cuadre
deste descontento, padre,
porque tal mi enojo fue,
que con la daga saqué
luego del mundo a mi madre.
  Esto es, padre, lo que pasa;
todo el mal os viene junto,
y aunque la razón me abrasa,
ella murió, y luego al punto
a Marcela llevé a casa.
  Esta muerte di a entender
que del parto sobrevino,
y así no vino a creer
que tan fiero desatino
sólo yo lo pude hacer.
Estas mis maldades son,
de todas pido perdón,
porque la muerte me espera;
vuestro valor no difiera
de darme la absolución.

REY:

  Zarrabullí, lleva luego
donde te dije, a Argolán.

LEONIDO:

Que me perdonéis os ruego,
porque aguardándome están
madero, cuchillo y fuego.

GERARDO:

  Pues tu vida se desvía
de cualquiera perdición,
y para la gloria guía,
dete Dios su bendición,
hijo, junto con la mía.

LEONIDO:

No lloréis, padre y señor,
que me causáis gran dolor,
y llorar Dor mí es en vano;
dadme a besar esa mano
en señal de paz y amor.
  Adiós, Marcela; esos brazos
me da; mi Dionisio, adiós,
que se han llegado mis plazos;
y perdonadme los dos.

MARCELA:

El perdón y mil abrazos
te daremos.

LEONIDO:

Gran Lidora,
ya se ha llegado la hora;
esas prendas te encomiendo.

LIDORA:

Tú vas a morir, y entiendo
que mi pecho sangre llora.

ZARRABULLÍ:

  ¡Venga el perro!

(Vanse.)
REY:

Ya se ha ido;
dónde va, sabrás después;
y pues vivo le he traído,
será razón que me des
la mano como a marido.
Tu palabra diste.

LIDORA:

¿Pues?

REY:

Que me la cumplas te pido.

LIDORA:

En todo andas cortesano,
y pues en ello yo gano,
puesto que lo trabajaste,
ya que mi mano ganaste,
digo que te doy la mano
  Con mucho gusto.

ZULEMA:

Detente,
(Va a darle la mano y se detiene.)
valeroso Belerbeyo,
y antes que le des la mano,
escucha lo que refiero.
Tu padre el Rey, que ha diez años
que, como sabes, su cuerpo
ocupa, por mucha edad,
una cama estando enfermo;
que aunque no tiene otros males,
solamente bastan éstos,
pues nunca tiene salud
un hombre en llegando a viejo
sabiendo que pretendías
tomar estado, y sabiendo
dabas la mano a Lidora,
tan digna de merecerlo,
me manda que al tiempo mismo
que quisieses tratar de ello,
tomando resolución,
te diese, señor, un pliego,
el cual de su propia mano
escribió el anciano viejo;
que no fiarlo de otro
es sin duda un gran secreto.
Esta es la carta, señor;
yo cumplo su mandamiento,
pues que te la di en el punto
que te casas.

REY:

¡Bueno es eso!
Pues ¿qué pretende mi padre?

ZULEMA:

Eso no puedo saberlo;
cerrada me dio la carta,
y cerrada te la entrego.

REY:

Léela tú.

(Abre la carta ZULEMA.)
LIDORA:

¿Oyes, Marcela?
Si permitiesen los cielos
que no llegase a tener
este casamiento efecto...

ZULEMA:

Toda es, señor, de su mano.

REY:

Léela, acaba; que ya veo
que es letra suya.

ZULEMA:

Así dice:
Estáme, señor, atento.
(Lee la carta ZULEMA.)
  «Hijo, por haber entendido, que quieres
dar a Lidora la mano de esposo, os aviso
como no era vuestra igual, porque habrá
diez y seis años que yendo a caza de cristianos,
en la ribera del Alicata, heredad
famosa de la isla de Sicilia, se la quité a
una osa de la boca, que con feroz violencia
la llevaba. Ella desciende de cristianos,
y así no os conviene por no ser vuestra
igual, ni con mi gusto haréis semejante
casamiento. Y advertid que, de hacer lo
contrario, os podría resultar alguna gran
desgracia, por la indignación que pudiera
tomar nuestro gran profeta Mahoma. Alá
os guarde. Vuestro padre, AMETE, SULTÁN.»

REY:

  ¿Qué es esto, divino Alá?

TIZÓN:

Que llegó el impedimento
a la primer monición.

GERARDO:

¿Qué esto, divino cielo?

TIZÓN:

Desgracia grande, a fe mía:
si hay Papa en Túnez, pedirle
dispensación.

GERARDO:

Calla, necio:
tú mi hija eres, Lidora,
porque si mal no me acuerdo,
las razones de Leonido
conforman con este pliego.

LIDORA:

Vuestra hij:a soy, ¡oh Gerardo!
Y gusto tanto de serlo,
que estimo la filiación
más que de Túnez el reino:
Marcela, dame los brazos,
pues tal hermana granjeo.

MARCELA:

Brazos, pecho y corazón,
con el alma te prevengo.

REY:

¡Vive el cielo, ingrato padre,
que por el aviso vuestro
quisiera daros mil muertes!

TIZÓN:

Otra pendencia tenemos:
bueno fuera haber marchado
y no estar aquí; que creo
que hemos de majar esparto
por el porte de aquel pliego.

REY:

¿No me dejarás gozar
de Lidora por lo menos
cuatro días, y después...

TIZÓN:

Después que la papen duelos:
él te aborrece, Lidora.

LIDORA:

Permita, Tizón, el cielo,
que me desprecie Argolán.

TIZÓN:

Sí hará; que está bien lo hecho.

REY:

Al fin, ya soy rey de Túnez,
y esta vez, como rey, quiero
mostrar mi heroico valor.
Parte, Tizón, al momento,
y si no han muerto a Leonido,
di que venga aquí; que intento
dar a todos libertad
y os vayáis a vuestro reino.

LIDORA:

Muestras, señor, ser quien eres.

REY:

Lo que importa es que al momento
que Leonido venga, os vayáis
antes que me maten celos.

(Sale ZARRABULLÍ alborotado.)
ZARRABULLÍ:

Si quieres ver a Argolán,
invicto rey Belerbeyo,
alza los ojos y mira.

(Descúbrese una aparición donde está LEONIDO crucificado, ensangrentado y con corona de espinas.)
REY:

¿Qué es esto? ¿Argolán ha muerto?

LEONIDO:

Ya, padre, ha llegado el plazo
de satisfacer al cielo
las ofensas, las maldades,
las injurias que le he hecho.
Ya, padre, permite Dios
que los muchos vituperios
de que yo le hice fianza,
los pague en este madero.
Ya te agradezco y estimo,
famoso rey Belerbeyo,
que me pagues como rey,
pues me das un reino eterno.

MARCELA:

Hermano, ruega por mí
cuando estés gozando el cielo,
y por tu hermana Lidora,
porque ya se ha descubierto
ser la misma que dijiste
que se llevó la osa huyendo.

LIDORA:

Ya soy tu hermana, Leonido.

LEONIDO:

Ahora muero contento,
pues tal ventura he tenido:
Lidora, los altos cielos
te den su gracia.

GERARDO:

Y a mí,
hijo del alma, consuelo
de esta cansada vejez,
dame los brazo; que quiero
bañar mi rostro en la sangre
que viertes por Dios eterno.

LEONIDO:

Tu celo es muy justo, padre.

GERARDO:

Llégame, Dionisio, al cuerpo
de mi querido Leonido.
Dame los pies; mas ¿qué veo?
Hijos, la vista he cobrado;
que si de mi hijo el acero
con sangre me la quitó,
hoy su sangre me la ha vuelto:
hijo del alma querido,
lo que te suplico y ruego
es que te acuerdes de mí
cuando estés allá en los cielos,
puesto, que soy yo tu padre.

LEONIDO:

Digo que lo haré.

LIDORA:

Y mi pecho
merezca, hermano Leonido,
le alcances en breve tiempo
me limpie el agua divina
del bautismo verdadero.

LEONIDO:

Por todos, aunque soy malo,
prometo hacer como bueno,
porque los buenos alcancen
perdón de mis graves yerros.
Adiós, padre; adiós, hermanos;
adiós, noble Belerbeyo;
que te debo más a ti
que no a todo, el universo,
Más te debo que a mi padre,
Porque él me puso en el suelo,
pero tú al cielo me envías
con el favor que me has hecho:
el llanto dejad, señor.
Y a ti, soberano e inmenso
Dios, humildemente pido
que te des por satisfecho:
misericordia, mi Dios;
yo pequé, Dios sempiterno;
pequé, Señor; en tus manos
mi espíritu os encomiendo.

REY:

  Ya del cuerpo salió el alma.

GERARDO:

Muriendo pagó la ofensa
que contra Dios cometió.

LIDORA:

Señor, si nos das licencia,
este cuerpo llevaremos.

REY:

Sabe Alá lo que me pesa
que seas su hermana tú,
puesto que, si no lo fueras,
hoy alcanzaras a ser
de todos mis reinos reina.

LIDORA:

Ya, señor, no puede ser;
Su Majestad me conceda
la merced que le he pedido.

REY:

Lidora, ya mi grandeza
te la tiene concedida,
porque el alma conociera
que el amor que te he tenido
me obliga a hacer tal fineza.
Dame los brazos, y Alá
suerte feliz te conceda
como yo se lo suplico.
Ya todos tenéis licencia
para partir a Sicilia.

TIZÓN:

A Dios plegue que yo pueda
pagar al Rey esta muerte.

ZARRABULLÍ:

¿En qué?

TIZÓN:

En la misma moneda;
y al mismo también suplico
que puedas ver cuando quieras
a tu querido Mahoma.

ZARRABULLÍ:

Yo, suplico que así sea.

TIZÓN:

Y yo, que nos perdonéis
las faltas, para que tenga
con ello dichoso fin
La Fianza satisfecha.