La firmeza en la desdicha/Acto I

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​La firmeza en la desdicha​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

Salen el REY , OTAVIO y LEONARDO .
REY:

  Hoy partirás de Mecina
con esta armada, Leonardo.

LEONARDO:

Sola tu licencia aguardo.

REY:

A la conquista camina
del libre y rebelde Sardo,
  que mi palabra te doy
de premiarte como es justo.

LEONARDO:

Premiado, señor, estoy,
pues de honrarme tienes gusto,
donde el más humilde soy;
tanto que a Sicilia espanta
ver que tu amor me adelanta
a tantos nobles, a quien
generosa envidia den
tanto honor y merced tanta,
  que no habiendo preferido
los servicios que ellos tienen,
hazaña de amor ha sido.

REY:

Si ellos a servirme vienen,
tú me has, Leonardo, servido.
  Que si del antecesor
heredan los sucesores
los servicios y el valor,
la virtud de tus mayores
me ha obligado a hacerte honor.
Lleva mi bastón real,
con nombre de General,
tan bien empleado en ti,
que pues hoy te igualo a mí,
ninguno ha sido tu igual.

LEONARDO:

  Mil veces pongo la boca
en el suelo, que esas plantas
tocan.

REY:

Alzarte me toca.

LEONARDO:

Si a ti mismo me levantas,
tu mismo ser me provoca.
  Seré en la conquista griego,
seré en Troya Agamenón.

REY:

Que mires mi honor te ruego.

OTAVIO:

La venta desta ocasión
mira mi gloria y sosiego.
  Es Leonardo a quien ha dado
el Rey su bastón real,
sin saberlo mi cuñado,
que amor, con secreto igual,
con su hermana me ha casado.
(En tanto, habla el REY
y LEONARDO , en secreto.)
  Mas, como por tantos años
ha durado nuestro amor,
y el tiempo es descubridor
de los mayores engaños,
y más en cosas de honor,
  anda Leonardo advertido,
quiero decir sospechoso,
de que está de mí ofendido,
estorbando, receloso,
el bien que tengo adquirido.
  Fue mi error, también, traer
dos hijos, que deste amor
tuve a su casa, que ayer
los miró con tal rigor
que sus celos dio a entender.

OTAVIO:

  Díjole su hermana que eran
expósitos, mas tenían
tales señas que pudieran
descubrir lo que encubrían
a cuantos su rostro vieran.
Ello fue notable error,
pero pintan ciego a amor.
Mas ya el Rey lo ha remediado
con haberle levantado
a tantos grados de honor.
  Partirase a la conquista
de Cerdeña, revelada,
y perdiéndonos de vista,
no habrá temor, no habrá espada
que nuestra gloria resista.
  Gozaré en paz de mi esposa
y de mis hijos queridos,
hasta la sazón dichosa,
que truequen los ofendidos
la guerra en paz amorosa.
Que los bandos sicilianos,
que nuestros padres y hermanos
han tenido, causa ha sido
de no habérsela pedido
y dádole en paz las manos.

REY:

  No tengo más que advertir
que, a quien tan bien sabe hacer,
cánsale el largo decir.

LEONARDO:

Es, del buen obedecer,
mucho obrar y poco oír.
  Desde aquí, con tu licencia,
me voy, señor, a embarcar.

REY:

Cuidado me da tu ausencia.

LEONARDO:

Tú verás, en tierra y mar,
mi amor y mi diligencia.

(Toquen cajas y vase LEONARDO .)
OTAVIO:

  Pensé, del notable amor
que hoy a Leonardo has mostrado,
que hubieras acompañado
su persona al mar, señor,
y hasta dejarle embarcado.
Nuevo a tu corte parece,
puesto que mucho merece,
Leonardo, el ver de qué modo,
a vista del Reino todo,
en el tu amor resplandece.

REY:

  ¡Ay, Conde! no te espantes,
que todas estas cosas, por momentos
suceden entre amantes.
Amando están en paz los elementos,
y aquel su peso grave
sostiene amor para que no se acabe.
  La celeste armonía,
con amor se conserva y corresponde,
el sol engendra y cría,
la tierra el grano, el mar la perla esconde,
ama la piedra al centro,
que no sé qué de amor se tiene dentro.
  Amor halló las artes,
amor es la mayor filosofía,
es Dios que en todas partes
tiene su altar, su cetro y monarquía.
Las industrias nacieron
de amor, que antes de amor nunca se vieron.
  Industria, Conde, ha sido,
y nacida de amor haberle dado,
sin haber preferido
serviciosa Leonardo el cargo honrado
con que mi armada lleva,
y ya para embarcarse toca a leva.
  Amo, y amor me enseña
a quitar los estorbos del deseo.

OTAVIO:

No es la fuerza pequeña,
pues que te pone en el rigor que veo,
mas, ¿es posible que ama
dama Leonardo de tan alta fama?
  ¿Puedo saber el nombre,
ya que tu pensamiento me declaras?

REY:

Puedes, porque te asombre
la gentileza de sus partes raras,
mas no es su dama, Otavio,
que, a ser su dama, no se hiciera agravio.

OTAVIO:

  Mísero yo, ¿qué escucho?
cosa que amase el Rey mi dulce esposa.

REY:

Conde, si obliga mucho
la fe jurada y la lealtad forzosa,
tenme secreto y mira
que has de ayudar tu Rey.

OTAVIO:

Tu amor me admira.

REY:

  Amo a Teodora, hermana
de Leonardo, ausentele de la corte
para dejar más llana
la puerta de su casa a cuanto importe.
A mi amoroso intento,
Otavio, ayuda tú mi pensamiento.
  Entra en su casa, Otavio.
Conde, dile mi amor, di que no tema
de mi grandeza agravio,
rinde a sus pies la majestad suprema,
ofrece montes de oro,
di que las puertas de su casa adoro.
  Mas, ¿qué te persuado?,
eres mancebo y querrás bien, pues quieres
de tu mismo cuidado,
cuando a tu dama, Otavio, le refieres,
saca el cuidado mío
y mira que mi honor de ti confío.

OTAVIO:

  ¿Dónde a Teodora viste?
¿O qué ocasión para quererla tanto
como dices tuviste?

REY:

Que me preguntes la ocasión me espanto,
amor es rayo y pasa,
desde la vista el corazón abrasa.

OTAVIO:

  A fe que ella sería
quien te diese la causa.

REY:

No lo creas,
yo vi a Teodora el día,
mas no preguntes, ni molesto seas,
vamos donde Teodora.
Sepa, Otavio, de ti, que el Rey la adora.
  Que sirvas, solo quiero,
de sumiller de la cortina roja
a mi temor primero,
del velo vergonzoso me despoja,
que descubierto luego,
también le sabré yo decir mi fuego.

OTAVIO:

  ¿A quién ha sucedido
desdicha semejante?

REY:

Aquí me aguarda,
y mudaré vestido.

OTAVIO:

Qué miedo, qué vergüenza me acobarda,
de decirle que es mía
la hermosa prenda que gozar confía.
  Pero, ¿quién ha quitado,
por estorbo, a su hermano de su gusto?,
si le digo el cuidado
con que su pretensión me da disgusto,
¿quién duda que me envíe
adonde para siempre me desvíe?
  Pues sufrille que intente
una violencia es daño irreparable;
que Teodora se ausente
o que se esconda es medio saludable,
pero salir no puedo,
todo es confusa noche y todo es miedo.
  El Rey se habrá mudado,
pluguiera a Dios, de pensamiento fuera,
quiero entrar sosegado,
pero cuando el dolor el alma altera,
quién hallará sosiego,
que della por los ojos sale el fuego.
  Ánimo, pecho mío,
hasta ver el suceso no perdamos
el generoso brío
que de nuestros pasados heredamos.
Mas, ojalá los cielos
me mataran de amor y no de celos.

(Vanse y sale TEODORA , dama,
ROSELA , criada,
FABIO , labrador con dos niños.)
TEODORA:

  Pues el hábito han mudado
mis ojos, también es justo
que mudes tú por mi gusto,
Fabio, el hábito heredado.
  Pues no se han de hacer sin ti,
ni has de volver al aldea,
bien es que el hábito sea
como de quien vive aquí.
  Ya se fue Fabio, mi hermano,
de la manera que ves.
El Conde gusta que estés
en hábito cortesano,
  porque para acompañar
mis hijos, no es bien que sea
como de monte y aldea.

FABIO:

Los dos lo podéis mandar
  más dificultosamente.
A obedeceros me atrevo,
tanto por el traje nuevo,
como por la nueva gente.
  Yo no estoy dohecho a las galas
de corte, ni a su estrecheza,
la propria naturaleza
las juzga y tiene por malas.
  Si ha de bajar el sustento
por la boca a la garganta,
la dificultad es tanta,
que antes le causa tormento,
  porque con cuello apretado
de lechuguilla o jubón,
baja con mala sazón
al estómago el bocado.
  Y aun se lo estorba en el pecho
la pretina, que prosiga
la entrada de la barriga,
porque le entre en mal provecho.
  Hizo la naturaleza
pies y manos con primor,
para espeler el humor,
y aun por la misma cabeza.
  Y apretando el cortesano,
como en sus galas se vee
con zapato estrecho el pie
y con el guante en la mano,
  todo en el cuerpo se encierra,
o bien haya el labrador
que de la tierra el sudor
le vuelve a la misma tierra.

FABIO:

  El jubón desabrochado
deja pasar el sustento,
el ancho cinto a contento,
a la barriga el bocado.
  La mano suelta sin freno
el pie en abarca o en zapato,
tan ancho que puede un pato
criar en cualquiera seno.
  No le calientan colchones
la sangre, ni la comida
varia le acaba la vida
con tantas indigestiones.
  ¿Cuándo se ha visto villano
que muera de apoplejía,
ni por la empanada fría,
ni cantimplora en verano?
  ¡Ay dulces sombras adonde
es el pan seco maná!,
donde más gustos me da,
que tiene en su mesa el Conde.
  Pues en llegando a dormir,
sin cuidado y pretensión,
sin envidia y ambición,
sin rogar y sin servir,
  qué cama de seda y oro
tiene el Rey más regalada

TEODORA:

¿Esa vileza te agrada?

FABIO:

Esta quiero y esta adoro,
  pues en llegando a tratar
con aquesta buena gente,
allí es ello que serpiente
como la que oí contar,
  que era de siete cabezas,
les hará comparación.
Sierpes de soberbia son,
vestidas de vanas piezas.
  Ya pasa el otro arrogante,
ya el otro avaro y crüel,
ya el otro humano Luzbel,
en la ambición semejante.
  Ya veréis uno preciado
de divino entendimiento,
fondo en raso de jumento,
y por de fuera brocado.
  Ya veréis un sacristán
metido a ser Cicerón,
y otro en calzas y jubón,
a Rodamonte y Roldán.
  Todos caminan, en fin,
a opiniones singulares,
pues en llegando a pesares,
no ha dado tantos Pasquín.
  Ahora bien, mucho he de hacer
en mudar naturaleza.
Quien vida tan nueva empieza,
de nuevo vuelve a nacer.
  Mas, ¿de que podré servir
en tu casa, tosco y rudo,
ignorante, ciego y mudo?

TEODORA:

De callar, Fabio, y de oír.

FABIO:

  Echarme quiero a tus pies,
por la cosa más bien dicha
que está escrita, que desdicha
de los cortesanos es
  no guardar esa sentencia
del oír y del callar.
Ahora bien, quiero mudar
el traje y tener paciencia.
  Voy a ponerme galán,
al vaso destos divinos,
con calzas de desatinos
y capa de charlatán.
  Hareme luego hablador,
mentiroso y lisonjero,
con humos de caballero
y desprecio de señor.
  Cercenaré cortesías
y seré muy miserable,
y hablaré mal cuando hable,
hasta de las cosas mías.

(Vase.)
TEODORA:

  ¿Qué te parece, Rosela,
del humor del labrador?

ROSELA:

Que será el aya mejor
y la más discreta escuela
  que a tus hijos puedas dar.

TEODORA:

Si costumbres es saber,
o tienen más que aprender,
que este les pueda enseñar.
  ¿Hoy qué hicistes Ludovico?

LUDOVICO:

Señora, un rato jugué
las armas.

TEODORA:

¿Vós para qué?

LUDOVICO:

Más a las armas me aplico.

TEODORA:

  ¿Y vós?

LIDORO:

Un rato he leído.

TEODORA:

Pacífico parecéis.

LIDORO:

Tengo lo que vós queréis,
que es el vivir recogido.

(Sale un ESCUDERO .)
ESCUDERO:

  Aquí ha llegado Ricardo
de parte del Rey a hablarte.

TEODORA:

Y bastaba de su parte.

ESCUDERO:

¿Qué le diré?

TEODORA:

Que le aguardo.
  Lleva Rosela de aquí
estos muchachos.

ROSELA:

Yo voy.

TEODORA:

Ricardo, confusa estoy,
pero trazáralo ansí,
  para hablarme en su locura,
porque ignorante, que a Otavio
adoro, intenta su agravio.

(Sale RICARDO .)
RICARDO:

Pienso que estarás segura
  de mi embajada.

TEODORA:

Sí estoy.

RICARDO:

Pensarás que a hablarte vengo
en los intentos que tengo,
después que tan suyo soy.

TEODORA:

  No pienso tal.

RICARDO:

Haces bien,
el Rey está aquí y el Conde
Otavio.

TEODORA:

Que entren, responde.

RICARDO:

¿Y Otavio?

TEODORA:

Otavio también.
  Como se partió mi hermano,
quiere el Rey hacerme honor.

(Salen el REY y OTAVIO .)
OTAVIO:

Aquí está el Rey, mi señor,
bien dijera: mi tirano.

TEODORA:

  ¿Que tristeza Conde es esa?

OTAVIO:

No te puedo responder.

TEODORA:

Vuestra alteza viene a ver
su esclava. Mucho me pesa
  de no estar muy prevenida.

REY:

Alzaos del suelo, Teodora.

TEODORA:

Yo estoy bien.

REY:

Alzaos, señora,
bien está si sois servida.

TEODORA:

  No digo que os asentéis,
que el Rey, donde quiera, es dueño.

OTAVIO:

Cielos parece que sueño,
el daño en que me ponéis.

REY:

  Vós os sentad junto a mí.

TEODORA:

No lo mandéis.

REY:

Es mi gusto

TEODORA:

Señor.

REY:

¿Si es mi gusto, es justo?

TEODORA:

Sí, señor.

REY:

Qué dulce sí.
  ¡Ay, si a mi amor lo dijeras!

RICARDO:

¿A qué viene el Rey, Otavio?

OTAVIO:

No lo sé, si tú eres sabio,
con poca paciencia esperas.

REY:

  Teodora, tu hermano es ido
a conquistar a Cerdeña,
enviele porque tengo
de su virtud esperiencia,
acordeme que mi padre,
para la paz y la guerra
se valió siempre del suyo.

TEODORA:

Leonardo, señor, hereda
los deseos de servirte,
que es la más perfeta herencia
en hijos de nobles padres,
a Reyes que tan bien premian.

REY:

A la partida me dijo
que, por ser tu madre muerta,
sola te dejaba, y yo
conocí luego las señas,
vi que me obligaba a ser
tu amparo y quiero que sepas
que en mí te queda tu hermano,
que mal un amante acierta
a decir su pretensión,
que turbado amor comienza.
En esto veo que es vicio,
amor, tu fin cuando llega
a deleite, pues en fin
se ha de perder la vergüenza.

TEODORA:

Señor, para que mi hermano,
como es razón, te sirviera,
bastaba la obligación
de nuestra naturaleza,
sin que le añadieras tantas
con venir desta manera,
humillando a estas paredes
los pasos de tu grandeza.
Beso los pies en su nombre
y, pues tu amparo me queda,
conviértase en alegría
la tristeza de su ausencia.

REY:

Levántate a hablar al Conde,
que, de ciertas cosas nuevas
que quiero tratar contigo,
tiene cartas de creencia.

(Levántese TEODORA .)
TEODORA:

Pues con tu licencia voy.

REY:

Oye bien lo que te ruega
Ricardo.

RICARDO:

Señor.

REY:

Escucha,
mientras que los dos conciertan
cierta cosa de mi gusto.

(Hablan en secreto el REY , y RICARDO .)
RICARDO:

Si es tuyo, para bien sea.

TEODORA:

El Rey manda que te hable,
Conde, que pienso que piensa
casarme, porque mi hermano
premio desde luego tenga.
Si es contigo, dime aprisa
como fue cosa tan nueva,
si se lo dijiste tú
o si el nuestro amor sospecha.
De aquí se fueron tus hijos.
¡Oh!, quiera Dios que ya puedan
llamarte en público padre.
Mucho tardas, mucho esperas,
no es posible que el silencio
me prometa cosa buena,
que callar tanto quien ama
es señal de malas nuevas.
¿De qué te has descolorido?
¿Qué me miras? ¿Cómo tiemblas?
Mira que lo advierte el Rey,
mueve los labios si quiera,
haz que hablas y no hables,
señor mío, hasta que puedas,
que si vee que yo te hablo
aumentará su sospecha.

OTAVIO:

¡Ay, Teodora!

TEODORA:

¿No prosigues?
¿Con mi nombre te contentas?

OTAVIO:

¿Ay, no dije?

TEODORA:

Sí.

OTAVIO:

Pues ay,
dice que hay terribles penas,
de suerte que en ¡ay, Teodora!,
he dicho cuanto me ruegas,
pues hay penas, y tu nombre
es que eres la causa dellas.

TEODORA:

Es que Ricardo me pide
al Rey, y que el Rey concierta
que nos conciertes y cases.

OTAVIO:

De que Ricardo te quiera,
de que te pida Ricardo,
nunca, mi bien, tuve pena,
mas de que te quiera el Rey,
es muy forzoso tenella.

TEODORA:

¿El Rey me quiere?

OTAVIO:

Esto pasa.

TEODORA:

¿Pues qué quiere?

OTAVIO:

Que le quieras
y que te lo ruegue yo,
que esto no sé como sea.

TEODORA:

¿No pudieras avisarme?

OTAVIO:

No, que en fortuna deshecha,
primero matan los rayos
que sepa un hombre que truena.

TEODORA:

¿Qué piensas hacer?

OTAVIO:

No sé.

TEODORA:

Bien me animas.

OTAVIO:

Bien quisiera.

TEODORA:

Algún medio has de elegir,
que a los estremos es fuerza
el caminar por un medio.

OTAVIO:

Ojalá que le supiera.

TEODORA:

Quieres que llame a mi hermano
y que desto le dé cuenta.

OTAVIO:

Cuando violencia te hiciere,
es la mejor resistencia,
mas, qué le diré de ti,
que como sabes espera,
y cuando espera el poder
quiere muy breve la vuelta.

TEODORA:

Dile que estamos casados.

OTAVIO:

Al principio, bueno fuera.

TEODORA:

¿Por qué no se lo dijiste?

OTAVIO:

Porque si tu hermano ausenta
para que nadie le estorbe
la conquista de tus puertas,
yo que estoy en las del alma,
si por mi causa no entra,
¿qué seguridad tendré?

TEODORA:

Pues este el remedio sea:
que yo le diga que estoy
casada, estraña quimera,
con Ricardo, que él dirá,
como tanto lo desea,
que es verdad, y mientras pasan
las forzosas diligencias,
vendrá mi hermano, y entonces,
o me llevará a otra tierra,
o dirá al Rey la verdad,
que entonces no habrá violencia,
porque mi honor si la hubiere
ha de correr por su cuenta.

OTAVIO:

Despacha luego un crïado,
y el viento le favorezca
para que diga a tu hermano
en el peligro que quedas.

TEODORA:

Dile al Rey que quiero hablarle,
pero mejor es que sea
en presencia de Ricardo.

OTAVIO:

Bien dices, ánimo y llega.

TEODORA:

  Señor, al Conde, atentamente he oído
tu voluntad resuelta.

REY:

Habla secreto.

TEODORA:

Así conviene hablar, si eres servido,
  el Conde sabe tu amoroso efeto,
Ricardo ha de saberle que le importa,
por ser destos agravios el sujeto.

REY:

  Espera un poco, y el hablar reporta.

TEODORA:

No puede ser, porque es señor Ricardo
mi esposo, en fin, y su opinión me exhorta,
  él me ha solicitado, y de Leonardo
tengo yo el sí, que sola tu licencia,
para la ejecución debida aguardo.

REY:

  Ricardo, ¿es esto ansí?

RICARDO:

La diligencia
de mi amor te confieso, aunque ignoraba,
por ver a tanto amor tal resistencia
  que Teodora me amaba y estimaba
para su esposo, y pues a lo forzoso
confiesa aquello que encubierto estaba,
  digo que soy mil veces venturoso,
y que te pido que padrino seas
de nuestras bodas, aunque estés celoso.

REY:

Conde.

OTAVIO:

Señor.

REY:

¿Qué dices?

OTAVIO:

Que lo creas,
  y que mudes de intento, y que los cases,
que entonces amas cuando bien deseas.

REY:

Querría que con ella concertases,
  ya que se ha de casar.

OTAVIO:

No lo prosigas,
ni a tal bajeza el pensamiento pases.

REY:

Pues esto quiero, Conde, que le digas.

OTAVIO:

  Yo lo diré, mas déjame con ella.

REY:

Si lo alcanzas, Otavio, un Rey obligas.

OTAVIO:

Lleva a Ricardo allá, que lejos della
  no te dará los celos, que es forzoso
que tengas dél y de Teodora bella.

REY:

Ricardo, ven conmigo.

RICARDO:

¿Estás quejoso
  deste mi amor?, que si lo estás no quiero
ser de Teodora, aunque ella quiere esposo.

REY:

Yo gusto que en tan noble caballero
  se emplee dama de valor tan grave.
Ricardo, honrarte quiero.

RICARDO:

Así lo espero,
pues tu grandeza mis servicios sabe.
(Vanse los dos.)

OTAVIO:

  Ya me pesa de lo hecho.

TEODORA:

¿Por qué?

OTAVIO:

Por haber tratado
engaño al Rey, que engañado
tiene al castigo derecho,
¿qué haremos?

TEODORA:

Hacer buen pecho,
y si fuere necesario
morir.

OTAVIO:

Suceso tan vario,
¿qué remedio ha de tener?,
que el amor en el poder
es el más fuerte contrario.

TEODORA:

  ¿Ha de ser este Tarquino?

OTAVIO:

Podrá ser.

TEODORA:

Pues ser Lucrecia,
que una firmeza desprecia
el más fuerte desatino.

OTAVIO:

Cuando a declararse vino,
  ya vino determinado.
¿Sabes lo que ha concertado?

TEODORA:

Di qué.

OTAVIO:

Que en siendo casada,
la fe a Ricardo jurada
rompas.

TEODORA:

Qué injusto cuidado.

OTAVIO:

  ¿Por qué?

TEODORA:

Porque no ha de ser
mi esposo,

OTAVIO:

Será forzoso
que a quien ha de ser tu esposo
eso venga a suceder.
Si lo soy, bien es temer,
  no de ti, mas de su fuerza.

TEODORA:

No hallas miedo que me tuerza,
ni su poder, ni su furia,
que nunca el amor injuria
si la causa no le esfuerza.

OTAVIO:

  A decírtelo quedé,
por eso advertida vive.

TEODORA:

En el agua, Otavio, escribe
todo lo que no es tu fe.

OTAVIO:

Teodora, ¿qué le diré?

TEODORA:

Que me case, pues es gala
que me entregue a quien me iguala
y luego hablaré en su pena,
porque aun antes de ser buena
no he de prometer ser mala.
  Dile que si me desea
es cosa muy escusada
servirme como a casada,
antes que casada sea,
que deje que me posea
a quien me quiere quitar.

OTAVIO:

Mi bien, yo le voy a hablar,
  aunque este engaño y estilo
pienso que es piedra del filo
del cuchillo de mi muerte,
que es laberinto de suerte
que no ha de valernos hilo.
(Vase OTAVIO .)

TEODORA:

  Desdicha estraña amar, pues aunque sea
la mayor voluntad correspondida
de la vida, o del tiempo resistida,
toda la vida, sin cesar pelea.
Cuando en amar un alto bien se emplea,
mayor ventura goza aborrecida,
que no le cansa el mal, ni el bien la olvida,
a quien jamas gozó lo que desea.
Amé, pagome amor, fui prenda cara
del alma de mi dueño, mejor fuera
para perder el bien que no le hallara,
que a no le tener yo, no le perdiera,
y solo el esperalle me bastara,
que más se goza el bien cuando se espera.

(Sale RICARDO .)

RICARDO:

  A darte mil gracias vengo,
luego que el Rey me dejó,
de que te merezca yo,
pues ya tan cerca te tengo.
  ¿Es posible que llegada
la ocasión de amor, forzosa
te confesaste mi esposa,
y de mi amor obligada?
  ¿Es posible que dijiste
al Rey que estamos casados,
y que entre tantos llamados
al más humilde escogiste?
  Hablen mis cinco sentidos
en tu alabanza, Teodora,
digan que el alma te adora
los ojos y los oídos.
  También lo digan las manos,
tocándote, pues ya puedo,
que a donde amor quita el miedo,
ya son los respetos vanos.
  ¿Puedo besarte las tuyas?
¿Puedo abrazarte?

TEODORA:

Desvía.

RICARDO:

¿Pues qué es esto, esposa mía?
Pensó el alma que eran suyas.
  Perdona, que a ti lo oí,
tuyo fue el atrevimiento,
y mío el consentimiento
de tu regalado sí.
  O soy tuyo, o no lo soy.
¿Por qué hablas deste modo?

TEODORA:

Porque fue violencia todo
y libre del Rey estoy.
  No entendiste que lo hice
para defender mi honor,
pues del Rey al loco amor
con tu opinión satisfice.
  Ay Ricardo, está contento
de que como noble hiciste,
pues que mi honor defendiste
a voz de tu casamiento.
  Ponme en tanta obligación,
así te dé Dios ventura,
viva a tu sombra segura
la fama de mi opinión.
  Mira que eres caballero,
cuya profesión mayor
es defender nuestro honor
como de tu amor lo espero.
  En esto le mostrarás,
finge, di al Rey que soy tuya,
aunque ni tuya, ni suya
me verá el mundo jamás,
  basta declararme ansí
y que cuando ser pudiera,
mas que del Rey, tuya fuera,
y no sepas más de mí.

(Vase.)

RICARDO:

  Menos quisiera saber.
Fuese, cayó por el suelo
el edificio que al cielo
soberbio quiso oponer.
  Qué poco duró mi engaño,
mas bien fue que fuese poco,
porque no me vuelva loco
la pena del desengaño.
  Altamente me burló,
ingenio en fin de mujer,
pero en lo que da a entender
el dueño conozco yo.
  Sin duda que el Conde y ella
esta disculpa trazaron,
con que del Rey se libraron,
que es fuerte, y adora en ella.
  Por capa me ha echado al toro,
con que de la muerte escapa,
basta que serví de capa,
confiada en que la adoro.
  Pues no gozará sus brazos,
y impórtame a toda ley,
porque siendo el toro un Rey
hará la capa pedazos.
  Arrójame libremente,
y el cuerpo que adora esconde,
bueno es que se escape el Conde,
y que yo muera inocente.
  Oh, qué engaño se me ofrece
para prueba deste engaño,
que un daño con otro daño
la satisfación merece.
  El hombre que viene aquí
es desta casa criado,
quien ama, desengañado,
bien es que proceda ansí.

(Sale FABIO , villano,
ya vestido de escudero gracioso.)

FABIO:

  A penas creo que soy yo aquel mismo
que en traje tan diverso del que traigo,
llevé mis vacas por las verdes selvas,
y mis ovejas por los altos montes,
adonde está mi sayo descansado,
que a mi medida la inocencia hizo,
adonde mis abarcas enseñadas
tan lejos de azulejos y de alfombras,
calzas me han dicho que se llaman estas,
estraña, y prodigiosa arquitectura,
aun en estos se vee que son enredos,
cuantos fabrican los que aquestas traen,
o hele allí de los que al Rey trajeron,
el no menos gallardo cortesano,
pardiez a penas comencé a ponerme
estas que llaman calzas, cuando escucho
que viene el Rey y, de temor, corriendo
con ellas en las piernas, como grillos,
me escondí en un pajar. Si este me ha visto,
yo me caigo difunto. Ya me mira,
pienso que quiere hablarme.

RICARDO:

¿Sois, a caso,
gentilhombre, escudero de Teodora?

FABIO:

A caso, y bien a caso gentilhombre,
soy de Teodora un escudero nuevo,
tan nuevo, que aun lo soy en los vestidos.

RICARDO:

La fortuna le ofrece a mi propósito.
¿Sabéis a lo que el Rey vino a su casa?

FABIO:

No me puse en lugar que lo supiese,
que soy tan nuevo en cosas del palacio,
que aún no supe acechar, ni estar atento
a lo que se trataba, codicioso
de llevallo por nuevas a otra parte.

RICARDO:

Teodora se ha casado con el Conde
y el Rey vino a tratarlo.

FABIO:

Bien ha hecho,
en tanto que su hermano ausente vive,
que por antiguos bandos de sus casas,
o viniera su hermano en los conciertos.
Agora sí descansarán entrambos
y gozarán sus hijos, que era lástima
verlos andar a sombras de la noche
para poderse hablar.

RICARDO:

¿Pues tienen hijos?

FABIO:

¿Luego vós no sabéis que los tenían?

RICARDO:

Hijas, pensaba yo.

FABIO:

Que no son hijas,
sino dos zagalejos como un oro,
que yo, puesto que en traje de palacio
soy labrador enjerto en escudero,
y los crié en la falda de ese monte,
altivo padre de una pobre aldea,
que le besa los pies agradecida.

RICARDO:

Así tenéis razón que el Rey me dijo
que eran hijos los dos, y se llamaban...
Celio pienso que el uno.

FABIO:

Erráis el nombre,
Lidoro el uno, el otro Ludovico,
muchachos que a la fe que en estos montes
mataron algún oso a pura piedra,
trájolos a la corte el Conde Otavio,
y a la fe que su hermano lo sospecha.
Mas, ya que el Rey los casa no habrá celos.

RICARDO:

Oh, cómo han sido en mi favor los cielos,
sabralo todo el Rey, venid conmigo
traeréis para la boda ciertas cosas.

FABIO:

Perdonadme, señor, si sois servido,
que no sé andar en calzas atacadas,
y hasta enseñarme no podré seguiros.

RICARDO:

Pues proceded en esto cuerdamente,
porque se ha de tratar con gran secreto.
(Vase RICARDO .)

FABIO:

Vós echaréis de ver si soy discreto.
  Pasa el invierno perezoso y frío,
y el labrador que con el corvo arado
rompió los verdes céspedes al prado,
mira la parva en el dorado estío.
Corta las hondas del salado río
el diestro navegante, y olvidado
de las tormentas, y el rigor pasado,
vuelve a la nave con valiente brío.
No de otra suerte al Conde Otavio veo,
la guerra de su historia reducida
a las paces del yugo de Himeneo.
Ya no hay memoria que su gusto impida,
que amor si llega al puerto del deseo,
de cuanta pena le costó se olvida.
(Vase, y salen el REY y FULGENCIO,
viejo, su Gobernador.)

FULGENCIO:

  Algunos están quejosos
de que le hayas preferido
a mil hombres belicosos,
que dicen que te han servido
en cargos de Marte honrosos.
Y que Leonardo es mancebo,
y en su diciplina nuevo,
y que eligieras más bien
algún capitán, a quien
corona el árbol de Febo.
  Y he sido de parecer
que has hecho buena elección.
Roma quiso deponer,
por mancebo, a Cipión
y le vio después vencer.
Sicilia verá que ha sido
Leonardo bien eregido.

REY:

Mucho me pesa de oír
que no pueda al Rey servir,
sino quien le haya servido.
  Cuando el Rey, Gobernador,
conoce el valor de un hombre,
cual esperiencia mayor,
luego bien es que le nombre
para probar su valor.
  Leonardo es valiente y sabio.
(Sale RICARDO .)

RICARDO:

Yo vengo a mala ocasión,
que con el padre de Otavio
habla el Rey.

FULGENCIO:

Envidias son.

REY:

Nunca de envidias me agravio.

RICARDO:

  Hacer quiero algún rüido.

REY:

¿Qué hay, Ricardo?

RICARDO:

Hablarte quiero
a solas, si eres servido.

FULGENCIO:

Aparte, señor, espero.

REY:

Ricardo, seas bien venido,
quiérole lisonjear,
que le deseo agradar
para engañarle.

RICARDO:

¿Qué aguardo?
Hablar quiero.

REY:

Pues Ricardo,
¿cuándo te quieres casar?
  ¿Estás muy enamorado?
¿Quieres a Teodora mucho?

RICARDO:

Antes estoy tan cansado
que la aborrezco.

REY:

¿Qué escucho?,
¿cansado, a penas casado?

RICARDO:

  Señor, no soy yo el marido,
que, a serlo, no me cansara.

REY:

¿Cómo ansí?

RICARDO:

La sombra he sido
con que Teodora repara
tu amor y mi injusto olvido.
  Aquello que dijo allí
fue por concierto de Otavio.

REY:

¿Pues Otavio contra mí?

RICARDO:

Habla bajo, y como sabio,
que aún está su padre aquí.
  Ya no es tiempo de cansarte
con rodeos, él la adora
y ella pretende engañarte.

REY:

Luego, ¿quiérele Teodora?

RICARDO:

Claramente quiero hablarte.
  Cuando en palacio vivía,
este amor se concertó,
salió, y aquel mismo día,
por venganza ejecutó
Otavio su alevosía,
que sin duda fue venganza
de su hermano, pues le alcanza
de los bandos tanta parte.

REY:

¿He de creerte o matarte?

RICARDO:

¿Aún te engaña la esperanza?
  Pues no la tengas, señor,
que está su amor confirmado
con altas prendas de amor.

REY:

¿Si al fin de amor ha llegado,
cual otra prenda mayor?

RICARDO:

  Tener dos hijos.

REY:

¿Qué dices?

RICARDO:

Lo que escuchas.

REY:

Vive Dios.

RICARDO:

Quedo, no te escandalices.

REY:

Que hoy han de dar sin los dos
a sus años infelices.
  Pues, ¿cómo en esa ficción
el Conde mi engaño funda
y su loca pretensión?
Más estimo la segunda
que la primera traición.
  Vete y llama al capitán
de la guarda y diez soldados,
de los que hoy de guarda están.

RICARDO:

Favores mal empleados.
Todos la culpa te dan.
  A lo menos bien has visto
mi lealtad.

REY:

Ve presto.

RICARDO:

Voy.

(Vase RICARDO .)

REY:

¿Cómo el enojo resisto?
No más amor desde hoy,
de mi esperanza desisto.
  Fulgencio.

FULGENCIO:

¿En qué te sirvo?

REY:

Hame contado
Ricardo una traición de un hombre injusto,
con que estoy enojado sumamente.

FULGENCIO:

Si puedes castigar, y en el castigo
poner ejemplo y escarmiento a otros,
castiga y no te aflijas.

REY:

Bien has dicho,
no en balde yo te he puesto en el gobierno
del reino, por cabeza y presidente,
mas quiero tu consejo.

FULGENCIO:

Di el delito.

REY:

¿Qué merecería un hombre que a un vasallo
de los más nobles que en Sicilia tengo
ofendiera el honor, y de su hermana
tuviera ya dos hijos de secreto,
y que queriendo el Rey la mujer misma,
fingiera por libralla de sus manos
que estaba desposada con otro hombre,
aborrecido della con estremo,
y prometiendo al Rey que el casamiento
sería puerta de su honor y gusto
de su vida y salud en grave daño,
y entre los dos hiciesen este engaño?

FULGENCIO:

Por cualquiera delito, siendo cierto,
es reo de la muerte y, aunque fuera
mi hijo Otavio, que en estremo adoro,
lo mismo te dijera que te digo.

REY:

Luego, ¿puedo prenderle y castigarle?

FULGENCIO:

Préndele y, si le pruebas el delito,
si no es que con la parte se concierte,
seguro puedes condenalle a muerte.

REY:

Haz una provisión y vuelve luego.

FULGENCIO:

¿Qué nombre?

REY:

El nombre en blanco.

FULGENCIO:

¿El nombre es título?

REY:

Pues que, con provisión, mando prenderle,
sin duda que es lo bueno de Sicilia.

FULGENCIO:

Yo voy.
(Vase FULGENCIO .)

REY:

Vuelve al instante. Estraño engaño
a un Rey, ¡a mí!, pues, ¿cómo así me paga
Otavio las mercedes recebidas?,
haber puesto a su padre en el supremo
lugar de mi justicia, ¡ah, mozo ingrato!,
¡cómo castiga el Cielo tu malicia!,
pues de tu mano hiciste la justicia.

(Salen RICARDO y el CAPITÁN
de la guardia y soldados.)

RICARDO:

  Aquí viene el Capitán.

CAPITÁN:

Ya los soldados están
puestos a la ejecución.
¿Dónde ha de ser la prisión?

REY:

Los papeles lo dirán.
  ¡Oh, Ricardo!, quién creyera
que el Conde, con este engaño,
burla de mi amor hiciera.

RICARDO:

A no ser yo desengaño,
notable tu daño fuera.
  Ah, señor, ¡cuán pocos son
los que viven con lealtad!

REY:

Qué bien paga mi afición
el Conde.

RICARDO:

Ya no hay verdad,
todo es mentira y ficción.

REY:

  No se habrá visto venganza
como se ha de ver en él.

RICARDO:

Amor te pondrá templanza.

REY:

Antes me ha de hacer cruel
la burla de mi esperanza.

RICARDO:

  La mayor culpa que tiene
es el haberte burlado.
Pienso que a tu honor conviene,
y a la razón de tu estado,
vengarte.

REY:

Su padre viene.
(Sale FULGENCIO con un papel escrito
y un paje con pluma, y el tintero.)

FULGENCIO:

  Aquí está la provisión,
y el nombre en blanco dejé.

REY:

El autor de la traición
escribe.

FULGENCIO:

Dime quién fue
y irán a hacer la prisión.

REY:

  Pon el nombre.

FULGENCIO:

Ya le espero.

REY:

Di el Conde Otavio.

FULGENCIO:

¿Qué Otavio?

REY:

Tu hijo.

FULGENCIO:

Señor.

REY:

No quiero
disculpas.

FULGENCIO:

Tan grande agravio
a su Rey, un caballero.

REY:

  Escribe.

FULGENCIO:

Yo escribiré.

REY:

¿De qué te tiembla la mano?,
tuya la sentencia fue.

FULGENCIO:

Es verdad, que no pensé
que le engendraba villano.
  Cuando la sentencia di,
lejos de mi sangre estaba,
porque nunca presumí
que con mi sangre engendraba
lo que te ofendiese a ti,
  mas agora no te espantes
que tiemblen mis manos frías
de hacer letras semejantes,
porque las entrañas mías
no son moldes de diamantes.
  Si lo ha hecho, firmaré
su muerte, que su prisión
no es mucho, pero tendré
por dudosa información
la que de enemigos fue.
  Pongo a Otavio, aunque cruel,
pues por más que me refieras
que ponga el cuchillo en él,
pluguiera a Dios que quisieras
que me pusiera por él.

(Arroja la pluma.)

REY:

¡Cómo!, ¿delante de mí
la pluma arrojas así?

FULGENCIO:

Perdona la mano airada,
que no puedo ver la espada
con que la muerte le di.
(Vase FULGENCIO .)

REY:

  ¿Puso Otavio?

RICARDO:

Sí, señor,
Otavio en lo blanco puso.

REY:

Pues prendelde con rigor.

RICARDO:

Vamos, Celio.

CELIO:

Estoy confuso.
¿El Conde ha sido traidor?

RICARDO:

  ¿No lo estás mirando agora?

REY:

Teodora, en Otavio, adora.
Mas, para vengar mi agravio,
bastará matar a Otavio,
que eso es matar a Teodora.
(Vanse, y salen el CONDE OTAVIO,
TEODORA y RISELA .)

OTAVIO:

  Prevéngase en el jardín,
si te parece, la cena.

TEODORA:

Lo que quisieres, mis ojos,
es la ley de mi obediencia.

OTAVIO:

Parece que en verdes plantas
el tierno amor se deleita,
flores, amantes y campos
son lienzos de primavera,
amor enseñan las vides
cuando a los olmos se enredan,
amor enseñan las aguas
cuando las flores refrescan,
amor enseñan las aves
cuando sus quejas lamentan,
las zarzas, cuando se abrazan
y por los árboles trepan,
el aire con dulces silbos,
entre las flores se queja,
que es el que más se enamora,
porque todo lo penetra.
No vengan, Teodora mía,
mis pajes, ni tus doncellas,
que amor en las soledades
tiene mayores licencias.
Estoy con gusto de ver
que ya tu hermano nos deja
aquestas paredes libres,
que por muchos años sea.
Ve por nuestros hijos luego,
díselo a Fabio, Rosela,
que no hay mesa sin los hijos,
ni bocado que bien sepa.
Paréceme que te ríes.

TEODORA:

Es, Otavio, que celebra
el alma tus alegrías,
de tus contentos, contenta,
no cabe en el corazón
la risa de ver que llegas
a decir que no hay, sin hijos,
mi bien, regalada mesa.
¿Nunca has visto aquellos quicios
en que se mueven las puertas?
Así se mueven las almas
de los dos que las engendran.
Ya no temo tiempo ingrato,
ya no temo suerte adversa,
durmiendo está la fortuna,
húrtale el amor la rueda.
Ya no te puedo perder,
todos mis temores cesan,
pero escucha, por mi vida,
Conde, ¿qué voces son estas?
(Sale RICARDO , CAPITÁN , y soldados.)

RICARDO:

¿Tú, las puertas me resistes?

OTAVIO:

Hola, ¿quién abre las puertas?

RICARDO:

Yo soy, ¿de qué te alborotas?
Ten, Conde, la espada queda.

OTAVIO:

¿Tú con gente en esta casa?

CAPITÁN:

El Rey manda que te prenda
con aquesta provisión.

OTAVIO:

¿A mí?

CAPITÁN:

¿Que lo dudas?

OTAVIO:

Muestra.

CAPITÁN:

¿Conoces aquesta firma?

OTAVIO:

Letra de mi padre es esta.

TEODORA:

Caballeros, ¿por qué prende
a Otavio el Rey?

CAPITÁN:

Cuando llegan
a tales puntos las cosas,
que falta razón no creas.

TEODORA:

Ricardo, ¿eres tú el autor?

RICARDO:

Si te consta tu inocencia
y la del Conde, Teodora,
¿qué temes?, ¿de qué te quejas?

OTAVIO:

Esta espada, Capitán,
me guarda, para que sea
castigo de algún traidor.

RICARDO:

Habla bien, porque no mientas.

OTAVIO:

Vuélveme, Celio, la espada.

CAPITÁN:

Ea, que es mucha soberbia.

TEODORA:

¿Quieres tú, Ricardo infame,
que yo el mentís te defienda?

RICARDO:

Vete, Teodora, con Dios,
que eres mujer, y no buena.

TEODORA:

Mientes.

RICARDO:

De mujer, no importa.

OTAVIO:

Tú has dado justa sentencia
desmentísteme Ricardo,
pero como tú aconsejas,
no importa que eres mujer.

RICARDO:

¿Esto sufres?

CAPITÁN:

No te ofendas
de soberbias de hombres presos.

OTAVIO:

Yo te cortaré la lengua.

CAPITÁN:

Camina.

TEODORA:

A sombras del bien
está la fortuna adversa.