La fuente de la mora encantada
Apariencia
Oye, Silvio, ya del campo Se va a despedir la tarde, Y no es bien que aquí la noche Con sus sombras nos alcance. Ya el redil busca el ganado, Ya se retiran las aves, Y en pavoroso silencio Se ven envueltos los valles. Y tú en tanto embebecido, Sin atender ni escucharme, Las voces con que te llamo Dejas que vayan en balde. ¿Qué haces, Silvio, en esa fuente? ¿Tan presto acaso olvidaste Que los padres nos la vedan, Que la maldicen las madres? Mira que llega la hora; Huye veloz y no aguardes A que el encanto se forme, Y que esas ondas te traguen. ¡Vente!... Mas ya no era tiempo: La fascinadora imagen Reverberaba en las aguas Con sus encantos mortales. Como ilusión entre sueños, Como vislumbre en los aires Incierta al principio y vaga Se confunde y se deshace; Hasta que al fin más distinta En su apacible semblante De sus galas la hermosura Hace el más vistoso alarde. La media luna que ardía Cual exhalación radiante Entre las crespas madejas De sus cabellos suaves, Mostraba su antiguo origen Y el africano carácter De los que a España trajeron El alcorán y el alfanje. Mora bella en sus facciones, Mora bizarra en su traje, Y de labor también mora La rica alfombra en que yace, Toda ella encanta y admira, Toda suspende y atrae Embargando los sentidos Y obligando a vasallaje. Mirábala el pastorcillo, Entre animoso y cobarde, Queriendo a veces huilla Y a veces queriendo hablalle; Mas ni los pies le obedecen Cuando pretende alejarse, Ni acierta a formar palabras La lengua helada en las fauces. Sólo la vista le queda, Para mirar, para hartarse En el hermoso prodigio Que allí contempla delante. Ella al parecer dormía; Mas de cuando en cuando al aire Unos suspiros exhala De su seno palpitante, Que en deliciosa ternura Convierten luego y deshacen El asombro que su vista Causó en el primer instante. Y abriendo los bellos ojos Tan bellos como falaces, A él se vuelve, y querellosa Le dice con voz suave: -«¿Viniste al fin? ¡Qué de siglos De esperanzas y de afanes. Me cuestas! ¿Dónde estuviste Que tanto tiempo tardaste? Mírame aquí encadenada Por la maldición de un padre A quien dieron las estrellas Su poder para encantarme.» «Vive ahí, me dijo irritado, Ten esa fuente por cárcel, Sé rica, pero sin gustos, Sé hermosa, pero sea en balde. Enciéndante los deseos, Consúmante los pesares, De noche sólo te muestres Y el que te viere se espante. Y pena así hasta que encuentres, Si es posible que le halles, Quien ahí osado se arroje Y entre esas ondas te abrace.» Ya otros antes han venido, Que, pasmados al mirarme, El bien con que les brindaba Se perdieron por cobardes. No lo seas tú: aquí te esperan Mil delicias celestiales, Que en ese mundo en que vives Jamás se dan ni se saben. Ven, serás aquí conmigo Mi esposo, mi bien, mi amante; Ven...» y los brazos tendía Como queriendo abrazarle. A este ademán, no pudiendo Ya el infeliz refrenarse, En sed de amor abrasado Se arroja al pérfido estanque. En remolinos las ondas Se alzan, la víctima cae, Y el ¡ay! que exhaló allá dentro Le oyó con horror el valle.