La gata transformada en mujer
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Fábula
París, 1833
París, 1833
Dicen que enamorado de una gata estaba allá en el Asia un europeo: (Cuando de amor se trata tanto cuanto me cuentan tanto creo.) Y como suele siempre quien bien ama de su bella a los usos conformarse, se cuenta del tal hombre que por Brama de su dios y su ley quiso apartarse. Hecho Brahmín, creía ciegamente cuanto de Metempsícosis se ha escrito. Según él, era claro y evidente, (y un bonzo lo aprobó muy erudito) que la gata su amante una joven muy bella ser debía. ¡Brama, o Brama! Exclamaba noche y día, haz que vuelva a su ser en el instante esa preciosa gata por quien solo mi pecho ya te acata! Todo lo obtiene aquel que mucho ruega; y a su nuevo creyente esta gracia no niega Brama, el Dios de bondad omnipotente. Héteme ya a la gata transformada en una joven linda y adorada; dos cosas, por sí sola cada una, capaz de trastornar en un momento las cabezas de viento que tienen las mujeres por fortuna. Adelante; de gozo enajenado nuestro buen amador, sólo pensaba en su nuevo cuidado, mientras que la belleza se ocupaba en mirar al espejo su cuerpo y su gracejo. Cuando en estas estaban, de repente un ruido se oyó, y mi señora sorpresa de placer, atentamente mira, escucha, se baja, y sin demora alza la pata, y tras, va a echar la mano, cuando al ruido del hombre que se acerca el ratón se escapó... «¡Ay inhumano! (Dice la triste gata.) Yo perezca si de ti no me vengo, y muy en breve; ¡un ratón de mis uñas se ha escapado!...» El hombre no se atreve ni a resollar siquiera; así ha quedado al ver a su querida que de su antiguo estado no se olvida. Vuelto de su sorpresa, con buen modo expone a la beldad que es diferente ser gata o ser mujer; mas ella a todo da por respuesta oír si algo se siente, correr, brincar, saltar por los tejados: tales eran sus únicos cuidados. Nuestro héroe arrepentido, cansado de aguantarla, a Brama suplicó ya más rendido segunda vez quisiera transformarla. Brama le contentó, y así le dijo: Sábete, amado hijo, que es difícil perder las malas mañas. Y si estas pequeñeces tanto extrañas, perversos ratos a pasar disponte. Siempre, lector, la cabra tira al monte.