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La gente honesta: 04

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Escena III

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Dichos - ERNESTO - ADOLFO.


ERNESTO.- (De adentro.) Subí, Adolfo, no seas pavo; ya sabemos que estás con ganitas. (Saliendo.) Muy buenas tardes. Figúrate, Adelita, que Adolfo se está haciendo rogar para entrar, ¡qué farsante!, ¿no?

ADELA.- Déjalo, tendrá sus motivos para no vernos.

ADOLFO.- (Saliendo.) Absolutamente. ¿Cómo está usted, señora? ¿Cómo está, Adelita?

ERNESTO.- (Yendo hacia LUISA.) ¿Qué es esto, Luisita? No te había visto. ¿Estás enferma? Ché, Adolfo, no mires; cuando uno anda todo el día afuera de su casa, tiene que compensar a su mujercita la larga ausencia. (Se acerca y quiere besarla. Ella se resiste.)

ADOLFO.- ¡Qué buen ejemplo de matrimonio feliz!, ¿es verdad?

M. EMILIA.- Ya lo creo. ¡La mar de dicha!...

ERNESTO.- (Tiernamente.) ¿Se siente mal, mi Luisita? ¿Qué tiene? ¿La jaqueca otra vez? ¡Pobre mi negra!

ADELA.- Desde hoy le estoy diciendo que vaya a acostarse, pero ella por esperarte...

ERNESTO.- ¡Caramba, y yo que he tardado tanto! Pero esta política lo absorbe a uno por completo. Felizmente pronto terminará todo y podré volver de nuevo a la vida amable del hogar al lado de este tesoro que tanto quiero.

LUISA.- ¡Farsante!

M. EMILIA.- Y usted, Adolfo, ¿también anda metido en esas cosas?

ADOLFO.- Acompaño a Carlos. Precisamente venimos de dirigir los arreglos del teatro para la reunión del diez.

ADELA.- A propósito de teatro, hace una porción de noches que no nos llevas, Ernesto.

ERNESTO.- Es cierto. ¿Qué dan esta noche en el Politeama?

ADELA.- No lo sé, pero aquí podemos ver en «La Época». (Leyendo.) Divorcios. Comedia de Dumas. ¿Vamos?

ERNESTO.- Pero Luisa seguirá con su jaqueca.

LUISA.- (Rápidamente.) No, no, no; supongo... creo que se me pasará pronto.

ERNESTO.- Entonces no hay inconveniente. Lo invitamos también a Adolfo, ¿verdad?

M. EMILIA.- (Aparte.) ¡Nos salvamos! ¿Y qué les parece si lo invitáramos también a comer?

ADELA.- (Aparte a LUISA.) Dale la carta.

ADOLFO.- Aceptado con el mayor gusto.

LUISA.- Ah, Ernesto, discúlpame; con esta jaqueca ni sé lo que hago. Han traído esta carta para ti hace un rato.

ERNESTO.- (Lee y gravemente se la pasa a ADOLFO.) Entérate. ¡Lo que nos esperábamos! ¡Qué mala suerte, muchachas!

ADELA.- ¿Qué ocurre?

LUISA.- Malas noticias.

M. EMILIA.- La embarramos de nuevo.

ERNESTO.- Malas, malas, no. Disgustantes, ¿verdad, Adolfo?

LUISA.- (Aparte.) ¡Cínicos!

ADOLFO.- ¡Pero qué desdicha!

ERNESTO.- Y lo peor es que no tenemos más remedio que ir, ¿verdad, Adolfo?

ADOLFO.- No tenernos más remedio.

LUISA.- (Aparte.) ¡Pilletes, granujas!

ADELA.- ¿Pero de qué se trata?

ERNESTO.- Se deshacen nuestros proyectos, hija. Avisan del Comité que a las siete se les dará una comida a los delegados. Y nuestra presencia ahí es necesaria, ¿verdad, Adolfo?

ADELA.- De modo que nos quedamos sin teatro. ¡Qué lástima! ¿Pero no se sientan ustedes? Voy a servirles el té.

ERNESTO.- No, no, gracias, tengo que cambiar algunas ideas con Adolfo y nos vamos al escritorio. (Toma del brazo a ADOLFO y se van. Aparatosamente.) Proclamaremos los tres candidatos a Senadores y...

LUISA.- Hasta luego, futuros... cenadores.