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La golondrina

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Sus mejores versos
La golondrina

de Federico Balart


A Magdalena Grilo



¿Sabes tú, Magdalena peregrina,
por qué viene a llamar, cada mañana,
la misma golondrina
con la misma canción a tu ventana?
Pues, si tú no lo sabes,
pregúntalo a tu padre que conoce
secretos tan recónditos y graves
por la antigua amistad y estrecho roce
que tiene con las flores y las aves.
Él te dira... mas no; que, aunque es muy serio,
cuando habla de los pájaros, tu padre,
ese dulce misterio
mejor lo explicará tu dulce madre.
Y por ella sabrás que el Dios que enciende
las estrellas del cielo, el Dios que tiende
su alfombra de verdor en las campiñas,
amoroso pretende
que lo que en el colegio no se aprende
se lo enseñen las aves a las niñas.
Por eso, al renacer la primavera,
que de flores esmalta monte y prado,
la avecilla parlera,
de tan graves encargos mensajera,
vuelve al nido desierto y no olvidado
que dejó en el alero del tejado.
Y con eso te enseña -no lo dudes-
hablando a tu infantil entendimiento,
el amor a la casa: ¡gran cimiento
para fundar domésticas virtudes!
Y cuando artificiosa
con átomos de barro apresta el nido,
te muestra lo que puede, niña hermosa,
el trabajo constante y repetido
de la que es diligente y hacendosa.
Y cuando, a la mañana,
pasa alegre rozando tu ventana
que la primera luz del alba dora,
te dice la habladora:
«Ya, descorriendo los nocturnos velos,
se levanta la aurora,
sonrisa luminosa de los cielos:
¡Despierta, Magdalena, que ya es hora!»
Y así te enseña a ser madrugadora,
y así te evita sustos y desvelos
en la noche traidora.
Porque la que madruga, niña mía,
se rinde al sueño cuando empieza el vano
terror que infunde la tiniebla fría;
y la luz, que restaura la alegría,
sin mirar si es invierno o si es verano
se levanta temprano, muy temprano:
¡y tan temprano! -¡Al despuntar el día!
Si, a esa luz, que despierta los sentidos,
a observarlas te inclinas,
verás que, en grupos nunca confundidos,
viven de dos en dos las golondrinas,
y que nunca, olvidadas de sus nidos,
profanan los que ocupan sus vecinas.
Pues, con esas costumbres amistosas,
cuyo fondo es tan bueno,
te enseñan el respeto de lo ajeno,
¡respeto que comprende tantas cosas!
Cosas que no te explico de presente,
ni aun te cito sus nombres
aunque fuera, en verdad, muy conveniente,
porque difícilmente
se suelen encontrar entre los hombres.
Sigue, sigue observando, Magdalena;
que la curiosidad es cosa buena
cuando con la prudencia se concilia;
y, desde tu ventana,
verás, a lo mejor una mañana,
que se aumentó en el nido la familia.
¿De dónde son venidos
los polluelos? ¡Misterios de los nidos!
Mas, dejando cuestión tan espinosa,
observa aquella prole bulliciosa
que, aunque apenas se mueve chilla y clama,
y que a la madre aleteando llama
cuando, al volver al nido presurosa,
con la inquietud vehemente de quien ama
les reparte alimento... y otra cosa:
¡ternura, amor, caricia!
¡Lo que a ti, de tus mimos en albricias,
te prodiga tu rnadre cariñosa!
De tal modo la amante golondrina
siempre tu corazón al bien inclina;
y, con esas dulcísimas tareas,
te anuncia otros deberes y otros goces
que, hoy pobre pequeñuela, no conoces
ni puedes comprender aunque los veas.
¡Ya llegará el instante!
El amor maternal es la postrera
de las dichas que prueba el alma amante;
¡y, por mucho que el año se adelante,
no madura la fruta en primavera!
Ya lo ves, Magdalena; el Dios clemente
que ilumina los ámbitos oscuros
con el rayo del sol resplandeciente,
quiere que, iluminando nuestra mente,
los preceptos más puros
los dicte un inocente a otro inocente:
y así el bien se difunde, de alto a bajo,
pasando de unos seres a otros seres;
y así llegan las niñas a mujeres
sabiendo sin esfuerzo y sin trabajo
la sublime lección de sus deberes,
que les enseña la Bondad Divina
por boca de una pobre golondrina.
Aun mejor que tu padre,
siempre en altos problemas engolfado,
esto te explicará tu santa madre:
aunque -bien meditado-
en ese hogar, de sus virtudes templo,
donde la dicha de los suyos labra,
¿a qué lo ha de explicar con la palabra,
si lo explica mejor con el ejemplo!
Con él, niña preciosa,
y con esta moral color de rosa,
que hoy patrañas de viejo acaso creas,
cuando llegues a ser madre y esposa
sé honrada y buena para ser dichosa,
¡y acuérdate de mí cuando lo seas!