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La gringa: 32

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Escena IV

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PEONES 1.º y 2.º, ALBAÑIL, CANTALICIO, luego VICTORIA, y al final DON NICOLA.


CANTALICIO.- (Saliendo.) ¿Quién habla de don Cantalicio por acá?...

PEÓN 2º.- (Regocijado.) Salú, don Cantalicio... ¡Ánima bendita!... ¡Ya lo creíamos muerto!...

CANTALICIO.- Ya ve que no, amigo... ¡Cosa mala!... Che, ¿andan los gringos cerca?...

PEÓN 2º.- Están en el bajo... ¿Y qué vientos lo traen por estos pagos?... ¿Ande anduvo?

CANTALICIO.- Lejos... Por la provincia de Córdoba...

PEÓN 2º.- ¿Haciendo?...

CANTALICIO.- De todo. ¿Qué más remedio? ¡Precisé llegar a viejo pa tener que deslomarme trabajando! Y gracias que entoavía servía pa algo... ¿A que no sabés en qué me ocupo?

PEÓN 2º.- No, señor.

CANTALICIO.- En venderles animales a los gringos... Fijate qué suerte... Yo que en mis tiempos sabía tropiar ganaos ariscos de la sierra pa mí... pa mi campo, pa este mesmo campo... me veo ahora condenao a acarrearles güeyes a los colonos...

PEÓN 2º.- Lo que son las cosas, hombre...

CANTALICIO.- Ayer no más le traje a un chacarero del Chañarito unos sesenta animales. Después, como quedaba tan cerca del pago viejo, le dije a Cantalicio: che, andate a mirar cómo marcha aquello... Yo no quería pasar por este camino pa no acordarme, ¿sabés? Pero la querencia me empezó a cuartear pa este lao, y cuando quise acordar... estaba aquí...

PEÓN 2º.- ¡Mire, mire!...

CANTALICIO.- De lejos ya vide todas las judiadas que me habían hecho los gringos con esto... (Mirando en redor.) Vean... vean... De la casa, ni qué hablar... Parece que le van a edificar encima un pueblo entero... ¡Ni el horno... ni la noria... ni el palenque!... ¡Cosa bárbara! ¡Desalmaos!... ¿Y aquello? Eso sí que no les perdonaré nunca... ¡talarme los duraznitos!... ¡Los había plantao Elisa, la finadita mi hija... y todos los años daban unas pavías así!... ¡Dañinos!... Lo único, lo único... de lo mío que entoavía puedo ver es ese ombú... Pero che... ¿y por qué lo están podando así?...

PEÓN 2º.- ¿Podar?... Al suelo va ir también... ¡Eso estamos haciendo... voltearlo!...

CANTALICIO.- Eso sí que no... ¿El ombú?... En la perra vida... Todo han podido echar abajo, porque eran dueños... Pero el ombú no es de ellos. Es del campo... ¡Canejo!...

PEÓN 2º.- Yo creo lo mismo. Pero los patrones dicen que el pobre árbol viejo les va a dañar la casa...


(Aparece VICTORIA y se detiene a escuchar.)


CANTALICIO.- ¿Y por qué no edifican más allá?... ¡Bonita razón!... Los ombúes son como los arroyos o como los cerros... Nunca he visto que se tape un río pa ponerle una casa encima... ni que se voltee una montaña pa hacer un potrero... ¡Asesinos!... ¡No tienen alma!... Si tuvieran algo adentro, les dolería destruir un árbol tan lindo, tan bueno, tan mansito... ¡Cómo se conoce, canejo, que no lo han visto criar ni lo tienen en la tierra de ellos!...

PEÓN 2º.- Vaya usted a hacerles entender esas razones...

CANTALICIO.- ¿Y qué van a comprender ellos... si ustedes mismos, ¡parece mentira, criollos como son!, se prestan a la herejía?...

PEÓN 2º.- ¡Oh!... Y si nos mandan...

CANTALICIO.- No se hace... Salgan de ahí... desgraciaos. ¡Todos se han vendido... todos se están volviendo gringos... todos!... ¡Pa qué habré venido, canejo! ¡A ver tanta pena!... (Al volverse se encuentra con VICTORIA y bruscamente.) Buen día... ¡Venís a mirar las lindas cosas que están haciendo, no?... (Intenta irse.)

VICTORIA.- No se vaya, don Cantalicio... Oiga, escúcheme... Tengo que decirle algo... Venga... (Lo aparta y se queda un momento indecisa.)

CANTALICIO.- ¡Hablá de una vez, pues!...

VICTORIA.- Este... ¿Usted sabe algo de Próspero?...

CANTALICIO.- No sé, ni necesito saber... ¿Pa eso no más me llamabas?...

VICTORIA.- Es que... Próspero está ansioso por tener noticias de usted...

CANTALICIO.- ¿Y vos cómo sabés eso?...

VICTORIA.- (Confundida.) Por ahí... la gente lo dice...

CANTALICIO.- No ha'e ser cierto... No se acuerda más ya...

VICTORIA.- Sí que se acuerda...

CANTALICIO.- ¡No, no, no!... ¡Mentira!... (Intenta irse.)

VICTORIA.- (Deteniéndolo.) Si me lo ha dicho a mí muchas veces...

CANTALICIO.- ¿Dónde?

VICTORIA.- En el Rosario... En esta temporada que pasamos allí hace dos meses... Nos veíamos muy seguido... y me hablaba del viejo, que lo quería mucho... que deseaba tanto verlo... y... vea, ayer me escribió y en la carta me preguntaba dos o tres veces por usted...

CANTALICIO.- ¿Cómo es eso?... ¿Cartitas?...

VICTORIA.- (Pegándose en la boca.) ¡Qué zonza!... ¡Se me escapó!

CANTALICIO.- (Muy suavizado.) Conque ésas teníamos, señorita, ¿eh?

VICTORIA.- ¡Sí, pero... nadie lo sabe todavía!...

CANTALICIO.- ¿Y qué es de la vida de ese bandido?...

VICTORIA.- Está muy bien... acreditadísimo con míster Daples... ¡Ay! Creo que llega tata...

CANTALICIO.- Yo me mando mudar... (Al volverse se encuentra de manos a boca con DON NICOLA.)