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La gringa: 45

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Escena VII

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HORACIO, CANTALICIO y VICTORIA.

(Sale VICTORIA.)


HORACIO.- Llegas a tiempo para ayudarme a convencer a don Cantalicio... ¡Quiere alzar el vuelo!...

VICTORIA.- ¿Qué es eso?...

CANTALICIO.- (Tristemente.) ¡Sí, hijita!... Como los caranchos... comen y a las nubes...

VICTORIA.- ¡Eso será si lo dejo! Usted es mío, viejo...

HORACIO.- (Con el sillón.) Aquí tiene... Siéntese...

CANTALICIO.- Gracias... Como estoy con el pie en el estribo, les hablaré de parao... Ustedes son una yunta de güenos muchachos... Ésta... ¡un alma de Dios!... Sé muy bien que han tenido lástima... (Protestas.) Sí, lástima del pobre criollo viejo... Me recogieron lisiao... para curarme... Pero les pasó como a esos muchachos en el pueblo, que llevan a su casa un perro sarnoso que se han encontrao, y dispués resulta que los padres se lo echan a patadas puerta ajuera...

HORACIO.- (Afectado.) ¡Oh!... ¡No!... ¡No!... Le juro... que...

CANTALICIO.- Les he dicho todo lo que tenía que decir y me voy... No crean que soy un mal agradecido... ¡Por otro lao, ya les había anunciao que nunca me resolvería a vivir entre gringos!...

HORACIO.- ¿Pero somos gringos nosotros?

CANTALICIO.- No, pero lo son los otros... Y no hablemos más, don Horacio. Le declaro que si ahora mismo no me hace llevar al pueblo, me marcho a pie... ¡Palabra de hombre y de criollo!...

HORACIO.- Si es así... no habrá más remedio... lo acompañaré yo...

CANTALICIO.- Que sea en seguida...

HORACIO.- (Después de una pausa.) Voy a preparar el coche...


(VICTORIA se echa a llorar, ocultando la cara en las faldas.)