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La guerra (Barrett)

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La guerra
de Rafael Barrett


La guerra instala al hombre. Para instalarse, para crecer y purificarse, la vida necesita matar; no es hacedero vivir sino a costa de los que viven, y los que deben morir, cumplen, mediante la muerte, su misión de vida. Toda vitalidad poderosa y concentrada es una medida justa de dolor y de muerte. El más suave y perfecto poema tiene un origen despiadado. Pensad en el fatal esplendor conque la Victoria de Samotracia bate el ritmo celeste de sus alas de mármol, los siglos de matanza, de espanto y de tortura que engendraron la Grecia. La transparencia delicada del genio es, como la del cristal, hija del fuego que ilumina y destruye.

Guerra, fiesta de la crueldad: decid aniquilamiento de la crueldad. Esos horrores empapados en el sudor de la angustia desaparecen al realizarse. Se manifiestan como sombras de pesadilla sobre el muro inmenso de las cosas. Existían dentro de los cráneos, y al salir se coagularon con la sangre de los vencidos y se inmovilizaron para siempre. Son los cerebros los verdaderos campos de batalla, y cuando los gestos silenciosos de la ferocidad oculta rompen el dique y pasan del espíritu a la carne, el espíritu, libre de monstruos, reposa en la serenidad y en la belleza. La muerte es vida, y la guerra es paz.

Atilas, escultores de la humanidad, vuestro cincel es el hacha; arquitectos de razas, amáis la sangre con que se cementan los pueblos futuros. Alucinados de arte ciclópeo, arrojáis afuera las tempestades que se mueven dentro de vuestra alma desordenada y demasiado estrecha. Soltáis la interna ola delirante. Lo mismo que vuestros hermanos los escultores de la idea, os desprendéis del sobrante agitado de vuestro ser, y recibís la certidumbre del equilibrio. Mas, ¿cómo juzgar, por los residuos que el cincel abate, la hermosura de la estatua invisible?

Porque sólo existe lo invisible. Para no desvanecernos, hemos de asirnos a lo invisible que en nosotros queda, a lo invisible que palpita dentro y más allá de lo que vemos. Todo lo demás es máscara y cartón, cadáveres y restos de la guerra. Las llanuras y los cielos acribillados de sol no son sino también tinieblas cruzadas por la vida. Si lo invisible es uno, si lo invisible es Dios, no se hizo perfecto mientras no lanzó a la nada, por un acto de guerra, el universo inútil. Y por la guerra se sigue separando lo esencial de lo vano: guerra de los átomos que crió el plasma; guerra de las células que crió el animal; guerra de los instintos que hace surgir en la conciencia, sobre los dragones expirantes, bañado en congoja y desgarrado por el triunfo, el sentimiento de la piedad.



Publicado en "El Diario", Asunción, 11 de diciembre de 1907.