La hermana de la Caridad/Capítulo L
Capítulo L
Desde este día, el sér de Margarita se transfiguró. Aquella dama veleidosa, fué constante; aquella dama ambiciosísima, fué humilde; aquella dama intrigante, fué circunspecta; aquella dama, entregada á todo el revuelto y rudo torbellino de sus pasiones, fué severa, serena, justa; aquella dama que odiaba á la humanidad, fué caritativa; aquella dama, escándalo un tiempo de la corte, fué un modelo de virtud.
Sus penas, sus aflicciones, la lección que la Providencia le daba en toda su vida, la voz amorosa de Angela, sus ejemplos prácticos de virtud, movieron de tal suerte el corazón de la joven á la dulce esperanza, á la bondad, que aquella tumultuosa conciencia de Margarita, entregada al combate de tantas pasiones, se tornó serena, reflejando en su anchuroso seno todos los matices de pura virtud.
Inmediatamente que se sintió buena abandonó el convento y la compañía de Angela, y se fué á vivir modesta y humilde á su casa. Allí comenzó á trabajar, á coser, para ganarse el sustento. Las gentes que la habían visto en el seno de la opulencia, llena de vicios, y que la veían después en el seno de la miseria, resplandeciente de virtudes, la auxiliaban, y puede asegurarse que gozaba de una pacífica y tranquila pobreza. Se levantaba temprano; por su propia mano aseaba su persona y su cuarto; se desayunaba con una taza de leche; trabajaba hasta mediodía, á cuya hora iba siempre á comer con Angela, con su hermana, como ella la llamaba, al convento; por la tarde volvía á trabajar hasta muy entrada la noche, y después se dormía, para volver á la misma tarea.
Los domingos y días de fiesta auxiliaba á Angela en sus mil faenas, y por la tarde paseaban juntas en el jardín del convento, entregadas á sus pensamientos, á sus recuerdos, á sus esperanzas. Margarita, por lo mismo que había sido exaltada en sus vicios, era exaltada en sus virtudes. La misma perspicacia, la misma pasión, el mismo talento, quedaban en ella, pero encaminados á otros fines, no al vicio, sino a la virtud; no á la venganza, sino á la misericordia; no á perderse en el lodo, sino á levantarse en alas de su virtud al cielo. Así, todas las cualidades que para el mal tenía tan aguzadas se habían dormido, despertándose en ella la alta energía moral, que tan bella puede hacer la vida.
El ejemplo de Angela había sido un modelo de virtud práctica para Margarita; un ideal que había derramado en su corazón el amor al bien. Ya lo hemos dicho muchas, muchísimas veces. Debemos ser virtuosos, no sólo por nosotros, sino también por los que nos rodean. La virtud, como el sol, ilumina y fecundiza nuestra vida y la vida de nuestros semejantes. Cuando vemos seres que cumplen con sus obligaciones morales, que realizan su deber, que aman la virtud, prontos siempre al sacrificio, dispuestos á todo por sus hermanos; héroes que no se dan punto de reposo en llevar el pan del alma á los pervertidos, el pan del cuerpo á los desgraciados, involuntariamente sentimos que esa virtud, tan exaltada y tan grande, alumbra con sus rayos nuestros ojos, nuestra vida, y penetra con su dulce calor nuestro corazón y nuestra voluntad. Así, el alma de Margarita, entregada sin norte y sin rumbo fijo á todos los embates de sus pasiones, bajo el influjo del alma de Angela, á su dulce amor, había florecido como la tierra en primavera florece al ardiente beso de fuego que le imprime el sol.
Angela se había propuesto hacer la felicidad de Margarita. Por lo mismo que había sido su rival, deseaba su bien, su ventura; por lo mismo que la había redimido de la esclavitud del vicio, la amaba con entusiasmo. Veía Angela en Margarita una obra suya, y se gozaba en contemplarla, como el artista contempla la hermosa escultura que se levanta en el mármol á los golpes de su cincel.
Sí, era el alma de Margarita, hasta cierto punto, la creación de Angela. El soplo de la Hermana de la Caridad había penetrado en aquel corazón, tornándolo pacífico y sereno; su vida había sido el modelo de la vida de Margarita; sus acciones, la norma de aquella mujer, que, encenagada como el insecto en el lodo de la sociedad, tomaba alas como de mariposa para volar y cernerse en los infinitos espacios, merced al dulce aliento de Angela.
Así, ésta lo que deseaba era dar á Margarita todo el bien posible, devolverle la felicidad perdida, lograr que Eduardo tornase á caer en sus brazos, aunque los celos partieran en mil pedazos su amante corazón; que el sacrificio era como la gran necesidad del alma de Angela, centellante siempre de amor y de entusiasmo.