La hermana de la Caridad/Capítulo XXXIII

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Capítulo XXXIII

Al día siguiente de estas escenas que acabamos de referir, el Conde escribió la carta siguiente á Angela:

«Angela: Os acabo de dar una de las mayores pruebas de lo que es para vos mi corazón. Yo, vengativo, he abandonado mi venganza á un solo mandato de vuestros labios. ¿Persistiréis en ser ingrata? Angela: cuando la palabra de una mujer tiene este mágico influjo en el alma, es porque en esa palabra va envuelta para el alma la vida. Os lo digo como lo siento. La vida para mí, sin vuestro amor, es imposible. Este amor ha creado una segunda alma en mi alma, un nuevo pensamiento en mi pensamiento. Yo, como no me olvido de mí, no me olvido nunca de vos. No, me he engañado. En sueños me olvido de mí, pero nunca de vuestra imagen. Sería ofender á Dios creer que me había inspirado esta pasión para mi mal, para mi tormento. Dios no manda ángeles al mundo sino para dar consuelos, para derramar á manos llenas sus tesoros. Por eso yo os pido un rayo de vuestra mirada, un suspiro de vuestro pecho. ¡Ay, Angela, Angela! El cielo se cerraría á mi esperanza si vos me abandonarais. Dios, permitidme esta arrogancia, al crearos debió tener presente mi alma. Sólo así puedo explicarme esta pasión infinita, este amor celeste, divino. Es el alma que sube, como el fuego al cielo; es la vida que me rodea como una atmósfera; es la divina luz de todas mis obras, el norte de todas mis acciones; todo esto y mucho más, ¡ay! es la pasión infinita que, siento por vos. Aun recuerdo el primer día que os vi transfigurada por vuestro canto, por vuestro arte, como si alzarais el vuelo á otras regiones más limpias y serenas. Mi alma comenzó por dejarse, llevar de aquella armonía a la manera que la hoja del árbol que cae en la corriente de un arroyo. Cuando concluisteis, mi alma se había perdido en vuestra alma, como la gota de lluvia en el mar.

»Yo, desde entonces, no me hallo en mí. Busco mi pensamiento, y mi pensamiento es vuestra imagen. Busco mi corazón, y mi corazón es vuestro recuerdo. Me busco á mi, y no me encuentro, no estoy, en mí. Sin duda mi alma ha volado á ese alma; se ha perdido mi sér en vuestro sér. Dios me ha robado la vida, porque no es mía, no; es vuestra. Amor es, Angela, este que siento, exaltado. Hay muchos instantes en que desearía olvidaros. Me lo propongo como un fin; pero al querer olvidar, os recuerdo con más intensidad. Por eso deseo olvidaros, por teneros más presente. Vivís aquí. Yo no tengo sentimiento sino para amaros, ni fantasía sino para imaginaros amante, ni voluntad sino para seguiros, ni idea ni memoria sino para pensar en vos y recordar mi pensamiento. Sí, Angela; si vierais mi alma, os compadeceríais de ella. Me acerco á vos fatigado y anhelante. Mis ojos están secos de llorar vuestros rigores. Mi corazón está sin sentimiento de puro sentir, sin vida de puro vivir. Yo no puedo ser consolado. La Naturaleza me parece inerte y fría. Sólo me gusta ver el cielo que se refleja en vuestros ojos, y recibir la luz que proviene de vuestra lánguida mirada. ¡Oh! Creedme, creedme. Cuando una pasión ha echado tan profundas raíces en el corazón, esa pasión no se acaba sino con la vida. ¿Qué digo la vida? Más allá de este mundo pasará con mi alma esta idea, este sentimiento. Cuando pienso en que no puedo concebir esperanza, caigo en una tristeza infinita. Todo me sobra, todo. Mi vida me es pesada, el corazón inútil é inútil el pensamiento. En estos días, la muerte podría venir hasta mí, segarme impunemente la garganta con su guadaña. No la sentaría; en tan horrible estupidez ha caído mi alma. ¡Oh, Angela! Mi vida esta en vuestras manos, en vuestra voluntad. Yo no soy dueño de mí. No puedo dejar de escribiros. En cuanto hago no soy libre. Una fuerza me domina, me arrastra; una fuerza de que no puedo libertarme, de que no puedo desasirme. Es vuestra voluntad, vuestra alma, vuestro sér, toda mi vida. Si pudiera abrirse el pecho, sacar el corazón y mostraroslo, veríais acaso el fuego de esta pasión en que me abraso. Quizá compadecieran vuestros ojos lo que no compadece vuestra alma. Cada una de estas palabras es como el pedazo de lava que arroja un volcán. El hervidero de mi pasión queda siempre en el fondo del alma, de este alma dolorida, desgarrada, enferma. No me matéis, Angela; no matéis al CONDE ASTHUR».