La hermana de la Caridad/Capítulo XXXIV
Capítulo XXXIV
Es necesario para saber las consecuencias de esta carta volver los ojos a Margarita. A pesar de los varios afectos del día y de la noche, Margarita se durmió profundamente, muy profundamente. Después despertó, y llamo a su doncella favorita.
-¿No ha venido el señor?
-No, señora.
-¡Me ha abandonado! -dijo Margarita, retorciéndose los brazos de dolor.
-Señora, pensad en que habéis sido salvada de la muerte.
-Es verdad, es verdad. No sé lo que ha pasado por mí.
-Ya estáis entre nosotros.
-Pero se lo debo á Angela.
-Ciertamente. Dicen que se va á, casar con el conde Asthur.
-¡Que oigo! ¿Con el Conde?
-Sí, con el Conde, que está por ella casi loco.
-¡Oh! Eso es terrible, y debe evitarse toda costa.
-Y ¿cómo lo vais á evitar?
-Se me ha ocurrido un pensamiento.
-¿Cuál?
-Voy á vengarme de los dos.
¿A vengaros?
-Si, á vengarme.
-Señora, pensad en vuestra libertad.
¡Oh! No, yo no abandono mi venganza, mi terrible venganza.
-¡Señora, por Dios!
-He pasado días terribles en la prisión.
-Me vengaré de mi verdugo. Me ha abandonado mi marido: me vengaré de mi marido. Se ha interpuesto Angela en mi camino: me vengaré de Angela.
-Desechad esos pensamientos.
-No puedo, no debo. Cuando el corazón chorrea sangre, la sangre sólo se estanca, sólo, con la venganza.
-¡Ay, señora; presiento nuevos males!
-¡Ah! le diré al Conde que Angela ama á Eduardo; le diré que Eduardo me ha abandonado por Angela. Esto taladrará su corazón, y ya me he vengado de él con más certera puñalada. Haré que ese matrimonio se acabe, y me he vengado de Angela; desataré las iras del Conde sobre mi esposo, y me vengaré de mi esposo.
-Por Dios, meditad en las consecuencias de ese paso fatal.
-Lo he meditado. Llevo en mi frente la señal de mis insultos. Yo lavaré esos insultos, yo, con mi propia mano. Me han pisado.
-Acordaos de que os han salvado.
-Sí, para herirme en el corazón. ¡Malvados!
-Señora, pensad en vos.
-Ó vencida, ó vengada.
Margarita temblaba fuertemente. Su acción era vil hasta lo sumo. Su decisión era consecuente con toda su exaltada vida, de exaltadas y terribles pasiones. Se sentó delante de una mesa como azogada. Sus ojos despedían horrible rabia. Cogió la pluma como si cogiera un puñal. La fijó en el papel con alegría feroz, y riendose con una carcajada epiléptica, escribió aquellos infernales renglones. Después, como un asesino que, perpetrado el crimen, arroja el puñal, dejó la pluma, y sonando su timbre, dijo al criado que entró al instante:
-Esto á casa del conde Asthur. ¡Ah! Estoy ya vengada; no sabía yo que era tan fácil mi venganza.