Ir al contenido

La hija del aire/Jornada III

De Wikisource, la biblioteca libre.
La hija del aire
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada III

Jornada III

Suenan chirimías y salen NINO, ARSIDAS, CHATO y gente.
UNO:

[Dentro.]
¡Viva Semíramis bella!

OTRO:

 [Dentro.]
¡Viva del Asia el asombro!

TODOS:

 [Dentro.]
¡Viva la que dio la vida
a nuestro rey generoso!

ARSIDAS:

Ya Semíramis e Irene
vuelven a Palacio.

NINO:

Loco
de contento estoy al ver
su nombre aplaudido.

CHATO:

Todos
estamos acá, ¡pardiez!

SOLDADO I.º:

¡Tonto! ¿Cómo de ese modo?...

CHATO:

Pues para entrar donde quiera,
¿qué más hay que hacerse tonto?
Criado de Semíramis,
[A NINO.]
yo, sabiendo que vos propio
acá mi ama os traéis,
vengo, voy, ¿qué hago? Tomo
y véngome acá también,
o por esto o por estotro.

NINO:

Este es un simple villano
que desde Ascalón conozco;
pues que Semíramis de él
gusta, mandarás, Andronio,
que le vistan de otra suerte,
y no ande de aquese modo.

CHATO:

Vestida tengas el alma
a penas del Purgatorio.
Entra, Madroño, a vestirme
de soldado.

SOLDADO I.º:

De aquí a un poco.
  (Dentro.)
¡Viva la que dio la vida
a Nino, Rey generoso!

ARSIDAS:

Ya la música otra vez
suena; ya se apean.

(Tocan y salen IRENE, SEMÍRAMIS, ricamente vestidas, y DAMAS.)
NINO:

Dichoso
yo, que merecí adorar
dos deidades en un solio,
dos soles en una esfera
y dos diosas en un trono.

SEMÍRAMIS:

Más dichosa quien de vos
tuvo aplausos tan heroicos.

CHATO:

  [Aparte.]
¿Quién no dirá que mi ama
siempre trujo aquel adorno?
Pues yo me acuerdo de cuando
eran pellejos de un lobo.
Pero como ésas, pellejas
vemos hoy cubiertas de oro.

NINO:

¿Qué te ha parecido, hermosa
Semíramis, bello monstruo
de Asia, a cuyos rayos son
tibios los rayos de Apolo,
de la famosa ciudad
de Nínive, del adorno
de sus muros y sus calles,
y comercio populoso?

SEMÍRAMIS:

Si he visto, señor, y tengo
de decir la verdad, todo
cuanto hasta ahora he visto en ella...

NINO:

¿Qué?

SEMÍRAMIS:

Me ha parecido poco.
Mas no me espanto, porque
objeto es más anchuroso
el de la imaginación
que el objeto de los ojos.
Imaginaba yo que eran
los muros más suntuosos,
los edificios más grandes,
los palacios más heroicos,
los templos más eminentes
y todo, en fin, más famoso.

CHATO:

  [Aparte.]
Tan loco nos venga el año,
cuando siembre mis rastrojos.

IRENE:

En las entrañas nacida
de un monte, en el seno bronco
de unos peñascos criada,
¿ánimo tan generoso
y espíritu tan altivo
engendraste?

SEMÍRAMIS:

Sí; que como
pude allí discurrir mucho,
no me contenté con poco.

IRENE:

Entra, pues, en mis jardines
a ver si, ufanos y hermosos,
te agradan más.
[Aparte.]
¡Qué cansada
voy, no de mis celos solos,
sino de haber oído tantos
desvanecimientos locos!

(Vanse las mujeres.)


SEMÍRAMIS:

 (Aparte.)
¿Cómo en tan célebre día
Menón falta de mis ojos?
Mas ¿para qué le echo de menos,
si tantos aplausos logro
sin él? Como éstos no falten,
lo demás importa poco.
  (Vase.)

NINO:

Recatad, afectos míos,
la dulce llama que escondo,
que aún no es tiempo que, sopladas
sus cenizas del Favonio,
de amor el fuego descubran,
que arde ocultamente sordo.

CHATO:

Señor Madroño, ¿es ya hora
de que nos vamos nosotros?

SOLDADO I.º:

¿Qué prisa?

CHATO:

¿Vos sabéis qué es
haber de vestirse un roto?
(Vanse y sale MENÓN.)

MENÓN:

De Siria el Gobernador
ésta envía con un propio.

ARSIDAS:

 (Aparte.)
¡Ay perdida prenda mía!

NINO:

Está bien...

MENÓN:

(Aparte.)
¡Ay dueño hermoso!

NINO:

...antes que otra cosa sepa.
El olvido que os propongo
quiero saber en qué estado
está.

MENÓN:

En el que estaba propio.

NINO:

¿Qué es?

MENÓN:

Que haré cuanto pudiere;
mas pienso que puedo poco.

NINO:

Pues habéis de poder mucho.
Dad la carta a Arsidas todos
los despachos por su mano
lleguen a mí; que ya él solo
me acierta a servir.

ARSIDAS:

Tus plantas
me da a besar.

MENÓN:

No lo ignoro;
pero mandáis a él lo fácil
y a mí lo dificultoso.

NINO:

Venid conmigo a saber
si lo es o no.
[A ARSIDAS.]
Cuidadoso
vos leedla, y vedme.
[Aparte.]
Ahora
cualquier despecho estorbo.
(Vase.)

MENÓN:

Tomad; y si acaso puede
un desdichado a un dichoso
dar algo, sea un consejo;
y es que, atento, cuerdo y pronto
sirváis, sin enamoraros,
porque lo perderéis todo.
 (Vase.)

ARSIDAS:

Bueno es el consejo; pero
ya es muy tarde cuando le oigo,
pues yo solamente sirvo
porque otra hermosura adoro.
¡Con qué de temores dudo!
¡Oh pliego!, tu nema rompo.
  (Lee.)
«Gran Señor: Estorbato, Rey de Batria,
viendo que a los umbrales de su patria
victorioso llegaste,
y que aquella conquista perdonaste,
soberbio ha presumido
que sea temor lo que omisión ha sido.
Con esto y con que a él se pasó huyendo
Lidoro, Rey de Lidia, pretendiendo
el uno de su Imperio apoderarse
segunda vez, y el otro en Siria entrarse,
ejércitos previenen
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
todos los naturales.
Divisos y parciales,
a su Rey esperando,
sospechosos están, y yo aguardando
la invasión. Pocas son las fuerzas mías
si tú, señor, socorro no me envías».
¿Quién se habrá visto jamás
tan confuso y tan dudoso,
pues vengo a ser hoy conmigo
secretario de mí propio?

ARSIDAS:

Como a la Batria pasase
deshecho, vencido y roto,
habrá corrido esta voz,
que con Estorbato torno.
¿Qué haré? ¿Diré al Rey quién soy?
No; que de mí sospechoso,
querrá asegurar conmigo
aqueste nuevo alboroto.
Callaré sólo hasta que
la ocasión descubra el modo
que mejor me estará. ¡Irene,
por ti en qué empeños me pongo!
[Vase.]
(Salen IRENE, SEMÍRAMIS y DAMAS.)

IRENE:

¿En fin, que nada te agrada
de un sitio tan deleitoso?

SEMÍRAMIS:

Es el desvanecimiento
tal que en estas cosas pongo,
que pienso hacerlas mayores
en siendo Menón mi esposo.

IRENE:

¿Estás muy enamorada
de él, Semíramis?

SEMÍRAMIS:

Conozco
que debo a Menón, señora,
todas las dichas que gozo;
y como de agradecida
hay un término tan corto
a enamorada, decir
que lo estoy será forzoso;
si bien es a mi presencia
tal que...

IRENE:

Dilo.

SEMÍRAMIS:

Que me corro
de que haya de ser mi dueño
quien es vasallo de otro.

IRENE:

  [A las DAMAS.]
Salíos todas allá fuera.
(Vanse las DAMAS.)
Ya, Semíramis, que toco
esta plática, no puedo
dilatar más mis enojos;
y así, antes que me preguntes
por qué a este empeño me arrojo
ni qué me obliga, te mando
que desde este instante propio
estés persuadida a que
Menón no ha de ser tu esposo;
porque, aunque vasallo, tiene
dueño, si no tan hermoso,
menos ingrato y más noble,
menos vano y más heroico.
Si el Rey casarte mandare,
con desdén ceremonioso
has de fingir que no tienes
gusto en este desposorio;
y a él le has de dar a entender
que le aborreces, de modo
que, viéndose aborrecido,
aborrezca; pues no ignoro
que sabe una ingratitud
pasarse de amor a odio.
Y pues el Rey hoy por este
jardín ha venido, torno,
Semíramis, a decirte
que en esta puerta me pongo,
sólo a ver de la manera
que tus labios y tus ojos
empiezan a introducir
los desdenes rigurosos
de tu fingida mudanza.
Y así, por ahora sólo
te advierto que desde aquí
todas las acciones noto.

(Escóndese, y salen NINO y MENÓN.)

NINO:

 [Aparte a MENÓN.]
Esto ha de ser; porque está
Semíramis ya aquí, y topo
tan buena ocasión, detrás
de aquestas murtas me escondo.
Llega, dándole a entender
cuánto es tu afecto muy otro;
advirtiendo que me quedo
donde cuanto digas oigo.
(Escóndese.)

SEMÍRAMIS:

  [Aparte.]
¿Habrá rigor más violento?

MENÓN:

 [Aparte.]
¿Trance habrá más riguroso?

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
¿Que haya de dar a entender
yo que ingrata correspondo?

MENÓN:

[Aparte.]
¿Que haya que decir por fuerza
yo que lo que estimo enojo?

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
Sí, pues así le aseguro.

MENÓN:

[Aparte.]
Sí, pues así la reporto.

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
Aunque, si a la ira advierto...

MENÓN:

[Aparte.]
Aunque, si atiendo al enojo

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
...que de la envidia de Irene
dentro de mi pecho formo...

MENÓN:

[Aparte.]
...que de los celos del Rey
dentro de mi alma lloro...

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
...en fingir que le aborrezco...

MENÓN:

[Aparte.]
...en decir que no la adoro...

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
...sospecho que no haré mucho.

MENÓN:

...presumo que haré muy poco.

IRENE:

  [Aparte.]
Ya se han visto. Celos, tenga
piedad mi industria en vosotros.

NINO:

Ya se hablan; consiga, celos,
mi pena algún desahogo.

SEMÍRAMIS:

En mucho estimo, Menón,
hoy a los Cielos piadosos
esta ocasión que me han dado
de hablaros en mis enojos,
que, a dilatarse un instante,
presumo que escandalosos
reventaran el volcán
de mi pecho, dando asombros
al Cielo, hasta que llegase
o lo ardiente o lo ruidoso
de mis quejas a deciros
que, ofendida de vos, torno
por consejo a aconsejaros
no tratéis de ser mi esposo.

IRENE:

 [Aparte.]
No entra mal en el despecho
Semíramis.

MENÓN:

 [Aparte.]
¡Rigurosos
Cielos! Si ella no ha sabido
que el Rey está oyendo, ¿cómo
me habla con tanto rigor?

NINO:

 [Aparte.]
¿Semíramis, ¡estoy loco!,
sale al paso a su mudanza?

MENÓN:

[Aparte.]
¡Que sea, ¡ay de mí!, forzoso,
siendo sus enojos falsos,
hacer ciertos sus enojos!
  [Aparte a ella.]
Semíramis, aunque tengas
quejas de mí, y aunque ignoro
la ocasión, no te he de dar,
¡quién vio más terrible ahogo!,
satisfacciones, porque
no puedo. ¡Atiende a mis ojos,
hermoso imposible mío!
Esto a las quejas respondo;
y en cuanto a que ser no quieras
mi esposa, yo te perdono
el desaire... No hago tal
de decírmelo en mi rostro,
pues con eso has excusado
que yo te diga lo propio.

SEMÍRAMIS:

¿Que tú lo dijeras?

MENÓN:

Sí.

IRENE:

  [Aparte.]
¡Él la desprecia! ¡Qué oigo!

NINO:

[Aparte.]
No empieza a fingirlo mal.

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
Si él, ¡Cielo!, está tan remoto
de que Irene me está oyendo,
¿cómo me habla de este modo?
  [A MENÓN.]
Pues si vos tan consolado
estáis, que de mis enojos
aun no preguntáis la causa,
no añadamos unos a otros.
Id con Dios.

MENÓN:

Quedad con Dios.
(Hacen que se van.)

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
¡Que sin afecto amoroso
me llega a hablar y se vuelve!

MENÓN:

[Aparte.]
¡Con qué seco desahogo
me deja ir y no me llama!

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
Pero el callar es forzoso.

MENÓN:

[Aparte.]
Pero el sufrir es preciso.

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
¡No hubiera un estilo como
hablar callando!

MENÓN:

[Aparte.]
¡No hubiera
de callar hablando un modo!

SEMÍRAMIS:

(A IRENE.)
Para la primera vez
que a servirte me dispongo
bien entablado he dejado
el tema.

IRENE:

Ya lo conozco;
pero quisiera que fuese
más declarado el oprobio.

SEMÍRAMIS:

¿Más?

IRENE:

Sí.

MENÓN:

(A NINO.)
Para la primera
licción que de olvido tomo,
¿no la he repetido bien?

NINO:

Sí, pero la has dicho poco.

MENÓN:

Pues pensé yo que era mucho,
y aun de lo mucho me asombro.

IRENE:

[A SEMÍRAMIS.]
Vuélvele a llamar; y asienta
que no trate en ser tu esposo.

NINO:

[A MENÓN.]
Vuélvela a hablar; dila que
no has de hacer el desposorio.

SEMÍRAMIS:

Sí haré.
[Aparte.]
Hablen mis sentidos
aquí, cumpliendo con otros.

MENÓN:

Sí haré.
[Aparte.]
Mi dolor conmigo
cumpla aquí, hablando en mi propio.

SEMÍRAMIS:

Menón.

MENÓN:

Semíramis.

SEMÍRAMIS:

Pues,
¿a qué tornáis aquí?

MENÓN:

Torno,
yo no sé a qué. Decid vos,
¿por qué me nombráis?

SEMÍRAMIS:

Os nombro
porque... ¡Pero qué sé yo,
cuando andáis tan cauteloso
para deciros que os llamo!
Por deciros que me corro
de haberos dado esperanza
de que seréis tan dichoso
que jamás me merezcáis.

MENÓN:

Pues yo volvía a eso propio.

SEMÍRAMIS:

Sí; mas quiero yo decirlo;
vos no lo digáis.

MENÓN:

En todo
opuestos parece que hoy,
ingrato imposible, somos;
pues yo no decirlo quiero
y que vos lo digáis tomo
por partido.

SEMÍRAMIS:

¿Qué os obliga?

MENÓN:

No sé; ¿y vos?

SEMÍRAMIS:

También lo ignoro.

MENÓN:

Decidlo vos; que quizá
tenéis...

SEMÍRAMIS:

¿Qué?

MENÓN:

Menos estorbo.

SEMÍRAMIS:

Quizá mayor.

MENÓN:

No es posible.

SEMÍRAMIS:

No os entiendo.

MENÓN:

Yo tampoco;
mas si vierais lo que paso...

SEMÍRAMIS:

Si supierais lo que escondo...

MENÓN:

...vierais...

SEMÍRAMIS:

...supierais...

MENÓN:

...que yo...

SEMÍRAMIS:

...que yo...

MENÓN:

...siento...

SEMÍRAMIS:

...sufro...

LOS DOS:

¿Qué oigo?

SEMÍRAMIS:

¿Por qué?

MENÓN:

Decid.

SEMÍRAMIS:

Estoy muda,
hablad vos.

MENÓN:

Estoy dudoso.

SEMÍRAMIS:

Pues, adiós.

MENÓN:

Adiós, pues. Idos,
(Aparte.)
(pero así el silencio rompo,)
vos por esta parte.

SEMÍRAMIS:

Y vos
por estotra.

IRENE:

¡Necia!

NINO:

¡Loco!

IRENE:

¿Qué has dicho?

NINO:

¿Qué has hecho?

SEMÍRAMIS:

Yo
nada he dicho.

MENÓN:

Yo tampoco.

IRENE:

¡Señor!

NINO:

¡Irene!, ¿tú aquí?

SEMÍRAMIS:

 [Aparte.]
¡Muerta estoy!

MENÓN:

 [Aparte.]
¡Estoy absorto!

IRENE:

Sí, señor...
 (Aparte.)
(Disculpad, Cielos,
esta sospecha en mi abono.)
...porque a Semíramis dije
que aunque haya de ser su esposo
Menón, estando conmigo
no se atreva a hablar de modo
que el respeto de mi sombra
peligrar pueda en un solo
átomo; y así escuchaba
ofendido mi decoro.

NINO:

Yo no escuchaba por eso,
que, habiendo tan alevoso
descubiértome Menón,
responderé de otro modo,
pues él, Semíramis, quiere
que vos sepáis que os adoro.

SEMÍRAMIS:

  [Aparte.]
¿Qué es esto, Cielos? ¡De mí
enamorado el Rey! ¿Qué oigo?

NINO:

Semíramis, yo he querido
salvar la voluntad mía
de especie de tiranía.
A este fin he prevenido
facilitar el olvido
de Menón, por merecer,
sin ser yo tirano, ser
dueño de mi voluntad,
fiando de su amistad
aún más que de mi poder.
El lance de hoy es testigo
del estado de los dos:
por andar fino con vos,
traidor ha andado conmigo.
No que os quiera le castigo;
que fuera culpar mi amor
dar el suyo por error;
que me ofenda, sí, que es justo,
pues quien es traidor al gusto
a todo será traidor.
¡Hola!

(Sale ARSIDAS.)

ARSIDAS:

Señor.

NINO:

A esa fiera
desconocida e ingrata
que a quien alimenta mata,
las armas quitad, y muera
en la prisión más severa
de Nínive; su castigo
que sea escarmiento, digo,
de toda Siria, pues hallo
ser malo para vasallo
quien no es bueno para amigo.

MENÓN:

Esta, señor, es mi espada;
que no puedo en trance igual
darte mejor memorial
que a ella de sangre bañada.
Mira ya a tus pies postrada
la que fue rayo de Oriente;
sólo pido que, prudente,
adviertas que rayo ha sido,
y que, así, no habrá ofendido
los laureles de tu frente.
Todo mi delito es
que amor hiciese delito.

MENÓN:

Tu perdón no solicito;
antes, te pido me des
una y muchas muertes, pues
tan firme me considero
en el afecto primero,
que estimo el rigor, que ya
lo que padezca será
testigo de lo que quiero.
El Rey, Semíramis bella,
porque te adoro, se ofende.
¿Qué prende en mí, si no prende
también conmigo a mi estrella?
¿Ella no me influye? ¿Ella
no es astro del Cielo? Sí.
¿Pues qué importará que aquí
prisión den a mi pasión,
si también en mi prisión
sabrá mi estrella de mí?
¿Y qué es estar preso? Muerto,
tengo de estarte adorando;
que si las estrellas, cuando
luz recibieron, es cierto
crían su influjo, hoy advierto
que antes de llegar yo a ellas,
si quisieron las estrellas,
mi amor, que en ellas está
después y antes, durará
todo lo que duren ellas.

NINO:

Llevadle de aquí. Mas no,
dejadle. Cobra tu acero,
que otra experiencia hacer quiero
yo de cuanto valgo yo.
¡Semíramis!

SEMÍRAMIS:

[Aparte.]
¿Quién se vio
en tal duda?

NINO:

Aunque quisiera
conseguir de otra manera
de tu hermosura el favor,
quiero deber a mi amor
lo que a mi poder debiera.
En tu libertad estás,
que yo no he de ser tirano.
Si a Menón le das la mano,
a un infeliz se la das,
en cuyo estrago verás
las mudanzas de la Luna;
que si mi suerte importuna
su amor no puede quitarle,
podrá, a lo menos, negarle
los bienes de la fortuna.
De mi gracia despedido,
de mi Corte desterrado,
de mis Imperios echado,
de mi gente aborrecido,
mísero, triste, abatido,
ha de vivir, sin honor,
sin amparo y sin favor.
Si con esto quieres ser
su mujer, sé su mujer;
que yo moriré de amor.

MENÓN:

Semíramis, si es que aquí
quieres ser agradecida,
acuérdate que la vida
del segundo ser te di.

NINO:

Que tú me la diste a mí,
y que a pagarla me atrevo,
te acuerda también.

MENÓN:

Yo llevo
ventaja.

NINO:

Si a esto te mueves...

MENÓN:

Págame lo que me debes.

NINO:

Cobra lo que yo te debo.

MENÓN:

¿Qué blasón más celebrado
tendrá tu famoso nombre,
que poder hacer a un hombre
dichoso de desdichado?

NINO:

Porque sea infeliz su hado
no te tenga infeliz a ti.

IRENE:

Tiempo de pensarlo aquí
le dad.

SEMÍRAMIS:

No le he menester
a lo que he de responder.

LOS DOS:

¿Luego ya lo sabes?

SEMÍRAMIS:

Sí.
Menón, aunque agradecida
a tus finezas me siento,
ningún agradecimiento
obliga a dejar perdida
toda la edad de una vida;
que el que da al que pobre está,
y con rigor cobra, ya
no piedad, crueldad le sobra,
pues aflige cuando cobra
más que alivia cuando da.
Si ya tu suerte importuna,
si ya severo tu hado
pródigos han disfrutado
lo mejor de tu fortuna,
la mía, que hoy de la cuna
sale a ver la luz del día,
la luz quiere; que sería
horror que una a otra destruya;
y si acabaste la tuya,
déjame empezar la mía.
Si de un vicio la inquietud,
de una virtud el indicio,
vuelve la virtud en vicio
antes que el vicio en virtud;
mas con la solicitud
de mi vida vencer oso
tu desdicha, que es forzoso
que, una de otra acompañada,
tú me hagas desdichada
y yo no te haga dichoso.

SEMÍRAMIS:

La vida que te debí,
con tomarla la pagué;
por ti lo hiciste, pues fue
antes de saber de mí.
La que yo a Nino le di,
la misma duda ha tenido;
mas si él honrarme ha querido,
¿no será, Menón, error,
por seguir a un acreedor,
dejar a un agradecido?
Del Rey en desgracia estás,
sin privanza y sin estado,
fugitivo y desterrado,
de su vista huyendo vas.
No puedo hacer por ti más
hoy que el no ser tu esposa,
que hermosa mujer no hay cosa
que tanto a un pobre le sobre,
porque es sátira del pobre
el tener mujer hermosa.
(Vase.)

NINO:

Pues de tus esperanzas estás,
Menón, tan desengañado,
para siempre desterrado
hoy de Nínive saldrás
sin que ya esperes jamás
ver a Semíramis bella;
que pues que te deja ella
sin saberme tú obligar
no te quiero yo dejar
ni aun el consuelo de vella.

(Vanse, y queda solo MENÓN.)

MENÓN:

¿Vivo o muerto? Cierto es que, si viviera,
este dolor, sin duda, me matara;
y, si muriera, es consecuencia clara
que este dolor, sin duda, no sintiera.
Luego vivo a sentir mi pena fiera
y muero a no sentirla. ¡Oh, quién se hallara
tan afecto a los dioses, que alcanzara
el querer y olvidar cuando él quisiera!
Privanza, honor, estado, Rey y dama
perdí, y sólo ha llegado a consolarme
que aún ha dejado que perder mi estrella.
¿Alma no tengo? Sí; pues hoy la fama
condenado de amor podrá llamarme,
porque aun el alma he de perder por ella.
(Vase y sale CHATO vestido de soldado, ridículo, con espada y plumas.)

CHATO:

¡Señor!, ¡ah, señor!, ¡señor!
Fuese yendo paso a paso,
sin hacer de mí más caso
que de un enfermo un doctor,
que ésta es la cosa de que
menos se le da, a fe mía,
pues viéndole cada día,
parece que no le ve.
Saber quise si es así
una voz que ahora corrió
de que a Semíramis no
se le da un maravedí
de todo su amor, porque
la quiere el Rey; y yo hallo
que haría mal en pescudallo,
supuesto que ya lo sé.
Que claro está que una dama
más del Rey lo querrá ser,
que de otro propia mujer;
porque aquello de la fama
es fama, y póstuma ya,
que ha mil días que murió;
o, si no, dígalo yo,
o mi mujer lo dirá.
¿Qué importa a los que me ven
ser de ella expulso marido,
si yo ando en traje lucido,
como bien y bebo bien?

(Sale SIRENE.)

SIRENE:

[Aparte.]
Hasta que tope con él,
toda Nínive he de andar,
y aun en palacio he de entrar.
Pescudarle quiero a aquel
que allí está, si le vio acaso.
[A CHATO.]
Soldado, decidme vos...

CHATO:

[Aparte.]
¡Mi mujer es, juro a Dios!

SIRENE:

...si habéis visto...

CHATO:

 [Aparte.]
¡Lindo paso!

SIRENE:

...a uno que se llama Chato.
Tras Semíramis ha un mes
que vino. Por señas que es
grandísimo mentecato.

CHATO:

No le conozco, ¡por Dios!
Que un Chato es, que aquí ha venido,
narigón tan entendido,
que no se acuerda de vos.

SIRENE:

¡Ay, Chato del alma mía!
¿Eso es lo que en ti tengo,
cuando sola a verte vengo?

CHATO:

¿Sola?

SIRENE:

Sin más compañía
que mis lágrimas no más.

CHATO:

¡Qué amor! Esto sí es tener
un hombre honrada mujer.

SIRENE:

¡Qué bravo soldado estás!
No te había conocido.

CHATO:

Por eso me habrás buscado;
que más un bravo soldado
vale, que un manso marido.

SIRENE:

Ya la malicia es en balde;
que ya Floro se ausentó.

CHATO:

¿Y a falta de buenos, yo
soy buscado para alcalde?
Pues por adonde venís,
Sirene, os podéis tornar,
que acá hay mucho que pensar,
y aguarda Semíramis.

SIRENE:

Tras ti he de ir.

CHATO:

Y yo enojado
más de una hora pienso estar;
que esto es saber castigar.
(Vase.)

SIRENE:

¡Pues para ésta, menguado!
(Vase.)
(Salen el REY y ARSIDAS.)

NINO:

¿Eso contiene la carta?

ARSIDAS:

Esto la carta contiene.

NINO:

No me da cuidado el ver
que Estorbato guerra intente
contra mí, cuanto pensar
que Lidoro con él vuelve.
Por mi general te nombro,
y así, a partir te resuelve
a toda prisa.

ARSIDAS:

Tus plantas
beso humilde, que bien puedes
creer, mientras yo te sirvo,
que Lidoro no te ofende.

NINO:

Después trataremos de esos
despachos; y ahora vete;
que pues ya la oscura noche
las alas nocturnas tiende,
coronado de esperanzas,
mi amor, hasta que desprecie
Semíramis a Menón,
hablarla a solas pretende,
porque el favor no embarace
la asistencia de más gente.
Y así, mientras yo a su cuarto
voy, tú desde aquí te vuelves.
(Vase.)

(Sale MENÓN.)

MENÓN:

Pisando las negras sombras,
imágenes de mi muerte,
con la llave que tenía
de los jardines de Irene,
a Semíramis veré;
que aun el metal, muchas veces,
siendo inanimado, ignora
a qué nace; dígalo éste,
labrado para favores,
logrado para desdenes.
Hablarla pienso, porque,
antes que de ella ausente,
el tropel de mis desdichas
me aconseja que me queje
de su ingratitud; que, al fin,
un ofendido no tiene
ni más favor que le ampare,
ni más duelo que le vengue.
(Sale NINO.)

NINO:

Noche, aunque siempre hayas sido
tercera de hurtos aleves,
sólo esta vez de hurtos nobles
tercera también; no siempre
tu horror induzca a los males,
guía un día hacia los bienes.

MENÓN:

Entraré en su cuarto, pues
informado de que es éste
estoy ya, y el corazón
lo dijera sin saberle.

NINO:

Este es su cuarto; mejor
dijera la esfera breve
adonde en golfo de flores
el Sol más hermoso duerme.

MENÓN:

¡Oh, centro de mi esperanza!

NINO:

¡Oh, patria de mis placeres!

MENÓN:

¡Qué triste piso tu umbral!

NINO:

¡Tu friso toco, qué alegre!

MENÓN:

Pasos siento.

NINO:

Un bulto miro.

MENÓN:

Ya me es forzoso volverme.

NINO:

Ya me es forzoso seguirle.
Aunque recatado intentes
huir, aborto de las sombras,
tengo que saber quién eres.

MENÓN:

La voz es del Rey; aquí
no hay resistencia más fuerte
que el huir. ¡Quieran los dioses
que ya con la puerta acierte!
(Vanse y vuelve el REY desnuda la espada.)

NINO:

Sin darme respuesta alguna,
cobarde la espalda vuelve.
Sabré quién es quien al culto
sagrado de estas paredes,
licenciosamente osado,
a tales horas se atreve.

MENÓN:

Perdí el tino. ¡Hojas y ramas,
pues sois de amor delincuentes
toda la vida abrazadas,
en vuestro centro esconderme!

NINO:

No podrán; que a mucha luz
te sigue mi fuego ardiente.

MENÓN:

Yo no he de sacar la espada;
por esta puerta es bien que entre
a ver si topo por donde
me arroje, aunque me despeñe
sobre las ondas del Tigris.

NINO:

Mal el huir te defiende;
que, aunque huyas como cobarde,
te sigo como valiente.

SEMÍRAMIS:

(Dentro.)
Pasos oigo y voces. Dadme
una luz; saber intente
quién aquí... Menón, ¿qué es esto?

MENÓN:

Venir yo a buscar mi muerte,
y haberla hallado, que es harto
siendo infelice.

NINO:

¿Tú eres,
traidor? Mas ¿quién sino tú
fuera traidor tantas veces?

MENÓN:

Sí; pero traición de amor,
traición que honra más que ofende.

NINO:

¿No te mandé que salieras
de Nínive?

MENÓN:

Obedecerte
quise; salí, mas no hallé
otro refugio sino éste.

NINO:

¿Por dónde entraste?

MENÓN:

No sé.

NINO:

Aunque es tu honor darte muerte
yo, muere, traidor, a mis manos.

SEMÍRAMIS:

No le mates, señor, tente.

MENÓN:

Suspende la ira, si es que
celos del ruego no tienes.

NINO:

No; que son mis celos nobles,
y, rogados, se suspenden;
que si el vengarme interés
es mío, cuando eso fuere,
es interés del respeto
de Semíramis el verse
obedecida; y así,
entre los dos intereses,
quiero ser rebelde al mío
por ser al suyo obediente.
La vida te doy; levanta,
pues Semíramis lo quiere.

SEMÍRAMIS:

Yo lo estimo, por pagarle,
señor, y porque me deje,
viéndose ya en paz conmigo;
que si una vida le debe
mi ser, dándole otra vida
ya ningún derecho tiene
contra mí. Y así, Menón,
pues en paz estamos, vete,
y déjame que yo logre
de mi destino la suerte.

NINO:

Eso no; que es una cosa
que a darle la vida llegue,
y, otra, que no llegue a darle
castigo; y, así, se medie
que viva, pues tú lo mandas,
mas preso, pues que me ofende.
La escuadra que está de guarda
en ese cuarto de Irene,
di, Silvia, que mando yo
que hasta estos jardines entre.

MENÓN:

Si me prendes, no me das
vida, sino civil muerte.

SEMÍRAMIS:

Tenga, señor, libertad,
siquiera por interés
de la vida que me dio.

NINO:

Ya estás libre. ¿Qué más quieres?
Y aun más he de hacer por ti.
Si otra vez volviere a verte
en su vida, le perdono,
para que nunca te quede
que pedirme más por él.

SOLDADO I.º:

¿Qué me mandas?

SEMÍRAMIS:

Piadoso eres.

NINO:

Ya, que saquéis a Menón
de palacio solamente,
y con vida y libertad
le dejad donde él quisiere.
Pero mirad, de vos fío...
(Habla aparte el REY con el SOLDADO.)

MENÓN:

¡Oh, fiera, lo que me debes!

SEMÍRAMIS:

¿Te ha dejado libre?

MENÓN:

Sí.

SEMÍRAMIS:

¡Cuánto un acreedor ofende!

NINO:

¿Habéisme entendido ya?

SOLDADO I.º:

Y se hará de aquesa suerte.
Vamos.

MENÓN:

Mucho temo, aunque
libertad y vida lleve,
Semíramis, que en mi vida
ya no he de volver a verte.
(Vanse MENÓN y los SOLDADOS.)

NINO:

Semíramis.

SEMÍRAMIS:

Gran señor.

NINO:

¿Hay más en que obedecerte?

SEMÍRAMIS:

Mejor dirás en qué honrarme.

NINO:

Pues estás servida, llegue
agradecido mi pecho
a dar una y muchas veces
los brazos por la elección
que hoy en quedarte...

SEMÍRAMIS:

Detente,
señor, que si agradecida
a tus honras y mercedes
me mostré, de mi fortuna
logrados los accidentes
que favorables conmigo
se mostraron, cuando pienses
que son favores de amor,
más que me ilustran, me ofenden.

NINO:

Semíramis, un afecto
persuadido fácilmente
a una dicha, mal de aquel
concepto se desvanece.
Yo creí que eran favores
hechos a mi amor haberte
quedado en palacio, y ya
más creeré que son desdenes.
En mi poder estás hoy,
yo te adoro: neciamente
dejaré a tu rendimiento
mi ventura.

SEMÍRAMIS:

No lo intentes,
que primero que de mí
triunfe amor, me daré muerte.

NINO:

Detendrete yo las manos.

SEMÍRAMIS:

Soltarélas yo.

NINO:

Mal puedes,
que las prisiones de amor
no se rompen fácilmente.

SEMÍRAMIS:

Sí hacen, sí, cuando la lima
del honor sus hierros muerde.

NINO:

Yo te adoro.

SEMÍRAMIS:

Tú me agravias.

NINO:

Yo te estimo.

SEMÍRAMIS:

Tú me ofendes.

NINO:

Vencerate mi porfía.

SEMÍRAMIS:

Sabrá mi honor defenderme.

NINO:

¿Si entre mis brazos estás,
de qué suerte?

SEMÍRAMIS:

De esta suerte.
 (Sácale la daga.)
Dándome muerte tu acero.

NINO:

Prodigiosa mujer, tente;
que ya, en mi sangre bañado
te estoy viendo, osada y fuerte,
esgrimir contra mi vida
iras y rayos crueles.
¡Mi mismo cadáver, Cielos,
miro en el aire aparente!
Pálido horror, ¿qué me sigues?
Sombra infausta, ¿qué me quieres?
¡No me mates, no me mates!

SEMÍRAMIS:

¿Qué te acobardas, qué temes,
señor, si este acero sólo
contra mí sus filos vuelve?
Contra mi pecho le esgrimo,
no contra ti; no receles,
pues a mi lealtad y a él
juntos a tus pies nos tienes.

NINO:

¿Qué ilusión, qué fantasía,
formada en el aire leve,
de mi muerte imagen triste,
ya en sombras se desvanece?
Sin duda, alguna deidad,
mujer, en tu amparo tienes,
que con agüeros te guarda,
con anuncios te defiende.
No quiero favor violento
de tus brazos; vuelve, vuelve
ese acero a mi poder
-¡con qué temor llego a verle!-;
que mi palabra te doy
que tu hermosura respete.
Mas, si tampoco es posible
que sin ella viva y reine,
hay un medio que se oponga
entre gozarte y perderte.

SEMÍRAMIS:

¿Qué medio, si es imposible?
Que el Cielo mi honor defiende.

NINO:

El perderte como amante,
pues que los dioses lo quieren,
y gozarte como esposo.

SEMÍRAMIS:

¿Qué dices?

NINO:

Lo que ha de verse.

SEMÍRAMIS:

El ser tu esclava serán
mis rayos y mis laureles.

NINO:

Verá el mundo en sus aplausos
cuánto a los dioses les debes.

SEMÍRAMIS:

Hija soy de Venus, y ella
mis fortunas favorece.
 [Aparte.]
Yo haré, si llego a reinar,
que el mundo mi nombre tiemble.
(Vanse, y salen los SOLDADOS y MENÓN, sacados los ojos.)

MENÓN:

¡Ay, infelice de mí!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Dónde me lleváis, después
que, tiranos y crueles,
me habéis sacado los ojos?

SOLDADO I.º:

Mandato del Rey es éste.
Él nos dijo que en la parte
que tú, Menón, escogieses,
te dejáramos con vida
y libertad de esta suerte.
Tú a las puertas de palacio
dices que quedarte quieres;
en ellas estás y en ellas
libertad y vida tienes.
El Rey cumplió su palabra;
de nosotros no te quejes.
(Vanse los SOLDADOS.)

MENÓN:

Su palabra, es la verdad,
cumplió el Rey; mas con traición.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿qué muerte hay ni qué prisión
como aquesta oscuridad?
Mortales, si hoy de mí
huyó la tiniebla fría
de ese celestial rubí,
y es para todos de día,
aún de noche es para mí.
Llorad, llorad la importuna
suerte que en mi fe contemplo;
sentid con piedad alguna,
venid a ver un ejemplo
del honor y la fortuna.
El que envidia daba ayer,
mayor lástima os dé hoy;
muévaos a piedad el ver
que ciego y que pobre voy
pidiendo para comer.
En tragedia tan esquiva
sólo el consuelo reciba
de lastimaros con ella.

[Gente dentro.]

[VOCES]:

¡La gran Semíramis bella,
Reina del Oriente, viva!

MENÓN:

¿Qué dulces ecos despojos
son del aire repetidos?
Ya son menos mis enojos,
pues me dejó mis oídos,
aunque me llevó mis ojos.
«Semíramis» entender
pude, y «Reina». ¡Qué placer!
Mas ¡ay de mí!, ¡qué pesar!,
que, hasta no verla reinar,
no fue pérdida el no ver.
¿Quién me dirá qué es aquello?

(Sale CHATO.)

CHATO:

[Aparte.]
No hay cosa como ser loco,
si es que da en buen tema; y ello
es fácil que poco a poco
se va saliendo con ello.
Semíramis dio en que había
de reinar, y ya este día
la van siguiendo su humor.

MENÓN:

¡Oh, tú que pasas, si horror
no te da la suerte mía!

CHATO:

Perdone, hermano.

MENÓN:

No soy
mendigo. Repara en mí.

CHATO:

No tengo qué dar, y voy
de prisa.

MENÓN:

¿Eres Chato?

CHATO:

Sí.
¿Qué es esto que viendo estoy?
¡Tú de esta suerte, señor!

MENÓN:

Sí, amigo; que esto ha podido
de mi fortuna el rigor.
Dime, ¿qué la causa ha sido
de este festivo rumor?

CHATO:

No sé si hablarte podré;
pero, al fin, la causa fue
que hoy el Rey a la persona
de Semíramis corona
por esposa y Reina.

MENÓN:

¿Qué
te daré en albricias yo?
Solamente me dejó,
por acaso, mi desdicha
este diamante.

CHATO:

Fue dicha
grandísima; pero no
hizo bien la suerte esquiva
en que no sea esta centella
tan grande como una criba.
[Gente dentro.]

[VOCES]:

¡La gran Semíramis bella,
Reina del Oriente, viva!

MENÓN:

Segunda vez he escuchado
la voz.

CHATO:

¿Qué mucho, si está
en trono tan levantado
cerca de aquí?

MENÓN:

Tu cuidado,
Chato, me lleva hacia allá,
que, si a verla no, si llego
a oírla consuelo tendré.

CHATO:

[Aparte.]
(Ya del diamante reniego,
pues que ya por él seré,
según lo que ahora se ve,
desde hoy mozo de ciego.)
Mas ya desde aquí la altiva
fábrica del trono, y ella
y el Rey se ven.

MENÓN:

¡Suerte esquiva!

TODOS:

(Dentro. Chirimías.)
¡La gran Semíramis bella,
Reina del Oriente, viva!

(Descúbrese un trono y en él, sentados, NINO y SEMÍRAMIS; IRENE, ARSIDAS y gente.)

NINO:

¡Viva! Y de aqueste eminente
laurel ciña su arrebol,
dividido de mi frente,
y, pues es Reina del Sol,
Reina será del Oriente.

IRENE:

Del tiempo dulces engaños,
cuente tu posteridad
con felices desengaños,
de una edad en otra edad,
por siglos y no por años.

SEMÍRAMIS:

El rendimiento y amor
con que tu luz reverencio,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
agradézcale el silencio,
que es el que sabe mejor.

MENÓN:

 [Aparte.]
Puesto que su voz oí,
también ella me oirá a mí.
El parabién la he de dar;
todo es perder el hablar
al modo que el ver perdí.)
Gran Semíramis de Siria,
cuyos aplausos ilustres,
a par del mayor lucero,
edades eternas duren,
Menón fui; mi nombre digo,
porque, al ver quién es, no dudes
lo que me dejó, las voces,
aunque me quitó las luces.

NINO:

¡Qué atrevimiento!

SEMÍRAMIS:

¡Qué espanto!

IRENE:

¿Quién hay que el verle no asuste?

ARSIDAS:

¡Qué lástima!

LISÍAS:

¡Qué desdicha!

MENÓN:

Ufano de que te juren
hoy los Imperios de Siria,
que a otro norte se divulguen,
llego a darte el parabién.
Que fui el primero que tuve
parte en tus aplausos, sea
el primero que pronuncie
tus grandezas; que el querer,
gran deidad, aunque me injuries,
que triunfes, vivas y reines...
Pero aquí mi voz se mude,
no a mi arbitrio, sino al nuevo
espíritu que se infunde
en mi pecho, pues me obliga
no sé quién a que articule
las forzadas voces que
ni vivas, reines ni triunfes.
Soberbiamente ambiciosa,
al que ahora te constituye
Reina, tú misma des muerte
y en olvido le sepultes,
siendo aqueste infausto día
universal pesadumbre
de los vivientes; y, en muestra
de que presagios lo anuncien
de cielos, astros y signos,
la gran monarquía deslustren.

(Truenos.)

NINO:

Calla, calla, que parece
que hay deidades que te escuchen,
pues obedientes se alteran
con mortales inquietudes
cielos, montes y elementos,
que a tus voces se confunden,
respondiéndote uno solo
en idioma de las nubes.

SEMÍRAMIS:

La fábrica de los cielos
sobre nosotros se hunde,
a cuyo estallido todos
los ejes del polo crujen.

IRENE:

Los montes contra los aires,
volcanes de fuego escupen,
y ellos pájaros de fuego
crían que sus golfos surquen;
el gran Tigris encrespado,
opuesto al azul volumen,
a dar asalto a los dioses,
gigante de espuma, sube.

ARSIDAS:

¿Qué se nos ha hecho el sol,
que de nuestra vista huye?

CHATO:

La artillería del cielo
juega, y pierde, pues que gruñe.

SEMÍRAMIS:

De Venus y de Diana
las competencias comunes
se vengan, pues cuanto aúna
Venus, Diana destruye.

NINO:

Pues no podrá; porque a mí
no hay agüeros que me turben.
Semíramis, a pesar
de los portentos que influyen
tu vida, tu esposo soy.

SEMÍRAMIS:

Yo tu esposa, aunque procure
Diana con estos asombros
quitar a mi fama el lustre.

CHATO:

Entre todo este alboroto
vuesas mercedes escuchen.
Ya ven que esta loca queda
hecha Reina. A sus ilustres
hechos, a sus vanidades
y su muerte no se dude
que, con la segunda parte,
os convida, Corte ilustre,
quien más serviros desea
si aquestas faltas se suplen.