La historia de Tobías/Acto I

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​La historia de Tobías​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

Salen TOBÍAS EL VIEJO y ANA su mujer y TOBÍAS EL MOZO.
TOBÍAS VIEJO:

  Pues que por nuestros pecados
quiso el gran Dios de Israel
que fuésemos castigados
con cautiverio cruel,
y a tierra extraña arrojados;
  pues entre Medos y Asirios
pasamos tantos martirios,
cuantos van tristes deseos
a los campos Idumeos,
a los Samarios y Sirios:
  aplaquemos al gran Dios,
Ana, mi amada mujer,
y vos, mi hijo; que en vos
como en espejo he de ver
si somos uno los dos.
  Por eso os puse Tobías,
como mis padres a mí,
aunque en más felices días:
pues que yo mi nombre os di
tomad vos las obras mías.
  Cuando el rey Salmanasar
reinaba, el que cautivó
nuestros Tribus, pude yo
gracia en sus ojos hallar:
muchas doy al que la dio.

TOBÍAS VIEJO:

  Fui, siendo su esclavo herrado,
como sabéis, su privado,
y fui de todos consuelo;
presté mi hacienda a Gabelo,
mi deudo, aunque pobre, honrado.
  Agora que su cruel hijo
reina, tan mal, quiere
todo el reino de Israel,
que por darle muerte muere,
y no hallamos gracia en él.
  Es ido contra Ecechías,
santo Rey, con tal furor,
que dice que en breves días
el gran templo del Señor
ha de ser cenizas frías.
  Con este aborrecimiento
tan mal trató sus cautivos,
que se mueren ciento a ciento,
y aun esos que quedan vivos
lo tienen por más tormento.
  Hijos, y amada mujer,
Dios lo da; de Dios es todo;
hagamos bien; que ha de ser
el hacerles bien, el modo
por donde Dios le ha de hacer.
  ¿Qué tendremos hoy que dar?

ANA:

No tengáis deso cuidado,
señor; que no ha de faltar.

TOBÍAS MOZO:

Alguna gente ha llegado.

TOBÍAS VIEJO:

Hijo, dejaldos entrar.

TOBÍAS MOZO:

  A todos la puerta doy.

TOBÍAS VIEJO:

Sois mi querido retrato.
Sale una mujer pobre.

MUJER:

Gracias al cielo que estoy
a tus pies; el tiempo ingrato
me trata así: noble soy:
  manto me falta: querría
cubrir tanta desnudez.

TOBÍAS VIEJO:

¡Ay corta haciendilla mía!
Pero cúbrate esta vez
el que a mi mujer cubría;
  toma y ve en paz.

MUJER:

Dios te guarde.

(Vase.)


(Sale otro POBRE.)
POBRE:

No quisiera llegar tarde,
si has dado limosna a todos;
aunque en ti de muchos modos
amor de Prójimos arde.

ANA:

  ¿Vos pedís con tal salud?

TOBÍAS VIEJO:

Ana, callad, que es mal hecho:
no hagáis vicio la virtud:
que inquirir del pobre el pecho
es vana solicitud.
  Él pide por Dios, y es Dios;
¿pues cómo vos presumís
entender a Dios? Si vos
esto de Dios recibís,
daldo por Dios a los dos;
  tomad, hijo, este vestido.

POBRE:

Dios os pague tanto bien.

(Vase.)
(Sale un VIEJO.)
VIEJO:

¡A qué buen tiempo he venido!

TOBÍAS VIEJO:

¿Quién es?

VIEJO:

En Jerusalén
ya fui de vos conocido;
  de un tiempo somos cautivos,
del tribu de Neptalín.
Soy como vos: los esquivos
tiempos han dado este fin
a mis intentos altivos.
  Un hijo tengo en prisión
por deudas.

TOBÍAS VIEJO:

Los deudos son
para las deudas muy buenos:
no sé si son más o menos,
mas sé que es más la intención.
  En esa bolsa tendréis,
pariente, con que paguéis.

VIEJO:

Dios os prospere y aumente.

(Vase.)
TOBÍAS MOZO:

Afuera espera gran gente
para que a comer les deis;
  mas no sé si habrá comida
para tantos.

TOBÍAS VIEJO:

¿Vos dudáis,
hijo?

TOBÍAS MOZO:

¡Es poca!

TOBÍAS VIEJO:

Repartida,
si a Dios primero miráis,
que es sustento, amparo y vida,
  veréis que basta y que sobra.

TOBÍAS MOZO:

Si él echa su bendición,
bien sé el aumento que cobra.

(Sale un CRIADO.)
CRIADO:

Aquí ha llegado Filón.

TOBÍAS VIEJO:

¿Qué pide?

CRIADO:

Una buena obra.
  Del tribu de Benjamín
hay un difunto, y en fin,
aún no le cubre mortaja.

TOBÍAS VIEJO:

Sólo en eso se aventaja
el rico al pobre: en el fin:
  tendrála el rico delgada,
y ése la tendrá grosera;
voyle a enterrar, Ana amada:
dando de comer, me espera,
a esa pobre gente honrada.
  Tú, hijo, ayuda.

TOBÍAS MOZO:

Estad cierto
del contento que recibo.


TOBÍAS VIEJO:

Mucho obliga a Dios, te advierto,
el dar de comer al vivo,
y el ir a enterrar el muerto.

(Vanse y sale una caja, soldados y banderas, y el rey SENACHERIB y RAPSACES, capitán.)
RAPSACES:

  Hablé con Eliachín, hijo de Elchías,
amenazando el pueblo de tu parte.

SENACHERIB:

¿En qué confía el mísero Ezechías?

RAPSACES:

Faltóle el oro ya con que rogarte.

SENACHERIB:

Si en el rey Faraón de Egipto fías,
¿cómo puede valerte ni ayudarte
un báculo de caña quebradizo
que engaña a quien su fuerza satisfizo?
  ¡Triste Jerusalén! si el padre mío
llevó desde una a otra provincia varia
al Habor y al Gozán, de Media río,
cautivos a los tribus de Samaria,
¿dónde está de tu Dios el poderío?
¿A dónde está la fuerza necesaria
para hacer a mis armas resistencia?
Ampáraste de escudos de paciencia.
  Tu alcázar de Sión fundada en alto,
de tu David humilde a mi trofeo,
rendida miro en el primero asalto
por más que la defienda el Dios hebreo;
no está mi Dios Nefrach de fuerzas falto
como estuvo el del otro Filisteo:
cuando con sus hazañas me respondas,
no temo yo las pastoriles hondas.

SENACHERIB:

  Soy yo Senacherib, el Rey de Asiria;
tengo más fuerte la cerviz y frente,
que desde Gaza hasta la playa Tiria
los campos cubriré de armada gente;
hoy baño en sangre a Palestina y Siria,
al hermoso Carmelo, al eminente
Líbano, cuyos cedros a mis rojas
plantas de sangre, estrado harán sus hojas.
  Tú verás al Cedrón pasar al Medo
sobre puentes de cuerpos infelices,
y el templo cuya altura puso miedo
a las estrellas, y que santo dices
de mí, que su más alta torre excedo,
y a la más fértil palma las raíces,
bañado en fuego y humo y derribada
por el suelo su cúpula dorada.
  Gigante soy en quien Asiria estriba
el peso de su imperio soberano:
vuestra arca santa llevaré cautiva:
sus serafines temblarán mi mano;
no me corono yo de verde oliva
ni he de temer que aparte el vidrio cano
del mar bermejo en frágiles canceles,
ese Dios de Abrahanes e Israeles.
  Parte, Rapsaces: llevarás firmada
de mi espantosa firma al Rey cercado,
carta en que diga que su infame espada
rinda a mis pies.

RAPSACES:

Yo voy.

SENACHERIB:

Fuera excusado,
pero quiero mostrar cuánto me agrada
tener piedad de un hombre desdichado,
porque si saco la que tiembla el suelo,
aun es corta defensa todo el cielo.

(Vase y salen el rey EZEQUÍAS, de Jerusalén, y ELIACHÍN.)
EZEQUÍAS:

  Rasgaré por el dolor
mis vestidos, Eliachín.

ELIACHÍN:

Ten esperanza; que al fin
has de salir vencedor.

EZEQUÍAS:

  Si está nuestro Dios airado,
¿dónde hallaremos defensa?

ELIACHÍN:

Contra el Rey de Asiria piensa
que está airado y enojado,
  no contra Jerusalén;
mira que el hijo de Amós
dice, de parte de Dios,
que este crédito le den.

EZEQUÍAS:

  Creo, Eliachín, a Isaías,
mas pésame que blasfeme
quien a nuestro Dios no teme.

ELIACHÍN:

¡Si piensa que son los días
  de Hieroboán y Achaz
tan lamentados en Siria!

(Sale un SOLDADO.)
SOLDADO:

Senacherib, Rey de Asiria,
sin darte salud ni paz,
  aquesta carta te envía.

EZEQUÍAS:

¿Quién te la dio?

SOLDADO:

Un capitán.

EZEQUÍAS:

¿Qué esperanzas me darán
mi temor y su osadía?

ELIACHÍN:

  Que traiga poder tan fuerte.

EZEQUÍAS:

De blasfemar no se aparta;
lee, Eliachín, esa carta.

ELIACHÍN:

Dice, señor, de esta suerte:
(Lee.)
  «No te engañe tu Dios en quien confías
ni que Jerusalén vendrá a las manos
del Rey de Asiria, dudes, Ezequías,
pues son a mi poder los montes llanos.
Si mis padres tuvieron tantos días
 (después de ser vuestros intentos vanos)
el imperio de Siria y Palestina,
¿qué esperanza os engaña y desatina?
  Abridme la ciudad: ríndame el muro
Jerusalén: besad mis pies, cobardes:
Refeph y Arán en cautiverio duro
pusieron vuestros tímidos alardes
adonde estuvo el Rey de Arphad seguro;
¿y qué lugar habrá donde te guardes,
Rey de Jerusalén, de mi trofeo?
Advierte que te engaña el Dios hebreo.»

EZEQUÍAS:

  No digas más, Eliachín:
pidamos misericordia
a Dios, por que en tal discordia
ponga a su arrogancia fin.
  Tomad el cetro Real:
tomad el sacro ornamento:
dad ceniza a quien es viento:
dadme un saco de sayal.
  Hacer quiero humildemente
oración a Dios.

ELIACHÍN:

Traed
lo que pide.

EZEQUÍAS:

En tu merced,
gran señor omnipotente,
  se pone Jerusalén
y las puertas de Sión.

(Sacan en dos fuentes de plata un saco de sayal, y una soga, y ceniza en una salva.)
SOLDADO:

Éstos la ceniza son
y el saco.

EZEQUÍAS:

¿Hay soga?

SOLDADO:

También.

EZEQUÍAS:

  Muestra: ayúdame a vestir:
atadme bien esa soga;
que la que mi cuello aboga
bien me pudiera servir.

ELIACHÍN:

  Ya, señor, vestido estás.

EZEQUÍAS:

Dadme la ceniza.

ELIACHÍN:

Ten.

EZEQUÍAS:

No Rey de Jerusalén:
polvo y nada soy no más.
  Echaréla en mi cabeza,
y con aqueste dolor
llorando hablaré al Señor.

SOLDADO:

¡Qué lástima!

ELIACHÍN:

¡Qué tristeza!
  Abrid esos velos luego.
 (Descúbrese un altar con el arca.)
¡Dios de Israel, bien de bienes,
que por escabelos tienes
los serafines de fuego!
  Tú solo en la paz y guerra
eres Dios, y pones leyes
a los arrogantes reyes;
Tú hiciste el cielo y la tierra.
  Inclina tu santo oído:
oye estos graves enojos:
abre tus divinos ojos
y mira un hombre atrevido.
  Oye las palabras fieras
de Senacherib airado:
verdad es que han sujetado
mil tierras con sus banderas,
  y que los dioses gentiles
han dado al fuego, Señor;
pero eran piedra y labor
de las manos de hombres viles.
  Tú eres Dios: tú vives, y eres
Señor del cielo; y es bien
que, libre Jerusalén,
conozcan que tú lo quieres;
  libra tu pueblo, Señor:
conozcan que eres Dios solo
desde el uno al otro polo.

(Sale un SOLDADO.)
SOLDADO 2.º:

Pierde, gran Rey, el temor.

EZEQUÍAS:

  ¡Cómo!

SOLDADO:

¿Qué dice Isaías,
qué dice el Dios de Israel?
Que en tu congoja cruel
oyó tu llanto, Ezequías:
  que no entrará en la ciudad
el rey Asirio, ni escudo
persa, ni flecha, ni pudo
no siendo su voluntad.
  Dice que le ha de poner
una argolla en las narices,
y en los labios infelices
un freno con su poder.
  No le valdrá su maldad,
no su soberbia; advertid
que por su siervo David
quiere salvar la ciudad.
  Dice que se volverá
por donde vino muy presto.

EZEQUÍAS:

¿Qué albricias me pides desto?
¿A dónde el profeta está?

SOLDADO:

  Ven conmigo a hablar con él.

EZEQUÍAS:

Démosle gracias los dos
a Dios; que no hay otro Dios
si no es el Dios de Israel.

(Vanse, y salen el rey SENACHERIB, RAPSACES, capitán, y algunos soldados.)
SENACHERIB:

  Nadie se desarme, amigos:
dormid así, porque al alba
han de ser de nuestra salva,
cielos y tierra testigos.
  Entre dos luces asalto
la triste Jerusalén:
duerman y descansen bien
mientras que su muro esmalto
  de sangre, como el aurora
de oro: abrid el pabellón:
mañana tendré en Sión
el que en los campos agora.
  Entrad, fuertes capitanes,
entrad, y armados dormid;
que el alcázar de David,
de Acaz y Hieroboanes,
  os dará presto mejores
camas y techos dorados,
pabellones recamados
y tapetes de labores.
  Mañana en mesas de jaspe
beberéis el Palestino,
dulce, aromático vino,
sin que éste os acede y raspe.
  Mañana tendréis asientos
de ébano y marfil, si aquí
de hierba, y tendréis de mí
preciosos alojamientos.

SENACHERIB:

  Mañana, hermosas doncellas
os vendrán a regalar,
cantar, tañer y bailar,
blandas, dulces, tiernas, bellas.
  Si aquí el son del ronco parche
y del metal sonoroso
os quita el justo reposo
porque se acometa o marche,
  mañana a vuestros caballos
el templo de Salomón
ha de servir de mesón:
de plata herraréis sus callos.
  Ea: no es menester vela
ni guarda: durmiendo está
el Dios hebreo.

RAPSACES:

Entra ya;
que el temor es centinela.
  Ése nos defiende bien.

SENACHERIB:

Toda su esperanza es vana;
con laurel entro mañana
triunfando en Jerusalén.

(Entrase detrás de una cortina y parezca un ÁNGEL, y descúbrese un marco con un velo de plata delante, y detrás esta VOZ.)
VOZ:

  Las lágrimas de Ezequías
oí: las blasfemias fieras
de las asirias banderas.
incitan las manos mías.
  ¡Ministro!

ÁNGEL:

¡Señor!

VOZ:

Al punto
baja al campo del tirano,
porque quede por tu mano
un gran número difunto.
  Toma la espada.

ÁNGEL:

Ésta es.

(En diciendo “ésta es” le den una espada de fuego.)
VOZ:

Parte.

ÁNGEL:

Voy.

(En diciendo “voy” ha de estar por la invención de pozo en el teatro, y esgrimirla, y volverse arriba.)
VOZ:

Bien está, contento estoy.

ÁNGEL:

Beso tus divinos pies.

VOZ:

  Quedan en sangre cubiertos;
sus blasfemias y su afrenta
castigo.

ÁNGEL:

Ciento y ochenta
y cinco mil quedan muertos.

(Sale SENACHERIB huyendo con RAPSACES.)
SENACHERIB:

  ¡Oh, fuerte Dios de Israel,
templa el valiente furor!

RAPSACES:

¿Hay tal estrago, hay rigor
tan espantoso y cruel?

SENACHERIB:

  ¿Han salido los hebreos?

RAPSACES:

Nadie, señor, ha salido;
sólo de su Dios han sido
estos heroicos trofeos.

SENACHERIB:

  ¿De su Dios?

RAPSACES:

¿Pues no lo ves?

SENACHERIB:

¿En mi tierra no hay cautivos?

RAPSACES:

Muchos.

SENACHERIB:

No han de quedar vivos
de trescientos mil los tres.

RAPSACES:

  ¿Tantos habían de ser?

SENACHERIB:

Los que fueren.

RAPSACES:

¿Qué esperanza
te ha de quedar de venganza
contra tan alto poder?
  Mira esa gran cantidad
de cuerpos troncos.

SENACHERIB:

Yo creo
que en mi tierra el Dios hebreo
tendrá menos potestad.

RAPSACES:

  Pienso que engañado estás;
quien esto pudo tan bien
hacer en Jerusalén,
en Nínive podrá más.

(Vase y sale TOBÍAS EL VIEJO vistiendo un pobre.)
TOBÍAS VIEJO:

  Toma: ponte mi vestido.

POBRE:

No es justo que andes desnudo.

TOBÍAS VIEJO:

También Dios vestirte pudo;
que yo desnudo he nacido.
  Si Dios como a ti me hiciera
tan pobre en este lugar,
también me holgara de hallar
un hombre que me cubriera.
  Vete en paz, hijo; camina;
vuelve mañana a comer.

POBRE:

Imagen vienes a ser
de aquella piedad divina.

(Vase. Sale ANA.)
ANA:

  ¿Qué es esto?

TOBÍAS VIEJO:

¿Ya no lo ves?

ANA:

¿Pues cómo el vestido has dado?

TOBÍAS VIEJO:

¿Ha sido mal empleado?

ANA:

¿Ya qué te falta que des?

TOBÍAS VIEJO:

  A mí mismo, y aun es poco.

(Sale TOBÍAS EL MOZO.)
TOBÍAS MOZO:

No sabes cómo ha venido
Senacherib, tan perdido,
que está temerario y loco.

TOBÍAS VIEJO:

  ¿Qué, ya volvió de Judea?

TOBÍAS MOZO:

Ya de Judea volvió.

TOBÍAS VIEJO:

¿Luego Ezequías venció?
Hijo, no sé si lo crea.

TOBÍAS MOZO:

  Pues bien lo puedes creer,
porque un ángel le ha vencido.

TOBÍAS VIEJO:

Si de Dios la espada ha sido,
no hay en los hombres poder.

TOBÍAS MOZO:

  Ciento ochenta y cinco mil
hombres mató un ángel santo.

TOBÍAS VIEJO:

Si con uno puede tanto,
¿qué hará con mil veces mil?

TOBÍAS MOZO:

  Las blasfemias que decía
contra Dios la causa fueron.

TOBÍAS VIEJO:

El justo pago le dieron
que su lengua merecía.

(Sale un CRIADO.)
CRIADO:

  Ya te habrá dicho Tobías
del Rey la temeridad,
o el llanto que la ciudad
hace en tan infaustos días.

TOBÍAS VIEJO:

  ¿Llanto?

CRIADO:

¿No ves que vencido
vuelve de Jerusalén,
y quiere que acá le den
la sangre que allá ha perdido?

TOBÍAS VIEJO:

  ¿Quién se la ha de dar, Rubén?

CRIADO:

Los esclavos que de allá
trajo su padre, si ya
los hay de Jerusalén.

TOBÍAS MOZO:

  ¿Luego mándalos matar?

CRIADO:

Para vengarse del cielo.

TOBÍAS VIEJO:

Triste de él, porque recelo
que le vuelva a castigar.

CRIADO:

  Todas, las plazas cubiertas
están ya de cuerpos troncos,
de quien con suspiros roncos
salen las almas desiertas.

TOBÍAS VIEJO:

  Hijo, yo voy a enterrarlos.

TOBÍAS MOZO:

Y yo a acompañarte voy.

ANA:

Yo a llorarlos, si ya soy
de alguna ayuda en llorarlos.

TOBÍAS MOZO:

  La victoria de Ezequías
venga en su misma ciudad.

CRIADO:

No se ha visto caridad
que iguale a la de Tobías.

(Vanse y sale SENACHERIB con RAPSACES y gente.)
SENACHERIB:

  Yo me veré vengado cuando vea
que me llega la sangre de los Tribus
hasta la boca, que de sed se abrasa.

RAPSACES:

No mueren pocos, porque no les vale
defensa alguna.

SENACHERIB:

Bando se publique
por toda Asiria, que los maten todos:
no solamente mueran los de Nínive,
que yo veré si el Dios de los hebreos
tiene poder aquí como en su tierra.

(Salen ADRAMELECH y SARASAR, hijos del Rey, con las espadas desnudas.)
ADRAMELECH:

Cansado vengo de esta infame guerra.

SARASAR:

Aquí está nuestro padre.

ADRAMELECH:

¡Padre mío!

SENACHERIB:

Hijos, ¿cuántos hebreos quedan muertos?

ADRAMELECH:

Muchos, señor, por calles y desiertos.

SARASAR:

Ni los valen los templos, ni los campos.

SENACHERIB:

Así es razón que aquesta gente muera
de mis agravios en venganza fiera;
coman los cuervos sus difuntos cuerpos
en las plazas, y calles, y en los campos,
hambrientos buitres y rapaces águilas.

ADRAMELECH:

No pienso que sus cuerpos insepultos
paguen con esa pena sus insultos.

SENACHERIB:

Adramelech, ¿qué dices?

ADRAMELECH:

Que un Tobías,
de los viejos esclavos de tu padre,
a todos da mortaja y sepultura.

SENACHERIB:

¿Tobías, aquel viejo galileo?

ADRAMELECH:

El mismo.

SENACHERIB:

Pues villanos, ¿cómo vive
hombre que impide la venganza mía?
Parte, Rapsaces, y con esa espada
su cuello siega, su familia prende,
sus bienes todos, muebles o raíces,
entrega a los soldados.

RAPSACES:

Voy contento,
porque estaba en el mismo pensamiento.

SARASAR:

Pésame que le mates.

SENACHERIB:

¿Por qué causa?

SARASAR:

Porque estimaba su vejez mi abuelo.

SENACHERIB:

Quisiera, Sarasar, que fueras hijo
de ese Tobías como fuiste mío.

SARASAR:

¿Qué hicieras?

SENACHERIB:

Con mi gusto un desvarío.

SARASAR:

¿Estás airado?

SENACHERIB:

¿No es razón bastante
haberme muerto el Dios de los hebreos
ciento ochenta y cinco mil soldados
en un instante de una oscura noche?

SARASAR:

¿Y no fuera mejor, señor, temerle,
que no irritarle a más venganzas?

SENACHERIB:

Calla;
que no es donde yo reino poderoso.

(Sale RAPSACES.)
RAPSACES:

Diligencia se ha hecho por Tobías,
pero como es bienquisto de la gente,
avisáronle muchos de tu intento,
dejó su casa, dila a tus soldados,
repartieron sus bienes: no parece;
mas él y su mujer y un hijo suyo,
desnudos van, y en la mayor miseria.

SENACHERIB:

Con él voy enojado, y aun contigo.

RAPSACES:

Nunca el tirano fue seguro amigo.

ADRAMELECH:

¡Que ha de vivir un bárbaro!

SARASAR:

¿Qué dices,
Adramelech?

ADRAMELECH:

Que es nuestro padre un bárbaro,
y que me incita Dios secretamente
a que le mate y la corona quite.

SARASAR:

¿Cómo es posible que Nefrach te incite?

ADRAMELECH:

Si quieres, Sarasar, parte en el Reino,
ayúdame a quitar la vida a un hombre
odioso al cielo, a Nínive y a Siria,
y desde Palestina a Celesiria.

SARASAR:

Si tú cumplieses lo que dices, digo
que yo pondré la espada en él primero;
que de alguna deidad secreta siento
dentro del pecho impulsos velocísimos.

ADRAMELECH:

Permita el Dios Nefrach que tú me quites
la vida que a mi padre quitar quiero,
si no te diere la mitad de todo.

SARASAR:

¿Dónde estará?

ADRAMELECH:

Sacrificando creo.

ANA:

Pues vamos.

ADRAMELECH:

Hoy se cumple mi deseo.

(Vanse y salen TOBÍAS, ANA y su hijo.)
TOBÍAS VIEJO:

  En esta cueva podremos
estar seguros, señora.

ANA:

¿Que esto por tu culpa agora
yo y tu hijo padecemos?
  ¿No fuera mejor, Tobías,
que no enojaras al Rey?

TOBÍAS VIEJO:

¡Qué bien guardara la ley
de Dios con entrañas frías!
  Ana, aquel caritativo
fuego en el alma encubierto,
sale sepultando al muerto
y favoreciendo al vivo.
  Por Dios es poco perder
la hacienda sola.

ANA:

Es verdad;
mas la propia caridad
su lugar ha de tener.
  Yo soy tu mujer: Tobías
tu hijo, ¿por qué nos dejas
desnudos con tantas quejas
y entre aquestas peñas frías?

TOBÍAS VIEJO:

  Ana, ten por buen consuelo,
pues que la vida se escapa,
que a los que no tienen capa
les presta la suya el cielo.
  Hijo, estad vos consolado,
que Dios os ha de cubrir.

TOBÍAS MOZO:

Padre mío, hasta morir
no he de dejar vuestro lado;
  yo sé que en todo acertáis,
y yo sé que errara en todo
si no siguiera aquel modo
que vos, señior, me enseñáis.
  Corta obediencia es la mía
si con Isaac la comparo;
que de aquel varón preclaro
tomar ejemplo podría.
  Sobre el ara le contemplo
y a su padre con la espada,
a la ejecución alzada,
de fe y obediencia ejemplo.
  Si quitarme vos queréis
la vida, eso mismo quiero,
sin que yo espere cordero
y vos ángel esperéis.

TOBÍAS VIEJO:

  Bendígate el Dios divino
de Isaac, Jacob y Abraham.

(Sale RUBÉN.)
RUBÉN:

Aquí sospecho que están.

TOBÍAS MOZO:

Padre y señor, Rubén vino.

TOBÍAS VIEJO:

  ¿Qué hay, Rubén?

RUBÉN:

Bien te pude
pedir albricias, señor;
vuelve y despide el temor:
toda Nínive te espera.

TOBÍAS VIEJO:

  ¿A mí, Rubén? ¿de qué modo?

RUBÉN:

Adramelech, Sarasar,
hijos del Rey, que en lugar
del Rey lo mandaban todo,
  no contentos de su estado,
o por voluntad de Dios,
que hizo instrumento a los dos
del castigo que le ha dado,
  estando sacrificando
a Nefrach su Dios cruel
contra el cautivo Israel,
y su gran Dios blasfemando,
  le dieron mil estocadas
con que su vida acabó.

TOBÍAS VIEJO:

Hijos, Dios lo permitió.

TOBÍAS MOZO:

Blasfemias bien castigadas:
  pensó que era nuestro los
de piedra o de troncos viles
como los dioses gentiles.

TOBÍAS VIEJO:

Id adelante los dos,
  porque nos vais advirtiendo.
¿Ves, Ana, que Dios me ayuda?

ANA:

Nunca de Dios tuve duda:
tu condición reprehendo.

(Vanse, y salen JORÁN y BATO, villanos.)
JORÁN:

  ¿Echaste, por dicha, menos
alguna res de contar?

BATO:

Yo tengo bien qué llorar;
que no son duelos ajenos.

JORÁN:

  Mira que parece mal
que llore un hombre de bien.

BATO:

Mentís, Jorán, que también
es la condición mortal.
  Si nace un rey es llorando
como el más pobre pastor,
porque confiesa el dolor
de la muerte en que va entrando.
  ¿Qué pensáis vos que es llover?
Llorar los cielos, Jorán:
pues si ellos llorando están,
un hombre, ¿qué puede hacer?
  ¿La mirra no es árbol grave,
el incienso y los aloes?

JORÁN:

No hay otros que tanto loes.

BATO:

Pues lloran llanto suave;
  las viñas suelen llorar,
con ser su zumo alegría:
pues con la tristeza mía
déjame tú rezumar.

JORÁN:

  Por una cosa no más
dan licencia a un hombre honrado.

BATO:

¿Y es?

JORÁN:

Estando enamorado.

BATO:

De medio a medio me das.

JORÁN:

  ¿Luego tú tienes amor?

BATO:

Que me derriengo de triste.

JORÁN:

¿Tú sentimiento tuviste
de amor, tan rudo pastor?

BATO:

  Nunca yo en el campo viera
retozar unos borricos.

JORÁN:

¡Qué tórtolas con sus picos
para cine envidia tuviera!

BATO:

  Allá en nuesos pegujales,
donde el ganado se cría,
nos cantan a mediodía
estas tórtolas asnales.

JORÁN:

  ¡Qué gentiles ruiseñores
estaban haciendo nido!

BATO:

¿Cuándo los burros no han sido
un dulce ejemplo de amores?

JORÁN:

  ¿Los burros?

BATO:

Los burros, pues;
¿hay cosa como llegar
un borrico a retozar
su burra en el verde mes,
  cuando los campos se visten,
como dicen los poetas,
de alcacer y de violetas,
que hasta la vista resisten
  de la cara de la tierra?
¿Hay cosa como llegar
a morder, y a regalar
con una amorosa guerra
  los pescuezos y las crines?
Pues dígote por verdad,
que es mayor honestidad
que en pardos y colorines.

JORÁN:

  ¿Honestidad es rascar
los oídos los borricos,
más que aquellos dulces picos
que amores suelen cantar?

BATO:

  Sí, y es bien que solemnicen
la honestidad que han tenido,
porque entonces al oído
su secreto amor les dicen.
  No como el toro que muge
y hace buf a la ternera,
ni con la leona fiera
el fiero león que ruge.
  No como celosos gatos
cuando hay tejado y sarao,
despiertan con marramao
a sus dueños como ingratos:
  sino que hablando de oído
como gente palaciega,
la enamora, ablanda y ruega
secreto y enternecido:
  y cuando mucho si entona
la voz como en facistol,
canta un do, re, mi, fa, sol,
en que sus dichas pregona.
  Éstos vi, y a ejemplo suyo,
Jorán, yo me enamoré;
pero ni rasqué, ni hablé.

JORÁN:

¿Tan secreto amor fue el tuyo?

BATO:

  No sé si diga de quién.

JORÁN:

¿Es de Bertola o Ginesa?

BATO:

No, Jorán.

JORÁN:

Mas ¿qué es Teresa?

BATO:

No das en el blanco bien.

JORÁN:

  ¿Es Tamar?

BATO:

No.

JORÁN:

Pues en casa
sólo queda mi señora.

BATO:

Ésa, Jorán, me enamora,
ésa me enciende y me abrasa.

JORÁN:

  ¿Sara, mi señora?

BATO:

Sí.

JORÁN:

¿La que se está desposando?

BATO:

La misma estoy deseando.

JORÁN:

¡Noramala para ti!

BATO:

  Si para mí noramala,
¿qué será para Fisón,
que ya en aquesta ocasión
goza su donaire y gala?

JORÁN:

  Pues bestia ¿con la mujer
más bella que Dios ha hecho
te quieres casar?

BATO:

Sospecho
que soy hombre, y puede ser.

JORÁN:

  No se entienda tu locura;
voy a tomar colación.

BATO:

Hurtóme la bendición
y ganóme la ventura.
  Desesperado me veo:
quiérole echar maldiciones.

(Salen SARA, de novia, FISÓN de esposo, RAGEL y MÚSICA, y mucha grita y detrás el DEMONIO.)
MÚSICA:

Para en uno son los dos,
si quiere Dios, si quiere Dios.

RAGEL:

Pienso que son para en uno
tan gallardos desposados,
pues de tantos convidados
no lo ha impedido ninguno.
Diga lo contrario alguno
o juntaránse los dos,
si quiere Dios.

MÚSICA:

Si quiere Dios,
para en uno son los dos,
si quiere Dios.

FISÓN:

Yo pienso que soy su esposo
a contento de Ragés,
y que mi ventura es
digna de su rostro hermoso.
Y así, de nadie envidioso,
lo seré de más de dos,
si quiere Dios.

MÚSICA:

Si quiere Dios,
para en uno son los dos,
si quiere Dios.

SARA:

El gusto del padre mío
a ser tuya me ha obligado,
porque tengo resignado
en el suyo mi albedrío.
Amarte, esposo, confío,
y uno seremos los dos,
si quiere Dios.

MÚSICA:

Si quiere Dios,
para en uno son los dos,
si quiere Dios.

DEMONIO:

¡Qué mal os podréis juntar
si trae este necio esposo
lascivo amor enojoso
a quien le ha de castigar!
La boda vengo a estorbar
y a dividir a los dos,
si quiere Dios.

MÚSICA:

Si quiere Dios,
para en uno son los dos,
si quiere Dios.

(Vanse con grande grita, y quédanse el DEMONIO y BATO.)
BATO:

  ¡Que vea yo con mis ojos
que éstos se casen! ¡Ah cielos!
Comiéndome estoy de celos
que son del amor piojos.
  Agora van maldiciones:
plegue a Dios, Sara enemiga,
que se te vuelvan de ortiga
las sábanas y colchones.
  Plegue a Dios que al acostar
tropieces en un caldero,
y que un gato majadero
no te deje reposar.
  Plegue a Dios que estén templando
un clavicordio hasta el día,
y un vecino chirimía
se esté a solas enseñando.
  Plegue a Dios...

DEMONIO:

¡Tanto plegar!

BATO:

Que un ratonazo travieso,
sospechando que eres queso,
te coma el dedo pulgar.
  Plegue a Dios que alguna chinche
tu dulce sueño quebrante,
que un asno su solfa cante,
y que un rocín te relinche.
  Plegue a Dios se encienda fuego
y te queme, como a mí,
y nadie se junte a ti
hasta que te vea un ciego.
  Perdona, aunque eres mi dueño:
doyte lo que amor me dio,
y cuando no duermo yo,
a todos dé Dios mal si sueño.

(Vase.)
DEMONIO:

  Más pesadas maldiciones
les esperan a los dos.

(Habla la VOZ por el velo de plata.)
VOZ:

¡Asmodeo!

DEMONIO:

Inmenso Dios,
tu luz a mi noche opones.

VOZ:

  Licencia te doy que mates
de Sara el lascivo esposo.

DEMONIO:

¡Oh, precepto venturoso,
de esto me huelgo que trates!
  A toda carne mortal
aborrezco con rigor,
y así me alegro, Señor,
que me mandes hacer mal.
  Entro a quitarle la vida
antes que se llegue a Sara;
que aun de aquella hermosa cara
tengo envidia conocida.
  Querría que los deleites
del hombre aun fuesen tan malos:
que estos mortales regalos
fuesen fealdades y afeites.
  Sara no se diferencia
de un ángel de mi Señor,
cuando con tal resplandor
fui lucero en tu presencia.
  Allá voy; mano, apretad
el cuello al lascivo esposo;
que le es a Dios enojoso
no ver limpieza y verdad.
  Han de tratar los casados
limpiamente el matrimonio
como han dado testimonio,
todos los Padres pasados.
  Porque si ha de descender
Dios a la tierra, es razón
que su línea de varón
casta y limpia haya de ser.
  No tengo alegría igual
como cuando Dios permite
que a alguno la vida quite;
tanto me deleita el mal.

(Vase, y sale TOBÍAS EL VIEJO.)
TOBÍAS VIEJO:

  Cansado de enterrar vengo
cuerpos de pobres difuntos,
pero satisfecho no,
y a mis pocas fuerzas culpo.
Recibe, Señor, mi intento;
que quisiera poder mucho;
mísera nada es el hombre:
tú eres Dios eterno y sumo.
De polvo, Señor, me hiciste:
en cubrir de polvo cumplo
con mi propio natural,
aunque servirte procuro.
Quiérome aquí recostar;
que el cuidado con que lucho
no es poco me obligue a sueño;
con esto la cama excuso.
Dadme, pared, vuestro arrimo,
y estad vos un poco mudo,
pajarillo, mientras duermo,
pues nido en mi casa os cupo;
a vuestros golondrinillos
decid que el chillido suyo
templen en tanto que aquí
descansa un viejo caduco.
O dadles vos de comer
sobre esas pajas y juncos,
y pues a niño me vuelvo,
serviránme sus arrullos.

(Salen ANA y RUBÉN.)
RUBÉN:

Ésta es ya su condición:
no ha de haber cuerpo insepulto
a quien no cubra de tierra.

ANA:

Que estoy cansada te juro.

RUBÉN:

¿Dónde está, señora, el mozo?

ANA:

En lo que su padre estuvo.

RUBÉN:

Acto piadoso es el dar
sepultura a los difuntos.

ANA:

Es verdad; pero poner
la vida a peligro, culpo.

RUBÉN:

Obligar a buen señor
siempre honroso premio tuvo.
¡Oh! Hele allí donde duerme:
¡Señor!

ANA:

¡Tobías!

TOBÍAS VIEJO:

Escucho
tu voz, mas no puedo abrir
los ojos.

ANA:

Toda me turbo;
¿qué tienes?

TOBÍAS VIEJO:

Las golondrinas
que albergan los troncos duros
de esos techos, me han cubierto
los ojos.

RUBÉN:

Lo que es presumo:
que aquel estiércol caliente
cegarle los ojos pudo.

ANA:

¡Ay, miserable de mí!

(Sale TOBÍAS EL MOZO.)
TOBÍAS VIEJO:

Avecitas, yo os disculpo;
porque si Dios no quisiera,
su siervo estaba seguro;
yo le doy gracias.

TOBÍAS MOZO:

¿Qué es esto?

ANA:

¡Hijo, no sé cómo sufro
tantas desgracias!

TOBÍAS MOZO:

Mi padre,
¿quién de esta manera os puso?

TOBÍAS VIEJO:

La voluntad del Señor
y esos pajarillos rudos
que no advierten en el daño;
a mis culpas lo atribuyo:
está Dios de mí ofendido.

ANA:

Ése es muy lindo discurso;
tened agora paciencia
y decidnos que no supo
el ave el dañío que hizo;
haceos santo, pintaos justo;
¿a dónde está la esperanza
por quien a tantos desnudos
vestistes, y de comer
distes a tantos ayunos,
por quién sepultastes muertos?

RUBÉN:

Señor, con razón acuso
vuestras piedades, si el cielo
las paga a ciento por uno;
que bien ciego acabaréis
de tan larga vida el curso;
pobre de daros a pobres
sin guardar asilo alguno:
mejor fuera...

TOBÍAS VIEJO:

No queráis
seguir el bárbaro impulso
de la ira, ni palabras
habléis que me den disgusto;
hijos de santos nacimos:
la vida esperamos juntos
que Dios prometida tiene
y que en su nombre le anuncio
a quien su fe no dejare.

ANA:

¡Qué bien la vida entretuvo
en hacer a todos bien!
¡Qué bien su hacienda dispuso
para la vejez cansada
y para este amargo punto!

TOBÍAS MOZO:

¡Madre, no le deis dolor;
en buenos pasos anduvo
desde sus más tiernos años!

ANA:

¿Tú le disculpas?

TOBÍAS MOZO:

Disculpo
sus obras, de virtud llenas.
Dios, cuyo inmenso y profundo
entendimiento no puede
entender otro ninguno,
sabe la causa y razón.

TOBÍAS VIEJO:

El Dios que su pueblo trujo
a tierra de promisión
con mil victorias y triunfos,
y cubrió los altos carros
del rey Faraón perjuro,
sus caballos y sus armas
con la arena del mar Rubio,
te dé su gran bendición;
dame estos hombros, que gusto
de que mi báculo seas
hasta llegar al sepulcro.

TOBÍAS MOZO:

¡Dios os guarde, padre mío!

TOBÍAS VIEJO:

De esto, aunque ciego, te alumbro;
que la paciencia en los males
es el mayor bien del mundo.